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Los óxidos metálicos (también conocidos como óxidos básicos) son compuestos
que se originan a partir de la combinación entre un metal y el oxígeno, con la
particularidad de estar unidos fundamentalmente por un enlace
denominado iónico. Por ejemplo: óxido cuproso, óxido cúprico, óxido de zinc.
Generalmente tienen la característica de ser sólidos y tener un punto
de fusión relativamente alto (precisamente esto es lo que les es típico y lo que
los diferencia de los óxidos no metálicos, que tienen uno bastante más bajo).
Los óxidos metálicos son habitualmente cristalinos y al menos
medianamente solubles en agua. Los óxidos metálicos son
buenos conductores del calor y la electricidad, y por eso es habitual que se los
utilice a esos propósitos.
En su composición, los óxidos metálicos son combinaciones binarias de un metal
con el oxígeno, con este último actuando con un número de oxidación -2. Por lo
tanto, es necesario tener en cuenta las valencias del metal que interviene en la
reacción junto con el oxígeno para tener noción de cuántos átomos del elemento
será necesario intercambiar por cada átomo de oxígeno.
Nomenclatura de los óxidos metálicos