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El Costo Del Discipulado Dietrich Bonhoeffer
El Costo Del Discipulado Dietrich Bonhoeffer
Créditos editoriales
Prólogo
Reconocimientos
Nota biográfica
Introducción
Gracia de alto costo
El llamado al discipulado
Obediencia determinada
El discipulado y la cruz
Discipulado y el individuo
Las bienaventuranzas
La comunidad visible
La justicia de Cristo
El hermano
Mujer
Veracidad
Venganza
El enemigo, el “Extraordinario”
La rectitud secreta
Lo secreto en la oración
Lo secreto en la vida de devoción
La simplicidad de la vida sin preocupaciones
Discípulos e incrédulos
La gran división
La conclusión
La cosecha
Los apóstoles
La obra
El sufrimiento de los mensajeros
La decisión
El fruto
Preguntas preliminares
El bautismo
El Cuerpo de Cristo
La comunidad visible
Los santos
La imagen de Cristo
Créditos editoriales
Bonhoeffer, Dietrich
El costo del discipulado / Dietrich Bonhoeffer. - 1a ed. . - Ciudad Autónoma de
Buenos Aires : Peniel, 2017.
Traducción de: Ester Revuelta.
ISBN 978-1-949238-68-6
1. Vida Cristiana. I. Revuelta, Ester, trad. II. Título.
CDD 248.4
—G. K. A. Bell
Enero de 1958
Reconocimientos
Los poemas “¿Quién soy yo?”, página 18, y “Año Nuevo 1945”,
página 20, se han citado por gentileza de Time and Tide y The New
English Review.
Nota biográfica
POR G. LEIBHOLZ
2
Dietrich Bonhoeffer fue un gran realista. Uno de los pocos que
comprendieron rápidamente, aun antes de que Hitler llegara al
poder, que el nacionalsocialismo era un brutal intento de hacer
historia sin Dios y encontrar para ello la fuerza únicamente en el
hombre. Por lo tanto, en 1933, cuando Hitler llegó al poder,
abandonó su carrera académica, que a él le pareció que había
perdido su verdadero significado. Sin embargo, no fue expulsado de
la Universidad hasta 1936 y aún dio conferencias en el verano y el
invierno de 1935-1936. Para febrero de 1933, denunció por cable un
sistema político que corrompía y desorientaba gravemente a una
nación y transformaba al “Führer” en su ídolo y dios. En octubre de
1933, luego de seis meses de lucha en la Iglesia, decidió dejar
Berlín e ir a Londres, donde, como pastor, ministró dos
congregaciones e intentó explicar a los amigos británicos, entre ellos
especialmente al obispo de Chichester, el verdadero carácter de la
prueba de la Iglesia de Alemania. Rápidamente, se dio cuenta de
que en la situación en la cual el mundo y las iglesias se encontraban
en los años treinta, ya nada ganaban las iglesias con citar las
antiguas afirmaciones del credo. Aparentemente, el movimiento
ecuménico para él ofrecía la única manera de reunir los distintos
miembros del Cuerpo de Cristo. Esto explica la razón por la que
Bonhoeffer consideraba obligación de las iglesias aprender de
nuevo el mensaje de La Biblia y ponerse en el contexto de toda la
Iglesia. Por lo tanto, no es de extrañar que Bonhoeffer pronto jugara
un destacado rol en el movimiento ecuménico4 y que fuera él quien,
más que ningún otro maestro en la universidad alemana o el
seminario teológico, hiciera conocer a los estudiantes alemanes la
vida, historia y desarrollo de las iglesias no luteranas.
En 1935, Bonhoeffer, ya como uno de los líderes de la Iglesia
confesional, regresó a Alemania. Fue a Pomerania para dirigir una
facultad clandestina de entrenamiento eclesiástico, primero en una
pequeña península del Báltico y luego en Finkenwalde, cerca de
Stettin. Esta facultad no se formó como copia de ningún modelo que
ya existiera. No era una orden compuesta de hombres que vivían
como ascetas, recluidos. Tampoco una facultad de capacitación en
el sentido común de la palabra. Aquí se trataba de vivir la “vida en
comunidad” de un cristiano tal como lo describía uno de los más
breves escritos de Dietrich Bonhoeffer. Jóvenes ministros que
llegaban de todas partes del Reich (Imperio) aprendían allí qué era
lo que se necesitaba con urgencia en ese momento, cómo se debía
vivir la vida cristiana en un genuino espíritu de hermandad y cómo
una vida así podía desarrollarse natural y libremente si solo hubiera
hombres que pertenecieran por completo al Señor y, por lo tanto,
tuvieran amor fraternal unos por otros. No fue hasta 1940 que la
Facultad finalmente fue clausurada por la Gestapo.
Cuando la guerra parecía inevitable, los amigos de Bonhoeffer en
el exterior querían que abandonara Alemania para salvar su vida,
porque él se oponía invariablemente a servir en el ejército en una
guerra. Cuando un sueco le preguntó en la Conferencia Ecuménica
de Fäno, Dinamarca, en 1934: “¿Qué hará cuando llegue la
guerra?”, él respondió: “Oraré a Cristo para que me dé fuerzas para
no tomar las armas”. En junio de 1939, sus amigos estadounidenses
lo hicieron salir de Alemania. Pero pronto sintió que no podía estar
allí, sino que tenía que volver a su país. Cuando llegó a Inglaterra de
regreso de los Estados Unidos, sus amigos rápidamente se dieron
cuenta de que el corazón de Bonhoeffer pertenecía a sus
compañeros de fe cristiana de Alemania y que no los iba a
abandonar cuando más lo necesitaban.
El razonamiento que llevó a Bonhoeffer a su decisión pertenece,
como lo dice Reinhold Niebuhr,5 “a la más pura lógica del martirio
cristiano”. “No tendré ningún derecho — escribió Bonhoeffer a
Niebuhr antes de partir de los Estados Unidos— a ser parte de la
reconstrucción de la vida cristiana en Alemania luego de la guerra, si
no participo de las dificultades de este tiempo junto con mi pueblo
[...]; los cristianos en Alemania enfrentarán la terrible alternativa de
desear la derrota de la nación para que la civilización cristiana
pueda sobrevivir, o bien la victoria de su nación y, de ese modo,
destruir nuestra civilización. Sé cuál de estas alternativas debo
elegir; pero no puedo hacer esa elección sin riesgo”. Dietrich
Bonhoeffer jamás lamentó esta decisión, ni aun en prisión, donde
años después escribió: “Estoy seguro en las manos y la guía de
Dios [...]; jamás deben dudar de que estoy agradecido y alegre por ir
en dirección hacia donde soy guiado. Mi vida pasada está llena en
abundancia de la misericordia de Dios y, por encima de todo
pecado, está el amor perdonador del crucificado”.
Al estallar la guerra, sus amigos de Alemania hicieron lo posible
para evitarle la odisea de tener que servir en el ejército; por lo tanto,
continuó con la obra para la Iglesia confesional junto con alguna
actividad para el movimiento político clandestino al cual la guerra dio
lugar. Bonhoeffer, que tenía las cualidades tanto de carácter como
en su aspecto general, pronto perteneció a los pocos que tenían una
fuerte influencia espiritual en la creciente oposición en Alemania.
Bonhoeffer (junto con su hermana Christel y su esposo, Hans von
Dohnanyi) fue arrestado por la Gestapo en la casa de sus padres el
5 de abril de 1943. En prisión y en campos de concentración,
Bonhoeffer fue de enorme inspiración por su indomable coraje,
generosidad y bondad para todos los que entraban en contacto con
él. Aun inspiraba respeto a sus guardias; algunos de ellos le
tomaron tanto afecto que en forma oculta lograron sacar de la cárcel
algunos de los escritos y poemas que él hacía allí y se disculpaban
por tener que cerrar la puerta de la celda después de inspeccionar el
patio. Su propia preocupación en prisión era obtener permiso para
ministrar a los enfermos y a sus compañeros; su capacidad para
alentar a los ansiosos y deprimidos era asombrosa. Sabemos lo que
significó la palabra y asistencia religiosa para sus compañeros de
cárcel, especialmente durante sus últimas horas (incluso a Molotov,
sobrino de Kokorin, que fue encarcelado con Bonhoeffer en
Büchenwald y a quien la enseñanza de Cristo lo hizo reflexionar);
sabemos lo que significó la ayuda de Bonhoeffer en la prisión
(Tegel) durante los juicios políticos a aquellos hombres de los cuales
diez o veinte eran sentenciados a muerte por una corte militar cada
semana entre 1943 y 1944. A algunos de estos (entre ellos,
soldados británicos) acusados de sabotaje, los salvó(e incluso a su
padre y a su abogado6). de cierto tipo de muerte. Hemos escuchado
que sus compañeros de prisión estaban profundamente
impresionados por la calma y el autocontrol que mostraba
Bonhoeffer aun ante las más terribles situaciones. Por ejemplo,
durante los muy intensos bombardeos de Berlín, cuando las
explosiones eran acompañadas por los aullidos de sus compañeros
de cárcel, quienes golpeaban con sus puños contra las puertas
cerradas de sus celdas mientras pedían a los gritos que los llevaran
a búnkeres seguros. Bonhoeffer, según nos han dicho, se mantenía
como un gigante ante los hombres.
Pero este es solamente un aspecto del total. El otro es que
Bonhoeffer era un hombre, que vivía en este mundo y lo amaba. Él,
un gigante ante el hombre era tan solo un niño ante Dios. Mientras
estaba en el cuerpo, la lucha entre la carne y el espíritu, Adán y
Cristo, sucedía en su interior. Algunas veces parecía haberse
transformado en un enigma para él mismo. Un día dio expresión a
este conflicto de su alma a través de un conmovedor poema escrito
desde la celda de su prisión, titulado:
Entonces, ¿soy realmente este que otros hombres dicen que soy?
¿O soy solo lo que yo mismo conozco de mí?
Inquieto, anhelante y hastiado, como un pájaro enjaulado.
Desesperado por aire, como si unas manos apretaran mi garganta.
3
La fuerza que guiaba la vida de Bonhoeffer, la cual era el
fundamento de todo lo que hacía, trabajaba y sufría, eran su fe y
amor por Dios, en quien encontraba paz y felicidad. De su fe
provenía la amplitud de visión que le permitía separar el oro de la
escoria en la vida y diferenciar qué era y qué no era esencial en la
vida del hombre. De ahí venía la constancia de pensamiento,
persistencia de propósito, el amor por la humanidad sufriente y la
verdad, la justicia y la bondad. Pero no era suficiente para él buscar
justicia, verdad, honestidad y bondad para su propio bien y sufrir con
paciencia por ello. No: de acuerdo con Bonhoeffer, tenemos que
hacerlo en obediencia leal a aquel que es la fuente y manantial de
toda bondad, justicia y verdad, y de quien él se sentía
absolutamente dependiente.
Es el mismo llamado de Dios que también nos lleva a hacer uso
de la libertad solamente con un profundo sentido de
responsabilidad. Bonhoeffer creía en el hombre como un ser de
espíritu libre; pero esta libertad era concedida e inspirada por la
gracia divina y se la otorgaba al hombre, no para su glorificación,
sino para la conservación del ordenamiento divino de la vida
humana. Si la enseñanza cristiana no nos guía en el uso de la
libertad y Dios es negado, todas las obligaciones y
responsabilidades que son sagradas y obligatorias en un hombre,
entonces, se debilitan. Un cristiano, por lo tanto, no tiene otra opción
sino actuar, sufrir y, si tiene que ser, morir. Tal como lo expresa en
su poema “Estaciones en el camino a la libertad” compuesto en la
prisión, cuando se dio cuenta de que su muerte era algo inevitable,
en el último verso dice lo siguiente:
Ven ahora, festín más solemne en el camino a la libertad eterna, oh
muerte, y destruye esos grillos que doblegan, esos muros que
aprisionan
a esta nuestra vida trascendente, a estas almas que merodean en la
oscuridad, para que al fin veamos lo que aquí está vedado a nuestra
visión.
Por mucho tiempo te buscamos, libertad, en disciplina, acción y
padecimiento.
Ahora que morimos, frente al rostro del mismo Dios te
contemplamos.
Fue el amor fraternal por sus semejantes lo que también hizo que
Bonhoeffer creyera que no era suficiente seguir a Cristo predicando,
enseñando y escribiendo. Era fatalmente sincero cuando llamaba a
la acción cristiana y al autosacrificio. Esto explica la razón por la que
Bonhoeffer siempre actuaba espontáneamente, “escondiéndose”,
lejos de toda publicidad, y por qué consideraba el engreimiento y la
complacencia enormes pecados contra el Espíritu Santo, y la
ambición y la vanidad como el inicio del camino al infierno.
Bonhoeffer apoyaba lo que actualmente se denomina humanismo
cristiano. Porque ofreció su vida por una nueva comprensión de la
vida personal, que tiene sus raíces en la fe cristiana. Fue el que hizo
verdadera la palabra de que “Lámpara de Jehová es el espíritu del
hombre” (Proverbios 20:27) y que la revelación de Dios es a través
del hombre y solamente para el hombre. Para Bonhoeffer, el
cristianismo no era la preocupación del alma creyente, piadosa, que
se encierra en sí misma y se mantiene dentro de los límites de la
esfera sacramental6.
No. Según él, el cristianismo tiene su puesto en este mundo y la
Iglesia como el Cuerpo de Cristo y el compañerismo en Él lo único
que puede ser es una iglesia visible. El hombre debe seguir a aquel
que ha servido y atravesó este mundo como el Señor vivo, muerto y
resucitado. Por lo tanto, donde sea que le plazca a Dios poner un
hombre en este mundo, el cristiano debe estar dispuesto al martirio
y a la muerte. Esta es la manera en que el hombre aprende fe.
Como él mismo expresó: “El cristiano no es el homo religiosus,
sino simplemente un hombre de la manera en que Jesús (a
diferencia de Juan el Bautista) fue hombre [...], no el simple y banal
‘De este lado’ de los iluministas, sino el profundo ‘De este lado’ lleno
de disciplina y en él que el conocimiento de la muerte y la
resurrección está siempre presente; es esto lo que quiero decir.7
Cuando un hombre realmente deja de intentar ser algo él mismo: un
santo, un pecador convertido o un clérigo (alguien dentro del
llamado clero), un hombre justo o injusto [...]; cuando en la totalidad
de las tareas, preguntas, éxito o malos momentos, experiencias y
perplejidades, un hombre se lanza a los brazos de Dios [...];
entonces, despierta con Cristo en Getsemaní. Eso es fe, eso es
metanoia [arrepentirse, volverse] y es de esa manera que se
transforma en un hombre y un cristiano. ¿Cómo puede un hombre
expresar arrogancia si en esta vida comparte el sufrimiento de
Dios?”.8 La idea de que Dios mismo ha sufrido a través de Cristo en
este mundo y desde la enorme distancia de él ha ocupado el
pensamiento de Bonhoeffer una y otra vez. Bonhoeffer con
frecuencia sentía con mucha intensidad que Dios mismo participaba
en su sufrimiento. En el segundo verso del poema “Cristiano e
incrédulo”, compuesto por Bonhoeffer pocos meses antes de su
muerte, ese sentimiento lo expresa de la siguiente manera:
Los hombres van a Dios cuando está más dolorido:
lo hallan pobre y burlado, sin abrigo ni pan,
abrumado bajo el peso del malvado, el débil, el muerto.
Los cristianos están al lado de Dios en su hora de aflicción.
4
La vida y obra de Dietrich Bonhoeffer tiene implicaciones de largo
alcance. En primer lugar, las actividades políticas de Bonhoeffer y
sus amigos demuestran que la perspectiva que aún se sostiene de
que el complot de julio de 1944 fue simplemente “una conspiración
de un puñado de reaccionarios y oficiales desalentados” que cuando
vieron que Hitler perdía la guerra, hicieron un desastre de su
profesión, es equivocada. Hubo también en el movimiento de
oposición alemán otro grupo de fuerzas espirituales no corruptas
que se opusieron a todo lo que Hitler y el nacionalsocialismo
sostenía, basados en el cristianismo y los valores básicos de la vida:
verdad, justicia, bondad y decencia. Esta tendencia atrajo a sus
miembros desde muchos partidos políticos y grupos religiosos
diferentes. Ninguno de estos hombres sostenía las creencias de un
partido en especial, sino cierta manera de vivir, cuya destrucción fue
el propósito declarado del nacionalsocialismo. Allí estaba la “otra
Alemania” de la cual se hablaba tanto en los años treinta. Estos
hombres fueron en realidad los que sostuvieron la tradición europea
y occidental de Alemania, y fue Dietrich Bonhoeffer quien, mucho
más que cualquier otro, se dio cuenta de que nada que no fuera un
regreso a la fe cristiana era lo que podía salvar a Alemania. El
fracaso de estos hombres no solamente fue una tragedia para su
país, sino para toda Europa, y es posible que los historiadores algún
día lleguen a la conclusión de que las consecuencias de este
fracaso no pueden hacerlas parecer buenas.
La existencia de este grupo dentro del movimiento de oposición
alemán confirma que la última guerra fue, básicamente, ideológica
en su carácter y que vivimos en la actualidad en una era
fundamentalmente ideológica. Es la única manera como podemos
comprender en forma total los motivos de la acción de Dietrich
Bonhoeffer. Sin duda, él fue un gran patriota y amó tanto a su país
que prefirió la muerte a estar a salvo. Pero fue también un analista
político sumamente astuto como para no ver que Alemania quedaría
envuelta en la catástrofe que se avecinaba. Las diabólicas fuerzas
fanáticas dentro del nacionalsocialismo no daban alternativa. Se
alineaban para destruir a Alemania como país europeo y cristiano.
Por medio de la acción política planificada, él esperaba evitar este
trágico desastre. Tal como sabía decir: “No solamente es mi tarea
ocuparme de las víctimas de los locos que manejan un automóvil en
una calle repleta de gente, sino hacer todo lo que esté a mi alcance
para impedirles, ante todo, que puedan manejar”.
Fundamentalmente, fue la lealtad que le debía a su Dios y
maestro lo que le dio fuerzas para la terrible decisión, no solo de
oponerse al nacionalsocialismo (algo que hicieron todos los
movimientos clandestinos en los países ocupados por los
alemanes), sino también, y esta es la distinción respecto de todos
los movimientos clandestinos que apelaban en contra del
nacionalismo, para obrar por la derrota de su propio país, ya que
únicamente así podría Alemania, como país cristiano y europeo,
salvarse de su extinción. Por esta misma razón, Bonhoeffer y sus
amigos fueron torturados, ahorcados y asesinados. Fueron
Bonhoeffer y sus amigos quienes probaron por medio de su
resistencia hasta la muerte que aun en la era de los Estados-nación
existen lealtades que trascienden las del Estado y de la nación.
Probaron que incluso en esta era el nacionalismo se encuentra bajo
el gobierno de Dios y que es pecado contra Él y contra su llamado a
tener compañerismo con otras naciones, si se degenera en un ego
nacional y en ambición. Este mensaje, que implica una virtual
sentencia de muerte para el concepto materialista, que todavía
predomina, del nacionalismo, es parte de la herencia espiritual del
martirio de Dietrich Bonhoeffer y sus amigos.
Solamente desde este punto de vista se puede probar que Hitler y
su banda no solo fueron los destructores de Europa sino también
traidores de su propio país; y, más aún, que los hombres pueden
perder su patria si es representada por un régimen anticristiano.
Es verdad que no se puede decir que la guerra que en realidad
llevaron adelante los países occidentales se hizo según estas líneas
ideológicas. Sabemos que en las últimas etapas de la guerra,
cuando la lamentable política de “rendición incondicional” de
Casablanca fue aceptada por los países occidentales, la guerra
gradualmente había perdido su carácter ideológico y adquirido cada
vez más una actitud nacionalista. Esto se debió al hecho de que
Occidente y sus líderes políticos no estaban, básicamente,
confrontados con el trágico conflicto de lealtades a las cuales los
cristianos de Alemania estaban expuestos. Por supuesto, estaban
entre los cristianos sobresalientes y no cristianos que sentían que
este conflicto pesaba fuertemente en sus conciencias y
pensamiento, y valientemente se negaron durante la guerra a
postrarse ante la opinión pública.10 Estos hombres elevaron sus
reclamos de una lealtad mayor que la nacional y desafiaron a los
políticos y clérigos por igual. Pero no experimentaron el peso total
de este tema fatal en juego. Solamente aquellos que pagaron con
sus vidas por el trágico conflicto de lealtades pueden afirmar ser
mártires de una nueva era.
5
En segundo lugar, las implicaciones religiosas conciernen
especialmente a la Iglesia Protestante de Alemania, pero también
afectan a la Iglesia en su totalidad.
En los comienzos de su carrera, Bonhoeffer aceptó la perspectiva
luterana tradicional de que existía una clara distinción entre política
y religión. Gradualmente, sin embargo, revisó su opinión, no porque
fuera político o se negara a dar al César lo que es debido, sino
porque llegó a reconocer que la autoridad política en Alemania
había llegado a ser enteramente corrupta e inmoral, y que una fe
falsa es capaz de cosas terribles y monstruosas. Para Bonhoeffer,
Hitler era el Anticristo, el archidestructor del mundo y sus valores
básicos; el Anticristo que disfruta de la destrucción, esclavitud,
muerte y extinción en sí mismas, el Anticristo que quiere hacer
pasar lo negativo como positivo y creativo.
Bonhoeffer estaba firme y directamente convencido de que no es
solamente un derecho cristiano sino una obligación hacia Dios
oponerse a la tiranía, es decir, a un gobierno que ya no está más
basado en la ley natural y la ley de Dios. Para Bonhoeffer esto
surgía del hecho de que la Iglesia como una fuerza viva en este
mundo depende enteramente de su this-sidedness [el “de este lado”,
es decir, de ella misma]. Por supuesto, Bonhoeffer entendía este
término no con el sentido de la moderna teología liberal, ni según el
credo del nacionalsocialismo. Ambos, la moderna teología liberal y
el totalitarismo secular, tienen bastante en común en que el mensaje
de La Biblia tiene que ser adaptado, más o menos, a los
requerimientos de un mundo secular. No es de extrañar, por lo tanto,
que el proceso para denigrar al cristianismo, como fue inaugurado
por la teología liberal, llevara a la larga, a una completa perversión y
falsificación de la esencia de la enseñanza cristiana por el
nacionalsocialismo. Bonhoeffer estaba firmemente convencido de
que “este lado” debe estar completamente relacionado y permeado
por el amor cristiano y que el cristiano debe estar preparado, si fuera
necesario, a ofrecer su vida por esto. De este modo, todo tipo de
totalitarismo secular que fuerza al hombre a dejar de lado sus
obligaciones religiosas y morales para con Dios y subordinarse a las
leyes de la justicia y moralidad del Estado es incompatible con su
concepción de vida.
Esto explica por qué Bonhoeffer no tomó la línea pacifista, aunque
su manera noble de pensar aristocrática y su atractiva amabilidad lo
hacían, en el fondo de su corazón, un pacifista. Pero para evitar
tomar ningún partido en el intento de vencer al régimen
nacionalsocialista, estaba en un conflicto muy profundo con su
perspectiva de que los principios cristianos deben de alguna manera
traducirse a la vida humana y que es en la esfera de lo material, en
el Estado y la sociedad donde el amor responsable tiene que
manifestarse.
Una vez más, era típico en Bonhoeffer no comprometer a la
Iglesia por sus acciones. La responsabilidad era suya y no de la
Iglesia, y por lo tanto no podía decirse que representara por medio
de su acción a la Iglesia Confesional como un todo. Es cierto: la
Declaración de Barmen había comprometido a la Iglesia a actuar en
lo político tanto como en la esfera religiosa, y Bonhoeffer no dejó
dudas de que decidir a favor o en contra de Barmen era decidir a
favor o en contra de la Iglesia confesional en la Alemania nazi. Tal
como dijo una vez: “Aquel que se separa por sí solo de la Iglesia
confesional se aparta a sí mismo de la gracia de Dios”. Pero había
solamente unos pocos miembros que tomaban el mensaje de
Barmen tan seriamente como para estar listos a actuar con valentía
ante las consecuencias prácticas de sus conclusiones. Por lo tanto,
no puede sorprendernos que Bonhoeffer estuviera cada vez más
apenado respecto al curso que tomó la Iglesia confesional en los
últimos años del régimen nacionalsocialista. Sentía que la Iglesia
Confesional estaba más preocupada por su propia existencia y el
derecho heredado que por la predicación contra la guerra y el
destino de los perseguidos y oprimidos. De esta manera, fue
Bonhoeffer quien aportó la lección completa de la Conferencia de
Oxford a la Iglesia Luterana en Alemania, es decir, que la vida de la
Iglesia debe estar ligada con la vida de la gente. Este es el profundo
significado del martirio y muerte de Bonhoeffer por la Iglesia
Protestante de Alemania. El futuro de esta depende de la correcta
comprensión de ambos.
6
Aquellos que asistieron al servicio en Holy Trinity, Londres, por
invitación del fallecido obispo de Chichester, el 27 de julio de 194511,
sintieron que el 9 de abril de 1945, cuando Dietrich Bonhoeffer
encontró la muerte a manos de la Guardia Negra de las SS., algo
había ocurrido en Alemania que no se podía medir con los
estándares humanos. Sintieron que Dios mismo había intervenido
en la más terrible lucha de la que el mundo había sido testigo hasta
ese momento, al sacrificar a uno de sus más fieles y valientes hijos
para expiar los delitos de un régimen diabólico y revivir el espíritu en
el cual la civilización de Europa tiene que ser reconstruida.
Indudablemente, el autosacrificio es la más alta realización del ser
humano, y si el valor del hombre con su existencia corporal depende
de la medida del sacrificio al que está llamado a ejercer en nombre
del amor responsable, en el ambiente material en el cual ha sido
puesto, entonces, la vida y muerte de Bonhoeffer pertenecen a los
anales del martirio cristiano, o, como ha dicho Niebuhr, “al moderno
Hechos de los Apóstoles”. Su buena batalla ha sido un símbolo
viviente de que lo espiritual tiene primacía sobre lo material. Su
historia se ha transformado en la historia de la victoria del espíritu de
una amorosa y verdadera persona humana sobre el mal; un mal que
no fue capaz de quebrar la última fortaleza de libertad espiritual
responsable. “La vida del espíritu no es la que evita la muerte y se
mantiene fuera de la destrucción; más bien soporta la muerte y en la
muerte se sostiene. Solamente alcanza su verdad en medio de la
más completa destrucción”.
Con frecuencia se ha dicho que aquellos entre los muchos que no
son directamente culpables de los delitos del anterior régimen en
Alemania deben ser castigados por su actitud pasiva hacia él. En
una dictadura moderna, sin embargo, con su presencia oculta en
todas partes y su completa batería de instrumentos de opresión, una
revolución significa cierta forma de muerte para todos los que la
respalden. Reprochar en una moderna tiranía a un pueblo como un
todo, por no sublevarse, es como si uno le reprochara a un
prisionero por fracasar en huir de una prisión fuertemente protegida.
La mayoría de los pueblos de todas las naciones por igual no están
formados por héroes. Lo que Dietrich Bonhoeffer y otros hicieron no
se puede esperar de muchos. El futuro de la sociedad moderna
depende mucho más del tranquilo heroísmo de unos pocos que
sean inspirados por Dios. Estos pocos disfrutan grandemente de la
inspiración divina y estarán preparados para permanecer en nombre
de la dignidad del hombre y de la verdadera libertad y para cumplir
la ley de Dios, aun cuando esto signifique martirio o muerte. Estos
pocos cumplen la ley porque “no miran las cosas que se ven, sino
las que no se ven: porque las cosas que se ven son temporales,
pero las invisibles son eternas”.
Bonhoeffer con frecuencia se preguntaba acerca del profundo
significado de su vida, que a él le parecía tan desconectado y
confuso. Unos pocos meses antes de su muerte, cuando los
acontecimientos que se aproximaban ya extendían su sombra,
escribió en la prisión: “Todo depende de que el fragmento de nuestra
vida revele el plan y material del todo. Existen fragmentos que
solamente son buenos para descartar y otros que son importantes
para los siglos por venir, porque su cumplimiento únicamente puede
ser obra divina. Estos son los fragmentos de necesidad. Si nuestra
vida, aun remotamente, refleja un fragmento así… no tendremos
que lamentar nuestra vida fragmentaria, sino, por el contrario,
regocijarnos en ella”.
Sin duda, tenemos que regocijarnos en la misericordia de Dios.
No hemos encontrado la tumba de Dietrich Bonhoeffer, pero la
memoria de su vida será cuidadosamente protegida, no solamente
en los corazones de aquellos que están indisolublemente unidos a
él, sino también en el corazón de la Iglesia que entrega su alma una
y otra vez de parte de aquellos que “lo siguen”.
Más allá de esto, sabemos que ha llegado el tiempo en que
debemos darnos cuenta de que le debemos a la inspiración de la
vida y muerte de Dietrich Bonhoeffer y la de los que murieron junto
con él, que la civilización occidental pudiera salvarse. Porque no
solamente en sus estándares materiales, sino también en su
vitalidad espiritual, la civilización occidental ha continuado cayendo
permanentemente y con cada vez más velocidad hacia las ruinas y
la desolación. El buen mensaje de la vida y muerte de Dietrich
Bonhoeffer es que la civilización occidental no debe morir. Renacerá
a una renovada juventud. Ya ha recapturado fe y vitalidad. Lo que
fue dicho de Moisés cuando iba a morir: “Y el Señor le mostró toda
la tierra” (Deuteronomio 34:1), se aplica a Bonhoeffer y a aquellos
que dieron sus vidas por la nueva humanidad, la que se levantará
por medio de sus martirios.
De esta manera, la vida y muerte de Bonhoeffer nos ha dado gran
esperanza para el futuro. Él ha establecido un modelo para un
nuevo tipo de verdadero liderazgo inspirado por el evangelio,
dispuesto a diario al martirio y la muerte, e impregnado de un nuevo
espíritu de humanismo cristiano y sentido creativo del deber cívico.
La victoria que él ha ganado fue una victoria para todos nosotros;
una conquista que no deberá destruirse jamás, hecha de amor, luz y
libertad.
Para más detalles sobre C. von Hase, cf. Encyclopaedia Britannica, vol. 11, p.241. Von
Hase transformó Jena en un lugar de atracción para la teología y los eruditos de todo el
mundo.
Niebuhr en Union Seminary Quarterly Review [Revista Quincenal del Seminario Unión], vol
1, no.3, marzo 1946, p.3.
Sanctorum Communio; eine Dogmatische Untersuchung zur Soziologtie der Kirche, 1930;
Akt und Sin, 1931; Schöpfung und Fall, 1933 (trad. al inglés: Creation and Fall [Creación y
caída, 1959]; Nachfolge, 1937 (trad. al inglés: The Cost of Discipleship [El costo del
discipulado], 1948; Versuchung, 1937 (trad. al inglés. Temptation [Tentación], 1955);
Gemeinsames Leben, 1939 (trad. al inglés. [La vida juntos], 1954); Ethik, 1943 (trad. al
inglés: Ethics, 1955).
Niebuhr, op. cit., p. 3, Cf. también de Niebuhr, “La muerte de un mártir”, en Christianity and
Crisis [Cristianismo y crisis], 25 de junio de 1945.
Sobre el término “This-sidedness” ver Schönherr, “Die Zeichen der Zeit”, Evangelische
Monatsschrift, 1947, pp. 307-12.
El texto completo en alemán se puede encontrar en Das Zerugnis eines Boten,ed., por
Visser’t Hooft, Ginebra,1945, pp. 46-47.
El obispo de Chichester nos cuenta sobre sus conversaciones en Suecia con Bonhoeffer en
un artículo publicado en Contemporary Review [Revista Contemporánea], 1945, no. 958,
pp. 203 ss.
Cf., por ejemplo, los discursos que dio el fallecido obispo de Chichester en la Cámara de
los Lores durante la guerra, sus ensayos y conferencias que ahora están en su libro The
Church and Humanity [Iglesia y humanidad] 1939-1946 (1947).
Cf. Bonhoeffer, Gedenkheft, Berlín, 1947. Otro servicio de recordación se realizó en Berlín,
el 9 de abril de 1946; cf. op. cit., pp.18-36.
Introducción
El llamado al discipulado
Obediencia determinada
El discipulado y la cruz
Discipulado y el individuo
Jesús les habla aquí a los hombres que se han vuelto individuos
por causa de su nombre, que han dejado todo ante su llamado y
pueden decir de sí mismos: “He aquí, hemos dejado todo y te
hemos seguido”. Reciben la promesa de un nuevo compañerismo.
De acuerdo con la palabra de Jesús, recibirán en este tiempo cien
veces más de lo que han dejado. Jesús se refiere a su Iglesia, que
se encuentra a sí misma en Él. Aquel que deja a su padre por causa
de Jesús, con toda seguridad encuentra padre y madre, hermanos y
hermanas nuevamente, y aun tierras y casas. A pesar de que todos
entramos solos en el discipulado, no permanecemos así. Si creemos
en su palabra y nos animamos a transformarnos en individuos,
nuestra recompensa es el compañerismo de la Iglesia. Aquí la
hermandad es visible para compensar cien veces todo lo que hemos
perdido. ¿Cien veces? Sí; porque ahora tenemos todo a través del
Mediador, pero con esta condición, “con persecuciones”. Cien veces
con persecuciones, tal es la gracia que se le garantiza a la Iglesia
que sigue a su Señor bajo la cruz. Tal es también la promesa que se
les ofrece a los seguidores de Cristo, que serán miembros de la
comunidad de la cruz, el Pueblo del Mediador, el Pueblo bajo la
cruz. “Iban, por el camino subiendo a Jerusalén; y Jesús iba delante,
y ellos se asombraron, y le seguían con miedo. Entonces volviendo
a tomar a los doce aparte, les comenzó a decir las cosas que le
habían de acontecer” (Marcos 10:32).
Como para que se dieran cuenta de lo serio que era su llamado;
para demostrarles lo imposible que era seguirlo con sus propias
fuerzas y enfatizar que adherir a Él significa persecuciones, Jesús
se adelanta hacia Jerusalén y hacia la cruz, y ellos están llenos de
temor y asombro ante el camino que Él los llama a seguir.
II. EL SERMÓN DEL MONTE
6
Las bienaventuranzas
MATEO 5:1-12
El emperador Julián escribió burlonamente en una carta (No. 43) que él solamente
confiscaba la propiedad de los cristianos para que pudieran ser lo suficientemente pobres
como para entrar en el reino de los cielos.
La comunidad visible
La justicia de Cristo
El hermano
Mujer
Veracidad
“Además habéis oído que fue dicho a los antiguos: No perjurarás, sino
cumplirás al Señor tus juramentos. Pero yo os digo: No juréis en
ninguna manera; ni por el cielo, porque es el trono de Dios; ni por la
tierra, porque es el estrado de sus pies; ni por Jerusalén, porque es la
ciudad del gran Rey. Ni por tu cabeza jurarás, porque no puedes hacer
blanco o negro un solo cabello. Pero sea vuestro hablar: Sí, Sí; no, no;
porque lo que es más de esto, de mal procede”.
—Mateo 5:33-37
Venganza
“Oisteis que fue dicho ojo por ojo y diente por diente. Pero yo os digo:
No resistáis al que es malo; antes a cualquiera que te hiera en la
mejilla derecha, vuélvele también la otra; y al que quiera ponerte a
pleito y quitarte la túnica, déjale también la capa; y a cualquiera que te
obligue a llevar carga por una milla, ve con él dos. Al que te pida, dale;
y al que quiera tomar de ti prestado, no se lo rehúses”.
—Mateo 5:38-42
J esús ubica este dicho: “ojo por ojo y diente por diente” junto con
los mandamientos que ya citó del Antiguo Testamento, como,
por ejemplo, el sexto mandamiento respecto a no matar. Reconoce
esta expresión, igual que el sexto mandamiento, como verdadera
palabra de Dios. Esta ley, como todas las demás, no debe ser
abrogada, sino cumplida hasta la última jota. Jesús no permitirá la
práctica moderna de poner el Decálogo a un nivel más alto que el
resto de la ley del Antiguo Testamento. Para Él, la ley del Antiguo
Testamento es una unidad y les insiste a sus discípulos en que debe
ser cumplida.
Los seguidores de Jesús en nombre de Él renuncian a todo
derecho personal. Él los llamaba bienaventurados porque son
mansos. Si luego de entregar todo lo demás en nombre de Él aún
desean aferrarse a sus propios derechos, es porque han dejado de
seguirlo. Este pasaje, por lo tanto, es simplemente un desarrollo
elaborado sobre las bienaventuranzas.
En el Antiguo Testamento, los derechos personales están
protegidos por un sistema de retribución divinamente establecido.
Toda maldad deber ser retribuida. El propósito de la retribución es
establecer una comunidad correcta, condenar y vencer la maldad y
erradicarla de la identidad del Pueblo de Dios. Ese es el propósito
de la ley que se mantiene por medio de la retribución.
Jesús toma esta declaración de la voluntad divina y afirma el
poder de retribución para condenar y vencer el mal, y asegurar el
compañerismo de los discípulos como el verdadero Israel. Al
ejercitar el tipo correcto de retribución, el mal se vence y, por lo
tanto, el verdadero discípulo demostrará que lo es.
La manera correcta de retribuir la maldad, de acuerdo a Jesús, es
no resistirla.
Este dicho de Cristo saca a la Iglesia de la esfera de la política y
la ley. La Iglesia no será una comunidad como el Israel antiguo, sino
una comunidad de creyentes sin ataduras políticas ni nacionales. El
Israel antiguo ha sido tanto el pueblo elegido de Dios como la
comunidad nacional y era, por lo tanto, su voluntad la que
enfrentaba la fuerza con la fuerza. Pero la Iglesia es diferente: ha
abandonado su estatus político y nacional y, por lo tanto, debe
soportar pacientemente la agresión. De otra manera, el mal se irá
amontonando sobre el mal. Solamente de esta manera puede
establecerse y mantenerse una fraternidad.
En este punto, se hace evidente que cuando un cristiano se
encuentra con la injusticia, ya no se aferra más a sus derechos y los
defiende a cualquier costo. Está absolutamente libre de las
posesiones y atado a Cristo únicamente. Además, su testimonio a
esta exclusiva adhesión a Jesús crea la única base factible para la
fraternidad y deja que el agresor decida por sí mismo.
La única manera de vencer el mal es dejarlo correr hasta que se
detenga porque no encuentra la resistencia que busca.
La resistencia simplemente crea más mal y agrega combustible a
las llamas. Pero, cuando el mal no encuentra oposición ni obstáculo,
sino únicamente resistencia paciente, se le quita el aguijón y
finalmente encuentra a un oponente que lo supera. Por supuesto,
esto solamente puede suceder cuando hasta el último gramo de
resistencia se abandona y la renuncia a la venganza es completa. El
mal no puede encontrar su blanco, no puede alimentarse y producir
más mal, y queda estéril.
Al resistir voluntariamente, hacemos que el sufrimiento pase. El
mal se transforma en una fuerza vacía cuando no le presentamos
resistencia. Al negarse a responder al enemigo con su propia
moneda y preferir sufrir sin resistencia, el cristiano exhibe lo
pecaminoso del desprecio y el insulto. La violencia queda
condenada a su propio fracaso para producir contraviolencia.
Cuando un hombre injustamente demanda que yo deba entregarle
mi túnica, yo le ofrezco mi capa también y así respondo en forma
opuesta a su demanda; cuando exige que vaya con él “otra milla”,
voy dispuesto y dejo demostrada su explotación de mi servicio como
tal. Dejar todo detrás cuando Cristo llama es estar contento solo con
Él y seguirlo únicamente a Él. Al renunciar voluntariamente a su
autodefensa, el cristiano afirma su absoluta adhesión a Jesús y la
libertad de la tiranía de su propio ego. La exclusividad de esta
adhesión es el único poder que puede vencer al mal.
Estamos interesados no en el mal en lo abstracto, sino en la
persona del mal. Jesús sin rodeos llama al mal persona del mal. Si
me atacan, no debo aprobar ni justificar la agresión. El soportar
pacientemente el mal no significa reconocerle derechos. Eso es
mero sentimentalismo y Jesús no tiene nada que ver con eso. El
vergonzoso ataque, el hecho de violencia y el acto de explotación
todavía siguen siendo malvados. El discípulo debe darse cuenta de
esto y dar testimonio como Jesús lo hizo, simplemente porque esta
es la única manera en que se puede enfrentar y vencer el mal. El
mismo hecho de que el mal que lo asalta es injustificado hace
imperioso que no lo resista, sino que lo atraviese y lo venza
soportando con paciencia a la persona malvada. El sufrimiento que
se soporta voluntariamente es más fuerte que el mal; da muerte al
mal.
No existe sobre la Tierra un hecho tan enojoso como tener que
justificar una actitud diferente. Cuanto peor sea el mal, más
dispuesto debe estar el cristiano a sufrir; debe dejar que la persona
malvada caiga en las manos de Jesús.
Los reformadores ofrecieron una nueva interpretación decisiva de
este pasaje y contribuyeron con una nueva idea de monumental
importancia. Distinguieron entre los sufrimientos personales y
aquellos en los que incurrían los cristianos en el cumplimiento del
deber como portadores de un oficio ordenado por Dios, al sostener
que el precepto de la no violencia se aplica a lo primero pero no a lo
segundo. En el segundo caso, no solamente quedamos libres de
nuestra obligación de evitar la violencia, sino que, si deseamos
actuar con un genuino espíritu de amor, debemos hacer
exactamente lo opuesto y enfrentar fuerza con fuerza a fin de dejar
demostrado el ataque del mal. Fue en esta línea que los
reformadores justificaron la guerra y otras sanciones legales contra
el mal. Pero esta distinción entre persona y oficio es completamente
ajena a la enseñanza de Jesús. Él no dice nada sobre eso. Trata a
sus discípulos como hombres que lo han dejado todo para seguirlo y
el precepto de la no violencia se aplica igualmente a la vida privada
como al deber oficial. Él es el Señor de toda la vida y demanda una
lealtad indivisible. Es más: cuando se trata de práctica, esta
distinción crea dificultades imposibles de resolver. ¿Lo que hago es
solamente como persona privada o únicamente a título oficial? Si
me atacan, ¿no soy al mismo tiempo el padre de mis hijos, el pastor
de mi rebaño y, por ejemplo, funcionario del gobierno?
¿No debo, justamente por esa misma razón, defenderme contra
todo ataque, a causa de la responsabilidad de mi oficio? ¿Y no soy
siempre también un individuo, que está cara a cara con Jesús, aun
en el desempeño de mis deberes oficiales? ¿No estoy, por lo tanto,
obligado a resistir todo ataque simplemente debido a mi
responsabilidad por mi oficio? ¿Es correcto olvidar que el seguidor
de Jesús está siempre completamente solo, siempre como
individuo, que únicamente como último recurso puede decidir actuar
por sí mismo? ¿No actuamos más responsablemente en nombre de
aquellos que han sido confiados a nuestro cuidado si actuamos en
esta soledad?
¿Cómo puede, entonces, el precepto de Jesús justificarse a la luz
de la experiencia? Es obvio que la debilidad y la indefensión
solamente invitan a la agresión. ¿No es, acaso, la demanda de
Jesús nada más que un ideal impracticable? ¿Se niega a enfrentar
las realidades o, dicho de otra manera, al pecado del mundo? Debe
haber, por supuesto, un lugar legítimo para un ideal así en la vida
interna de la comunidad cristiana, pero en el mundo exterior un ideal
así aparenta llevar puestas las anteojeras del perfeccionismo y no
tener en cuenta el pecado. Al vivir, como nosotros, en un mundo de
pecado y maldad, no debe haber otra cosa más impracticable que
esa.
Jesús, sin embargo, nos dice que es justamente porque vivimos
en el mundo, y sencillamente porque el mundo es malvado, que el
precepto de no resistencia debe ser puesto en práctica.
Indudablemente, ¡no deseamos acusar a Jesús de ignorar la
realidad y el poder del mal! Por ese motivo, la totalidad de su vida
fue un largo conflicto con el diablo. Él llama mal al mal y esa es la
precisa razón por la que Él habla a sus seguidores de esta manera.
¿Cómo es eso posible?
Si tomáramos el precepto de no resistencia como un proyecto
ético de aplicación general, en ese caso estaríamos permitiendo
sueños idealistas; soñaríamos una utopía con leyes que el mundo
jamás obedecería. Hacer de la no resistencia un principio para la
vida secular es negar a Dios, al debilitar su ordenanza llena de
gracia para la preservación del mundo. Pero Jesús no es un
diseñador de proyectos políticos; Él es aquel que derrotó al mal a
través del sufrimiento. Aparentemente, el mal había triunfado en la
cruz, pero la victoria real pertenecía a Jesús. Y la cruz es la única
justificación para el precepto de la no violencia, porque ella sola
puede encender una fe en la victoria sobre el mal, que permitirá a
los hombres obedecer ese precepto. Y únicamente una obediencia
así es bendecida con la promesa de que seremos participantes de la
victoria de Cristo así como de sus sufrimientos.
La pasión de Cristo es la victoria del amor divino sobre los
poderes del mal y, por lo tanto, es la única base para la obediencia
cristiana. Una vez más, Jesús llama a aquellos que lo siguen a
tomar parte en su pasión. ¿Cómo podemos convencer al mundo por
medio de nuestra predicación de la pasión si nos alejamos de esa
pasión en nuestras propias vidas? En la cruz, Jesús cumplió la ley
que él mismo estableció y, de esta manera, mantuvo con gracia a
sus discípulos en el compañerismo de su sufrimiento. La cruz es el
único poder del mundo que demuestra que el amor que sufre puede
vengar y derrotar al mal. Pero fue justamente esta participación en
la cruz la que se les garantizó a los discípulos cuando Jesús los
llamó. Son llamados bienaventurados porque participan en forma
visible de su cruz.
13
El enemigo, el “Extraordinario”
La rectitud secreta
Lo secreto en la oración
—Gerhard Tersteegen
Discípulos e incrédulos
“No juzguéis, para que no seáis juzgados. Porque con el juicio con
que juzgáis, seréis juzgados, y con la medida con que medís, os será
medido. ¿Y por qué miras la paja que está en el ojo de tu hermano, y
no echas de ver la viga que está en tu propio ojo? ¿O cómo dirás a tu
hermano: Déjame sacar la paja de tu ojo, y he aquí la viga en el ojo
tuyo? ¡Hipócrita! Saca primero la viga de tu propio ojo y entonces
verás bien para sacar la paja del ojo de tu hermano. No deis lo santo a
los perros, ni echéis vuestras perlas delante de los cerdos, no sea que
las pisoteen, y se vuelvan y os despedacen. Pedid, y se os dará;
buscad, y hallaréis; llamad, y se os abrirá. Porque todo aquel que
pide, recibe; y el que busca, halla; y al que llama, se le abrirá. ¿Qué
hombre hay de vosotros, que si su hijo le pide pan, le dará una
piedra? ¿O si le pide un pescado, le dará una serpiente? Pues, si
vosotros, siendo malos, sabéis dar buenas dádivas a vuestros hijos
¿cuánto más vuestro Padre que está en los cielos dará buenas cosas
a los que le pidan? Así que, todas las cosas que queráis que los
hombres hagan con vosotros, así también haced vosotros con ellos;
porque esta es la ley y los profetas”.
—Mateo 7:1-12
La gran división
La conclusión
La cosecha
Los apóstoles
“Entonces llamando a sus doce discípulos, les dio autoridad sobre los
espíritus inmundos, para que los echasen fuera, y para sanar toda
enfermedad y toda dolencia. Los nombres de los doce apóstoles son
estos: primero Simón, llamado Pedro y Andrés su hermano; Jacobo
hijo de Zebedeo, y Juan su hermano: Felipe, Bartolomé, Tomás,
Mateo el publicano, Jacobo hijo de Alfeo, Lebeo, por sobrenombre
Tadeo. Simón el cananista, y Judas Iscariote, el que también le
entregó”.
—Mateo 10:1-4
La obra
La decisión
“Así que, no los temáis; porque nada hay encubierto, que no haya de
ser manifestado; ni oculto, que no haya de saberse. Lo que os digo en
tinieblas, decidlo en la luz; y lo que oís al oído, proclamadlo desde las
azoteas. Y no temáis a los que matan el cuerpo, mas el alma no
pueden matar; temed más bien a aquel que puede destruir el alma y el
cuerpo en el infierno. ¿No se venden dos pajarillos por un cuarto? Con
todo, ni uno de ellos cae a tierra sin vuestro Padre. Pues aun vuestros
cabellos están todos contados. Así que, no temáis; más valéis
vosotros que muchos pajarillos. A cualquier, pues, que me confiese
delante de los hombres, yo también le confesaré delante de mi Padre
que está en los cielos. Y a cualquiera que me niegue delante de los
hombres, yo también le negaré delante de mi Padre que está en los
cielos. No penséis que he venido para traer paz a la tierra; no he
venido para traer paz, sino espada. Porque he venido para poner en
disensión al hombre contra su padre, a la hija contra su madre, y a la
nuera contra su suegra; y los enemigos del hombre serán los de su
casa. El que ama a padre o madre más que a mí, no es digno de mí;
el que ama a hijo o hija más que a mí, no es digno de mí; y el que no
toma su cruz y sigue en pos de mí, no es digno de mí. El que halla su
vida, la perderá; y el que pierde su vida por causa de mí, la hallará”.
—Mateo 10: 26-39
El fruto
Preguntas preliminares
El bautismo
Aun Jesús mismo se refirió a su muerte como un bautismo y prometió que sus discípulos
iban a participar de ese bautismo de muerte (Marcos 10:39; Lucas 12:50).
Schlatter también toma 1 Corintios 15:29 como una referencia al bautismo del martirio.
En contraste con el bautismo de Juan, que debe ser renovado a través del bautismo en
Cristo (Hechos 19:5).
Podríamos, tal vez, agregar a los pasajes citados como evidencia de la práctica del
bautismo infantil en tiempos del Nuevo Testamento, 1 Juan 2:12 y ss. El uso de las tres
formas de mención: niños, padres y jóvenes, parecería justificar que tomemos τεκνíα, en el
versículo 12, no como un término en general para la comunidad cristiana, sino como una
referencia a “niños” en el sentido literal de la palabra.
29
El Cuerpo de Cristo
La comunidad visible
Los santos
Más allá de todo ejercicio de disciplina hecho por la congregación, esta en sí misma aún
tiene un ministerio de caridad; aun después de entregar a los más obstinados pecadores a
Satanás, el Nuevo Testamento reconoce como el castigo más temible de todos la
maldición, el anatema. Este castigo ya no tiene como propósito salvar al pecador, sino que
anticipa el juicio divino. El anatema se corresponde con el cherem [exclusión] del Antiguo
Testamento, que significaba exclusión final de la comunidad de Israel y la subsiguiente
ejecución. Este procedimiento tiene un doble significado. Primeramente, una absolución
posterior al pecador quedaba fuera de discusión y, de esa manera, es entregado
completamente a las manos de Dios. Pero, en segundo lugar, esto significa que el pecador
es al mismo tiempo maldecido y santo, y, por lo tanto, la comunidad ya no tiene más poder
para intentar salvarlo. Que el anatema significa la pérdida de toda esperanza de salvación
queda probado por Romanos 9:3, y que tiene una referencia escatológica queda
justamente claro en Corintios 16:22. Gálatas 1:8 y s. muestra que el anatema toma a
aquellos que deliberadamente pervierten el evangelio. No es un mero accidente que el
único pasaje donde se pronuncia anatema contra personas específicas esté relacionado
con maestros de herejías. Doctrina est coelum, vita terra (Lutero). La diferencia entre la
disciplina doctrinal y la eclesiástica es que la última es consecuencia de la doctrina
correcta, es decir, el correcto uso de las llaves, y la primera está dirigida contra el uso
equivocado de la doctrina. La falsa doctrina corrompe la vida de la Iglesia en su origen, y
esa es la razón por la que el pecado doctrinal es más serio que el moral. Aquellos que le
roban a la Iglesia el evangelio merecen la máxima pena, mientras que aquellos que fallan
en moralidad tienen el evangelio allí para ayudarles. En la primera instancia, la disciplina
doctrinal se aplica a aquellos que tienen un ministerio de enseñanza en la Iglesia. Se
reconoce siempre que únicamente serán admitidos en el ministerio los que son didactikoi,
capacitados para enseñar (1 Timoteo 3:2; 2 Timoteo 2:24; Tito 1:9), “que sean idóneos para
enseñar” (2 Timoteo 5:22). La disciplina doctrinal, de esta manera, comienza antes de la
ordenación en sí. Es un asunto de vida y muerte para la Iglesia ejercer el máximo cuidado
respecto a las ordenaciones. Pero esto es únicamente el principio. Cuando el candidato ha
sido aprobado y admitido a su ministerio, debe, igual que Timoteo, ser exhortado en forma
incesante a mantener la verdadera doctrina de la salvación. Junto con esto, la lectura de
Las Escritura se enfatiza de manera especial. El peligro de error es demasiado grave (2
Timoteo 3:10, 14; 4:2; 2:15; 1 Timoteo 4:13, 16; Tito 1:9; 3:8). Luego el ministro ha de ser
exhortado a vivir una vida ejemplar “Cuida de ti mismo y de la doctrina”. Indudablemente,
no es una reflexión sobre el carácter de Timoteo el que sea exhortado a observar pureza,
humildad, imparcialidad y diligencia. Por lo tanto, la disciplina del ministerio viene antes que
la disciplina común de la iglesia. Es responsabilidad de ministerio diseminar la verdadera
doctrina en su congregación y resistir todo intento de pervertirla. Si la herejía flagrante
consiguiera entrar, el ministerio debe ordenar a los que están implicados a “no enseñar una
doctrina diferente” (1 Timoteo 1:3), porque el ministerio de enseñanzas es suyo y suya la
autoridad. Nuevamente, es su deber advertir a su rebaño que evite contiendas sobre
palabras (2 Timoteo 2:14). Si queda expuesto un maestro que enseña herejía, ha de
“recibir una primera y segunda advertencia”. Si no escucha, ha de ser tratado como hereje
y recibirá la excomunión (Tito 3:10; 1 Timoteo 6:4 y s.); porque un hombre así lleva a la
Iglesia por mal camino (2 Timoteo 3:6 y s.). “Quien no permanece en la enseñanza de
Cristo no tiene a Dios”. Aun la hospitalidad y el saludo cristiano se les debe negar (2 Juan
1:10). La falsa doctrina es la venida del Anticristo, un término que no se aplica a aquellos
cuyos pecados son morales, sino que se reserva para los maestros de herejías como el
anatema de Gálatas 1:9. Pero ambas formas de disciplina son esenciales en forma mutua.
Por lo tanto, san Pablo reprende a los corintios por ser tan arrogantes que producen
divisiones y no ejercen disciplina en la Iglesia. Es imposible separar la doctrina y la
moralidad en la Iglesia cristiana.
La imagen de Cristo
“Porque a los que antes conoció, también los predestinó para que
fuesen hechos conformes a la imagen de su Hijo, para que él sea el
primogénito entre muchos hermanos”.
—Romanos 8:29