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La familia, antecedentes históricos y perspectivas futuras


Irene Meler

Cap II de Género y familia, de Burin, M. y Meler, I., Buenos Aires, Paidós, 1998

En el amplio marco del campo interdisciplinario de los Estudios de Género,


nuestra perspectiva específica ha sido el estudio de la subjetividad sexuada. Durante
muchos años la subjetividad femenina concitó nuestra atención, desarrollando análisis
que incluyeron la impronta subjetiva de las relaciones de poder entre los géneros
sexuales, particularmente, las huellas de la subordinación social en el psiquismo de las
mujeres. Recientemente hemos abordado el estudio de la subjetividad masculina desde
la misma perspectiva teórica que contempla las relaciones existentes entre masculinidad
y dominación.
A partir de la recusación del paradigma biologista y del cuestionamiento de la vertiente
ahistórica del estructuralismo, considero que la subjetividad se construye en un contexto
sociocultural que puede caracterizarse por su modo de producción n , el cual a su vez se
articula con dispositivos institucionales, posibles de ser estudiados en su legalidad
específica, y con un universo simbólico. En este contexto significativo, las
representaciones imaginarias hegemónicas disputan la producción del sentido a las
representaciones alternativas, ya que existen diversos sectores dentro de una cultura
compleja (Castoriadis, 1993). La subcultura que precede a cada sujeto propone
determinados valores que se traducen en el nivel personal, en el sistema de ideales
propuestos para el yo, así como en el nivel colectivo dan origen a prescripciones y
proscripciones explícitas e implícitas, que constituyen el cuerpo normativo que rige los
intercambios sociales.
Dado que la vida psíquica surge y se desarrolla en una trama vincular que preexiste al
nacimiento de cada sujeto, la familia es un objeto de estudio privilegiado para su

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El concepto “modo de producción” se debe a la perspectiva marxista. Al ser mi especialidad el estudio de la
subjetividad sexuada, recurriré a categorías que me permitan pensar, sin que esto signifique adscribir de
forma orgánica a alguna corriente del pensamiento social y político.

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comprensión. Ésta es una tarea de la mayor importancia en un período que, como el
actual, se caracteriza por la transformación acelerada de las instituciones y de las
subjetividades. La dirección del cambio es objeto de un debate donde se entrecruzan las
posturas apocalípticas, propias del fin del milenio, con preocupaciones más concretas
acerca de cuál será el camino a seguir en la búsqueda incesante de mejores condiciones
de existencia.
La indagación de los estilos familiares de nuestro tiempo no puede desligarse de una
formulación, al menos implícita, de proyectos y preferencias. Dos preguntas importantes
se refieren a los criterios que sustentan las simpatías o los rechazos por determinados
arreglos familiares. ¿Cuál es el bien protegido? y ¿qué representación elaboramos acerca
del bienestar o el malestar de los sujetos? Nuestras fantasías, utopías o propuestas acerca
de la familia se formularán de acuerdo con el estilo de personalidad que valorizamos, la
subjetividad que preferimos.
La definición elegida es de por sí ideológica, y particularmente prefiero optar, sobre
cualquier referencia ilusoria a estados de felicidad, por privilegiar los arreglos que
favorezcan que cada sujeto desarrolle sus potencialidades creativas en el curso de su
existencia n .
La estabilidad, el orden y el respeto por las jerarquías, que constituyeron los ideales del
Antiguo Régimen europeo, en el contexto de un anhelo creciente de democratización y
un desarrollo a veces exacerbado de las individualidades, son reemplazados por la
propuesta de extender a la totalidad del cuerpo social la meta del cultivo de sí. Tomo esta
expresión de M Foucault (1986) quien en su estudio sobre las prácticas y los valores
sexuales de la Grecia clásica, relató que ésta fue la meta existencial de los varones adultos
pertenecientes a los sectores ciudadanos. Hoy en día sigue siendo una propuesta
estimulante, siempre y cuando todos podamos aspirar a acceder a ella.

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Simone de Beauvoir propone este criterio en su obra El segundo sexo. Por otra parte, debo a la perspectiva
de un psicoanalista inglés, Donald Winnicott, el reconocimiento de la importancia del desarrollo de la
creatividad para experimentar la sensación de bienestar subjetivo. El placer de crear se diferencia de otras
modalidades de satisfacción tales como las derivadas del consumo de bienes o del erotismo
descontextualizado de los vínculos emocionales, por su índole simbólica, que supone y a la vez promueve
mayor complejidad psíquica.

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Las preguntas que dirigen esta indagación son: ¿qué está ocurriendo en la familia
contemporánea? y ¿cómo deberá evolucionar a fin de favorecer un desarrollo más
positivo y menos patógeno para todos sus miembros?
Resulta evidente que la familia actual experimenta tensiones y conflictos tanto en el
vínculo de alianza entre mujeres y varones, como en la relación de filiación, entre las
generaciones. Si bien nuestro interés se focaliza en la primera dimensión, también es
necesario articular el análisis con la segunda.
En el estudio que realizamos acerca de algunas cuestiones relacionadas con la familia y la
subjetividad sexuada, que se construye en ese ámbito, no es conveniente ofrecer un
discurso totalizador que ordene forzadamente la experiencia al darle una coherencia que
sin duda resulta tranquilizadora, pero que tiene el inconveniente de congelar la
indagación. Más bien brindaremos elementos que sirvan como herramientas teóricas
para sostener interrogantes, facilitando futuras investigaciones.

Teorías sobre el origen de la familia

Comencemos por pensar qué se entiende por familia, pregunta que va unida a la
indagación acerca de su origen.
Los antropólogos evolucionistas tendían a pensar en un proceso histórico que, partiendo
de la horda indiferenciada, fue instituyendo progresivas regulaciones que dieron lugar a la
forma actual de familiarización, característica de las llamadas “sociedades avanzadas”, y
muchas veces considerada, con un etnocentrismo que ya no se sostiene con convicción,
la forma óptima de agrupamiento familiar.
Puede haber debate entre los sectores conservadores - que suponen la existencia de una
naturaleza humana, lo que daría sentido a la continuidad de los arreglos que mejor
respetaran sus supuestos invariantes - y sectores innovadores - que denuncian los
aspectos opresivos de la organización vigente-, pero ambos concuerdan en suponer la
existencia de una transformación a lo largo de la historia, evolutiva o involutiva según las
opiniones, pero que no sería uniforme, encontrándose hoy algunos pueblos en estadios

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superados por otros desde largo tiempo atrás. Entre otros pensadores, Freud y Engels
coinciden en este aspecto.
Sigmund Freud, en la construcción mítica realizada en su obra Tótem y tabú (1913),
imagina, siguiendo a Darwin, una horda primitiva gobernada por un macho despótico. El
pacto social habría surgido por un acuerdo realizado entre los hijos varones, quienes
luego de matar a su padre para tener acceso a las hembras que aquél monopolizaba,
aceptaron renunciar a ellas a fin de evitar la rivalidad fratricida. De ese modo, se instauró
la exogamia, y con ella el intercambio social y la primera regulación legal consensuada
entre los hombres, consistente en la interdicción del incesto.
Freud inicia su estudio basado en datos acerca de los aborígenes australianos, quienes,
organizados en clanes totémicos, tienen prohibido comer a su animal tótem que
representa el antepasado primordial y, a su vez, no pueden consumar uniones sexuales
dentro de su clan, sino emparentar con mujeres pertenecientes a otros clanes. Freud
relaciona el tabú del incesto con el crimen del padre primitivo, devorado por sus
descendientes y comparte así la hipótesis de Morgan acerca de la existencia del
matrimonio por grupos, previo a la monogamia. En este sentido, es evolucionista, pero
sus desarrollos sobre el tabú del incesto se relacionan con el desarrollo de la
antropología estructuralista, corriente teórica que, en lugar de suponer un proceso
temporal evolutivo, busca leyes invariantes tras las infinitas variantes geográficas e
históricas, que permitan descubrir una estructura universal propia del parentesco
humano.
Esta postura tiene como representante a Claude Lévi Strauss (1974), cuya obra a su vez
realimentará a la escuela francesa de Psicoanálisis. En el texto freudiano, complejo y
multívoco en muchos aspectos, encontramos referencia a una estructura invariante y
universal, el complejo de Edipo. El animal totémico es comparado con el animal temido
en las zoofobias infantiles, el cual se considera un representante simbólico del padre
odiado y amado de forma ambivalente. El complejo de Edipo explica la existencia de dos
"imperativos categóricos" universales: evitar el parricidio y evitar el incesto. Para Freud, el

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tabú del incesto salvaguardaría la cohesión interna del grupo o fratría, mientras que Lévi
Strauss considera que su sentido es evitar la aniquilación entre grupos rivales.
Ambos autores coinciden en relatar la historia y explicar la cultura en clave
androcéntrica, sin dejar lugar para la problematización de la reificación de la mujer, que
no se constituye en objeto de análisis, ya que la consideran “natural”.
Respecto de Freud (1913, 1921, 1930), él explica el origen de la familia en función de la
desaparición del período de celo y la instalación biológica de la posibilidad de
apareamiento sexual en cualquier época del año, lo cual determinó que los machos
desearan retener junto a sí a la hembra objeto de su deseo, mientras que ella se habría
quedado al lado del macho tan sólo por necesitar su protección y por amor a sus crías. En
ningún momento aparece la imagen de la hembra humana como un ser con incipiente
subjetividad y mucho menos con algún deseo erótico hacia el macho. De acuerdo con la
ideología de la época, la mujer es representada ante todo como madre.
Por el hecho de que la mujer suele ser el objeto de deseo del hombre, Freud la asimila a
la sexualidad, y confunde la percepción masculina acerca de ella con la subjetividad
femenina. A partir de tal supuesto imagina que existe una tendencia estructural en las
mujeres a ser hostiles respecto de la sociedad, revelada en que pretenden retener a sus
hombres en el interior del núcleo familiar, ya que su menor capacidad para producir e
integrarse a la cultura las lleva a rivalizar con los intereses sociales masculinos. Nos
encontramos entonces con el curioso cuadro de un hombre que consintió en formar
familia debido a sus urgencias sexuales, pero que se distancia de ella a causa de su afán
sublimatorio. La criatura femenina, reducida a su dimensión maternal, acepta con
renuencia su postergación en aras de obtener amparo para su cría.
Según mi opinión, esta perspectiva freudiana es una extrapolación realizada a partir de
una escena conyugal de la Viena de los años 20, extendida de forma abusiva para
construir una versión explicativa de la prehistoria de la humanidad. La clave del relato de
Freud pasa claramente a través de la sexualidad, y el lazo familiar se construye a partir de
las experiencias eróticas de satisfacción.

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El lazo social, así como la producción cultural, se sustentan en la libido homosexual
masculina sublimada. Freud no ha considerado a las mujeres como sujetos, sino sólo en
su función de objetos del contrato social y, según opina, los hombres, cuando se aman
entre sí lo suficiente como para cooperar, están transformando en sociabilidad su deseo
homoerótico originario. Freud imaginaba que los machos de la horda primitiva, excluidos
por el macho dominante del acceso a las hembras, debían satisfacer su sexualidad con
uniones homosexuales. A esto agregó que tal vez la consumación erótica así obtenida, les
proporcionó las fuerzas necesarias como para llevar a cabo el parricidio originario. Este es
un comentario interesante, porque evidencia la estrecha asociación que percibe entre
ejercicio del poder y satisfacción sexual. El actual acceso al poder por parte de las
mujeres, se asocia efectivamente a un mayor acceso al goce erótico.
Federico Engels, en su obra: El origen de la familia, la propiedad privada y el Estado
(1984), afirmaba:
Según la teoría materialista, el móvil esencial y decisivo al cual obedece la humanidad en
la historia es la producción y la reproducción de la vida inmediata. A su vez, éstas son de
dos clases. Por un lado, la producción de los medios de existir, de todo lo que sirve para
alimento, vestido, domicilio y de los utensilios que para ello se necesitan; y por otro, la
producción del hombre mismo, la propagación de la especie. Las instituciones sociales
bajo las que viven los hombres de una época y de un país dados, están íntimamente
enlazadas con estas dos especies de producción, por el grado de desarrollo del trabajo y
por el de la familia.
Siguiendo a Morgan, Engels consideró que la sociedad primitiva o las sociedades simples
se reducen al parentesco, mientras que en las sociedades complejas, donde se ha
constituido el Estado, el parentesco cede su importancia al orden de la propiedad, donde
tienen lugar: esos antagonismos y esas luchas de clases que componen hasta hoy toda la
historia escrita.
A diferencia de Freud, Engels no naturalizó el estatuto social de las mujeres sino que
elaboró una hipótesis economicista acerca de lo que calificaba como su derrota histórica.
Según dijo, la división sexual del trabajo, que parece atribuida al orden de la naturaleza,

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no implicaba jerarquía entre los géneros sexuales en las sociedades simples. Fue con el
surgimiento de la agricultura de arado y la ganadería cuando los varones que se
dedicaban a estas tareas vieron aumentado su poder económico, por la posibilidad de
acumular excedentes de producción y disponer de ellos para el intercambio. Utilizando la
lógica de las relaciones de clase para entender los vínculos entre géneros, supuso que
estos nuevos ricos, una vez comprendido su rol en la reproducción humana, habrían
utilizado su poder para instaurar la monogamia y la filiación patrilineal, a fin de
asegurarse la legitimidad de la descendencia y poder transmitir los bienes que no
alcanzaran a consumir a quienes pudieran considerar extensiones de su ser, o sea sus
hijos biológicos.
Al instaurarse la hegemonía de la descendencia patrilineal y la residencia patrilocal, las
mujeres vieron reducidos sus derechos y restringida su sexualidad, y de este modo se
inició su subordinación secular, que se extendería hasta la monogamia moderna,
caracterizada por la dependencia económica de las esposas, recluidas en el hogar y
obligadas a una fidelidad pocas veces correspondida.
Si bien se ha criticado el economicismo de esta tesis, que no toma en cuenta el rol
diferencial de ambos sexos en la reproducción biológica, tiene el mérito de ser sensible al
conflicto y no naturalizar la dominación, cosa que no puede decirse del relato freudiano,
con excepción de alguna obra temprana (Freud, 1908), ya que, como dije, este autor
consideraba que el lazo social se establecía entre varones; mientras que las mujeres eran
el objeto pactado, nunca su sujeto.
Claude Lévi Strauss, en su artículo "La familia" (1974), refutó el criterio del evolucionismo
biológico, recordándonos que la familia monogámica nuclear se encuentra tanto en
sociedades del nivel cultural más simple como en la sociedad actual. En este artículo, el
autor consideró que existe consenso en que:

(…)la familia, constituida por una unión más o menos duradera y socialmente aprobada
de un hombre, una mujer y los hijos de ambos, es un fenómeno universal que se halla
presente en todos y cada uno de los tipos de sociedad.

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Sin embargo, calificó a esta hipótesis de simplista. Recordó la existencia de


organizaciones de la alianza y la reproducción tales como la que se encuentra entre los
nayar de Kerala o los bororo, que están muy alejadas del modelo de familia nuclear, así
como las familias polígamas. Lo único que consideraba verosímil es la constatación acerca
de que la familia conyugal y monógama es un tipo de estructura muy frecuente, pero no
universal.
Tratando de construir un modelo de la familia, lo consideró basado en las siguientes
características:
1) Tiene su origen en el matrimonio.
2) Está formada por el marido, la esposa y los hijos nacidos del matrimonio, aunque otros
parientes puedan incluirse.
3) Existen entre los miembros de la familia: a) lazos legales; b) derechos y obligaciones
económicas, religiosas y de otro tipo; c) una red precisa de derechos y prohibiciones
sexuales, a las que se suman aspectos psicológicos.
Todas las sociedades diferencian entre uniones libres y legítimas, y es frecuente el
rechazo del celibato. Esto se debe a la división sexual del trabajo, que hace difícil
sobrevivir sin pareja, ya que los varones no dominan las habilidades sociales femeninas y
las mujeres no tienen permitido aprender las tareas masculinas; siendo ambas
indispensables para subsistir.
Lévi Strauss concibió el matrimonio como una alianza entre familias. A veces se enfatiza la
alianza y otras la consanguinidad, pero los lazos se establecen entre linajes. La familia
amplia es la forma originaria, y la familia nuclear una restricción que surge de aquélla.
Cuando la familia cumple muchas funciones sociales, tiende a ampliarse, y cuando pierde
funciones, tiende a desaparecer incluso por debajo del nivel conyugal. Citó casos en que
ni siquiera se respeta la dualidad de sexos, como es el caso de los nuer, pueblo africano
donde una mujer de rango elevado puede ejercer la paternidad social de los hijos de otra.
En otros casos, la familia no se dedica a la crianza de los hijos propios, sino que los
intercambia (intercambio o fosterage). Tampoco superpuso la institución familiar con la

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práctica de la sexualidad, ya que en muchas sociedades existen reglas de intercambio
sexual extrafamiliar.
En su profundo estudio, este autor descubrió algunos principios universales de la unión
matrimonial. Uno de ellos es económico: la división sexual del trabajo. Éste es un
dispositivo universal, cuyo contenido es arbitrario y contingente. Significa que uno de los
sexos debe realizar ciertas tareas y tiene prohibido aprender las propias del otro sexo.
Consideró entonces que la finalidad de ese dispositivo es establecer la dependencia
recíproca entre los sexos.
Otro dispositivo universal es la prohibición del incesto. Los parientes interdictos por el
tabú a fines de la unión sexual, pueden variar, pero en toda sociedad conocida existe
algún tipo de unión no permitida. Al respecto expresó:

“(...) exactamente de la misma forma que el principio de la división sexual del trabajo
establece una dependencia mutua entre los sexos, obligándoles a perpetuarse y a fundar
una familia, la prohibición del incesto establece una mutua dependencia entre familias,
obligándolas , con el fin de perpetuarse a sí mismas, a la creación de nuevas familias (...)
lo que verdaderamente diferencia el mundo humano del mundo animal es que en la
humanidad una familia no podría existir si no existiera la sociedad, es decir una pluralidad
de familias dispuestas a reconocer que existen otros lazos además de los consanguíneos y
que el proceso natural de descendencia sólo puede llevarse a cabo a través del proceso
social de afinidad”.

Para explicar estas dos invariantes, recurrió a una hipótesis de Tylor, quien consideraba
que con el fin de liberarse de la lucha salvaje por la existencia había que elegir entre
"casarse fuera de la propia familia o ser matado fuera del grupo".
Las reglas matrimoniales, muy divergentes de cultura en cultura y en apariencia
arbitrarias, expresarían la negativa social de admitir la existencia exclusiva de la familia
biológica.
Otro principio general que enunció es:

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Se deberán interpretar los sistemas de parentesco y las reglas matrimoniales como


encarnación de la regla de un tipo de juego muy especial que consiste en que grupos
consanguíneos de hombres intercambian mujeres entre sí.

Si bien ensayó una débil referencia respecto de que sería igual si el intercambio tomara
como objeto a los hombres, no cuestionó seriamente las consecuencias de su afirmación
ni la dominación masculina que evidencia. Esta cuestión fue retomada posteriormente
por las antropólogas feministas Rayna Reiter (1975), Michelle Rosaldo y Louise Lamphére
(1974), Karen Sacks (1975) y otras.
Lo que resulta destacable en el pensamiento de Lévi Strauss es el énfasis en el
intercambio, en la articulación necesaria y a la vez antagónica existente entre familia y
sociedad, y la transitoriedad de la estructura familiar en función de los cambios en el ciclo
vital y las nuevas alianzas. La frase: “(...) la existencia de la familia es al mismo tiempo la
condición y la negación de la sociedad”, expresa la versión antropológica de lo que en el
nivel subjetivo el psicoanálisis describió como el drama edípico. El infante humano se
debate entre su apego a los objetos de amor primarios y el imperativo de desplazar su
aspiración amorosa hacia sujetos pertenecientes a otras familias, o sea realizar una
elección exogámica.
Maurice Godelier (1990), un antropólogo marxista, cuestionó algunos supuestos en los
que Lévi Strauss basaba sus hipótesis. En primer término, discutió la construcción de ese
autor consistente en sostener que en tiempos previos a la historia, los humanos vivían
agrupados en familias. Se inclinó a considerar que lo más probable es que existieran
hordas o bandas constituidas por hombres y mujeres, que controlaban un determinado
territorio.
También discutió la idea de que la solidaridad humana haya surgido a partir del miedo y el
odio, relacionando esta postura con una tradición filosófica que se inicia en Hobbes y en
Rousseau, que considera que la sociedad humana surgió de un contrato entre individuos,

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el cual se fundó en una renuncia. Como vimos, Freud se inscribió en la misma corriente de
pensamiento.
Según Godelier, existió una intervención humana deliberada en las regulaciones de las
uniones sexuales, lo cual influyó en la organización ulterior de la sociedad. La pérdida del
período de estro en la hembra humana y la inmadurez inicial de las crías, vinculadas al
parecer a la encefalización pronunciada de la especie, cambiaron las condiciones de
existencia al ampliar el campo de la sexualidad humana. Aumentaron tanto las relaciones
ocasionales como los apareamientos duraderos. Al respecto dice Godelier:

“Al intensificar las tensiones y competencias entre los hombres, la ampliación del campo
de la sexualidad produjo al mismo tiempo una intensificación de las formas de
competición y de jerarquía sociales”.

La instauración del tabú del incesto respondería a la necesidad de lograr que la


sexualidad no interviniera de forma disruptiva respecto de las jerarquías basadas en las
diferencias sexuales y etarias, a fin de garantizar la reproducción de la sociedad.
El parentesco es, desde esta perspectiva, una consecuencia de la prohibición del incesto,
ya que es necesario registrar los vínculos filiatorios y consanguíneos, para identificar las
uniones permitidas y diferenciarlas de las prohibidas. Estas relaciones, específicamente
humanas, se convierten en soporte de obligaciones o derechos, y determinan la identidad
social de los individuos.
Un aspecto particularmente interesante para nuestro propósito es el cuestionamiento
que realizó Godelier acerca de la naturalización existente en la teoría de Lévi Strauss
respecto del dominio masculino. Sin discutir los datos que indican que los hombres han
dominado de diversos modos las sociedades humanas, Godelier expresó:

“Criticamos (…) su concepción de la subordinación social de las mujeres como un hecho


inscrito en última instancia en nuestra naturaleza biológica, un hecho que no puede
transformarse en el curso de la evolución social del hombre”.

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La división sexual del trabajo, creada en principio en función de la mejor supervivencia del
grupo, generó diversas formas de opresión y explotación de mujeres y jóvenes por parte
de los hombres adultos, situación que de ningún modo es estructural ni invariante.
Godelier es, en este aspecto, un teórico afín al pensamiento feminista.
Más allá de cualquier compromiso ideológico, el cambio actual en el rol social de las
mujeres hace necesario considerar algún desarrollo teórico que tome como objeto la
cuestión de la subordinación femenina y que no acepte la naturalización androcéntrica,
propia de los discursos del psicoanálisis y del estructuralismo. Pese a criticarlos, el
pensamiento feminista abreva en estas fuentes, sólo que las reinterpreta de forma crítica.

Un aporte representativo para este fin es la contribución de Gayle Rubin, en su artículo


"El tráfico de mujeres: Notas sobre la ‘economía política’ del sexo" (1975).
Esta autora consideró que los textos de Freud y de Lévi Strauss nos brindan un relato
acerca del proceso social de "domesticación" de las mujeres, aunque ésa no fue la
intención de los autores.
Definió así a lo que denomina sistema sexo-género:

“Los arreglos mediante los cuales una sociedad transforma la sexualidad biológica en
producto de la actividad humana, y en la cual esa sexualidad así transformada es
satisfecha”.

Según dijo Rubin, en contraposición a la visión economicista del marxismo, el


psicoanálisis y el estructuralismo reconocen el lugar social de la sexualidad, así como las
profundas diferencias de la experiencia social de varones y mujeres. La primera teoría ha
servido para demostrar la forma específica en que la acumulación de capital se beneficia
con el trabajo no remunerado de las mujeres, pero no es válida para explicar el origen de
la subordinación femenina. Destacó, sin embargo, la importancia que otorgaba Engels a

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las relaciones de sexualidad, diferenciándolas de las relaciones de producción y
vinculándolas a la reproducción de la vida humana.
Rubin consideró que la sexualidad tal como la conocemos, incluidos la identidad de
género, el deseo sexual, la fantasía, los conceptos de infancia etcétera., es una
construcción social. La denominación sistema sexo-género tiene como ventaja su carácter
neutro, ya que no está forzosamente asociado a la dominación masculina. El término
patriarcado se reserva para referirse a las sociedades dominadas por patriarcas, tales
como las tribus hebreas, pero no se hace extensivo a todas las sociedades de dominio
masculino, como las basadas en rituales de iniciación masculina y segregación sexual. La
denominación modo de reproducción, ha sido elaborada extrapolando el concepto
marxista de modo de producción. Rubin destacó que la esfera pública, considerada
esencialmente productiva, contiene sus propios modos de reproducción y, a la vez, en la
esfera privada definida como reproductiva, se producen sujetos. Por estos motivos
prefirió acuñar la categoría de sistema sexo-género, que tiene la ventaja de no incluir la
subordinación femenina como característica estructural, por lo que permite pensar en
una modalidad organizativa de los géneros que no implique jerarquía. Esta afirmación
resulta algo confusa debido a la suposición de la autora acerca de que en un futuro no
existirán los géneros sexuales como categoría social.
Los sistemas de parentesco se fundamentan sobre formas concretas de sexualidad
socialmente organizada y a la vez las reproducen. Por ello los consideró formas
empíricamente observables de los sistemas sexo-género.
Opinó, al igual que otros autores que:

“En las sociedades preestatales, el parentesco es el lenguaje de la interacción social,


organizando la actividad económica, política, y ceremonial, así como el intercambio
sexual”.

Para muchos antropólogos, éste es el desarrollo que caracteriza al proceso de


humanización.

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Analizó la reelaboración de Lévi Strauss acerca de la teoría del don o regalo de Marcel
Mauss. Según Mauss, (citado por L. Srauss), el intercambio de dones crea y sostiene el
lazo social y organiza la comunidad preestatal. L. Strauss consideraba que el don más
precioso pasible de ser intercambiado, es la mujer. Quienes las intercambian devienen
parientes. Son los hombres quienes se benefician con las alianzas y la acumulación de
poder derivada de estos intercambios matrimoniales. Para G. Rubin, el concepto de
intercambio de mujeres resulta atractivo, porque ubica la opresión en los sistemas
sociales en lugar de referirla a la biología. Consideró que el tráfico de mujeres existe hoy
en día, y que si bien los hombres son también intercambiados en las relaciones de poder,
no lo son en su condición de hombres sino de subordinados.
Para esta autora, la cultura es por definición, inventiva, y por lo tanto es posible pensar
hoy bases alternativas para el intercambio social en lugar del tráfico de mujeres. Sugirió
estudiar las bases económicas de los vínculos sexuales, así como la construcción de la
subjetividad sexuada, que se basaría en la represión de determinados aspectos del self,
vinculados a las similitudes entre los sexos.
También se refirió a que un aspecto no explícito del tabú del incesto es el tabú respecto
de la homosexualidad, a fin de favorecer la alianza. Por lo tanto, el mismo sistema que
oprime a las mujeres y exige a los hombres, discrimina a los homosexuales. Esto no
excluye prácticas homosexuales rituales, como las empleadas para masculinizar a los
novicios, o prácticas de cambio de sexo, pero siempre sobre la base de la construcción
social de solo dos géneros y su unión ritual.
En cuanto a la sexualidad femenina, estos arreglos favorecen el cultivo de un estilo que
responde al deseo de los otros, más que un deseo personal activo. La asimetría de
género, (la diferencia entre intercambiador e intercambiado) implica la constricción de la
sexualidad femenina.
Según Rubin, el Psicoanálisis describe el residuo dejado en los individuos por su particular
vínculo con las regulaciones de la sexualidad en las sociedades en las que nacieron. El
Psicoanálisis norteamericano, cuya base epistemológica es biologista, considera que el
desarrollo evolutivo está pautado por una serie de etapas que el individuo debe

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atravesar. Esta corriente ha entrado en confrontación con los aspectos radicales del
pensamiento feminista, por su carácter políticamente conservador:

El psicoanálisis ha devenido frecuentemente, más que en una teoría acerca de los


mecanismos de reproducción de los arreglos sexuales, en uno de esos mecanismos. Sin
embargo, provee un cuerpo teórico que describe cómo los sexos han sido divididos y
deformados y cómo los infantes bisexuales y andróginos se transforman en varones y
niñas. En ese sentido, el psicoanálisis es una teoría feminista manqué.

G. Rubin equipara el apego de infantil respecto de la madre durante el período


preedípico, a una posición homosexual en la niña, a la que denominó “la lesbiana
preedípica”. Este tipo de interpretación no coincide con los desarrollos de N. Chodorow
(1984) y E. Dio Bleichmar (1985), quienes consideraron, partiendo de los estudios de R.
Stoller, que existe una identidad de género temprana, diferenciable lógicamente de la
dirección del deseo erótico. La envidia fálica tiene un carácter genitalizado y lésbico para
Rubin, mientras que el discurso freudiano sólo destaca su aspecto narcisista. Si para Freud
la niñita es una especie de varoncito asexuado, para Rubin es un varón en posición fálica
que desea a su madre. Entre las discípulas de Freud, fue Jeanne Lampl de Groot (1927), la
psicoanalista a quien el creador del Psicoanálisis debe la conceptualización acerca del lazo
preedípico de la niña con respecto a su madre. Ella relacionó la envidia fálica con el deseo
de unión sexual con la madre y la comprensión de su imposibilidad debido a la similitud
anatómica. El relato freudiano es mucho menos específico y adultomórfico en este
aspecto, y enfatiza los aspectos narcisistas de la envidia fálica femenina (Freud, 1931 y
1933)
Si seguimos a Rubin, pareciera que la única forma de rescatar las tendencias activas
femeninas es no reprimir la corriente psíquica homosexual. De acuerdo con Freud, los
deseos dirigidos a personas del mismo sexo, estarían presentes en todos los sujetos, pero
en la mayor parte de los casos quedarían reprimidos debido a la hegemonía de los deseos
heterosexuales, correspondientes al complejo de Edipo positivo. En un trabajo anterior

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(Meler, 1987) desarrollé la posible compatibilidad de la retención de actividad femenina
con el deseo heterosexual. La actitud pasiva de las mujeres en el amor y el erotismo va
quedando como un recuerdo del pasado, ya que correspondió a un período histórico
durante el cual esa modalidad de conducta expresaba el estatuto femenino de objeto de
deseo, quedando impedida la asunción de la subjetividad deseante para las mujeres. En la
actualidad, consideramos saludable la posibilidad de un interjuego flexible entre los
deseos ligados al dominio y las tendencias a depender y abandonarse a la actividad del
otro. Y ese “otro” no es forzosamente la madre o las figuras que la representen sino que
puede ser, como ocurre en la mayoría de los casos, un hombre.
Rubin analizó la versión lacaniana del conflicto y de la estructura edípica, que desprende
el relato de toda referencia realista ingenua. Según esta postura, la castración no es una
falta real sino simbólica; es un significado atribuido a los genitales femeninos. Eso nos
lleva a reconocer que aún vivimos en una cultura fálica. El falo está donde no están las
mujeres; es la encarnación del status masculino al que acceden los hombres, y que
implica ciertos derechos, entre ellos, el de tener una mujer. Es entonces una expresión de
la dominación masculina, y deja profundas huellas en la subjetividad sexuada, entre ellas,
la envidia del pene en las mujeres. La autora describió lo que consideraba el penoso
camino hacia la feminidad, signado por la renuncia a la madre, la auto devaluación y la
pasivización. Según dijo, la feminización de la niña implica violencia y deja un saldo de
resentimiento. Es la preparación para vivir en la opresión. La autora consideró que la
teoría freudiana ofrece una descripción acerca de cómo la cultura fálica domestica a las
mujeres. En este sentido es correcta, pero es necesario rechazar su carácter normalizador
y prescriptivo, ya que convalida ese estado de cosas. Utilizada de forma crítica,
proporciona una adecuada herramienta para entender y modificar el “sistema sexo-
género”.
A fin de transformar la situación en la que transcurre la socialización primaria de los
niños, modificando así las condiciones en las que se desarrolla el conflicto edípico,
propuso compartir la crianza entre padre y madre, de modo que los objetos de amor
primarios pertenezcan a ambos sexos. El desmantelamiento de la compulsión cultural

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hacia la heterosexualidad haría innecesaria la represión de los amores tempranos, y la
sobrevaluación del pene. Si no hubiera intercambio de mujeres ni géneros, el drama
edípico sería una reliquia. En suma, es necesario modificar el sistema de parentesco. Éste,
por otra parte, ha ido perdiendo funciones, quedando reducido a la de construir el
género.
Características descritas como femeninas, tales como masoquismo, narcisismo y
pasividad, le parecieron indicadores del daño psíquico producido en las mujeres por el
proceso de feminización; por ello lamentó que los psicoanalistas no hayan denunciado el
carácter patógeno de lo que tan bien describían. Propuso la eliminación de los roles
sexuales obligatorios, una sociedad andrógina y agenérica (aunque no asexuada), en la
cual la anatomía sexual resulte irrelevante para lo que uno es, lo que hace y con quien
uno hace el amor.
Planteó la necesidad de estudiar las formas específicas como se produce el intercambio
de mujeres en cada cultura, su relación con la acumulación de riquezas y el poder
político, y cómo se relacionan estas circunstancias con el estatuto relativo de las mujeres.
Consideró necesario un análisis que articule la sexualidad con la economía y con la
política.

La familia occidental actual

Luego de este viaje por diversas teorías acerca del origen de la familia, con referencia a
pueblos exóticos, resulta necesario pensar en nuestra familia, la familia occidental que
conocemos. Para ello, recurriremos a la obra de Edward Shorter, historiador
norteamericano, autor de El nacimiento de la familia moderna (1977).
Según dice en esta obra, lo que distingue a la familia nuclear de otro tipo de familias es,
más que el número de integrantes, un aspecto subjetivo o intersubjetivo, y que
caracteriza como: un sentido especial de solidaridad que separa la unidad doméstica de la
comunidad que la rodea.

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“Sus miembros (...) se sienten partícipes de un clima emocional que deben proteger de la
intrusión ajena, por medio de la privacidad y el aislamiento”.

Para este autor, no debemos buscar la clave de la retracción familiar respecto de los lazos
con la comunidad en el amor romántico, ya que éste surgió primero en las clases bajas,
libres de las constricciones de la alianza debido a su carencia de recursos materiales, sino
que el núcleo de formación de la familia nuclear fue la relación entre la madre y el hijo. La
domesticidad surgió sobre la base de la creencia en la necesidad de un ambiente
protegido para la crianza.
En el Antiguo Régimen, los grupos de pares organizados sobre criterios de edad y sexo
eran grandes organizadores de la vida social. Los más visibles eran las agrupaciones
juveniles. Su importancia variaba según la región; en Escandinavia superaban la influencia
de las familias en la concertación de alianzas; en el mundo anglosajón la familia las
superaba en influencia, mientras que Francia presentaba una situación intermedia.
Luego de contraer matrimonio, la vida social de los hombres giraba en torno al bar o
pequeños clubes privados masculinos. Las mujeres, por su parte, organizaban veladas
destinadas a realizar trabajos manuales, durante las cuales conversaban a fin de
intercambiar información.
Los nacimientos, las bodas y los funerales eran acontecimientos comunitarios. Los grupos
de pares participaban en las ceremonias. Para penalizar las transgresiones, la comunidad
recurría a una técnica llamada katzenmusik, charivari o cencerrada, mediante la cual se
obligaba en ocasiones al transgresor a pagar multa, o en otras, se limitaban a aturdirlo
con ruidos cacofónicos considerados una sanción moral. Lo que penalizaban eran las
transgresiones al orden social, por ejemplo, cuando un marido no controlaba el adulterio
de su mujer, se impugnaba el dominio masculino, o traer al mundo niños bastardos,
alteraba el régimen de alianzas. La violencia femenina era castigada con mayor velocidad
y énfasis que la masculina, la que sólo era penalizada durante un mes especialmente
dedicado a las mujeres. En las ciudades, se hacía objeto de cencerradas, por ejemplo, a

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los jornaleros que se casaban con las viudas de sus amos. De este modo, el grupo corregía
o expulsaba a los individuos.
Dice Shorter:

“El amor romántico apartó a la pareja de la supervisión sexual comunal y los hizo volver
al afecto. El amor materno creó un nido sentimental dentro del cual se ocultaría la familia
moderna y apartó a muchas mujeres de su compromiso con la vida comunitaria. Más allá
de eso, la domesticidad apartó a la familia en su totalidad de la interacción tradicional con
el mundo que la rodeaba”.

La domesticidad surgió en Europa a fines del siglo XVIII y comienzos del XIX, en los
sectores medios. Fueron las costumbres derivadas de la mejoría del estilo de vida de los
sectores medios las que alejaron a los pobres de las veladas comunitarias. Es decir que,
aunque Shorter centra lo que llama "la revolución sentimental", en los afectos, existen
determinantes socioeconómicos, relacionados con el proceso de estratificación social de
sectores que previamente eran más homogéneos.
Shorter considera que el combate entre la comunidad y la domesticidad fue ganado de
forma definitiva por esta última durante el período entre ambas guerras mundiales.
Como antecedente de esta mentalidad, señala que "Hogar, dulce hogar" fue una frase
que comenzó a oírse en los años 1870.
Describe cómo la pareja se ha retirado casi completamente de la vida comunitaria,
reforzando sus relaciones con los padres y los parientes próximos. La cohesión familiar del
Antiguo Régimen se debía a la importancia del linaje, pero no había afectos positivos
fuertes que hegemonizaran la relación, y superaran el odio, surgiendo con frecuencia
disputas por cuestiones patrimoniales.
Según este autor, durante el siglo XX, en los años sesenta y setenta, se registró un
incremento de la cantidad y la calidad de los vínculos de parentesco. Las relaciones con
otras parejas constituyen una especie de ampliación de los lazos de familia. En las clases
bajas, la retracción al ámbito privado es menor. Un historiador francés, J. Donzelot (1990),

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afirmó que se ha estimulado este proceso con el objetivo de romper las viejas
solidaridades comunitarias y regular así las tensiones sociales.
Shorter considera que la relación con los parientes no reemplaza los antiguos vínculos
comunitarios. Más bien se los ve como amigos, y se privilegian los aspectos emocionales
de los vínculos.
En cuanto a la práctica de la sexualidad, de acuerdo con Shorter, el erotismo no era
demasiado importante en la vida de la pareja tradicional. Tampoco había un nivel elevado
de adulterios, por lo que se puede saber. El adulterio masculino era mínimo y el femenino
casi inexistente. La cohabitación con alguna sirvienta tenía por objeto cuidar a la esposa
de los múltiples embarazos. Eso está muy alejado de la idea contemporánea de adulterio,
que implica participación activa de las mujeres y búsqueda de amor.
En el período entre 1850 y 1914 las parejas se erotizaron y un indicador de esta situación
fue el derecho de la mujer al orgasmo. Las clases bajas precedieron en este camino a los
sectores medios, ya que las uniones se concertaban basadas en la atracción mutua. En las
clases medias, donde la transmisión del patrimonio había decrecido pero no
desaparecido, la necesidad de continuidad familiar favoreció la primacía del amor de las
madres hacia sus niños y la domesticidad se construyó en torno a la diada madre-hijo.
En el siglo XX el coito dejó de ser estacional, y se volvió parte de la experiencia cotidiana
de la vida conyugal.
Durante la década del 60, se asistió en Estados Unidos a una revolución espectacular de
las prácticas sexuales. Subió el nivel de actividad erótica, por ejemplo, se incrementaron
los índices de autoerotismo y de coito. La duración del coito aumentó, subiendo hasta
diez minutos. Lo mismo ocurrió con la práctica del sexo oral. El informe Hunt nos revela
que un cuarto de las parejas norteamericanas, en 1970, practicaban el coito anal. Ante
estos datos, Shorter se pregunta si no se tratará de manifestaciones de explotación sexual
de las mujeres, lo cual revelaría la persistencia de su estatuto subordinado reciclado bajo
un ropaje erótico, pero concluye que no es así, ya que si en 1907, las tres cuartas partes
de las mujeres no habían experimentado orgasmos, Kinsey relata que 45% de las esposas
en su decimoquinto año de matrimonio casi siempre tenían orgasmos. Además, se

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manifestaban satisfechas y no se quejaban de los requerimientos maritales. Por el
contrario, Shorter considera que la demanda femenina es responsable del aumento del
índice de impotencia masculina.
El precio de esta erotización de la vida cotidiana ha sido el abandono de una vida
emocional significativa fuera del hogar y el aumento de la inestabilidad de las relaciones
conyugales.
Shorter relaciona lo que él llama la revolución sentimental con el capitalismo como modo
de producción. Destaca la desaparición de las restricciones al comercio antes impuestas
por los gremios lo que favoreció el aumento del nivel material de vida, que se produjo a
posteriori del período de sobreexplotación inicial y el surgimiento del proletariado
industrial. Relaciona la organización desregulada del mercado, el aumento de la
producción y la proletarización como los factores determinantes del aumento de la
ilegitimidad y el surgimiento del amor en el noviazgo. El capitalismo fomenta la
individuación y el egoísmo, lo que favoreció priorizar la satisfacción de los deseos
personales a los lazos y las obligaciones comunitarios. La búsqueda de felicidad personal
se emprende a través de la valorización del romance:

Se busca en los ojos de otra persona con la esperanza de encontrarse a sí mismo.

La posibilidad de las mujeres de conseguir empleos pagos les proporcionó un estatuto de


mayor autonomía con respecto a la protección y el control familiar y comunitario, lo cual
aumentó su búsqueda de amor y sexualidad. Los que poseían capital, siguieron
supeditando el sexo al interés, pero quienes no tenían nada que perder, pudieron
perseguir objetivos personales, una vez liberados del control comunitario.
La migración de mujeres jóvenes se debió a la posibilidad de obtener empleo lejos de su
lugar de origen. Según Shorter, existe:

“(…) una íntima relación entre el trabajo capitalista, la huída de los controles familiares y
el deseo de libertad....esas cosas vinieron juntas en el siglo XVIII, e hicieron,

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especialmente para las mujeres jóvenes, del ‘amor romántico’ la contraseña de
autonomía personal”.

El amor maternal, en cambio, surgió en los sectores medios anticapitalistas. Ellos


experimentaron un aumento mayor y más rápido del nivel de vida. Mantenían, sin
embargo, el deseo de transmitir herencia a las generaciones siguientes. El crecimiento
económico liberó a las madres de la necesidad desesperada de trabajar, por lo que
pudieron dedicarse más al cuidado de los niños y menos a la producción. La acumulación
de riqueza y los avances médicos, junto a la provisión de cuidados maternos más
adecuados a las necesidades infantiles, disminuyeron la mortalidad infantil. Así comenzó
un proceso también descrito por otros autores, (Donzelot, 1990; Badinter, 1981) que se
caracterizó por la definición social de las mujeres en función de su rol maternal, a las que
se asignaba la tarea de producir sujetos.
El capitalismo, destruyó los lazos comunitarios y favoreció el repliegue de la familia sobre
sí misma. La movilidad de las poblaciones relajó los controles comunitarios y la autoridad
eclesiástica. Eso favoreció de forma indirecta, la autonomía de las mujeres.
En cuanto a la familia postmoderna, Shorter describe tres aspectos cambiantes:
*El corte de los lazos entre los jóvenes y los mayores.
*La inestabilidad de la pareja
*La liberación de las mujeres, que implica la demolición de la idea del hogar como nido o
refugio.
Actualmente, el grupo de pares retoma la tarea de socializar a los adolescentes, lo que
debilita la influencia de los padres. Aparece la “brecha generacional”. A diferencia de los
grupos adolescentes del Antiguo Régimen, los adolescentes de hoy no están integrados
sino que constituyen una subcultura separada.
Desde mediados de la década del sesenta, los índices de divorcio han aumentado
espectacularmente en los países occidentales. Al contrario de lo que algunos sectores
consideran, no es la familia la que se está destruyendo, porque muchos divorciados

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vuelven a casarse. Lo que no se sostiene es la idea de la unión de por vida. Lo que se debe
a:
* La tendencia actual hacia la búsqueda de placer erótico, y a,
* La independencia económica de las mujeres.
Concluye Shorter:

“La familia nuclear se hunde (…) y creo que será reemplazada por la pareja libre, una
díada marital sujeta a espectaculares fisiones y fusiones, y sin los satélites orbitales de los
hijos púberes, los amigos íntimos, o los vecinos (...) sólo los parientes, disimulados en el
fondo, con sonrisas amistosas en sus rostros”.

Es difícil para nosotros prever el curso futuro de los arreglos familiares, ya que intentamos
analizar un proceso en el que estamos inmersos y que afecta profundamente a nuestras
vidas y a las de nuestros consultantes, amigos y parientes. Sin embargo, esta tarea resulta
imprescindible, a fin de promover la salud y evitar, en lo posible, un exceso de trastornos
personales y familiares. El análisis histórico que nos ofrece Edward Shorter, permite
reflexionar acerca de las transformaciones familiares y los factores que influyen en ellas,
proporcionando así un sustento amplio para las reflexiones acerca de la subjetividad.

Relación familia-Estado

De todo lo antes expuesto se desprende que existe una estrecha relación entre la forma
de familiarización y la organización social en su conjunto. La expresión corriente que se
refiere a la familia como "la célula básica de la sociedad" ha sido leída en su sentido
elementalista, suponiendo que el tejido social se arma sobre la base del agrupamiento de
familias discretas. Si compartimos algunos principios generales de la perspectiva
estructuralista, veremos que los mismos principios organizadores de la producción y las
instituciones sociales inciden en el estilo o los estilos familiares prevalecientes.

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Continuando con la metáfora biologista, es la estructura y la función del tejido lo que
condiciona la morfología celular.
La consulta de la obra de Jacques Donzelot, La policía de las familias (1990), resulta
esclarecedora para explorar la articulación entre familia y Estado.
Según este autor, la familia pudo haber sido un mecanismo destinado a mantener el
orden establecido durante el Antiguo Régimen n, ya que la sociedad era autoritaria,
patriarcal e inmovilista. Luego de ese período, los dispositivos de regulación han sido más
móviles y flexibles, adecuándose a la democratización creciente.
Considera que la retracción al ámbito privado y la ruptura de los lazos comunitarios que
describe Shorter, fueron estimuladas por los sectores dirigentes para evitar la
insurrección y el surgimiento de reclamos políticos. La construcción de viviendas
populares y el estímulo a regularizar de los matrimonios en los sectores desposeídos,
tendió a reforzar el rol de las mujeres, a fin de que ellas controlaran la conducta de sus
maridos y los alejaran de los bares y otros lugares públicos, semilleros de desórdenes
gestados por el descontento de los hombres jóvenes. Hoy en día vemos como continúa
esa estrategia en nuestro conurbano bonaerense, donde se entregan las escrituras de
propiedad de los terrenos habitados en algunas zonas, contra la presentación de la libreta
de matrimonio.
La visión de Donzelot deja muy poco espacio para el estudio de los aspectos subjetivos del
núcleo familiar, ya que se focaliza en la relación familia-Estado y en la necesidad de
regular las tensiones sociales.
Más adelante retomaré su análisis de dispositivos tales como la Escuela para Padres, que
será de gran utilidad para el estudio de los recursos sociales destinados a la promoción
de la salud familiar.
Según mi opinión, es necesario relativizar una cierta visión centrada exclusivamente en la
acumulación de poder, que lleva a Donzelot a considerar el surgimiento del psicoanálisis
sólo como otro dispositivo de control. Por cierto, el examen de los aspectos útiles a la

n
Donzelot no considera necesario aclarar cuál es el período de la historia al que se refiere como “Antiguo
Régimen”. Se entiende que éste llega hasta la Revolución Francesa. E. Shorter denomina a los siglos XVI y

24
25
regulación social de los discursos científicos ha sido un logro reciente y necesario. Pero
debemos evitar reducir la riqueza de la experiencia a esta única cuestión, manteniendo
abierta la interrogación acerca del futuro de la familia, y de cómo serán satisfechas las
demandas de afecto e intimidad, alianza ante el desamparo, solidaridad y crianza de los
niños en el futuro.
Laura Balbo es una socióloga y política feminista italiana, que en su obra Stato di
Famiglia. Bisogni Privato Colletivo (1976), considera que:

“Analizar la familia significa plantearse el problema del proceso de producción y


reproducción de la fuerza de trabajo, o mejor, traduciendo este nivel abstracto a términos
cotidianos y concretos, describir e interpretar cómo se vive y sobrevive en nuestra
sociedad, como se nutre, crece y socializa”.

La perspectiva de esta autora consiste en relacionar la familia de nuestro tiempo con el


particular modo de producción y de organización política del capitalismo en su fase
actual. Ya en el momento de publicación de su obra, hace veinte años, se percibía la crisis
del estado asistencial, que actualmente se ha desplegado en toda su profundidad. Existe
un deterioro comparativo de las condiciones objetivas de vida de la mayor parte de la
población. El análisis de la familia como dispositivo institucional y de los vínculos que se
establecen en su seno, se realiza en este contexto. Emergen nuevos sujetos de demanda
política: los jóvenes, las mujeres, los marginales, los desempleados, los jubilados.
Según L. Balbo la construcción de la subjetividad se relaciona estrechamente con el modo
de producción. En el capitalismo, los adultos son socializados para pensar en el bienestar
de su propia familia, y los niños y los jóvenes, para depender casi exclusivamente de ella.
Esta autora enfatiza la construcción del mundo privado en oposición al público y el
establecimiento de profundos lazos de lealtad (o su reverso, la rebelión), en oposición a la
solidaridad comunitaria.

XVII “los viejos y malos tiempos”. Al parecer, éste es el período en el que numerosos autores inician sus
estudios para determinar los antecedentes de la organización familiar contemporánea.

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La perspectiva de Balbo es fuertemente economicista, y los conflictos vinculares y
subjetivos derivan de situaciones también conflictivas entre las estructuras productivas y
las instituciones y procesos relacionados con la satisfacción de necesidades. La
representación consensual de lo que es considerado necesario ha mejorado, y existen
expectativas generalizadas de cierto bienestar mínimo considerado un derecho, lo que
aumenta el conflicto cuando existe una imposibilidad estructural para su satisfacción por
parte de amplios sectores sociales.
La autora ofrece una visión histórica acerca de la relación entre la institución familiar y el
modo de producción para la subsistencia. Toma el caso de la Inglaterra preindustrial a fin
de mostrar el peso prevaleciente de la actividad productiva familiar y la subordinación a
ella de los arreglos relativos a la satisfacción de necesidades.
En la familia dedicada a la producción textil, agrícola o artesanal, el trabajo determinaba
el rol de adultos y niños, de varones y mujeres. Todos colaboraban en la producción y si
bien existía una división de funciones y una jerarquía entre los géneros y las
generaciones; (el padre dirigía la industria doméstica, los varones tejían, las mujeres
generalmente hilaban y los niños ayudaban), no había una división sexual del trabajo tan
polarizada como se registró luego de la Revolución Industrial, ni la separación entre
infancia y adultez estaba tan institucionalizada como en la actualidad, al menos en los
sectores integrados en el sistema. La esfera pública no se había diferenciado claramente
de la privada y la relación entre producción de recursos y satisfacción de necesidades no
se había constituido en un problema político por falta de una representación colectiva de
la satisfacción de necesidades básicas como un derecho ciudadano.
Como se ve, si bien esta perspectiva toma como eje explicativo el sistema de producción,
también considera la influencia de lo que los historiadores franceses han llamado “las
mentalidades”.
Balbo considera que la Revolución Industrial destruyó la familia de la clase obrera. El
período inicial de acumulación capitalista se caracterizó por la explotación brutal de las
masas operarias y campesinas. El trabajo femenino e infantil no respetaba las diferencias
biológicas y evolutivas, y las condiciones de vida eran deplorables, tal como lo describe F.

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Engels en su obra sobre la condición de la clase obrera en Inglaterra. La familia industrial
no fue más la sede de actividades productivas, que pasaron a desarrollarse en las fábricas,
mientras que se redujeron al mínimo las actividades de cuidado y asistencia de sus
integrantes. En ese contexto de superexplotación, el agrupamiento familiar se mantenía
con el propósito de favorecer la mera subsistencia, y los vínculos emocionales
experimentaron un proceso de máximo empobrecimiento, dadas las agobiantes
condiciones de existencia.
En el capitalismo avanzado, la familia vuelve a ser sede de actividades que aunque
aparentan ser internas, resultan relevantes para el sistema productivo. La educación, el
cuidado, la asistencia de los integrantes de la familia, aunque auxiliados por instituciones
externas que asumen parte de la tarea, tales como escuelas y hospitales, constituyen la
función actual de la familia, centrada en la satisfacción de necesidades privadas.
Las mujeres, antes integradas en la producción de forma indiscriminada, se constituyen
en especialistas del ámbito privado; el capitalismo en ese período, se caracteriza por una
estricta división sexual del trabajo. Según Balbo, lo que se ha considerado “funciones de
consumo” consiste en trámites institucionales indispensables para utilizar los bienes
provenientes del sistema productivo. Las mujeres organizan estos recursos y gestionan
con estos fines, las relaciones con otras instituciones.
En la fase avanzada del sistema capitalista, resurge el interés por la organización familiar,
y los sectores dominantes promueven una familia obrera organizada y disciplinada de
acuerdo con el modelo de la familia burguesa.
La responsabilidad de acceder a recursos a los que todos aspiran, pero que son escasos,
resulta privatizada, y se asigna a cada familia la responsabilidad por lograrla. Desde esta
perspectiva, las nuevas profesiones, tales como médicos, trabajadores sociales,
educadores, (a los que también se refiere J. Donzelot), elaboran normas de
comportamiento destinadas a esta finalidad.
Dice Balbo:

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“Haber demandado a la familia, institución “privada”, la responsabilidad de la
satisfacción concreta de las necesidades, es un “hallazgo” fundamental, que consigue
saldar el equilibrio entre dos términos: recursos y necesidades”.

De ese modo se construye una representación de lo privado asociada a lo competitivo,


que es contrapuesto a lo colectivo, a lo que se agrega el sentido de “no político”.
Recordemos que esta definición consensual fue impugnada desde el pensamiento
feminista a través de la célebre frase: “Lo personal es político”, con la cual se pretendía
expresar la estrecha articulación percibida entre la subjetividad y los conflictos privados y
las condiciones de vida específicas para las mujeres en la sociedad occidental actual. De
acuerdo con el planteo de Balbo, las mujeres de los sectores medios se ven constreñidas
al desempeño del rol doméstico, debido a la escasez de recursos comunitarios destinados
al cuidado de los niños, a la necesidad incrementada de realizar gestiones burocráticas
relacionadas con el sistema de salud y el educativo, etcétera. Son las mujeres
provenientes de sectores acomodados quienes pueden integrarse al mercado de trabajo
extradoméstico y obtener recursos propios, en algunos casos delegando en otra adulta
algunas de sus funciones hogareñas, en otros, recurriendo a familiares o a instituciones
de buena calidad; mientras que las mujeres de sectores desposeídos realizan trabajos de
todo tipo a expensas de la calidad de vida familiar y del abandono de sus niños. Aun
cuando las mujeres se incorporan al trabajo remunerado, el mercado está segmentado;
muchas de ellas son trabajadoras de tiempo parcial, con tareas escogidas en función de la
flexibilidad que les permita hacer compatibles el trabajo y las obligaciones familiares. De
este modo, su ingreso es complementario, y se reproduce de modo atenuado la división
sexual del trabajo. Respecto de esta cuestión, se ha realizado entre nosotros un estudio
acerca de mujeres profesionales, que compara las estrategias de vida y las actitudes de
profesionales que priorizan su carrera y que, por eso mismo, alcanzan resultados más
satisfactorios en el trabajo, con el estilo desarrollado por quienes privilegian su rol
maternal y doméstico, desarrollando su profesión de forma subordinada a lo que
consideran su responsabilidad principal (Ana María Fernández, 1993). Este tipo de

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estudios permite comprender que no son sólo los determinantes relacionados con la
condición social los que inciden en la inserción laboral y el rol familiar de las mujeres, sino
que es necesario tener en cuenta los factores más específicos, relacionados con los
valores familiares, las expectativas respecto de las mujeres y las respuestas personales de
cada sujeto a su contexto. En el mismo sentido, resulta ilustrativo un trabajo de Lidia
Heller y Susana Ruiz (1992), donde se analizan las condiciones familiares de las mujeres
exitosas en el aspecto laboral.
El estudio de Balbo destaca el nexo existente entre familia y período histórico, así como
entre familia y sector social. Es interesante recordar que incluye una investigación
focalizada en las relaciones intergeneracionales, basada en entrevistas con estudiantes
mujeres de la Facultad de Ciencias Políticas de la Universidad estatal de Milán. Balbo
destaca que nuestra sociedad mantiene a los jóvenes de sectores medios en un estatuto
de no productividad económica, en una posición de marginalidad respecto del sistema
político, reprimidos en la esfera sexual y subordinados a un indefendible sistema de
autoridad. Es en este aspecto en el que se hacen más evidentes las profundas
transformaciones acaecidas en los últimos veinte años, ya que esta caracterización, si bien
no ha sido superada totalmente, en buena medida ha quedado atrás, si no a nivel de la
inserción ocupacional sí en cuanto a la autonomía en el seno de la familia y el ejercicio de
la sexualidad por fuera de la alianza matrimonial. En cuanto a la participación política, el
descrédito actual de esta forma de ejercicio del poder coloca en situación de
marginalidad a toda la población que no pertenece a sectores económicos poderosos o a
la clase política.
En el marco de una concepción general donde se describe a la familia como un dispositivo
institucional que promueve la competencia con los otros grupos familiares a expensas de
la solidaridad, Balbo señala el impacto de la lucha por el poder que surge en la
adolescencia de los hijos, y la necesaria redefinición de roles y vínculos. Tras las
divergencias aparentemente profundas, la autora destaca importantes acuerdos tácitos
entre las generaciones, en los que los jóvenes usufructúan el sostén de los adultos para
mantenerse dentro de su clase, y las mujeres aspiran a volver a fundar una familia

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monogámica, donde los vínculos sean más democráticos, más abiertos sexualmente, con
mayor riqueza interpersonal, pero que no difiere estructuralmente de la familia
tradicional. El ideal maternal como organizador principal del proyecto de vida para las
mujeres permanecía incuestionado, y el proyecto laboral supeditado a esta expectativa,
percibida como “destino”.

Problemas familiares en la sociedad contemporánea.

Un camino posible para el análisis de las problemáticas relevantes de la familia actual, es


confrontar algunas definiciones de “familia” con situaciones empíricas registradas en el
curso de nuestra experiencia de vida y de la práctica profesional.
Bronislaw Malinowsky (1922, citado en Wainerman 1994) define así a la familia:

“Grupo social que existe como tal en la representación de sus miembros, el cual es
organizado en función de la reproducción (biológica y social) por la manipulación, de un
lado, de los principios formales de la alianza, la descendencia y la consanguinidad y, de
otro, de las prácticas sustantivas de división sexual del trabajo”.

He elegido esta definición por su carácter amplio y poco sesgado, ya que su formulación
es suficientemente abstracta como para dar cuenta de múltiples formas de agrupamiento
familiar.
La existencia intersubjetiva del grupo resulta destacada, lo cual permite incluir a
familiares que no conviven en la misma unidad doméstica, pero que se consideran
integrantes de un núcleo familiar, como ocurre cuando los hijos adolescentes viven solos,
pero toman el hogar paterno como referencia simbólica y como sostén material.
¿Pero podemos hablar de división sexual del trabajo en los hogares monoparentales con
jefatura femenina? Los hogares monoparentales ascendían al 10 % en nuestro país en
1991, y de este porcentaje, un 77 % estaba integrado por una madre sola con sus hijos
(Wainerman, 1994). También existe un porcentaje, muy bajo por cierto, en rápido

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31
ascenso, de familias con jefatura masculina exclusiva (me refiero a que la madre no vive
con los niños). Cuando quien está al mando del hogar es mujer, ella desempeña funciones
antes asignadas a los hombres sin dejar por eso de ejercer en alguna medida sus roles
tradicionales, aunque los delegue en parte a su madre, a una hija mayor o la empleada
doméstica. Cuando falta la madre, es posible que el padre recurra a otra mujer en su
reemplazo, aunque tenderá a asumir algunas tareas antes consideradas femeninas.
Lo que interesa destacar es que aun en familias donde la pareja parental permanece
unida, en muchos casos la división sexual del trabajo está en franco retroceso, porque se
comparten las tareas y funciones de forma flexible.
El U.S. Bureau of the Census, considera como familia a:

“Un grupo de dos o más personas que residen juntas y que están relacionadas por
consanguinidad, matrimonio o adopción”.

Como vimos, existen formas familiares donde hay parientes que no viven juntos, pero que
se consideran subjetivamente integrantes de un núcleo. Por otra parte, en las familias
ensambladas, el marido de la madre no está relacionado con los hijos que ella tuvo en su
primera unión conyugal, ni por consanguinidad ni por matrimonio, y generalmente no los
adopta, ya que ellos tienen padre. Queda decretar que “eso no es una familia”, lo que
muchas veces hacen sus mismos integrantes con graves daños para todos, o crear nuevas
categorías y formas de nominar y dar sentido a estos nuevos estilos de familiarización.
Según el Oxford English Dictionary, la palabra inglesa family viene del latín “familia”, que
significa “hogar” y famulus o sea “sirviente”. Un viejo dicho europeo define la familia en
el mismo sentido, como "aquellos que comen de la misma olla".
¿Habrá que transgredir las fronteras de clase y considerar a la empleada doméstica que
reside en el hogar como parte de la familia? Cuando la asociación es prolongada y
estrecha, la empleada adquiere un estatuto emocional que la pone a la par de un familiar.
Algunos niños reservan para ella la denominación de “segunda mamá”, en los casos en
que la crianza estuvo parcialmente a su cargo, cuando la madre trabaja, o en familias

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adineradas que delegan la atención de los hijos al estilo del Antiguo Régimen europeo.
Recordemos el rol subjetivante que se atribuyó al vínculo con la niñera en algún historial
freudiano (Véase el historial clínico sobre “El Hombre de los lobos”, Freud 1918). También
en este caso, la ausencia de reconocimiento, de palabras para decir lo que ocurre, se
constituye en factor patógeno. Por supuesto que los silencios no son inocentes, ya que
encubren conflictos que no se desea hacer explícitos, tales como, en el caso mencionado,
la contradicción interna que experimenta la madre, quien desea que la empleada trate a
sus hijos como si fueran propios, pero, a la vez, que no reivindique derechos sobre ellos
ni sea más amada por los niños que la madre misma.
El Diccionario de la Lengua Española define a la familia como:

“Grupo de personas emparentadas entre sí que viven juntas bajo la autoridad de una de
ellas”.

Esta definición no reconoce el fenómeno de la jefatura compartida, propio de la creciente


democratización social y de la mejoría de la condición femenina. Es de destacar que los
censos mantienen la categoría de jefe de familia, que oscurece en muchos casos el hecho
de que ya no existe un ingreso básico o mayor que los otros, que se supone aportaría el
padre, y que ese poder se ha descentralizado.
El Journal of Home Economics describe a la familia como:

“Una unidad de personas interdependientes, que están involucradas en transacciones


íntimas y que comparten recursos, responsabilidad y compromiso a lo largo del tiempo”.

Como vemos, aquí no quedan trazas de consanguinidad, filiación ni alianza. Esta


definición es válida para un grupo de amigos que comparten su vivienda y su vida, tal
como vimos en la película Carrington, o como nos relata Betty Friedan en su obra La
segunda fase ( 1981).
Amy Swerdlow (1989) considera que la familia es:

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“Un hogar compuesto por personas interdependientes, que comparten


responsabilidades y compromiso recíproco a lo largo del tiempo”.

Esta autora propone como requisito compartir la unidad doméstica, cosa que, como dije,
no siempre ocurre.
Según el censo norteamericano de 1978, citado por Bridenthal (Véase Sverdlow,op. cit.),
11 millones de niños vivían en hogares monoparentales con jefatura materna y un millón
vivían sólo con sus padres varones. Existe una tendencia creciente hacia la convivencia de
parejas no casadas y hacia los hogares unipersonales (Sverdlow 1989). Menciono estos
datos porque, a mi entender, marcan una tendencia común en la actualidad y que,
salvando las diferencias culturales, señala el rumbo de una posible transformación de las
familias en Occidente.
La situación en nuestro país, de acuerdo con C. Wainerman (1994), se caracteriza por los
siguientes rasgos: creciente urbanización, disminución de la fecundidad, aumento de la
expectativa de vida, mayor nivel educativo y participación económica femenina (lo que
lleva a la postergación del matrimonio), nuclearización de la familia, aumento de las
uniones consensuales aun en los sectores medios, e incremento de las separaciones y los
divorcios. Por todos estos factores, las familias son cada vez más pequeñas. Ha
aumentado la proporción de personas que viven solas, que en la juventud y la adultez son
mayormente varones debido a la mayor autonomía estimulada para el género masculino
y al hecho de que en los casos de divorcio todavía los hijos suelen quedar a cargo de la
madre. En la edad madura y la vejez, las personas que viven solas son en su mayoría
mujeres, debido a la expectativa de vida, que suele acompañarse de viudez, ya que a la
mayor longevidad femenina se agrega el hecho de que, por razones culturales los
hombres tienden a ser mayores que sus esposas. Por otra parte, existe una menor
tendencia a casarse nuevamente por parte de las mujeres.
Debo aclarar que considero que esta menor probabilidad de nuevo matrimonio se explica
en parte porque muchos hombres eligen mujeres más jóvenes en sus segundas nupcias,

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lo que constituye un indicador de continuidad de la dominancia masculina, tanto
económica como intersubjetiva.
Aumentan los hogares monoparentales, generalmente con jefatura femenina, como
consecuencia del divorcio, y existe, como vimos, una pequeña proporción de hogares
donde el padre está solo a cargo de los niños, tendencia incipiente pero en rápido
crecimiento.
En cuanto a los adolescentes, en muchos casos se está retrasando su desprendimiento del
hogar parental debido a la crisis económica, en especial en los sectores medios.
Los ancianos varones viven, de acuerdo con Wainerman, en un contexto familiar en
mayor proporción que las ancianas, quienes cuando no viven en una familia extendida, lo
hacen solas. La mayor longevidad de las mujeres hace más probable para ellas la
institucionalización, ya que la creciente tendencia a incorporarse al mercado por parte de
las mujeres casadas no les permite cumplir con uno de sus roles tradicionales consistente
en el cuidado de los ancianos. También contribuyen a esta situación las características de
la vivienda urbana y el consenso creciente acerca de la necesidad de intimidad para la
pareja conyugal.
La familia actual tiene su centro subjetivo en la alianza más que en la filiación y son la
sexualidad y el amor, los recursos contemporáneos aptos para cimentar y dar sentido a
las alianzas conyugales.
La “familia tipo”- compuesta por el padre, la madre y dos niños- es un modelo ideal, y
todavía es el más frecuente en la Argentina.

En 1991 la mitad de todas las familias eran de este tipo, y su frecuencia aumentó
levemente desde 1980, como también ocurrió en el AMBA (Capital Federal y conurbano
bonaerense), donde estas familias crecieron de 50 a 53 por ciento de todas las familias
entre 1980 y 1989. (Wainerman, 1994).

Según la misma autora, los hogares monoparentales ascienden a un 10 por ciento.

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Sin embargo, los expertos predicen que en el futuro casi la mitad de los niños pasarán
antes de los dieciocho años a vivir parte de sus vidas con un solo padre. Millones de niños
habitarán en hogares compuestos por uno de sus padres biológicos y un padrastro o
madrastra. Y si la tendencia actual continúa, un número creciente de los niños de hoy
tenderán a posponer el matrimonio y a comenzar su vida adulta en hogares unipersonales
o conviviendo en pareja sin casarse (Sverdlow, 1989).
Los cambios afectan no sólo al tamaño y la composición de las familias sino que los roles
familiares experimentan profundos cambios. Uno de los principales factores es que las
mujeres casadas con hijos corta edad no abandonan el mercado de trabajo como solían
hacerlo sino que permanecen en él pese a la carencia de dispositivos sociales adecuados
para el cuidado de los niños. La disponibilidad de recursos propios para las mujeres y el
consenso creciente en Occidente acerca de la legitimidad de los arreglos democráticos,
promueve que las familias evolucionen hacia una jefatura compartida.
Los niños, por su parte, han pasado a ser sujetos de derecho, haciéndose visibles las
situaciones de abuso físico, sexual y emocional, que en otros tiempos no se percibían o se
naturalizaban.
Los adolescentes gozan de mayor libertad que antes, pero ésta parece ser una libertad
“para nada”, ya que su inserción ocupacional es dudosa en un período de retracción del
empleo. La creciente adicción a las drogas y la violencia juvenil son problemas que
exceden la perspectiva familiar y que no es mi intención referir a las familias privatizando
una problemática pública. Pero sin duda afectan a los grupos familiares, exponiendo a
sectores que antes se sentían protegidos de la intromisión del poder público, a
intervenciones gubernamentales en las que la potestad de los padres puede verse
debilitada o revocada.
Por último, existen más ancianos, generalmente ancianas, cuya expectativa de vida
aumentó debido a las mejores condiciones de existencia y los avances médicos, pero que
parecen no tener destino social, no sólo por razones vinculadas al envejecimiento
poblacional y la carencia de recursos para sostenerlos en su etapa no productiva, sino
porque la ideología cultural predominante tiende a negar la muerte y la desgracia, y en

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esta estrategia de desmentir el dolor, hace invisibles a los ancianos, difundiendo la
imagen de sujetos hegemónicos, que suelen ser adolescentes o adultos jóvenes unidos a
través del amor pasión.
De acuerdo con Sverdlow (1989), en Estados Unidos la “familia tipo” es atípica, ya que
solo entre 7 y 15 % de las familias norteamericanas está compuesta por ambos padres y
sus hijos, con el padre que provee y la madre que cuida.

En un contexto cambiante, y contrariamente a las posturas que anuncian la muerte de la


familia, considero que, así como la estructura familiar ha cambiado en función de factores
económicos, políticos e ideológicos sin desaparecer a lo largo de la historia conocida,
persistirá alguna especie de arreglo familiar en el futuro. Sigue siendo necesario
gestionar, en el pequeño grupo de parientes y/o allegados, la reproducción de las fuerzas
de los trabajadores, la crianza de los niños y los adolescentes, el cuidado de los enfermos
y los ancianos, la transmisión cultural a través de la socialización primaria. Todo esto
supone el establecimiento de alguna clase de lazos emocionales, profundos y estrechos,
un requisito al parecer indispensable en el proceso de construcción subjetiva.
El ámbito privado se ha descrito como un almácigo donde se cultiva el individualismo y la
competencia en contraposición a la solidaridad comunitaria. Esto es válido para la familia
capitalista avanzada, pero junto con los aspectos negativos del individualismo extremo, es
necesario destacar su vertiente positiva, ya que el proceso de individuación supone
subjetividades complejas, aptas para resistir las tendencias masificantes y aportar la cuota
de creatividad y diversidad necesaria en una sociedad democrática.
Existen algunos problemas en la actualidad, que requieren arreglos colectivos a fin de
actualizar los dispositivos institucionales y las prácticas cotidianas para reconocer y dar
cabida a situaciones nuevas.

Los dispositivos para la crianza de niños y adolescentes no se han ajustado al fenómeno


de la incorporación creciente de las mujeres en el mercado de trabajo. Este proceso se
viene dando en función de la posibilidad de regular los nacimientos merced a la

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tecnología médica anticonceptiva y a la lógica de hacerlo en el ambiente urbano, donde
los hijos no ayudan a la subsistencia, como ocurre en los ambientes rurales, sino que
constituyen una responsabilidad económica para los padres durante largos años.
La experiencia de adquirir poder que acompaña generalmente el hecho de generar
recursos, sostiene la actual tendencia femenina a prepararse para el trabajo y
subjetivarse como trabajadoras. Una transformación tan profunda en los roles de género
sexual no puede resultar eficaz sin profundas modificaciones, no sólo relacionadas con
guarderías, jardines maternales, escuelas y centros recreativos, sino que la estructura
misma del sistema productivo debería armonizarse con las transformaciones del ámbito
privado.
Las mujeres han debido “travestirse” para trabajar, ya que aun existiendo una marcada
segmentación del mercado en tareas feminizadas y por lo tanto subvaluadas, y la escasa
participación femenina en los niveles directivos en empresas, profesiones, universidades y
organizaciones políticas, el modelo ideal del trabajador sigue siendo un varón adulto que
cuenta con el apoyo de una esposa. Cuando son las esposas quienes trabajan, y más aún
cuando las trabajadoras son ex esposas (me refiero a las mujeres divorciadas y viudas), su
participación en la generación de recursos se realiza a expensas de esfuerzos
extraordinarios y carencias lamentables, respecto de las cuales las principales víctimas
son ellas mismas y sus hijos. Ésta es una problemática que debe desprivatizarse, ya que
corresponde al conjunto de la sociedad hacerse cargo de la reproducción generacional,
garantizando las condiciones mínimas para hacer compatible trabajo, hogar y escuela.
La reducción de jornadas laborales es un recurso posible de ser implementado en un
período caracterizado por la escasez del empleo y permitiría a todos dedicar más tiempo
a la crianza de los hijos, sin establecer diferencias discriminatorias entre mujeres y
varones. En el mismo sentido, debería concurrir la combinación de horarios escolares y
laborales, la amplia disposición de guarderías, jardines y escuelas, etcétera. La lógica que
puede sustentar este tipo de políticas públicas es la que lleve a sus últimas consecuencias
la intuición moderna acerca del valor de la población saludable como parte de la riqueza
de las naciones.

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Sería deseable que la creciente paridad social y política entre varones y mujeres se
refleje en prácticas de crianza compartida por ambos padres y que esta tendencia
continúe más allá de los avatares del vínculo conyugal. Existen numerosos estudios, a los
cuales me referiré más adelante, que avalan este tipo de modalidad de crianza como
promotor de la salud mental y de identidades de género más flexibles. También es posible
registrar la existencia de una tendencia social en esta dirección observable en las familias
más jóvenes, y respecto de la cual algunos indicadores son los mensajes de los medios
masivos, el surgimiento de asociaciones civiles de progenitores varones que reclaman la
tenencia compartida en caso de divorcio etcétera
Pese a algunos presupuestos en contrario, la dificultad existente para sostener un nivel de
vida definido como aceptable basado en el ingreso del padre de familia ha promovido de
acuerdo con mis observaciones, una creciente aceptación del rol productivo de las
mujeres por parte de los hombres de edad mediana o jóvenes. Sin demasiada reluctancia
aceptan ceder una parte (no todo) de su antiguo poder a cambio de cooperación. El paso
siguiente es la participación masculina en las tareas del ámbito privado, que algunos
varones jóvenes comienzan a disfrutar con un entusiasmo semejante al de las primeras
mujeres de sectores medios que obtuvieron trabajos remunerados. Al empalidecer el
mito del héroe, el ex self made man, se dedica a construir a sus hijos, ya que hoy, no es
tan fácil hacerse a sí mismo desde la nada. Es importante agregar que este proceso
requiere ajustes subjetivos por parte de las mujeres, quienes a veces se muestran
reticentes para compartir el aparentemente denostado “reino del hogar”, ya que hasta
hace poco éste constituyó su único espacio de poder.

La realidad del divorcio ha modificado la tradición matrimonial y se requiere acumular


experiencia a fin de otorgar sentido y legitimidad a los arreglos familiares
contemporáneos. Es necesario crear nombres y regular las funciones correspondientes a
los nuevos parentescos. El desarrollo de un discurso social acerca de estos estilos
familiares puede operar en el sentido de promover la salud mental, y los terapeutas a

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nuestra vez, acopiamos experiencias que nos habilitarán en forma progresiva para la
atención de los nuevos problemas familiares.
Esta problemática resulta de gran significación para la salud pública por que es probable
que aumente, ya hoy que en Estados Unidos, el divorcio es el destino de uno de cada dos
primeros matrimonios y de uno de cada tres matrimonios (Véase Joan Kelly, en Swerdlow
1989).

La situación actual de los adolescentes es muy conflictiva, lo que se evidencia en la


profunda crisis de la escuela media, la drogadicción, la violencia juvenil, etcétera. Es
necesario realizar estudios acerca de la problemática adolescente contemporánea, con el
fin de implementar políticas adecuadas acerca de la educación y el empleo, que
favorezcan la asignación de un estatuto social definido a este grupo de edad que
permanece en una moratoria psicosocial semejante a una tierra de nadie. También se
requiere explorar los modos específicos en que se construyen las nuevas identidades de
género y relevar las problemáticas diferenciales para mujeres y varones adolescentes.

Es posible prever que la incidencia de trastornos depresivos en las mujeres de edad


mediana cuyos hijos dejan el hogar, denominada por Rose Oliver (1981) “el síndrome del
nido vacío”, tenderá a disminuir, al incorporarse esta situación existencial a las
expectativas conscientes de la mayor parte de las personas. Existe un número creciente
de adultos que viven en hogares sin hijos. Eso se debe al aumento de la esperanza de
vida, lo que permite anticipar que las parejas o las mujeres solas, transcurrirán una
prolongada etapa de su ciclo vital sin convivir con los hijos.
Las depresiones que se producen en mujeres cuya función maternal se ha cumplido,
derivan del proceso histórico de construcción de la madre moderna, una madre de
tiempo completo que todavía existe en amplios sectores, pero que supongo irá
transformando su modalidad de ejercicio de la crianza. Una situación semejante es la
depresión post-retiro de los hombres subjetivados para ser sólo trabajadores, quienes
ante el cese de sus tareas productivas, experimentan un colapso en su autoestima. En los

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países desarrollados ya se han creado espacios institucionales para la sociabilidad de los
ciudadanos maduros (llamados senior citizens en Estados Unidos). La madurez de la vida
ha dejado de ser para muchos una breve antesala de la muerte, por lo cual es necesario
gestar espacios, regulaciones y representaciones que den sentido y valor a este período
vital.

¿Qué haremos por fin con los ancianos? Las exhortaciones morales o los reclamos
emocionales difícilmente logren revertir la tendencia actual hacia la nuclearización de las
familias y la búsqueda exacerbada de intimidad, propia del individualismo postmoderno.
En cuanto existen mínimas condiciones materiales, se evita incluir a los mayores en los
hogares familiares, al menos en la ciudad, y la urbanización es un proceso en crecimiento.
Los países desarrollados parecen optar por la alternativa de una sociabilidad parcialmente
segregada, donde los ancianos convivan entre sí e interactúen a tiempo parcial con sus
familias. La disponibilidad de recursos evitaría los aspectos siniestros de algunas de
nuestras residencias geriátricas, o la gravosa carga familiar necesaria para garantizar a los
mayores condiciones dignas de existencia.
Que éste es un grave problema actual, resulta evidente a través de las habituales
demostraciones públicas de los jubilados y pensionados en nuestro país, que muestran el
rostro de una sociedad que no ha resuelto el problema del aumento de la expectativa
vital. Pero aun cuando la supervivencia económica de los ancianos se solucione, restan
problemas vinculares y subjetivos que requerirán atención.
Los ancianos no valoran la mutua compañía en un universo de sentido donde la juventud
es endiosada y se niega el paso del tiempo. La comunidad de pares les suele producir
rechazo, porque los otros son espejos del proceso de envejecimiento que no pueden
aceptar. Esta aceptación no sería sólo el resultado de un trabajo psíquico individual sino
que se vería facilitada si disminuyera la omnipotencia imaginaria del colectivo social, y se
construyera un espacio de elaboración simbólica donde se incorporara el recuerdo de
épocas pasadas y se aceptara el paso del tiempo, las pérdidas y la finitud.

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La construcción de espacios institucionales y de discursos culturales acerca de la vejez es
un desafío pendiente para los profesionales y los técnicos que trabajamos en la
promoción de la salud.

Bibliografía Cap I

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42
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