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Hace poco que estoy en Córdoba y me gustaría mucho vivir en una de las casas

que Filloy describe. Conocí un par de estas cuando, al llegar aquí, viví en casas
compartida y debo admitir ellas me trataron bien. Ahora se toma cuidado de mí un
departamento al octavo piso en la calle Caseros. Todo blanco a las paredes y
algarrobo por los muebles. Es pequeño, pero lo justo para que se parezca a una
mano que me recoge de este mundo. No tiene nada que yo pueda definir como
personal, faltan mis libros, mis cuadros, mi guitarra colgada a la pared, mi equipo
de música, y todo lo que constituyen los sedimentos de la vida de cada uno de
nosotros, todos los objetos, a veces fútil, que recolectamos al pasaje por el tiempo
y que lo describen en nuestro hogar. Así es, para los viajeros. Al abrirse, esta
mano, me ofrece una sala pequeña como para recorrerla en cinco pasos y medio.

Atrás de la puerta de entrada hay una ventana que da en un pozo todo blanco
entre las torres del edificio así que al mediodía la sala se llena de luz
deslumbrante. A la derecha de la ventana, un arco en la pared introduce a la
cocina, sencilla y chiquita pero un excelente laboratorio donde me gusta crear
sabrosas recetas, siendo italiano y de cultura meridional, me salen bien.

Por el lado opuesto a la puerta de entrada, al fondo a la derecha, se abre un


pasillo estrecho que introduce a la habitación. El dormitorio es sencillo pero con
parquet en el piso que le confiere un tono cálido y acogedor. Al centro, el colchón
al piso en espera que le diseñe un futón y al lado en una pared una ventana.

Al fondo del pasillo hay un balconcito, muy chiquito, pero lleno de plantas que dan
a la casa un toque de color y de vitalidad.

Pero allá, contra de esta pared chiquitita entre la cocina y el pasillo, hay un
mueble, como una ventana en el tiempo, como una dulce canción de la infancia.
Es un aparador de algarrobo, simple y modesto en su presencia. Pero es como el
que tenía mi abuela en su reino, la cocina. No importa que esto sea casi vacío,
pocos platos, una fuente, algunos vasos, un mate, tazas por el café y una
azucarera. Al mirarla se llena de recuerdos. Toman vida los aromas que salían de
aquella en casa de mi abuela. Cada cosa había su lugar en ella. Harinas, piñones,
pasa de uva, enebro, cúrcuma, y canela, clavos de olor, nueces moscada,
pimenta, y vainilla, chocolate y miel… …y me pierdo en el dulce recuerdo que era
estar allá con ella.

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