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PONTIFICIA UNIVERSIDAD CATÓLICA DEL PERÚ

FACULTAD DE ARTES ESCÉNICAS


ESPECIALIDAD DE TEATRO
ACTUACIÓN 5: 2023-1

A BUEN FIN, NO HAY MAL PRINCIPIO


De William Shakespeare
Traducciones de José María Valverde y Pablo Ingberg
Revisión de Alberto Isola

DRAMATIS PERSONAE
EL REY DE FRANCIA
EL DUQUE DE FLORENCIA
BERTRÁN, conde de Rosellón
LAFEU, anciano noble
PAROLLES, del séquito de Bertrán
RINALDO, mayordomo de la condesa de Rosellón
LAVACHE, bufón de la condesa de Rosellón
NOBLE PRIMERO
NOBLE SEGUNDO
UN PAJE
LA CONDESA DE ROSELLÓN, madre de Bertrán
HELENA, doncella protegida por la Condesa
UNA VIUDA de Florencia
DIANA, hija de la viuda
VIOLANTE
MARIANA, vecinas y amigas de la viuda
NOBLES, OFICIALES, SOLDADOS franceses y florentinos

ESCENA: La acción en el Rosellón, en París, en Florencia y en Marsella

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PRIMER ACTO
ESCENA 1
ROSELLÓN. EN EL PALACIO DE LA CONDESA.
(ENTRAN BERTRÁN, EL JOVEN CONDE DE ROSELLÓN, SU MADRE, LA CONDESA,
HELENA, Y EL NOBLE LAFEU, TODOS DE NEGRO)
1. CONDESA: Al dejar marchar a mi hijo, entierro otro marido.
2. BERTRÁN: Y yo, señora, al marchar, lloro de nuevo la muerte de mi padre; pero debo
obedecer la orden de su majestad, de quien soy ahora pupilo, y siempre súbdito.
3. LAFEU: Encontrarás en el rey un marido, señora, y tú, señor, un padre.
4. CONDESA: ¿Qué esperanza hay de mejoría en su majestad?
5. LAFEU: Ha renunciado a sus médicos, señora.
6. CONDESA: Esta joven tuvo un padre (¡ah, qué triste término es ese “tuvo”!), cuya
destreza era casi tan grande como su honestidad. ¡Ojalá estuviera vivo, por el bien del
rey! Creo que hubiera sido la muerte de su enfermedad.
7. LAFEU: ¿Cómo se llamaba el hombre del que hablas, señora?
8. CONDESA: Gerardo de Narbona.
9. LAFEU: En efecto, señora, fue un célebre doctor. El rey habló de él hace muy poco con
admiración y sentimiento.
10. BERTRÁN: Señor, ¿de qué enfermedad sufre el rey?
11. LAFEU: De una fístula.
12. BERTRÁN: No lo había oído decir hasta ahora.
13. LAFEU: Ojalá no se supiera… ¿Esta joven es, entonces, hija de Gerardo de Narbona?
14. CONDESA: Su única hija, y él la confió a mi cuidado. Fundo en ella las buenas
esperanzas que promete su educación. Hereda dones que realzan sus cualidades.
15. LAFEU: Tus elogios, señora, le hacen verter lágrimas.
16. CONDESA: Basta de eso, Helena, vamos, basta. No sea que se piense que aparentas un
dolor más que sentirlo.
17. HELENA: Si manifiesto mi dolor, es porque lo siento.
18. BERTRÁN: Señora, imploro tu santas bendición.
19. CONDESA: Bertrán, bendito seas, sucede a tu padre tanto en tus actos como en tu
apariencia, y que tu bondad esté a la altura de tu nacimiento. Quiere a todos, fíate de
pocos, no hagas daño a ninguno. Sé hábil frente a tu enemigo y conserva a tu amigo
bajo la llave de tu propia vida. Que te reprendan por callar, pero que nunca te
censuren por hablar. Que el cielo te provea de todo aquello que quiera darte y lo que
mis oraciones le puedan arrancar. (A LAFEU) Es un cortesano sin experiencia.
Aconséjalo.
20. LAFEU: Mi aprecio por él será el mejor consejero.
21. CONDESA: Adiós, mi señor. Adiós, Bertrán.

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(SALE LA CONDESA)
22. BERTRÁN (A HELENA): Consuela a mi madre, tu señora, y cuídala mucho.
23. LAFEU: Adiós, virtuosa joven, conserva la fama de tu padre.
(SALEN)
24. HELENA: ¡Ah, si eso fuera todo! No pienso en mi padre. ¿Cómo era? Lo he olvidado. En
mi memoria no hay otro rostro que el de Bertrán. Estoy perdida, no hay vida si
Bertrán no está. Sería lo mismo que amara a un astro brillante y soñara con tenerlo
como esposo, tan por encima de mi está. Puedo disfrutar del resplandor de su luz,
pero jamás podría girar dentro de su órbita. La ambición de mi amor es para mí un
veneno: la humilde cierva que aspira al amor del león está condenada a morir sin
esperanza. Era un suplicio, pero un suplicio hermoso, verlo a todas horas del día,
sentarme a su lado, dibujar el arco de sus cejas, su mirada de halcón, los rizos de su
cabellera en el lienzo de mi corazón, un corazón demasiado susceptible a cada una de
las líneas, cada uno de los rasgos de su bello rostro. Pero ahora se ha ido, y mi fantasía
idólatra sólo puede adorar sus reliquias. ¿Quién viene aquí? (ENTRA PAROLLES) Es uno
de su séquito. Lo quiero a causa de su amo. Y, sin embargo, sé que es un notorio
mentiroso y un cobarde redomado. Sin embargo, esos defectos le sientan tan bien,
que es siempre acogido con simpatía.
25. PAROLLES: ¡Dios te guarde, hermosa reina!
26. HELENA: ¡Y a tí también, monarca!
27. PAROLLES: No soy ningún monarca.
28. HELENA: Ni yo reina.
29. PAROLLES: ¿Estabas meditando sobre la virginidad?
30. HELENA: SÍ. Permíteme hacerte una pregunta, aguerrido soldado: el hombre es
enemigo de la virginidad, ¿cómo podríamos atrincherarnos contra sus embates?
31. PAROLLES: Impidiendo que entre.
32. HELENA: Pero él insiste y nuestra virginidad, aunque valiente, es débil en la defensa.
Enséñanos alguna táctica bélica.
33. PAROLLES: No la hay. Cuando el hombre siembre minas en su territorio, las hará
estallar.
34. HELENA: Dios proteja a nuestra virginidad de minas y estallidos. ¿No hay táctica militar
alguna para que las vírgenes hagan estallar a los hombres?
35. PAROLLES: En la república de la naturaleza, no es buena política conservar la
virginidad. Toda virginidad que nace procede de una virginidad perdida. Hablar a favor
de la virginidad, es acusar a sus madres, lo cual es una severa falta de respeto. La
virginidad engendra más gusanos que el queso, se consume hasta los huesos y muere
alimentándose de sus propias entrañas. Es malhumorada, orgullosa, vana, hinchada
de amor propio. ¡Fuera con ella!
36. HELENA: ¿Y qué hay que hacer, señor, para perderla con gusto?
37. PAROLLES: Deja que reflexione… Es preciso amar a quien no la ama. La virginidad es
una mercancía que, almacenada, pierde su valor. Deshazte de ella, aprovecha del

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momento en que todavía vale. Eso dicho, marcho ahora a la corte. ¿Quieres algo de
ella?
38. HELENA: Allá, tu señor tendrá mil amores, una madre, una amante, una amiga, una
capitana, una diosa y una soberana: una consejera, una traidora y una amada. Y él… no
sé qué hará él. La corte es un lugar para aprender, y él es…
39. PAROLLES: ¿Qué?
40. HELENA: Es alguien a quien deseo lo mejor. Es una lástima…
41. PAROLLES: ¿Qué?
42. HELENA: Que los buenos deseos no tengan cuerpos que se puedan tocar… Si así fuera,
las que hemos nacido más pobres y con estrellas humildes que nos limitan a sólo
desear, podríamos mostrar como realidades lo que tan sólo son pensamientos.
(ENTRA UN PAJE)
43. PAJE: Monsieur Parolles, mi señor te llama.
(SALE)
44. PAROLLES: Adiós, mi pequeña Helena. Pensaré en ti en la corte, si te recuerdo.
45. HELENA: Monsieur Parolles, has nacido bajo una estrella propicia.
46. PAROLLES: Yo he nacido bajo el signo de Marte.
47. HELENA: ¿De Marte?
48. PAROLLES: Cuando se hallaba en su apogeo.
49. HELENA: Más bien, cuando estaba en retroceso.
50. PAROLLES: ¿Por qué decís eso?
51. HELENA: Porque siempre te colocas en la retaguardia durante la batalla…
52. PAROLLES: Es para sacar ventaja.
53. HELENA: También es para salir corriendo cuando el miedo aconseja la retirada.
54. PAROLLES: Tengo demasiadas ocupaciones para responderte como corresponde.
Volveré hecho un perfecto cortesano. Adiós, cuando se presente la ocasión, di tus
oraciones, Y cuando no, recuerda a tus amigos. Búscate un buen marido y trátalo
como te trate él. Adiós.
(SALE)
55. HELENA: Con frecuencia pedimos al cielo remedios que residen en nosotros mismos. El
destino celeste nos da plena libertad y sólo retrasa nuestros planes cuando somos
lentos en ejecutarlos. ¿Qué poder empuja a mi amor a que aspire tan alto? A menudo
la Naturaleza une a aquellos que separan las más grandes distancias, como si por sus
venas corriera la misma sangre, y los junta en un beso, sin reparar en diferencias. Las
empresas extraordinarias parecen imposibles a los que, midiendo las dificultades que
se oponen en su camino, deciden que lo que nunca ha sucedido nunca podrá suceder.
¿Qué mujer que se esforzó en mostrar su mérito perdió su amor? La enfermedad del
rey… Mis proyectos pueden traicionar a mis esperanzas, pero mi intención es firme y
no me abandonará.
(SALE)

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ESCENA 2
(PARÍS. EN EL PALACIO REAL. TOQUE DE TROMPETAS. ENTRA EL REY DE FRANCIA, CON
CARTAS, Y SÉQUITO)
56. REY: Los florentinos y los sieneses continúan una guerra feroz.
57. NOBLE PRIMERO: Esa guerra podría servir muy bien de escuela para nuestros jóvenes
de la nobleza, que están ansiosos de combatir y triunfar.
58. REY: ¿Quién viene aquí?
(ENTRÁN BELTRÁN, LAFEU Y PAROLLES)
59. NOBLE PRIMERO: Es el conde de Rosellón, mi buen señor, el joven Bertrán.
60. REY: Muchacho, tienes el rostro de tu padre. Ojalá heredes también sus cualidades
morales Bienvenido a París.
61. BERTRÁN: Mi reconocimiento y mi deber están a las órdenes de su majestad.
62. REY: Ojalá conservase aún el vigor que poseía cuando tu padre y yo, unidos por una
estrecha amistad, emprendimos nuestras primeras lides militares. Él era un guerrero
consumado, discípulo de los más valientes. Resistió mucho tiempo, pero la maldita
vejez cayó sobre nosotros y nos dejó fuera de combate. Un hombre semejante debía
servir de modelo a la juventud de nuestra época. Comparando, es fácil constatar que
hemos retrocedido.
63. BERTRÁN: Señor, su epitafio no proclama su buena fama tanto como tus palabras
soberanas.
64. REY: ¡Ojalá pudiera estar con él! Él siempre decía (me parece oírlo ahora): “Que se me
conceda la gracia de morir, sólo cuando se haya extinguido el aceite de mi lámpara,
para no convertirme así en pabilo quemado para espíritus más jóvenes, que desdeñan
todo lo que no es nuevo y cuya constancia expira antes de que cambie la moda.” Tal
era su deseo y tal es mío después de él. Puesto que ya no aporto a la colmena ni cera
ni miel, quisiera abandonar rápidamente mi puesto para cederlo a otras abejas
industriosas.
65. NOBLE SEGUNDO: Señor, eres amado, y los indiferentes serán los primeros en llorarte.
66. REY: ¿Cuánto tiempo hace, conde, que murió el médico de tu padre? Tenía mucha
fama.
67. BERTRÁN: Unos seis meses, mi señor.
68. REY: Si aún viviera, recurriría a él. Dame el brazo. Los demás médicos me han agotado
con diversos tratamientos. Bienvenido, Conde, mi hijo no me es más querido que tú.
69. BERTRÁN: Muchas gracias, Majestad.

ESCENA 3
(ROSELLÓN. EN EL PALACIO DE LA CONDESA. ENTRAN LA CONDESA, RINALDO EL
MAYORDOMO Y LAVACHE EL BUFÓN)

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70. CONDESA: Ahora oiré lo que cuentas de esa joven. (AL BUFÓN) ¿Qué haces aquí,
bribón? Vete, sinvergüenza. No creo todas las quejas que he oído sobre ti, pero sé
eres capaz de hacer eso y más.
71. BUFÓN: Soy un pobre hombre, señora, bien lo sabes.
72. CONDESA: Bueno, señor…
73. BUFÓN: No, señora, no es bueno que yo sea pobre, aunque muchos de los ricos estén
en el infierno. Pero si vuestra señoría quiere darme permiso para casarme, Isabel y yo
nos esmeraremos en ser un matrimonio de bien.
74. CONDESA: Dime por qué motivo te quieres casar.
75. BUFÓN: Mi pobre cuerpo es el que lo desea, señora. Me siento atraído por la carne, y
es mejor dejarse llevar cuando el diablo tira de uno.
76. CONDESA: ¿Esa es tu única razón?
77. BUFÓN: A fe, señora, tengo otras santas razones, pues santas son.
78. CONDESA: ¿Podrían saberse?
79. BUFÓN: Señora, he sido una criatura pecadora, como lo eres tú y toda criatura de
carne y sangre y, por ello, me caso para arrepentirme.
80. CONDESA: Te arrepentirás de tu matrimonio antes que de tus pecados.
81. BUFÓN: No tengo amigos, señora, y espero obtenerlos gracias a mi mujer.
82. CONDESA: Esos amigos serían tus enemigos, necio.
83. BUFÓN: Señora, te equivocas. Semejantes amigos son los mejores que uno puede
tener, pues ellos vendrían a hacer por mí la tarea que me tiene agotado. Quien cultive
mi campo, dejará reposar a mis bueyes y me dejará quedarme con la cosecha. El que
trata bien a mi mujer, cuida mi carne y mi sangre, y el que cuida mi carne y mi sangre,
ama mi carne y mi sangre y es mi amigo, por lo tanto, el que corteja a mi mujer es mi
amigo. Si los hombres se contentaran con lo que son, nada habría que temer del
matrimonio.
84. CONDESA: ¿Siempre serás un bribón boca sucia y calumniador?
85. BUFÓN: Yo soy un profeta, señora, y digo la verdad del modo más directo.
86. CONDESA: Márchese, señor, no quiero hablar más con vos.
87. MAYORDOMO: Señora, ten la bondad de decirle que llame a Helena, pues de ella te
quiero hablar.
88. CONDESA: Bribón, dile a Helena que quiero hablar con ella.
89. BUFÓN (CANTA): “¿Fue esa linda cara la causa
de que los griegos destruyesen Troya?
Tontería fue, sólo tontería.”
90. CONDESA: ¿Quieres marcharte, villano, y hacer lo que te ordeno?
91. BUFÓN: Me voy, a fe, el asunto es que Helena venga aquí.
(SALE EL BUFÓN)
92. CONDESA: Bueno, ¿y entonces?
93. MAYORDOMO: Señora, sé que quieres mucho a tu protegida.

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94. CONDESA: Así es. Su padre me la encomendó y ella misma, sin otro motivo, puede
tener derecho legítimo a tanto cariño como el que le doy. Se le debe más de lo que se
le paga, y se le paga más de lo que pide.
95. MAYORDOMO: Señora, hace poco estuve más cerca de ella de lo que creo que ella
deseaba. Estaba sola y comunicaba sus palabras a sus propios oídos, pensando, lo
juraría, que no llegarían a los de otra persona. El tema de su conversación era su amor
por tu hijo. He creído de mi deber advertírtelo sin perder tiempo, puesto que, si
ocurriera alguna desgracia, te conviene saberlo.
96. CONDESA: Guarda ese secreto para ti mismo. Algo sospechaba yo por ciertas señales,
pero, al sopesarlas, la balanza era tan poco exacta, que más me inclinaba a dudar que
a creer. Te agradezco por tu leal solicitud. Pronto hablaremos más del asunto.
(SALE EL MAYORDOMO. ENTRA HELENA)
97. CONDESA: Igual me sucedió a mí de joven. La Naturaleza ha querido que sea este
nuestro patrimonio. Es la espina inseparable de la rosa de la juventud. Criaturas de
sangre, lo llevamos en la sangre. La Naturaleza se manifiesta, se imprime en nosotras,
obligando a nuestra juventud a sentir la invencible pasión del amor. Basta que
recordemos nuestros días pasados para recordar idénticos errores, aunque en ese
entonces no lo fueran para nosotras… Su mirada traiciona sus sentimientos. Lo puedo
notar.
(ENTRA HELENA)
98. HELENA: ¿Qué deseas, señora?
99. CONDESA: Ya sabes, Helena, que soy una madre para ti.
100. HELENA: ¡Eres mi honorable ama!
101. CONDESA: No, una madre. ¿Por qué no una madre? Cuando dije “una madre”, me
pareció que veías una serpiente. ¿Qué hay en el nombre de madre que te hace
estremecer así? Lo repito, soy tu madre, y te cuento como si te hubiera llevado en mi
vientre. Muchas veces la adopción rivaliza en ternura con la Naturaleza, y nuestra
facultad de elegir engendra en nosotros un brote familiar de una semilla extraña. No
me has hecho sufrir los dolores de la maternidad, y, sin embargo, siento por ti una
ternura materna. ¿Se te hiela la sangre al oírme decir que soy tu madre? ¿Por qué ese
mensajero destemplado, ese iris de múltiples colores, que son las lágrimas, aparece en
torno de tus ojos? ¿Es porque te he llamado “hija”?
102. HELENA: Es porque no lo soy.
103. CONDESA: Y yo te repito que soy tu madre.
104. HELENA: Perdona, señora, el Conde de Rosellón no puede ser mi hermano. Mi
origen es demasiado humilde y el suyo demasiado glorioso. Mis padres no tuvieron
rango, los suyos son todos nobles. Es mi amo, mi querido señor, y yo debo vivir como
su servidora y moriré como tal. No puede ser mi hermano.
105. CONDESA: ¿Ni yo tu madre?

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106. HELENA: Eres mi madre, señora. Ojalá fueras realmente mi madre, con tal de que
mi señor, tu hijo, no fuera mi hermano. O que fueras la madre de los dos, con tal de
que, como le pido al cielo, no sea yo su hermana. ¿No habría posibilidad de que fuera
yo tu hija sin ser él mi hermano?
107. CONDESA: Sí, Helena, podrías ser mi hija… gracias a él. Esas palabras, “madre”,
“hija” te causan gran impresión. ¡Cómo! ¿Palideces de nuevo? Mis sospechas han
sorprendido los secretos de tu corazón. Ahora adivino el misterio de tu soledad y cuál
es la fuente de tus saladas lágrimas. Ahora está claro: amas a mi hijo, no puedes, sin
ruborizarte, disimular tu pasión y afirmar lo contrario. Dime, pues, la verdad,
confiésame tu amor. Porque, mira, tus mejillas se lo confiesan la una a la otra, y tus
ojos lo ven tan claramente en tu actitud, que lo dicen a su manera. Sólo una
obstinación culpable e infernal retiene tu lengua, el miedo de que sospeche la verdad.
Habla. ¿Es cierto? Si lo es, has enredado una buena madeja; si no es así, júralo. Te
ordeno que me respondas con franqueza, dime la verdad para que el cielo me inspire
sobre la manera de ayudarte.
108. HELENA: Buena señora, perdóname.
109. CONDESA: ¿Amas a mi hijo?
110. HELENA: Perdón, noble ama.
111. CONDESA: ¿Amas a mi hijo?
112. HELENA: ¿No lo amas tú, señora?
113. CONDESA: No des rodeos. Mi amor lleva en sí un vínculo que todo el mundo
conoce. Vamos, ábreme tu corazón. Tu emoción te traiciona.
114. HELENA: Entonces, confieso aquí, de rodillas, en presencia del cielo y tuya, que
amo a tu hijo más que te amo a ti y casi tanto como amo al cielo. Mis padres eran
pobres, pero honrados; y así es mi amor. No te ofendas por ello. Mi ternura no puede
causarle ningún daño. No me guía ninguna ambición. No quiero obtener su amor antes
de haberlo merecido, pero no sé cómo llegar a merecerlo. Sé que lo amo en vano y
lucho contra mis esperanzas, pero sigo vertiendo las aguas de mi amor en un
recipiente lleno de agujeros, sin pensar en que he de perderlas. Queridísima señora,
que tu odio no salga al encuentro de mi amor, porque amo lo que tú amas. Si tú
misma, cuya edad venerable testimonia una juventud virtuosa, alguna vez, te
encendiste en una llama tan pura, tan casta, tan tierna, que fuiste a la vez Diana y
Venus, ten compasión entonces de una infeliz, cuyo único recurso está en dar o en
prestar allí donde está segura de perder, reducida a no encontrar jamás lo que busca y
que, semejante a un enigma, vive dulcemente donde muere.
115. CONDESA: ¿No tenías hace poco la intención de ir a París?
116. HELENA: Sí, señora.
117. CONDESA: ¿Para qué? Di la verdad.
118. HELENA: La diré, lo juro por la gracia del cielo. Ya sabes que mi padre me dejó
ciertas recetas de efectos probados y extraordinarios, que sus lecturas y experiencia
probada le habían indicado que eran infalibles. Me encomendó que las conservara con

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cuidado, como prescripciones que encerraban insospechables virtudes. Entre ellas hay
un remedio, probado y escrito, para curar la desesperada enfermedad por la que se ha
desahuciado al rey.
119. CONDESA: ¿Ese era el motivo que te impulsaba a ir a París? Respóndeme.
120. HELENA: Mi señor, tu hijo, fue quien me hizo pensar en ello. De otro modo, París,
la medicina, el rey, jamás hubieran acudido a mi pensamiento.
121. CONDESA: Pero, crees, Helena, que, si le propones tu pretendida ayuda al Rey, ¿él
la aceptaría? Él piensa, como sus médicos, que no pueden salvarlo, y ellos, por su
parte, están persuadidos de que nada puede intentarse en su favor. ¿Cómo esperas
que confíen en una muchacha pobre sin estudios, cuando la facultad, agotados sus
recursos, ha abandonado la lucha contra la enfermedad?
122. HELENA: Tengo un presentimiento, más fuerte que la ciencia de mi padre, que era
el primero en su profesión, de que su receta infalible será para mí una herencia
santificada por las más afortunadas estrellas del cielo. Si tu honor me da permiso para
probar éxito, yo me comprometería, con peligro de mi existencia, a salvar a su
majestad en el día y la hora convenidos.
123. CONDESA: ¿Tú lo crees?
124. HELENA: Sí, señora, estoy segura.
125. CONDESA: Muy bien, Helena, tienes mi consentimiento, mi afecto, mi bolsa, las
personas de mi séquito te recomendarán a mis amistades en la corte. Yo me quedaré
aquí y rogaré a Dios para que bendiga tu empresa. Parte mañana, convencida de que
haré por ti cuanto esté en mi poder.

SEGUNDO ACTO
ESCENA 1
(PARÍS. APOSENTO DEL PALACIO DEL REY.
TROMPETERÍA. ENTRAN EL REY CON ALGUNOS SEÑORES JÓVENES, QUE VAN A
DESPEDIRSE Y PARTIR PARA LA GUERRA FLORENTINA.
BERTRÁN, PAROLLES Y SÉQUITO)
126. REY: Adiós, jóvenes señores. No olviden nunca estos principios bélicos.
127. SEÑOR I: Nuestra esperanza es, señor, volver y hallar a su majestad en perfecta
salud, tras haber aprendido el arte de la guerra.
128. REY: Viva o muera, sean hijos dignos de los valientes franceses; que la Altiva Italia
vea que ustedes no van a cortejar la gloria, sino a desposarse con ella. Adiós.
129. SEÑOR II: ¡Que la salud se ponga a las órdenes de su majestad!
130. REY: Mucho cuidado con las italianas. Dicen que los franceses no son capaces de
rechazar lo que ellas les piden. Procuren no ser cautivos antes de ir a la batalla.
131. LOS DOS SEÑORES: Nuestros corazones no olvidarán tus consejos.

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132. EL REY: Adiós. Ayúdenme.
(SALE ACOMPAÑADO)
133. SEÑOR I: ¡Oh, mi querido señor! ¡Qué lástima que te quedes aquí, marchándonos
nosotros!
134. PAROLLES: No es por decisión suya.
135. SEÑOR I: ¡Oh, son soberbias campañas!
136. PAROLLES: ¡Admirables! Yo he visto esas guerras.
137. BERTRÁN: Me ordenan quedarme aquí. No cesan de murmurar en mis oídos: “Eres
demasiado joven. El año que viene; es todavía demasiado temprano.”
138. PAROLLES: Si tanto lo deseas, parte, sin pedir permiso.
139. BERTRÁN: Me dejan aquí como un potro ocioso que por gusto se impacienta
golpeando sonoramente el pavimento. Mientras tanto, los demás cosechan toda la
gloria, y yo tengo una espada sólo para bailar con ella. ¡Por el cielo! Lo mejor será irme
en secreto.
140. SEÑOR I: Será una fuga honrosa.
141. PAROLLES: Conde, no vaciles.
142. SEÑOR II: Si quieres, seré tu cómplice. Con que, ¡adiós!
143. BERTRÁN: Me he vuelto parte de ustedes, y nuestra separación es como si me
arrancaran una parte del cuerpo.
144. SEÑOR I: Adiós, capitán.
145. SEÑOR II: Estimado Monsieur Parolles…
146. PAROLLES: Nobles héroes, mi espada y las suyas son hermanas. El mismo
centelleo, el mismo resplandor; en una palabra, el mismo temple. Encontrarán en el
regimiento a cierto capitán llamado Espurio, que tiene una cicatriz en la mejilla
izquierda. Pues bien, fue esta espada quien le dejó ese regalo de guerra. Díganle que
aún vivo, y fíjense bien en lo que él diga de mí.
147. SEÑOR II: Lo haremos, noble capitán.
(SALEN LOS SEÑORES)
148. PAROLLES: ¡Hijos mimados de Marte, Dios los proteja! Y tú, ¿qué vas a hacer?
149. BERTRÁN: Calla. El rey…
(VUELVE A ENTRAR EL REY. SALEN BERTRÁN Y PAROLLES. ENTRA LAFEU)
150. LAFEU (ARRODILLÁNDOSE): Perdóname, señor, por el mensaje que te traigo.
151. REY: Antes quiero verte levantado.
152. LAFEU: Pues ves en pie a un hombre que ha comprado su perdón. Mi honorable
señor. ¿Quieres sanar de tu enfermedad?
153. REY: No.
154. LAFEU: He encontrado a una médica, capaz de infundir vida a las piedras, de
animar una roca y de hacerte bailar con fuego y precipitación, cuyo simple contacto
tendría poder para resucitar al rey Pepino, hacer tomar la pluma al grande Carlomagno
y escribirle con ella versos de amor.
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155. REY: ¿Quién es esa mujer?
156. LAFEU: La doctora Ella. Acaba de llegar, señor; consiente en recibirla. Lo juro por
mi fe y por mi honor, acabo de hablar con una persona cuyo sexo, edad, palabras,
discreción y firmeza me han desconcertado más de lo que me atrevo a confesar.
¿Quieres verla para lo que ella solicita, y conocer el asunto que la trae aquí?
157. REY: Está bien, mi buen Lafeu, preséntame el objeto de tu admiración para que la
comparta contigo o la disipe, admirándome de tu propia torpeza.
158. LAFEU: No; quedarás convencido antes de acabar el día.
(SALE)
159. REY: La especialidad de este hombre son los prólogos breves para no expresar
nada.
(VUELVE A ENTRAR LAFEU, ACOMPAÑANDO A HELENA)
160. LAFEU: Acércate, pues.
161. REY: Verdaderamente, su prisa tenía alas.
162. LAFEU: Ven, aquí tienes a su majestad. Explícate. Nada huelo en ti de conspiración.
Adiós.
(SALE)
163. REY: Vamos a ver, bella joven, ¿soy yo a quién quieres hablar?
164. HELENA: Sí, mi buen señor. Mi padre fue Gerardo de Narbona, muy famoso en su
profesión.
165. REY: Lo conocí.
166. HELENA: No voy a detenerme en hacer su elogio, puesto que lo conociste. En su
lecho de muerte me legó varias recetas. Sobre todo, una que me encargó conservar
como su predilecta, fruto preciosísimo de su larga experiencia. Habiendo sabido que
su majestad está atacado de la dolencia que puede eficazmente combatir el remedio
especial que mi padre me dejó, vengo con toda humildad a ofrecerlo junto con mis
servicios.
167. REY: Gracias, muchacha; pero no confío en la curación que me anuncias. Sobre
todo cuando nuestros más eminentes doctores nos abandonan; cuando la facultad
unánime ha declarado que nada puede contra un mal incurable. No puedo dejarme
extraviar por una loca ilusión, admitiendo un recurso insensato, después de que todas
las tentativas pasadas han sido, a mi modo de ver, inútiles.
168. HELENA: Entonces, no insistiré en que aceptes lo que te proponía, pero te suplico
con toda humildad que te dignes disponer que me restituyan a los lugares de donde
he venido.
169. REY: Nada menos puedo concederte, sin pasar por ingrato. Tenías la intención de
aliviarme. Yo te lo agradezco, como un moribundo a los que desean que viva.
170. HELENA: Ya que has renunciado a todos los remedios, ¿qué inconveniente puede
haber en que yo ensaye el mío? Grandes inundaciones han brotado de sencillas

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fuentes y grandes mares se han secado, cuando los más poderosos no creían en
milagros.
171. REY: No debo escucharte. Adiós, amable muchacha. No habiendo sido utilizados
tus servicios corre el gasto de tu cuenta. Ofertas que se rehúsan sólo reciben las
gracias como salario.
172. HELENA: Venerado señor, da tu consentimiento a mis esfuerzos. Pon a prueba, no
a mí, sino al cielo. No soy una impostora que pretende cumplir acciones que estén por
encima de lo que puede hacer. Tengo la certeza, créelo, de que mi arte no carece de
poder y de que tu enfermedad tiene remedio.
173. REY: ¿Tanta seguridad tienes? ¿En cuánto tiempo confías curarme?
174. HELENA: Antes que los corceles del sol hayan hecho recorrer a la antorcha de
fuego dos veces su círculo diurno; antes de que el reloj de arena del piloto haya
contado veinticuatro veces cómo pasan los minutos como ladrones, todo lo que hay
en ti de enfermo se separará de la porción sana, volverá la salud a tomar su curso
ordinario, y habrá desaparecido la dolencia.
175. REY: Sobre tu convicción y confianza, ¿qué arriesgas en garantía?
176. HELENA: Ser acusada de impudente, ver mi deshonra divulgada por las calles y
anunciadas en infamantes coplas. Exponer mi reputación de virgen y arriesgar que mi
vida termine con las torturas más viles.
177. REY: Se diría que un espíritu sacrosanto habla por tu boca, y se me figura oír su
poderosa voz dentro de tu débil organismo. Lo que parece imposible al sentido
común, se convierte en razonable en ti. Tu vida es preciosa, pues en ti se contiene
todo lo que vale la pena de vivir: juventud, hermosura, sabiduría, valor, virtud.
Arriesgar todos esos bienes, es indicio de ciencia consumada o de una monstruosa
ambición. Querida doctora, pondré en práctica cuanto me prescribas. Si muero, tus
propios remedios te causarán la muerte.
178. HELENA: Si rebaso el tiempo fijado y no te cumplo lo prometido, hazme morir sin
compasión, pues merecido lo tendré. Si no te curo, la muerte será mi salario; pero si te
salvo, ¿qué me prometes?
179. REY: Pide lo que quieras.
180. HELENA: ¿Y me lo concederás?
181. REY: Sí; por mi cetro y por mis esperanzas de salvación.
182. HELENA. Entonces, me darás con tu real mano por esposo a aquel de tus vasallos
que yo pueda escoger y que sin escrúpulos puedas tú otorgarme.
183. REY: He aquí mi mano: cumple tu promesa; yo satisfaré tu voluntad. Elige tú el
momento; me abandono enteramente a tu dirección. Quizás debería interrogarte aún;
pero, en último resultado, lo que de ti pueda saber no añadiría a la confianza que he
puesto en ti. Debería interrogarte para saber de dónde vienes y quien te ha conducido
aquí… Pero bienvenida seas; te acepto sin reserva.
(LLAMANDO A SUS SERVIDORES)

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184. REY: ¡Vengan a ayudarme, eh…! Si cumples lo prometido, lo que yo haga por ti
igualará lo que tú hayas hecho por mí.
(TROMPETERÍA. SALEN)
ESCENA 2
(EL ROSELLÓN. APOSENTO EN EL PALACIO DE LA CONDESA. ENTRAN LA CONDESA Y EL
BUFÓN)
185. CONDESA: Vamos, señor, quiero probar ahora tus conocimientos sobre el arte de
vivir.
186. BUFÓN: Verás que estoy muy bien alimentado y muy mal educado.
Indudablemente, sólo he nacido para la corte.
187. CONDESA: ¡La corte!¡Nada menos que la corte!
188. BUFÓN: La verdad, señora, si Dios le ha concedido a uno buenas maneras, puede
arreglárselas muy bien en la corte. Allí, quien no sabe ser gallardo y doblar las piernas
en reverencia, quitarse el sombrero, besar la mano sin decir palabra, no tiene piernas,
ni mano, ni boca ni sombrero; y un individuo semejante, seamos francos, no tiene
nada que hacer en la corte. Pero, en lo que a mí se refiere, tengo una respuesta que
puede servir para todas las ocasiones.
189. CONDESA: A fe que será una óptima respuesta aquella que logre satisfacer a todas
las preguntas.
190. BUFÓN: Es como la silla del barbero, que se acomoda a todas las nalgas: a las en
punta, a las redondas, a las carnosas o a cualesquiera otras nalgas.
191. CONDESA: Debe ser una respuesta inmensamente larga para que se adapte a todas
las preguntas.
192. BUFÓN: Pregúntame si soy un cortesano, y lo verás.
193. CONDESA: Si pudiera ser joven otra vez… Jugaré a ser una tonta que pregunta con
la esperanza de ser más sabia con tu respuesta. Señor, dime, ¿eres cortesano?
194. BUFÓN: “¡Válgame, Dios!” Recurso muy sencillo para salir del apuro.
195. CONDESA: Señor, soy uno de tus amigos, que te ama sinceramente.
196. BUFON: “¡Válgame Dios!” ¡De prisa, de prisa, no me dejes respirar!
197. CONDESA: Pienso, señor, en que no puedes comer un manjar tan común.
198. BUFÓN: “¡Válgame Dios!” Sigue, sigue.
199. CONDESA: No hace mucho tiempo, señor, fuiste azotado, según me han dicho.
200. BUFÓN: “¡Válgame Dios!” ¡No me perdones!
201. CONDESA: Verdaderamente tu “¡Válgame Dios!” es una respuesta muy oportuna.
202. BUFÓN: Jamás en mi vida me ha ido mal diciendo “¡Válgame Dios!”
203. CONDESA: ¡Bello entendimiento derrochar el tiempo tan alegremente con un loco!
204. BUFON: “¡Válgame Dios, cielos!” ¿Ves cómo sirve para toda ocasión?
205. CONDESA: Acabemos ya, señor. A nuestro asunto. Remite esta carta a Helena y
dile que conteste inmediatamente. Mis recuerdos a todos mis conocidos y a mi hijo

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206. BUFÓN: Con muchísimo gusto. Estaré en la Corte aun antes de que lleguen mis
piernas.
207. CONDESA: Asegúrate de volver con la misma prisa.

ESCENA 3
(PARÍS. APOSENTO EN EL PALACIO DEL REY.
ENTRAN BERTRÁN, LAFEU Y PAROLLES)
208. PAROLLES: Es el fenómeno más grande de estupefacción de nuestros últimos
tiempos.
209. BERTRÁN: Ciertamente.
210. LAFEU: Después de haber sido desahuciado por todos los médicos…
211. PAROLLES: ¡Digo yo!
212. LAFEU: A quien nada podía ya salvar…
213. PAROLLES: ¡Digo yo!
214. LAFEU: Una vida insegura y una muerte segura.
215. PAROLLES: Eso mismo. Lo que iba a decir yo.
216. LAFEU: Puedo afirmar, sin mentir, que es verdaderamente cosa nueva en el
mundo.
217. PAROLLES: Es lo que quería decir yo; has hablado divinamente. Aquí tenemos al
rey.
(ENTRAN EL REY, HELENA Y ACOMPAÑAMIENTO)
218. REY: Vayan a llamar a todos los señores de la corte.
(SALE UNO DE SU SÉQUITO)
219. REY (A HELENA): Sanadora mía, siéntate junto a tu paciente, y recibe por segunda
vez la confirmación de mi promesa de esta mano rejuvenecida a la cual has restituido
movimiento y vida. Estoy dispuesto a concederte la merced deseada por ti, y sólo
aguardo a que me indiques el elegido.
(ENTRAN TRES O CUATRO MÁS SEÑORES)
220. REY: Bella joven, pasea los ojos en torno tuyo. Puedo disponer de todos estos
jóvenes solteros, sobre los cuales tengo derecho de soberano y padre. Elige
libremente, tienes facultad de escoger, sin que ellos tengan la de rehusar.
221. HELENA: ¡Deseo para cada uno de ustedes una bella y virtuosa dama cuando le
plazca al amor! A todos ustedes, exceptuando a uno.

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222. LAFEU: Daría mi caballo pardol, con montura y todo, a trueque de ser uno de esos
jóvenes y no tener pelo en la barba.
223. REY: Míralos bien; no hay uno que no sea de noble padre.
224. HELENA: Caballeros, por mediación mía el cielo ha devuelto la salud al rey.
225. TODOS: Lo sabemos, y damos gracias al cielo por ti.
226. HELENA: No soy más que una joven y sencilla doncella, y éste es mi mayor tesoro.
Con la venia de su majestad ya he decidido. mi rostro se ha puesto encarnado, y
parece decirme: “Te ruborizas por el compromiso en que te ves de elegir. Si te
rechazan, que se imprima para siempre en tu rostro la palidez de la muerte, porque
jamás se volvería a teñir con ese color.”
227. REY. Escoge. Quien rehúse tu amor, perderá el mío.
228. HELENA: Señor, ¿estás dispuesto a escuchar mi petición?
229. SEÑOR I: Y a declinarla.
230. HELENA: Gracias, señor; todo lo demás es silencio.
231. LAFEU: Con tal de ser elegido por ella, me jugaría la vida a los dados.
232. HELENA: Señor, tus ojos centelleantes me proporciona una respuesta severa aun
antes de hablar. ¡Quiera el amor concederte una fortuna veinte veces más elevada
que la de quien que por ti formula este deseo, y que su humilde amor!
233. SEÑOR II: A nada mejor que eso aspiro, con tu permiso.
234. HELENA: ¡Agradece mi voto y quiera el amor cumplirlo! Con lo cual me despido de
ti.
235. LAFEU: ¿Todos la rehúsan? Si fueran hijos míos, mandaría azotarlos o l os enviaría
al Turco para hacer eunucos de ellos.
236. HELENA (AL SEÑOR III): No temas si tomo tu mano. No te haré mal alguno
intencionadamente. ¡Satisfechas sean todas tus aspiraciones! Si un día te casas, ojalá
encuentres en tu lecho una fortuna más hermosa.
237. LAFEU: Estos jóvenes son de hielo. Ninguno la quiere.
238. HELENA (AL SEÑOR IV): Tú eres demasiado joven, demasiado feliz y demasiado
bueno para querer a un hijo de mi sangre.
239. SEÑOR IV. No pienso yo así, beldad encantadora.
240. HELENA (A BERTRÁN): No me atrevo a decir que en ti cae mi elección, pero desde
este momento dedico mi vida a servirte; colocándome por entero bajo tu poder. Este
es el hombre.
241. REY: Entonces, joven Bertrán, tómala, es tu esposa.
242. BERTRÁN: ¿Mi esposa, majestad? Ruego a su alteza que en un asunto como este
me dé licencia para usar la ayuda de mis propios ojos.
243. REY: ¿Sabes, Bertrán, lo que ha hecho ella por mí?
244. BERTRÁN: Sí, mi buen señor, pero ignoro por qué razón tendría que casarme con
ella.
245. REY: Bien sabes que me ha sacado de mi lecho de muerte.

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246. BERTRÁN: ¿Y por eso, señor, tengo que satisfacer con mi desgracia el premio de tu
restablecimiento? La conozco perfectamente, ha sido educada a expensas de mi
padre. ¿Yo casarme con la hija de un pobre médico…? ¡Antes prefiero la deshonra!
247. REY: Lo que motiva tu desdén por ella es la ausencia de títulos. Si no es más que
eso, puedo dárselos. ¡Cosa singular! Si se mezclara la diversidad de nuestras sangres
sería imposible distinguirlas por el color, por el peso o por el ardor; ¿de qué depende,
pues, la diferencia que las separa? No es el nombre, sino el modo de ser de la cosa lo
que constituye su valor. Helena tiene como patrimonio juventud, virtud y hermosura,
bienes que ha merecido de la Naturaleza por línea recta, y su posesión es muy
honrosa. No lo es, en cambio, vanagloriarse de ser hijo del honor sin asemejarse a su
padre. La distinción más gloriosa es la que procede de nuestros actos, no aquella que
nos han transmitido los antepasados por herencia. ¿Qué respondes? Si esa joven te
conviene por esposa, puedo yo hacer todo lo demás. Ella te lleva en dote su persona y
su virtud. Yo añadiré títulos nobiliarios y fortuna.
248. BERTRÁN: No puedo amarla, ni quiero esforzarme en ello.
249. HELENA: Señor, me siento recompensada sólo con verte restablecido. No
hablemos de lo demás.
250. REY: Mi honor está en juego, y para defenderlo estoy resuelto a desplegar todo mi
poder. Recibe su mano, orgulloso caballero. Indigno eres de esa merced tú, que con
tus insultantes desdenes rechazas mi cariño y su mérito. Reprime ese menosprecio,
obedece a nuestra voluntad, que por tu bien se desvela. Si así no lo haces, te retiro
para siempre mi favor y desde ahora te abandono a los vértigos y errores de la
juventud y de la ignorancia. Mi venganza y mi odio pesarán con justicia y sin
misericordia sobre tu cabeza. Habla, aguardo tu respuesta.
251. BERTRÁN: Perdón, mi gracioso señor. Someto mi amor a tus ojos. Cuando
considero el inmenso tesoro de honor que se adquiere estando a tus órdenes, nada
encuentro que pueda echarse en cara a esta joven que mi noble orgullo me inducía a
menospreciar. La aprobación del rey reemplaza muy bien la baja calidad de su
nacimiento.
252. REY: Toma su mano y dile que es tuya.
253. BERTRÁN: Acepto su mano.
254. REY: Sonrían a este enlace la felicidad y el favor del rey. Al consentimiento de las
partes seguirá inmediatamente la ceremonia, que se realizará esta misma noche.
(SALE EL REY CON SU SÉQUITO, SEGUIDO DE BERTRÁN, ELENA Y SEÑORES)
255. LAFEU: Caballero, una palabra, si te place.
256. PAROLLES: ¿Qué se ofrece, señor?
257. LAFEU: Tu amo y señor ha hecho muy bien en retractarse.
258. PAROLLES: ¿Retractarse? ¿Mi señor…? ¿Mi amo?
259. LAFEU. ¿Eres del séquito del conde de Rosellón?
260. PAROLLES: De cualquier conde puedo serlo y de quienquiera que sea hombre.

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261. LAFEU: Quieres decir que puedes ser criado de cualquier conde y de quienquiera
que sea hombre.
262. PAROLLES: Eres muy viejo, señor; que te baste saber que eres muy viejo.
263. LAFEU: Pues te diré, tunante, que también tengo calidad de hombre, a la cual no
llegarás tú con toda la edad.
264. PAROLLES: Si no tuvieras el privilegio de la edad, que te impide defenderte…
265. LAFEU: ¡Tenga Dios lástima de un cobarde como tú! Queda con Dios, puerta
resquebrajada; ninguna necesidad tengo de abrirte, pues veo a través de ti.
266. PAROLLES: Señor, me estás vejando de una manera insoportable.
267. LAFEU: Quisiera infligirte las penas del infierno, y prolongar así eternamente tu
aflicción. Pero quiero marcharme igualmente de tu presencia con tanta rapidez como
me permite mi edad.
(SALE)
268. PAROLLES: Un hijo tienes en el cual lavaré esta afrenta, granuja, impertinente y
asqueroso viejo. ¡Oh! Lo golpearé, si llego a encontrarlo en mi camino.
(VUELVE A ENTRAR LAFEU)
269. LAFEU: ¡Bribonazo! Tu dueño y señor se ha casado, te lo anuncio. Tienes una nueva
ama.
(SALE)
270. PAROLLES: Bien, muy bien...
(VUELVE A ENTRAR BERTRÁN)
271. BERTRÁN: ¡Perdido para siempre, y condenado a eternas inquietudes!
272. PAROLLES: ¿Qué tienes, mi caro amigo?
273. BERTRÁN: Aunque con toda solemnidad la haya aceptado por mujer ante el altar,
jamás la llevaré a la cama.
274. PAROLLES: ¿Qué hay, caro amigo mío?
275. BERTRÁN: ¡Oh! Mi querido Parolles, me han casado. Quiero marchar cuanto antes
a la guerra de Toscana, y jamás la llevaré a la cama.
276. PAROLLES: Francia es una perrera, que no merece ser pisada por un hombre
honrado. ¡A la guerra!
277. BERTRÁN: Aquí hay cartas de mi madre, cuyo contenido ignoro todavía.
278. PAROLLES ¡A la guerra, mi niño, a la guerra! Mantiene su honor encerrado dentro
de una caja el que se queda en su casa a acariciar a su media naranja, gastando entre
sus brazos el vigor viril que debería emplear en vencer la fogosidad del ardiente corcel
de Marte. Partamos para otros climas. ¡Ea, pues! ¡A la guerra!
279. BERTRÁN: Estoy decidido. A ella la mandaré a mi casa. Haré sabedora a mi madre
del aborrecimiento que le tengo y del motivo de mi fuga; escribiré al rey lo que no me
atrevo a decirle de palabra. La guerra es un estado apacible comparado a un hogar
lúgubre y una mujer a quien se detesta. Mañana marcharé para Italia y la abandonaré
al aislamiento de su dolor.

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280. PAROLLES: Joven casado, hombre acabado. Partamos, pues, y abandonémosla con
toda valentía.
(SALEN)

ESCENA 4
(OTRO APOSENTO EN EL PALACIO. ENTRAN HELENA Y EL BUFÓN)
281. HELENA: Mi madre me envía sus afectuosos recuerdos, ¿está bien?
282. BUFÓN: No mucho, y sin embargo, goza de excelente salud. Está alegre y, sin
embargo, no se encuentra bien. Gracias a Dios, está perfectamente; nada le hace falta
en este mundo; pero eso no impide el que no esté bien.
283. HELENA: Si está muy bien, ¿qué es lo que la hace sufrir, para que no esté muy
bien?
284. BUFÓN: En verdad, está muy bien, excepto en dos cosas.
285. HELENA: ¿Y cuáles son esas dos cosas?
286. BUFÓN: La una, que no está en el cielo, ¡adonde Dios quisiera llevarla pronto! La
otra, que está en la tierra, ¡de donde quisiera el cielo sacarla enseguida!
(ENTRA PAROLLES)
287. PAROLLES. Dios te bendiga, afortunada señora.
288. HELENA: Me alegro, señor, de que mi felicidad haya obtenido tu aprobación.
289. PAROLLES: Mis ruegos son de que vaya siempre en aumento y que perdure
constantemente… ¡Hola! ¿Eres tú, pícaro? ¿Cómo está nuestra anciana señora?
290. BUFON: Si tú recibieras sus arrugas, y yo su dinero, quisiera que sucediese tal
como has dicho.
291. PAROLLES: ¡Pero si no he dicho nada!
292. BUFÓN: Eso es ser prudente. A menudo la lengua de un criado ocasiona a su amo
su ruina. No decir, no hacer, no saber cosa alguna, constituye la mayor parte de tu
mérito, que es, poco más o menos, equivalente a nada.
293. PAROLLES: ¡Quita, pícaro!
294. BUFÓN: Hubieras debido decir que soy un pícaro que habla a otro pícaro. Esa
hubiera sido la verdad, señor.
295. PAROLLES: Eres un loco ingenioso, te conozco. Señora, mi señor parte esta misma
noche: un asunto muy serio lo exige. Sabe lo que te debe: reconoce los deberes que le
impone el amor, pero se ve en la precisión de aplazar su cumplimiento. Esa
abstinencia y esas dilaciones serán compensadas después con delicias inefables.
296. HELENA: ¿Exige algo más de mí?
297. PAROLLES: Que te despidas inmediatamente del rey, haciendo como si de ti
procediera esa decisión.
298. HELENA: ¿Y qué más ordena?

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299. PAROLLES: Que luego de haber conseguido la aprobación del rey, aguardes sus
nuevas órdenes.
300. HELEN.A: Obedeceré puntualmente.
301. PAROLLES: Voy a decírselo.
302. HELENA: Te lo suplico…
(SALE PAROLLES)
HELENA: Vamos, bribón.
(SALEN)

ESCENA 5
(OTRO APOSENTO EN EL MISMO PALACIO. ENTRAN LAFEU Y BERTRÁN)
303. LAFEU: Pero espero, señor, que no lo consideres un soldado.
304. BERTRAN: Sí, señor, y de probada valentía.
305. LAFEU: Será lo que te ha dicho él.
306. BERTRÁN: Te aseguro, señor, que es un hombre muy instruido y no menos
valiente.
307. LAFEU: En ese caso, he faltado contra su ilustración y he pecado contra su bravura.
He aquí viene, reconcíliame, te lo suplico; quiero proseguir en su amistad.
(ENTRA PAROLLES)
308. PAROLLES (A BERTRÁN): Todo será ejecutado, señor.
309. BERTRÁN (APARTE, A PAROLLES): ¿Ha ido ella a ver al rey?
310. PAROLLES: Sí.
311. BERTRÁN: ¿Partirá esta misma noche?
312. PAROLLES: Cuando quieras.
313. BERTRÁN: He escrito ya mis cartas, he encerrado en el cofre mi dinero y he dado
las órdenes para que me tengan preparados los caballos. Esta misma noche, en la hora
precisa en que debiera tomar posesión de mi desposada, acabaré antes de comenzar…
314. LAFEU: El que miente en las tres terceras partes de sus cuentos y emplea una
verdad conocida para hacer tragar mil embustes, ese tal merece que le oigan una vez
tan sólo y que lo sacudan tres… ¡Dios te guarde, capitán!
315. BERTRÁN: ¿Ha habido algún disgusto entre ese señor y tú?
316. PAROLLES: No sé cómo habré podido caer en desgracia de este noble señor.
317. LAFEU (A BERTRÁN): Adiós, señor, y créeme, no puede haber almendra dentro de
esa ligera cáscara de nuez. No te fíes de él en materias tan importantes, he
domesticado animales de esa familia y conozco sus caracteres. (A PAROLLES) Adiós,
Monsieur. He hablado de ti mejor que lo has merecido o que nunca merecerás.
(SALE)
318. PAROLLES: Es un hombre vano, te lo juro.
319. BERTRÁN: Así lo creo.
320. PAROLLES: ¡Pues, qué…! ¿No lo conoces?

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321. BERTRÁN: Sí, lo conozco perfectamente; goza de buena reputación. Ya llegó mi
pesadilla.
(ENTRA HELENA)
322. HELENA: Señor, según me has ordenado, acabo de presentarme al rey,
consiguiendo el permiso para partir inmediatamente. Sin embargo, desea hablarte en
privado.
323. BERTRÁN: Obedeceré. No te extrañe, Helena, mi proceder. No estaba preparado
para este enlace; y esto es causa del desorden y confusión en que me ves. Por esto te
suplico que te pongas inmediatamente en camino a casa. No me preguntes la razón;
conténtate con adivinarla. Esto es para mi madre. (LE ENTREGA UNA CARTA) No te
veré hasta de aquí a dos días.
324. HELENA: Señor, soy tu obediente servidora. Es cuanto puedo decirte.
325. BERTRÁN: ¡Vamos, vamos! No hablemos de eso.
326. HELENA: Mientras viva, trabajaré para adquirir lo que me falta. Mi humilde estrella
me ha impedido alcanzar tan alta fortuna.
327. BERTRÁN: Dejemos eso, llevo prisa. Adiós. Vuélvete a mi casa.
328. HELENA: Perdóname, señor, te lo ruego.
329. BERTRAN: Bien. ¿Qué quieres decir?
330. HELENA: No soy digna del tesoro que poseo. Pero, a la manera de un ladrón
medroso, quisiera hurtar lo que legítimamente me pertenece.
331. BERTRÁN: ¿Qué deseas?
332. HELENA: Poco en verdad… Pero lo diré. Sólo los desconocidos y los enemigos se
separan sin besarse.
333. BERTRÁN: No nos retardemos, te lo pido. ¡A caballo!
334. HELENA: No infringiré tus órdenes, mi buen señor.
335. BERTRÁN (A PAROLLES); ¿Dónde están los otros de mi acompañamiento,
Monsieur…? (A HELENA) Adiós.
(SALE HELENA)
336. BERTRÁN: ¡Corre a mi castillo, en el cual no pondré los pies mientras pueda
empuñar una espada u por el tambor! (A PAROLLES) ¡Partamos y salvémonos!
337. PAROLLES: ¡Bravo! ¡Coraggio!
(SALEN)

TERCER ACTO
ESCENA 1
(EL ROSELLÓN. APOSENTO EN EL PALACIO DE LA CONDESA. ENTRAN LA CONDESA Y EL
BUFÓN)
338. CONDESA: Todo ha sucedido como yo esperaba, salvo que él no viene con ella.

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339. BUFÓN: Por mi fe, considero a mi joven señor como un hombre muy melancólico.
340. CONDESA: ¿En qué te fundas? Veamos.
341. BUFÓN: Pues se mira las botas y canta; se ajusta el cuello y canta; hace algunas
preguntas y canta, se limpia los dientes y canta. Conocí a un hombre con ese género
de melancolía, que llegó a vender todo un palacio por una canción.
342. CONDESA: Sepamos lo que ha escrito y cuándo piensa volver. (ABRE UNA CARTA)
343. BUFÓN (APARTE): No me interesa Isabelita, desde que he estado en la corte.
Nuestras Isabelitas del campo en nada se parecen a las Isabelitas de la corte.
Quebrantado está el cerebro de mi Cupido. Y comienzo a amar como un anciano ama
el dinero: sin apetito y sin placer.
344. CONDESA: ¿Qué tenemos aquí?
345. BUFÓN: Ni más ni menos lo que ahí tienes.
(SALE)
346. CONDESA (LEYENDO): “Te envío a casa una nuera, ella ha curado al rey y me ha
perdido a mí. La he tomado por esposa, pero no la he llevado a la cama y le he jurado
un “no” eterno. No faltará quien te comunique mi huida. Quiero que lo sepas antes de
que te llegue la noticia. Mientras el mundo sea suficientemente ancho, pondré la
mayor distancia entre ella y yo. Mis respetos. Tu desgraciado hijo, Bertrán.” Joven
temerario e incorregible, mal procedes despreciando de esa suerte los favores de un
rey tan bondadoso y atrayendo sobre tu cabeza su indignación, por rehusar a una
joven demasiado virtuosa
(ENTRA EL BUFÓN)
347. BUFÓN: ¡Oh, señora! Corren por ahí muy tristes noticias entre dos soldados y mi
joven ama.
348. CONDESA: Pues, ¿qué sucede?
349. BUFÓN: Nada, porque hay algo consolador en tales nuevas. A tu hijo no lo matarán
tan pronto como creía yo que lo matarían.
350. CONDESA: ¿Y por qué habrían de matarlo?
351. BUFÓN: Quiero decir, señora, que ha huido y está en salvo, según se susurra. Pero,
mira, ya vienen, ellos se explicarán mejor. Por lo que a mí se refiere, sólo puedo decir
que se salvó tu hijo.
(SALE ENTRA HELENA ACOMPAÑADA DE DOS GENTILHOMBRES)
352. GENTILHOMBRE I: Dios te guarde, señora.
353. HELENA: Señora, mi esposo ha partido, partido para siempre.
354. GENTILHOMBRE II: No hables así.
355. CONDESA: Ármate de paciencia. Caballeros, tengan la bondad de hablar. He
recibido tantas sacudidas de placer y de dolor, que mi espíritu ya no se conmueve.
Díganme, ¿dónde está mi hijo?

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356. GENTILHOMBRE II: Señora, se ha pasado al bando del Duque de Florencia. Lo
hemos encontrado en aquel país, de dónde venimos, y al que regresaremos en cuanto
hayamos despachado ciertos asuntos diplomáticos.
357. HELENA: Pasa los ojos por esta carta, señora. He aquí mi pasaporte. “Cuando hayas
obtenido la sortija que llevo en el dedo, del cual jamás saldrá, y cuando me muestres
un hijo engendrado en tu cuerpo y de quien yo sea padre, entonces me llamarás
marido. Pero a ese entonces le llamo yo jamás.” ¡Es una terrible sentencia!
358. CONDESA: ¿Han sido portadores de esta carta, caballeros?
359. GENTILHOMBRE I: Sí, señora; y en atención a su contenido, participamos de tu
pesar.
360. CONDESA: Te exijo, querida, que tengas valor. Si para ti sola reservas esos dolores,
de ellos me robas la mitad. Era mi hijo; pero en este mismo instante borro de mi
corazón su nombre, y tú serás mi única hija. ¿Han dicho que ha ido a Florencia?
361. GENTILHOMBRE 2: Sí, señora.
362. CONDESA: Y para ser soldado.
363. GENTILHOMBRE 2: Tales es su noble propósito y estoy seguro de que el duque le
otorgará todos los honores que reclama la dignidad de su rango.
364. CONDESA: ¿Van a volver allá?
365. GENTILHOMBRE I: Sí, señora, lo más pronto posible.
366. HELENA (LEYENDO): “Hasta que no tenga mujer, nada tengo que hacer en Francia.”
¡Qué amargo es esto!
367. CONDESA: ¿Eso dice ahí?
368. HELENA: Si, señora.
369. CONDESA: ¡Nada que hacer en Francia hasta que no tenga mujer! No hay nada
aquí que sea demasiado bueno para él salvo ella solamente, y ella merece a un noble
que tenga a su servicio veinte muchachos tan torpes como él y que la llamen señora a
todo momento. ¿Y qué acompañamiento llevaba mi hijo?
370. GENTILHOMBRE I: Un solo criado y un caballero a quien conocí en otro tiempo.
371. CONDESA: Parolles, ¿no es verdad?
372. GENTILHOMBRE I: Ese mismo, respetable señora.
373. CONDESA: Es un alma corrompida y llena de malicia. Mi hijo, seducido por sus
consejos, ha manchado su condición de hombre de buena cuna.
374. GENTILHOMBRE 2: Efectivamente, buena señora, ese hombre es de mucha maldad
y sabe sacar partido de ella.
375. CONDESA: Bienvenidos sean, caballeros. Cuando tornen a ver a mi hijo, les suplico
que le digan que su espada no conquistará un honor equivalente al que hoy ha
perdido. Por lo demás, les ruego que le entreguen la carta que voy a escribirle.
376. GENTILHOMBRE 2: Estamos prontos, señora, a servirte.
377. CONDESA: ¿Quieren acompañarme?
(SALEN)

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378. HELENA: “Mientras no tenga mujer, nada tengo que hacer en Francia.” Nada en
Francia mientras no tenga mujer; no, Rosellón, no la tendrás en Francia, y así volverás
a tener todo. Vuelve, pues, conde, a entrar en posesión de lo que aquí tenías. ¡Pobre
conde! ¿Soy yo quien te destierra de tu patria y expongo tus tiernos miembros a los
furores de la guerra cruel? ¿Soy yo, por ventura, quien te aleja de una corte agradable,
en que eras objeto de las más bellas miradas, para que sirvas de blanco a los
humeantes mosquetazos? ¡Oh, mensajeros de plomo, que cabalgan sobre la violenta
velocidad del fuego, vuelen con mala puntería! Atraviesen el aire invulnerable que
canta cuando se le traspasa, pero no toquen a mi esposo. Quienquiera que sea el que
dispare contra él seré yo quien lo ha puesto allí. Yo armo y dirijo el brazo de
quienquiera que atente contra su vida; yo, desgraciada de mí, soy quien muevo al
asesino para que avance con el hierro levantado y lo hunda en su intrépido pecho.
Aunque no sea precisamente mi mano quien descargue sobre él el golpe mortal, soy,
sin embargo, la causa y autora de su muerte. Antes preferiría encontrarme frente a
frente del león fiero que ruge acosado por el hambre. ¡Mejor hubiera sido para mí que
sobre mi cabeza se hubiesen desencadenado todas las calamidades de la Naturaleza!
No, vuelve a tu hogar, Rosellón, abandona esos lugares funestos, en que el honor no
recoge del peligro más que las heridas, y en que con frecuencia se pierde la vida, con
lo cual todo se pierde. ¡Quiero separarme de tu morada, ya que mi permanencia en
estos sitios te aleja de ella! ¿Podría yo acaso quedarme aquí, impidiéndote con ello el
regresar? No, aun cuando en tu castillo se respirara el delicioso aire del paraíso, y en él
sirvieran los ángeles, lo abandonaría. ¡Ojalá la fama te anuncia mi fuga y consuele a tu
corazón con esa noticia! ¡Oh, noche, ven! Y tú, día, date prisa en terminar. ¡Pobre
ladrona, me aprovecharé de las tinieblas para ocultarme!
(SALE)
ESCENA 3
(FLORENCIA. DELANTE DEL PALACIO DEL DUQUE. ENTRAN EL DUQUE DE FLORENCIA,
BERTRÁN, PAROLLES Y SOLDADOS. SUENAN TAMBORES Y TROMPETAS)
379. EL DUQUE: Serás el general de nuestra caballería, y teniendo las más altas
esperanzas en el resultado que de ti promete la fortuna, te reservamos uno de los
primeros puestos en nuestra estimación y confianza.
380. BERTRÁN: Príncipe, esa carga es demasiado pesada para mis fuerzas. Sin embargo,
a fin de probarte mi fidelidad, procuraré desempeñarla hasta el último trance.
381. EL DUQUE: ¡Parte, pues, y que la fortuna juegue sobre tu yermo como una amante
complaciente!
382. BERTRÁN: Gran Marte, hoy me alisto en tus filas. Levántame tan sólo a la altura de
mis pensamientos. En mi tendrás un amante de tus tambores y un enemigo del amor.

ESCENA 4

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(EL ROSELLÓN. APOSENTO EN EL PALACIO DE LA CONDESA. ENTRAN LA CONDESA Y EL
MAYORDOMO)
383. CONDESA: ¡Ay! ¿Por qué recibiste su carta? ¿No sospechabas que iba a hacer lo
que ha hecho, desde el momento en que me enviaba una carta? Vuélvela a leer.
384. MAYORDOMO (LEYENDO): “Voy en peregrinación a Santiago. Un amor ambicioso
me ha hecho criminal. Para expiar mis faltas, en cumplimiento de mi piadoso voto,
quiero andar con los pies descalzos sobre la tierra dura y fría. Escribe para que tu
querido hijo y mi más querido dueño vuelva a casa, lejos del riesgo de la guerra.
Bendice su regreso, y que goce cerca de ti las dulzuras de la paz, en tanto que yo, lejos
de él, bendeciré su nombre, envuelto en las más fervorosas plegarias. Dile que me
perdona por los males que le he ocasionado. Lo he arrojado de una corte en que de
todos era amigo para exponer sus días en medio del campo enemigo, donde el peligro
y la muerte ladran en los talones del honor. Es demasiado bueno y hermoso para que
pueda ser víctima mía y de la muerte, que voy a buscar para dejarlo a él libre.”
385. CONDESA: ¡Oh! Cuánta amargura se descubre a través de esas afectuosas
palabras. Rinaldo, nunca te ha faltado tanto el juicio como al dejarla marchar así. Si yo
hubiera hablado con ella, podría haber desviado sus intenciones.
386. MAYORDOMO: Perdóname, señora.
387. CONDESA: ¿Qué ángel bendeciría a ese esposo indigno? No le puede ir bien, a no
ser que las oraciones de Helena, a quien el cielo se complace en oír, lo libren de las
venganzas de la justicia suprema. Escribe, Rinaldo, escribe a ese esposo, que tan poco
merecedor es de una mujer tan virtuosa. Y que cada palabra esté cargada del peso de
su valor, que él considera demasiado ligero. Hazle comprender mi extremo pesar,
aunque poco interese esto a su corazón. Despacha al mensajero más rápido e
inteligente. Quizás al saber que ella ha desaparecido, él quiera volver y puedo tener
esperanzas de que ella, al saberlo, volverá aquí sus pasos deprisa, guiados por el amor.
Yo no puedo distinguir cuál de mis sentimientos es el más caro a mi corazón, si el que
me une a mi hijo, o el que me une a ella. Despacha a ese mensajero. Mi alma está
agobiada de dolor, y mi edad no es ya más que debilidad. Mi tristeza sólo pide
lágrimas; pero el exceso de dolor me ordena hablar.

ESCENA 5
(FUERA DE LAS MURALLAS DE FLORENCIA. MÚSICA GUERRERA LEJANA. ENTRAN LA VIEJA
VIUDA DE FLORENICA, DIANA, VIOLANTE, MARIANA Y OTRAS PERSONAS)
388. LA VIUDA: Dense prisa, vengan; porque ya se acercan a la ciudad y vamos a perder
el espectáculo.
389. DIANA: Se dice que el conde francés se ha portado como un héroe.
390. LA VIUDA: Corre la voz que han hecho prisionero al general en jefe y que por su
propia mano ha muerto al hermano del duque… Hemos perdido el tiempo; los

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vencedores han tomado un camino opuesto. Escuchen: pueden conocerlo por el
sonido de sus trompetas.
391. MARIANA: Vengan. Volvamos sobre nuestros pasos y contentémonos con las
noticias... Y tú, Diana, ten cuidado con ese conde francés. El honor de una doncella es
su buena fama; no hay legado más rico que el de la honestidad.
392. LA VIUDA: He contado a una vecina que te ha cortejado un gentilhombre de su
séquito.
393. MARIANA: Conozco a ese miserable. ¡Que lo ahorquen! Es un tal Parolles, un
innoble oficial del que se sirve el conde de alcahuete en sus aventuras amorosas.
Desconfía de ellos, Diana. Sus promesas, sus atractivos, sus juramentos, sus regalos y
todas sus mañas lujuriosas han seducido a más de una joven. No creo que tenga
necesidad de aconsejarte más; pero espero que tu virtud te mantendrá en la buena
senda que sigues, aun cuando otro peligro no hubiera que el de perder la inocencia.
394. DIANA: Nada tienes que temer por mí.
395. LA VIUDA: Así lo espero…
(ENTRA HELENA EN TRAJE DE PEREGRINA)
396. LA VIUDA: Mira, una peregrina. Estoy segura de que viene a alojarse en mi casa.
Hay entre ellos la costumbre de recomendársela unos a otros. Voy a interrogarla…
¡Dios te guarde, hermosa peregrina! ¿A qué santo has hecho el voto?
397. HELENA: A Santiago el Mayor. Ten la amabilidad de mostrarme el lugar donde se
albergan los peregrinos.
398. LA VIUDA: Donde está la imagen de San Francisco, aquí, junto al puerto.
399. HELENA: ¿Es ese el camino?
400. LA VIUDA: Sí, ese es, a fe. ¡Oigan!
(MARCHA A LO LEJOS)
401. LA VIUDA: Precisamente vienen por ese lado. Si quieres aguardar, santa peregrina,
a que las tropas hayan pasado, te conduciré a un sitio donde encontrarás cómodo
alojamiento, pues creo conocer a tu anfitriona tan bien como a mí misma.
402. HELENA: ¿Serás tú, acaso?
403. LA VIUDA: Para servirte, peregrina.
404. HELENA: Gracias. Aguardaré aquí hasta que tú dispongas otra cosa.
405. LA VIUDA: ¿Vienes tal vez de Francia?
406. HELENA: Sí, de allí vengo.
407. LA VIUDA: Vas a ver aquí a uno de tus compatriotas, que ha realizado grandes
proezas.
408. HELENA: Su nombre, te ruego.
409. LA VIUDA: El conde del Rosellón. ¿Lo conoces?
410. HELENA: De oídas tan sólo. Sé que tiene mucha fama, pero de vista no lo conozco.

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411. LA VIUDA: Quienquiera que sea, pasa aquí por un bravo guerrero. Se escapó de
Francia, porque, según dicen, el rey lo casó contra su voluntad. ¿Crees que haya sido
así?
412. HELENA: Sí, y muy cierto; es la pura verdad, conozco a su esposa.
413. LA VIUDA: Aquí hay un gentilhombre de su séquito que habla muy mal de ella.
414. HELENA: ¿Cómo se llama?
415. LA VIUDA: Monsieur Parolles.
416. HELENA: ¡Oh! En lo que me concierne, creo que al lado de los elogios de que es
digno su señor, su nombre no podría citarse. Por lo que se refiere a la esposa del
conde, su mérito estriba en una virtud modesta e intacta, contra la cual nada he oído
decir todavía.
417. DIANA: ¡Ay! ¡Pobre señora! ¡Dura esclavitud de ser esposa de un hombre que nos
detesta!
418. LA VIUDA: ¡Pobrecita! En cualquier lugar que se encuentre debe de sufrir mucho. Si
esta joven quisiera (POR DIANA), en su mano estaría gastarle una broma algo pesada
al conde.
419. HELENA: ¿Qué quieres decir? ¿Acaso el conde, enamorado de sus encantos, la
requiere con intención ilegítima?
420. LA VIUDA: Sí; hace todo lo posible; emplea todo lo que puede corromper el tierno
corazón de una virgen. Pero ella está bien preparada contra sus halagos.
421. MARIANA: ¡Líbrenla los dioses de tanta desgracia!
(ENTRA CON TAMBORES Y BANDERAS UNA PARTE DEL EJÉRCITO FLORENTINO.
BERTRÁN Y PAROLLES)
422. LA VIUDA: Mira, ya vienen. Este es Antonio, hijo mayor del príncipe; ese es Escalo…
423. HELENA: ¿Cuál es el francés?
424. DIANA: Aquel, el del soberbio penacho. Es muy buen mozo. Quisiera que amase a
su esposa. Con más honradez, sería mucho más simpático. ¿No es verdad que es un
hidalgo apuesto?
425. HELENA: Lo encuentro aceptable.
426. DIANA: ¡Lástima que no sea más honesto! ¿Ves allá aquel hombre? Es el bribón
que lo arrastra al vicio. Si yo fuese la esposa del conde, habría envenenado a ese vil
corruptor.
427. HELENA: ¿Cuál es?
428. DIANA: Aquel fatuo engalanado con escarapelas. ¿Y por qué estará tan
melancólico?
429. HELENA: Habrá sido herido en el combate.
430. PAROLLES: ¡Perder nuestro tambor! Bien está.
431. MARIANA: Algo le pasa. Miren, ya nos ha conocido…
432. LA VIUDA: ¡Pardiez! ¡Que lo ahorquen!
(SALEN BERTRÁN, PAROLLES, OFICIALES Y SOLDADOS)

26
433. MARIANA: ¿Por qué saludar a un alcahuete?
434. LA VIUDA: Las tropas han pasado. Ven, peregrina, que te conduzca a tu
alojamiento. Tenemos ya en casa otros cuatro o cinco penitentes que han hecho voto
de ir a Santiago el Mayor.
435. HELENA: Te doy humildemente las gracias. Mucho desearía que tú, señora, y tu
amable hija, tuvieran a bien cenar esta noche conmigo. Me encargo de los gastos,
agradeciendo su atención; y para mejor mostrarles mi agradecimiento, daré a esa
joven algunos consejos que le puedan ser provechosos.
436. LAS DOS: Aceptamos con gusto tus ofrecimientos.

ESCENA 6
(CAMPO ANTE FLORENCIA. ENTRAN BERTRÁN Y LOS DOS SEÑORES FRANCESES)
437. SEÑOR 2: Mi buen señor, somételo a prueba. Permítele ir a la expedición que
propone.
438. SEÑOR I: Si su señoría no lo considera como un cobarde, no me honres más con tu
estimación.
439. BERTRÁN: ¿Piensan, entonces, que ando equivocado acerca de él?
440. SEÑOR 2: Persuádete de ello, señor. Es un notable cobarde, un mentiroso
intencionado y eterno, que falta a su palabra tantas veces como horas tiene el día; un
miserable que no posee ni una sola cualidad que pueda merecer la estimación y
mercedes de su señoría.
441. BERTRÁN: Quisiera saber de algún medio para ponerlo a prueba.
442. SEÑOR I. Ninguno mejor que dejarlo ir a buscar su tambor, de que con tanta
presunción se vanagloria.
443. SEÑOR 2: Yo, con una turba de florentinos, puedo sorprenderlo de improviso. Lo
ataremos y le vendaremos los ojos. Imaginará que lo conducimos al campo enemigo,
precisamente cuando lo arrastraremos a nuestra propia tienda. Ten a bien asistir por
lo menos a su interrogatorio; y si, con la esperanza de salvar su vida, llevado del
sentimiento de su miedo cobarde, no se ofrece a hacerte traición, revelando todo lo
que contra ti sabe, y no lo promete, bajo juramento, garantizándolo con su cabeza, no
tengas, señor, más confianza en mí.
444. SEÑOR 1: ¡Oh! Siquiera para proporcionarnos el placer de reír, permíteme que
vaya a caza de su tambor. Se figura haber ideado una estratagema para recobrarlo.
Aquí viene.
(ENTRA PAROLLES)
445. BERTRÁN (A PAROLLES): ¡Hola, caballero! ¿Echas mucho de menos ese tambor?
446. SEÑOR 1: ¡La peste sea de él! En el último resultado, sólo es un tambor.
447. PAROLLES: “Sólo” un tambor. ¿Es “sólo” un tambor? ¡Y la manera en que se ha
perdido!

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448. SEÑOR 1: Esta es una de esas desgracias de la guerra, que ni César hubiera podido
prevenir si hubiera tomado la dirección de la batalla.
449. BERTRÁN: Es verdad que nos cabe alguna deshonra por haber perdido ese tambor,
pero, en fin, no hay medio de recobrarlo.
450. PAROLLES: Pudo haber sido recobrado.
451. BERTRÁN: ¡Pudo! Pero ya no es posible.
452. PAROLLES: Puede recobrarse.
453. BERTRÁN: ¡Cómo! Si crees poseer una buena estratagema que pueda devolvernos
ese instrumento de honor, sé bastante guerrero para acometer la empresa. Si sales
airoso, llegará a oídos del duque y pagará tu servicio con todo lo que valga,
proporcionalmente a su magnitud.
454. PAROLLES: Lo emprenderé. ¡Por la mano de un soldado!
455. BERTRÁN: Pero no conviene que te duermas en el negocio.
456. PAROLLES: Voy a trazarme mis planes desde esta misma noche. Quiero animarme
con el presentimiento infalible de mi fortuna, y hacer los preparativos homicidas para
vencer o morir. A medianoche, estén atentos, oirán hablar de mí.
457. BERTRÁN: Sé que eres valiente y respondería de la posibilidad de tu valor guerrero.
Adiós.
458. PAROLLES: No me gustan palabras, sino obras.
(SALE)
459. SEÑOR 2: Por nada del mundo lo hará. Y luego, al volver, contará una fábula de las
suyas, zurcida con dos o tres embustes un poco verosímiles.
460. SEÑOR 1: Bien lo ha conocido el anciano señor Lafeu. Habiéndolo
desenmascarado, advertirás cuán bribón es el tal Parolles; y no pasará esta noche sin
que te convenzas de ello.
461. SEÑOR 2: Tengo que ir a preparar la trampa. A la orden de su señoría, me despido
de ti.
(SALE)
462. BERTRÁN: Ahora te llevaré a la casa para que veas la muchacha de quien te he
hablado.
463. SEÑOR 1; Pero me has dicho que era virtuosa.
464. BERTRÁN: Ese es su único defecto; no he hablado con ella más que una vez, y la
encontré extraordinariamente fría. Por conducto de ese granuja a quien seguimos la
pista, le he mandado regalos y cartas, que ella ha rehusado siempre. Es todo lo que he
hecho. Es una criatura celestial. ¿Quieres venir a verla?
465. SEÑOR I: Con todo mi corazón, señor.

ESCENA 6
(FLORENCIA. APOSENTO EN CASA DE LA VIUDA. ENTRAN HELENA Y LA VIUDA)

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466. HELENA: Si no me crees que soy ella, no sé a qué otro recurso apelar, a menos que
renuncie al proyecto sobre el que trabajo.
467. LA VIUDA: Aunque haya perdido mi hacienda, no soy por eso menos bien nacida.
Yo nada entiendo de esas intrigas y de ninguna quisiera empañar mi reputación con
una acción vergonzosa.
468. HELENA. Ni yo tampoco. Créeme que el conde es mi esposo y que es cierto hasta
en sus menores detalles cuanto te he confiado en secreto. Por eso no cometes error
alguno prestándome la cooperación que te pido.
469. LA VIUDA: Te debería creer, porque me has dado pruebas convincentes de que
gozas de gran fortuna.
470. HELENA: Acepta esta bolsa de oro y permíteme que a tal precio compre la
mediación de tu amistad, que iré recompensando más aún si con ese medio puedo
llegar a un feliz desenlace. El conde galantea a tu hija, le tiende lazos para atraérsela y
se propone no desistir hasta que la haya conquistado. Pues bien; es necesario que por
ahora consienta ella en decidirse hacer cuanto le digamos. El voluptuoso joven, en el
hervor de su sangre, nada podrá negar a tu hija de lo que le pida. El conde lleva una
sortija que ha pasado sucesivamente de padre a hijo desde cuatro o cinco
generaciones. Esa sortija tiene gran precio a sus ojos; pero en el delirio de su pasión, a
cambio de alcanzar el objeto de sus deseos, no lo parecerá tan grande el sacrificio,
aunque luego tenga que arrepentirse.
471. LA VIUDA: Ahora veo el fondo de tus intenciones.
472. HELENA. Convendrás, pues, que me guía un fin honesto. Sobre todo, deseo que su
hija te pida esta sortija antes de hacer como que se rinde a sus avances; que le dé una
cita y, por fin, que me deje a mí tomar su lugar en esa cita, ausentándose ella con toda
castidad. Después, en premio de su favor, la dotaré, añadiendo mil escudos de oro a lo
que ya te he dado.
473. LA VIUDA: Consiento. Enseña ahora a mi hija debe portarse, a fin de que la cita, la
hora y el lugar vayan de acuerdo con esa inocente estratagema. Cada noche viene el
conde con músicos de toda especie, entonando canciones que compone para ella. Por
más que hemos hecho, a fin de alejarle de nuestras ventanas, se obstina en
permanecer, como si en ello se le fuera la vida.
474. HELENA: Pues entonces esta noche daremos principio a nuestra conspiración. Si
sale bien, de un hecho reprensible habremos conseguido una acción honesta, y de
ésta, un acto legítimo. Nadie habrá pecado, aunque el pecado se haya cometido.
Ahora ocupémonos del asunto.
(SALEN)

CUARTO ACTO
ESCENA I

29
(DENTRO DEL CAMPO FLORENTINO. ENTRA EL SEÑOR FRANCÉS I, CON CINCO O SEIS
SOLDADOS, QUE SE PONEN EN EMBOSCADA)
475. SEÑOR 2: No puede venir por otro sendero sino por la extremidad de este cercado.
Cuando salten sobre él, hablen aquel terrible lenguaje que se les antoje. No importa
que ni ustedes mismos lo entiendan, pues debemos fingir que no comprendemos
tampoco el suyo, a no ser que designemos a uno de nosotros como intérprete.
476. SOLDADO 1: Buen capitán, permíteme que sirva yo de intérprete.
477. SEÑOR 2: ¿No tienes ninguna relación con él? ¿No conoce tu voz?
478. SOLDADO 1: No, señor, te lo garantizo.
479. SEÑOR 2: Es preciso que nos tome por alguna banda extranjera a sueldo del
enemigo. Pero, ¡agazápanse, eh, que viene! Va a perder un par de horas de sueño,
pues volverá en sí y jurará que los fantasmas son realidades.
(ENTRA PAROLLES)
480. PAROLLES: Las diez. Dentro de tres horas será tiempo de volver a la tienda. ¿Qué
voy a decir que he hecho? Es necesario hallar una invención plausible que venga a
pelo. Principian a sospechar algo, y de poco tiempo a esta parte las vergüenzas llaman
a menudo a mi puerta. Mis labios son de una temeridad loca; pero mi corazón tiene
siempre miedo de la presencia de Marte y sus tropas y no osa sostener los relatos de
mi lengua.
481. SEÑOR 2 (APARTE): Es la primera verdad de que tu lengua se ha hecho culpable.
482. PAROLLES: ¿Por qué el diablo me ha incitado a recupere ese tambor, sabiendo que
es imposible? Será necesario que yo mismo me cause algunas heridas para decir que
las he recibido en la refriega. Pero si son leves no probarán nada. Me dirán: “¿Cómo
has escapado con tan poco?” Y heridas graves, no me atrevo a hacerme. Así, pues,
¿qué pruebas voy a alegar? Desearía que me bastase desgarrar mis vestidos para
volver, o hacer pedazos mi espada española.
483. SEÑOR 2 (APARTE): Sería inútil.
484. PAROLLES: Si pudiera adquirir cualquier tambor del enemigo, juraría haberlo
tomado.
485. SEÑOR 2 (APARTE): Vas a oír uno al instante. (ALARMA ADENTRO)
486. PAROLLES: ¡Un tambor enemigo!
487. SEÑOR 2: Throca movosus, cargo, cargo, cargo.
488. TODOS: Cargo, cargo, villanda, par corbo, cargo. (SE APODERAN DE ÉL Y LE
VENDAN LOS OJOS)
489. PAROLLES: ¡Oh, rescate, rescate! No me venden los ojos.
490. SOLDADO 1: Boskos thromuldo boskos.
491. PAROLLES: Veo que son del regimiento de Musko, y voy a morir por no saber su
idioma. Si hay aquí un alemán, un danés, un holandés, un italiano o un francés, que
me hable. Le haré revelaciones que perderán a los florentinos.

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492. SOLDADO I: Boskos vauvado. Te atiendo y puedo hablar tu lengua. Kerelybonto.
Señor, medita en tu religión: diecisiete puñales amenazan tu pecho.
493. PAROLLES: ¡Oh!
494. SOLDADO I: ¡Oh! Reza, reza, reza. Manka ravania dulche.
495. SEÑOR I: Oscorbilduchos volivorco.
496. SOLDADO I: El general consiente en perdonarte por ahora; y, con los ojos vendados
como estás, te conducirá a fin de interrogarte. Si por fortuna puedes hacernos
revelaciones de importancia, tienes probabilidades de salvar la vida.
497. PAROLLES: ¡Oh! Déjenme vivir, y les descubriré todos los secretos del
campamento, a cuánto montan sus fuerzas, que proyectos acarician. Les diré cosas
que han de asombrarlos. Condénenme, si no.
498. SOLDADO I: Acordo linta. Vamos. Se te concede una tregua.
(SALE CON PAROLLES ESCOLTADO. LIGERA ALARMA ADENTRO)
499. SEÑOR I: Vayan y anuncien al conde de Rosellón y a mi hermano que hemos cogido
al pájaro y que lo tendremos con los ojos vendados hasta saber sus órdenes.
500. SOLDADO 2: Voy, mi capitán.
501. SEÑOR I: Hasta entonces, lo tendré en tinieblas y a buen recaudo.
(SALEN)

ESCENA 2
(FLORENCIA. ASPOSENTO EN CASA DE LA VIUDA. ENTRAN BERTRÁN Y DIANA)
502. BERTRÁN: Me han dicho que te llamas Fontibel.
503. DIANA: No, mi buen señor. Diana.
504. BERTRÁN: ¡Nombre de diosa! ¡Y todavía mereces más! Pero, ángel encantador, ¿no
reina el amor en tu linda figura? Si la viva llama de la juventud no resplandece en tu
corazón, no eres una doncella, sino una estatua. Cuando hayas muerto, serás igual que
como eres ahora, fría e insensible. Y en estos momentos deberías ser como tu madre
cuando te engendró.
505. DIANA: Ella fue entonces honrada.
506. BERTRÁN: Tú lo serías como ella.
507. DIANA: No. Mi madre no hizo sino cumplir con su deber. El mismo, señor, que tú
tienes con tu esposa.
508. BERTRÁN: No hablemos más de eso. Me unieron con ella a despecho mío. Pero a ti
te amo, te amo con la ternura de un amor espontáneo, y te rindo por siempre el
homenaje de mis servicios.
509. DIANA: Si, ustedes nos sirven en tanto los servimos nosotras. Pero cuando han
conseguido nuestras rosas, no nos dejan más que las espinas para que nos pinchemos
y se burlan de nuestra debilidad.
510. BERTRÁN: ¡Cuántos juramentos te he hecho!

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511. DIANA: La acumulación de juramentos no es prueba de sinceridad. Uno solo basta
cuando es sencillo y verdadero. Todo juramento que no se hace ante el Señor no es
sagrado. Tus juramentos no son, pues, sino palabras sin importancia.
512. BERTÁN: ¡Desdícete, desdícete! No seas tan piadosamente cruel. El amor es cosa
sagrada, y mi honradez jamás ha conocido las perfidias de que acusas a los demás
hombres. No te alejes más de mí, cede a los deseos de mi corazón desfallecido y haz
cesar mi dolor. ¡Di que eres mía, y mi amor no cambiará nunca!
513. DIANA: Veo que los hombres, en ciertos asuntos, esperan que nos engañemos a
nosotras mismas. Dame esa sortija.
514. BERTRÁN: Puedo prestártela, amada mía; pero no tengo derecho a entregártela.
515. DIANA: ¿Conque me la niegas, señor?
516. BERTRÁN: Es una prenda de honor que pertenece a mi casa, y que por legado
sucesivo se me ha transmitido de mis abuelos. Perderla, sería el mayor oprobio que
podría acontecerme.
517. DIANA: Mi honor es como tu sortija. Mi castidad es la joya de nuestra casa, joya
que yo también conservo de mis antepasados y perdiéndola me expongo, asimismo, a
las más duras recriminaciones ante el mundo.
518. BERTRÁN: ¡He aquí, toma mi sortija! ¡Mi casa, mi honor, mi vida te pertenecen y
soy tu esclavo!
519. DIANA: A medianoche llama a la ventana de mi aposento. Yo me ocuparé de que
mi madre no me oiga. Pero, en nombre de la lealtad, cuando hayas conquistado mi
lecho todavía virgen, no permanezcas sino una hora y no me hables palabra alguna.
Tengo para ello motivos poderosos y que te haré conocer cuando te devuelva esta
sortija. Durante la noche colocaré otra en tu dedo que, en lo por venir, será como un
testimonio de nuestra unión pasada. Adiós, hasta entonces, no faltes. Acabas de
conquistar en mi a una esposa, aunque no tenga la esperanza de serlo.
520. BERTRÁN: Yo he conquistado en ti un paraíso sobre la tierra.
(SALE)
521. DIANA: ¡Que vivas lo suficiente para dar las gracias al cielo y a mí! Podrías acabar
de este modo. Mi madre me había instruido sobre la manera con que este hombre me
galantearía, como si lo hubiese leído en su corazón. Afirma que todos los hombres
hacen los mismos juramentos. Ha prometido tomarme por esposa cuando muera su
mujer. Reposaré, pues, con él cuando esté ya enterrada. Puesto que los franceses son
tan falsos, cásese con ellos quien quiera; yo viviré y moriré virgen. No considero, no
obstante, la estratagema como un pecado, pues es justicia engañar a un seductor.

ESCENA 3
(EL CAMPAMENTO FLORENTINO. ENTRAN LOS DOS SEÑORES FRANCESES Y DOS O TRES
SOLDADOS)
522. SEÑOR I: ¿No le has entregado la carta de su madre?
32
523. SEÑOR 2: La puse en sus manos hace una. En su contenido hay algo que parece
irritarle, pues a su lectura semejaba casi otro hombre.
524. SEÑOR I. Merece infinitos reproches por haber repudiado a tan buena esposa y tan
amable dama.
525. SEÑOR 2: Ha incurrido, sobre todo, en la eterna desgracia del rey, cuya voluntad se
hallaba dispuesta a labrar su dicha.
526. SEÑOR I: En tanto, ¿qué se dice de estas guerras?
527. SEÑOR 2: Se habla de proposiciones de paz.
528. SEÑOR I: Puedo asegurarte que la paz está ya firmada.
529. SEÑOR 2: ¿Qué va a hacer entonces el conde de Rosellón?
530. SEÑOR I: Su mujer, señor, se fugó hace dos meses de su casa, bajo pretexto de ir
en peregrinación a Santiago de Compostela, peregrinación que ha cumplido
santamente con la más austera piedad. Y mientras estaba allí, su sensibilidad se fue
haciendo presa de su dolor; en fin, que exhaló su último aliento en un gemido y ahora
canta en el cielo.
531. SEÑOR 2: ¿Se halla el conde al corriente de la noticia?
532. SEÑOR I: Sí, y en todos sus detalles, sin que se le haya escapado nada de la verdad.
533. SEÑOR 2: Estoy sinceramente desolado de que el conde se regocije de ello.
534. SEÑOR I: La trama de nuestra vida se compone de lo bueno y lo malo reunido.
Nuestras virtudes se enorgullecerían si no las azotaran nuestras faltas; y nuestros
crímenes caerían en la desesperación, si no fueran compensados por nuestras
virtudes.
535. SEÑOR 2: He aquí ya a su señoría.
(ENTRA BERTRÁN)
536. SEÑOR I: ¡Hola, señor! ¿No es más de medianoche?
537. BERTRÁN: Esta noche he despachado dieciséis asuntos, cada uno de los cuales
habría exigido un mes de actividad. Me he despedido del duque, he dicho adiós a sus
allegados, he sepultado una esposa, he llorado por ella, he escrito a mi madre
participándole mi regreso, dispuesto mi equipaje, y en el transcurso de todas esas
atenciones, expedido ciertas cosas de mayor agrado. La última fue la más importante,
razón por la cual no se halla aún concluida.
538. SEÑOR 2: Si ofrece alguna dificultad y partes mañana, su señoría no tiene tiempo
que perder.
539. BERTRÁN: A propósito, ¿veremos esa entrevista entre el bufón y nuestros
soldados? Vamos, preséntenme a ese falsificador. Me ha engañado como un profeta
de doble sentido.
540. SEÑOR 2: Vayan a buscarlo.
(SALEN SOLDADOS)
541. SEÑOR 2: Ha pasado la noche en el cepo el estúpido fanfarrón miserable.
542. BERTRÁN: ¿Cómo se halla?

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543. SEÑOR I: Está llorando como una joven campesina a quien se le hubiera vertido la
leche que terminaba de ordeñar. Se ha confesado con Morgan, a quien supone fraile,
relatándole sus pecados, desde lo más remoto a que puede alcanzar su memoria,
hasta lo que acaba de cometer cuando lo hemos puesto en el cepo. Y, ¿qué crees que
ha confesado?
544. BERTRÁN: ¿Nada sobre mí, supongo?
545. SEÑOR 2: Se le ha tomado confesión, y se la leerá en su presencia.
(VUELVEN A ENTRAR LOS SOLDADOS CON PAROLLES)
546. BERTRÁN: ¡La peste se lo lleve! Con los ojos vendados.
547. SEÑOR I: ¡Acércate, gallina ciega! Porto tartarossa.
548. SOLDADO I: Manda que se te torture. ¿Qué revelaciones quieres hacer para que no
se te aplique?
549. PAROLLES: Confesaré cuanto sepa, sin violencias.
550. SOLDADO I: Bosko chimurcho.
551. SEÑOR I: Boblibindo chicurmurco.
552. SOLDADO I: Nuestro general te ordena que respondas a las preguntas que voy a
hacerte, según esté escrito.
553. PAROLLES: Y responderé con verdad, como espero vivir.
554. SOLDADO i. En primer lugar, ha de preguntársele de cuántos caballos disponen las
fuerzas del duque. ¿Qué respondes a eso?
555. PAROLLES: De cinco o seis mil, pero flacos e inservibles. Las tropas se hallan
indisciplinadas y los jefes son unos pobres diablos, por mi reputación y mi crédito y tan
verdad como espero vivir.
556. BERTRÁN: Todo es uno y lo mismo para él. ¡Qué bellaco bribón está hecho!
557. PAROLLES: Son unos pobres diablos; escribe eso, por favor.
558. SOLDADO I: Bien, ya está apuntado.
559. PAROLLES: Te lo agradezco humildemente, señor. La verdad es la verdad. Son unos
pobres diablos que dan lástima.
560. SEÑOR i: Pregúntale sobre mí, y qué prestigio tengo ante el duque.
561. SOLDADO I: ¿Conoces al capitán Dumain?
562. PAROLLES: Lo conozco, era un aprendiz de remendón en París, de donde lo
desterraron con azotes por preñar a la tonta del barrio, una inocente muda, que no le
podía decir que no.
563. BERTRÁN (CONTENIENDO AL SEÑOR I): No, por favor, contén las manos.
564. SOLDADO I: ¿Qué reputación tiene ante el duque?
565. PAROLLES: El duque lo tiene por uno de sus peores oficiales, y me escribió el otro
día para que lo echase del regimiento. Creo tener la carta en mi bolsillo.
566. SOLDADO I: A fe que la buscaremos.
567. PAROLLES: En conciencia, no estoy seguro; o se halla en mi bolsillo, o metida en un
legajo con otras cartas del duque, en mi tienda.

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568. SOLDADO I: Hela aquí. Aquí hay un papel. ¿Quieres que lo lea?
569. PAROLLES: Ignoro si es o no la carta.
570. BERTRÁN (APARTE): Nuestro intérprete desempeña admirablemente su cometido.
571. SEÑOR I: A las mil maravillas.
572. SOLDADO I: “Diana, el conde es un idiota cargado de oro.”
573. PAROLLES: Esa no es la carta del duque, señor, es una advertencia hecha a una
honrada joven florentina, Diana, de nombre, con objeto de precaverla de las
seducciones de cierto conde del Rosellón, un muchacho necio y frívolo, pero muy
libidinoso. Te ruego, señor, que vuelvas a colocar eso en mi bolsillo.
574. SOLDADO I: No, lo leeré primero, con tu permiso.
575. PAROLLES: Mis intenciones protesto que han sido las más honorables en favor de
la doncella; porque conozco al conde y lo tengo por un seductor de peligrosa lascivia y
un monstruo hambriento de vírgenes que devora todos los pececillos que encuentra.
576. BERTRÁN: ¡Miserable, dos veces malvado!
577. SOLDADO I (LEYENDO): “Cuando jure, dile que suelte el oro y tómalo. / En
contrayendo una deuda, jamás la paga. / Nunca satisface sus atrasos; hazte pagar por
adelantado / y di que es un soldado, Diana, quien te lo ha dicho. / Porque, en fin de
cuentas, el conde es un pobre bellaco, / y sé que te pagará anticipadamente, / pero no
cuando debe. / Tuyo, como él te habrá jurado al oído, Parolles.”
578. BERTRÁN (APARTE): Será apaleado delante de las tropas con este escrito en la
frente.
579. SEÑOR 2: Es tu apasionado amigo, señor; el famoso políglota, el invencible
soldado.
580. SOLDADO I: Sospecho, señor, por la manera con que te mira el general, que tiene
el propósito de ahorcarte.
581. PAROLLES: ¡La vida a toda costa, señor! Déjame vivir, señor, en una cárcel bajo el
peso de los grilletes, en cualquier sitio, con tal que viva.
582. SOLDADO I: ¿Si se te perdonara la vida, consentirías en traicionar a los florentinos?
583. PAROLLES: Sí, y al capitán de caballería, el conde del Rosellón.
584. SOLDADO I: Se lo comunicaré en voz baja al general para saber lo que decide.
585. PAROLLES (APARTE): ¡No quiero oír hablar de tambores! ¡Malditos sean los
tambores! Sólo para parecer valiente y engañar así las suposiciones del joven
libidinoso, el conde, me he metido en este peligro. Pero ¿quién iba a sospechar que
había una emboscada donde me han apresado?
586. SOLDADO I: No hay remedio, señor, tienes que morir. El general dice que después
de que tan traidoramente has revelado los secretos de tu ejército no puedes servir en
el mundo para nada honrado, y en su consecuencia, debes morir. ¡Vamos, verdugo,
fuera con su cabeza!
587. PAROLLES: ¡Oh, señor, señor! ¡Déjame vivir, o permíteme ver mi muerte!
588. SOLDADO I: La verás. Despídete de todos tus amigos. (QUITÁNDOLE LA VENDA DE
LOS OJOS) Ea, mira a tu alrededor. ¿Conoces a alguien aquí?

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589. BERTRÁN: ¡Buenos días, noble capitán!
590. SEÑOR 2: ¡Dios te bendiga, capitán Parolles!
591. SEÑOR I ¡Que te guarde Dios, noble capitán!
592. SEÑOR 2: Capitán, ¿tienes algún encargo que hacerme para el señor Lafeu?
Marcho a Francia.
593. SEÑOR I: Buen capitán, ¿quieres darme una copia del soneto que has escrito a
Diana, a propósito del conde del Rosellón? Si no fuera yo un verdadero cobarde, te lo
arrancaría a la fuerza. Pero consérvate bien.
(SALEN BERTRÁN Y LOS SEÑORES)
594. SOLDADO I: Estás perdido, capitán. Adiós. Parto también para Francia. Allí
hablaremos de ti.
(SALE)
595. PAROLLES: Si mi corazón hubiera nacido grande, habría estallado con esto. No
quiero ser más capitán; pero quiero comer, beber y dormir como lo haga cualquier
capitán. Viviré tal como soy. Que el que se tenga por fanfarrón, tome de aquí
experiencia. Siempre sucederá que todo fanfarrón vendrá al final a reconocer que es
un asno. ¡Enmohécete, espada! ¡Desaparezcan, rubores! ¡Y viva Parolles con toda
seguridad en la ignominia! ¡Me han hecho un tonto, viviré de la tontería! ¡Hay sitios y
recursos para todos los hombres vivientes! Voy en pos de ellos.

ESCENA 4
(FLORENCIA. APOSENTO EN CASA DE LA VIUDA. ENTRAN HELENA, LA VIUDA Y DIANA)
596. HELENA: A fin de que estés bien persuadida de que no he abusado de ti, será mi
fiador uno de los monarcas más grandes del mundo cristiano. Pero antes de cumplir
mis proyectos, es preciso que me arrodille ante su trono. Hace tiempo le presté un
servicio, tan precioso como su vida. He sido informada de que su majestad se
encuentra en Marsella, adonde podemos encaminarnos con el conveniente
acompañamiento. Conviene que sepas que me creen muerta. El ejército se disuelve,
mi esposo retorna al hogar. Con el auxilio del cielo y la voluntad del rey, mi buen
señor, llegaré antes que nuestro huésped.
597. LA VIUDA: Gentil dama, nunca habrás tenido una servidora a quien sean más
queridos tus intereses.
598. HELENA: Ni tú, señora, una amiga tan fiel, cuyos pensamientos hayan laborado con
mayor ardor por recompensar tu afecto. No dudes que el cielo me condujo a tu casa
para que dotase a tu hija, como él la ha designado, para devolverme mi esposo. A ti
incumbe, Diana, siguiendo mis pobres instrucciones, sufrir todavía un poco más en mi
favor.
599. DIANA: Si tú lo mandas, moriré por ti, que fuera muerte honorable. Estoy
dispuesta a sufrir por tu causa.

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600. HELENA: Nada de eso, te suplico… Pronto el tiempo nos traerá el verano, cuando
las rosas silvestres produzcan hojas y espinas, tan delicadas como punzantes. Es
necesario partir. Nuestro carruaje está dispuesto y la hora nos apremia. “A buen fin,
no hay mal principio”. Como quieran que vayan las cosas, “el final corona la obra”.

ESCENA 5
(EL ROSELLÓN. APOSENTO EN EL PALACIO DE LA CONDESA. ENTRAN LA CONDESA, LAFEU Y
EL BUFÓN)
601. LAFEU: ¡No, no, no! Tu hijo se ha echado a perder con un bribón vestido de
tafetanes. Sin él tu nuera viviría aún, y tu hijo estaría contigo bajo la protección del
rey, que le reportaría más que la compañía del zángano de cola rojiza de que estoy
hablando.
602. CONDESA: ¡Ojalá no lo hubiera conocido! Ha sido causa de la muerte de la dama
más virtuosa que la Naturaleza tuvo el honor de crear.
603. LAFEU: Era una excelente, lo que se dice una excelente dama. Podríamos escoger
mil hierbas antes de dar con otra hierba semejante.
604. BUFÓN: En verdad, señor, era la más dulce de las mejoranas de la ensalada.
605. LAFEU: Esa no es hierbas para ensalada, tunante, sino hierba de olor.
606. BUFÓN: Yo no soy Nabucodonosor el Grande, señor, para entender en hierbas.
607. LAFEU: ¿Qué eres tú, entonces? ¿Un bribón o un loco?
608. BUFÓN: Un loco, señor, puesto al servicio de una mujer; y un bribón al servicio de
un hombre.
609. LAFEU: ¿Por qué esa distinción?
610. BUFÓN: Al hombre lo engañaría con su mujer haciendo su servicio.
611. LAFEU: ¡Márchate a tus ocupaciones! Comienzas a fatigarme. Te lo digo de
antemano, porque no quisiera indisponerme contigo. Vete y procura que cuiden bien
de mis caballos, sin burlas por tu parte.
612. BUFÓN: Si les hago burlas, señor, serán burlas para caballos, a las que tienen
derecho por ley natural.
(SALE)
613. LAFEU: ¡Un astuto bribón! ¡Un pícaro!
614. CONDESA: Es verdad. Mi difunto marido se divertía mucho con él. Por eso continúa
en esta casa. La juzga como construida a propósito para sus impertinencias y circula
por ella a voluntad.
615. LAFEU: Yo lo quiero bien, y no veo mal alguno en lo que acabas de contarme… Te
decía, pues, que, habiendo sabido el fallecimiento de la buena dama y el retorno de tu
hijo, he visto al rey, mi señor, y le he suplicado que hable en favor de mi hija, a la cual,
cuando ambos eran pequeñitos, su majestad había propuesto en primer lugar por
generosa atención. Su majestad me ha prometido interceder. Era la mejor manera de
apagar el resentimiento que le ha causado tu hijo. ¿Qué piensas, señora?
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616. CONDESA: Aceptaría de buen grado, señor, y deseo que el proyecto se realice.
617. LAFEU: Su majestad llega por la posta de Marsella tan joven como cuando tenía
treinta años. Estará aquí mañana.
618. CONDESA: Me alegra verlo antes de morir. He recibido cartas de mi hijo
anunciándome su llegada esta noche.
(VUELVE A ENTRAR EL BUFÓN)
619. BUFÓN: ¡Oh, señora! He ahí venir a tu hijo con un parche de terciopelo en la cara.
Si hay herida debajo o no, el terciopelo lo sabrá. Pero es un bonito parche de
terciopelo. La mejilla izquierda cuenta tres pelos y medio; pero la derecha está
completamente calva.
620. LAFEU: Una herida noblemente obtenida o una noble cicatriz, es un buen distintivo
de honor.
621. BUFÓN: Pero no por eso su cara parece menos acuchillada.
622. LAFEU: Vamos a ver a tu hijo. Me impaciento por hablar con ese joven y valiente
soldado.
623. BUFÓN: Por mi fe, hay una docena de ellos, con sombreros finos y delicados de
plumas galantes, que no dejan de inclinar la cabeza y hacerle reverencias al primero
que encuentran.
(SALEN)

QUINTO ACTO
ESCENA I
(MARSELLA. UNA CALLE. ENTRAN HELENA, LA VIUDA Y DIANA, SEGUIDAS DE DOS
CRIADOS)
624. HELENA: Deben sentirse, verdaderamente, fatigadas de correr así la posta día y
noche. No era posible hacerlo de otro modo. Ya que han sacrificado los días y las
noches y expuesto sus miembros delicados para servirme, ármense de valor. Se han
hecho merecedoras de un reconocimiento eterno.
(ENTRA UN GENTILHOMBRE HALCONERO)
625. HELENA: Ese hombre podría conseguirme una audiencia del rey, si quisiera usar de
su poder… Dios te guarde, señor.
626. GENTILHOMBRE: Y a ti, señora.
627. HELENA: Te he visto en la corte de Francia.
628. GENTILHOMBRE: He estado allí algún tiempo.
629. HELENA: Tengo la seguridad, señor, de que mereces absolutamente la reputación
de bondad de que gozas. Las circunstancias no me permiten cumplimientos. Voy,
pues, a darte ocasión de poner en práctica tus cualidades y de atraerte un
reconocimiento eterno.
630. GENTILHOMBRE: ¿Qué deseas?

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631. HELENA. Hazme la merced de entregar esta humilde petición al rey, e interpón tu
influjo para que sea admitida a su presencia.
632. GENTILHOMBRE: El rey no está aquí.
633. HELENA: ¿Qué no está aquí, señor?
634. GENTILHOMBRE: No, en verdad. Abandonó Marsella la noche pasada, con una
prisa no habitual en él.
635. LA VIUDA: Señor, ¡qué de afanes inútiles!
636. HELENA: Sin embargo, “a buen fin, no hay mal principio”. Aunque las cosas
parezcan tan adversas y los medios tan desfavorables… Por favor, dime, ¿adónde ha
marchado?
637. GENTILHOMBRE: Al Rosellón, he oído decir; adonde yo también me encamino.
638. HELENA: Te lo ruego, señor; puesto que vas a ver al rey antes que yo entrégale
este papel en su generosa mano. Yo te seguiré con toda la celeridad que nos permitan
los medios de los que disponemos.
639. GENTILHOMBRE: Lo haré por ti.
640. HELENA: Y cualquiera que sea la suerte que corra, no han de faltar mis
reconocimientos. Ahora es menester montar de nuevo a caballo. Vamos, vamos,
preparémoslo todo.
(SALEN)

ESCENA 2
(EL ROSELLÓN. PATIO INTERIOR DEL PALACIO DE LA CONDESA. ENTRAN EL BUFÓN Y
PAROLLES)
641. PAROLLES: Querido Monsieur Lavache, entrega esta carta al señor Lafeu. En otra
época, señor, me conocías mejor, cuando lucía vestidos más elegantes. Pero ahora,
señor, estoy atollado en la zanja de la fortuna y siento fuerte el olor de su fuerte
disgusto.
642. BUFÓN: Verdaderamente, tiene que ser muy fuerte el desagrado de la fortuna
para oler tan repugnante como dices. Te lo suplico, ponte del lado contrario al viento.
643. PAROLLES No es necesario taparte las narices, señor. Hablo en sentido metafórico.
644. BUFÓN: Vengan las metáforas de donde vengan, me taparé las narices si apestan.
Por favor, aléjate.
645. PAROLLES: Te lo suplico, señor, remítele este papel.
646. BUFÓN: ¡Uf! ¡Apártate, por favor! ¡Entregar a un gentilhombre un papel que viene
de la letrina de la fortuna! Mira. He aquí tu hombre en persona.
(ENTRA LAFEU)
647. BUFÓN: Te presento a un hijo de la fortuna, señor, que se ha caído en el vivero
nauseabundo de su desagrado, y que, como él dice, ha quedado enfangado. Te suplico
que hagas por este pez lo que puedas, pues tiene todas las trazas de ser un bribón

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miserable, infeliz, burlado, ingenioso e idiota. Me compadezco de sus desdichas, le
infundo valor con una sonrisa y lo abandono a su señoría.
(SALE)
648. PAROLLES: Señor, soy un hombre a quien la suerte ha maltratado.
649. LAFEU: ¿Qué quieres que haga? ¿Qué mala treta de ratero le has jugado a la
fortuna para que te haya arañado? Porque, de sí, la fortuna es una buena persona, que
no consiente que los pillos prosperen largo tiempo a su servicio. He aquí un escudo
para ti. Tengo otros asuntos.
650. PAROLLES: Suplico a su señoría que me permita una sola palabra. Mi nombre, buen
señor, es Parolles.
651. LAFEU: ¡Malditos sean mis arrebatos! Dame la mano… ¿Cómo va tu tambor?
652. PAROLLES: ¡Oh, mi buen señor! Tú fuiste el primero en descubrirme.
653. LAFEU: ¿He sido yo, de veras? Yo fui también el primero en perderte.
654. PAROLLES: En tu mano está, señor, el rehabilitarme, pues eres quien me retiró el
favor.
655. LAFEU: ¡Deberías avergonzarte, bribón! ¿Quieres que llene a la par el oficio de Dios
y del diablo? ¿Qué el uno te haga obtener mercedes y que el segundo te las haga
perder?
(SUENAN TROMPETAS)
656. LAFEU: Aquí llega el rey. Lo conozco en el son de sus trompetas… Bribón, ven luego
en mi busca. Hablé de ti la noche pasada. Aunque seas un sinvergüenza y un pillo, no
te morirás de hambre. Vamos, sígueme.
657. PAROLLES: Doy alabanza a Dios por ti.

ESCENA 3
(EL ROSELLÓN. APOSENTO EN EL PALACIO DE LA CONDESA. TROMPETERÍA. ENTRAN EL
REY, LA CONDESA, LAFEU, SEÑORES, CABALLEROS, GUARDIAS, ETC)
658. EL REY: Hemos perdido con ella una joya, y nuestro resplandor se han
ensombrecido. Pero tu hijo, en su locura, no sintió la importancia de esa pérdida.
659. CONDESA: Todo eso ha pasado, mi soberano. Suplico a su majestad considere su
rebeldía como un efecto del ardor de la juventud. Cuando el aceite y el fuego se
encuentran, arrastrando consigo la razón, la desbordan, y el incendio se propaga.
660. REY: Mi honorable señora, todo lo he perdonado y dado al olvido, aunque mi
venganza estaba suspendida sobre él esperando la ocasión de estallar.
661. LAFEU: Debo decirte, y pido primero perdón, que el joven señor ha ofendido
seriamente a su majestad, a su madre y a su mujer; pero él ha sido a quien más ha
perjudicado su falta. Ha perdido a una esposa cuyas palabras cautivaban los oídos de
cuantos la escuchaban, cuyas virtudes domaban los corazones más rebeldes, que se
enorgullecían en llamarla su señora.

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662. REY: El elogio del bien perdido hace más grato su recuerdo. Condúzcanlo aquí,
estamos ya reconciliados y la primera entrevista borrará las impresiones pasadas. No
le permitan implorar nuestro perdón. Por grave que haya sido la ofensa, no existe ya, y
nosotros sepultamos sus restos ardientes en lo más profundo del olvido. Que se
acerque como un extraño y no como un culpable y díganle que tal es nuestra voluntad.
663. GENTILHOMBRE: Lo haré, mi soberano.
(SALE)
664. REY: ¿Qué dice a propósito de tu hija? ¿Le has hablado?
665. LAFEU: Está todo encomendado a su majestad.
666. REY: Entonces, tendremos boda. He recibido cartas que lo llenan de gloria.
(ENTRA BERTRÁN)
667. LAFEU: Parece de buen aspecto.
668. REY: Acércate, el tiempo ha recobrado su serenidad.
669. BERTRÁN: ¡Que mi profundo arrepentimiento, querido soberano, me haga
perdonar!
670. REY: Todo se olvidó. Ni una palabra más del pasado, aprovechemos el instante. ¿Te
acuerdas de la hija de este caballero?
671. BERTRÁN: Con admiración, mi soberano. En ella había recaído primero mi elección,
sin que mi alma fuese lo bastante orgullosa para convertirse en heraldo de mi lengua
672. REY: La excusa es buena. Por lo mismo que la has amado, disminuye la cuenta que
tienes que rendir. A menudo nuestros rencores, injustos contra nosotros mismos,
destruyen a nuestros amigos, y llorar sobre sus cenizas. Nuestro amor, al despertarse,
llora al ver lo que se ha hecho, mientras el odio vergonzoso pasa toda la tarde
durmiendo la siesta. Sea éste el toque fúnebre de la dulce Helena y no se hable más.
Lleva las arras de tu amor a la hermosa Magdalena. Los consentimientos están
obtenidos y permaneceremos aquí para asistir a tus segundas bodas que cierran el
período de tu viudedad.
673. CONDESA: ¡Que el cielo bendiga mejor que la vez primera! ¡O muera yo antes de
que se realice la unión!
674. LAFEU. Ven, hijo mío, en quien debe confundirse el nombre de mi familia. Dame
alguna prenda de ternura que encienda la chispa en el corazón de mi hija y la haga
presentarse rápidamente. (BERTRÁN LE ENTREGA UNA SORTIJA) Por mi vieja barba, y
por cada uno de sus pelos, ¡Helena, que ya está muerta, era una encantadora criatura!
La última vez que abandonó la corte le vi en el dedo una sortija parecida a ésta.
675. BERTRÁN: La presente no la ha tenido nunca.
676. REY: Permíteme que la vea, te lo ruego. En el instante en que hablaba la
consideraban mis ojos… ¡Esta sortija me ha pertenecido! Cuando se la entregué a
Helena, le dije que, si alguna vez la suerte la abandonaba, si tenía necesidad de
nuestra ayuda, esa prenda bastaría para obtenerla. ¿Has sido tan perverso, para
privarla de este último recurso?

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677. BERTRÁN: Mi venerable soberano, aunque ose contradecirte con ello, esta sortija
no ha sido de ella jamás.
678. CONDESA: ¡Hijo mío, por mi vida! Se la he visto en su dedo. La apreciaba tanto
como su vida.
679. LAFEU: Estoy seguro de que la ha llevado.
680. BERTRÁN: Te equivocas, señor, nunca la ha visto. Me la echaron en Florencia desde
una ventana, envuelta en un papel en el cual estaba escrito el nombre de aquella de
quien procedía. Era una joven noble, que me creía soltero. Cuando la puse al corriente
de mi situación, se resignó pesarosamente y no quiso jamás recobrar su sortija.
681. REY: Esta sortija me perteneció y que perteneció a Helena, sea quien fuere la que
te lo entregó. Confiesa que esta sortija ha sido suya y por qué violencia se la has
arrebatado. Ella había jurado por todos los santos que no se la quitaría de su dedo sino
para entregártela en el lecho nupcial, donde no has entrado todavía, o que nos la
enviaría después de algún desastre.
682. BERTRÁN: ¡Pero si no ha podido verla!
683. REY: ¡Mientes! Y me haces suponer cosas que quisiera descartar de mis
pensamientos. ¡Acabaré por creer que has sido demasiado inhumano…! Tú la
aborrecías a muerte, y ahora ha muerto… A menos de estar ciego, nada es para mí
más convincente que la vista de ese anillo. ¡Sujétenlo!
(LOS GUARDIAS APREHENDEN A BERTRÁN)
684. REY: ¡Condúzcanlo! Averiguaremos más este asunto.
685. BERTRÁN: Si me pruebas que esta sortija ha sido alguna vez suya, te sería igual de
fácil demostrar que yo hice de marido en su lecho en Florencia, donde ella nunca
estuvo. (SALE ESCOLTADO)
686. REY: ¡Me asaltan horribles sospechas!
(ENTRA UN GENTILHOMBRE HALCONERO)
687. GENTILHOMBRE: Venerable soberano, te traigo la petición de una florentina que
se halla a cuatro o cinco millas de aquí y que daba muestras de gran prisa por
enviártela.. En la tristeza de su mirada se adivinaba la trascendencia del asunto. En fin,
me ha confesado tan dulce como brevemente, que conocía a su alteza tanto como a
ella propia.
688. REY (LEYENDO): “Tras muchas promesas de casarse conmigo, cuando se muriese su
esposa, me ruboriza el decirlo, me entregué a él. Ahora el conde de Rosellón es viudo,
ha faltado a sus juramentos y yo lo he pagado con mi honor. Ha huido de Florencia, sin
avisarme, y me encuentro en este país para reclamar justicia. ¡Otórgamela, oh, rey! En
tus manos está. Si no, un seductor saldrá triunfante, y una infeliz doncella quedará
deshecha. Diana Capuleto.”
689. LAFEU: Me compraré un yerno en una feria pero con el conde no quiero nada.
690. REY: Los cielos te han protegido, Lafeu, mostrándote este descubrimiento…
Conduzcan aquí a las solicitantes. Háganlo pronto y traigan al conde.

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(SALEN EL GENTILHOMBRE HALCONERO Y ALGUNOS DEL SÉQUITO)
691. REY: Temo, señora, que Helena haya sido bárbaramente asesinada.
692. CONDESA: Hágase justicia con los culpables.
(VUELVE A ENTRAR BERTRÁN, ESCOLTADO)
693. REY: Me asombra, señor, que siendo para ti monstruos las mujeres, de quienes
huyes tras haberles jurado fidelidad, desees todavía casarte. ¿Quién es esta dama?
(ENTRA NUEVAMENTE EL GENTILHOMBRE HALCONERO, CON LA VIUDA Y DIANA)
694. DIANA: Soy, señor, una florentina ultrajada, descendiente de la antigua familia de
los Capuleto. Sabes lo que acabo de solicitar y conoces, por consiguiente, cuán digna
soy de compasión.
695. VIUDA: Yo soy su madre, señor, cuya edad y reputación han sufrido mucho por la
afrenta que llevamos, y ambas moriremos de no poner remedio su majestad.
696. REY: Acércate, conde. ¿Conoces a estas mujeres?
697. BERTRÁN: Señor, no puedo ni quiero negar que las conozco. ¿Me acusan de otra
cosa?
698. DIANA: ¿Por qué finges de una manera tan extraña no reconocerme por esposa?
699. BERTRÁN: Ella no es nada mío, señor.
700. DIANA: Si te casas, darás a otra esta mano que me pertenece; violarás votos
jurados ante el cielo, y esos juramentos es a mí a quien los has hecho. Entregándote a
otra, me enajenas a mí misma, y yo soy mía, sin embargo, pues nuestros votos nos han
incorporado de tal manera el uno al otro, que nadie puede casarse contigo sin
casarme a mí también. O con los dos o con nadie.
701. LAFEU (A BERTRÁN): Tu reputación es demasiado escasa para mi hija, no eres
marido para ella.
702. BERTRÁN: Señor; esta mujer es una criatura necia y trastornada, con la cual me he
permitido reir alguna vez. Suplico a su alteza estime lo bastante mi honor para no
suponer que se rebajaría a ese punto.
703. REY: Señor, mi opinión te será desfavorable, mientras no hayas ganado mi aprecio.
¡Ojalá tu honor se halle por encima de lo que pienso!
704. DIANA: Mi buen señor, exígele bajo juramento que atestigüe si ha obtenido o no
mi virginidad.
705. REY: ¿Qué respondes?
706. BERTRÁN: ¡Que es una impúdica, señor, que se prostituía a todo el campamento!
707. DIANA: ¡Me agravia, señor! ¡Si así fuera, me hubiese comprado a vil precio! No le
creas. Mira esta sortija, de importancia y valor inestimables. ¿La hubiera entregado a
una prostituta?
708. CONDESA: Enrojece. Es su sortija. Desde seis generaciones, esa joya, legada por
testamento, se ha transmitido en la familia. Esa mujer es su esposa. La sortija lo
atestigua mil veces.
709. REY: Creo que dices que has visto aquí en la corte uno que podría atestiguarlo.
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710. DIANA: Sí, señor; pero siento repugnancia de apelar a semejante testimonio. Su
nombre es Parolles.
711. LAFEU. Hoy he visto a ese hombre, si puede dársele ese título.
712. REY: Que lo busquen y lo traigan.
(SALE UNO DEL SÉQUITO)
713. BERTRÁN: ¿De qué serviría? Es un peligroso bribón, sucio, con todos los vicios del
mundo; un pillo, que la menor verdad repugna a su naturaleza. ¿Sería yo esto o
aquello, según las afirmaciones de un hombre que dirá lo que se quiera?
714. REY: Ella tiene tu sortija.
715. BERTRÁN: Lo creo. Es cierto que me agradó y que la conquisté, cediendo a un
capricho de la juventud. Ella conocía la distancia que nos separa y, por atraerme,
excitó mi pasión con sus negativas. Finalmente, sus arrumacos consiguieron el precio
que había fijado a sus favores. De suerte que acabó por obtener la sortija y yo adquirí
lo que cualquier subalterno habría conseguido a precio de mercado.
716. DIANA: ¡Debo tener paciencia! Tú, que has repudiado ya a una noble esposa,
puedes fácilmente negarme todo derecho sobre ti. Una palabra todavía. Puesto que
eres indigno hasta tal punto, consiento en perder un esposo. Envía a buscar tu sortija,
yo te la restituiré y tú me devolverás la mía.
717. BERTRÁN: No la tengo.
718. REY: ¿Cómo era esa sortija, por favor?
719. DIANA: Señor, exactamente como la que llevas en el dedo.
720. REY: ¿Conoces tú esta sortija? Era la que tenía hace un instante.
721. DIANA: Es la que yo le entregué en el lecho.
722. REY: Luego, ¿es falso que se la arrojaste desde una ventana?
723. DIANA: He dicho la verdad.
(ENTRA PAROLLES)
724. BERTRÁN: Señor, confieso que esta sortija era la suya.
725. REY: Balbuceas extrañamente. Una pluma te hace temblar. ¿Es este el hombre del
que hablabas?
726. DIANA: Sí, mi señor.
727. REY: Cuéntame, pícaro, pero sin mentir y sin preocuparte de desagradar a tu amo,
lo que sabes concerniente al conde y a esta dama.
728. PAROLLES: Con la venia de su majestad, mi amo se ha conducido honorablemente.
No ha cometido otros pecadillos sino los corrientes entre todos los caballeros.
729. REY: Vamos, al asunto. ¿Ha amado a esta mujer?
730. PAROLLES: Por mi fe, señor, la ha amado. Pero ¿cómo…?
731. REY: ¿Cómo, dí?
732. PAROLLES: Señor, la ha amado como un caballero ama a una mujer.
733. REY: ¿Es decir…?
734. PAROLLES: Que la ha amado y no la ha amado.

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735. REY: Como tú eres un bribón y no un bribón. ¡Qué necio equívoco!
736. PAROLLES: Soy un pobre hombre, señor, a las órdenes de su majestad.
737. LAFEU: Es un buen tambor, señor, pero un mal orador.
738. DIANA: ¿Y no sabes si él me dio palabra de casamiento?
739. PAROLLES: A fe mía, sé más de lo que quiero decir.
740. REY: Entonces, ¿no quieres decir todo lo que sabes?
741. PAROLLES: Sí, con la venia de su majestad. Yo medié entre ellos, como digo; pero,
además, él la amaba, estaba loco por ella. Yo estaba entonces tan al tanto en sus
confidencias, que sabía cuándo iban al lecho y otras circunstancias, como promesas de
matrimonio y un sinfín de detalles que él me rogaba no descubriera, bajo pena de
atraerme su desagrado. Por eso no quiero decir lo que sé.
742. REY: Ya has dicho todo, a menos que puedas añadir que están casados. Pero eres
demasiado taimado en tus declaraciones. Retírate. (A DIANA) ¿Dices que esta sortija te
ha pertenecido?
743. DIANA: Sí, mi buen señor.
744. REY: ¿Dónde la compraste? ¿O quién te la dio?
745. DIANA: Ni me la dieron, ni la compré.
746. REY: ¿Quién te la prestó?
747. DIANA: Tampoco me la prestaron.
748. REY: ¿Dónde la hallaste, entonces?
749. DIANA: No la hallé.
750. REY: Si no te ha pertenecido por ninguno de esos medios, ¿cómo has podido
dársela?
751. DIANA: Nunca se la di.
752. LAFEU: Esta mujer es un guante, señor, se quita y se pone a gusto.
753. REY: Esa sortija era mía, y la di a su primera mujer.
754. DIANA. Que haya pertenecido a ti o a ella, no podría decirlo.
755. REY: ¡Apártenla de mi lado! ¡Me disgusta! Llévenla a la cárcel y que la acompañe
él. Si no me dices cómo has obtenido esa sortija, morirás en el plazo de una hora.
756. DIANA: No lo diré nunca.
757. REY: ¡Llévensela!
758. DIANA: Suministraré fianza, mi soberano.
759. REY: Ahora empiezo a creer que eres una ramera pública.
760. DIANA: Por Júpiter, no he conocido nunca otro hombre que tú.
761. REY: ¿Por qué lo estás acusando todo este tiempo?
762. DIANA: Porque es culpable y no es culpable. Cree que no soy virgen y lo juraría. Yo,
a mi vez, juraría que soy virgen, sin él sospecharlo. ¡Gran rey, por mi vida, yo no soy
una prostituta! O soy virgen o soy la mujer de ese hombre. (SEÑALANDO A LAFEU)
763. REY: ¡Abusa de nuestros oídos! ¡A la cárcel con ella!
764. DIANA: Buena madre, ve en busca de mi fianza… Espera, real señor.
(SALE LA VIUDA)

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765. DIANA: El joyero a quien pertenece la sortija va a venir. El responderá por mí. En
cuanto a ese señor, que me ha engañado, como él sabe, aunque ningún mal me ha
hecho, renuncio a él. Demasiado conoce que mancilló mi lecho y que al mismo tiempo
hacía concebir a su esposa. Por muerta que esté, siente a la sazón moverse un hijo en
sus entrañas. He aquí mi enigma. La que estaba muerta, está viva. He aquí la prueba.
(VUELVE A ENTRAR LA VIUDA CON HELENA)
766. REY: ¿No hay ningún exorcista que fascina mis ojos? ¿Es real lo que veo?
767. HELENA: Mi buen señor, es solo la sombra de una esposa lo que ves. El nombre, no
la cosa.
768. BERTRÁN: ¡Las dos cosas! ¡Oh, perdón!
769. HELENA: ¡Ah, mi buen señor! Cuando yo me parecía a esta joven te hallaba
extraordinariamente cariñoso. He aquí tu sortija, mira aquí también tu carta, en la que
se dice: “Cuando logres obtener la sortija que llevo en el dedo y mostrarme un niño”,
etcétera”. Todo está hecho. ¿Quieres pertenecerme ahora que has sido dos veces
conquistado?
770. BERTRÁN: Si puede explicarse con claridad, la amaré con todo mi corazón;
¡siempre, siempre de todo corazón!
771. HELENA: ¡Si yo no me explico de suerte que no deje rastro de duda, que un
divorcio mortal nos separe a los dos! ¡Oh, mi querida madre! ¿Es posible que te vea?
772. LAFEU: Mis ojos huelen cebollas. ¡Estoy a punto de llorar! (A PAROLLES) ¡Buen
tambor, préstame tu pañuelo! Bien, te doy las gracias. Ven a verme a casa. Allí nos
divertiremos juntos. Deja a un lado las reverencias. Son muy torpes.
773. REY: Conozcamos esta historia con todos sus detalles, para que la verdad nos
inunde de alegría. (A DIANA) Si eres todavía una lozana flor en capullo, podrás elegir
esposo. Yo me encargo de la dote, porque adivino que con tu honesta ayuda has
sabido salvaguardar una esposa y te has conservado doncella. De todo esto, y todo lo
ocurrido, grande y pequeño, hablaremos en detalle. Todo, sin embargo, parece bien; y
si acaba felizmente, las amarguras del pasado harán más dulce lo venidero.
(TROMPETERÍA)
EPILOGO
774. REY: La función ha acabado y el rey ahora es un mendigo. Todo acabará bien, si
hemos ganado sus aplausos, que pagaremos esforzándonos en agradarlos cada día
mejor. Dennos su indulgencia y les damos nuestro arte, con su aplauso a cambio de
nuestro corazón.
(SALEN)

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