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El filósofo británico Roman Krznaric, impulsor del Museo de la Empatía, en Londres. KATE
RAWORTH
Entrar a una caja de zapatos de grandes dimensiones a las orillas del Támesis, donde en la
entrada miden tu pie y te ofrecen un par de zapatos de otra persona, un extraño, que puede ser
una drag queen o un refugiado. Y con los zapatos de ese otro, escuchar un audio sobre su vida.
Una milla en mis zapatos es la primera exposición del Museo de la Empatía, que arrancó en
Londres en septiembre y que viajará en febrero a Australia como parte de la Feria Internacional de
Arte de Perth y en junio de vuelta a Londres al Festival Internacional de Teatro de la capital
británica. Luego, Brasil. “A cada lugar que vamos con esta caja de zapatos, recopilamos nuevas
historias y nuevos pares de zapatos. Así que es un work in progress”, explica Roman Krznaric,
filósofo británico especializado en el estudio de la empatía que se ha lanzado a montar esta
instalación itinerante y urgente.
Del gran magma de literatura científica y social sobre empatía ha nacido recientemente esta
instalación que reivindica la vía práctica, más allá de los libros especializados o la dudosa
literatura de autoayuda. Un museo itinerante que quiere poner en la vía pública el debate sobre la
necesidad de la reconquista de la empatía para el cambio social.
Para entendernos, la empatía sería el acto imaginativo de ponerse en los zapatos del otro y eso
es literalmente lo que propone en su primera instalación este museo insólito. “Las investigaciones
demuestran que la empatía se puede aprender. Y eso es muy importante para el Museo de la
Empatía porque no es un mero entretenimiento burgués, sino que tiene que ver con el cambio
social”.
FORMACIÓN HUMANÍSTICA
Tutoría y Pastoral universitaria
Según Krznaric, “la gente necesita formas de empezar a comprometerse, de salirse de su área de
confort para tratar de entender al otro. Y no hacerlo desde la compasión o la conmiseración.
Finalmente la empatía consiste en cerrar la brecha de alguna forma entre las personas. Desde
luego que nunca voy a saber cómo es ser un chamán guatemalteco, ni tampoco un Rockefeller
con isla privada en la costa de Nueva Inglaterra, pero la empatía consiste en asumir el riesgo de
tratar de entender, de superar prejuicios. No hay soluciones fáciles. Si las hubiera el mundo sería
muy diferente de lo que es hoy en día”.
Con la empatía ha pasado un poco como con “la conciencia plena” (mindfulness, en inglés), ese
estado budista de concentración de la atención que se alcanza mediante la práctica de la
meditación y que ha sido importado a Occidente en los últimos 50 años. Como con cualquier
concepto que se vuelve popular hay apropiaciones desde diversos lugares. “Pensemos en la
cantidad de banqueros practicando yoga y meditación que se pasan el resto del día cerrando
acuerdos turbios. De la misma manera que el ejército americano está usando las prácticas de
meditación y conciencia plena para entrenar a los soldados a ser más eficaces en la guerra. Son
usos muy peligrosos de la meditación de forma instrumental”, recuerda Krznaric. Y de alguna
manera la empatía está teniendo el mismo problema ahora. Las grandes corporaciones han
inventado este concepto siniestro de marketing de la empatía. “En otras palabras», apunta
Krznaric, “voy a ponerme en tus zapatos para poder venderte hamburguesas que acaben
matándote. Esa es la empatía del psicópata, la empatía cognitiva sin la empatía emocional”.
En ese camino, dice, nos sobran líderes. No se trata de ser un Nelson Mandela y, de hecho, no se
encuentra en el Museo de la Empatía. “Creo que es más poderoso hablar de gente común
haciendo frente a los prejuicios, desafiando los estereotipos. Existe un culto excesivo al liderazgo,
que no deja de ser un valor individualista. En la política, en el mundo de las empresas, todos
hablan de que se trata de liderazgo, pero la sociedad se cambia desde su base”.
Desde luego el paisaje es desolador. En Francia, las elecciones regionales tras a los ataques
terroristas de París han confirmado el resurgimiento del partido de ultraderecha de Marine Le Pen.
Un triunfo del miedo y la muerte del diálogo como medida para entender un problema complejo.
“Cuando deshumanizas al otro, puedes hacer lo que sea a esa persona”, apunta Krznaric. Es lo
que ocurrió con las leyes de Nuremberg, en los años treinta ,que sirvieron de base al nazismo y al
Holocausto. Lo mismo ocurre con el llamado Estado Islámico, que tiene que ver con el hecho de
que las ideologías políticas y religiosas pueden convertirse en las barreras más poderosas para la
empatía, son inmejorables instrumentos para marcar una distinción entre nosotros y ellos y
deshumanizar a los que no pertenecen a un grupo determinado”.
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REFERENCIA
https://www.lamarea.com/2016/02/05/recuperar-la-empatia-para-el-cambio-social/