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UNA EDUCACIÓN SENTIPENSANTE: HACIA UNA ESCUELA DIFERENTE

Artículo publicado por el participante Deyby Rodrigo Espinosa Gómez


1º Concurso de Artículos Docentes Grupo Geard Colombia.

La utopía está en el horizonte,


camino dos pasos, ella se aleja dos pasos y el horizonte se corre diez pasos más allá:
¿entonces para qué sirve la utopía?
Para eso, sirve para caminar. – Eduardo Galeano.

Esa frase del pensador uruguayo Eduardo Galeano (2000) es útil para comenzar este artículo, dado
que si queremos una educación diferente, tendremos que empezar a cuestionarnos y a pensar
diferente, caminar la utopía, aunque implique el riesgo de equivocarnos. Una educación
sentipensantes, es aquella que resisten a los discursos educativos reduccionistas de las diferencias
humanas, implica entender que la educación no consiste en una carrera por el competir con los
otros, sino en aprender a sentir-nos y pensar-nos con los otros. Exige prácticas pedagógicas,
libertarias, librepensantes, dialogantes, que escuchan y reconocen que la mayor igualdad entre los
seres humanos es la diferencia.

El concepto sentipensante nace de aquellas sabias palabras de los pescadores en San Benito Abad
(Sucre) al sociólogo Orlando Fals Borda: “Nosotros actuamos con el corazón, pero también
empleamos la cabeza, y cuando combinamos las dos cosas así, somos sentipensantes”, un
concepto que ha inspirado a poetas, tal fue el caso de Eduardo Galeano quien le definió como “aquel
lenguaje que dice la verdad”. En el campo educativo, significa “aprender a sentir y pensar al otro”
(Espinosa, 2014), ser sujetos de praxis (Ghiso, 2013). Es reconocer la escuela como un espacio
emocional, vivo, donde circula un universo de diferencias pensantes, comprende la educación no
para el mundo de las competencias, sino para el reconocimiento y defensa de la dignidad humana.

Hoy, la realidad de la escuela se impone a través de modelos y agendas políticas orientadas al


sometimiento más directo a los objetivos de competitividad que prevalecen en la economía
neoliberal y global. En las escuelas, no cesa de escucharse cómo conceptos propios del mundo
empresarial y mercantil colonizan y desplazan conceptos de la educación, de esta forma se asiste al
imperio de: «calidad», «competencias», «indicadores», «excelencia», «estándares», «evaluación por
resultados», «pruebas estandarizadas», «oferta y demanda», «cliente y servicio», etc.

Esto ha hecho que se sobrevalore esta clase de conceptos y no la educación misma; es decir, los
conceptos empresariales se usan como expresión genérica y como única verdad para caracterizar la
educación, ignorando sus nefastas consecuencias. Avizorando este panorama, Martin Heidegger
(1981) expreso de manera contundente en Carta sobre el humanismo: «La educación está en lo
seco». Heidegger no se equivocó en su señalamiento, pues la educación se ha positivizado, se ha
distraído en otros temas y se ha olvidado de la cosa misma, la condición humana, para dar lugar al
triunfo de lo económico sobre lo humano, en nuestras escuelas se habla más de calidad que de
pedagogía, de competencias que de diferencias, de indicadores que de inclusión.

Re-pensar la escuela es develar prácticas alternas que recuperen la educación como valor social, es
un giro a la escuela como empresa, para dar lugar a una educación pensada y reflexionada en y
para el ser humano. Implica un proceso de emancipación de las cadenas mentales que al mejor
estilo de la colonia española del siglo XV atan la educación, la escuela, la pedagogía, al estudiante,
al maestro, la familia y a la cultura mediante presupuestos epistemológicos dominantes y
homogenizantes.

La lucha por una educación diferente, se reconoce en maestros que no se conformaron con soñar la
utopía; precisamente porque, deseaban una educación desprendida de las cadenas económicas,
una educación de y para la libertad, por ello, encontramos el eco de las voces de Freire con su
pedagogía del oprimido, Ghiso, Maturana, Solano (2015), Fals (1970), Bauman, Heidegger (1981),
Hoyos, Laval; entre otros, que invitan a pensar otra educación posible.

Pensar la educación presupone una actividad política que reconoce que allí se fragua una lucha de
clases, una lucha de ideologías en la cual se impone un currículo oficial construido por especialistas,
quienes seleccionan conocimientos y valores de la cultura dominante. Estos le son presentados al
resto de la sociedad como únicos e universales. Junto a ese currículo se ha establecido toda una
estructura de poder mediante la cual se crean cuerpos y mentes dóciles, se adecúan horarios, se
educa para el mercado y se dictaminan pruebas homogeneizantes y estandarizadas que
deshumanizan a los individuos y los enfrentan en un mundo competitivo de ganadores y perdedores.
(Solano, 2015, p. 123).

Desde que entramos en la escuela, la educación nos descuartiza: nos enseña a divorciar el cuerpo
del alma y la razón del corazón, decía el poeta Eduardo Galeano. La escuela no puede continuar
divorciando la razón del corazón, para dar lugar a la razón y sentir del mundo económico sobre lo
humano. Nuestro sistema educativo, no comprende que los sentimientos necesitan de la razón para
no perdernos en la frondosidad carcelaria de las creencias vigentes […] que tapona el libre juego de
nuestros sentidos y la libertad de nuestra razón (Savater, 2008: 14).

La educación en Colombia es un fracaso porque ha olvidado que el ser humano es una unidad
“sentipensante” (Araujo, 2013). Es decir, que por más eficaz que sea la destreza del razonamiento
del individuo, sino va acompañado del cultivo de la dimensión desiderativa, es imposible alcanzar
cambios significativos a nivel individual y colectivo. Es por ello que, el maestro Hoyos (2008), señala
la necesidad de un cambio de orientación de la educación que la retorne a sus inicios en la
experiencia intersubjetiva en el mundo de la vida, que cambie sus propósitos: de la competitividad a
la cooperación. De lo contrario, si la educación y las escuelas urgidas por la economía de mercado,
pierden gradualmente la sensibilidad moral que les permitiría percatarse de los males de la
sociedad, especialmente de las desigualdades e injusticias causadas por el mismo mercado, no
podrán entonces ni siquiera justificarse a sí mismas.

El presente artículo propone a través de prácticas pedagógicas sentipensantes despertar al sentido


de su praxis en la escuela, implica un pensamiento crítico para “aprender a ser uno mismo en
relación con y contra su propio ser, lo que implica tener ética humana en y con el mundo” (Freire
citado por Walsh, 2013). De esta forma, el proceso de re-pensar la escuela, es una forma de
(des)aprendizaje, desaprender y re-pensar todo lo impuesto y asumido por la colonización de lo
humano, es romper los discursos de lo homogenizante sobre lo diferente en la escuela, conlleva la
actividad responsable del maestro en el despertar hacia lo realmente humano en la escuela.

Significa también, descolonizar al maestro, al estudiante, el currículo, la mente, romper


epistemológicamente con los discursos totalizantes que enseñan la idea de que todos aprendemos
igual, al mismo tiempo, al mismo ritmo, con las mismas capacidades, y de esta manera, deconstruir
pasando por el alma y la razón la visión mercantilista que vuelve a los estudiantes en competidores
en una carrera por el éxito. Yo no vengo a traer recetas pedagógicas, por lo tanto ustedes no deben
seguirme, sino re-inventarme; decía Paulo Freire, precisamente, las prácticas pedagógicas
sentipensantes, no son recetas pedagógicas, son prácticas que invitan a recuperar y re-pensar la
escuela, su significado.

Prácticas pedagógicas sentipensantes: de la teoría al sentir y pensar en el aula

“Nadie camina sin aprender a caminar,


sin aprender a hacer el camino caminando,
sin aprender a rehacer,
a retocar el sueño por el cual nos pusimos a caminar” – Freire

El maestro Nidelcoff (1979) con respecto a la práctica pedagógica señalaba que actuando o
encogiéndonos de hombros, en los dos casos estamos ayudando a construir la escuela. Actuando,
crearemos la escuela en la que nosotros creemos. Encogiéndonos de hombros, dejaremos a otros
mantener la escuela tal como ellos la necesitan. Es en este sentido, que la práctica pedagógica debe
ser también re-pensada, debemos pensar el significado social y político de nuestro quehacer como
maestros, si desde nuestras prácticas como maestros actuamos para transformarla o si por el
contrario, nos resignados al dominio de lo económico sobre lo educativo. La pregunta por la
educación y la práctica pedagógica no debe postular modelos de adaptación ni de transición de
nuestras sociedades, sino modelos de ruptura, de cambio y de transformación total” (Freire, 1997,
20).

Es por ello, que la práctica pedagógica, implica un proceso reflexivo sobre los procedimientos,
estrategias, prácticas que regulan la interacción, la comunicación, el ejercicio del pensamiento,
habla, de la visión, de las posiciones, oposiciones y disposiciones de los sujetos en la escuela (Díaz,
1988). Es decir, la práctica pedagógica se debe preguntar sobre los significados en el proceso de
transmisión, de enseñanza-aprendizaje. En este contexto, cuando hablamos de prácticas
pedagógicas sentipensantes, se trata al mejor estilo freireano, de una práctica que haga de la
opresión y sus causas el objeto de reflexión de los actores escolares, de lo que resultará el
compromiso necesario para su lucha por la liberación, en la cual esta pedagogía se hará y rehará”
(Freire, 1998, p 35).

La educación y la práctica son, por consiguiente, acción cultural para la libertad; decía Freire (1975,
7), lo que significa que el preguntarnos por la práctica pedagógica, es en esencia un acto de
conocimiento, de praxis, teoría, sentir y pensar, implica un pensamiento reflexivo (Dewey, 1989). Así
pues, las prácticas pedagógicas sentipensantes, significa pensar acciones, experiencias y contextos
que permitan trascender los postulados impuestos como verdades incuestionables, y de esta forma,
comprender que “el mundo no se construye en la contemplación sino en la dialéctica praxis-acción-
reflexión-acción” (Gadotti, 2007, 87).

Es necesario en el predominio del mundo neoliberal sobre la escuela, recuperar los conceptos de
educación y pedagogía, comprender que la escuela es en ella misma la fuente del sentido de
responsabilidad social, del encuentro y reconocimiento del otro. Es hora de prácticas que recuperen
del imperio económico: un maestro lector de contextos, aulas de palabras y escucha, la necesidad
de sentir-nos y pensar-nos, defiendan la dignidad humana, que rompa con el sofisma de que para
aprender se requiere competir con los otros, y finalmente construir con currículo con sentido, con la
voz de todos los actores de la escuela.

Una invitación a pensar diferente en la escuela

Como maestro considero que en la escuela de hoy se viven discursos los cuales no están diseñados
para que se conviva con los otros, sino para que se compita con ellos, ejemplo de ello: El discurso
de la calidad, estándares, eficiencia, competencias etc. El énfasis de la educación debería ser la
convivencia y la solidaridad antes que la rivalidad y la competencia, decía William Ospina (2008), y
sólo podremos lograr ello a través de una educación diferente, en la cual se viva un contexto
educativo sin competencias, pues el competir deteriora y estigmatiza las diferencias humanas.

El maestro Humberto Maturana (2014) frente a la realidad actual de la escuela, nos recuerda que la
diferencia es legítima cuando coexiste en una cultura donde no hay que competir, unas palabras
pedagógicas que parece borrarse en una pizarra en nuestras escuelas. Como maestros nunca
debemos olvidar que la escuela es un campo de humanidad, de humanidades y de humanización:
de humanidad, porque es allí donde se aprende la defensa y promoción de los derechos humanos,
donde adquieren valor las diferencias humanas; de humanidades, porque es en ella donde se
promueve el aprendizaje, la crítica y reflexión frente a las realidades creadas por el hombre; de
humanización, porque el compromiso de la escuela con la sociedad es contribuir a formar una
sociedad más humana.
Finalmente, la literatura es sabia a la hora de caracterizar la educación y la escuela, y con claridad
Eduardo Galeano (2000) nos recuerda que un hombre del pueblo de Neguá, en la costa colombiana,
pudo subir al alto cielo, y que, al contemplar desde arriba la vida humana, dijo que somos un mar de
fueguitos: «El mundo es eso, un montón de gente, un mar de fueguitos. Cada persona brilla con la
luz propia entre todas las demás. No hay dos fuegos iguales» (2000, p. 5). La escuela es eso, un
mar de fueguitos, fuegos grandes y fuegos chicos, fuegos de todos los colores, fuegos con dignidad,
fuegos con derechos, fuegos pensantes, fuegos nacidos para convivir y no para competir, fuegos
con voces que aclaman que la escuela se ponga en pie, y no esté más patas arriba, fuegos que
sueñan con que la escuela sea un espacio libre de condicionamientos y de competencias para el
mundo económico.

Es hora de soñar un mundo en el cual las competencias no sean el fin más importante de la
educación, sino la dignidad humana; los estudiantes no sean clientes, ni los maestros obreros al
mejor estilo de la empresa; sino que los maestros sean dignificados y respetados por los
gobernantes y la sociedad. Un mundo en el cual se comprenda que la escuela no es una mercancía,
ni la educación un negocio, porque la educación y el aprendizaje son derechos humanos. Un mundo
en el cual seamos seres sentipensantes para el reconocimiento con los otros.

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