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Durante el gobierno de Augusto B.

Leguía en el Perú, entre 1919 y 1930, se implementaron una


serie de medidas autoritarias que le permitieron mantenerse en el poder y limitar las
libertades civiles y políticas en el país. Una de las medidas más notables fue la creación de una
policía política encargada de perseguir a los disidentes, lo que llevó a la detención, tortura y
asesinato de muchos opositores políticos. Además, Leguía censuró la prensa y limitó la libertad
de expresión y asociación, lo que dificultó la crítica al gobierno.

A pesar de que Leguía promovió una política de modernización y desarrollo, esto se hizo en el
contexto de un régimen autoritario que cooptó a ciertos grupos sociales y limitó las libertades
civiles. En lugar de fomentar un clima de debate y discusión, se enfocó en la concentración del
poder y la supresión de la disidencia. Además, la modernización que promovió el gobierno de
Leguía estuvo enfocada principalmente en la construcción de infraestructura, lo que no
necesariamente benefició a las poblaciones más vulnerables del país.

Por lo tanto, es necesario cuestionar la imagen de Leguía como un modernizador y considerar


su gobierno como una dictadura que limitó la libertad y los derechos civiles en el país. A pesar
de que su gobierno logró algunas mejoras en términos de modernización, esto se hizo a
expensas de las libertades civiles y políticas del pueblo peruano. En conclusión, el gobierno de
Leguía durante el Oncenio fue en gran medida autoritario y se enfocó en mantenerse en el
poder a través de la cooptación y limitación de la disidencia, por lo que no debería ser
considerado como un gobierno modernizador y progresista.

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