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de René Descartes
En 1619 está al servicio del duque de Baviera, que tiene sus cuarteles de
invierno a las riberas del Danubio.
Instalado en una habitación con estufa de porcelana, atendido por un
sirviente y dedicado a la meditación, en la noche del 10 de noviembre de
1619, tuvo un sueño maravilloso, ya que le anunciaron que estaba
destinado a unificar todos los conocimientos en una ciencia admirable, de
la que él sería el inventor.
Esperará hasta 1628 para escribir una pequeña obra en latín Reglas para la
dirección del espíritu, en la que sostiene que la unidad del espíritu humano
–cualquiera que sea la diversidad de los objetos de la investigación- debe
permitir la invención de un método universal.
La condena de Galileo
Prepara una obra física el Tratado del mundo, aunque renuncia a publicarla
cuando llega a sus oídos en 1633 la condena de Galileo.
Descartes tiene mucho que temer de la Inquisición
Entre 1629 y 1649 vive en Holanda país protestante, a pesar de que Descartes
sigue siendo un católico sincero, aunque desea estar al margen de las
querellas y preservar la paz.
En 1637 se decide a publicar tres pequeños extractos de su obra científica. La
Dióptrica, los Meteoros y la Geom etría, estos extractos que ahora ni se leen
iban acompañados de un prefacio que ha permanecido célebre: el Discurso
del m étodo.
Allí dice que su m étodo inspirado en las m atemáticas es capaz de demostrar
no sólo la existencia de Dios y la preeminencia del alma sobre el cuerpo sino
también el m ovimiento de la Tierra alrededor del Sol…
Reina Cristina. Muerte de Descartes
Tomemos, por ejemplo, este trozo de cera que acaba de ser sacado de la colmena:
todavía no ha perdido la dulzura de la miel que contenía, todavía retiene algo del olor de
las flores de las que se ha recogido; su color, su figura, su tamaño, son manifiestos; es duro,
está frío, se puede tocar y, si lo golpeamos, producirá algún sonido. En fin, todas las cosas
que pueden distintamente permitirnos conocer un cuerpo se encuentran en él. Pero he
aquí que, mientras hablo, lo acercamos al fuego: lo que quedaba de su sabor
desaparece, el olor se desvanece, su color cambia, pierde su figura, aumenta su tamaño,
se licúa, se calienta, apenas podemos tocarlo y, aunque lo golpeemos, no producirá
ningún sonido. ¿La misma cera permanece tras este cambio? Hay que confesar que
permanece y nadie lo puede negar. ¿Qué es, pues, lo que se conocía de ese trozo de
cera con tanta distinción? Ciertamente, no puede ser nada de todo lo que he indicado
por medio de los sentidos, ya que todas las cosas que caían bajo el gusto, el olfato, la
vista, el tacto o el oído, han cambiado, y sin embargo la misma cera permanece.
…Pero lo que hay que recalcar es que su percepción, o bien la acción por la que se la
percibe, no es una visión, ni un contacto, ni una imaginación, y que nunca lo ha sido,
aunque lo pareciera así anteriormente, sino solamente una inspección de la mente, que
puede ser imperfecta y confusa, como lo era antes, o bien clara y distinta, como lo es
ahora, según que mi atención se dirija más o menos a las cosas que están en ella y de las
que ella está compuesta.
Un trozo de cera
Y lo que he señalado aquí de la cera, puede aplicarse a todas las otras cosas que me son
exteriores y que se encuentran fuera de mí. Ahora bien, si la noción o el conocimiento de
la cera parece ser más claro y más distinto después de haber sido descubierta no sólo por
la vista o por el tacto, sino también por muchas otras cosas ¿con cuanta mayor
evidencia, distinción y claridad, debo conocerme a mí mismo, puesto que todas las
razones que sirven para conocer la naturaleza de la cera, o de cualquier otro cuerpo,
prueban mucho más fácilmente y más evidentemente la naturaleza de mi mente? Y se
encuentran además tantas otras cosas en la mente misma, que pueden contribuir a la
aclaración de su naturaleza, que las que dependen del cuerpo, como estas, casi no
merecen ser nombradas.
Pero en fin, heme aquí insensiblemente vuelto a donde quería; ya que, puesto que hay
una cosa que me es ahora conocida: que propiamente hablando no concebimos los
cuerpos más que por la facultad de entender que está en nosotros, y no por la
imaginación ni por los sentidos, y que no los conocemos porque los veamos, o porque les
toquemos, sino solo porque los concebimos por el pensamiento, conozco evidentemente
que no hay nada que me sea más fácil de conocer que mi mente. Pero, como es casi
imposible deshacerse rápidamente de una antigua opinión, será bueno que me detenga
un poco en ello, a fin de que, prolongando mi meditación, se imprima más
profundamente en mi memoria este nuevo conocimiento.
Racionalismo versus empirismo
Esta es la respuesta del racionalismo. Las ideas y principios a partir de los cuales
se ha de construir deductivamente nuestro conocimiento de la realidad, no
proceden de la experiencia. Ciertamente los sentidos nos proporcionan
información acerca del universo, pero esta información es confusa y a menudo
incierta. Los elementos últimos de que ha de partir el conocimiento científico,
las ideas claras y precisas que han de constituir el punto de partida, no
proceden de la experiencia, sino del entendimiento que las posee en sí mismo.
Esta teoría racionalista acerca del origen de las ideas se denomina innatismo,
ya que sostiene que hay ideas innatas, connaturales al entendimiento, que no
son generalizaciones a partir de la experiencia sensible.
Nuestro conocimiento acerca de la realidad puede construirse deductivamente a
partir de ideas y principios evidentes.
Estos principios e ideas son innatos al entendimiento, que los posee al margen de la
experiencia en sí mismo desde el momento de la concepción.
La unidad de la razón y el método
1º La unidad del saber y de la razón. Las distintas ciencias y los distintos saberes
son manifestaciones de un saber único. Todo proviene, en último término, de
una concepción unitaria de la razón. La sabiduría es única porque la razón es
única: la razón que distingue lo verdadero de lo falso, lo conveniente de lo
inconveniente, la razón que se aplica al conocimiento teórico de la verdad y al
ordenamiento práctico de la conducta, es una y la misma.
2º La estructura de la razón y el método es el mismo en todos. Dos son a juicio
de Descartes los modos de conocimiento: la intuición y la deducción. La
intuición en una especie de luz natural de instinto natural que tiene por objeto
las naturalezas simples emanados de la razón misma, sin que quepa posibilidad
alguna de error: “un concepto de la mente pura y atenta, tan fácil y distinto
que no quepa ninguna duda sobre lo que pensamos; es decir, un concepto no
dudoso de la mente pura y atenta que nace de la sola luz de la razón, y es
más cierto que la deducción misma” (Regla III).
La unidad de la razón y el método
1. Regla de la evidencia
Es la primera y más importante de las reglas del método. Consiste en aceptar como
verdadero sólo aquello que se presente con “claridad y distinción”, es decir, con
evidencia. Es el ejercicio de la intuición.
Esta regla da lugar a la duda metódica y, tras su superación, al conocimiento como
ciencia o saber estricto. En los “Principios de filosofía”, Descartes nos dice que nunca nos
engañaremos si nos limitamos a describir en nuestros juicios sólo aquello que conocemos
clara y distintamente. El error tiene su origen en que juzgamos antes de tener un
conocimiento exacto de lo juzgado. La voluntad, que es imprescindible para que demos
nuestro asentimiento a un juicio, pude ir más allá de lo que se ofrece con claridad y
distinción, y por lo tanto llevarnos al error. Descartes consideró que siempre que nos
equivocamos es por mal uso de nuestra voluntad.
Las reglas del método
3. Regla de la síntesis
O método de la composición. Consiste en proceder con orden en nuestros
pensamientos, pasando desde los objetos más simples y fáciles de conocer hasta
el conocimiento de los más complejos y oscuros.
En el “Discurso del método” nos la presenta como la tercera regla del
método. Recomienda comenzar por los primeros principios o proposiciones más
simples percibidas intuitivamente (a las que se llega mediante el análisis) y
proceder a deducir de una m anera ordenada otras proposiciones,
asegurándonos de no omitir ningún paso y de que cada nueva proposición se
siga realmente de la precedente. Es el m étodo em pleado por la geom etría
euclidiana. Según Descartes, mientras que el análisis es el método del
descubrimiento, y es el que utiliza en las “Meditaciones Metafísicas” y el “Discurso
del m étodo”, la síntesis es el método más apropiado para demostrar lo ya
conocido, y es el empleado en los “Principios de Filosofía”.
Las reglas del método
4. Regla de la enumeración
Descartes la cita en el “Discurso del mét odo” como la cuarta regla. Consiste en revisar
cuidadosamente cada uno de los pasos de los que consta nuestra investigación hasta estar seguros de no
omitir nada y de no haber cometido ningún error en la deducción.
"Y como la multitud de leyes sirve muy a menudo de disculpa a los vicios, siendo un Estado mucho mejor
regido cuando hay pocas, pero muy estrictamente observadas, así también, en lugar del gran número de
preceptos que encierra la lógica, creí que me bastarían los cuatro siguientes, supuesto que tomase una
firme y constante resolución de no dejar de observarlos una vez siquiera:
Fue el primero, no admitir como verdadera cosa alguna, como no supiese con evidencia que lo es; es
decir, evitar cuidadosamente la precipitación y la prevención, y no comprender en mis juicios nada más
que lo que se presentase tan clara y distintamente a mí espíritu, que no hubiese ninguna ocasión de
ponerlo en duda.
El segundo, dividir cada una de las dificultades, que examinare, en cuantas partes fuere posible y en
cuantas requiriese su mejor solución.
El tercero, conducir ordenadamente mis pensamientos, empezando por los objetos más simples y más
fáciles de conocer, para ir ascendiendo poco a poco, gradualmente, hasta el conocimiento de los más
compuestos, e incluso suponiendo un orden entre los que no se preceden naturalmente.
Y el último, hacer en todo unos recuentos tan integrales y unas revisiones tan generales, que llegase a
estar seguro de no omitir nada."
La duda y la primera verdad: “pienso
luego existo o soy”
La duda metódica.
Como ya dijimos hay que encontrar primero una verdad evidente de la que
no podamos dudar y a partir de la cual, podamos deducir el edificio entero
de nuestros conocimientos. Este punto de partida ha de ser una verdad
absolutamente cierta sobre la cual no sea posible dudaren absoluto.
Solamente así el conjunto del sistema quedará firmemente fundamentado.
Para llegar a esta idea tenemos que eliminar todos aquellos conocimientos,
ideas y creencias que no aparezcan dotados de una certeza absoluta. Por
eso Descartes comienza por la duda, porque hay que dudar de todo, de ahí
que la duda sea metódica, no escéptica. Es una estrategia no es honesto.
La duda y la primera verdad: “pienso
luego existo o soy”
1ª La primera y más obvia razón para dudar de nuestros conocimientos se
halla en la falacia de los sentidos. Los sentidos nos inducen a veces a error.
Ciertamente, a veces, no siempre, pero la improbabilidad de estar seguros
impide que podamos, partir de ellos como verdades claras y distintas.
2º Si dudamos del testimonio de los sentidos, esto nos permite ampliar nuestra
duda ya que no podemos estar seguros de que las cosas son como las
percibimos. Pero podemos dudar de las cosas que percibimos. Pues sí, según
Descartes si somos más radicales habría que decir que es imposible distinguir
la vigilia del sueño. El sueño nos muestra a menudo mundos de objetos con
extremada viveza y al despertar descubrimos que tales mundos de objetos
no tienen existencia real.
La duda y la primera verdad
Existen, sin embargo, algunas ideas (pocas, pero, desde luego, las más
importantes) que no son adventicias ni facticias. Ahora bien, si no pueden
provenir de la experiencia y no son construidas a partir de otras por nuestra
imaginación, ¿cuál es su origen? La única contestación posible es que el
pensamiento las posee en sí mismo, es decir, son innatas. Esta es la
afirmación más contundente del racionalismo, que las ideas que sirven
para fundamentar el conocimiento y construir el edificio de nuestros
conocimientos están en nosotros desde el mismo momento de la
concepción. Ideas innatas son, por ejemplo, la idea de pensamiento, la
idea de existencia, la idea de infinito, la idea de Dios, que ni son
construidas por mí, ni proceden de la experiencia externa alguna, sino que
me las encuentro en la percepción misma del “pienso, luego soy”.
La existencia de Dios y del mundo