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Neoliberalismo
Marcos Roitman Rosenmann
El proyecto neoliberal en América Latina tuvo su origen en la crisis del capitalismo de los años 1960. El
anticomunismo de la Guerra Fría y el repudio de las políticas públicas keynesianas, que otorgan un papel
decisivo al Estado en el desarrollo económico, fueron sus fundamentos. Si para Keynes el desarrollo dependía
de políticas sociales dirigidas a asegurar el pleno empleo y la redistribución de la riqueza por medio del control
estatal de precios, de la inflación y de los salarios, para los neoliberales fue la oposición y la crítica a dichos
principios lo que hizo surgir su doctrina.
La hegemonía keynesiana descartó por cuatro décadas (1930-1970) las teorías clásicas y neoclásicas de David
Ricardo, Adam Smith, Alfred Marshall y Walras. Los centros de producción de conocimiento, los empresarios y
la elite se socializaron en el lenguaje keynesiano. Pocos llegaron a cuestionar el papel dinámico del Estado en
el crecimiento del Producto Bruto Interno (PBI) y en el desarrollo técnico-científico. Sus opositores ocuparon un
lugar secundario en los debates y permanecieron al margen de las principales propuestas. A pesar de ello,
sentaron las bases de lo que sería el neoliberalismo de fines del siglo XX.
La primera agrupación, surgida en Francia poco antes de la Segunda Guerra Mundial, fue el Centro
Internacional de Estudios para la Renovación del Liberalismo y tuvo como finalidad atacar la planificación y el
colectivismo estatal. De corta duración, fue el precedente utilizado por Hayek para crear en Mont-Pèlerin –un
pequeño centro suizo de veraneo– la sociedad de mismo nombre. Constituida en 1947 para luchar contra el
Estado social europeo y el New Deal norteamericano, se reunió por primera vez en abril de aquel año. Hayek
buscó unir y organizar a quienes abdicaban del keynesianismo y querían expresar su rechazo por las políticas
basadas en una concepción social de la democracia.
Los miembros más destacados de la nueva
asociación fueron historiadores, economistas y
filósofos. Entre sus fundadores estaban Maurice
Allais, Milton Friedman, Walter Lippman, Salvador
de Madariaga, Ludwig von Mises, Michael
Polanyi, Karl Popper, William Rampard, Wilhem
Ropke, Joseph Stigler y Lionel Robbins. Las
reuniones periódicas y la divulgación de las obras
del propio Hayek, básicamente El camino de la
servidumbre, escrita tres años antes, y las de su
maestro y amigo Ludwig von Mises, La acción
humana (1949) y La mentalidad anticapitalista
(1956), fueron los acontecimientos más
relevantes de esta sociedad.
El único motivo por el cual las propuestas
keynesianas no tuvieron competencia en los años
50 y 60 fue por la dinámica expansionista que el Friedrich August von Hayek, uno de los exponentes del
capitalismo central demostró después de pensamiento liberal, en enero de 1981 (LSE Library)
asumidas las recomendaciones intervencionistas.
El acceso de las clases sociales menos
favorecidas al consumo de bienes durables, sumado al aumento de la demanda provocado por el mayor poder
adquisitivo de los salarios, mostraron una fisonomía amable del capitalismo. Éste, se decía, había superado los
límites de un sistema excluyente e inhumano.
El optimismo generalizado en el progreso y en la revolución técnico-científica era un argumento consistente para
demostrar dicha hipótesis. Más aún, el acceso a la educación, a la salud, al trabajo y a la vivienda por las
nuevas generaciones de trabajadores modificaría la estructura social y de clases. El tiempo de las grandes
huelgas y del enfrentamiento directo entre el capital y el trabajo fue reemplazado por una estrategia
conciliadora. El concepto de Estado de bienestar social se extendió, promovió la integración social y planteó la
tesis de que se habían superado la lucha de clases y la explotación en los países de capitalismo avanzado.
En Europa occidental la firma de convenios de derechos humanos, económicos, sociales y culturales –
reconociendo los derechos sindicales, de huelga, formación profesional, protección a la salud, seguridad social y
asistencia social– constituyó un hito de actuación política de los agentes sociales (1950-1954). Esta tendencia
se afianzó con la firma, en 1965, de la Carta Social entre el Reino Unido, Noruega, Suecia, Irlanda y Alemania
Federal. El capitalismo avanzaba a pasos firmes. Keynes y sus discípulos eran sus arquitectos.
La lucha contra el subdesarrollo en América Latina se emprendió sobre la base de una perspectiva keynesiana.
En 1948 se creó la Comisión Económica para América Latina de las Naciones Unidas (CEPAL), bajo la
orientación de Raúl Prebisch. Industrializar y transformar las estructuras oligárquicas por medio de la
intervención del Estado era el camino para superar las relaciones entre el centro y la periferia. El proceso de
modernización estuvo acompañado por altas tasas de crecimiento económico a mediados de la década de
1960, lo que permitía vislumbrar la posibilidad de romper el círculo del subdesarrollo.
Entre las doctrinas desarrollistas, adquirió notoriedad la obra de W. W. Rostow: Las etapas del desarrollo
económico. Un manifiesto no comunista. Sus formulaciones eran el complemento de las políticas keynesianas
en lo referido a la actuación del Estado. Su propuesta fue simple y atractiva. La etapa de despegue económico
estaría acompañada por un proceso de ahorro con altas tasas de inversión y una tecnología de elevado
rendimiento y bajo costo. La etapa siguiente, la marcha rumbo a la madurez y a la era del consumo de masas,
haría ingresar a América Latina en un proceso generalizado de desarrollo autosustentable. En esta dinámica, el
Estado intervendría planificando la inversión y asumiendo principios democráticos representativos, favoreciendo
una opción de cambio social encabezada por una burguesía nacional cuyos valores culturales y anhelo de
modernidad la integrarían a las sociedades occidentales.
Frente Nacional contra la Privatización de la Salud realiza un acto nacional contra la Empresa Brasileira de
Serviços Hospitalares (Ebserh) y en defensa de los Hospitales Universitarios, en Río de Janeiro, en marzo
de 2015 (Tomaz Silva/Abr)
El proyecto neoliberal
Hay una versión idílica sobre la manera como el neoliberalismo construyó su hegemonía en América Latina –un
relato histórico que remite a sus creadores en Chile–. Existía un grupo de jóvenes economistas decididos a
modificar los rumbos de los acontecimientos en su país y en América Latina, con el objetivo de combatir con fe y
disciplina las políticas keynesianas. Tras un arduo camino de formación intelectual y de ascetismo en las frías
calles de Chicago, estaban predestinados a cambiar el futuro del mundo a partir de la firma de los acuerdos
entre la Universidad Católica de Chile y la Universidad de Chicago, alrededor de 1955, proyecto que contempló
la permanencia en Chile de profesores de la Universidad de Chicago, la formación de un Centro de
Investigaciones Económicas y la selección de becarios de posgrado para Chicago y de investigadores centrados
en el análisis de la realidad económica chilena.
En junio de 1955 llegaron a Chile miembros del Departamento de Economía de la Universidad de Chicago: T. W.
Schultz, presidente del departamento y futuro Premio Nobel de Economía; Earl J. Hamilton, catedrático de
Historia de la Economía; Arnold Harberger, futuro decano de Economía de Chicago y que sería el principal
maestro y guía de los becarios chilenos; y Simon Rottenberg. Esta comisión discutió con las autoridades de la
universidad chilena el convenio con la Universidad de Chicago, celebrado el 29 y 30 de marzo de 1956.
Sergio de Castro y Arturo Fontaine se convirtieron en los primeros becarios. Después del golpe de Estado del 11
de septiembre de 1973, a ellos se atribuyó la autoría intelectual de “El ladrillo”, documento de la política
económica de la tiranía, redactado entre 1969 y septiembre de 1973 y considerado la cartilla del neoliberalismo.
Así, a partir de 1956 y hasta el golpe de Estado, tres generaciones de ex becarios y alumnos de la Universidad
Católica fueron formadas en la doctrina neoliberal de la Universidad de Chicago –grupo del cual Pinochet se
nutrió durante todo su régimen–.
La lista comienza con Sergio de Castro (ministro de Economía y después ministro de Hacienda) y llega a Pablo
Baraona (presidente del Banco Central, ministro de Economía y más tarde de Minas), Álvaro Bardón (presidente
del Banco Central, subsecretario de Economía y presidente del Banco del Estado), Rolf Lüder (ministro de
Hacienda y de Economía), Sergio de la Cuadra (ministro de Hacienda), Cristián Larroulet (jefe de gabinete del
Ministerio de Hacienda), Martín Costabal (director de Presupuesto y ministro de Hacienda), Jorge Selume
(director de Presupuesto), Andrés Sanfuentes (asesor del Banco Central y director del Departamento de
Economía de la Universidad de Chile), José Luis Zabala (jefe del Departamento de Estudios del Banco Central),
Juan Carlos Méndez (director de Presupuesto), Álvaro Donoso (director de la Oficina de Planificación Nacional –
Odeplan), Álvaro Vial (director del Instituto Nacional de Estadística), Álvaro Saieh (asesor del Banco Central),
Juan Villarzú (director de Presupuesto), Joaquín Lavin (asesor de la Odeplan, editor de Economía y Negocios
del periódico El Mercurio y decano de la Facultad de Economía de la Universidad de Concepción), Ricardo Silva
(jefe de Cuentas Nacionales del Banco Central), Juan Andrés Fontaine (subdirector de la Odeplan), María
Teresa Infante (ministra de Trabajo) y Miguel Kast (ministro de Trabajo y ministro de la Odeplan).
Hubo pocos neoliberales ajenos a la Escuela de Chicago. Entre ellos, cabe mencionar a los ministros Jorge
Cauas, Hernán Büchi y José Piñera. No obstante, de acuerdo con la versión oficial, fueron todos, en su
conjunto, los artífices del triunfo del neoliberalismo en América Latina.
“Este sistema neoliberal nos trata como basura”, manifestaciones estudiantiles, en Chile, en septiembre de
2011 (Simenon/CreativeCommons)
Cabe recordar que el neoliberalismo comprometió a gobiernos de las más diferentes ideologías: demócratas
cristianos, conservadores, progresistas, socialdemócratas y socialistas asumidos. Fernando Collor de Mello,
Fernando Henrique Cardoso, Patricio Alwyn, Carlos Andrés Pérez, Carlos Salinas de Gortari, Carlos Menem,
José María Sanguinetti, Alberto Fujimori o Gonzalo Sánchez de Lozada son ejemplos de presidentes elegidos y
no impuestos por las armas.
Los primeros países que aplicaron las políticas de ajuste estructural y estabilización fueron Uruguay (1974),
Bolivia (1975), Chile (1975) y la Argentina (1978), todos con gobiernos autoritarios. Sin embargo, países de
democracia representativa ampliaron la lista en los años 80, como Costa Rica (1982), Ecuador (1986), Bolivia
(1985), República Dominicana (1982), México (1988) y Venezuela (1989). Algunos hasta recurrieron, en más de
una ocasión, a las políticas de estabilización y ajuste estructural: Argentina, Bolivia, Brasil, México, Costa Rica y
Uruguay. El denominador común fue la sumisión a las políticas y recomendaciones del FMI y del Banco Mundial.
De esta forma, lo que se inició en la década de 1970, bajo la bandera del terror y del asesinato político, tuvo
continuidad con gobiernos surgidos de las urnas. Todos firmes en la aplicación irrestricta del ideario neoliberal y
convencidos de los beneficios de sus políticas. Aún así, para alcanzar sus objetivos el neoliberalismo exigió el
desmantelamiento de la estructura productiva y la eliminación de derechos sociales, políticos y económicos
conquistados por las clases sociales populares, dominadas y explotadas durante los dos últimos siglos en
América Latina. El neoliberalismo se fundó sobre bases de exclusión y represión, única manera de llevar a cabo
sus reformas. La privatización de los servicios básicos, como salud, jubilaciones, electricidad, y la disminución
de los recursos públicos para vivienda y educación –unidas a la reconversión industrial y a la flexibilización
laboral o a la liberalización del comercio– delinearon un balance nada promisorio para sus impulsores.
Sólo Chile se presentó como el gran milagro neoliberal. Sin embargo, quince años después de iniciado el
experimento neoliberal, el ingreso per cápita y los salarios reales no eran superiores a los de 1973, a pesar de
los inmensos sacrificios exigidos por la dictadura. El desempleo registrado entre 1975 y 1985 fue, en promedio,
del 15%, con un pico del 30% en 1983. Entre 1970 y 1987, el porcentaje de familias debajo de la línea de
extrema pobreza aumentó del 17% al 38%. En 1990 el consumo per cápita de los chilenos todavía era inferior al
registrado diez años antes. El sector de más recursos de la sociedad chilena aumentó su participación en el
ingreso nacional del 36,2% al 46,8%, mientras que el 50% más pobre vio cómo su participación disminuyó del
20,4% al 16,8%. Estos datos continuaron durante la década de 1990.
En México los índices oficiales demostraron que el ingreso nacional per cápita cayó el 12,4% entre 1980 y 1990.
Entre 1982 y 1988, el salario tuvo una reducción de cerca del 40% y no volvió a crecer; el tradicionalmente alto
nivel de desempleo (abierto y oculto) de México se elevó y el consumo per cápita del año 1990 fue cerca del 7%
inferior al registrado en 1980.
Cuando se analizan los grados de pobreza y de desigualdad, se llega al siguiente balance: hasta los años 90,
más de 200 millones de latinoamericanos vivían en condiciones de pobreza y extrema pobreza, 70 millones más
que en 1970, lo que equivale a casi el 47% de toda la población. En la Argentina, 3 millones de niños viven en
condiciones crónicas de pobreza. En Bolivia, el 85% de la población rural se sitúa debajo de la línea de pobreza
y más de un tercio de la población no tiene acceso a los servicios de salud. En Brasil, cerca del 48% de las
familias se encuentran debajo de la línea de pobreza. En América Central, esto ocurre con casi el 75% de la
población. En Colombia, el mismo índice es del 42%, mientras en Uruguay el creciente porcentaje de pobres en
los últimos años llegó a alcanzar un cuarto de la población.
El análisis de indicadores sociales, tomando como base el período de 1980 a 1999, comprueba que se registró
un aumento en los índices de pobreza. Por ejemplo, la tasa de desempleo abierto era del 6,7% y en 1999
oscilaba en torno del 8,3%. El sector informal urbano saltó del 40,2% al 59,6%. El salario real en la industria
decreció del 100%, en 1980, al 89%. El salario mínimo real correspondía al 87% del existente en 1980 y el
porcentaje de familias más pobres aumentó del 35% al 43,2% en dicho período. Los datos revelan el fracaso del
neoliberalismo: no cumplió ninguno de los objetivos que promulgó en su ideario. Al contrario, su implementación
trajo un mayor grado de desigualdad, miseria y explotación para la mayoría de la población latinoamericana.
Los primeros años del siglo XXI mostraron una tendencia contraria a la permanencia en la senda neoliberal.
Muchos gobiernos decidieron retomar un camino asentado sobre políticas sociales de inversión pública y revertir
tres décadas de neoliberalismo, cuyos frutos no acompañaron a la euforia de sus ideólogos. La crisis del modelo
en la Argentina, Venezuela, Brasil, Bolivia y Uruguay marcó un cambio de rumbo, y el ocaso del neoliberalismo
se observó juntamente con el aumento de las luchas democráticas para recuperar los espacios perdidos en los
últimos treinta años. Con el llamado del Ejército Zapatista de Liberación Nacional (EZLN), en México, a luchar
en defensa de la humanidad y contra el neoliberalismo comenzó a tomar consistencia una alternativa
democrática de liberación nacional alineada con la dignidad y con los principios de justicia e igualdad social.
Bibliografía
DE SIERRA, Jerónimo: Los países pequeños de América Latina en la hora neoliberal, Caracas, Nueva
Sociedad, 1994.
DE SOTO, Hernando: El misterio del capital, Buenos Aires, Sudamericana, 2000.
HINKELAMMERT, Franz: Crítica a la razón utópica, San José de Costa Rica, DEI, 1990.
SADER, Emir; GENTILI, Pablo (comps.): La trama del neoliberalismo: mercado, crisis y exclusión social,
Buenos Aires, Clacso-Eudeba, 1999.
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