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San Pio de Pietrelcina

Las virtudes heroicas del Padre Pío, fundamento de su santidad


Vivió de modo eminente las virtudes teologales: fe inquebrantable, esperanza firme y caridad
sin límites
Las virtudes heroicas del padre Pío se manifiestan de forma impresionante a lo largo de su
vida, desde la niñez hasta la muerte, pues, sin buscarse a sí mismo, cumplió
escrupulosamente, sin límites y sin ahorrar sacrificios, los intereses de Dios.
El largo itinerario de su vida se puede resumir en pocas palabras: prolongadas oraciones,
adoración eucarística, rezo del rosario, presencia puntual en el servicio del altar y del
confesonario, poco descanso, poquísimo alimento, ninguna interrupción periódica del trabajo
para recuperar fuerzas.
En la terrible oscuridad de la noche del espíritu, su fe inquebrantable obligó a su razón
humana a someterse totalmente a la Verdad eterna; esa fe se mostró firmísima cuando su
inteligencia, de manera dolorosa, se hallaba en las tinieblas, su voluntad en la aridez, su
memoria en el vacío y su corazón en la extrema desolación.
Su esperanza tampoco atravesó momentos de abatimiento, y su voluntad, aun sometida a mil
pruebas, permaneció siempre firme, confiando. contra toda esperanza, en el poder y en la
bondad de Dios. Escribió a su confesor: «En medio del sufrimiento y la profunda oscuridad en
que me encuentro inmerso continuamente, nunca pierdo la esperanza». Fue esta sólida virtud
de su alma la que lo capacitó para abandonarse totalmente en manos de Dios.
La virtud de la caridad impulsó su voluntad a amar sin fronteras a Dios por sí mismo; vivió de
caridad sobrenatural. Y, aunque practicó de forma eminente la fe y la esperanza («Dios aún no
visto» y «Dios aún no alcanzado»), demostró con la vivencia de la caridad que tendía a unirse a
Dios «como ya poseída». Y dado que «el que permanece en el amor permanece en Dios y Dios
en él» (1 Jn 4. 16). pudo distribuir a manos llenas los frutos del amor de Dios.
Esta es la fuerza que lo impulsaba a dedicar tanto tiempo al confesonario, a la dirección
espiritual, a la correspondencia epistolar con las personas que le pedían consejo, y al cuidado
de quienes tenían necesidad de ayuda material. Pero no parecía resentirse de este inmenso
sacrificio. Escribió a su confesor: «Me consumo de amor al prójimo...», «me veo arrastrado
vertiginosamente a vivir para los hermanos...», «por ellos me atormenta un fuego devorador...».

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