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Mitos y Modas Del Derecho Penal Tras Algunos Años de Experiencia
Mitos y Modas Del Derecho Penal Tras Algunos Años de Experiencia
experiencia (1)
GONZALO QUINTERO OLIVARES
Catedrático de Derecho Penal
Universitat Rovira i Virgili
RESUMEN
ABSTRACT
These comments are intended only to show how many of the questions that have
worried in some moment to the experts in criminal law have lost importance or inter-
est over the years, which relativizes the true importance of them. The same has hap-
pened with ideas that were considered essential to understand the penal system. The
other part of the study is dedicated to highlighting issues whose interest can only be
(1) Este trabajo está dedicado a mis amigos los profesores de Derecho Penal de
la Facultad de Derecho de la Universidad de Salamanca, y fue allí parcialmente
expuesto el 21 de junio de 2019.
understood as a passing attraction, which after worrying the criminals for a time
disappear from the field of study. On the contrary, there are problems that seem des-
tined to endure without ever finding a solution.
Key Words: theory, proportionality, intent, system, culpability, imputation, legal
persons, pain.
creo que lo sea, pues solo pretende resumir, con denominaciones que
pueden ser exageradas o parecer injustas para con respetables pensa-
mientos, mi punto de vista sobre una serie de cuestiones penales. He
elegido esas etiquetas, como hubiera podido usar otros criterios clasi-
ficadores más amplios o reducidos. Tal vez haya quien estime frívolo
tildar de «moda» cualquier tema que tenga que ver con algo tan severo
como el derecho penal. Pero confío en que nadie haya de sentirse
ofendido, pues no creo que ninguna persona inteligente vea afectada
su sensibilidad profunda por la importancia que yo conceda a este o
aquel problema penal.
Por supuesto que cualquier penalista podría añadir los temas que,
en su opinión merecen también calificarse como moda o como mito, o
cuestionar los que yo sugiero. Igualmente, la selección de temas es un
tanto arbitraria, y podría ser incluso más amplia. Pero he creído sufi-
ciente una selección de muestras que pueden admitirse como signifi-
cativas.
Quien me dispense el honor de leer estas páginas observará, y,
acaso, lo censure, que nada de lo que se dice va acompañado de nota
alguna. La explicación es sencilla: por una parte, este no pretende ser
un trabajo académico, sino una especie de larga carta, dedicada a unos
amigos concretos, y, a la vez, dirigida a un número indeterminado de
posibles lectores. Ni a unos ni a otros les hablo con notas a pie de
página.
Por otra parte, y eso es también fácil de comprender, los temas que
indico los califico unas veces de modas y otras de mitos, y me tomo
esa libertad «literaria» sin con ello pretender decir que uno o muchos
colegas han dedicado su tiempo a estudiar o glosar mitos y modas,
cosa que también yo he hecho. Pero no quiero que nadie se sienta
ofendido por lo que, en el fondo, no deja de ser una reflexión sin espe-
ciales pretensiones que solo expresa un cierto desengaño de quien las
hace.
Hechas estas precisiones, que no me han de salvar de la censura,
lo sé, pasaré a exponer mis reflexiones.
2.2 L
a culpabilidad como juicio personal cristalizado
en un reproche que es la condena
a fin de que todos los elementos que componen la figura delictiva sean
coherentes con el fin de protección que ésta persigue.
Gracias a esa función, se dice, se hace visible el principio de ofen-
sividad, que sirve para descartar la tipicidad de comportamientos que
parecen corresponderse con la figura legal, pero que no dañan ni
ponen en peligro el bien jurídico, y, por lo tanto, la antijuridicidad
material desaparece por falta de ofensividad, pues este componente ha
de estar presente en todas las infracciones penales.
Así expuesta la cuestión, es fácil ponerse de acuerdo y aceptar el
planteamiento de la relación entre bien jurídico, tipicidad y ofensivi-
dad. La ofensividad podría llegar a considerarse, incluso, como una
exigencia de nivel constitucional, si se admitiera que todos los bienes
jurídicos han de tener acogida en la Constitución.
Sucede, no obstante, que el punto de partida –la función de protec-
ción de bienes jurídicos como legitimadora del derecho penal– es muy
discutible.
La afirmación habitual, que sostiene que el derecho penal está
condicionado por el principio de «exclusiva» protección de bienes
jurídicos, no es cierta, y, aun menos, que esa sea la vía de vinculación
con la Constitución, además de que, aunque se admita, es de muy
diferente intensidad (comparemos el homicidio con la tutela de las
denominaciones de origen, todo se puede enlazar con la Constitución,
pero es muy diferente el derecho fundamental a la vida a la necesidad
de tutela del mercado).
Cuestión diferente es que sea el principal criterio de orientación,
pero no olvidemos que el Código penal acoge delitos de pura omisión,
delitos de peligro abstracto, delitos que perfectamente pueden redu-
cirse a infracciones administrativas, actos preparatorios punibles, y,
finalmente, pero no en último lugar, delitos en los que el único sentido
se encuentra en la tutela de «sentimientos», objetivo que, a veces,
puede ser explicable, pero otras veces no es así.
Tantas dudas genera el supuesto principio que no ha de extrañar
que, al igual que sucedió con la culpabilidad, no se llegara nunca a
introducir en el Título preliminar la regla de que no hay delito «sin
lesión de bien jurídico» (pretensión que solo tuvo el Borrador de
Anteproyecto de Código penal de 1990). Como he dicho antes, la
tutela de bienes jurídicos topa con dos dificultades: la primera decidir
cuándo estamos en presencia de un bien jurídico. La segunda, hay que
reconocer que hay infracciones penales en las que no es posible ver
ese bien jurídico.
Así las cosas, todo parece conducir a una especie de renuncia a
ideas que, por mucho tiempo, nos habían parecido buenas y necesa-
3.5 L
a «organización criminal» y el «autoblanqueo», de fenó-
meno nuevo a acusación automática
No hay que esforzarse mucho para aceptar que, aunque parece que
la pasión se mitiga en los últimos tiempos, el tema de los programas
de funcionamiento corporativo o de «compliance» ha sido un autén-
tico nuevo campo de trabajo para penalistas (y no penalistas). Se ha
llegado a decir que las compliances marcan nada menos que el inicio
de una nueva época del derecho penal. Han aparecido empresas y des-
pachos especialistas en configurar programas de esa clase, al punto de
que se puede decir que el tema ha generado un sector de negocio.
Cuánto durará es otra cuestión.
El origen, aparentemente, se ubica en el Código penal por la
importancia que concede a la presencia de esos programas para que
las personas jurídicas puedan eludir su responsabilidad penal. Con
ello, a todas luces, se restringe el sentido que, por origen y función
empresarial, tienen en otras culturas jurídicas los programas de fun-
cionamiento corporativo, que van mucho más allá del tema de la res-
ponsabilidad penal de las empresas. Por eso, cuando califico al tema
de las compliance de «moda» me refiero exclusivamente a lo que se
supone que son para el derecho penal, y sin poner en duda la impor-
tancia que tienen los programas de cumplimiento normativo en el
mundo empresarial.
Volviendo al derecho penal hay que recordar que los programas no
irrumpen en un espacio vacío, pues son muchas las normas legales y
reglamentarias que disciplinan la actividad de las empresas, sin olvi-
dar que el deber de controlar a sus propios empleados y directivos,
deber que deriva del derecho societario. En segundo lugar, y para un
ámbito concreto, los programas impuestos desde el exterior de la
empresa a través de la normativa sobre higiene y seguridad en el tra-
bajo, u otros, como los de prevención del blanqueo de dinero o de la
financiación del terrorismo o de protección ambiental, y son solo
ejemplos, no precisan de un sistema de compliance.
El derecho español ha elevado a esos programas a la función de
barrera protectora frente a la posible declaración de responsabilidad
penal de la persona jurídica, lo cual es excesivo. A eso se añade el
defectuoso modo con que la Ley acoge su función, sin diferenciar ni
entre tamaño de empresas ni entre delitos dolosos o imprudentes.
Mientras tanto, conviene recordar que apenas contamos con pro-
nunciamientos judiciales que establezcan criterios sobre suficiencia
de los programas en relación con casos concretos. En cuanto al dere-
cho comparado, la situación no es mejor, en primer lugar, porque
muchos sistemas penales europeos desconocen la culpabilidad o
imputación de la persona jurídica por descontrol.
Por supuesto que es conveniente y deseable que las empresas se
doten de programas de funcionamiento que transmitan confianza a
terceros y a sus propios socios. Pero los problemas surgen cuando,
como hace el derecho español, se establece la conexión entre los pro-
gramas de cumplimiento corporativo y la posibilidad de declarar la
responsabilidad penal de las personas jurídicas, en un sistema, como
near una política criminal eficaz, que respete las funciones del derecho
penal, a fin de que no sea obligado calificar de «mito» a principios
como el de intervención mínima.
Si los penalistas reclamamos un paso atrás del derecho penal, y el
traslado de muchos temas a ámbitos de solución diferentes del dere-
cho penal, somos mirados como ingenuos que no saben lo que es la
responsabilidad del poder político.
No veo razones para tener esperanzas. Hace poco hemos tenido
elecciones legislativas. No pretendo decir (sería absurdo que lo
hiciera) que el problema penal ha de ser la primera cuestión que abor-
dar por los políticos, porque no lo es, y la preferencia la tienen otros
problemas. Pero el penal está entre los problemas importantes, como
lo demuestra el que no haya político español que en sus manifestacio-
nes públicas deje de mencionar, antes o después, un tema relacionado
con el derecho penal, por no hablar de la tentación de usar esos temas
como argumento político.
Pues bien, basta un rápido repaso a lo que se decía en los diferen-
tes programas electorales del pasado mes de abril de 2019 para cons-
tatar la frivolidad a la que me he referido antes. Veamos algunos
botones de muestra:
A) De la dureza de las penas en España, tema del que los pena-
listas hemos hablado hasta la saciedad, no trata ningún programa, con
excepción del presentado por el Partido Popular, que considera poca
esa dureza y postulaba la necesidad de aumentar el número de delitos
a castigar con prisión permanente.
B) De la lectura del programa socialista se desprende que nues-
tras urgencias penales están encabezadas por la necesidad de suprimir
la forma agravada de las coacciones cometidas por piquetes. A ren-
glón seguido, se quiere recuperar la jurisdicción universal para la
Audiencia Nacional, eso sí, sin cuestionar la exclusividad competen-
cial de la Audiencia Nacional, que es cuestionada ampliamente. Eso,
compartido por Podemos, se considera más urgente que el aumento de
órganos judiciales para reducir la insoportable duración de los proce-
sos penales, y, por supuesto que la valoración del volumen de nuestra
población penitenciaria.
C) Como mito he mencionado el principio de proporcionalidad,
y como exhibición de superficialidad hay que tomar lo que se dice en
el programa socialista sobre el objetivo de «fortalecer» no solo el
principio de proporcionalidad, tan invocado como inoperante, sino
también el principio de legalidad (¡). Esos principios de extienden
también a los «principios» de subsidiariedad y reinserción social.
que señalan las leyes penales de los demás Estados de la UE. A eso se
añade el desacuerdo sobre la clase de delitos que merecerían «no pres-
cribir», o tardar mucho en hacerlo, no puede consensuarse con clari-
dad, pues a muchos les parecería mejor que no prescribiera una
violación, o dar drogas a menores, o un atentado terrorista, que aplicar
la imprescriptibilidad al funcionario que metió la mano en los nego-
cios a su cargo. La solución «ecuánime» a la que se puede ir a parar es
que se alarguen todos los plazos, para así contentar a todos, y de ese
modo el populismo punitivo habrá marcado otro hito en su incesante
carrera en pos de la destrucción del derecho penal civilizado.
A buen seguro, quien lea estas páginas dirá que solo menciono las
«heridas» que perciben los penalistas, sin reparar en otras tanto o más
graves, que se ven en el funcionamiento de juzgados y tribunales – y
no solo la habitual mención a la lentitud – o en el sempiterno tiempo
de espera para que aparezca un nuevo Código procesal penal que, de
una vez, instaure el principio acusatorio.
No menos preocupación produce el modo en que sigue operando
la prisión provisional, cuya función y fines son cada vez más «teóri-
cos» pues su función real, en muchos casos, es la de pena impuesta sin
proceso, sin perjuicio de que muchas veces se pueda explicar por la
peligrosidad del sujeto o por el riesgo de fuga.
Pero también flota en el argumentario que la justifica la presión
social sobre el juzgador, que habrá de enfrentarse a seguras críticas si
no actúa «como se espera», de manera tal que tácitamente se le indica
al juez que debe o puede anticipar la respuesta penal al hecho, esto es,
comenzar a aplicar el castigo. El problema esencial es que falta por
declarar la culpabilidad, y, como corolario, ya que esa «pena mate-
rial» no es respuesta a la culpabilidad y tiene por qué participar de las
teorías sobre los fundamentos y fines de la pena que se consideran
acuñados para la pena en sentido estricto, y no material.
En esa misma línea de perversión de funciones es fácil observar
que en todos los frecuentes debates sobre medidas adecuadas para la
lucha contra la llamada inseguridad ciudadana, es frecuente la discu-
sión sobre la contribución de la prisión provisional a la seguridad ciu-
dadana, y en esa dirección se señalan como problemas la renuencia de
los jueces de instrucción a acordarla (al menos tanto como desearían
los medios), o la imposibilidad de imponerla a los sujetos acusados de
faltas, que integran una buena parte de la delincuencia menor profe-
sional.
Late, y eso es visible, un deseo de que la prisión provisional, como
posibilidad, ejerza funciones de prevención general, y, en relación con
el grupo de delincuentes «insidiosos», sea incluso la respuesta necesa-