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El Padre Pío vivió las virtudes teologales de fe, esperanza y caridad de manera ejemplar. Pasó largos períodos orando, adorando la Eucaristía y rezando el rosario, y dedicó mucho tiempo a servir en el altar y confesonario sin descanso ni alimento adecuado. Su fe permaneció firme a pesar de las dudas y oscuridad espiritual. Su esperanza y voluntad también se mantuvieron constantes a través de las pruebas. La caridad lo impulsó a amar a Dios y a
El Padre Pío vivió las virtudes teologales de fe, esperanza y caridad de manera ejemplar. Pasó largos períodos orando, adorando la Eucaristía y rezando el rosario, y dedicó mucho tiempo a servir en el altar y confesonario sin descanso ni alimento adecuado. Su fe permaneció firme a pesar de las dudas y oscuridad espiritual. Su esperanza y voluntad también se mantuvieron constantes a través de las pruebas. La caridad lo impulsó a amar a Dios y a
El Padre Pío vivió las virtudes teologales de fe, esperanza y caridad de manera ejemplar. Pasó largos períodos orando, adorando la Eucaristía y rezando el rosario, y dedicó mucho tiempo a servir en el altar y confesonario sin descanso ni alimento adecuado. Su fe permaneció firme a pesar de las dudas y oscuridad espiritual. Su esperanza y voluntad también se mantuvieron constantes a través de las pruebas. La caridad lo impulsó a amar a Dios y a
Las virtudes heroicas del Padre Pío, fundamento de su santidad
Vivió de modo eminente las virtudes teologales: fe inquebrantable, esperanza firme y caridad sin límites Las virtudes heroicas del padre Pío se manifiestan de forma impresionante a lo largo de su vida, desde la niñez hasta la muerte, pues, sin buscarse a sí mismo, cumplió escrupulosamente, sin límites y sin ahorrar sacrificios, los intereses de Dios. El largo itinerario de su vida se puede resumir en pocas palabras: prolongadas oraciones, adoración eucarística, rezo del rosario, presencia puntual en el servicio del altar y del confesonario, poco descanso, poquísimo alimento, ninguna interrupción periódica del trabajo para recuperar fuerzas. En la terrible oscuridad de la noche del espíritu, su fe inquebrantable obligó a su razón humana a someterse totalmente a la Verdad eterna; esa fe se mostró firmísima cuando su inteligencia, de manera dolorosa, se hallaba en las tinieblas, su voluntad en la aridez, su memoria en el vacío y su corazón en la extrema desolación. Su esperanza tampoco atravesó momentos de abatimiento, y su voluntad, aun sometida a mil pruebas, permaneció siempre firme, confiando. contra toda esperanza, en el poder y en la bondad de Dios. Escribió a su confesor: «En medio del sufrimiento y la profunda oscuridad en que me encuentro inmerso continuamente, nunca pierdo la esperanza». Fue esta sólida virtud de su alma la que lo capacitó para abandonarse totalmente en manos de Dios. La virtud de la caridad impulsó su voluntad a amar sin fronteras a Dios por sí mismo; vivió de caridad sobrenatural. Y, aunque practicó de forma eminente la fe y la esperanza («Dios aún no visto» y «Dios aún no alcanzado»), demostró con la vivencia de la caridad que tendía a unirse a Dios «como ya poseída». Y dado que «el que permanece en el amor permanece en Dios y Dios en él» (1 Jn 4. 16). pudo distribuir a manos llenas los frutos del amor de Dios. Esta es la fuerza que lo impulsaba a dedicar tanto tiempo al confesonario, a la dirección espiritual, a la correspondencia epistolar con las personas que le pedían consejo, y al cuidado de quienes tenían necesidad de ayuda material. Pero no parecía resentirse de este inmenso sacrificio. Escribió a su confesor: «Me consumo de amor al prójimo...», «me veo arrastrado vertiginosamente a vivir para los hermanos...», «por ellos me atormenta un fuego devorador...».