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6/6/23, 21:56 Ibarrola se refugia en Ávila | Cultura | EL PAÍS

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REPORTAJE:

Ibarrola se refugia en Ávila


El artista vasco, amenazado en su tierra, traslada su trabajo a las rocas
de una finca abulense. "Allí tengo que luchar por la libertad para
pintar. Aquí sólo lucho con la pintura", asegura

ANTONIO JIMÉNEZ BARCA


Muñogalindo (Ávila) - 30 OCT 2005 - 00:00 CEST

Agustín Ibarrola empezó a pintar a los 10 años en un peñasco. Por entonces


trabajaba, por la comida, de criado y cuando se aburría demasiado se
escapaba al cercano monte de Orozco (Vizcaya). Allí, con polvillo de ladrillos
blancos dibujaba, guiado por la pura intuición, las siluetas de los animales
que tenía a mano: vacas, caballos, gallinas... "No tenía con quién hablar,
necesitaba comunicarme y lo hacía como mejor sabía: con la pintura". Han
pasado 65 años y con una carrera artística internacionalmente reconocida a
su espalda, Ibarrola vuelve a hacer lo mismo: pinta en las rocas. Aunque
ahora, harto de servir de presa a los proetarras del País Vasco, donde vive
con escolta, y de sentirse ninguneado y despreciado por el Gobierno
nacionalista de su tierra por no ser nacionalista, el pintor se ha refugiado en
otro monte: en un paraíso de encinas, frío, tomillo y granito situado a 16
kilómetros de Ávila.

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El pintor quiere construir en Ávila una fundación para albergar
su obra

"Me enamoré de este lugar, de su luz, de su pasado celta"

Se levanta pronto, desayuna, se cala su boina, coge las pinturas y


sale al campo

Aquí, en una finca denominada Garoza de Bracamonte, cedida


generosamente por su amigo, el editor y experto en arte Alfredo Melgar,
Ibarrola ha pasado el verano y el otoño alojado junto a su mujer, Mari Luz, en
la casa de los guardeses. Rechazaron la invitación de Melgar de instalarse en
la vivienda principal, un precioso caserón de piedra, porque les iba "grande".
El viernes, la pareja, ante la llegada del invierno, partía "a casa", al caserío de
Oma, en Kortezubi (Vizcaya). Con la primavera, volverán.

Y volverá la rutina que ha conformado la vida de este artista en este monte


lejos de todo. En Garoza de Bracamonte se levanta pronto, desayuna, se cala
su boina, se calza unas zapatillas de deporte blancas manchadas de mil
colores, coge las brochas, los botes de kilo de Titanlux, una ligera escalera de
aluminio y sale al campo. A ver las piedras. Las rocas. A palparlas. A esperar
que le hablen, y le revelen su forma. A pintarlas. Su mujer le acompaña
siempre: le sube en coche porque el pintor no conduce, le espera durante
toda la mañana y toda la tarde en silencio, cerca de él. Un día y otro día. "Los
que provenimos de familias obreras tenemos arraigado un sentido de la
disciplina, un amor por el trabajo bien hecho", explica.

Así, mientras Mari Luz lee o pasea (o baja al súper de Ávila a comprar),
Ibarrola va descubriendo que una de las enormes lajas graníticas esconde un
horizonte y la llena de pájaros blancos y negros, o encuentra en otra roca un

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verraco adormecido que pugna por mostrarse y salir coloreado de verde,


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rojo y amarillo.

O un coño. "Las grietas de esta roca", las muestra con el paraguas, muy serio,
"forman un coño, por eso me he limitado a resaltarlo. Es el origen de la vida".
Tres flechas blancas, como tres marcas de ruta de senderista, apuntan a las
grietas en cuestión.En otra roca, el pintor se ha limitado a perfilar
delicadamente de blanco los bordes de una de las paredes, moldeada durante
años por la lluvia y el viento. La forma recuerda una tela de encaje. "Es un
primor. El mérito consiste, simplemente, en descubrir el trabajo que ha
hecho la naturaleza", sostiene Ibarrola.

Hace un año, Melgar supo de los apuros de Ibarrola en el País Vasco para
trabajar. "Yo le conocía la chapela de verle en las manifestaciones de ¡Basta
ya! [Plataforma ciudadana contra el terrorismo], porque siempre me ponía
detrás de él", recuerda Melgar, que el viernes se acercó a Ávila para despedir
al artista.

Estos apuros vienen de lejos. En mayo de 2000, el bosque pintado de Oma, una
de las obras emblemáticas de Ibarrola, fue ultrajado por radicales abertzales.
Los proetarras destrozaron la pintura de cerca de 80 árboles y talaron dos.
En el cartel de entrada pintaron lo siguiente: "Ibarrola, facha de honor". Un
adjetivo miserable para quien pasó años en la cárcel por comunista y
opositor al régimen de Franco.

No acabó ahí el acoso: posteriormente, alguien intentó incendiar el almacén


que guarda, en un polígono industrial de Gernika, los miles de óleos,
esculturas y grabados que conforman el grueso de la obra del artista. "Mis
amigos vascos, convencidos de que lo mejor era hacer una fundación que se
encargara de acoger mi obra, dejaron caer la idea ante el Gobierno Vasco. Y
me dicen que sintieron que se cachondeaban de ellos", explica.

Y Melgar, cuya familia posee desde hace más de 300 años esta finca de 30
hectáreas en el término municipal de Muñogalindo, ofreció al artista el
terreno para levantar ahí esa fundación, que contará con edificios-museo que
contengan los fondos del pintor. La idea era que el artista, además, pintara las
rocas del entorno.

"Me enamoré de este lugar, de esta luz que cambia tanto a lo largo del día, de
la arenisca que cae del granito, del pasado celta de estos montes, de la
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historia de miles de años que albergan, porque a mí no me gusta partir de


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cero", dice.

Y en verano se puso a trabajar con el tesón y la disciplina propios del hijo de


obrero; con la ilusión de un niño de 10 años que pinta por primera vez un
caballo en un pedrusco. Mientras tanto, Melgar, y otros amigos de Ibarrola,
de distintas ideologías, han dado los primeros pasos para recaudar los seis
millones de euros que costará levantar la fundación.

Ya hay una veintena de piedras pintadas. A veces, a sus 75 años, este hombre
delgado, sencillo y simpático, se ha jugado el tipo subiéndose a la escalera a
fin de alcanzar la cúspide de una roca de más de cinco metros. En otras
ocasiones ha tenido que pintar en cuclillas o tumbado cerca de una
madriguera de conejos. Pero él se encoge de hombros cuando se le
mencionan las dificultades de trabajar al aire libre y compone una gran
sonrisa debajo de su chapela: "Nunca he sido un señorito. Y ahora tampoco.
No se trata sólo de pintar la roca. Sino de que con esa pintura, la roca ilumine
el resto del paisaje".

El viernes, Mari Luz empaquetaba las cosas. Miraba al cielo gris por si se
desplomaba una tormenta antes de salir de viaje. Hay también ciertos
trámites que cumplir; avisar, por ejemplo, a los escoltas que les protegen en
Vizcaya. Ibarrola, a pesar de esto, recuerda que se marchan no sólo por el
frío: "Yo soy vasco y necesito estar en mi tierra, soy muy perezoso para dejar
mi casa".

Porque el artista, en Ávila, echa de menos su tierra. Pero en su caserío echará


de menos otra cosa: "Allí tengo que luchar para conseguir una libertad que
permita crear. Aquí sólo lucho con la pintura. Por eso lo de allí me cansa
tanto y aquí estoy tan tranquilo". Llenan el coche de maletas, pero también de
bocetos, de dibujos e ideas esbozadas con las que Ibarrola trabajará en su
caserío. En primavera, las trasladará a las piedras de Ávila.

Melgar e Ibarrola dieron después el último paseo por el monte. El editor y


promotor de la fundación aseguraba que ya cuentan con instituciones
interesadas en aportar los seis millones de euros necesarios para ponerla en
marcha. Ibarrola le escucha, pero se para después para fijarse en unas setas:
"Tienen el mismo color que la piedra que las rodea", dice. Melgar le observa
después trepar a una roca para observar una perspectiva diferente del
paisaje. Su respeto por el artista sólo es comparable al agradecimiento de éste
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hacia el hombre capaz de cederle la finca de sus antepasados para que siga
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trabajando.

"No sólo es un gran artista", dice Melgar. "Es también un gran hombre.
Valiente. Porque él no buscó el problema en el País Vasco, sino que el
problema del nacionalismo y de ETA fue hacia él. Pero se mantuvo en su sitio.
No se ha rendido".

Y el mecenas se queda mirando con una admiración inacabable a este viejo


que sabe mantenerse vivo y firme. Tan firme y tan vivo como las rocas que
pinta.

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Agustín Ibarrola posa ante una de sus obras en la finca Garoza de Bracamonte, en Ávila.
CRISTÓBAL MANUEL AJ

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SOBRE LA FIRMA

Antonio Jiménez Barca


Es reportero de EL PAÍS y escritor. Fue corresponsal en París, Lisboa y São Paulo.
También subdirector de Fin de semana. Ha escrito dos novelas, 'Deudas
pendientes' (Premio Novela Negra de Gijón), y 'La botella del náufrago', y un libro de
no ficción ('Así fue la dictadura'), firmado junto a su compañero y amigo Pablo
Ordaz.

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