Está en la página 1de 8

Centro de Armonización Integral

Curso: Alquimia Espiritual


Prof.: Gustavo Fernández

Lección nº 26: La necesidad de ser egoísta en la vida

Ciertamente uno duda antes de escribir una frase como la que


encabeza estos párrafos, seguro de provocar un escéptico enarcado de
cejas en más de un lector. Ciertamente, vivimos en un sistema que
desde que tenemos conciencias de nosotros mismos nos bombardea, entre
otros conceptos, con aquél de que debemos darnos por entero a nuestro
prójimo, elevando a la categoría de excelso ejemplo imitable la vida de
quienes vivieron exclusivamente para los demás.
Hasta tal punto esto es así, que inconscientemente crece en
nosotros un sensible sentimiento de culpa cuando anteponemos nuestros
propios deseos o necesidades a los de los demás, y consideramos haber
hecho la buena obra del día cuando sacrificamos algo (que generalmente
no nos importa tanto) por aquello que sí le importa al otro, por cercano a
nosotros que este “otro” se encuentre.
Y solemos decir, con énfasis orgulloso, como ejemplo de hidalguía,
“yo estudio por mis padres, porque ellos, pobres, se sacrifican para
darme esta carrera”. Luego pasa el tiempo, crecemos, nos casamos y
entonces... “yo trabajo por mi familia”, “me desvivo por mis hijos”. Corren
los años y decimos “vivo para mis nietos”...
Y yo, ¿cuándo?.
Porque he sido buen hijo, buen esposo, buen padre, buen abuelo.
Y buen cadáver, salvo que protagonice una película de terror.
No. Yo estudio por mí, y si de ello se benefician otros, bien, pero
siempre debo ser yo lo más importante. Yo trabajo por mí, y vivo por mí,
porque mi vida es sólo mía y no puedo hipotecarla afectivamente a nombre
de nadie. Como decía Omar Khayham: “tus hijos no son tus hijos, son hijos e
hijas de la vida”. Porque para cada uno de nosotros, el centro del Universo
pasa por nosotros mismos. Si yo muero en este instante, para mí –e
independientemente de si creo en la vida después de la muerte- acaba en
ese instante. Pero para cada uno de ustedes seguirá existiendo, porque
cada uno de ustedes es el eje de su propio Universo. Y, de hecho,
vivimos impulsados por motivaciones egoístas, sólo que no nos atrevemos a
reconocerlo. Y veamos un par de ejemplos.
Cuando doy una limosna a un mendigo en la calle, este acto de
¿caridad? bneficia al pobre, sí, pero ¿quién se siente espiritualmente
reconfortado por la acción?. Yo. El proceso es autorreferencial. Hago
caridad porque mehace sentir bien. A mí.

Supongamos que una persona amiga busca mi ayuda y yo, estando


en condiciones de brindársela, así lo hago. La sociedad considera que X
me debe estar agradecido por haberlo ayudado, pero yo sé que el hecho de
apoyar a un amigo me hace sentir bien. ¿Quién se siente bien?. Yo. El
mecanismo sigue siendo egoísta.
Por supuesto, aquí habría que hacer una distinción entre “buen
egoísmo” (que es éste que proponemos) y “mal egoísmo” (aquella
imagen evocadora de un viejito avaro juntando dinerillos en su buhardilla
mientras el mundo se derrumba a su alrededor). Porque si todo lo que
hacemos es, como dije, autorreferente, la única diferencia es dejar de
ser hipócritas y reconocerlo. Y tomar conciencia de que allí, precisamente,
reside la paradoja del egoísmo. Y para observarla, volvamos al ejemplo del
amigo.
Porque si yo ayudo a X es porque sé o siento que eso me
gratifica, me hace sentir bien. En consecuencia, si X no me hubiera
pedido ayuda, no estaría experimentando ahora esa satisfacción. De
manera tal que no es X quien tiene que estar agradecido a mí, sino por
el contrario, yo a X, por brindarme esta oportunidad de sentirme
bien. Esa es la paradoja del egoísmo.
En este sentido –y sólo en este- es que debemos interpretar el sentido
de egoísmo. Y siéndolo así, cumpliremos con aquél desapego de las cosas
que enunciáramos anteriormente, donde yo soy yo con mis problemas y
aquél que acude a mío en busca de ayuda o consejos es él con sus
problemas. Y es bueno que así sea, porque si ese amigo o familiar me trajera
uno y yo me comprometiera emocionalmente con el mismo, estaría
observando la situación desde el mismo punto de vista que el directo
perjudicado y, en ese caso, ¿para qué habría acudido a mí?. No habría un
punto de vista alternativo, que es la condición necesaria –aunque no
suficiente- para encontrar la solución donde a los demás se les escape.

Pero... ¿pueden realmente los pensamientos cambiar radicalmente


nuestra vida? . Cierto, librerías e Internet están plagadas de recetas milagrosas,
libros de autoayuda escritos con buena fe (o no tan buena) por sus autores,
foros de crecimiento personal, cadenas de emails estimulantes y poéticos... y
simplificaciones a veces erróneas, a veces excesivas. Pero, pese a esa artillería
de buenas ondas, los males de amor, las dificultades económicas, la soledad —
si afectiva, espiritual, intelectual o social es apenas una anécdota— las
frustraciones y fracasos y, sobre todo, el sentimiento de no saber cómo estar
mejor campean en la vida cotidiana de muchos de esos mismos consumidores
de respuestas salvatíferas.
De manera que si de Alquimia Espiritual se trata, debemos evitar caer
en la doble trampa: por un lado, de generar más “literatura de autoayuda”, que
no por sensata o posiblemente útil deje de ser igualmente soslayable, perdida
en la inmensidad del océano literario afín (y no hablemos del cibernáutico).
Por otro lado, de evitar escribir más de lo mismo, recetas autosuficientes de
crecimiento yoico que, sin embargo dejan a sus devotos aplicantes medrando
en la grisidad de la cotidianeidad más pavorosa. Si el adjetivo no existe, habría
que inventarlo.

Lo siento: si ustedes pensaron que todo este palabrerío inicial serviría


de preámbulo, por fin, a la revelación de una Piedra Filosofal espiritual,
fácilmente adquirible vía Western Union o depósito bancario pero eso sí,
sencillamente digerible y no-me-plantees-demasiadosresquebrajaderos-de-cabeza-
hermano-que-para-eso-está-mi-mujer, están absolutamente equivocados. Esoterismo
es, precisamente, “esoterykós”: abrir una puerta, una puerta que somos nosotros
mismos para que fluya un conocimiento interior porque, por si no se dieron
cuenta —y miren por dónde vienen a enterarse— todo el conocimiento ya
está en ustedes y, simplemente, sólo tienen que buscar la manera de sacarlo a
la luz. Y hay tantas llaves como individuos boyando por el Universo.
De manera que lo que aquí propondré, hoy, es simplemente mostrar
algunas de esas llaves.
Es posible —espero con encomio— que en alguien actúen como un
“koan” zen, disparando un despertar. Me daría por contento si sirve
solamente para resquebrajar el monolítico paradigma en que todos y cada uno
de nosotros, por una disposición Illuminati, somos pautados desde la más
tierna infancia. Otros, u otras, seguramente descartarán este contenido porque
su sola lectura provoque escozor; deberían entonces preguntarse por qué esa
reacción alérgica. Tal vez, allí sí, comience el camino.

Seamos aristocráticos La primera reflexión descontracturante que


debemos meditar es que, aunque vengan degollando, los seres humanos no
somos iguales. Es decir, no solamente somos distintos en razón de la
diversidad (la biodiversidad, la etnodiversidad, la psicodiversidad) sino, mucho
más allá y aunque esto suene aristocrático (y así debe sonar, porque es
aristocracia pura) el vecino de la vuelta no es igual a usted. Tal vez sea
superior. Tal vez sea inferior.
Esta afirmación suele dar asco. ¿Cómo que los seres humanos no
somos iguales?. Cómo que hay alguien superior a otros?. ¿No es acaso
sumamente anti espiritual escribir así?. Indiscutible es que resultaría más
vendible mi imagen si propugnara un arrasamiento transversal y horizontal,
una tasación uniforme del precio del espíritu humano.
Anti espiritual, no sé. Políticamente incorrecto... sí, sin ninguna duda. Y
es que hemos sido condicionados por un corset demagógico que a cambio de
hacernos creer que todos somos empíricamente iguales, encuentra así una
forma sutil de manipularnos. Porque, como se sabe, es fácil manejar a la masa,
lo difícil es hacerlo con el individuo. Yo he experimentado, muchas veces, las
dificultades de contender intelectualmente con grupos reducidos de oyentes
en una conferencia con poco éxito de público, pero qué fácil y llevadero se
hace en reuniones multitudinarias. La masa de cien personas tendrá doscientos
brazos y doscientas piernas, pero sigue siendo un solo cerebro.
En Esoterismo solemos decir: los seres humanos son iguales en esencia,
poco iguales en potencia y totalmente desiguales en acto. Es decir, si bien
esencialmente somos iguales, nuestra historia kármica y familiar establece
necesarias diferencias. Si a estas diferencias las exageramos con nuestras
elecciones de vida, pues seremos totalmente distintos. Unos más, otros
menos. Sólo una política bastarda puede sostener que debe valer lo mismo la
opinión (es decir, el voto) de un golpeador infantil, un charlatán, un inmoral
que el de un individuo que ha modelado su carácter al fuego de su voluntad,
respetuoso y solidario con el prójimo.
Pues claro, a la impresentable clase política no le conviene el individuo
pensante, como no le reditúa el moral o intelectual. Qué mejor que convencer
al inútil o vago de turno, siempre a la pesca de una limosna estatal, al que
vende su voto al mejor postor, al que concurre alegremente a la concentración
partidaria por un emparedado o una botella de cerveza, que tiene él, su
pensamiento, su espíritu, el mismo valor que el otro, que la otra, que quien se
toma el trabajo de sopesar alternativas, quien piensa en loque conviene a los
demás además de sí mismo, que se toma el trabajo de profundizar en su
conocimiento de hechos, personajes, historias, obras y propuestas antes de
tomar una decisión. Qué mejor que hacerle creer a esos mediocres, esos
chatos, frívolos, superficiales, egoístas consumistas y pasatistas de la vida que
valen lo mismo que los devotos, los esforzados voluntarios, los consoladores
crísticos del dolor ajeno, los luchadores de las causas nobles y justas. Todos
valemos lo mismo, claro, y otra vez, la Biblia junto al calefón, la Madre Teresa
junto a Jack El Destripador. Y esto porque si después de todo NO somos
iguales, y la Madre Teresa NO se puede poner junto a Jack El Destripador...
¿a partir de qué punto comienza a dividirse la gente?. Y, lo más importante,
¿quién hará la división?.
No; somos aristocráticos porque el espíritu lo es, aunque repugne a los
“progres” y pseudo liberales. Porque “aristocracia” significa el “gobierno de
los mejores”, y debemos buscar el consenso, el gobierno, la orientación y el
consejo de los mejores. Aristocracia igual a nobleza oligárquica es sólo una
deformación de los tiempos históricos. Aristos, el mejor, es el más moral, el
más sabio y el más culto de los hombres y mujeres. El esoterista quizás no lo
vea jamás. Pero jamás cejará en su voluntad de serlo. Porque en la vida lo
importante no es vencer o fallar, sino estar en el camino correcto.
Moverme en la vida al ritmo del Yin y Yang

Muchos ven a este valle de lágrimas como una noria permanente. Otros
venden dudosos cursos de autorrealización basados en el esfuerzo
permanente, constante, sin tiempo ni límites. Es útil ser voluntarioso y
esforzado, sí. Pero hay tiempos para esforzarse, y tiempos para relajarse. Hay
tiempo para el tiempo, y un rato más.
Quienes han practicado artes marciales saben una regla de oro: se es
infinitamente débil en la inspiración e infinitamente fuerte en la exhalación.
Esta norma, por extensión, la he enseñado a mis alumnos de Alquimia
Espiritual: cuando nos agreden psíquicamente, debemos desplazarnos y dejar
pasar esa energía, como un “judo mental”, pues indefectiblemente el agresor,
al ritmo del Yin Yang cósmico, aflojará en un momento en que entonces
nuestro contraataque llegará con toda su fuerza. Así, debemos saber cuándo
presionar a la Vida, y cuándo dejarla fluir. Cuándo esforzarnos más allá de lo
humano, y cuándo permitir que el Universo circule libremente a través de
nosotros.
Las fórmulas mágicas —lo uno, o lo otro, para todo el camino de la
vida— son ambas útiles pero a la vez ambas igualmente inoportunas. Tomarle
el pulso a la vida, ocuparnos sin preocuparnos, aprender que lo importante es
alcanzar la armonía, y la armonía es Yin y Yang.
Pero nunca buscar la paz ni el equilibrio...
... Porque estos términos son apenas clichés cursis de la New Age más
conservadora (aunque parezca un contrasentido). ¿Paz?. La “paz” es de los
cementerios. ¿Equilibrio?. Pues si ustedes buscan el equilibrio como una
máxima aspiración es que anduvieron muy mal en el colegio. Porque
olvidaron, entonces, que el equilibrio requiere o estructuras muy sólidas y con
amplias bases (el “equilibrio estable”, ¿recuerdan?, que proyectado a la vida
sería un concepto peligroso, pues definiría que ese equilibrio sólo es
alcanzable para quienes por circunstancias de nacimiento, posición económica
o mera casualidad causal no necesitan angustiarse por otras necesidades, un
equilibrio muy conveniente para señoras gordas adineradas en busca de la
“espiritualidad” que no para el común de los mortales, o, cuando hablamos
del otro equilibrio, el “inestable”, grandes tensiones y fuerzas en permanente
conflicto, como cuando uno tiene que hacer equilibrio sobre una cuerda. Y
esas tensiones interiores se muestran como logros equilibrados del espíritu,
vaya ironía.
No, hablemos de armonía, la que sólo se encuentra cuando uno
encuentra a su vez su lugar en el Kosmos, cuando “quemamos Karma” (que
no es “reducirlo”, sino comprenderlo y aceptarlo). Esta será la transmutación
alquímica del Yo. Todo lo demás, lo que hacemos normalmente, es consumir
recursos (materiales, espirituales, energéticos) para mantener ilusoriamente la
máquina en movimiento. Y sólo la transformación (transmutación) alquímica
lleva “hacia arriba”; la transformación química por sí sola seguirá cumpliendo
el Principio de Entropía e ineluctablemente llevará hacia abajo.
Cuando un ser humano nace a la vida en esta Tierra, cuando, como se
suele decir, ve la luz del mundo (el nacimiento es su génesis, y hágase la luz),
se encuentra con su Yo entre dos fases, una de las cuales es el pasado cuya
heredad asume dicho ser humano (fase nocturna) y la otra el futuro, que regirá
la actuación de aquel ser humano sobre este planeta. Y entre ambas fases se
desarrolla la tragedia y la comedia, su yo “siempre presente”, cuya evolución
se manifiesta como un acto nupcial entre los impulsos del pasado (herencia
terrestre) y los impulsos del futuro (herencia celeste). Él mismo (ser humano)
brotado mitad de Tierra y mitad de Dios, se compone de un elemento
femenino-terrestre y de un elemento masculino-divino; la neutralización de
ambos elementos configurará el rendimiento evolutivo que se convertirá,
camino adelante, en bendición o maldición., donde nuestra Carta Natal, por
ejemplo, será la brújula que guiará los pasos acertados. Si el horóscopo del ser
humano tiene sentido, este sentido sólo podrá consistir en que el horóscopo
representa la misión de la vida del hombre en el aludido camino de
transformación del hijo de la Tierra, haciéndole avanzar un paso hacia el
espejo del Cosmos, libre de escorias hereditarias y kármicas, de manera que el
ser humano cumple con su mencionada misión cósmica. Pero todavía
tenemos que decir algunas cosas acerca de esto.
Utilicemos, por de pronto, una imagen que nos permitirá apreciar más
de cerca el objetivo que ha de alcanzar el hombre con aquella “misión”.
Pensemos en una planta, que brota de la semilla metida en la tierra. Esta
semilla contiene, condensada en un grano mínimo, la herencia, la tradición
biológica total de la historia genealógica de su especie, la parte subterránea,
vuelta hacia el pasado, de la planta; luego, de la semilla, crece la planta al
encuentro de la luz del día, del sol, absorbe y elabora dentro de su cuerpo las
radiaciones celestes, y en tanto edifica su cuerpo con ayuda de estas
radiaciones a partir de la materia terrestre, a la vez presta a la Tierra un
servicio evolutivo, por transformación alquímica de materias inferiormente
organizadas en materias de organización superior. Si aplicamos esta imagen de
la planta al ser humano, acaso no comencemos más que por pensar que, del
modo en que la planta crece “por sí misma” y no puede aportar por sí nada,
también el hombre crece en sí, envejece, y con su muerte corporal devuelve a
la Tierra la materia sólida, transformada de manera alquimista, como el humus
en que se convierte la planta cuando ha concluido en ella la vida física. Pero
en ese caso el ser humano no ha vivido la vida del hombre, sino que
simplemente ha “vegetado”, como se suele decir y, por cierto, de manera bien
característica.
Pero la vida de la planta se puede considerar de otra manera; se puede,
por ejemplo, cultivarla como la cultiva el jardinero, pero no el jardinero “por
afición” sino el jardinero que es como el “abuelo” de la humanidad entera,
que no se ha convertido en jardinero “en sus ratos libres” sino que ha
abrazado su misión como una imposición: la de ser un “jardinero de alma”, un
Adán, a quien, según las palabras de la Biblia, le fue asignada la misión de
“cultivar la tierra con el sudor de su frente”. El Adán exotérico cultiva la
tierra; el Adam Kadmon, esotérico, cultiva la Tierra.
Esta tarea en el gran campo de labranza llamado Tierra es, de por
siempre, la profesión más importante, única, del ser humano, y fuere cual
fuere la índole de labor que éste emprendiese, su profesión será
invariablemente la de cultivar la Tierra, sembrarla, edificar la oscura envoltura
interpuesta entre la imagen arquetípica del hombre perfecto en el zodíaco
(“parádeisos” llamaban los griegos al campo de cultivo celeste del ser humano;
el “paraíso” ¿intencionadamente? mal comprendido de algunas Iglesias) y el
hijo de la Tierra, el Hijo del Hombre. En suma, el cultivo del campo
terráqueo, por el cual el hombre deberá extraer el pan de la Tierra, el pan sin
el cual no podría vivir. ¿No es curioso el hecho de que la expresión para este
cultivo “agrícola”, para esta “agricultura”, sea la misma en todas las lenguas de
la Tierra?. Cultivar el “agro”, es “aguere”, “hacer”; la actividad arquetípica del
ser humano es la de aguere, hacer, la de trabajar en aquella parte de su
naturaleza que representa su heredad terrestre, la de “cultivar” con la acción
consciente.
¿Y cuál es el fruto de esta labor, el pan que cosechará el hombre para
vivir, para vivir la vida propia del ser humano, no la de, por ejemplo, la
planta?. Ese fruto es aquello que sólo puede ser arrancado a la Tierra por
medio del aguere, el bien de la cosecha, el fruto del aguere: el egoe (ego), el
“yo” nacido de nuevo en el hombre por la labor consciente de éste, su
“propio yo”, germinado de la semilla, vuelto a nacer, liberado del pasado.
Libre.
Por que sólo el hombre y la mujer que son conscientes de esta fase
evolutiva de su yo son dueños de su Yo. Pero ante la inmensidad del cielo
estrellado, surgirá entonces la pregunta: ¿es este Yo insignificante o
importante?. De mí depende. De mí depende, a partir del momento en que
comienzo a comprender cuál es mi misión, mi tarea de ser humano.
Aceptemos la analogía que el momento del nacimiento es comparable con el
momento en que se expresa un pensamiento o se realiza en acto un propósito.
Invirtamos esta idea: ¿qué hubiera ocurrido en caso de que tal pensamiento
jamás hubiese sido expresado, en que tal propósito jamás hubiese sido llevado
a la vía del acto?. ¿Qué hubiera ocurrido en caso de que Mozart, por ejemplo,
hubiese conservado sus obras en la cabeza, sin transmitirlas jamás al mundo?.
¿No hubiera bastado con que todos los creadores que existieron en la vida
cultural de la humanidad —sea para bien o para mal— se hubiesen limitado a
llevar sus ideas en la cabeza, sin intentar expresarlas?.
Todo artista sabe que eso no basta, que sólo el “realizar” la obra
(expresándola), al convertírsele la obra en peldaño que le permita a su creador
subir a mayor altura, cumple con la deuda de vocación que hasta entonces
debía al espíritu de su tiempo. Lo mismo ocurre con la Tierra y el hombre; en
tanto trabaja el hombre conscientemente en su propia evolución, colabora a la
vez en la evolución de la Tierra.
Y la evolución consciente quema el Karma.
O como lo expresara (con mucho más brillo que este oscuro servidor)
Schiller, cuando escribió:
“Labor que nunca trae fatiga,
que para el edificio eterno
su arena grano a grano aporta,
mas de la deuda de los tiempos
minutos, días, años borra”.

También podría gustarte