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Un piso pequeño vacío salvo por unas cajas de

cartón amontonadas cerca de la entrada. Casi todas ellas


precintadas, salvo algunas abiertas que dejan ver en su
interior libros polvorientos y el hueco donde habrían de
ir más volúmenes. Se han sacado pronto. Están al lado
de un colchón que descansa sobre el suelo de madera,
apilados. Encima de ellos, unas gafas cuyos cristales
deberían ser limpiados y una taza con algo de café frío.
Al lado del colchón, en el suelo, una lámpara, una silla
con una sudadera colgando de ella y un cenicero. Las
paredes blancas y la luz de la mañana de invierno que
entra por las numerosas ventanas, cortada en algunos
casos por las persianas venecianas, le confieren a la
estancia de tamaño moderado una sensación de
amplitud. Un tocadiscos hace su trabajo; se está
reproduciendo un vinilo de Charlie Parker, pero no le
queda demasiado. Una mosca se posa en el pequeño
mueble que soporta el tocadiscos, pero alza el vuelo
enseguida. No hay puerta que separe la cocina del salón-
dormitorio, por lo que el olor a café proveniente de la
cocina se pelea por el protagonismo con el de tabaco
proveniente del otro lado de la sala. Le faltan dos
cigarros a un paquete de Fortuna. Dos manos sujetan
sendos cigarros mientras se consumen, una de las manos
con el índice y el corazón y la otra hace lo propio entre
el pulgar y el índice. Se oyen palabras. Se oyen risas. Un
cigarro acaba entre un par de labios y una inhalación
viene seguida de un torrente de dopamina. El olor a café
se va disipando. La mosca se escapa. El vinilo se
termina y el tabaco se consume. Hay dos hombres en la
ventana.

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