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SACAR AL NIÑO DEL BANQUILLO

Primera clase

Como punto de partida para cualquier despliegue de la clínica psicoanalítica, y muy


especialmente si se trata de psicoanálisis con niños, tenemos que comenzar con que el sujeto
se constituye en el campo del Otro. De qué hablamos cuando hablamos de Otro, este Otro con
mayúscula? La familia, con sus funciones materna y paterna, es una encarnación histórica de
este Otro donde el sujeto debe advenir para constituirse como tal. Esta familia que encarna al
Otro está inmersa en el discurso de la época que constituye un marco para poder situar las
funciones y el lugar del niño dentro de esta estructura.

Lacán, en la conferencia de Milán de 1967, dice que la experiencia de un análisis pone en juego
por un lado, la realidad fantasmática del analizante, y por el otro, señala de relación del
psicoanalista con los discursos que forman parte de la realidad de cada época.

Cuando hablamos de discurso de la época, tenemos en cuenta que en cada momento histórico
existe cierto andamiaje, unas representaciones colectivas, que son el marco conceptual que
determina el marco de lo pensable.

El psicoanálisis, desde su nacimiento, ha tenido en cuenta el discurso dominante, por lo tanto


no solo importa de qué modo concebimos la infancia los psicoanalistas, sino también, que
lugar se le asigna a la niñez en el período histórico que estamos transitando. El historiador
francés Philip Aries, puso de manifiesto que la concepción que nosotros tenemos hoy día de la
infancia, es relativamente reciente, y no se remonta mas allá del siglo XVII. Dice Aries que la
actitud del adulto frente al niño ha cambiado mucho en el curso de la historia y, ciertamente,
sigue cambiando hoy día ante nuestros ojos. Este autor hace una diferencia entre la
concepción del niño en la época clásica, principalmente en Grecia, donde a través da la
producción artística, nos enteramos que existía una idealización de la infancia y lo que sucedió
durante un largo período que abarca toda la Edad Media porque en la Edad Media la infancia
era considerada una transición que pasaba rápidamente y de la cual enseguida se perdía el
recuerdo.

El descubrimiento de la infancia, mas cercano a lo que lo conocemos ahora, comienza recién


en le siglo XVII, y está ligado a una forma de pensar la escolaridad. Aries introduce la existencia
de una preocupación totalmente moderna, es decir de la Edad Moderna, que era la correlación
entre la edad y los estudios.

La edad media ignoraba completamente esta correlación. No importaba la edad de los que
estudiaban sino lo que estudiaban. Para aprender una actividad se reunían personas de todas
las edades. En cuanto el niño ingresaba a la escuela, por ejemplo, escuelas de oficios, ingresaba
de manera inmediata al mundo de los adultos, vivían mezclados con los adultos y se los
consideraba capaces de desenvolverse sin ayuda de sus padres. ¿A partir de cuándo se daba
esta entrada d ellos niños en el mundo de los adultos? A partir de un destete que se daba
recién a los 7 años. Desde allí los niños compartían con los adultos los juegos y los trabajos. La
civilización medieval había olvidado la “paideia”, es decir, la infancia para los griegos que si
tenían la diferencia entre el mundo d ellos niños y el de los adultos.

Es recién a partir de l Edad Moderna, que se retoma la concepción griega de la “paideia” y el


acontecimiento fue la aparición del interés de una educación diferenciada por edades. En lo
sucesivo se reconoce que el niño no está preparado para afrontar la vida y que es necesario
someterlo a un régimen especial antes de permitirle ingresar al mundo de los adultos. La
familia comienza a asumir una función moral y espiritual. Tanto la familia como la escuela
retiraron al niño de la sociedad de los adultos en la que se hallaba inmersa. Esto sucedió
entonces recién en la Edad Moderna. Aries dice que dicha familia corresponde a una necesidad
de intimidad y también de identidad, pues los miembros de ella se reúnen por sus
sentimientos, sus costumbre y el tipo de vida y se oponen a las promiscuidades impuestas por
la antigua sociabilidad. El psicoanálisis también enfatiza los aspectos estructurales y
estructurantes de la familia. Uno de los primeros textos que escribe Lacán es “La familia”
donde desde una perspectiva quizá un poco más psiquiátrica, pone énfasis en las estructuras
familiares y por otro lado, años más tarde, retoma a Levistraus, en las estructuras elementales
del parentesco. Entonces podemos decir que para el psicoanálisis, desde el comienzo, no solo
en Lacán sino en Freud, es una institución cuya función es frenar el goce. Por eso tomaba a
Aries cuando dice que las familias se oponen a las promiscuidades, pero la función de la familia
es refrenar el goce.

Por lo tanto la familia cumple la función de darle al niño un lugar simbólico, un lazo de
parentesco, una posición en las generaciones y, por sobre todo, hacer del ser viviente un sujeto
de deseo. Para que el infante pueda llegar a ser jun sujeto de deseo o, mas precisamente como
Lacán lo va a llamar, un parletre, un hablante ser, es necesario que en un tiempo cronológico se
desplieguen tiempos lógicos que produzcan efectos. Miller señala que el primer estado de un
sujeto es ser objeto en el discurso del Otro. Dice: es a través del niño que se asiste ala manera
como el sujeto surge de los significantes del Otro. De esta manera el niño puede ubicarse en el
trayecto que va de ser objeto a sujeto. Trayecto ene l que deben darse ciertas operaciones
lógicas.

Si bien nosotros nos manejamos con esta concepción de la infancia también sabemos porque
convivimos con ese discurso, y a veces somos testigos de sus consecuencias, que desde hace ya
muchos años, en el marco de lo que Lacán llamó en los años ´70 el discurso capitalista, surge la
“psiquiatrización” de la infancia. Este fenómeno es la continuación de lo que se conoce como
“medicalización”.

Michael Foucault ubica a fines del siglo XVII de lo que el denomina el “biopoder”. Se trata de la
explosión de ciertas técnicas diversas y numerosas para obtener la sujeción de los cuerpos y el
control de las poblaciones. Para este autor ese “biopoder” es un elemento indispensable ene l
desarrollo del capitalismo, el cual no pudo afirmarse sino al precio de la inserción controlada
de los cuerpos en el aparato de la producción. A partir de ese momento, por primera vez en la
historia, sin duda, lo biológico se refleja en lo político, no solo en términos del azar y la
fatalidad, como en el caso de una peste o una catástrofe natural, sino que se puede denominar
“biohistoria” a las presiones mediante las cuales los movimientos de la vida y de la historia se
interfieren, pero fundamentalmente Foucault comienza a hablar de “biopolítica” para designar
lo que hace entrar a la vida y sus mecanismos en el dominio d ellos cálculos explícitos y
convierte al “poder saber” en un agente de transformación de la vida humana.

Por suerte esto no significa que la vida haya sido exhaustivamente sometida a técnicas que la
dominen o administren. La vida escapa sin cesar a estos dominios. Creo entonces, habiendo
tomado a Foucault como referente, que desde esta perspectiva podemos hacer entrar en la
noción de “biopolítica” lo que sucede con la proliferación impresionante de los diagnósticos de
cierta psicoterapias y ciertas especialidades médicas que encasillan a los niños en categorías
tales como síndromes o déficit. Estamos presenciando desde hace muchos años, como han
aumentado considerablemente los casos de niños que son medicados y que además se los
condena a vivir con una medicación psiquiátrica durante muchos años pues se los etiqueta con
patologías que se consideran crónicas.

Afortunadamente médicos, médicos pediatras, psicólogos y educadores, todavía nos


sorprendemos con estos fenómenos y advertimos sobre las consecuencias.

Las preguntas que surgen son: ¿Qué implica medicar a un niño por molestar en clases, estar
distraído y no copiar lo que está en el pizarrón? ¿Qué les transmitimos cuando les plateamos
que debe tomar tal pastilla para quedarse quieto y hacer las tareas?

Leía en un artículo, escrito por un grupo de profesionales entre los que se encuentran
personas que merecen todo mi respeto y admiración como Alicia Stolkiner y Beatriz Janin, que
los niños llaman a estas pastillas “las pastillas para portarse bien”.

¿Qué sucede con los niños cuando llegan a la adolescencia? La idea de un cuerpo que debe
recurrir a un estimulante externo para tener un comportamiento adecuado se instala en la
infancia. Lo sintomáticos en estos niños se instala, en todos los casos, como siendo de origen
orgánico. Esta idea es diametralmente opuesta a la concepción de un sujeto como constituido
en una historia, en vínculos con otros y desplegándose en un entorno familiar y social.

Coincido con el planteo de estos profesional que dice que la tolerancia de una sociedad al
funcionamiento de los niños se funda en criterios educativos variables y sobre una
representación de la infancia que depende de ese momento histórico y de la imagen que tiene
de sí mismo ese grupo social.

¿Qué representación de la infancia se tiene actualmente? ¿Cómo podemos considerar este


momento histórico? Porque para poder pensar la psicopatología infantil debemos reflexionar
sobre las condiciones socio culturales en las que se gesta esta clasificación diagnostica.

¿Qué es lo que se considera patológico en nuestra época? Así, los niños que no responden a las
exigencias del momento actual son considerados deficitarios. Por ejemplo, hoy en día se
consideran o se los diagnostica oposicionistas a niños a los que habitualmente se los
consideraba rebeldes. Es más, me llamó la atención que estos diagnósticos recayeran
principalmente en una población de chicos de 4 o 5 años cuando sabemos que se trata de un
período de la infancia en que esto es un sello distintivo y que, por otro lado, habla
favorablemente de su estructuración psíquica.

Nosotros, analistas, festejamos muchas veces a los niños rebeldes, sobre todo si pasa esto en
esa edad. Pero de este modo, haciendo callar al síntoma que habla en el niño. Se termina por
no cuestionar como se transmiten las normas, y, por ende, cual es el lugar de los adultos frente
a los niños. Porque si la pastilla para portarse bien modifica la conducta, no hay lugar para
ninguna pregunta por parte de los adultos.

Al mismo tiempo el modo mismo en que se diagnostica implica una operación des-
subjetivante en la que le niño queda abolido como alguien que pueda decir algo a cerca de lo
que le pasa.

De nuestro lado, el costado del psicoanálisis, sabemos que el síntoma habla. Y que un niño que
hace síntomas tiene algo para decir hablando o jugando. Y fundamentalmente creemos que se
trata de sujetos que se están constituyendo y, por lo tanto, es muy preocupante la fijeza de
estos diagnósticos que hacen desaparecer la idea de transformación.
Ahora bien, y por eso traje hace un rato la idea de Foucault para que nos esclarezca. Este modo
de diagnosticar no es ingenuo, corresponde a intereses ideológicos y económicos, aun cuando
los padres puedan ser receptores de información distorsionada por las redes, por ejemplo, y
actuar desde el desconocimiento, no son ingenuos los que prescriben esta medicación. Se
utilizan manuales clasificatorios que están al servicio de estos interese ideológicos y
económicos. ¿sabían ustedes que de los 170 miembros de la Asociación de Psiquiatras
Americanos responsables de la confección del DSM IV y después del DSM V el 56%, es decir 95,
tienen relación directa con una empresa farmaceútica?

Vuelvo entonces a la historia, pero ahora más reciente, para ubicar ciertas nociones que entran
a jugar cuando se trata de entender este auge de la medicalización en los niños cada vez mas
pequeños. En el año 2008 el SEDRONAR, es decir la secretaria de políticas integrales sobre
drogas de la nación argentina, junto con la Facultad de Ciencias Sociales de la UBA hicieron una
investigación a cerca de los riesgos a nivel físico que una droga pueda tener en la salud de un
niño y en los riesgos posibles respecto de la habitualidad y banalización del uso de fármacos
que, en un proceso de medicalización desde tan corta edad, pueda ocasionar.

Para realizar esta investigación se detuvieron en el diagnóstico y tratamiento de lo que ha dado


en llamar “trastorno de déficit de atención con o sin hiperactividad” conocido con TDA o ADDH.
En este trabajo, en el que se recabó información de médicos, pediatras, neurólogos, psicólogos,
sociólogos y educadores, partieron de la noción de “medicalización”.

La medicalización de la vida refiere a un proceso progresivo mediante el cual el saber y la


práctica medica incorpora, absorbe, coloniza, esferas del área social y afectiva que antes
estaban regulados por otras instituciones como la familia y la escuela. Al concepto de
“medicalización de la infancia” lo entienden a partir de una serie de prácticas que llevan a
patologizar la conducta infantil mediante diversas estrategias.

De este modo un proceso histórico de medicalización que se verifica con mucha fuerza a partir
de mediados del siglo XX se inscribe en la tendencia propia de la modernidad de aplacar los
malestares que aquejan al sujeto.

Desde esta perspectiva, a través de fármacos, se anestesia la manifestación de los


padecimientos…

En la serie “gambito de dama” se muestra como ya desde mediados de los años 50 se daba a
las niñas de un internado unas pastillas, una medicación que serían ansiolíticos, para
tranquilizarlas.

Les decía que esta gente del SEDRONAR y de la facultad hizo una investigación que puso de
relieve el importante numero de niños, niñas, diagnosticados y tratados con este síndrome, el
ADDH, en Argentina, el incremento de diagnósticos de niños cada vez más pequeños con
prescripción de medicamentos, la inespecificidad del diagnóstico y el tipo de medicación
indicada, por ej, la ritalina, que es un estimulante similar a las anfetaminas. Cuando hablamos
de “inespecificidad del diagnóstico” nos referimos a que los síntomas que habilitan este
diagnostico son falta de atención, hiperactividad y otras manifestaciones asociadas a la
conducta. Todas cuestiones que pueden encontrarse en cualquier niño, en tal caso, nos
tendríamos que preguntar porque ese niño presenta esa hiperactividad, por qué ese niño no
puede quedarse tranquilo.
Lo que mas alarma a estos investigadores es que para los médicos o psicólogos que hacen este
diagnóstico, esta enfermedad no tiene cura. Es por eso por lo que se habla de una enfermedad
crónica que se puede prolongar en la adolescencia y en la adultez.

Hace unos 15 años, el llamado consenso de expertos del área de la salud, dirigieron un
documento al Ministerio de Salud, advirtiendo que este tipo de diagnóstico y tratamiento, lo
que se llama síndrome de déficit de atención, se percibe como un proceso de simplificación de
la problemática infantil contemporánea. Este documento señala que estos diagnósticos y
terapéuticas, simplifican las determinaciones de los síntomas en la infancia y regresan a una
concepción reduccionista de las problemáticas psicopatológicas. Son concepciones de un
biologismo extremo que no da valor alguno a la complejidad de los procesos subjetivos. Demás
de resaltar el regreso a una concepción de biologismo extremo, hacen hincapié en que ésta
medicalización desresponsabiliza, no solo a los padres, sino también a las instituciones
educativas.

Por otra parte plantean un rol activo de los laboratorios en la construcción de nuevos
padecimientos y en la instalación de estrategias de marketing dirigidas cada vez a mayor parte
de la población sana.

Todo esto que al menos tendría que llamar nuestra atención, a mi sinceramente me espanta.

Se regresa a una concepción de biologismo extremo. Cuando escuchamos a alguno de estos


diagnosticadores parece que estamos en presencia de aquellos científicos anteriores a Freud,
con lo que tuvo que lidiar. Adultos padres y educadores aceptando y, en algunos casos,
promoviendo, esta psiquiatrización de la infancia. Una infancia pensada en términos de
determinadas psicopatologías psicopatológicas, como si se tratara en todos los casos de
cuerpos enfermos que hay que curar en todos los casos con una pastilla mágica.

La pregunta que me surge y que les transmito y me gustaría poder charlarla entre todos, es
¿Cómo es posible que se esté dando, desde hace tanto tiempo, una objetalización de la
infancia?

Foucault dice que cada cultura define, desde una forma propia y particular, el ámbito de los
sufrimientos, de las anomalías, de las desviaciones, de las perturbaciones funcionales, de los
trastornos de conducta que corresponden a la medicina, suscitan su intervención y le exigen
una práctica específicamente adaptada. En ultimo termino, dice Foucault, la enfermedad es en
una época determinada y en una sociedad concreta, aquello que se encuentra práctica o
teóricamente medicalizado. Hoy en día se verifica un vínculo entre la economía y la salud.

La salud ingresa a la esfera económico-mercantil en la medida en que se ha convertido en un


objeto de consumo, en un producto que puede ser fabricado por un laboratorio y consumido
por los enfermos reales o posibles.

Entonces, teniendo en cuenta esta lectura que hace Foucault de la salud y de la enfermedad, y
como se relaciona con una cultura en una época determinada podemos inferir que la salud se
constituye, en esta época, en un objeto de consumo. Y cuando digo esta época, me estoy
refiriendo a lo que Lacán llama “la época enmarcada en el discurso capitalista”. A que se refiere
con un “discurso capitalista”, se trata de un discurso que a diferencia de los otros (el discurso
del amo, el histérico y el analítico) no implica lazo social. Justamente deshace los lazos sociales
porque solo se da la relación del sujeto con los objetos plus de goce, es decir, con objetos a
producir y a consumir. Entre los objetos que se consumen esta la salud.
De este modo se precarizan los lazos de amor y se promueve el individualismo y la satisfacción
narcisista. Este discurso genera la ilusión de que podemos gozar sin pérdida. Se genera
también la ilusión de que el saber puede constituir una totalidad. Se promete la reducción total
de los malestares, por lo tanto, es un discurso que rechaza la castración.

Es en el marco de este discurso que se compra salud para un niño como se le compra una Play
Station. Es también en este marco que, negando el lazo social y los tiempos de constitución
subjetiva a partir del Otro, es decir la familia, la historia y las instituciones, el niño queda
reducido a un objeto a adecuar, un objeto a perfeccionar y modificar según las exigencias de la
época.

Fíjense que diferencia de lo que, para nosotros, a partir de Freud, es la salud. Cuando le
preguntaban que es la salud decía “salud es amar y trabajar” con todo lo que implica de
construcción y consideración del otro. Y, por supuesto, amar y trabajar no se compra en la
farmacia.

Volvamos entonces a la concepción psicoanalítica de la infancia. Decíamos que es a través del


niño que se asiste a la manera como el sujeto surge de los significantes del Otro. El niño puede
ubicarse en el trayecto que va de ser objeto a constituirse en sujeto. Ahora bien, cuándo
planteamos que el niño comienza por ser objeto, ¿a qué objeto nos referimos, al falo o al
objeto a? Freud afirma que el niño viene al lugar de la falta fálica materna en la ecuación
materna que plantea como uno de los caminos de salida para la femineidad. Lacán retoma la
ecuación freudiana desde el Seminario 4 en adelante, pero en el Seminario 22 RSI afirma que el
niño es convocado por el Otro materno en calidad de objeto a. ¿son contradictorias estas dos
afirmaciones? ¿se trata, como plantean algunos analistas, de que el discurso freudiano y
lacaniano de los primeros seminarios es superado pro el mismo Lacán al final de la obra?
Considero que son dos momentos en la enseñanza de Lacán y esto depende de que él hay
puesto el acento en la relación del niño al deseo del Otro y, en otro momento, al niño en su
estatuto de objeto de goce. Es en este ultimo sentido que Lacán, en “alocución sobre la psicosis
del niño” nos advierte que el cuerpo del niño es el que puede responder como objeto a
inanimado y es a ello a lo que los psicoanalistas nos debemos oponer.

Los analistas nos debemos oponer a que el niño sea tomado como obturador de la falta en el
Otro, pero también nos debemos oponer a que los niños sean tomados como objetos en
términos de objeto de consumo. Que sean ellos los que se utilicen como instrumento para
aumentar el consumo de tanta medicación.

Instalándonos mas en el costado analítico, pero que no es sin este discurso que es el discurso
de nuestra época, vuelvo a la pregunta de si son contradictorias estas concepciones que para
algunos analistas de niños si lo son, de pensar al niño entrando a la estructura como falo o
entrar como objeto a. Si una concepción es superadora de la otra.

Creo que para poder entender que estas dos concepciones de la entrada del niño en la
estructura, no son contradictorias podríamos decir que todos los niños comienzan su vida
siendo un a marcado fálicamente.

Para poder pensar en esta articulación voy a recurrir, ya que hablamos de salud en términos
freudianos de amar y trabajar, a dos definiciones lacanianas del amor que hablan de,
justamente, la articulación de estos conceptos, la articulación del deseo y el goce. Una es
“amar es lo que no se tiene (el falo) a alguien que no lo es (el falo) y la otra es “el amor permite
al goce condescender al deseo”. El articulador es el amor. Lo saludable para un niño es tener un
lugar de objeto amado. Al modo de lo que Lacán hablaba de la galama en el Seminario de la
transferencia. Recuerdan que en ese seminario hablaban del amante y del amado para poder
trabajar la metáfora del amor.

Lo más saludable como entrada es que ese niño comience por ser amado, es decir, ese lugar al
que tienen que venir a alojarse ese niño desde el primer momento es en el lugar de el objeto
de amor. Por eso me parecía que un articulador en relación a esto es esta frase que voy a
repetir porque me parece que es muy esclarecedora respectos del lugar del niño que es “el
amor permite al goce condescender al deseo”.

Segunda clase

El tema de hoy será el pasaje de “ser hablado” a “hablante ser”, es decir el pasaje de ser objeto
del discurso del Otro a ser parletre o hablante ser.

Un fraile llamado Salinger, en sus crónicas del siglo XIII, describe un experimento lingüístico
llevado a cabo por el emperador Federico II. Dice que este emperador quería descubrir que
clase de lenguaje y que manera de hablar tendrían los niños cuando crecieran sino hablaban
antes con nadie. Es decir, fundamentalmente, si no se les hablaba. Así es que le pidió alas amas
y a las niñeras que amamantaban a un grupo de niños que los bañaran y lavaran pero que de
ninguna manera les hablaran o parlotearan ya que él quería saber si hablarían el hebreo, que
era el lenguaje mas antiguo, o el griego, o el latín o el árabe. O el lenguaje de sus padres, de
quienes habían nacido. Dice Salin Bene que Federico II trabajó en vano porque todos los niños
murieron. La explicación que da es que no podían vivir sin las caricias, las caras alegres y las
palabras amorosas de sus madres adoptivas. Así lo cuenta él y este siniestro experimento le
enseñó al emperador algo que pueden explicarnos muy bien los filósofos y los lingüistas.

Vamos a tomar a un filósofo, Agamben, en su libro “Infancia e historia” y el modo en que él


también toma a un lingüista para poder saber qué pasó allí. Nos surgen dos preguntas. En
principio la pregunta podría ser por que no pudieron hablar los bebes de esta historia. Para
esto vamos al recurrir al filósofo y al lingüista pero, fundamentalmente, lo que nos interesa es
por qué no pudieron vivir estos niños. En este sentido vamos a recurrir a los conceptos
psicoanalíticos.

Nos diría Agamber, junto con Bembeniste, que estos niños no pudieron hablar porque, a
diferencia de los animales, los seres humanos no nacemos provistos de un lenguaje. Los
animales nacen provistos de un lenguaje, un sistema de signos compuesto por sonidos y
comportamientos, que permiten que puedan comunicar mensajes claros e inequívocos.
Piensen x ej en los delfines y sus sonidos, en las golondrinas siguiendo año tras año un trayecto
en conjunto. Los animales no están privados del lenguaje, no entran en la lengua, están
siempre en ella. El hombre, en cambio, en tanto tiene una infancia, en tanto que no es
hablante desde siempre, tiene que apropiarse de la lengua. Lo que llamamos infancia es,
justamente, el periodo en el que se da esta apropiación. Lo que distingue al ser humano de los
demás seres vivos, no es la lengua en general, sino la escisión entre lengua y habla. Esta
distinción, entendida al modo de Bembeniste, en la diferencia entre un sistema de signos y un
discurso. El ser humano, para poder hablar, tiene que constituirse en sijeto del lenguaje, es
decir, debe decir “Yo”. La infancia, introduce en la naturaleza humana la discontinuidad y la
diferencia entre lebgua y discurso. Incluso, sostiene Agamben, que solo porque existe esta
diferencia entre lingua y discurso es posible que haya historia, solo por eso el hombre es un ser
histórico. Entonces llaman infancia a la diferencia de la experiencia entre lengua y discurso. Un
bebe al nacer tendría la capacidad de pronunciar los fonemas de todas las lenguas del mundo,
pero porque es hablado por otro, en el período que va desde el nacimiento hasta la adquisición
del lenguaje, aunque todavía no habla, ya altera sus vocalizaciones en le sentido del habla
materna. Por esto Agamben habla de la caída de la torre de Babel, es decir, no es posible
hablar una lengua universal.

¿A qué se refiere Bembeniste con este pasaje de la lengua al discurso? Llama lengua a un
sistema de signos, tomando la concepción desde Souseaur de que el signo es pura identidad
consigo mismo y pura alteridad para con todos los demás signos. Cada signo tiene una
significación reconocida por el conjunto de los miembros de una comunidad lingüística. Pero,
reconoce Bembeniste, otro tipo de significación engendrado por el discurso. Aquí la lengua
empieza a pensarse como productora de mensajes. Y un mensaje no se reduce a una suma de
signos, no es solo una sucesión de unidades. El universo del discurso del que nos hablan los
lingüistas se identifica con la enunciación. La significación que se engendra a partir de un
discurso resulta de una actividad del que habla, pues pone en funcionamiento a la lengua, es
decir, el que habla pone en funcionamiento a la lengua y produce una significación que es
distinta de la suma de los signos. Pero, sin embargo, los lingüistas enfatizan que el mundo del
signo está cerrado. Del signo a la frase no hay transición, un hiato los separa. Hay una brecha
entre el mundo del signo y la frase. El hecho de que el hombre tenga un

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