Documentos de Académico
Documentos de Profesional
Documentos de Cultura
¿Qué es Orar?
Todos, y creo que absolutamente todos, cristianos o no,
concuerdan en que orar es hablar con Dios.
M
i primera experiencia con la oración cuando
empecé a caminar con el Señor fue por un castigo.
Tendría alrededor de un mes asistiendo a la iglesia
cuando nos visitó un predicador. El pastor no estaba, y la
iglesia estaba a cargo de los diáconos. Ese día se llevó a cabo
lo que llamábamos un “culto sorpresa”, donde se asignaban
las actividades del servicio a través de una especie de
tómbola. En estos “cultos sorpresas”, los diáconos
escribían las actividades en tacos de papel y los revolvían en
un alfolí. Cada hermano tomaba un taco de papel y
participaba en el servicio de acuerdo al sorteo de las
actividades.
Este mensaje fue claro para mí: “Yo oro porque soy pastor,
si no, no orara”. Se acentuaba la convicción de que “orar”
era una actividad demasiado difícil y dichosos los que tenían
esa facilidad para “entrar en el lugar secreto”.
Algún tiempo después, un cantante muy famoso visitó la
ciudad y compartió su testimonio de intimidad con Dios. Me
identifiqué con él de manera especial. Este artista le cantaba
al Señor una canción que decía “Espérame por la mañana”.
Contó que estuvo durante años peleando contra una alarma
que sonaba a las 4:00 de la mañana para levantarse a orar.
Empezó a testificar cómo intimaba ahora con el Señor
después de tantos años de lucha.
Oración Y Actividad
A
l fin encontré un método. En mi conocimiento,
poseía “principios”, “modelos”, “reglas” y “múltiples
definiciones” de lo que era la oración. Uno de los
conceptos más impresionantes que manejaba era que “la
oración es darle al cielo la licencia terrenal para la
interferencia celestial”. Qué poderosa definición, pero qué
débil ver que en la práctica era una batalla dedicar un par de
horas a esta “actividad”.
G
eneralmente la lucha contra la carne, la flojera, el
sueño y la apatía la combatimos con nuestra
voluntad y no con el poder de Dios. Usted
probablemente se ha encontrado con mentores que igual
que a mí me enseñaron que si la carne no se quiere
conformar al Espíritu, “oblígala”.
F
ueron largos años de lucha para lograr orar el tiempo
suficiente que aquietara mi conciencia cuando de
repente Dios hizo algo. Un día estuve en una vigilia con
un varón de Dios, un muchacho joven, solo estábamos
nosotros dos. Quizá era de mi misma edad. Nos pusimos de
acuerdo para orar juntos toda la noche. Recuerdo que
“oré” sin parar por dos horas con todo mi arsenal léxico
que ya había cultivado en la religión que llevaba.
E
l Señor empezó a mostrarme algo básico (1 Cor.
6:20): “me compró”. De pronto mis ojos de fe se
abrieron y empecé a creer que no me pertenezco a mí
mismo, tengo un dueño, Él me compró. Escuchaba su voz
(entienda que la voz de Dios es inconfundible porque solo
usted la comprende. A unos Dios les habla de una manera, a
otros de otra, pero cuando a usted Dios le quiera decir
algo, no tendrá duda de que fue Él. Nuestro Dios dentro de
sus infinitas cualidades también es muy personal). Su voz me
decía: “Te compré y me gustaría que te dediques a mí las
veinticuatro horas del día, te quiero tiempo completo”. Su voz
insistente me obligó a consultar con mi autoridad de aquél
entonces (al profeta Samuel le ocurrió algo similar- 1
Samuel 3); le dije: “Yo siento que Dios me pide que me dedique
a Él tiempo completo”. Mi autoridad intentó explicarme que
para decisiones como esas debemos estar muy seguros que
fue Dios que nos habló, pues de no ser Dios sino la voz de
nuestras propias emociones, podríamos terminar muy
decepcionados.
Estructuras Al Orar
E
n nuestra cultura tenemos la costumbre de orar antes
de iniciar una actividad y al finalizarla, pero mientras se
desarrolla la misma perdemos la conciencia de que
Dios está allí y desea también participar de lo que hacemos.
Por ejemplo, iniciamos una reunión e invocamos al Señor,
pedimos que tome el control y se haga presente, pero
curiosamente tomamos nosotros mismos el control de la
actividad, impartimos nuestra clase, dirigimos la reunión,
iniciamos nuestro ensayo, predicamos, cualquier actividad
por la que hayamos orado, pero no nos acordamos de Él
hasta que terminamos la actividad. Finalizada la obra
volvemos a invocar al Señor quien saldrá de su “oficina”
nuevamente a atender el llamado de sus hijos que lo
aclaman cuando creen que deben hacerlo.
E
n una oportunidad estuve compartiendo con un grupo
de hermanos, en una actividad recreativa. Era la hora
del desayuno, pero al no tener espacio para sentarnos
todos a la mesa, se fue repartiendo el alimento de manera
aleatoria. Cuando me dieron el mío, miré a mi derecha y a
mi izquierda y me dije a mi mismo: “voy a orar por mi
alimento, de manera que todos sepan que oré por él, oraré aquí
en mi mente, pero moveré mis labios para que mis hermanos no
digan que este pastor come sin orar”. Pues así lo hice, cerré
mis ojos, moví mis labios y pedí al Señor que bendijera mi
alimento y pedí todo lo que estamos “acostumbrados” a
pedir. Terminé la oración y me dispuse a comer cuando
inmediatamente sentí que Dios me dijo: “¿quieres que me
vaya?, porque ya pediste lo que necesitabas, ¿para qué sigo
aquí?, si quieres me voy a la oficina que me creaste y vengo
cuando me necesites ¿te parece?”.
El Poder De La Oración
E
l poder de la oración ¿ha escuchado esa frase? Muchos
de nosotros somos expertos haciendo conjeturas
sobre pasajes bíblicos, y Santiago 5:16 se presta para
obtener una buena conjetura sobre “el poder de la
oración”. Santiago dijo que la oración eficaz del justo puede
mucho. Lamentablemente, el creyente interpreta que el
poder del cristiano se encuentra exclusivamente en “la
oración” (como actividad).
C
omo hemos visto, uno de los beneficios del Nuevo
Pacto, es que ya podemos hablar con Dios en
cualquier lugar y a cualquier hora, no obstante esto
también demanda responsabilidad de nuestra parte para
administrar la gracia de Dios. Con el Espíritu Santo
morando en nuestros corazones y dispuesto a guiarnos en
todo, se espera que nosotros como sus hijos oigamos y
discernamos lo que Él quiere en cada decisión de nuestras
vidas. El saber que podemos comunicarnos con Él sin
ninguna restricción puede llevarnos al otro extremo: No
pasar tiempo a solas con Él. A este tiempo a solas, yo le
llamo intimidad.