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En el laboratorio de la soberanía, abierto desde la guerra civil inglesa de 1640 a 1660, que los
significados del término ‘revolución', indicados previamente, alcanzan una fuerza conceptual".
Ello porque, a su juicio, el derecho a la resistencia ya no fue concebido, como en el pasado,
desde una teoría de la obediencia, sino desde una nueva, fundada en la libertad.
Según Arendt , las revoluciones constituyen los únicos acontecimientos políticos que nos
ponen directa e inevitablemente en contacto con el problema del origen". Y añade: "las
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revoluciones, cualquiera que sea el modo en que las definamos, no son simples cambios”. No:
son, como precisó Piotr Sztompka (1995), la cumbre del cambio social.
En el siglo XVIII, cuando las primeras grandes revoluciones (la norteamericana y sobre todo la
francesa) trastocaron de cuajo el orden colonial británico en América y el régimen feudal
europeo, con la firme voluntad de crear un mundo nuevo. En relación a esto, cabe notar que
incluso uno de los hombres más genuinamente revolucionarios de entonces, el inglés
norteamericanizado Thomas Paine sostuvo que ambos procesos debían denominarse
"contrarrevolución”.
Es dentro de este clima que comenzó a pensarse de otra manera la revolución, sin romper
amarras con la tradición. Ello se aprecia en la idea de irresistibilidad que empezó a acompañar
a la de revolución. Según Arendt, la primera vez que la palabra “revolución" se empleó
acentuando su carácter irresistible y prescindiendo de alusión alguna a movimiento
retrogiratorio, resignificándose en el campo de la política y dando origen a la nueva acepción,
fue la noche del 14 de julio de 1789, en París, cuando el rey Louis XVI fue informado de la toma
de la Bastilla, la liberación de algunos presos y la defección de las tropas reales encargadas de
esa prisión ante el ataque del pueblo. Al mismo tiempo, una visión cósmica y tradicional de la
revolución y una interpretación que le asigna el carácter de un fenómeno cuya posibilidad de
control escapa al poder humano. El acento se trasladaba por completo.
La expresión "revolución" como significante de cambio en las relaciones políticas, cambio que
negaba el orden establecido, ya había sido empleada en el siglo XIV por los hermanos
florentinos Giovanni y Mateo Villani. En uno de sus libros se definía a “revolución" como
"revuelta. La edición del libro de Kopernik, en 1543, “anuncian- do la transformación del
cuadro astronómico y cosmológico tradicional, hace disponible también la acepción del
término de derivación 'científica' para una politización antes imposible. Las dos genealogías
lexicales tienden de ahora en adelante a conjugarse. 'Revolución' significa la implosión
inmediata y violenta contra el poder soberano, cubriendo así lentamente el campo semántico
antes reservado a sedición y revuelta'; significa, además, el proceso en el que, en el tiempo, se
mira a la apropiación de la potencialidad política del futuro.
En España, ya en las primeras décadas del siglo XVIII, la revolución aparece asociada a cambios
sociales, pero considerados negativos. Asimismo, en la Encyclopédie el término es señalado en
el tomo XIV- como propio de varios campos (política, geometría, ortogenia, historia natural).
En términos de política, se dice allí, significa "un cambio considerable en el gobierno de un
Estado”.
A partir de Tocqueville, Lorenz von Stein y Marx -que reflexionaban a la luz de las revoluciones
de 1830 y 1848-, el concepto "revolución" comenzó a ser elaborado de un modo que todavía
hoy sustenta los más ricos análisis. En 1844, en carta a Arnold Ruge, Marx formuló una breve
distinción entre revolución política (la que derroca el poder antiguo) y social (la que termina
con la vieja sociedad). A su turno, en 1850, también Stein propuso diferenciar la revolución
política de la revolución social, asignándole una importancia determinante, tanto para el
análisis de la ciencia de la sociedad como para las acciones prácticas. Históricamente, 1848 fue
un parteaguas, si bien parcialmente anticipado en 1789.
Para Ricciardi, fue con la Revolución Francesa cuando aparecieron "tanto las características
que llevan a definir las revoluciones sucesivas como sociales, como aquella específica práctica
jacobina que hace de la revolución un accionar político". Teóricamente, la distinción entre
revolución política y revolución social. Para Marx, "la revolución es, en primer lugar, la
negación absoluta de un orden que ya no pretende solamente fundarse sobre derechos
naturales, sino hacer de eso mismo una segunda naturaleza. La ilegitimidad de las
pretensiones no debería resolverse en una solicitud de apertura de los espacios políticos, en la
inclusión de sujetos anteriormente considerados como incapaces de hacer política. La
ilegitimidad se mide, en lugar de ello, con respecto a los sujetos y a las instituciones presentes,
a través de la continua y radical negación de la normatividad política que funda y regula el
accionar". Lo que Marx puso en cuestión no fue "la forma con la cual los intereses y roles
sociales están representados", sino "la forma política misma”. Es que, en efecto, para Marx y
sus seguidores, la revolución "no se dirige prioritariamente contra el Estado y su ordenamiento
soberano, sino sobre todo contra el orden de la sociedad a través de la acción de una parte de
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A Skocpol le interesan fundamentalmente las revoluciones sociales -que según su posición solo
son las triunfantes, pues objeta la existencia de revoluciones sociales fallidas- y, más
acotadamente, da cuenta de las razones estructurales que hicieron posible las Revoluciones
Francesa, Rusa y China, objeto de su estudio. Para ella, las revoluciones atraviesan cuatro
fases: 1) colapso del antiguo régimen; 2) revueltas desde abajo; 3) transferencia del poder a la
vanguardia, y 4) toma de decisiones drásticas por parte de la vanguardia triunfante, las cuales
constituyen medidas transformadoras de la sociedad y del Estado. Las dos primeras fases
corresponden a lo que Tilly llama, como veremos de inmediato, “situación revolucionaria",
mientras las dos segundas son parte de lo que el mismo autor denomina "resultado
revolucionario". Tilly considera que la revolución una transferencia por la fuerza del poder del
Estado, proceso en el cual al menos dos bloques diferentes tienen aspiraciones, incompatibles
entre sí, a controlar el Estado, y en el que una fracción importante de la población sometida a
la jurisdicción del Estado apoya las aspiraciones de cada uno de los bloques. La propuesta de
Tilly supone "una secuencia revolucionaria completa, que va desde la ruptura de la soberanía y
la hegemonía, a través de un período de enfrentamientos, hasta el restablecimiento de la
soberanía y la hegemonía bajo una nueva dirección. [Mejor dicho: el establecimiento de una
nueva soberanía y una nueva hegemonía.] El proceso de enfrentamiento y cambio desde el
momento que se plantea la situación de soberanía múltiple hasta que esta deja de existir
constituye el proceso revolucionario”.
Según el mismo Tilly “una revolución tiene dos componentes: una situación revolucionaria y un
resultado revolucionario. La situación revolucionaria la idea está tomada directamente del
concepto de poder dual de León Trotsky- entraña una soberanía múltiple: dos o más bloques
tienen aspiraciones, incompatibles entre sí, a controlar el Estado, o a ser el Estado. *…+ Un
resultado revolucionario se produce cuando tiene lugar una transferencia de poder de quienes
lo detentaban antes de que se planteara una situación de soberanía múltiple, a una nueva
coalición gobernante, en la ciertamente, que, pueden estar incluidos algunos elementos de la
coalición gobernante anterior". Hay que añadir la soberanía múltiple puede entenderse
también como la que situación en la cual un gobierno carece, por la razón que fuese, de pleno
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control sobre un territorio que administra, espacio en el cual ese control es cuestionado por un
grupo antagónico capaz de ejercer algunas de las funciones propias de un gobierno La
distinción formulada por Tilly es decisiva para la mejor explicación de ciertas coyunturas
críticas (no solo en términos académicos sino también de política práctica), especialmente
teniendo en cuenta que la historia registra numerosas situaciones revolucionarias y escasos
resultados revolucionarios. “Toda situación revolucionaria puede verse como un momento de
lucha abierta en búsqueda de la apropiación del poder coactivo”
Si hay triunfo, obviamente hay revolución. Si hay fracaso, este puede ser el resultado de 1) la
imposibilidad de los revolucionarios de a) lograr un cierto grado de ejercicio dual del poder, o
de soberanía múltiple, en razón de derrotas militares y/o políticas en la fase inicial del proceso
(tal el caso de las guerrillas latinoamericanas de los años 1960 y 1970), o de b) alcanzar esa
situación y mantenerla durante un cierto tiempo, pero sin lograr consolidar su poder, lo cual
lleva a la derrota, como el caso del artiguismo en los inicios del proceso revolucionario
independentista. La derrota, a su vez, puede consolidar la fracción de clase dominante
existente en la etapa prerrevolucionaria en su poder, o bien puede que también sea derrotada
y por lo tanto desplazada por otra fracción de la misma clase. También es posible que el
fracaso sea el resultado de 2) la imposibilidad o incapacidad de los revolucionarios, que
alcanzaron el poder y lo administraron por sí mismos, produciendo cambios de cierta
envergadura, de mantener el control del poder y completar el proceso de transformaciones
radicales, sea por razones subjetivas u objetivas.
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Para Pasquino, “revolución' es la tentativa acompañada del uso de la violencia de derribar a las
autoridades políticas existentes y de sustituirlas con el fin de efectuar profundos cambios en
las relaciones políticas, en el ordenamiento jurídico-constitucional y en la esfera
socioeconómica". Como puede apreciarse, enfatiza el componente político del proceso
revolucionario: la toma del poder por los revolucionarios es la condición necesaria para llevar
adelante las transformaciones, sean solo del poder político y sus instituciones (revoluciones
políticas) o bien sociales o profundas, de las estructuras socioeconómicas (revoluciones
sociales).
Si bien se tiende a pensar la revolución como social, no es para descuidar la importancia de las
revoluciones políticas, esas que transforman las estructuras del poder político, incluso la forma
Estado, y mantienen invariantes las estructuras socioeconómicas, la matriz social. Eugene
Kamenka, para quien la revolución política es "todo cambio o intento de cambio brusco y
profundo en la ubicación del poder político que implique el uso o la amenaza de la violencia y
que, si tiene éxito, se traduce en la transformación manifiesta, y tal vez radical, del proceso de
gobierno, de los fundamentos aceptados de la soberanía o la legitimidad y de la concepción
del orden político y/o social"; también Kamenka incluye en la definición el intento y, además,
admite la posibilidad de que una revolución política abra paso a la revolución social.
antiguas clases propietarias, modifica las relaciones de producción y se hace del poder. Las
revoluciones de independencia fueron entonces revoluciones políticas y, finalmente, como
veremos más adelante, revoluciones pasivas dependientes.
SINTESIS:
La victoria puede ser duradera e irreversible (al menos en una duración lo menos media, es
decir, no inferior a cincuenta años), o bien transitoria, por concluyendo el proceso con la
derrota del proyecto revolucionario, sea por su propia incapacidad o debilidad, sea por una
correlación de fuerzas desfavorable, que puede incluir, amén de las fuerzas
contrarrevolucionarias locales, la acción de fuerzas externas -en el siglo xx, el imperialismo-,
como en Guatemala y Nicaragua. La derrota de los revolucionarios produce resultados
diferentes si ocurre en la fase de intento o en la del desenlace revolucionario, si bien en esta
segunda posibilidad tiende a predominar un resultado que no necesariamente es un retorno
pleno a la situación de statu quo ante, incluyendo la eventualidad de algún tipo de
modificaciones, máxime si quien se impone es una fracción de clase distinta de la que
detentaba el poder en el momento previo a la situación revolucionaria. De allí, entonces, que
puedan considerarse casos de revoluciones frustradas, fallidas, truncas, inconclusas.
Toda revolución implica un cierto grado de conflicto de clase, que puede ser intraclase ·--en
particular en el caso de las revoluciones políticas o interclases –manifiesta e inequívocamente
en el caso de las revoluciones sociales-, pero ninguna es un caso puro. Las revoluciones de
independencia latinoamericanas fueron un proceso complejo y su explicación en términos de
conflicto de clases requiere un particular cuidado. Veremos más adelante la estructura social
de nuestros países, especialmente el proceso de transición de sociedades estamentales a
sociedades de clase, lo cual nos permitirá incorporar aspectos claves de la explicación.
Retengamos ahora un aspecto decisivo: el grupo dirigente revoluciona- rio fue, en casi todos
los casos, un bloque constituido por grupos dominantes -burgueses comerciantes,
terratenientes (en pocos casos, burgueses rurales), propietarios mineros, profesionales,
clérigos, militares, jerarcas burócratas--, étnica- mente blancos (europeos o americanos), con
alguna presencia mestiza. Enfrente tenían un grupo de composición social semejante. El clivaje
criollos/españoles (o, en lenguaje de la época, españoles americanos y españoles europeos)
fue, pues, más étnico que social, al menos en el momento de la insurgencia. Los criollos eran
mayoría, en términos demográficos, y tenían un alto grado de control de los recursos
productivos, pero estaban excluidos del acceso al poder (político, religioso, militar).
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