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Concepto: La autobiografía es un relato que haces de tu propia vida en el que muestras

elementos importantes de ella como tu nacimiento, experiencias personales significativas,


logros, etc. En este prevalece la figura del yo, pues tú, como autor del texto, eres el
protagonista de la historia que cuentas. Puedes adoptar diferentes modos de escribir tu
autobiografía teniendo en cuanta tu intención. Por ejemplo, mostrar la alegría que
experimentaste durante una época de tu vida o dar a conocer personas importantes en tu
infancia. Es esencial usar figuras literarias en ella.

Características:

Generalmente está escrita en primera persona.

El autor desnuda su alma ante el lector.

Es de orden narrativo y se centra en la vida del autor

Normalmente lleva un orden cronológico, incluye el


nacimiento, eventos importantes, familiares, etc.

El lenguaje es literario y narrativo.

Se deben usar figuras literarias.

Estructura:
1. Eventos importantes de tu vida.
2. Ambientación y descripción de personas o momentos.
3. Selección de hechos y acontecimientos importantes de tu vida.
4. Personajes importantes en torno a tu vida.
5. Aspiraciones y proyectos.
6. Figuras literarias.

Pasos para escribir una autobiografía:


1. Decide los momentos de tu vida que quieres comentar: personal, familiar,
académico, metas, pasatiempos, logros.
2. Utiliza figuras literarias para conectar con el lector.
3. Organiza tus pensamientos antes de empezar a escribir y selecciona el hecho de tu
vida con el que quieres empezar.
4. Establece el orden de los acontecimientos que quieras seguir en tu autobiografía.
5. Complementa tu plan con aspectos específicos de tu vida en los que quieras
enfatizar.
6. Escribe la primera versión de tu texto, teniendo en cuenta el plan elaborado en los
puntos anteriores.
7. Lee tu autobiografía en voz alta con el objetivo de revisar y editarla.

Mi autobiografía: el encuentro de tres mundos.

Nací el 20 de noviembre de 1974 en Cochabamba, provincia Punata. Fui el penúltimo hijo de mis
padres, nacimos dos éramos gemelos y vine al mundo desesperado, convencida de que debía
aferrarme a la vida a como fuera. Era, en palabras de mi abuela: pequeño y arrugado. Mi infancia
estuvo marcado por la carencia de juguetes y regalos que no pude tener. Al ser el octavo hijo, de
toda la familia. Mi padre, agricultor de oficio, vio en mí la capacidad transformadora, sin saber que
desde mi nacimiento mi destino estuvo marcado por la literatura.

Siendo aún muy pequeño, comencé a escribir versos y estrofas cortas en tiritas de papel, y
memorizaba poemas que me gustaba recitar. No lo sabía entonces, pero esa afición por la escritura
marcaría mi vida como si fuera la estrella polar. A los 9 años mis padres decidieron emigrar a Santa
Cruz, por situaciones de trabajo, pues la situación económica de mi familia no estuvo bien. Dejamos
Cochabamba una triste tarde de Mayo, dejando atrás a mis abuelos paternos, a mis amigos y a mis
maestras/as. Fue un evento que marcaría duramente mi niñez, ya que nunca más me sentiría
enteramente parte de un solo lugar.

No obstante, Santa Cruz me albergó con calidez y generosidad, y me conquistó con su música, sus
cajetas y sus cuñapés. Volvimos cuando tenía mis 14 años donde cursé el bachillerato en el Colegio
Nacional Boliviano Alemán, un colegio de convenio destinado a niños de buena educación y
disciplina familiar. Mis padres tuvieron que limitarse al máximo para pagar una colegiatura que
excedía sus capacidades económicas, convencidos que la educación de esta institución me
permitiría adquirir todas las herramientas para hacer frente a la vida. Me gradué a los 18 años sin
saber qué carrera estudiar. A diferencia de algunos de mis amigos que ya que tenían la vida rayada,
yo no había encontrado mi verdadera pasión.

Mi padre, pensando siempre en que yo podría ser una prolongación suya, me sugirió- con sanas
intenciones debo aclarar- que estudiara medicina. No me pareció ni buena ni mala idea,
simplemente me dejé llevar por la corriente. No obstante, rápidamente comprendí que la vida en un
hospital, enfrentando la muerte día tras día, no era para mí. Vivía desvelado y deprimido la mayor
parte del tiempo, y sólo deseaba que cada año fuera mejor, entonces decidí irme al cuartel durante
un año para madurar mis ideas y tener mayores horizontes.
El primer año estudiando en la normal la carrera de Licenciatura en Comunicación y Lenguaje, una
carrera tan demandante, sin posibilidades creativas ni transformadoras, me hizo replantearme esta
ligera decisión de vida, pero mis padres, convencidos de que era una simple crisis existencial,
calmaron mi ansiedad y me convencieron de que las “áreas básicas eran así”.

El segundo año de la carrera fue más de lo mismo. Largas noches en vela memorizando libros
escritos hacía cien años. Mi vida estaba subordinada a la repetición constante, sin ninguna
posibilidad de verme como creadora de nada. En silencio retomé la escritura de poemas. Esta
actividad disminuía mi estrés y era catarsis para mi alma.
Fueron momentos duros. No podía entender cómo iba a ser capaz de soportar los 5 años de carrera.
Me sentía presa en una profesión respetable-quién niega que estar trasformando mentes humanas
era un encanto especial- pero a la vez sacrificado para mí. Terminé mi segundo año. Notas en mano
para demostrar que sí se podía. Comencé a valorar la posibilidad de optar por una carrera más a fin
a mis habilidades creativas, algo vinculado a mi verdadera pasión: la escritura.

En ese momento no sabía que existía la Comunicación Social, al menos no como carrera, pero si
sabía que estaba presa en una jaula que no me permitía crear nada nuevo. Los buenos estudiantes
eran los que memorizaban mejor, los que repetían sin parar el saber de los libros, más no los que
querían poner su creatividad a prueba. Una vez más me encontré con la pared de mi familia. “Es
algo que nos pasa a todos”, me dijeron mis padres. Inicié el tercer año con toda la frustración a
cuestas. Se redujeron las horas en la universidad y aumentaron las horas en el hospital. Comencé a
asumir nuevas responsabilidades en él, y la vida de otros seres humanos comenzaron a reposar en
mis manos.

Mucha gente compara el apostolado del periodista con el del médico, y hasta aseguran que así como
una mala decisión médica puede provocar la muerte, una mala información puede destruir la
reputación de alguien. Lamento decepcionar a quienes defienden esta idea. Y entonces vienen las
complicaciones y tu capacidad de ser resiliente ante la muerte y las decisiones , porque sin importar
cuando te desveles, cuanto trabajes o cuanto estudies, siempre perderás ante la gente, no puedes
complacer a todos es simplemente: imposible.

Terminé mi tercer año e inicié el cuarto. Nada había sido como aseguraba mi familia. La carrera
era una espiral negra que se abría ante mis pies, y en vez de menguar la tempestad, se volvió una
cruz insoportable. Recuerdo que tuve que darle la noticia a mi madre, sobre mis notas. No sólo no
había desarrollo creativo, ni posibilidad de cambiar nada, estaba atada totalmente feliz ya que
obtuve buenas calificaciones.
Cuando terminé mi carrera empecé a trabajar en diferentes colegios, conociendo a mucha gente,
profesores buenos, malos y regulares, las cuales me sirvieron de eslabón para mi trayectoria.
Posteriormente me postulé a la UMSS a la carrera de Derecho y seguir mis sueños de estudiar, pero
tuve que congelar mis estudios por situaciones económicas y familiares.
Tras una larga conversación, con mi familia y con la esperanza que una vez terminada la carrera
completaría ejercería las dos carreras a la vez. Pero eso nunca sucedió. La carrera lo dejé por varios
años hasta estabilizarme económicamente, luego tuve la posibilidad de comenzar a impartir clases.
Fue el encuentro de dos grandes pasiones que nunca me abandonarían: la abogacía y la docencia.
Tras varios años impartiendo clases en colegios y colegios privados, decidí retomar mi carrera
Ciencias Jurídicas y Políticas, y también terminé dos diplomados en educación con mención en
Gestión Educativa y Educación Superior.

No me arrepiento de mis decisiones pasadas, porque cada una de ellas me han hecho ser lo que soy
hoy. La educación me dio la responsabilidad, la disciplina, la constancia en el estudio y la capacidad
de no dormir si es necesario. La Ciencias Jurídicas y Políticas la capacidad de conocer las leyes que
nos rigen. Nadie sabe lo que vendrá después, pues el destino es un lago profundo de aguas revueltas
a través del cual es imposible ver. Sólo puedo intuir que seguiré estudiando y escribiendo y que tal
vez, un día, me decida a publicar todos mis poemas ( los cuales suman más de 200). Ellos son mi
alma traducida en palabras.

Disfrutemos el trayecto juntos, mis apreciados estudiantes. Nuestra experiencia juntos apenas
empieza.
Autor:
Prof. Abel Almendras Alvarado
Lic. En Comunicación y Lenguaje.

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