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Al llegar a la costa, echamos en el agua la negra embarcación, y tras izar el

mástil desplegamos las velas. Impulsaba la nave una brisa propicia, enviada
por Circe, la de las lindas trenzas, así que anduvimos a velas desplegadas
durante todo el día, hasta que el sol se puso, y arribamos al confín del océano,
de profunda corriente.

Entonces cavé un pozo con la espada y ofrecí libaciones a los muertos, con
leche y miel primero, después con vino y al final con agua. Acto seguido,
degollé por encima del pozo las reses que habíamos traído en nuestra nave.

Se acercaban causando un gran estrépito, mientras daban aullidos terroríficos:


al verlas, se adueñó de mi persona el pálido terror. Desenvainé la espada y me
senté, para impedirles a las almas de los muertos que se acercaran a beber la
sangre, antes de interrogar a Tiresias, el adivino ciego.

La sombra que primero se acercó fue la de Elpénor, nuestro compañero, que


yacía insepulto en la mansión de Circe. Al verlo, me cayeron unas lágrimas y le
hablé de este modo:

¿Cómo has llegado, Elpénor, a esta tierra sombría? ¿Llegaste a pie, antes que
nuestra nave?

Y Elpénor suspiró, diciendo estas palabras:

¡Odiseo, hijo de Laertes, del linaje de Zeus! La saña de algún dios y el exceso
de vino me han causado la ruina.

Así me dijo él, y yo le prometí hacer lo que pedía. Vino después la sombra de
mi madre, Anticlea, a la que dejé viva cuando partí hacia Troya.

Por fin se acercó el alma de Tiresias, empuñando su cetro. Al verme, me habló


así: —¡Odiseo, hijo de Laertes, del linaje de Zeus! ¡Ingenioso Odiseo!

” Así lo hice yo, y el adivino bebió con fruición la negra sangre. Cuando hubo
bebido, me dijo estas palabras:”—Odiseo, tú buscas el regreso, pero un dios te
lo impide: es Poseidón, que se irritó cuando cegaste al cíclope Polifemo, su
hijo. Allí se encontrarán unos rebaños de vacas y de ovejas, cuyo dueño es el
Sol, el que todo lo ve y todo lo escucha. Al llegar vengarás sus insolencias,
valiéndote de astucias o empuñando la espada. Cuando te hayas vengado, has
de tomar un remo y te irás tierra adentro, donde viven los hombres que no
saben lo que es el mar ni han visto nunca un barco, y que jamás probaron la
comida con sal. Si cumples todas mis indicaciones, te llegará la muerte en la
vejez, lejos del mar; y en Ítaca los ciudadanos vivirán felices. Todo lo que te he
dicho es la verdad.

” Así dijo Tiresias, y yo le contesté:

”—¡Tiresias! Esas cosas las han dispuesto así los mismos dioses. Pero ahora
respóndeme: allá está el alma de mi madre muerta, que se queda en silencio al
lado de la sangre, negándose a mirar a su hijo de frente y a conversar con él.
¿Qué debo hacer para que me conozca?

” Me respondió Tiresias: ”

—Es muy sencillo. Te lo explicaré: aquel de los difuntos a quien tú le permitas


acercarse a la sangre conversará contigo y te dará noticias. Y a los que se la
niegues, se alejarán sin más.

Diciendo estas palabras, y una vez concluidos sus oráculos, el alma de Tiresias
volvió al Hades. Me conoció inmediatamente y dijo, al tiempo que vertía
muchas lágrimas:”—¡Hijo mío! ¿Cómo llegaste aquí si todavía vives?
¿Regresas desde Troya, tras navegar sin rumbo durante mucho tiempo con tus
compañeros? ¿Aún no llegaste a Ítaca ni viste a tu mujer en el palacio? ” Y yo
le respondí de esta manera: ”—¡Madre mía! Fue la necesidad la que me trajo
hasta el Hades, a consultar el alma del tebano Tiresias. La patria no la he visto
desde que me embarqué, siguiendo a Agamenón, para luchar en Troya.
Háblame de mi padre y de mi hijo, y dime si conservan mi dignidad real.
Revélame también la voluntad y el pensamiento de mi esposa legítima.

Así dije, y mi madre respondió:”—¡Hijo mío! Tu trono no lo ha ocupado nadie.


Tu esposa continúa en el palacio, con ánimo paciente y angustiado. Telémaco
se ocupa de tus bienes y asiste a los banquetes a los que es convidado. Tu
padre permanece en el campo. En cuanto a mí, no fue una enfermedad ni las
flechas de Ártemis lo que me trajo al Hades, sino la soledad que sentía sin ti, y
el recuerdo de todos tus cuidados y la ternura con que me tratabas.
Así dijo mi madre, y luego quise abrazarme a su alma. Tres veces me acerqué,
tres veces se escurrió de entre mis dedos, como se va volando una sombra o
un sueño. Le dije estas palabras:

”—¡Madre mía! ¿Por qué huyes de mí cuando intento abrazarte? ¿Eres un


simulacro enviado por Perséfone para que se acrecienten mi llanto y mis
lamentos? ” A lo que respondió: ”—¡Hijo mío! ¡Ay de mí! No te engaña
Perséfone, sino que así les pasa a los mortales cuando les llega el trance de la
muerte: los nervios ya no pueden sujetar los huesos ni la carne, y todo lo
consume un fuego ardiente cuando la vida desampara al cuerpo.

Me quedé viendo cómo se alejaba mi madre, y pronto comenzaron a acercarse


otras almas de mujeres. Así fue como vi a Alcmena, la madre del gran
Hércules; y Ariadna, que ayudó a Teseo a matar al Minotauro.

Y cuando estas se fueron, se presentaron ante mí las almas de cuantos


combatieron en Troya junto a mí.

” Acto seguido, apareció la sombra del famoso héroe Aquiles, el de los pies
veloces, que se acercó a beber la negra sangre. Cuando me conoció, me dijo
estas palabras:”—Ingenioso Odiseo, ¿qué estás tramando ahora? ¿Cómo te
has atrevido a bajar hasta aquí, donde los muertos vagan como sombras? ” Así
me dijo, y yo le respondí:”—Aquiles, el mejor y el más valiente de todos los
aqueos, he venido hasta aquí para hablar con Tiresias y que me dé su oráculo,
pues no he vuelto a mi patria tras embarcar en Troya, y aún no se terminan mis
trabajos.

Y él me respondió:”—Odiseo, no intentes consolarme. Preferiría ser un labrador


al servicio de un hombre miserable, que apenas puede mantener su hacienda,
a mandar en el reino de los muertos.

A lo que contesté:”—No he tenido noticias de Peleo, tu padre; pero sí puedo


hablarte de tu hijo, Neoptólemo. Yo mismo lo llevé en mi cóncava nave desde
Esciro hasta el campamento aqueo.

Así le dije, y su alma se fue por la pradera subterránea, feliz por lo que le había
dicho de su hijo. ” Y luego vi al rey Minos, que juzga entre los muertos, quienes
en su presencia le exponen sus historias. Y vi después a Tántalo, el cual
crueles tormentos padecían, sumergido en un lago cuya agua le llegaba al
mentón: cada vez que el anciano intentaba beber, las aguas se esfumaban,
absorbidas por la tierra.

¡Ingenioso Odiseo, hijo de Laertes, del linaje de Zeus! Sin duda te persigue
algún hado funesto, como el que yo sufría mientras estaba vivo. Aunque era
hijo de Zeus, tuve que padecer males sin cuenta, puesto que estaba sometido
a un hombre muy inferior.

Así me dijo y luego volvió a hundirse en el Hades. Y yo habría conocido a los


hombres antiguos, a quienes quería ver, a Teseo82 y Pirítoo.

Volví enseguida al barco junto a mis compañeros, y soltamos amarras.


Presurosos, mis hombres batieron el oleaje con los remos, y partimos de allí,
con la ayuda de un viento favorable.

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