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Los republicanos han podido mantener cierta alternancia con los demócratas gracias,
por un lado, al sistema del Colegio Electoral, que les permite elegir presidente sin ganar
el voto popular. Por otro lado, a una estrategia muy bien calculada para impedir el voto
de los negros y de otras minorías, mediante la redistribución geográfica de los distritos
electorales llamada “gerrymandering”. Esta táctica permite que los políticos escojan a
sus votantes (y no los votantes a los gobernantes) al imponer límites milimétricos a los
distritos que los favorecen. Esto hace que el número total de votos no importe, sino el
número de representantes escogidos en cada distrito. Se traza un mapa con un distrito
electoral de votantes inclinados a votar por los republicanos con un total de, por
ejemplo, 15.000 electores. Y al lado otro mapa con un distrito electoral de, digamos,
90.000 votantes. Pero cada distrito elige un solo representante. De tal modo el distrito
A, con 15.000 votos, escoge un republicano; y el distrito B, con 90.000 votos, escoge un
demócrata.
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Los republicanos sufren de angustia demográfica: el grupo de los votantes más jóvenes
(entre 18 y 29 años) se inclina hacia el Partido Demócrata en una proporción 60/40, e
incluso más alta en algunos estados. Algo parecido ocurre con los ciudadanos de origen
negro, hispano y de otras minorías étnicas. Estos últimos, además, están aprendiendo a
superar los mecanismos que les impedían ejercer el derecho a votar. Algo tan simple
como llamar a elecciones en día laboral (este año un martes), y que no haya permisos
para salir a votar, hace que obreros y empleados sencillamente no puedan ir al sitio de
votación. Trump —que votó por correo— odia y denuncia como fraudulento el voto por
correo porque permite que los trabajadores simples puedan enviar su voto antes, ya que
el 3 de noviembre no podían ir a las urnas.
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Trump y los republicanos sienten que no pueden perder por los nubarrones que ven en
el horizonte. La última revista The New Yorker se abre con este título en la portada:
“Why Trump Can’t Afford to Lose” (“Por qué Trump no puede permitirse perder”) y el
texto de Jane Mayer hace una lista de los pleitos a los que Trump, como expresidente,
debería enfrentarse. Según Mayer, Trump solía llevar dos libros de contabilidad: en uno,
que se presentaba a los bancos, a las aseguradoras y a los posibles socios de negocios, se
exageraban las ganancias. En otro, para presentar al fisco, se inflaban las pérdidas y los
gastos (70.000 dólares anuales en peluquería) para evadir impuestos. Por este lado van
los delitos fiscales. Los penales van por el lado de las revelaciones de su abogado
particular, Michael Cohen, entre los cuales el más sonado es la compra del silencio de la
actriz porno Stormy (Borrascosa) Daniels con fondos de la campaña.
https://www.elespectador.com/opinion/una-puerta-que-se-abre/
Después de la sabia política de Barack Obama hacia Cuba, apostando a que un comercio
más libre y un mejor nivel de ingresos para los cubanos favorezcan los cambios que se
están abriendo camino en la isla, cuando medio siglo de bloqueo no había logrado
absolutamente nada, sino hacer sufrir a la población y forzar al gobierno a mantener un
férreo control sobre la sociedad, los cuatro años de Trump volvieron a envenenar las
relaciones y a asfixiar a las comunidades.
En el caso de Venezuela, era muy difícil que el gobierno aceptara una transición y ni
siquiera unas elecciones transparentes, con los halcones de Trump graznando que a
Maduro lo esperaba el campo de concentración de Guantánamo. Estoy convencido de
que el gobierno venezolano solo estaría dispuesto a aceptar una transición y unas
elecciones libres si se le garantiza al chavismo un espacio político en la sociedad.
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Pero hay otra razón para que no hayan cedido: su gobierno sabe que la caída de
Venezuela, que a pesar de todo cuenta con más recursos, podría significar también la
caída de Cuba, el hundimiento de un esfuerzo de dignidad que ha cumplido ya 60 años.
De modo que también ese, aunque muchos no lo aprecien, ha sido un esfuerzo de
solidaridad.
Cuba va a defender hasta la muerte su lucha por mantener el único sistema generoso de
salud y de educación que se ha dado en este continente donde los prosélitos del
neoliberalismo solo pueden mostrar marginalidad, miseria, inseguridad y el desangre de
la juventud bajo el poder corruptor de la prohibición y de las mafias.
Lo demás no lo garantizará ningún gobierno, porque es la tarea que tienen que cumplir,
en China, en Rusia, en Estados Unidos, en Cuba, en Venezuela, en Colombia, en todo el
mundo, solamente los pueblos. Solo ellos podrán rediseñar la democracia buscando un
orden social que garantice a la vez la justicia y la libertad, una profunda responsabilidad
de los Estados y de sus ciudadanos con la suerte del mundo, y un modelo nuevo que
haga posible la continuidad de la aventura de la vida en la tierra.