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Biodiversidad y salud humana

¿Qué tienen en común la degradación de ecosistemas, la pérdida de biodiversidad y


la salud humana? Nuestros escenarios de desarrollo, en donde prima la
productividad inmediata para satisfacer nuestras demandas y niveles de consumo ha
propiciado la aparición de amenazas como la sobreexplotación de especies (tráfico
y consumo ilegal de fauna silvestre) que, asociada a la contaminación, potencian la
fragmentación y perdida de hábitat. Estas amenazas favorecen que los efectos del
cambio climático aceleren procesos de extinción de especies lo cual tiene
consecuencias sobre la perdida de funciones esenciales de los ecosistemas, entre
otras, aquellas que tienen que ver con el control de enfermedades que provienen de
la naturaleza, y en particular de la fauna silvestre (zoonosis).

Hace ya varios años se viene evidenciado que la aparición de enfermedades, o


zoonosis, denominadas emergentes, o la reaparición de otras que se creían
eliminadas y denominadas reemergentes, guarda una relación con las amenazas que
estamos generando sobre la fauna silvestre, como componente fundamental de la
biodiversidad.

Cuando alteramos ecosistemas y eliminamos especies de flora y fauna estamos, por


así decirlo, quitando los “seguros ecológicos” que tienen estos sistemas biológicos
para el control de la dispersión de microorganismos, entre otros, como los virus (Ej.
Hanta, ébola, SARS, fiebre amarilla), que, al carecer de mecanismos de control
natural, pueden encontrar en otros organismos, incluido el nuestro, huéspedes
perfectos para multiplicarse y persistir en el tiempo. Estos mecanismos de control
dependen de las relaciones ecológicas que han establecido los virus con sus
ambientes y sus vectores u hospederos, entre ellos, muchas especies animales (Ej.
Garrapatas, mosquitos, monos, murciélagos, pangolines), a lo largo de su historia
evolutiva.

Todos los seres vivos somos portadores de una carga de virus, y ellos viven en los
ambientes de todas las especies que habitamos este. Cuando estos ambientes se
desestabilizan por amenazas a la biodiversidad, los virus o se extinguen, o adquieren
una capacidad mayor de multiplicarse y conquistar a otros organismos, es decir otros
ambientes, y es en ese momento cuando pueden volverse patógenos, o generadores
de enfermedad; recordemos que se pueden mover, con sus vectores u hospederos
naturales, a estos nuevos ambientes. Esta capacidad de ser patógenos se potencia
en la medida que presionamos a un número cada vez mayor de virus, que estaban
controlados naturalmente, y los obligamos a que exploren posibilidades de
colonización de nuevos ambientes.
Estas presiones ponen en funcionamiento mecanismos de selección que promueven
la sobrevivencia de variedades más resistentes a los cambios ambientales, con
incrementos importantes en la diversidad de agentes patógenos y con ello
posiblemente más virulencia, lo que los convierte en los futuros invasores,
competidores, depredadores y patógenos, no solo de nuestras especies nativas, sino
también de nuestras especies domésticas y de nosotros mismos.

Así, la pérdida de biodiversidad contribuye a la pérdida de procesos claves como el


control de enfermedades, un servicio fundamental desde la naturaleza, para nuestra
propia supervivencia. Esta pérdida está reduciendo nuestra calidad de vida ya que
cada vez será mayor la cantidad de retos que tendremos que enfrentar en ambientes
cada vez más inciertos y cambiantes, y con más enfermedades. Si seguimos
confiando nuestra suerte a modelos de desarrollo inmediatistas, los cuales nos
ofrecen falsas promesas de bienestar, mediadas por el deterioro que generan sobre
la biodiversidad y su capacidad de ejercer sus funciones de controlador natural, entre
otros, el costo social, económico, y a final de cuentas ambiental, será muy alto. Podría
decirse que un mundo menos biodiverso será, seguramente, un mundo más
propenso a enfermarse.

Esto nos lleva a pensar que nuestra gestión para la conservación de la biodiversidad,
en medio de escenarios de desarrollo, es muy pobre y que apenas se limita a tratar
de cubrir el daño con soluciones “blandas” y mal panificadas que realmente no
contribuyen a recuperar procesos y especies que generan relaciones importantes
para el mantenimiento de procesos biológicos y evolutivos. El control de estas
enfermedades, o zoonosis, es uno de estos.

Es necesario entonces incluir la gestión hacia la conservación adecuada de la


biodiversidad, asociada a nuestros modelos de desarrollo. Este tipo de acciones
seguramente permitirá que aumenten nuestras probabilidades de sobrevivencia y
bienestar futuros, además de las del resto de las especies que conviven con nosotros
en este planeta. Es urgente y necesario acudir al llamado que nos hace la naturaleza
y rectificar nuestras relaciones negativas con la biodiversidad. No podemos seguir
pensando que está ahí para que la arrasemos sin esperar consecuencia alguna, ya
que esta actitud ingenua y despectiva nos pone en un camino muy difícil de sortear.
La actual pandemia de la COVID-19 es un claro ejemplo de lo que sucede cuando
no generamos relaciones positivas con la biodiversidad.

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