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El gigante enamorao

Fuente: Juanita Angulo


Natural del municipio de Guapi, Cauca
Edad: setenta y tres años
Oficio: folclorista

Este era un hombre casado con su mujer. Tuvieron dos hijos, un


hombre y una mujer, crecieron los muchachos en la selva; se mu-
rieron el papá y la mamá. El hermano tenía tres perros llamados
Sorbeviento, Arrancacadenas y Arrancadiablos. Él le decía a su her-
mana: aquí los voy a dejar; cuando vea que viene alguien, le echa los
perros, y cuando venga te voy a cantar pa’ que me abras la puerta. ¿Y
cómo es el cántico? Te voy a cantar:
¡Irene, Irene, Irene, abrime la puerta Irene, que soy tu que-
rido hermano; ay, que recún, cun, cun Irene, ay que recún, cun,
cun Irene!

Bueno, hermanito dijo Irene. El hermano abrió y se fue a traer la


papita, las cosas de la comida a su hermana. Había un gigante en
esa selva, enamorao de la muchacha; se puso a oír el canto, cuando
llegó, dijo:
¡Irene, Irene, Irene, abrime la puerta Irene que soy tu que-
rido hermano; ay que recún, cun, cun Irene, ay que recún, cun,
cun Irene!

Pero la voz de ese muchacho es bonita y yo hablo ronco, dijo el gi-


gante; ella de pronto no va a creer; cuando él se jue, le cantó:

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¡Irene, Irene, Irene, abrime la puerta Irene que soy tu que-
rido hermano; ay que recún, cun, cun Irene, ay que recún, cun,
cun Irene!

¡Ese no es mi hermano, mi hermano no canta así! Dijo el gigante:


¿qué hago? ¿Qué hago pa’ canta claro? Voy a llamar al conejo pa’
que cante claro; arreglaron el negocio y el conejo oyó cómo cantaba
el muchacho.
¡Irene, Irene, Irene, Irene abrime la puerta Irene que soy tu
querido hermano; ay que recún, cun, cun Irene, ay que recún, cun,
cun Irene!

Cuando se fue el hermano, al otro día iba el conejo:


¡Irene, Irene, Irene, Irene abrime la puerta Irene que soy tu
querido hermano; ay que recún, cun, cun Irene, ay que recún, cun,
cun Irene!

La muchacha praaan abre creyendo que era el hermano. El gigante,


prun, se metió. ¡Ay!, dice la hermana, ¿usted qué viene a hacer aquí?
Mi hermano me va a matar si lo ve. ¡Ay no, Dios mío, yo qué voy
a hacer ahora que venga mi hermano! El gigante se escondió antes
que llegara el hermano.
Cuando le canta, la hermana abre la puerta, el hermano dice: ¡her-
mana, siento algo que no me gusta! Un olor distinto al de nosotros.
¿Aquí hay alguien? No, hermano, aquí quién va a venir. ¿Quién canta
como usted? ¡Aquí hay alguien! Sáquelo que yo sé quién está aquí. Va
saliendo el gigante, se pusieron a conversar, le dice: cuidado, no se
vaya a meter con mi hermana porque yo aquí tengo unos perros. Le
dije a ella que cuando entrara alguien los soltara; no los quiso soltar,

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el problema es de ella. No hermano, tranquilo, él no va hacer nada, es
un hombre bueno. Se sentaron a comer.
Un día dice el gigante: ¿por qué no salimos a ver los árboles de
naranja que usted tiene? ¿Vamos a coger naranjas? Sí cuñado, vamos.
Le dice a la hermana: aquí dejo los tres perros sin amarrar, cuando
usted oiga que yo grito Sorbeviento, Arrancacadenas, Arrancadia-
blos, haga el favor y los suelta porque estoy en peligro. El gigante los
amarró, luego se fueron a coger las naranjas y él se echó tres huevos
en el bolsillo. El gigante dijo trépese. No cuñado, dice el cuñado,
trépese usted. Se trepó. Tire naranjas, tire naranjas.
Cuando iba a terminar de coger las naranjas empezó a echarle
hacha el gigante. Cuando el naranjo iba a caer, ruan, el muchacho
se pasaba al otro y el gigante al otro también, guape, guape, guape;
cuando él vio que le faltaban tres árboles empezó a llamar los perros:
¡Sorbeviento, Arrancacadenas, Arrancadiablos! La muchacha que-
dó profundamente dormida, la dejó dormida el gigante y él llame
esos perros, llame perro, llame perro, hasta que llegó al último árbol;
sam, sacó un huevo, paaas lo tiró, se formó un árbol y porolón, se
agarró. Cuando llamaba el muchacho esos perros querían romper la
pared, pero como estaban amarrados… Al último árbol tiró el últi-
mo huevo y se soltaron los perros, y fueron cogiendo a ese gigante
crun, crun, crun, crun, crun. Lo volvieron pedazos; ahí se despertó
la muchacha.
Hermano, ¿usted por qué hizo eso? ¿Por qué mató al gigante?
¿Por esto? ¿Por este otro? ¡Ay no hermano! La muchacha cogió un
huesito del gigante y se lo llevó, ella estaba queriendo a su gigante.
Lo metió debajo de la almohada; a media noche oía que cra, cra, cra,
cra, cra, cra, cra, cra. Cuando lo ve, pran, parado al gigante. Al otro
día que se levanta y dice: hermanita, ¿qué pasó con esto? Fue un

Cu e nto s pa r a do r m i r a I sa b e l l a 41
hueso que yo cogí, vea lo que se formó, el gigante vuelta.1 Pues her-
mana, usted se va que tener que quedar aquí sola, porque yo no voy
a vivir con ese. Yo no vivo más con el gigante, pensó en matarme, y
los perros lo acabaron.
Hermana, me da mucha pena, nosotros dos nos criamos juntos,
papá y mamá murieron, yo pensé que usted iba a encontrar una
suerte mejor, pues quédese con su gigante, yo me voy. Arregló sus
chécheres y partió con sus tres perros y la dejó con su gigante ena-
morao. Acabando, acabando, se acabó mi cuento, que sea mentira o
que sea verdad, el que lo sepa que lo vuelva a echar.

1 De nuevo.

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