Está en la página 1de 2

L a vida de un par de gemelos puede ser divertida pero dura algunas

veces, más aún cuando uno de los dos es el elegido de dios, la carga es tan
grande que puede llegar a enloquecerles.
Abel no quería esa carga y la única vía de escape que encontró en su pobre
mente atormentada fue la de acabar con la vida de su hermano, su imagen a
la vez que su contrario. Dios no se dio cuenta de ello sino hasta que
pregunto por Abel, sin saber que hablaba con él a lo este le respondió que
no era el custodio de su hermano.
Una semana más tarde el cuerpo de Caín fue hallado muerto en el campo
junto a sus sembradíos y a su lado, cubierta de sangre, una quijada de
burro. Grande fue la decepción de dios que condeno al supuesto Caín a
vagar por la tierra eternamente sin poder llegar al cielo o al infierno.
Abel entonces se dio cuenta de lo que había hecho, pero ya era demasiado
tarde para arrepentirse y se dedicó a viajar sin rumbo por el mundo
manchando un nombre que nunca le perteneció.
Entonces una mañana mientras se levantaba desorientado en un burdel ya
en los años 40 rodeado por dos mujeres desnudas y tres botellas vacías de
licor caro, se replanteo entonces su existencia y los recuerdos de su
hermano invadieron su mente.
–Felicidades hermano, me ganaste, vos sois el mejor contrincante que
podría tener – le expreso orgulloso Caín unos minutos después de que Dios
eligiera la ofrenda de Abel.
Abel se deshizo de las mujeres en sus brazos y en un manoteo arrojo
la colcha lejos de su cuerpo para levantarse. Ellas lo miraron somnolientas,
sin embargo, tenían que satisfacerlo, al fin y al cabo, era un cliente, pero
lejos de aceptar las caricias de las féminas, él terminó por levantarse.
Se ducho, se cambió con la misma ropa con la que iba ayer y se
encamino a salir del lugar por unas aún oscuras calles de Nueva York en
los barrios bajos. Divisó a la lejanía un hombre que caminaba en su
dirección, llevaba un sombrero fedora que sostenía con una mano haciendo
que tapara la mitad de su cara a raíz de la luz de las farolas de la calle
adoquinada, aunque más allá de eso, no le dio mayor relevancia.
Se cruzaron chocando hombros, Abel llevaba una fuerte resaca por lo que
se disculpó mientras se sobaba la nuca para calmar el dolor.
–Espera ¿te conozco de algún lado? – pregunto el misterioso hombre
tomándolo por el brazo que habían chocado.
–No lo creo – le contestó con sorna, si bien conocía a muchas personas, las
personas no lo recordaban a él, nunca, otro de las reglas en el castigo de
dios.
–Yo sí creo que te conozco, Abel – el desconocido levanto su sombrero
para mirarlo a los ojos y fue en ese momento en donde el mencionado vio a
los ojos de su reflejo – cuanto tiempo, querido hermano.

También podría gustarte