Está en la página 1de 7

EL GEN EGOÍSTA

En la cima de la evolución, la racionalidad humana


parece haber colocado al hombre también en el tope
del narcisismo más puro. Sin embargo, hay quien
postula que, al igual que virus, bacterias, plantas y
demás grupos dispersos a lo largo de la escala
evolutiva, los seres humanos no son más que otra de
las "máquinas" que utiliza el ADN para propagarse.

En 1976, el  zoólogo Richard Dawkins publicó su teoría


sobre "genes egoístas", en la que postula que nuestro
ADN hace uso de nosotros, creando un mundo de
salvaje competencia, tiranía, explotación ilegal y
trampas biológicas con la única finalidad de
prevalecer.

Las suposiciones tradicionales consideraban a los


genomas como entidades altamente estables y
estáticas, en donde los genes eran asignados a un
sitio específico, manteniendo su posición invariable
dentro del cromosoma.
Gracias a los avances en las técnicas de biología
molecular se descubrió la existencia de transposones
o genes saltarines en la mayoría de los organismos.
Algunos científicos los consideran meramente
"parásitos genéticos", ya que, según ellos, su actividad
es más susceptible de producir efectos perjudiciales
que benéficos. Incluso argumentan que su persistencia
en la naturaleza está dada no por el hecho de que
confieran ventajas a los organismos, sino por la
capacidad que tienen de reproducirse más
rápidamente que el resto del genoma.

¿Transposones egoístas?

Los conceptos tradicionales de evolución sostienen


que para que un gen pueda mantenerse dentro de una
población a través de muchas generaciones, debe ser
"positivamente seleccionado", es decir, debe conferir
alguna característica que contribuya a la prevalencia
de su linaje.

Contrariamente, los transposones son el mejor ejemplo


de lo que suele llamarse "genes egoístas", ya que, a
pesar de no conferir ventajas adaptativas a los
organismos, se distribuyen con rapidez dentro del
genoma. En general, los genes saltarines pueden
afectar la evolución y expresión de los genes de los
organismos, así como su estructura y función.

Sin embargo, en la actualidad la evidencia científica


apunta hacia la idea de que los transposones no son ni
genes chatarra, ni egoístas, sino que con frecuencia
juegan un papel útil en la evolución.

Entre otras ventajas que los transposones confieren a


los genomas está la de ser una fuente importante de
diversidad genética.

Uno de tales criterios está dado por el hecho de que,


para que la teoría de Dawkins pueda ser aplicada, sólo
puede hacerse sobre poblaciones de genes
perfectamente mezcladas. Una analogía sería suponer
que el color de los ojos en humanos puede ser sólo
café, verde o azul. Para que la teoría de Dawkins
pudiera ser aplicada, sería necesario que la proporción
de cada color de ojos en humanos fuera exactamente
igual, y que estos tuvieran las mismas probabilidades
de reproducirse entre sí, condiciones nada fáciles de
conseguir.

Empero, ésta no es la primera vez que alguien se


manifiesta públicamente en contra de la hipótesis
propuesta por Dawkins. El reconocido biólogo Richard
Lewontin, el filósofo Elliott Sober, el zoólogo Stephen
Jay Gould y la bióloga Margaret G. Kidwell lo han
hecho en su momento.

Esta última explica, en un reporte publicado el pasado


febrero por la Universidad de Arizona, que los
transposones conforman más del 35 por ciento de la
totalidad del genoma humano. Sin embargo, el
porcentaje de mutaciones originadas por transposones
en el ADN del hombre se limita únicamente a la sexta
parte del uno por ciento del total.

"Tal pareciera que los humanos somos muy


afortunados, ya que los elementos transponibles, a
pesar de ser tan prevalentes en nuestro genoma, no
han tenido efectos graves" comenta Kidwell.

Una razón, ciertamente, ha sido que la mayoría de los


transposones no están saltando de un lado a otro todo
el tiempo. Muchos elementos móviles se degradan por
efecto de las mutaciones y con el tiempo se convierten
en elementos no autónomos, es decir que pierden la
habilidad para producir las enzimas necesarias para
transponerse.

Kidwell cuestiona el "egoísmo" de los transposones, ya


que los pocos que conservan la capacidad de saltar de
una locación a otra, con mucha frecuencia evitan
instalarse sobre genes activos, por lo que reducen las
posibilidades de causar algún tipo de daño.

Mediante la identificación de la secuencia de algunos


transposones se ha conseguido ubicar su presencia en
diversas áreas del genoma encargadas de producir
elementos de importancia biológica. Por ejemplo, en el
sistema inmunitario de vertebrados, los elementos
transponibles llamados genes de activación
recombinante (RAG) han dado origen a ciertos
arreglos en los receptores de antígenos, hecho de
fundamental importancia para la auto-defensa de los
vertebrados.

La bióloga Kidwell explica además que algunos


transposones se comportan como agentes patógenos,
y son capaces de saltar de un linaje evolutivo
(digamos, de una bacteria), a otro (por ejemplo, una
planta), lo que se conoce como "transferencia
horizontal".
Lo que parece evidente para los científicos es que no
debe asumirse ninguna posición determinista con
respecto al rol evolutivo de los genes saltarines. "Lo
más realista es considerar a las relaciones entre los
transposones y los organismos que les hospedan
como un continuo que va desde el parasitismo, en un
extremo, hasta las relaciones mutualistas en el otro",
concluye Kidwell.

En el aire queda cuestionarse si los transposones, que


al parecer sí contribuyen al bienestar de sus
hospederos, son egoístas o no.
MISTERIOS DEL GENOMA
El Genoma Humano tiene tres mil millones de
nucleótidos, pero, según parece, sólo el tres por ciento
de ese ADN tiene importancia funcional. Otro dos por
ciento se emplea para tareas “internas” (regular genes
individuales, ayudarlos a mandar mensajes y otras
operaciones no muy definidas). Queda el 95 por ciento
restante.
Los genes humanos están separados por largas
secuencias evidentemente inútiles llamadas “basura”.
Por ejemplo: secuencias ALU, y que representa
aproximadamente el 5 por ciento del genoma total, sin
que se sepa ni por qué ni para qué está allí, ni si tiene
función alguna. Es posible que en alguna fase de la
evolución fueran elementos dinámicos, pero no hay
evidencias al respecto. 
Dentro de los genes también hay
“basura”, secuencias sin ton ni son
(intrones), cuya utilidad se desconoce.
Tal vez sean restos fósiles de genes
que alguna vez sirvieron para algo y
que por alguna razón quedaron allí,
como libros olvidados en una casa que
no se usan desde hace siglos y cuyos
caracteres ahora no se entienden.
Hoy, el genoma tiene el aspecto de una
guía de teléfonos más que de un libro
de la vida. Es cierto que un demógrafo
puede encontrar patrones de filiación e
inmigración y, si logra dominar las
características telefónicas, de
distribución por zonas. Pero eso no
refleja la complejidad de la sociedad. Ni
dice nada sobre las cosas que los
hablantes telefónicos conversan entre
ellos.
Hoy, con el genoma en nuestras manos, podemos
deducir el lenguaje científico de una especie
determinada pero no de momento no sabemos como
interactúa cada gen. En el caso de la especie humana,
y gracias al Proyecto Genoma Humano, sabemos de
cuántos genes se compone nuestra especia, casi tres
veces menos de lo estimado anteriormente. Además
sabemos que de los 3000 nucleótidos, solo el 3% es
funcional. Es decir, si lo extrapolamos a una situación
cuantitativa, como el caso de una casa, el 3%
pertenecería a una habitación mientras que el resto
sería desván. Pero, aún así, la estructura resulta
factible, válida (hablando de nuestro linaje) porque sino
no seguiríamos el curso de la vida. Para que la
estructura fuera perfecta no debería existir "basura",
pero si funciona porque está ahí? Es claro que
actualmente se debaten argumentaciones sobre sus
posibles funciones, pero no toda ella "sirve para algo",
así que porque no, como la evolución también es
extinción, nos podemos encontrar con que el genoma
de H.sapiens se reduzca hasta su funcionalidad.

También podría gustarte