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Había una vez una anciana que vivía en una pequeña casa al borde del bosque.

Era conocida en el
pueblo por ser la mujer que siempre tenía al menos diez gatos en su hogar. Al principio, la gente se
burlaba de ella por tener tantos felinos, pero pronto comenzaron a darse cuenta de que los gatos
eran su compañía y su consuelo.

Los gatos de la anciana eran todos diferentes. Había un gato negro con ojos amarillos, un gato
siamés con ojos azules y un gato atigrado con un ojo verde y otro azul. Todos los días, la anciana
salía al jardín para alimentarlos y jugar con ellos. Los gatos eran muy leales a la anciana y ella les
hablaba de sus problemas y sentimientos.

Un día, un niño del pueblo se acercó a la casa de la anciana para ver a los gatos. Él siempre había
sido un poco tímido y solitario, pero los gatos parecían estar genuinamente interesados en él y se
acurrucaron a su alrededor. A partir de ese día, el niño iba todos los días a la casa de la anciana para
jugar con sus gatos.

La anciana se dio cuenta de cómo los gatos del pueblo se reunían alrededor de su hogar y pronto se
convirtió en un punto de encuentro para todos los vecinos. La anciana se hizo muy querida en el
pueblo y los gatos se convirtieron en una parte importante de su vida.

Con el tiempo, la anciana falleció y sus gatos se quedaron atrás en su hogar. Los vecinos del pueblo
cuidaron de ellos y se turnaron para visitarlos y jugar con ellos. Los gatos continuaron siendo una
fuente de consuelo y compañía para todos aquellos que fueron tocados por la vida de la anciana y su
amor por sus felinos.

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