Está en la página 1de 13

Taller de Otras Textualidades.

Material para uso interno de cátedra


Postales de Martín Caparrós en la revista Altaïr (SELECCIÓN)
que fui a Ceylán, que algunos llaman Sri Lanka, para escribir sobre
los turistas pedófilos o, dicho de otro modo, los hijos de mil putas
que van allí para cogerse chicos de cinco, seis, diez años.
Fue difícil por muchas razones. Fue, primero, porque llegué a
Colombo, la capital, un domingo a la tarde sin el menor contacto y
empecé a preguntarme, como siempre, qué coño estaba haciendo
allí. Pero di unas vueltas, vi muchachos muy oscuros con camisas
muy blancas jugando al cricket, vi una señora muy viejita —el
«Postales» es la serie de artículos de Martín Caparrós en Altaïr cadáver de una señora muy viejita— ardiendo en una pira, vi
cientos, miles de cuervos estridentes y, al final, encontré la manera
Magazine. En ella repasa las fotografías que ha tomado en sus de empezar a tirar de esa cuerda. Así que al otro día ya estaba en
viajes como reportero. Es un punto de partida para escribir una playa del sur de la isla, alojado en un hotel donde casi todos
con libertad y hacer un periodismo que reflexiona sobre el los huéspedes eran pedófilos en busca de chiquitos, y entonces las
cosas empezaron a ser realmente difíciles. Fue difícil, y muchas
mundo y contra el público, con honestidad y hondura. noches estuve a punto de salir corriendo. Supongo que no lo hice
por esa mezcla de orgullo y resignación que suele ser lo propio del
cronista.
UNA POSTAL DE SRI LANKA. EL ASCO Lo que vuelve una y otra vez es esa tarde en esa playa, junto a
Martín Caparrós esa carretera, el sol, la belleza, el asco más extremo
https://www.altairmagazine.com/voces/postales-de-martin-caparros-3
—¿Así que todavía no conoces a Yohan? Ah, pero es maravilloso.
Maravilloso. Tal vez, si me da un ataque de bondad, mañana te lo
Lo que vuelve una y otra vez es esa tarde en esa playa, junto a esa
paso, y vas a ver.
carretera, el sol, la belleza, el asco más extremo: eso es lo que
vuelve. Me han preguntado tantas veces —los periodistas no Me dijo aquella vez un señor que se llamaba Bert, ciudadano
solemos ser originales— cuál fue mi peor nota. En general no lo modelo, alemán, optómetra, un padre de familia que sólo una o dos
dicen agresivos; el lenguaje traiciona, pero quieren preguntarme veces por año venía a fornicarse algún niño cingalés. Para que
cuál es la nota que más me costó, dolió, perturbó hacer. Y yo, aquel escombro me hablara y me contara yo había tenido que
aunque intento variar las respuestas, no soy original y vuelvo pasarme varios días con ellos, compartir sus charlas y sus risas, sus
siempre a la misma, a algo que se parece a la verdad: aquella vez referencias pegajosas, sus fantasmas. Había tenido incluso que

1
Taller de Otras Textualidades. Material para uso interno de cátedra
Postales de Martín Caparrós en la revista Altaïr (SELECCIÓN)
buscar un gigoló de chicos, decirle que quería sus servicios,
seguirlo hasta su casa entre bananos. Y había pasado, después, por
una de las escenas más desoladoras, cuando un chico de ocho en
una playa me invitó a conocer a su mamá en una choza de palma
allí nomás y la madre, muy educada muy amable, después de un té
y un rato de charla, me dijo que por qué no me iba con su hijito a
la otra pieza.
—Una o dos horas, o más, lo que usted quiera. Usted le gusta, y si
queda contento después puede regalarnos algo para la Navidad.
Pero lo peor fue algo tan peor que ni siquiera lo conté, entonces, en
mi crónica. Aquella tarde no aguantaba más, así que alquilé una
moto y me fui a dar vueltas, tomar aire. Manejaba por una carretera
espléndida: de un lado los campos de arroz que me gustan como
nada; del otro, playas largas y blancas y desiertas.
La belleza atronaba, y los vi casi sin registrarlos: tres chicos de
ocho o diez que jugaban con las olas; seguí andando. Yo tenía mi
cámara y un problema: era muy difícil hacer fotos para acompañar
esta historia. Así que paré, volví atrás, me arrodillé al costado de la
ruta y, sin que me vieran, empecé a registrarlos.

Los chicos, desnudos, jugaban, saltaban, cabriolaban; se reían, se


tiraban agua, perreaban en la arena. Las fotos eran lánguidas,
bonitas. No me di cuenta cuándo empezaron a abrazarse, a intentar
2
Taller de Otras Textualidades. Material para uso interno de cátedra
Postales de Martín Caparrós en la revista Altaïr (SELECCIÓN)
poses raras que, supongo, podían sonarles sexies; durante un tiendas de campaña redondas que portan de un lugar a otro para
minuto más, o dos, seguí haciendo esas fotos: de pronto, parecían que sus rebaños de cabras, ovejas, yaks, caballos tengan pasto.
la ilustración perfecta para el tema. Hasta que entendí que los
Y no hay caminos. La primera huella que dejan los hombres sobre
chicos me habían visto y lo hacían para mí: que estaban poniendo un territorio es un camino. Antes de construirlos, los imprimen:
en escena un show para mí, su sexualidad chiquita para mí, cuando un trayecto se hacía costumbre, el campo se iba marcando
pornografía para mí. Yo era, en ese momento, de verdad, un con las huellas de los que pasaban hasta que, en algún momento,
consumidor de su sexo, pornógrafo de ellos —y, en ese momento, un jefecito o rey o Estado lo convertían en un sendero, en una
tuve un asco como creo que nunca había tenido. Es duro tener asco carretera. No conozco espacio humano sin caminos, salvo
de uno mismo. Me subí a la moto, manejé un rato largo, no se iba. Mongolia. Aquel día, la camioneta que nos llevaba iba a campo
Todavía. traviesa, inventando su recorrido por esos pastos ralos; cientos de
metros a la derecha pasaba otra, y otra allá lejos a la izquierda. De
vez en cuando nos frenaba un río: el chofer buscaba la forma de
EL TÉ MONGOL. UNA POSTAL DE MONGOLIA vadearlo. Había llovido; dos veces tuvimos que esperar que la
Martín Caparrós corriente se calmara.
https://www.altairmagazine.com/voces/el-te-mongol El que recibe será recibido y, además, logra un rato de charla.
A cambio le ofrece al huésped el reparo del fuego y un buen té
Se dice que yo como cualquier cosa —y que me gusta. Es casi caliente
cierto: he tragado gusanos en México, nidos de golondrinas en
Pekín, ratas en el Perú, erizos en Tailandia, huevas de sollo en
Pero teníamos apuro, prisa, afán. Debíamos llegar a ese rincón del
Moldavia, huevas de toro en Chascomús, termitas en Lusaka,
distrito de Bat-Ulzii, provincia de Uvurkhangai, antes del ocaso; el
hormigas en Colombia, hígado de ganso con cirrosis en París,
chofer no se atrevía a manejar de noche. Fue un alivio cuando un
víboras en Malasia, grillos en Hong Kong, viejas patas muy secas
hombre a caballo le dijo que el gher de Jiigee era ése que se veía
de chancho en Barcelona y tantos otros guisos. Pero lo que
allá abajo en el valle.
realmente me pudo fue ese té con leche.
—Qué suerte que nos encontraron acá. Pensábamos desarmar el
Hacía frío, llevábamos viajando horas y horas. Habíamos salido de
gher mañana muy temprano para irnos.
Ulan Bator temprano a la mañana y casi anochecía. Mongolia es
uno de los lugares más raros que conozco: una tierra enorme y Jiigee y su mujer, sus caras chatas de pekinés sonriente, nos
vacía, inhóspita, brutal, que el hombre no ha marcado. Tres o recibieron tan atentos: en medio de ese desierto raro, la
cuatro ciudades, millón y medio de kilómetros para tres millones hospitalidad es un deber y un placer y un seguro de vida. El que
de habitantes, mayoría de nómadas que viven en sus ghers, esas recibe será recibido y, además, logra un rato de charla, de noticias.
3
Taller de Otras Textualidades. Material para uso interno de cátedra
Postales de Martín Caparrós en la revista Altaïr (SELECCIÓN)
A cambio le ofrece al huésped el reparo del fuego y un buen té aprendido a montar antes que a caminar, cómo había tenido que
caliente. buscar una esposa cabalgando millas y más millas y, sobre todo,
eso que yo buscaba: cómo la tecnología le había cambiado la vida.
—Qué honor para nosotros que tomen nuestro té.
Su nuevo móvil le permitía enterarse de la cotización de la lana de
cachemira en la ciudad y, así, evitar las estafas de los mercaderes
ambulantes que se la compraban. Jigee estaba contento, se
imaginaba en una moto. Yo, mientras, intentaba tragar la
porquería; cada vez que, con esfuerzo sobrehumano, desafiaba las
arcadas con un par de sorbos, mi anfitriona atentísima me
completaba el tazón con más brebaje.
Su reino era el caldero donde hervía: lo revolvía, lo sacaba, lo
volvía a tirar desde lo alto. Se me ocurrió una idea desesperada: le
pedí que me dejara fotografiarla haciéndolo. Se me había ocurrido
que quizá su honor quedaría satisfecho con ese gesto decisivo de
nuestra cultura: la fijación del momento en una imagen —que
nadie nunca mirará de nuevo— sería homenaje suficiente. Pero no;
debían ser primitivos e insistieron: si no bebía su té los estaría
ofendiendo en serio. La foto, otra vez, no sirvió para nada. Agarré
resignado la tercera taza, cerré los ojos y pensé en Inglaterra.

Dijo Jiigee, y me dio personalmente el tazón gordo. Lo recibí con LA RETAGUARDIA. UNA POSTAL DE EL CAIRO
gusto y la sonrisa que debía; tenía sed, tenía hambre. Y entonces lo
probé: el té era oscuro y la leche de yak —fortísima, olorosa, un Martín Caparrós
poco agria—, pero lo que lo hacía tremendo era la sal y la grasa de https://www.altairmagazine.com/voces/la-retaguardia
carnero que lo completaban. Entre los dos conseguían convertir esa
bebida en un compendio del horror, un vomitivo exagerado. Que,
por supuesto, no podía dejar. Hay modos de mirar las cosas: modos tan diferentes de mirar las
cosas. Yo lo intentaba; juro que lo intentaba.
—Qué delicia, tan agradecido.
Había llegado por azar: una mala combinación de aviones,
Lo fui sorbiendo, intentando sonrisas. Mientras, Jiigee me contaba viniendo de Sudán, me hizo parar tres días en El Cairo. Me ha
—intérprete mediante— historias de su vida: cómo había tocado El Cairo con alguna frecuencia: me dan placer su luz, sus
4
Taller de Otras Textualidades. Material para uso interno de cátedra
Postales de Martín Caparrós en la revista Altaïr (SELECCIÓN)
casas arruinadas, sus gritos, sus sonrisas, sus motos como balas y había cierto orden, había el calor estrepitoso, mucha mugre, había
su caos y sus oasis; placer sobre todo sus cafés con narguile, el miles que caminaban sin parar. Y había cafés —tés—
tiempo de fumar como si nada más. Pero aquella vez era verano, improvisados con sus mesas y sus sillas, charcos como esteros,
hacía un calor de rayos y allá afuera hacían una revolución. motos banderas cámaras de tevé pero no tantas, chicos pero pocos
mujeres pero pocas, perros flacos; había cabreo, había cortesía, no
Siempre me gustaron las revoluciones. Y escribir, con ese aire
parecía haber miedo. Había —creí que había— alguna forma del
frívolo bobito: «siempre me gustaron las revoluciones». Para
arrojo. Había resolución. Había hombres grandes.
después justificarme: ese momento en que nada está en su sitio —
porque ha dejado de haber sitios—. La revolución cairota era
bastante permanente: ya llevaba más de un año y había hecho caer
el gobierno de décadas del caudillo Mubarak, pero no terminaba de
entronar al sucesor. En esos días, miles de Hermanos Musulmanes,
el partido religioso que, junto con los jóvenes progres tuiteros, la
había empezado, quería terminarla con la proclamación de su líder
Mohamed Morsi como presidente.

Aquí, en Tahrir, sí hablaban de revolución y cantaban


brutales y yo quería creerles

Los detalles, a esta altura, importan poco: ya casi todos los hemos
olvidado. Lo que sí recuerdo es esa plaza. La plaza Tahrir, enorme
junto al Nilo, había sido, desde el principio, el centro y el símbolo
de esa revolución; para entonces —junio de 2012— miles y miles
de personas se habían instalado en esa plaza. Aquello no era una
manifestación; era un espacio —donde mucho pasaba al mismo
tiempo—. Había actos aquí y allá, con oradores y consignas muy
variadas; había personas que dormían, personas que leían o rezaban Durante el día el sol los aplacaba; descansaban, dormían,
o leían el Corán o rezaban el Corán, personas que charlaban se esperando el momento de volver a empezar. Que llegaba cuando el
abrazaban se peleaban, personas que compraban un pantalón o un sol caía; en Tahrir la manifestación era, más bien, el eterno retorno
patito de plástico, personas que los vendían, personas que bailaban, de lo maldormido. Por las noches cantaban; las canciones no eran
personas que se lavaban de denuedo, personas que comían o bebían largas ni tenían buena música. Eran, más bien, frases sucintas
o recordaban algo. No había alcohol porque eran musulmanes,
5
Taller de Otras Textualidades. Material para uso interno de cátedra
Postales de Martín Caparrós en la revista Altaïr (SELECCIÓN)
concentradas, viejo canto tribal donde uno dice y los otros, sin cosa. Lo bueno de las fotos es que parecen mostrar la realidad. Lo
perder el ritmo, le contestan. Pero había algo en el idioma de los mejor es que postulan que eso existe.
árabes que les daba una fuerza que hacía mucho tiempo no
Ahí está el truco.
escuchaba. Con la noche, el clima se iba haciendo más y más
brutal.
En Egipto, hace poco menos de cuatro mil años, una revolución LA VIDA ES UNA PASTA DE MANÍ. UNA POSTAL DE
popular buscó la vida eterna para todos —y no sólo para los reyes SUDÁN DEL SUR
y un par de sacerdotes—. Es probable que, entonces, ni siquiera le Martín Caparrós
dijeran revolución sino alguna otra cosa: revelación, invento. Aquí, https://www.altairmagazine.com/voces/la-vida-es-una-pasta-de-mani
en Tahrir, sí hablaban de revolución y cantaban brutales y yo quería
creerles.
Si la fotografía fuera un deporte, las fotos de niños estarían
Buscaba lo nuevo y me encontré con lo más viejo. Quise prohibidas. Sacarle una foto a un chico chaval chamaco chino
vanguardias y me topé la reta. Fue entonces cuando hice esa pelaíto botija escuincle mocoso culicagado pibe es meter un gol
foto con la mano: una trampita pobre. Y, aún así —o por eso mismo—
lo seguimos haciendo.
Me pasé esos tres días en la plaza, caminando, conversando, Tabán, además, no era cualquier niño. Desde mi llegada al
haciendo fotos. Quería creerles, siempre quise creer en las hospitalito de Médicos sin Fronteras en Bentiu, en la frontera entre
revoluciones. Pero veía demasiados rezos, demasiadas mujeres Sudán y Sudán del Sur, me seguía, me hablaba, me jugaba —y yo
cubiertas desde los pies invisibles hasta la invisible coronilla, con él. Pero cuando me ofreció ese resto de Plumpy’Nut me derretí.
demasiadas mujeres caminando cuatro pasos detrás de sus maridos, Yo nunca había probado el Plumpy’Nut —y es probable que la
demasiados hombres arrodillados y golpeando sus cabezas contra mayoría de ustedes, oh lectores, tampoco lo haya hecho. O que ni
el suelo: miles de hombres humillándose al dios y al fondo, afuera, siquiera lo hayan oído nombrar, ni sepan si es una droga de diseño,
sus mujeres —de negro hasta las bolas—. Buscaba lo nuevo y me la última película de Disney o el ritmo que van a tener que bailar
encontré con lo más viejo. Quise vanguardias y me topé la reta. este verano. Y, sin embargo, el Plumpy es uno de los grandes
Fue entonces cuando hice esa foto. Había tomado muchas: caras inventos de estos tiempos.
abiertas en un grito, banderas en el viento, puños hacia el cielo — El Plumpy’Nut es el más usado de los RUTF —Ready to Use
fotos de una revolución—. Ésta no era. Habría podido ser sus Therapeutical Food— o «suplemento nutricional» o, dicho sin la
gestos, habría podido ser un homenaje al rezo; no fue, dice otra pompa, una pasta de maní enriquecida con leche, azúcar, grasas,
vitaminas y minerales que se usa para rescatar a los niños con
6
Taller de Otras Textualidades. Material para uso interno de cátedra
Postales de Martín Caparrós en la revista Altaïr (SELECCIÓN)
malnutrición severa aguda: a los chicos hambrientos. Lo inventó
en 1994 un científico francés, André Briend, y su uso se extendió
a partir de la hambruna de Níger, 2005. El Plumpy tiene muchas
ventajas: provee todos los nutrientes que precisa un chico menor
de cinco años, consigue recuperar a nueve de cada diez, puede
guardarse meses sin cuidados en su sobre de aluminio, se come sin
más preparación y, por eso, los chicos pueden seguir el tratamiento
en sus casas —en lugar de ocupar camas de hospital y recursos
humanos que siempre escasean. En sus diez años de uso intenso, el
Plumpy ha salvado a millones.
Y a Tabán, entre ellos: Tabán, su dedo chiquitito enchastrado de
Plumpy. Aquella tarde Tabán me sonrió con toda la cara y me
ofreció su dedo y yo —la vergüenza, la curiosidad— comí un
poquito: el Plumpy era marrón, pastoso, untuoso, muy comible,
leve gusto a turrón de maní; bastante salado para ser algo dulce.
Hay quienes dicen que es un típico producto de la época del
sucedáneo: dulzura sin azúcar, café sin cafeína, mantequilla sin
colesterol, cigarrillos sin tabaco, bicicletas sin desplazamiento,
El hambre mata a una persona cada cuatro segundos: una persona
sexo sin contacto, alimentación sin comida: un modo de simular
cada cuatro segundos. El hambre mata más personas cada año –
que esos chicos que no comen comen.
cada día– que el sida, la tuberculosis y la malaria juntos, y no
Y están, sobre todo, los que cuestionan la idea de intervenir con un existe. El hambre no participa del misterio, las sombras
remedio paliativo en una situación estructural, «una respuesta insondables, lo inmanejable de la enfermedad: la impotencia frente
médica a un problema social»: la famosa curita en la hemorragia a lo incomprensible. El hambre se entiende demasiado, aunque no
femoral. La discusión puede ser interminable —y, de hecho, me he existe: es un invento del hombre, nuestro invento. El hambre podría
pasado los últimos años dándole vueltas a causa de mi libro sobre perfectamente no existir.
el hambre. Pero también es cierto que, a primera vista, un chico
Pero nos esforzamos: de verdad nos esforzamos. Después el
vivo es tanto mejor que un chico muerto. Y que el Plumpy es, al
hospitalito de MSF en Bentiu donde conocí a Tabán fue arrasado
fin y al cabo, sólo un remedio parcial para una enfermedad que no
por «rebeldes» —siempre son rebeldes. En Sudán del Sur otra
tendría por qué existir: la más evitable, la más curable de todas las
guerra civil lleva años de progreso silencioso, silenciado: ya mató
enfermedades conocidas: el hambre.
a decenas de miles y forzó a más de un millón —en un país de doce
7
Taller de Otras Textualidades. Material para uso interno de cátedra
Postales de Martín Caparrós en la revista Altaïr (SELECCIÓN)
millones de personas— al éxodo y el hambre. Sudán del Sur es el otra historia: la de las paradojas del progreso. O como quiera que
país más nuevo del mundo: acaba de cumplir cinco años y no le aquello se llamara.
importa a nadie. Yo, de tanto en tanto, me pregunto qué será de
Aru era un pueblo sin asfalto, su pensión de diez dólares donde la
Tabán, y sé que no lo voy a saber nunca. luz se cortaba a las once. Y yo debía contar el choque entre
tradición y modernización, los esfuerzos que hacían las autoridades
UNA POSTAL DE UGANDA. EL PROGRESO sanitarias de la zona para convencer a las mujeres de que fueran a
parir a los nuevos centros de salud. Hace quince años, nueve de
Martín Caparrós cada diez mujeres parían en sus casas, y una de cada cien moría en
https://www.altairmagazine.com/voces/postales-de-martin-caparros-1 el intento. Ahora, la mitad pare en esos centros y la tasa de
mortalidad también se partió al medio. Pero muchas se resisten y
prefieren las viejas costumbres: hay casos sorprendentes en que la
Lo que los asustaba era la mosca. Íbamos por caminos imposibles, tarea más difícil de los gobiernos no es ofrecer los medios
cruzábamos ríos y páramos y búfalos y bosques donde no entraba necesarios para vivir —un poquito— mejor, sino conseguir que las
el sol pero todo su terror era la mosca. personas se decidan a usarlos.
—¡Cuidado, hay que sacarla, hay que sacarla! —Igual nos faltan tantas cosas. Personal, equipamiento,
Cada vez que una se colaba en la camioneta, mi guía y traductora medicinas…
revoleaba los brazos cual molino; el chofer, un señor gordo y Me dice ahora Eunice, la partera a cargo de la salita de Vurra, una
reposado, con más pudor hacía lo mismo. La mosca tsé-tsé aldea más chica todavía, más lejos todavía, a metros de Sudán.
contagia la enfermedad del sueño: en el norte de Uganda muchas Eunice nació acá mismo pero vivió refugiada del otro lado varios
vacas y personas se mueren de eso. años, cuando soldados de Idi Amín mataron a su padre y sus
—¿Y no tienen miedo de los mosquitos, la malaria? hermanos. Después volvió, fue a la escuela, se embarazó de su
maestro, parió un chico, estudió enfermería; entonces un hombre
—Mosquitos hay tantos que no vale la pena ni tratar de pararlos. Y
del pueblo se prendó de ella y fue a pedírsela a su madre en
de la malaria nos curamos, nosotros.
matrimonio. Ofreció tres vacas y diez cabras; los viejos de la tribu
Me dijo la señora. La frase era rara pero no pregunté; hacía calor, dijeron que era poco, él arguyó que Eunice ya tenía un hijo; al final
estaba cansado y no tenía ganas de escuchar la respuesta. Íbamos negociaron: él prometió que, cuando pudiera, traería más animales,
hacía Aru, un pueblo en la frontera entre Uganda, el Congo y Sur los viejos aceptaron. Ella no lo quería pero tuvo que aceptar el
Sudán: un fin del mundo que, en los últimos treinta años, vio pasar dictamen de los viejos; lo dejó, años después, porque él no la
refugiados y más refugiados de un país a otro, y al otro, y al tercero; dejaba trabajar —y fue un escándalo—.
uno o dos siempre estaban en guerra. Pero nosotros buscábamos

8
Taller de Otras Textualidades. Material para uso interno de cátedra
Postales de Martín Caparrós en la revista Altaïr (SELECCIÓN)
—¿Y ha habido muchas multas?
—Bastantes, pero casi nunca las pagan. Usted sabe, son amigos o
parientes de los que deberían cobrarlas...
La sala son tres cuartos muy limpios, una camilla o dos en cada
uno, posters educativos, lamparitas desnudas, un par de armarios
con remedios y tres docenas de mujeres esperando afuera, a la
sombra de un mango. Yo pienso una vez más en la injusticia, en
nuestra salud y la de ellas, y me sacudo más mosquitos. Eunice me
ve y me dice que la malaria es un problema, que con remedios
apropiados se podría curar fácil pero que les mandan pocas dosis
entonces los enfermos toman menos que lo necesario y el parásito
se vuelve resistente —y mueren muchos que deberían salvarse—.
Yo me indigno, pienso en las diversas formas del asesinato pero no
puedo imaginar, ni por asomo, que unos días más tarde, ya en
Madrid, voy a empezar a sudar como un cochino, cuarenta grados
cinco, el cuerpo hecho un harapo, la cabeza explotando, y un
Eunice sabía lo que quería y estaba dispuesta a conseguirlo. Ahora médico asombrado me va a decir pero cómo puede ser que se haya
se ocupa de esta sala, y me habla del placer de traer un chico al pescado una malaria.
mundo y de tantas cosas que faltan, remedios, instrumentos, que
no tiene guantes de látex y cada madre debe traer los suyos —y —¿De verdad quiere que le cuente?
muchas no pueden y ella debe trabajar a mano limpia. Me dice que
los hombres se oponen a que sus mujeres vayan a verla y me cuenta UN MURO. UNA POSTAL DE JERUSALÉN
la historia de una mujer que empezó su trabajo de parto y le pidió
a su esposo que la llevara, pero él se fue a buscar una vaca perdida. Martín Caparrós
La mujer pasó horas de dolor, sola, a los gritos, hasta que sus https://www.altairmagazine.com/voces/un-muro
vecinos la escucharon. Se estaba desangrando; cuando por fin
consiguieron una camioneta para llevarla al hospital ya era tarde.
Entonces la autoridad regional sacó un decreto que obliga a los Había vuelto al Muro de Jerusalén. Había vuelto a pararme bajo el
hombres a llevar a sus mujeres a la sala en cuanto empiezan las rayo del sol, más cerca de la ausencia de algún dios, frente a esa
contracciones; los que no lo hacen tienen que pagar 5.000 shillings pared que son tantas paredes: la que queda del templo de Salomón,
—más de dos dólares— de multa. la que queda de la ciudad que aquellos latinos arrasaron hace ya
9
Taller de Otras Textualidades. Material para uso interno de cátedra
Postales de Martín Caparrós en la revista Altaïr (SELECCIÓN)
veinte siglos. Había vuelto, treinta años después, y por eso recuperé producto de aquella derrota de hace dos mil años: una forma de
esta foto —de aquel año: 1985, la primera vez. subsistir como comunidad que no se basó en coerciones, monarcas,
territorios comunes sino en la tradición o, mejor dicho: en la
Aquella vez fui con temblores. En realidad, aquella vez fui muchas
cultura. Cuando los romanos destruyeron este templo, cuando
veces. Estaba conociendo la ciudad más extraña del mundo, la más
dejaron sólo esta pared, empezó la gran diáspora. Desde entonces
extrañada: daba vueltas y más vueltas por Jerusalén y muchas
los judíos se dispersaron por el mundo y fueron, casi siempre, un
veces pasaba frente a la pared que ciertas tradiciones llaman Muro
grupo más o menos marginal dentro de sociedades siempre ajenas.
de los Lamentos, otras el Muro Occidental. Y la miraba desde
Fueron, durante tanto tiempo, un caso único: un pueblo sin Estado.
afuera, y pensaba en entrar, acercame, pero no. Pensaba, sobre
Se ha dicho demasiadas veces: durante siglos, la única patria de los
todo, en la injusticia: tantos abuelos y bisabuelos y tatarabuelos y
judíos fueron sus libros, su historia, su memoria —su dios, mal que
más choznos míos habrían dado lo que no tenían por estar allí:
me pese.
tantos judíos a través de tantos siglos deseándolo, despidiendo cada
año con la frase ritual que prometía que el año siguiente se
encontrarían en Jerusalén —y el que estaba era yo, que nunca lo
había dicho. Tantos que hubieran dado todo y el que estaba era yo,
un ateo, aquel al que menos le importaba. Veía, cada vez que
pasaba, docenas de hombres con sus gorros redondos, chaquetas
negras, patillas enredadas, que se acercaban al muro para hablarle
al dios de mis ancestros, y yo no. Yo me quedaba afuera; desde
lejos, a lo lejos, les sacaba fotos. Y me decía que no lo merecía,
hasta la última vez.
Es raro ser judío. No necesito creer en nada para ser argentino o
español: es un hecho, una fatalidad, madres, padres, un azar
geográfico. En cambio ser judío parece necesitar una creencia, la
confianza en la existencia de algún dios o, al menos, el alimento de
una tradición. Existen —por supuesto que existen— judíos ateos,
pero entonces no se sabe bien qué son: ¿portadores de sangre, de
una cultura, de un pasado?
Siempre me costó mucho ser judío: me molesta sobre todo esa
creencia en un dios que nos habría elegido entre todos los pueblos,
sobre los demás. Pero sí me enorgullece ese invento increíble, el

10
Taller de Otras Textualidades. Material para uso interno de cátedra
Postales de Martín Caparrós en la revista Altaïr (SELECCIÓN)
Por esa desgracia original —la pérdida del reino— la historia judía Ahora que el Islam está en todas las sospechas, en todos los
es una historia privilegiada: no conoció tiranos, señores temores, he recordado mucho a Reham. Cuando la conocí, hace
explotando, ejércitos brutales. Hasta hace poco: los judíos casi diez años, Reham tenía 25 y el cuerpo y la cabeza y media cara
supusieron que, en condiciones extremas, precisaban un Estado tapados por diversas telas: era, claramente, una mujer musulmana.
que los defendiera. Y lo formaron en condiciones extremas: Pero no siempre lo había sido.
después del Holocausto. En 1948 fundaron el Estado de Israel y Reham había nacido en Suez, Egipto, primera hija del patrón de
empezaron a ganar algunas guerras: la diferencia ya no era, el una pequeña empresa de transportes y una empleada pública. La
orgullo había perdido sus razones frente a la prepotencia de un familia se mudó a El Cairo cuando ella tenía diez años; su vida era
Estado más. Que ahora reprime, encierra, mata: un pueblo al que tranquila: siempre le gustó escribir su diario, dibujar, y, ya en la
legitima su condición de víctima produce, a su vez, víctimas. Y en adolescencia, salir con sus amigas al cine, al mall, escuchar música,
lugar de centrar su identidad en ese muro que recuerda una pérdida, bailarla. Su formación fue la de tantas chicas de clase media
la defiende con unos muros que dividen todo su país para dejar urbana: una escuela laica, la tele, el aprendizaje de los principios
afuera a quienes perdieron el territorio que ellos les ganaron. La del Islam —aunque su padre y su madre no eran particularmente
historia a veces es un chiste malo. religiosos. Cuando terminó el bachillerato, Reham quiso estudiar
Aquella primera vez también era verano: agosto del ‘85. Me estaba psicología o literatura pero las notas no le alcanzaron —y eligió
yendo de Jerusalén: la última vez que pasé frente al muro decidí servicio social. Al principio no le interesaba demasiado; poco a
tocarlo. Me lavé las manos en la puerta, me puse la kipá de cartón poco, la posibilidad de ayudar la fue atrapando. Cuando se recibió
que ofrecen a los forasteros, me acerqué hasta las piedras. Vi — encontró empleo en una oenegé que enseña a mujeres de los
escuché—como los hombres a mi lado hablaban con su dios, y suburbios a leer y escribir. Ya había pasado allí más de tres años
supuse que tenía algo que explicarle: le dije, en un susurro, por qué trabajando allí cuando llegó esa tarde.
no podía creer en él, por qué estaba seguro de que no existía. —Hacía calor, esa tarde. Tanto calor.
Presumo que entendió.
Esa tarde Reham salía de su local con una compañera; eran poco
Pero esta vez, treinta años más tarde, ya no le dije nada. más de las tres, caminaban por una calle estrecha de un barrio
suburbano. Reham usaba pantalones, una blusa, su pañuelo
EL MIEDO, UN DIOS. UNA POSTAL DE EGIPTO habitual en la cabeza. De pronto, una mano la agarró desde atrás;
Reham gritó, se defendió, pero ahora las manos eran dos y seguían
Martín Caparrós bajando por su cuerpo. Reham gritaba más, el muchacho de las
https://www.altairmagazine.com/voces/el-miedo-un-dios manos intentaba agarrarla para llevarla a alguna parte, Reham se
defendía; todo duró unos segundos, hasta que los gritos atrajeron a
un par de vecinas y el muchacho corrió. Reham cayó al suelo,

11
Taller de Otras Textualidades. Material para uso interno de cátedra
Postales de Martín Caparrós en la revista Altaïr (SELECCIÓN)
lloraba; el muchacho, desde la esquina, la miraba como si esperara «acercarse a Dios» y una vía fue dejar los bluyines y las camisas
el momento de volver a empezar. Al fin se fue. Durante meses, que solía usar y vestirse con túnicas y pañuelos que ocultan su
Reham no pudo caminar por la calle sin mirar para atrás. cuerpo por completo. No es la única: muchas jóvenes se sienten
más seguras con el vestido tradicional musulmán. Les sirve para
El acoso sexual es un fenómeno global, pero en El Cairo alcanza
poner una doble barrera entre sus agresores potenciales y sus
cotas invencibles: no hay mujer cairota que no sea víctima
cuerpos: la túnica dice que no quieren entrar en ningún juego de
frecuente de ataques y manoseos —cada vez más abiertos,
seducción, y que se ponen bajo la protección de una comunidad:
descarados— y la cuestión se ha transformado en un problema
que su dios —y los seguidores de ese dios— las protejen. Le
nacional. A Reham ya le había pasado antes, y alguna vez se había
pregunto si no sería mejor no necesitar esa protección, que los
sentido culpable:
hombres no fueran una amenaza.
—¿Culpable de qué?
—Culpable de usar ropa ajustada, de hacer que la gente se ocupe
de mi cuerpo. Eso me hacía sentir mal.
—¿Tan agresivo es ponerse bluyines?
—Soy un poco robusta, y había gente que creía que lo hacía para
provocarlos. Quizás es gente que tiene problemas, pero yo los
ayudo usando estas cosas.
Parece pura paranoia: es una idea común. Hace pocos meses el
rector de la Universidad del Cairo, la más prestigiosa del país,
justificó un ataque sexual en su campus porque la víctima se había
sacado su abaya –su túnica– y exhibía «ropas de colores»; estaba
evaluando, dijo, la posibilidad de expulsarla.
Hace treinta años, cuando lo conocí, Egipto era un país laico donde
las mujeres se vestían sin prejuicios y participaban de muchas
actividades junto con los hombres. Ahora, el Islam ha ganado
terreno y se ven cada vez más hiyabs, más abayas, más mujeres
—Sí, seguramente. Aunque quién sabe, quizás Alá lo hace para
tapadas caminando cuatro pasos detrás de sus maridos.
mostrarnos que tenemos que acercarnos a Él. Y si es así, se lo
El ataque fue una de las razones de Reham; otra fue que su novio, agradezco, claro.
un ingeniero informático, le insistía. Lo cierto es que decidió
12
Taller de Otras Textualidades. Material para uso interno de cátedra
Postales de Martín Caparrós en la revista Altaïr (SELECCIÓN)
El maestro Voltaire escribió alguna vez que las religiones son la
forma más pomposa del miedo. Una religión es, antes que nada, un
movimiento defensivo: contra las asechanzas de la vida
inmanejable, contra la soledad intolerable, contra la muerte
inconcebible, una religión son las palmadas en la espalda de un
buen dios que te dice que todo va a estar bien, que todo tiene algún
sentido, que perteneces a una gran familia, que vivirás para siempre
en algún cielo. Si no temiéramos lo que no podemos entender, las
religiones se quedarían sin materia prima. Y quienes se defienden
siempre están prontos a atacar: el mismo miedo los convence de
que si no atacan serán destruidos. Todas las religiones, en algún
momento, han visto a los que no creen en ellas como enemigos
irredentos. El cristianismo, en su momento más potente, hacía
cruzadas, inquisiciones, pogroms; el Islam, en su momento más
potente, lanza guerras y bombas y multitudes contra los infieles.
Yo, más banal, temía las fotos: el momento en que debería decirle
a Reham que debía hacerle fotos. El Islam muchas veces las
condena. Se lo dije y ella dudó:
—¿No podríamos evitarlo?
Me preguntó, para que le dijera que no, que había que hacerlo.
Reham quería que le sacara fotos; solo necesitaba que yo le diera
una razón. Se la di: le dije que servirían para mostrar a quien las
viera la decisión que había tomado, para darles ejemplo. A veces
uno dice cosas que no cree para conseguir algo; a veces uno
necesita que le digan cosas que no cree para hacer lo que no debería
pero quiere. A veces —tantas veces— uno posa. A veces —otras—
reza. A veces —menos— se hace cargo, y enfrenta lo que sea.

13

También podría gustarte