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13 de enero de 2020

Autobiografía
Todo este cósmico viaje comenzó un dos de diciembre a inicios de la década, el 2001, en
un hospital de California. Ese fue el momento en el que horas de pujar y dolores de parto
terminaron para mi madre, y todo para que al final el producto resultante fuera yo, algo
decepcionante si me preguntan. Mis padres, Rubén Ramírez Mendoza y Ma Cristina
González González, me naturalizaron como ciudadano americano y también como
mexicano a la vez. Parte de mi identidad legal estaba destinada a una vida tercermundista
y la otra mitad a una vida de capitalistamente promedio en un país violentamente
próspero, pero que en realidad es un mar de papeleo y rutas legales inconclusas.  
Mis años tempranos de la infancia los viví en Cancún, ocasionalmente viajando a Jalisco o
California con el resto de la familia para eventos o celebraciones especiales. Durante
mucho tiempo la vida fue simple, comer, defecar, jugar, bañarse y repetir hasta el
cansancio. Tenía una especial afición a armar cosas con bloques, mi familia pensaba que
esas naves y castillos me harían ser una especie de ingeniero o arquitecto. JA. A lo mucho,
creo que solo demostraban una palpitante creatividad que no hallaba cómo salir. La vida
era divertida…
Eso es hasta que llegue a la edad de entrar a la escuela. Ahí fue cuando mis padres
decidieron que yo debería aprender inglés, puesto que podría vivir en el extranjero en un
futuro. Con el sudor de su frente y esfuerzos, consiguieron dinero por medio de la venta
de helado, nuestro negocio familiar desde siempre. Comencé mi educación de
kindergarten en el Colegio Británico. Al parecer era una entidad tan sensible y aferrada a
mi familia, que me auto-genere una fobia a la escuela por un año, así que no tuve
Maternal. La verdad no me sorprende, conociéndome.
Era un niñito complicado, sensible en su mayoría y casi perpetuamente asustado; y aun así
lograba ser igual o más positivo y caótico que mis demás compañeros. Mis primeros años
no recuerdo mucho, aparte de mi carencia de aptitud social. Tuve como un total de 1 a 3
amigos en este periodo educativo de mi vida. Todo revolvía alrededor de colores, bolitas,
palitos, palabras, letras y sonidos. Era todo tan fácil en ese entonces, y a su vez la gente era
tan difícil.
Pase a la preprimaria y primaria y la situación mejoró paulatinamente. Aprender tantas
cosas relativamente nuevas al momento fue asfixiante al inicio y emocionante después de
un rato. De igual manera, extendí mi círculo de amistades de 3 a 5. De cierta manera,
inicie un viaje a abrirme más a la gente desde ese entonces. Mi principal obstáculo en ese
entonces era el miedo. Le tenía miedo a un millar de cosas y casi todo me sobresaltaba de
mala manera. Yo tengo este superpoder, o más bien maldición, de que mi estado
emocional está directamente ligado a mi sistema digestivo. Constantemente en los recreos
y hasta entre clases solía huir al baño o al bote de basura más cercano y vaciaba el
contenido de mi pobre estómago por donde entró.
Esto llegó a un nivel tal, que me tuvieron que llevar a terapia psicológica, donde aprendí a
canalizar mis emociones y no permitir que me sobresaltara tanto. Me acostumbre a ellas y
mi cuerpo se re-moldeó un poco junto con ello. Deje de experimentar tanta incomodidad y
mi perpetuo miedo se volvió más como un catalizador para el esfuerzo: “¿Miedo del
fracaso? ¡Al diablo! Solo debo de esforzarme al cuadrado”.
Además de esa terapia psicológica, también recibí terapia física, para ayudar a mi cuerpo
(que nunca fue una maravilla, ya desde antes) a volverse más fuerte y menos escuálido.
Con esto, me adapte y cambie para estar a la par de gente de mi edad. Y no, no es que
estuviera enfermo o tuviera algún padecimiento, simplemente era un niño
exageradamente débil. Quizá por eso me asustaba hasta mi sombra. Eso y quizá la
dependencia a mis padres y sus cuidados constantes. Pero, ¿qué se puede hacer cuando
uno es niño?
En el presente, suelo mirar con recelo y algo de repulsión a mi pasado, y denigrar mis
logros… Pero siendo sincero, creo que el pequeño yo se la rifó galacticamente.
Empezando como el niño despistado fui subiendo y subiendo hasta tener de las mejores
calificaciones en mi primaria temprana y fui acreedor de diplomas y premios en mi
primaria tardía. Eso siempre me caracterizó, mi pasión por hacer las cosas bien y por dar lo
mejor (o al menos lo más que podía al momento. Mi aptitud social no era una maravilla
del mundo, pero bastaba. Sufrí de muchos maltratos y burlas, pero eso solo me dejo un
poquititito manchado con un autoestima deficiente… Nada que no se pueda arreglar con
el tiempo.
Esto se intensificó especialmente en mi primaria tardía, donde ya empecé más por
pertenecer. Oh, el pobre iluso de mí, intentó de todas las tonterías y babosadas del
catálogo para poder sentirse incluido. De tercero de primaria a tercero de secundaria
estudie en un colegio en el rincón más recóndito de la nada, llamada Liceo Ingles. Ahí me
tomó años empezar a hallarme entre mis co-estudiantes. Mi humor fue mi mejor arma.
Me volví un bufón y un arlequín de turno. Creo que soy lo suficientemente espontáneo
como para ser un comediante decente, así que funcionó.
La escuela se complicó y empecé a atravesar cambios. La tan famosa pubertad tuvo lugar.
Esos fueron tiempos extraños cuya mención está prohibida en los manuscritos de la ley, así
que solo diré que fue un cagadero. Dudas autoimpuestas, amores no correspondidos y
constantes tribulaciones estaban a la orden del día. Aun así, siento que ese fue el
momento en que más pude unirme a mis anteriores amigos. Fueron tiempos interesantes.
De igual manera, todo lo que empieza debe terminar, y la secundaria termino. La mayoría
de los amigos con los que coexistí durante como 8 años se fueron de a otras preparatorias.
Una etapa nueva de mi vida empezaba frente a mis ojos. Y creo que, quitando el estrés y
horror psicológico-existencial que he tenido que sobrellevar. Ha sido un periodo de darme
cuenta de muchas cosas. Concentrar mi visión del futuro, mejorar mi talento artístico (me
gusta dibujar, jaja) y hacer amigos verdaderos.
Desde niño adoré las caricaturas y series y la manera en que con imágenes se podía contar
una historia y darle movimiento a algo que carecía de él. Esto me llevó a darme cuenta que
quería hacer mis propias historias, y pues por eso quiero ser animador. Ya tengo varias
historias elaboradas, varios personajes diseñados y múltiples guiones escritos, así que
estoy dando mis pasos hacia lo que quiero lograr en la vida. Quiero una salida para mi
creatividad e ideas, pero también quiero ayudar a los jóvenes por venir que sean como yo:
humanos algo reflexivos, dudosos y medio ansiedad-omanos. Quiero hacerles saber que
todo puede mejorar y darles el tipo de entretenimiento y consejo que a mí me hubiera
gustado recibir.
Además de eso, en esta etapa fue cuando empecé a intentar amar como yo considero
debido, con el corazón y el alma, en busca de alguien con quien pueda tener una
comprensión mutua y apoyo. Siempre he sido muy romántico y sensible, pero solo fue
hasta recientemente que empecé a armarme de valor y perseguir lo que quería… De igual
manera, la suerte no me sonríe, solo me frunce el ceño mientras me patea en las bolas.
De todas la veces que intente entablar una relación, fue solo hasta recientemente que
tuve un “casi fue algo” que nunca olvidaré, tanto por lo hermoso que fue, como por su
resultado indeseado tristemente. La forma física casi no le doy importancia, y es por eso
mismo me considero alguien con orientaciones no muy convencionales la verdad.
Mientras un ser humano te quiera, eso debe bastar y sobrar si saben cómo ayudarse
mutuamente. De igual manera, no he podido probar mi punto, ¡pero no hay prisa!
Con lo que tengo estoy bien. En estos últimos años también descubrí una parte muy buena
de mí, una disposición a ayudar a los demás, a darles apoyo y consuelo cuando la situación
lo amerita. La mayoría de las amistades que tengo, las buenas y bonitas, se dieron por eso
mismo. Creo que tengo una fibra muy sensible dentro de mí que siente las emociones de
los demás, por medio de mi estómago, obviamente. Es tanto positivo como negativo,
porque no solo esa parte de mi repertorio emocional volvió, ¡sino que también me pongo
indigesto cuando me preocupo por los demás! ¡Viva la vida!
Mi nombre es Rubén Omar Ramírez González (solo que legalmente, solo soy Ramírez
¡porque soy gringo!), y miro al futuro con un ojo abierto, el otro entrecerrado, una mano
en una pluma y la otra en mi teléfono, por si hay que llamar al 911. Ahora me conoce
incómodamente bien, lo siento.

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