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El Perú subterráneo

desco
Contenido

Presentación 9
Parte i
Ensayos
Socioeconomías informales y delictivas
Francisco Durand 19
La ciudad ilegal en el Perú
Julio Calderón Cockburn 39
La informalidad laboral: entre los conceptos
y las políticas públicas
Julio Gamero R. 57
Algunas notas sobre el trabajo infantil rural
Werner Jungbluth M. 81
VRAEM: narcotráfico, terrorismo y militarización
Ricardo Soberón G. 103
La minería en contextos de informalización,
anotaciones sobre Apurímac
EduardoToche M. / Molvina Zeballos M. 133
Problemas y consideraciones básicas sobre
la medición del delito en el Perú
Jaris Mujica 159
Elementos para el análisis de las capacidades
de control del lavado de activos
Nicolás Zevallos T. / Melina Galdos F. 179
Evasión y elusión tributaria en el Perú
Claudia Viale L. 197
Trata de personas: el fenómeno social, el delito y el Estado
Ricardo Valdés C. 215
La enseñanza de calidad y el beneficio particular
en la escuela privada. Reflexiones de un docente
Jorge Arroyo G. 235

Parte iI
Estudios
Provisión social de la seguridad en Lima Sur
Ramiro García Q. / Jaime Miyahiro T. / César Orejón R. /
Anderson García C. 253
Las áreas naturales protegidas y el tráfico de madera
Luis García – Calderón S. / Magali Centeno A. 271
La educación superior y universitaria en la ciudad de Juliaca
Óscar Toro Q. / Amparo Mamani F. / Geddil Choque Ch. 293
La feria rural de Paucará: generación de autoempleo
en condiciones de informalidad
Gissela Ottone C. / Alejandro Arrieta D. / Yuye Cuadros P. 311
Notas sobre los autores 337
Socioeconomías informales y delictivas*

Francisco Durand
Durante las últimas cuatro décadas ha venido ocurriendo un
extraño fenómeno, una anormalidad normativa que se ha hecho
cotidiana y que persiste hasta hoy en día. Me refiero a la existencia
de tres modalidades de actividades económicas que actúan de
manera conjunta: las que operan según la ley (formales); las que
ignoran las leyes cuando les conviene, operando en un claroscuro
jurídico (informales); y las operaciones que desafían abiertamente
toda ley y principio ético (delictivas). Estas actividades constituyen
socioeconomías diferentes, cada una con sus agentes diferenciados
jerárquicamente de patrones a trabajadores, operando con
diferentes reglas de juego.
Aunque nos hemos acostumbrado a una suerte de convivencia,
no podemos evadir un debate general sobre esta inusual situación
pues la no-formalidad nos afecta a todos. A pesar de que estas
actividades económicas se manejen cada una con reglas diferentes,
convivimos con ellas en un mismo espacio, tratan estas con un
mismo Estado, operan en un mismo mercado y son por lo tanto
parte de nuestra sociedad. No podemos, así nos refugiemos en
nuestros reductos, ignorar esta situación, ni cruzarnos de brazos,

*
El presente texto es producto de una exposición del autor realizada en
desco -  Centro de Estudios y Promoción del Desarrollo, en el marco del taller
permanente de reflexión anual que da lugar a los volúmenes temáticos de la serie Perú
Hoy.
22 Socioeconomías informales y delictivas

porque crece, se reproduce, transmuta, penetra nuevos ámbitos y


cada día se nos acerca más.
Esta coexistencia y tolerancia representa un serio problema
institucional, tanto por ser un reto a la legalidad como por las
dimensiones y el dinamismo que tiene la no-formalidad, y en
particular por la delictividad que se deriva de ella. Por lo mismo,
urge entender este proceso. Lamentablemente este entendimiento
no es fácil. No contamos con teorías y estudios empíricos que
permitan estudiar las diferencias y las relaciones entre economía
formal, informal y delictiva como parte de un todo.
Una primera aproximación al respecto, en forma de ensayo y con
base empírica para algunos casos de informalidad y delictividad,
se presentó en el libro El Perú fracturado: formalidad, informalidad y
economía delictiva1. Hoy, en el segundo decenio del siglo XXI, las
ideas centrales de este ensayo se mantienen vigentes aunque, cabe
añadir, tenemos una mayor urgencia de reflexionar y profundizar
nuestro conocimiento sobre este «tres en uno».
Dicha vigencia y más aún la urgencia de comprender este
fenómeno se debe a que las socioeconomías no formales se
han arraigado e institucionalizado, operando con más fuerza,
ocupando partes mayores del territorio nacional, sea en el campo
o la ciudad, entrando en nuevas actividades y complementándose
a pesar de ser diferentes. Esta anomia que se constata, en el
sentido de ser un estadio anormal si creemos en el principio de
que la modernidad legal e institucional crea reglas y normas que
rigen para todos, se reproduce, crece y se desarrolla a pesar de los
intentos gubernamentales y municipales por contener o manejar los
avances de la informalidad y la delictividad, ya sea formalizando o
reprimiendo. En la medida en que se trata de intentos espasmódicos
y parciales, en tanto el Estado y la legalidad no logran imperar, y
donde los avances parciales no son suficientes porque no señalan

1
Durand, Francisco. El Perú fracturado: formalidad, informalidad y economía delictiva.
Lima: Fondo Editorial del Congreso de la República, 2007.
Francisco Durand 23

una tendencia sino choques y fricciones que no las reducen de


tamaño, la anomia continua y se agrava. Estamos por ende frente
a un problema nacional grave y complejo, que es en realidad una
suma de viejos y nuevos problemas que producen una mezcla más
resistente, a tal punto que la población vive en y convive con esas
tres economías como si fuera normal. El Estado hace lo mismo.
Los gobiernos regionales hacen lo mismo. Las municipalidades,
también. Ninguna de las tres instancias de gobierno logra afrontar,
menos resolver, este problema. No sorprende entonces, que se
generen debates y controversias sobre cómo conceptualizar y qué
hacer con una economía que tiene tres formas de operar que a su
vez se separan y se relacionan entre sí.
Un breve recuento de cómo se llegó al planteamiento
de explicar las diferencias y las relaciones entre estas tres
socioeconomías viene al caso y nos sirve de introducción al
tema. Antes de escribir el libro arriba mencionado publiqué un
artículo para la página editorial del diario La República que se
titulaba «Tres economías». En ese reducido espacio argumentaba
que era un error fijarse solo en lo formal y lo informal, como
hasta ese momento, sino considerar la existencia de tres formas
de economía. Gracias a ese pequeño avance, que generó interés
en Rafael Tapia, director del Fondo Editorial del Congreso,
tuve la oportunidad de ampliar estas ideas en una conferencia
en el auditorio del Congreso de la República el año 2006 y que
luego dio lugar al libro del 2007. No he vuelto a discutir el tema
hasta esta oportunidad, donde podemos beneficiarnos de las
experiencias, vivencias y avances de investigación sobre esta
compleja y preocupante problemática.
Empecemos por los enfoques iniciales para luego ver cómo
en base a la reflexión crítica de ellos intentamos dar un paso
adelante. En el libro en cuestión argumentaba que antropólogos
como José Matos Mar (el primer estudioso en levantar el tema de
la informalidad urbana con la publicación de su libro El desborde
24 Socioeconomías informales y delictivas

popular y crisis del Estado2, fenómeno harto visible en Lima), habían


hecho importantes aportes, pero insuficientes. Matos Mar planteaba
que con la migración andina a las ciudades iba surgiendo una
forma contestataria de ocupar espacios urbanos sin permiso. Esta
«informalidad» en la vivienda operaba en paralelo con actividades
de comercio y pequeña industria que también funcionaban sin
autorización de los municipios o el Estado, que se estaba viendo
«desbordando».
Matos Mar sostenía que estas actividades, inicialmente
desarrolladas por migrantes pobres de cultura andina que
invadieron terrenos y calles, habían forjado su propia alternativa
ante una falla sistémica. Se recurría a este inusual proceder porque
no encontraban empleo en el mundo formal, es decir, dentro de
las dinámicas del Estado y de las empresas registradas, señalando
la existencia de un gran problema estructural de fondo. Según el
autor, se habían formado dos circuitos económicos: el oficial y el
alternativo, siendo el segundo una masiva respuesta popular a la
indiferencia del Estado. Los informales satisfacían sus necesidades
sin autorización y después exigían a la autoridad servicios básicos,
la legalización de sus títulos y la tolerancia a sus actividades
económicas, ferias y mercados. Es de ese modo, chocando y
negociando, en que comenzaron a relacionarse inicialmente el
mundo informal con el formal.
Esta informalidad, comentamos por nuestra parte, se situaba
en un claroscuro. Usaba o exigía legalidad en ciertos casos, pero no
en otros, actuando claramente como un agente racional que quería
maximizar sus intereses manipulando lo legal. No desconocía
totalmente la ley, sino que operaba en las fronteras de la legalidad,
pasando a lo no-formal, estando en lo formal, o exigiendo o
negociando una «formalización», según su conveniencia. Esta
tolerancia, al hacerse permanente, implicaba dejar a un lado el

2
Matos Mar, José. El desborde popular y crisis del Estado. Lima: Instituto de Estudios
Peruanos (IEP), 1984.
Francisco Durand 25

imperio de la ley. Era en el fondo admitir que estas transgresiones


formaban parte de una nueva cotidianidad, hasta que de pronto
las municipalidades o el Estado desataban episodios represivos,
indicando que el Perú formal u oficial dominado por los grandes
poderes económicos quería, y de vez en cuando lograba, «poner
orden», para luego volver a ser desbordado en otros espacios
y eventos. Este fenómeno, vinculado principalmente al mundo
urbano, mejor dicho, en la «periferia» del mismo, parecía limitarse
a Lima, pero en realidad estaba ya ocurriendo de a pocos en todo
el país en tanto se estaba desarrollando un modus operandi popular
de ignorar la ley o justificar su violación, porque la condición de
pobreza y la falta de alternativas empujaba a actuar de ese modo.
Poco después de publicado el libro de Matos Mar, el economista
neoliberal Hernando de Soto, planteó estudios sobre informalidad
en su libro El otro sendero3, donde presentó un enfoque diferente.
De Soto no veía pobreza, posturas contestarías, actividades «de
refugio» de los migrantes provincianos y su descendencia o cultura
andina ancestral adaptada al mundo urbano, sino un enorme
dinamismo económico y laboral de gente de origen humilde que
construían empresarialmente solos su futuro. Esta respuesta se
debía a que el mundo de lo formal no los dejaba operar por estar
interesado en defender sus rentas, es decir, la ley se había convertido
en un escudo para defender intereses mercantilistas. Ante esta
exclusión, los «empresarios informales» desarrollaron su propia
alternativa siguiendo una lógica de mercado libre. Según la versión
de Hernando de Soto, estos informales creaban sus propias fuentes
de riqueza en la medida en que los formales se habían protegido
en los muros de una formalidad legal. El informal, sostenía, era un
empresario «revolucionario», con cultura del logro, de negocios y
en realidad moderno. Según de Soto, ese enorme potencial podía

3
De Soto, Hernando. El otro sendero. Lima: Instituto Libertad y Democracia,
(ILD) 1986.
26 Socioeconomías informales y delictivas

desarrollarse «formalizándolo» al derribar las barreras burocráticas


y mercantilistas a fin de integrarlo en el mercado.
Luego de este primer avance, de Soto terminó planteando que
estas propiedades y negocios informales podían servir para acelerar
su desarrollo e integración si se pudiera dar «valor de mercado
a sus activos», lo que requería titular sus propiedades, y de ese
modo usarlo como capital para potenciarse y crecer. Esta tesis está
planteada en su libro El misterio del capital4. Sin embargo, ni los
intentos de formalización que recomendara su Instituto Libertad
y Democracia, y que dieron lugar a asesorías al más alto nivel con
diferentes gobiernos, ni el apoyo de los organismos financieros y
fundaciones internacionales, hicieron retroceder la informalidad.
En 1990 cambiaron las reglas del juego económico y se pasó a
una «economía de mercado», desatándose luego una etapa de
crecimiento, donde la informalidad siguió existiendo.
Volviendo a las ideas centrales y a los conceptos, estos autores,
cada uno desde su propia perspectiva, a pesar de sus diferencias de
enfoque, de mirar de modo distinto «al informal», tenían en común
el haber descubierto la existencia de una gran línea de división
en la sociedad peruana entre la economía formal y la informal.
También se detectó la existencia de dos tipos de empresariado, ya
que el dinamismo que tenía la informalidad fue generando una
diferenciación social interna. Finalmente, los dos plantearon las
fricciones y choques con el Estado y argumentaron, de una manera
optimista, la posibilidad de ir solucionando estos problemas. Sin
embargo, estos dos enfoques exhibían limitaciones importantes
al reificar lo informal y su cultura (comunitaria andina, en el caso
de Matos Mar; empresarial, en el caso de Hernando de Soto).
Ambos, uno desde la izquierda indigenista, el otro desde la derecha
económica, no lograban ver la realidad de la no-formalidad en todas
sus dimensiones y matices.

4
De Soto, Hernando. El misterio del capital. Lima: Ediciones El Comercio, 2001.
Francisco Durand 27

Se requería un enfoque realista que considerara que junto a


la informalidad también se estaban desarrollando en paralelo
economías delictivas, existiendo separada y relacionadamente las
tres, en la medida en que se imbricaban parcialmente, generando
una cultura de transgresión, estableciéndose así una problemática
convivencia que afectaba al todo social. Existían entonces no dos,
sino tres socioeconomías, donde las no formales eran toleradas
o no controladas por el Estado, cada una con su propio discurso
justificatorio.
Antes de ver las principales aristas del problema conviene
preguntarse, para identificar factores causales, en qué momento
explosionó la informalidad y la delictividad hasta convertirse
en actividades establecidas. Brevemente, podemos afirmar que
ocurrió hacia mediados de 1980, precisamente en el momento
en que Matos Mar y de Soto concluían sus investigaciones y
publicaban sus obras. Fue tan fuerte el impulso (y tan débil
el Estado, tan indiferente la sociedad) que las socioeconomías
no formales terminaron creciendo. Llegaron en su madurez al
punto de jerarquizarse, siendo dirigidas, cuando desarrollaron
un proceso de acumulación de capital permanente, por tipos
diferentes de empresarios. Estos empresarios conformaban una
elite patronal informal y lumpen que tenía como operarios a
trabajadores informales y lumpenoperarios, a quienes, según las
circunstancias, las burguesías habían «fidelizado», recurriendo
a ellos como fuerza de choque cuando el Estado y la legalidad
amenazaban sus intereses.
En ese momento «fundacional» entraron en combinación una
serie de factores estructurales y coyunturales que dieron lugar
a alternativas contracíclicas no formales que luego se hicieron
permanentes. Los problemas estructurales no resueltos provocaban
desempleo y subempleo masivo, los que se agravaron con la gran
crisis de 1980. En paralelo, los beneficios y las oportunidades que
generaba la no-formalidad fueron haciéndola crecer rápidamente.
28 Socioeconomías informales y delictivas

La crisis y la violencia política hicieron que el Estado la tolerara


por tener pocos recursos y por estar enfocado en otros problemas.
En las décadas siguientes, al estar ya instaladas en nuestro
seno, al ser toleradas de forma permanente y estar imbricadas
contradictoriamente con el Estado y la sociedad, se superó la
crisis recesivo-inflacionaria, pero se mantuvieron los problemas
estructurales y los incentivos a la no-formalidad. Entonces,
estas formas de comportamiento no formales se enraizaron,
adquiriendo una presencia como «sectores». La no-formalidad
alcanzó dimensiones nacionales, realizando desbordes en Lima
y provincias, en la ciudad y el campo, sintiéndose de frontera a
frontera, operando en todo el territorio nacional.
Antes de la gran crisis de los años 1980 existían vendedores
ambulantes, contrabandistas, piratas y delincuentes, pero por lo
ocurrido en el Perú durante esa década fatal, en momentos en
que explosionaba la población y se traslada a las ciudades, estas
actividades se magnificaron. A partir de ese momento, como bien
lo demostraron Matos Mar y de Soto en cuanto a la informalidad,
ya no se hablaba de decenas de miles sino de cientos de miles
de actores que hacían transacciones y ganaban dinero operando
regularmente en actividades no formales. Este salto, este cambio en
tamaño, esta nueva y preocupante dimensión, nos estaba indicando
que estábamos frente a una nueva y amenazante situación que había
llegado para quedarse.
Para ver este problema desde un ángulo complementario es
necesario recurrir al concepto de «transgresión» como cultura
y forma de comportamiento, tema discutido por el sociólogo
Gonzalo Portocarrero en libros como Rostros criollos del mal: cultura
y transgresión en la sociedad peruana5. En mis ensayos lo que hice fue
usar el concepto de «cultura de trasngresión» para relacionarlo
con el estallido de las socioeconomías informales y delictivas, pero

5
Portocarrero, Gonzalo. Rostros criollos del mal: cultura y transgresión en la sociedad
peruana. Lima: Red para el Desarrollo de las Ciencias Sociales, 2004.
Francisco Durand 29

también como reflejo de una actitud que igualmente se observa al


interior de lo formal y, más todavía, que va creciendo en su interior.
Siguiendo esta línea de razonamiento tenemos un cuadro de
deterioro institucional creciente y generalizado. La sociedad peruana
se ha convertido en una sociedad transgresora, comportamiento
que se define en actitudes frente a los demás, en la manera como
hacemos transacciones, en como nos relacionamos con el Estado y
que se refleja finalmente en el lenguaje. La cultura de transgresión
cuenta ahora con un vasto soporte estructural en la informalidad
y en la delictividad. De allí que las generaciones del nuevo milenio
estén creciendo bajo esta condición y asimilando esta cultura,
fenómeno que se observa principalmente en el tráfico: metes el
carro, ignoras los avisos, chocas, fugas, das o te exigen coimas,
justificando tus acciones creyendo que «todo vale» o pensando
que «todos hacen lo mismo». De este modo la no-formalidad está
generando costos culturales y de deterioro institucional mayores
a su mera existencia.
Lo curioso es que a medida que la no-formalidad creció en la
crisis y luego de asentó, se generaron narrativas para justificarla,
fenómeno que es más visible en el caso de la informalidad al ser
el «mal menor» (frente a la delictividad). Siempre se argumentó
que esta anomia no afectaba ni la vida ni la propiedad. Más aún,
fue considerada una forma de autoayuda, una estrategia de
sobrevivencia en momentos en que el Perú oficial no podía ofrecer
alternativas formales de empleo mínimas. Así, se violaban normas
municipales y del Estado porque no se estaban registrando en ningún
tipo de institución, asociación o personería jurídica, no se pagaban
impuestos y se ocupaban espacios públicos sin autorización, aunque
cumpliendo en medio de todo un rol socialmente positivo porque
«peor era robar». En el caso de la industria y el comercio, donde
también se transgredía al no cumplirse con las leyes laborales
y económicas (pago de planillas, beneficios laborales, garantías
al consumidor, etc.), se recurría al mismo argumento. Incluso
30 Socioeconomías informales y delictivas

en el caso de la delictividad, más peligrosa porque paralizaba


o destrozaba al Estado y a la propia sociedad por dentro, vía la
corrupción o la violencia, hubo gobiernos que en esa década fatal
argumentaban que esas actividades, en medio de todo, generaban
empleo e ingresos y, sobre todo, dólares baratos, necesarios para
la economía nacional. Finalmente, al generalizarse la transgresión
se fue asimilando el argumento de que las leyes y las normas de la
formalidad solo sirven para sostener a corruptos y ricos, motivo
por el cual, otros, sin el mismo acceso a recursos, están forzados o
autorizados a transgredir.
Estás justificaciones se basan generalmente en una noción
de diferencias de clases sociales, donde la transgresión es
permitida y tolerada porque se trata de los pobres. Sin embargo,
no olvidemos que este argumento desaparece en el momento en
que la dinámica de las economías no formales genera patrones,
burgueses, es decir, clase dominante propietaria y con privilegios.
En ese sentido, habría que considerar los avances de investigación
del economista colombiano Francisco Thoumi, quien en su
libro Economía política y narcotráfico6 sostiene que las actividades
delictivas tan comunes en su país se generan y regeneran por la
existencia de «habilidades empresariales ilícitas» que tienden
a crecer en ciertas regiones. Es el caso de Cali, en Colombia, y
podríamos también incluir el Alto Huallaga o Puno, en el Perú,
o incluso naciones enteras como Paraguay o Panamá, que tienen
en común Estados débiles con bajo nivel de control territorial,
corruptos, que son vencidos y hasta instrumentados por estas
«lumpemburguesías». Dada la permanencia y el carácter masivo
y diferenciado de la no-formalidad, el argumento de la pobreza
solo puede aparecer como justificación para explicar el origen de
sus actividades, pero no su desarrollo, donde la idea de «todos
roban, entonces yo también» sirve de fundamento.

6
Thoumi, Francisco. Economía política y narcotráfico. Bogotá: T y M, 1994.
Francisco Durand 31

Luego de haber aclarado el problema desde el lado histórico,


económico y cultural, por lo menos los principales aspectos de los
mismos, resta por discutir lo jurídico-institucional para integrar
los distintos elementos considerados líneas arriba. Apoyándonos
en el concepto de «desborde popular» de Matos Mar, podemos
argumentar que lo que estaba ocurriendo no era un fenómeno
estrictamente en ese sentido, sino más bien un «desorden popular»,
ya que lo que se estaría desbordando no era tanto el Estado sino
la propia legalidad. El Estado como institución simboliza el orden
por ser garante normativo y, como tal, tener la capacidad de
hacer imperar la ley gracias al «monopolio de la violencia» del
que habla Max Weber. Al perder esa capacidad se genera una
situación des-ordenada. Demos un paso más. Dado que existen
niveles de transgresión: ¿cómo podemos ver el panorama amplio
para identificar estas tres socioeconomías en un continuo? Lo que
necesitamos es un enfoque jurídico-institucional para observar el
comportamiento de estas actividades en relación a la legalidad. En
cualquier país del mundo existe cierto nivel de respeto a las leyes y a
las buenas costumbres, pudiendo este ser mayor o menor. Mientras
mayor respeto exista, mayor será el grado de institucionalidad, y
viceversa.
Lo normativo comienza con la tradición, que es el derecho
consuetudinario. Las comunidades, los pueblos antiguos, tienen
costumbres y normas seculares o religiosas que regulan el
comportamiento social, definiendo lo correcto y sancionando lo
incorrecto. Así mismo, en el caso de un territorio amplio que integre
varios pueblos y comunidades, al instalarse un Estado-nación
basado en el derecho, este coexiste con el derecho consuetudinario,
eliminando tan solo sus aristas más duras o prejuiciosas.
En el Perú de los años 1980, la migración y la explosión
demográfica hicieron que las normas tradicionales fueran
perdiendo peso. De igual modo, durante las diversas crisis que se
atravesaron en esa década se fueron generando las condiciones para
32 Socioeconomías informales y delictivas

que emergiera con fuerza una cultura de transgresión que atacaba


el derecho consuetudinario y también la legalidad propiamente
dicha del Estado, dando lugar a distintos niveles de transgresión:
en algunas actividades y territorios era menor, en otras era mayor.
Estos grados de respeto se pueden resumir en el siguiente
gráfico, para ubicar la informalidad y la delictividad en relación
a la legalidad.
Gráfico nº 1
Grado de respeto a la ley y las normas de convivencia

Sicarios -
Delictividad
Narcos

Contrabandistas
«Piratas»

Comerciantes informales Informalidad


Coima

Empresas legales

Formalidad
Comunidades Costumbre, tradición
+

Lo que se sugiere es que, siendo diferentes la informalidad y


la delictividad, ambas están separadas por una cuestión de grado
(sin que esto implique pintar de rosa lo formal, porque también en
su interior pueden ocurrir acciones y transacciones transgresoras, a
pesar de que las actividades sean formales, legales y/o reconocidas).
Complementariamente, y para ver la complejidad de este
problema, se puede argumentar que esta coexistencia tiene
múltiples efectos y manifestaciones, de los que poco sabemos,
pero que conviene por lo menos ilustrar con algunos ejemplos.
Francisco Durand 33

Si uno analiza casos concretos, a pesar de que no tengamos una idea


de la totalidad de estos para indicar variaciones, podemos verificar
la existencia de mafias de criminales que venden sus productos en
mercados informales y que luego compran propiedades formales.
Hay asimismo, informales que abastecen a los formales, no faltando
formales que venden en los mercados informales. Finalmente, no
faltan mafias y delitos al interior de la formalidad o conectados
con las no formales, como por ejemplo el ladrón que comparte
ganancias con los policías. Entonces, aunque las actividades no
formales choquen ocasionalmente con las formales y amenacen
el todo, estas suelen interactuar cuando hay beneficios mutuos y
existir porque «compran» su derecho a la existencia con la coima.
Estos ejemplos indican la complejidad de estas relaciones.
Podemos incluso discutir otros casos donde en una misma actividad
económica ocurren transacciones que expresan distintos tipos de
legalidad. Si consideramos la producción y comercialización de hoja
de coca (o la minería del oro, para poner un ejemplo más reciente),
vemos que existen interactuando juntas operaciones de tipo formal,
informal y delictivo.
En el caso de la hoja de coca, su producción y consumo pueden
basarse en la tradición, expresándose en el autoconsumo y en
el abastecimiento a los pequeños mercados y ferias rurales, que
no necesitan de ningún permiso y que nadie vigila. Al mismo
tiempo esa producción puede ser formal porque existen cocaleros
registrados en la Empresa Nacional de la Coca (ENACO), empresa
estatal que les provee de un documento que los «formaliza» bajo
la condición de que, en teoría, le vendan toda su producción de
la hoja de coca. ENACO se encarga de vender la hoja de coca
a comerciantes, sea para uso tradicional, o a la Coca Cola, que
la usa en su fórmula secreta. ENACO también fabrica y vende
cocaína para la industria farmacéutica. De ese modo, el Estado
trata de ordenar el sistema, respetando el derecho consuetudinario
y el moderno formal, aunque su existencia es ignorada por otros
34 Socioeconomías informales y delictivas

actores informales y criminales pues en esa actividad predominan


la producción y la venta ilegal de hoja de coca, existiendo además,
conexiones perversas con lo formal.
El productor que no participa en el padrón de ENACO (que son
muchos, más cuando se trata de un padrón viejo de los años 1980
que no ha sido actualizado) la puede vender en el mercado para
uso tradicional. Esa es la venta informal, no autorizada y levemente
transgresora. Existen finalmente los productores ilegales que la
venden a las mafias para la producción de pasta, cocaína ilegal y
derivados. Estos delincuentes, a su vez, se abastecen de químicos
y equipos producidos o vendidos por empresas formales. Luego
realizan lavado de dinero en bancos, compran propiedades y
fundan empresas de fachada, contaminando el mundo formal.
Además, en ese proceso delictivo pagan coimas al Estado para
poder seguir manteniendo sus actividades, ya sea a policías,
jueces, militares o cualquier funcionario que deba hacerse de la
vista gorda. Esta complicidad neutraliza el sistema de control y
lo supera.
Así tenemos que en una sola actividad se pueden ver varios
de los tipos y niveles de transgresión existentes, donde las tres
economías se diferencian en cuanto a la legalidad de sus operaciones
y a la relación que deberían tener con el Estado como garante de
la legalidad. Igualmente, en esta sola actividad también podemos
ver como se relacionan entre sí lo formal, lo informal y lo delictivo
de modo complejo, pero para nada sorprendente en tanto es parte
de la cotidianidad socioeconómica del país.
En teoría, debería ocurrir una acción represiva y de control
regular de parte del Estado para combatir decididamente la delic-
tividad y reducir la informalidad, «formalizando a los informales».
Sin embargo, como ya hemos visto, lo que ocurre es una tolerancia,
porque el sistema económico estatal y empresarial formal no
genera suficientes oportunidades (dejando que lo no formal ope-
re) y porque siendo el Estado débil o neutralizado (por coimas)
Francisco Durand 35

los deja existir. Incluso las «lumpemburguesías» pueden llegar a


tener representación política al financiar campañas y hacer lobby,
llegando a ocupar puestos, sea en municipalidades, gobiernos
regionales o hasta en el propio Congreso de la República. Si bien
no sabemos qué tan profunda es esta penetración, esta pasa con
preocupante frecuencia.
Las reacciones del Estado, cuando se sacude de estas influencias
e intenta «hacer valer el imperio de la ley», son esporádicas,
ganando o perdiendo según los casos, pero sin eliminar o frenar el
comportamiento transgresor y reducir o liquidar estas actividades
semiilícitas e ilícitas. Al mismo tiempo, para complicar más el
problema, pues lo hace borroso, los transgresores intentan ser o
aparecer legales.
Esto es así porque hay un beneficio en la legalidad y un costo
en el incumplimiento, siempre y cuando se generen niveles de
riesgo que hagan posible que a mayor transgresión ocurran
mayores costos. Quienes operan en lo formal viven tranquilos
y relativamente seguros al gozar de las protecciones que da la
ley, pero a medida que uno se va alejando de la formalidad, las
preocupaciones, la angustia y la inseguridad aumentan, sobre
todo para los más pobres y vulnerables, los «trabajadores» de la
informalidad y la delictividad, porque no tienen recursos para
defenderse a diferencia de sus burguesías.
Ocurre de ese modo porque en cualquier momento la autoridad
puede actuar, pedir una coima o amenazar, sobre todo cuando hay
exigencias de la opinión pública o se reta abiertamente la autoridad
del Estado, pues ello aumenta la posibilidad de operativos para
reprimirlos o desalojarlos de una zona. El 2013, por ejemplo, han
ocurrido grandes combates contra la informalidad en el Mercado
Mayorista de Lima y contra la minería ilegal en provincias (que
algunos llaman minería artesanal y otros informal), pero que en
ningún caso se reconocen como ilegales. Así, como en lo formal
existe tranquilidad, ocurre un intento de todos los sectores
36 Socioeconomías informales y delictivas

informales para ingresar al mundo formal y de los delincuentes


por aparentar ser legales.
Entonces, viendo los distintos casos, existe no solo una
imbricación ocasional de las economías no formales con las
formales, sino también un fenómeno mayor que tiene que ver con
la sociedad toda y el Estado, donde la no-formalidad lucha por
sobrevivir y crecer tratando de ser tolerada, resistiendo los esfuerzos
por combatir su existencia, negociando o aparentando «ser legales».
Con este último cuadro de conjunto, que considera niveles de
transgresión a la ley y al ordenamiento jurídico institucional del
país, cerramos esta reflexión que sirve de introducción a varias
investigaciones de este problema en el Perú de hoy.
A modo de conclusión presentamos una síntesis de las ideas
centrales:
a) En realidad no existen dos, sino tres socioeconomías
(formal, informal y delictiva) como respuesta a un problema
estructural de desempleo, de debilidad del Estado y el
mercado y los incentivos de la no-formalidad, en momentos
en que ocurrió la explosión demográfica y la migración a las
ciudades.
b) Las socioeconomías no formales y el tipo de transacciones
según el nivel de transgresión se ubican en un continuo que
va de lo informal a lo delictivo.
c) Ambas, la informalidad y la delictividad, han crecido desde la
década de 1980 en medio de una gran crisis, pero continuando
luego, cuando se supera la recesión al no resolverse los
problemas estructurales de fondo, manteniéndose bajo los
niveles de riesgo que debe emitir el Estado y por los altos
incentivos económicos de la no-formalidad.
d) Las socioeconomías no formales han desarrollado una cultura
de transgresión que amenaza constituirse en cultura nacional.
Uno de sus problemas principales es que justifica la anomia
Francisco Durand 37

y elimina el sentimiento de culpa. Esta cultura, a su vez, se


transnacionaliza con la emigración, aspecto interesante pero
que no hemos discutido en este trabajo.
e) Al haberse consolidado como sectores, en cada una de esas
tres economías se observan altos niveles de concentración
del capital y relaciones internas de tipo jerárquico. Cada
socioeconomía tiene su propia burguesía (formal, informal
y lumpen) y fuerza de trabajo.
d) Las tres socioeconomías tienen sus propias dinámicas y
se las puede ver como sectores separados, siendo visibles,
detectables en tanto se concentran territorialmente.
e) Cuando les es conveniente económicamente, se relacionan
entre sí a pesar del problema que representa su coexistencia
y vinculación.
f) Ocasionalmente el Estado y los municipios combaten la
delictividad y luchan por formalizar a los informales, pero
en ningún caso logran reducir las dimensiones del problema
y superar la anomia.
g) En esta lucha hay victorias parciales seguidas de treguas
que revelan la falta de un esfuerzo nacional decidido para
enfrentar este problema.

Estas conclusiones son de carácter realista antes que pesimista,


en la medida en que existen alternativas viables y se reconocen
algunos éxitos, principalmente en la formalización, pero
ciertamente se requiere de un esfuerzo colectivo decidido para
enfrentar el reto que significa la no­-formalidad sobre la base de
un mayor conocimiento del problema y su variación tipológica
y espacial. Esperamos que estas líneas y los trabajos que siguen
nos permitan avanzar en esta dirección integral que tanto necesita
este país abrumado por la anomia, cercado por la no-formalidad e
incluso penetrado por la transgresión en el propio Estado y partes
de la sociedad civil.

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