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Capítulo 4

¿Qué es Orar?
Todos, y creo que absolutamente todos, cristianos o no,
concuerdan en que orar es hablar con Dios.

M
i primera experiencia con la oración cuando
empecé a caminar con el Señor fue por un castigo.
Tendría alrededor de un mes asistiendo a la iglesia
cuando nos visitó un predicador. El pastor no estaba, y la
iglesia estaba a cargo de los diáconos. Ese día se llevó a cabo
lo que llamábamos un “culto sorpresa”, donde se asignaban
las actividades del servicio a través de una especie de
tómbola. En estos “cultos sorpresas”, los diáconos
escribían las actividades en tacos de papel y los revolvían en
un alfolí. Cada hermano tomaba un taco de papel y
participaba en el servicio de acuerdo al sorteo de las
actividades.

Recuerdo que a una hermana le correspondía la disertación


de la palabra, pero al no sentirse preparada para esta
actividad, hizo un intercambio con el predicador que estaba
de visita.

El predicador, muy efusivo, era un experto en este tipo de


actividades, no obstante en su prédica se dedicó a hacer
críticas destructivas de un pastor de la zona, y aún de
nuestro pastor porque no estaba en el servicio. En mi niñez
espiritual y dado a que la administración eclesiástica era algo
nuevo para mí, no sabía que el hermano estaba cometiendo
un error, sin embargo algunos creyentes maduros si
notaron lo inadecuado del sermón.

Al siguiente día, mi pastor, que estaba enterado de todo,


llegó a la iglesia muy enojado. Él era muy explosivo cuando
se enojaba así que llegó ardiendo de la impotencia. Después
de su regaño a los diáconos y a toda la iglesia en el servicio,
pronunció las palabras que indicaban mi primer castigo en la
iglesia: “Una hora diaria de oración de rodillas por un mes
continuo para cada miembro”.

Yo no sabía lo que era la oración. Hasta ese momento solo


repetía las palabras que los más expertos decían:
“Amantísimo Padre, Excelentísimo y fuerte Dios, la rosa de
Sarón y el lirio de los Valles, a ti, el único digno de toda
gloria, honra y alabanza, nos acercamos, ahora ante tu
majestuosa santidad, reconociendo nuestras profundas
debilidades te pedimos… equis cosa”.

Diariamente de 5:00 a 6:00 de la tarde, entraba a mi cuarto


para iniciar “mi castigo” con aquellas mismas palabras. Pedía
perdón por mi falta de discernimiento por la cual permití
que aquél efusivo predicador nos sermoneara de aquella
manera, en lugar de habérselo prohibido porque lo que
predicaba “no venía del Señor”.

La mayoría de nosotros los cristianos usamos las mismas


palabras para “orar”, así que no era de sorprender que
muchas veces terminara mis oraciones repitiendo “Santo” o
“aleluya” por más de diez (10) minutos porque ya no sabía
qué más decir; la regla era la regla, debía ser una hora.
Aún esto se practica en la actualidad, probablemente usted
pasó mucho tiempo pronunciando palabras, pero a causa de
que no llegó al tiempo estipulado, recurre a “rellenar la
oración” con cuanto vocablo cristiano sirva para “cumplir
con la meta”, (¡Santo!, ¡Santo!, ¡Santo!, ¡aleluya!, ¡aleluya!,
¡aleluya!).

Curiosamente el predicador apareció en la iglesia antes de


terminar el mes de oración pidiendo perdón y poniéndose a
cuenta con nuestro pastor y nuestra congregación. Parece
que el castigo rindió su fruto, pero para mí siguió siendo
eso: “un castigo”. La oración para mí era un sacrificio que
debía ofrecerse para cualquier cosa: “pedir perdón”, “pedir
regalos”, “alabar al Señor”, en fin, una actividad. Aún
después de graduarme en teología, crecer en la iglesia,
aprender a predicar, cantar o ministrar cualquier cosa,
siempre la oración fue una actividad necesaria y vital para no
caer en tentación. Bueno, ¿y es que acaso no es así?

Uno de mis primeros maestros, a quien por un tiempo le


consideré mi padre espiritual, un tío materno me preguntó
en una de nuestras clases de discipulado: “¿cómo estás con la
oración?, ¿cuánto tiempo oras?” Si hay alguna cualidad que me
ha distinguido a lo largo de toda mi vida ha sido la
sinceridad por lo que le respondí: “Estoy mal tío, me cuesta
orar” – “Es decir, tú no puedes decir que eres un hombre de
oración ¿verdad?” – continuó él. “Escucha, cuando no quieras
orar, lo único que debes hacer es orar” me respondió. Bueno,
yo era un muchacho de 16 años que un día dijo: “quiero ser
cristiano” y sin saber cómo, empezó a serlo, no conocía
realmente lo que significaba orar.

Me levantaba en la mañana, y hacía lo que todo el mundo


hace, le daba gracias al Señor como la mayoría: “Dios gracias
por este día, permite que me vaya bien”, solo eso. Salía a jugar
con mis primos y amigos y volvía a comer, a hacer tareas,
etc. Muchas veces mi madre me mandaba a llamar para
reprenderme: “Todo el día en la calle jugando, edifícate, ven a
orar, lee la biblia, etc., etc., etc.” Todo apuntaba a que el orar,
leer la biblia y darle tiempo a Dios era el secreto para
escapar del infierno, pues al Señor no le agradaban los
tibios, o eres de los que oran y se consagran o te vas al
mundo pero en el medio no puedes estar. Años y años viví
convencido de eso, “orar” era una actividad prioritaria.

Era costumbre que antes de ser bautizado, el nuevo


creyente debía recibir las “clases para catecúmenos”. En una
de las clases, el pastor le pregunta a un hermano que recibía
clases conmigo, también joven, de unos dieciséis o diecisiete
años: “¿qué es lo que más te gusta del evangelio?” El hermano
respondió: “Me gusta orar”. Me impresionó la respuesta del
pastor: “Gloria al Señor, eso es un regalo, les confieso: yo no sé
dónde estaría si no fuera pastor, porque ser pastor me ha
obligado a orar, y por eso estoy aquí”.

Este mensaje fue claro para mí: “Yo oro porque soy pastor,
si no, no orara”. Se acentuaba la convicción de que “orar”
era una actividad demasiado difícil y dichosos los que tenían
esa facilidad para “entrar en el lugar secreto”.
Algún tiempo después, un cantante muy famoso visitó la
ciudad y compartió su testimonio de intimidad con Dios. Me
identifiqué con él de manera especial. Este artista le cantaba
al Señor una canción que decía “Espérame por la mañana”.
Contó que estuvo durante años peleando contra una alarma
que sonaba a las 4:00 de la mañana para levantarse a orar.
Empezó a testificar cómo intimaba ahora con el Señor
después de tantos años de lucha.

Por supuesto, este testimonio me generaba ansiedad,


porque hasta ese momento yo era quien peleaba todos los
días con el mismo despertador; todo se debía a que como
muchos cristianos afirmaba que la oración más potente de
un hijo de Dios era la que se hacía de madrugada. Una y
otra vez era vencido por la alarma del despertador y
dedicaba muy poco tiempo al Señor en medio de una
descomunal somnolencia.

Oración Y Actividad

A
l fin encontré un método. En mi conocimiento,
poseía “principios”, “modelos”, “reglas” y “múltiples
definiciones” de lo que era la oración. Uno de los
conceptos más impresionantes que manejaba era que “la
oración es darle al cielo la licencia terrenal para la
interferencia celestial”. Qué poderosa definición, pero qué
débil ver que en la práctica era una batalla dedicar un par de
horas a esta “actividad”.

Tomé un cuaderno de oración y escribí una larga lista de


beneficiarios. Los primeros de la lista eran mis autoridades
porque hasta ese momento se enseñaba que si tu autoridad
estaba mal, tú estabas mal, así que por encima de ti y de tus
intereses, primero debías orar por tus autoridades
(pastores, líderes, padres, profesores, etc.). Debías además
orar por cada uno de tus familiares, por el país, por la paz
de Jerusalén, por cada continente, en fin, tenía una lista de
cuatro páginas en las que invertía cuatro horas diarias de
oración.

En las reuniones de discipulado no faltaba la pregunta:


“¿Cuántos aquí oran una, dos o tres horas?” Y dentro de mí
había una gran satisfacción porque superaba el límite de la
pregunta. Yo duraba cuatro horas. Me paraba en el patio de
mi casa y apuntaba a los cuatro puntos cardinales y enviaba
la palabra a favor del que correspondía: “Ahora en el nombre
de Jesús envío la palabra de liberación para el continente
africano Señor, trae un despertar Padre, etc., etc., etc., ahora
pido por Asia Señor, bendice a los misioneros Padre, etc., etc.,
etc.”.

Impresionantes horas pasaban y dentro de mí había una


profunda dicha porque yo era el que más tiempo oraba
dentro de mi grupo, la regla era dos horas cuarenta minutos
porque de alguna manera eso era el diezmo del día para
algunos líderes de la época. (Aunque según mi cuenta serían
dos horas veinticuatro minutos pero ¿qué más da?).

El método parecía bueno, todo hasta ahora lucía bonito, yo


me sentía bien y mamá se sentía orgullosa porque tenía un
hijo que oraba mucho tiempo. Día a día me acercaba “al
Señor” con mi lista de cuatro horas, durante meses.
Empezaba a las 8:00 pm y terminaba a las 12:00 am.

Pero había responsabilidades y otras cosas por hacer; debía


hacer tareas, debía trabajar, debía asistir a los discipulados y
a los servicios de modo que cuando me retrasaba un par de
horas en el horario de inicio, era sacrificar el descanso de
ese día. Al disponerme a orar veía la hora: 10:00 pm, ¡Dios!
Me voy a la cama hoy a las 2:00 am, ya tenía el tiempo
cronometrado, cada página me llevaba una hora por lo que
el tiempo que dedicaba a estas “oraciones” fueron tomando
su verdadero peso, y vaya cuánto peso.

Saber que debía “orar” y que iba a salir de esa “actividad”


cuatro horas después fue acumulando un peso en mi
cervical, a ese peso ahora le llamo: “el peso de la religión”.

Estos tiempos de oración se prolongaron durante meses,


porque de eso dependía mi dignidad dentro de mi grupo de
discipulado. Recuerdo que hacíamos actividades
evangelísticas donde se asignaban metas: Fulano debes traer
cuatro personas, Zutano y mengano traigan cuatro personas
también. Si el día de la actividad solo llegaban tres de los
cuatro invitados, ¿Qué creen que pasó?, “faltó oración, y
debido a que no oraste lo suficiente y no llegaste a tu meta, hoy
deberás sentarte con tus tres personas en la segunda banca”. Si
alguno deseaba sentarse en la primera banca, este lugar se
conquistaba en el “lugar secreto”. Más tiempo de oración,
más discípulos, más dignidad.
Por sobre todas las cosas yo debía alcanzar esa dignidad
prometida a estos súper cristianos. Todos estos meses
“orando”, solo sirvió para desarrollar poderosas
habilidades religiosas. A la vista del hombre observábamos
a un joven mega convencido de Cristo, pero el que todo lo
sabe solo veía la frustración de una persona insatisfecha, con
múltiples debilidades contra las que caía derrotado.
Los cristianos en nuestra preocupación por lograr que el
creyente “ore” y “busque a Dios”, ideamos nuestros
propios planes para facilitar el acceso a las profundidades de
Cristo, pero rara vez nos recordamos que solo el Espíritu
de Dios puede engendrar lo que viene de Dios.

Probablemente usted ha encontrado innumerables métodos


de búsqueda de Dios: “Planes de lectura bíblica”, “modelos
de oración”, “pasos para entrar en íntima comunión” y
hasta libros de oración donde se les explica cómo hacerlo.
En mi época era muy común practicar el llamado “reloj de
oración”, donde se motivaba a los creyentes a dedicar cinco
minutos a cada sección de la oración: “Inicie con 5 minutos de
gratitud, luego 5 minutos de confesión, luego 5 de alabanzas,
etc.…” hasta cubrir la hora de oración. Estos métodos lucen
muy bonitos y suenan bien, no obstante, el ceñirse al pie de
la letra a estas indicaciones solo desplaza al Espíritu de Dios,
quien se supone nos guía a toda verdad.

La norma, la lista, la agenda y los pasos tienden a sustituir al


Espíritu Santo. ¿Quién puede preguntarle al Espíritu Santo lo
que debe hacer si ya tiene una lista de qué hacer? Inicie
usted mismo un plan como este, haga su reloj y dedíquese
por una semana a cumplirlo, alabe por 5 minutos, luego
confiese, luego adore, luego interceda y cumpla con el
papel, con la lista o el diseño, hágalo como prueba y verá
que en muy poco tiempo quedará extenuado y frustrado
porque, naturalmente, mucho de estos planes nacen de la
estrategia humana.

Mi intención con esto es enseñarte lo que un día entendí:


“orar solo es hablar con Dios”. Me arriesgo a que esto lo esté
leyendo un hombre o mujer de Dios que haya ideado un
método y que probablemente se sienta aludido hasta pensar
en su corazón: “Eso te ocurrió a ti por tu dureza, pues a mí me
funciona perfectamente”. Debo responderte amado hermano,
yo también usé métodos por muchos años, y puedo decirte
que algo tan sencillo como lo es el hablar con Dios, puede
hacerse desde el corazón inocente y creyente de un niño,
pero, bien, “si esa es tu fe, ¡perfecto!” Recuerden que les
estoy compartiendo solo mi percepción del elefante. Una
vez quise leer un libro muy famoso de la edad media acerca
de las profundidades de Cristo pero no pude terminar
siquiera el primer capítulo, pues se refería precisamente a la
lista de cuatro horas que ya yo manejaba.

Para el hombre, el depender de Dios es un nivel demasiado


complicado, nos funciona mejor seguir la lista de cosas que
hacer. La autora del libro recomendaba que tomáramos la
biblia y empezáramos por un pasaje específico a leer
versículo a versículo y orar cada versículo leído. No me
imaginaba el día en que el pasaje fuera el Salmo 119.
La Oración Y La Voluntad Del
Alma

G
eneralmente la lucha contra la carne, la flojera, el
sueño y la apatía la combatimos con nuestra
voluntad y no con el poder de Dios. Usted
probablemente se ha encontrado con mentores que igual
que a mí me enseñaron que si la carne no se quiere
conformar al Espíritu, “oblígala”.

No hemos entendido que quien debe doblegar la carne es la


nueva criatura que está dentro de nosotros. Esa es la razón
por la cual usted ha intentado “entrar” en intimidad con
Dios y solo encuentra una ráfaga de pensamientos que
roban la atención. Fácilmente empieza su preparación en lo
que muchos llaman “lo natural”, diciéndole palabras bonitas
al Señor cuando de repente se imagina una olla en la
cocina, una escoba detrás de la puerta o una simple pelota
en el suelo que no le deja concentrarse en lo que usted
llama “oración”. A toda costa se dispone usted a doblegar
la carne cuando solo la cruz puede hacer eso.

“Ten fuerza de voluntad”, esa es una frase muy común que


solemos usar en estos casos como un sustituto más efectivo
que lo que el Señor recomienda: “No es con ejército ni con
fuerza sino con mi Espíritu” (Zacarías 4:6).
Orar Es Hablar Con Dios

F
ueron largos años de lucha para lograr orar el tiempo
suficiente que aquietara mi conciencia cuando de
repente Dios hizo algo. Un día estuve en una vigilia con
un varón de Dios, un muchacho joven, solo estábamos
nosotros dos. Quizá era de mi misma edad. Nos pusimos de
acuerdo para orar juntos toda la noche. Recuerdo que
“oré” sin parar por dos horas con todo mi arsenal léxico
que ya había cultivado en la religión que llevaba.

Satisfecho de mi oración y sorprendido de con cuanta


facilidad podía orar durante horas le di paso al varón para
que hiciera su oración. Esa fue la oración más loca que yo
había oído hasta entonces. Este varón decía cosas como:
“Señor, ¿tú sabes por qué estamos aquí?, ¿quieres saberlo Señor?
¿Seguro Señor?, yo te lo voy a decir Señor, espérate un
momentito, ¡te lo voy a decir!, ¡estamos aquí porque te amamos!,
listo, ya te lo dije…”

Este hermano hablaba con el Señor como si el Señor no


supiera quiénes éramos nosotros. Su oración fue larguísima,
pero allí no oí ninguna “Rosa de Sarón” ni ningún “Lirio de
los Valles”, allí solo vi un chico que no sabía “orar”, pero
que si sabía “hablar con Dios”. ¿Recuerda cómo se llama
este capítulo?, “¿Qué es orar?”.

Yo no sé qué hizo el Señor en mi espíritu, pero a partir de


ese día dejé de “orar” y empecé a “hablar con Dios”. Si
usted es un líder eclesiástico o religioso en su medio, le
sugiero que haga un par de preguntas a su congregación o a
su grupo de discipulado. La primera pregunta que va a hacer
es: “¿A cuántos les cuesta orar?” Y cuente las cantidades de
manos que se elevan. La segunda pregunta que va a hacer
es: “¿A cuántos le cuesta hablar con Dios?” Y hallará un
fenómeno: “Los cristianos no sabemos lo que es orar”.

Es impresionante cómo hemos entendido lo que es “orar”.


En la biblia encontramos muchísimo el término
“Proseuchesthai”, cuya traducción la entendemos todos:
“Orar”, y su significado, pues fácil es: “hablar con Dios”.
Curiosamente, no es lo que hacemos, o por lo menos en mi
generación y en mi cultura. Nosotros no oramos, nosotros
repetimos palabras. Cuando empecé a hablar con Dios,
noté un cambio excepcional. Todo partió de un proceso
divino que arrancó de esta manera:

Tiempo Y Lugar De Oración

E
l Señor empezó a mostrarme algo básico (1 Cor.
6:20): “me compró”. De pronto mis ojos de fe se
abrieron y empecé a creer que no me pertenezco a mí
mismo, tengo un dueño, Él me compró. Escuchaba su voz
(entienda que la voz de Dios es inconfundible porque solo
usted la comprende. A unos Dios les habla de una manera, a
otros de otra, pero cuando a usted Dios le quiera decir
algo, no tendrá duda de que fue Él. Nuestro Dios dentro de
sus infinitas cualidades también es muy personal). Su voz me
decía: “Te compré y me gustaría que te dediques a mí las
veinticuatro horas del día, te quiero tiempo completo”. Su voz
insistente me obligó a consultar con mi autoridad de aquél
entonces (al profeta Samuel le ocurrió algo similar- 1
Samuel 3); le dije: “Yo siento que Dios me pide que me dedique
a Él tiempo completo”. Mi autoridad intentó explicarme que
para decisiones como esas debemos estar muy seguros que
fue Dios que nos habló, pues de no ser Dios sino la voz de
nuestras propias emociones, podríamos terminar muy
decepcionados.

A pesar de la advertencia intenté poner en práctica lo que


Dios quería: Iba a la iglesia, oraba en la mañana, le hablaba a
la gente de Cristo en la tarde, pero sentía que no estaba
aportando mucho a la obra de Dios. Era lógico, no tenía
grupos, ni discípulos ni responsabilidades, lo único que me
aguardaba era una iglesia vacía donde pasaba toda una
mañana sin saber qué hacer. Me cansé de la rutina y le dije
al Señor: “No, Señor, no puedo servirte a tiempo completo, me
ataca el aburrimiento, lo siento de verdad, a mí me gusta ir a la
playa, pasar tiempo con mi familia, comer en restaurantes, ir a
una piscina, en fin Señor, me gusta divertirme”. Volví a oír su
voz, su inconfundible voz, con una convicción tan poderosa:
“Yo quiero ir a divertirme contigo”, “quiero que vayamos al
restaurante o a la playa juntos, méteme en tu vida”. Fui
convencido en un momento que fui comprado, que le
pertenecía, que soy de Él. Allí entendí que estaba en Él todo
el día, las veinticuatro horas. Esto derribó la barrera del
tiempo.
Solemos decir que el tiempo mínimo de oración es una hora
porque eso lo reclamó el Señor en el Getsemaní (Mateo
26:40), pero se nos olvida que para ese entonces el Señor
no había ido a la cruz, no había vencido la muerte ni había
establecido el Nuevo Pacto, según el cual ahora Él habita en
nosotros. ¿Cómo podríamos concebir que una, dos horas o
tres son suficientes para Dios, si realmente Él es dueño de
las veinticuatro horas de nuestros días?

Ahora pues indiscutiblemente llegar a estar convencidos de


esto requiere un rompimiento de nuestras estructuras,
porque para muchos sigue vigente las palabras del mismo
Señor cuando indicó que entráramos a nuestro aposento y
dedicáramos un tiempo al Señor allí. Para muchos cristianos
orar es entrar en el aposento y dedicar una, dos o tres
horas diarias al Señor y pierden de vista que vivimos en Él y
Él en nosotros.

Antes del maravilloso Nuevo Pacto, el hombre no tenía


acceso libre a Dios. El privilegio del sumo sacerdote era el
máximo honor al que podía aspirar el hombre. El
tabernáculo poseía un lugar santo y un lugar santísimo
separados por un velo. (Hebreos Cap. 9). Este mismo
diseño lo mantenía el templo del Señor en los tiempos de
Jesús. Cuando Jesús muere en la Cruz, el velo que separaba
el lugar santo del lugar santísimo se rasgó de arriba abajo
(Mateo 27:51), hecho que denota que el rompimiento vino
de arriba.

Este rompimiento nos muestra algo maravilloso. Nadie


podía entrar al lugar santísimo, solo una persona una vez al
año. En el lugar santo había actividad constante, los
sacerdotes ministraban allí, pero no podían siquiera ver el
arca del pacto, no podían ver a Dios ni tener contacto con
Él. Hasta ese momento el lugar santo y el santísimo eran
dos lugares independientes y eso no es todo, el lugar
santísimo donde la presencia de Dios estaba, solo ofrecía
muerte para aquella persona que no estuviera autorizada
para entrar allí. Imagine la maravillosa satisfacción que la
sangre del cordero de Dios provocó en el Padre que del
cielo fue dada la orden de hacer un solo ambiente de dos.

Al rasgarse el velo, el lugar santo y el santísimo se


convierten en un solo lugar. Ya no hay que entrar a un lugar
santísimo, ya estamos en un lugar santísimo. Ese es el
profundo significado de la ruptura del velo: “Ahora
permanecemos en su presencia”, “Tenemos el arca del
pacto en nuestra habitación”, “no hay nada que me separa
de Dios” y lo más maravilloso es que la iniciativa la tomó Él.
Al ver esto recordé los muchos meses en que dedicar
cuatro horas al Señor se convirtió en una actividad religiosa
para mi cuyo peso era difícil de sostener, ahora entendía
que no eran cuatro horas sino veinticuatro. Qué
inexplicable libertad me dio esto.

No era posible comprender cómo dedicar cuatro horas a


Dios era más pesado que dedicarle veinticuatro horas. La
explicación a este fenómeno es netamente espiritual: “Solo
Dios lo puede hacer”.

Le sugiero hacer este experimento: Invite a un amigo a que


lo acompañe todo el día a hacer sus quehaceres. Dedíquese
a desayunar con Él, vayan a sus responsabilidades y
muévanse en las actividades que comúnmente hacen. ¿Podrá
usted andar con Él todo el día y no dirigirle ni siquiera una
palabra? Estoy seguro que no. Hablarán sobre cualquier
cosa; “Ayúdame a levantar esto”, “vayamos a tal sitio”,
“revisemos los resultados del partido de ayer”, etc., etc.
Siempre tendrá un tema de conversación con su amigo.

Nuestro problema con la oración ha sido este: “Hemos


visto la oración como una actividad y no como lo que
simplemente es: hablar con Dios”. Antes de la victoria de
Cristo, cuando existía el velo que nos separaba, la relación
con Dios dependía de una búsqueda, los grandes hombres
de Dios elegían la madrugada (Salmo 63:1), el mismo Señor
Jesús hablaba con su Padre antes de que el sol saliera
(Marcos 1:35). La revisión de estos pasajes despierta aún en
nosotros la necesidad de ser gobernados por modelos,
principios, listas y diseños, escritos externos que alimentan
el conocimiento y la mente enemiga de Dios.

Ahora pues el Señor que vive en nuestro interior tiene todo


el derecho de hablar con nosotros a cualquier hora del día,
no obstante nuestra mente ha creído que el poder de Dios
se desata a cierta hora del día. El problema se presenta
cuando notamos que en nuestra madrugada reina un sol
radiante en el otro extremo del globo terráqueo. Un amigo
me decía: “Dios tiene más luz que cualquier lucero, así que a la
hora que hablemos con Él, siempre será de día”.

Espacio y tiempo es lo que ha hecho que los creyentes no


encuentren deleite en hablar con su Señor. Un
desconocimiento de la obra de Cristo nos mantiene
viviendo con un pie en el antiguo pacto y un pie en el
Nuevo Pacto. Los argumentos han sido tan potentes porque
hemos recibido la palabra de Dios (la biblia) en nuestra
mente y no en nuestros espíritus.

Ponga atención en lo que el Señor Jesús conversa con la


mujer samaritana en Juan capítulo 4. Después de que el
Señor discierne su vida, la mujer samaritana le dice al Señor:
“Desde hace mucho tiempo mis antepasados han
adorado a Dios en este cerro, pero ustedes los judíos
dicen que se debe adorar a Dios en Jerusalén” (Juan
4:19,20). Esta declaración se parece mucho a las opiniones
de nuestros hermanos de hoy día.

Un nuevo creyente preguntó a un adorador: ¿hermano,


cuánto tiempo debo orar en mi cuarto para sentirme que
cumplí con el Señor? Este adorador le respondió que el
Señor solo veía su fe y su corazón y añadió: En mi caso yo
hablo con el Señor todo el día, te mentiría si te digo que me
he disciplinado para dedicar al Señor dos o tres horas en el
cuarto, cuando Él quiere estar conmigo, de repente me veo
orando por mucho tiempo sin estar pendiente del reloj,
pero eso puede ocurrir en el cuarto, en la cocina o en el
transporte público. El nuevo creyente le respondió: “Mi
pastor me insiste que es necesario entrar al aposento y dedicar
varias horas al Señor diariamente en oración”.

Esto ocurría en esta conversación de Jesús con la


samaritana: “Nosotros adoramos en este cerro y ustedes dicen
que es en Jerusalén”. En la modernidad decimos: “Hay que
orar en el cuarto”, “Hay que orar en un altar personal”, y así
como estos lugares tenemos nuestros “cerros” o nuestra
“Jerusalén” específica para orar. Lo maravilloso del pasaje es
el anuncio del Señor sobre lo que venía. Hasta ese
momento era así, había un lugar elegido para adorar, pero
un nuevo tiempo estaba a la puerta.

El Señor respondió: Créeme, mujer, pronto llegará el


tiempo cuando, para adorar a Dios, nadie tendrá que
venir a este cerro ni ir a Jerusalén (Juan 4:21). El
anuncio de que “la hora viene” iba relacionado con la obra
que Cristo vino a hacer. El establecer el nuevo pacto, causó
que ya no existieran cerros o aposentos a los cuales acudir
para adorar al Señor. Ahora somos templo del Dios viviente
(2 corintios 6:16). No hay lugares específicos, ahora
nosotros mismos, nuestros cuerpos son el lugar. El lugar
ahora es espiritual, y allí nos espera, hay un lugar en Dios.

Esa es la gran diferencia entre el pacto antiguo y el nuevo en


lo que se refiere a la oración. Al tener a Dios dentro de
nosotros, ya puedo prescindir de la búsqueda. ¿Cómo
podemos buscar lo que ya tenemos? Lógicamente, la mente
enemiga de Dios responde a esta revelación con un
argumento: ¿Cómo se te ocurre decir que no hay que
buscar a Dios? Pero cuando el Señor rompe el velo que te
permite verlo entenderás que hay un solo lugar donde
adorar a Dios: En espíritu y verdad. (Juan 4:23). ¿Cuándo
debe hacerse esto? Esto debe ser siempre, en todo tiempo
y en todo lugar.
El apóstol Pablo, a quien Dios reveló el nuevo pacto, insistía
sobre estos elementos: “tiempo y espacio”. ¿Puede el hablar
con Dios estar supeditado al tiempo y al espacio?, Sobre
cuánto tiempo orar, el apóstol Pablo escribió: “Orad sin
cesar” (1Tes. 5:17) y sobre donde orar dijo: “Quiero,
pues, que los hombres oren en todo lugar…” (1
Timoteo 2:8). ¿Dónde queda entonces lo que hemos
aprendido por años basados en principios y conjeturas
como el que la oración más poderosa es la de la madrugada,
o que debemos orar como mínimo una hora diaria, etc.?
Estas enseñanzas quedan atrapadas en nuestras mentes
racionalistas cuya intervención divina se hace necesaria.

Nuestra mente analítica argumenta: “La biblia es clara, el


Señor dijo, entra en tu aposento, no has podido orar ni siquiera
una hora”, y así podemos esgrimir cantidades de versículos
que intentan derribar la única cosa que se quiere explicar en
este capítulo: “No es suficiente orar una hora, debemos
orar veinticuatro horas”. Lamentablemente aunque hemos
entendido esto en nuestras mentes, en la práctica
desmentimos que realmente creemos esta verdad, sobre
todo cuando estamos reunidos juntos en cualquier tipo de
servicio.

Estructuras Al Orar

E
n nuestra cultura tenemos la costumbre de orar antes
de iniciar una actividad y al finalizarla, pero mientras se
desarrolla la misma perdemos la conciencia de que
Dios está allí y desea también participar de lo que hacemos.
Por ejemplo, iniciamos una reunión e invocamos al Señor,
pedimos que tome el control y se haga presente, pero
curiosamente tomamos nosotros mismos el control de la
actividad, impartimos nuestra clase, dirigimos la reunión,
iniciamos nuestro ensayo, predicamos, cualquier actividad
por la que hayamos orado, pero no nos acordamos de Él
hasta que terminamos la actividad. Finalizada la obra
volvemos a invocar al Señor quien saldrá de su “oficina”
nuevamente a atender el llamado de sus hijos que lo
aclaman cuando creen que deben hacerlo.

Una vez que damos gracias por lo que hicimos, le pedimos a


otro hermano para que ore por equis necesidad, y ¿qué
creen?, nuestro hermano comienza su “oración” con las
palabras que ha aprendido: “Amantísimo Padre, Excelentísimo
Señor, etc., etc., etc.”. Parece que en nuestra mente tenemos
a un Dios que está allí para responder solo si pronunciamos
las palabras adecuadas. A veces somos más complicados y
encajonamos al Señor dentro de nuestro análisis de cómo
deben ser las cosas.

Una intercesora, fue impulsada por el Señor a clamar por


sus líderes durante una semana completa por más de cinco
horas diarias. Uno de esos días, estuvo clamando a Dios por
unas siete horas, no podía parar de hablar con Dios, horas
pasaban y ella continuaba mientras sus fuerzas se renovaban
sin explicación alguna. De alguna manera terminó su
intercesión cuando el Señor le dijo: “Si quieres puedes ver la
televisión”. Sus estructuras fueron movidas en ese momento,
porque no nos imaginamos que el Señor diga cosas como
esas. A veces creemos que el Señor está solo en “la
habitación de oración” y perdemos de vista que nosotros
mismos somos su habitación.

Una hermana nueva creyente estaba siendo instruida por


una más madura sobre cosas prácticas de la cristiandad.
Ante un problema familiar, la nueva creyente fue instruida
para orar a favor de su familia. Después de una semana de
oración, la nueva creyente no veía respuestas a sus
peticiones, y da reportes de ello a su mentora, “Imposible”,
le responde la mentora, “¿tú te estás arrodillando?”, jamás le
había dicho que debía arrodillarse, por eso no lo había
hecho. “Ese es el problema” – replicó la mentora, “te falta
rodilla”. A veces es la percepción que tenemos de Dios, uno
que funciona de acuerdo a una clave especial, que no
accederá hasta que se cumplan los pasos adecuados.

A veces nosotros como padres disciplinamos a nuestros


hijos de esa manera; nuestro hijo puede pedirnos un vaso
con agua, pero nosotros decidimos no dárselo hasta que no
diga las palabras mágicas “por favor”. Si nuestro hijo no lo
entiende, quedará sediento, porque mi disciplina persigue
que Él sea educado y no merecerá el agua hasta que no diga
“por favor”. De esa manera humanizamos al Señor, quien se
hará el sordo hasta que nos arrodillemos, apaguemos la
radio o la televisión o simplemente digamos las palabras
adecuadas.

En una oportunidad salí con mis padres a la orilla de una


playa, compramos pescado para compartirlo y pasar una
tarde en familia. Mi padre tomó un bocado, y comenzó a
asfixiarse debido a que en la porción iba escondido un tipo
de hueso del pescado que se atoró en su garganta. Con
desesperación veíamos cómo empezó a languidecer, de
manera que la muerte estaba en su rostro. Impotente, sin
saber cómo reaccionar, lo único que hice fue gritar desde lo
profundo de mi interior: “¡Diooossss!”, no se me ocurrió
más nada sino un grito de impotencia, entonces allí vi el
milagro hecho en un de repente; al gritarle al Señor, el
elemento salió expulsado de su garganta de una manera
inexplicable. Quizás esa ha sido “la oración” más corta y
más efectiva que haya hecho en toda mi vida, donde pude
palpar una vez más la misericordia de Dios, que no se hizo
el sordo porque no le dije “por favor” o no me coloqué
sobre mis rodillas.

No pretendo con esto convencer que las oraciones no


deben ser largas o que no haga falta arrodillarnos, jamás,
solo quiero que vea que tenemos un Dios infinito al cual
intentamos conocer con una mente finita. Me gustaría que
entienda que Dios es una persona, Dios es soberano y
conversar con Él es simple, no es una caja fuerte que
necesita combinaciones para acceder a Él.

Oí a un pastor en las redes sociales que trataba de explicar


la simpleza de esto, y no puedo evitar utilizar sus palabras.
Alguien le preguntó: “Pastor, ¿por qué siento que mis oraciones
no pasan del techo?” y él respondió: “Porque estás orando para
arriba, como si Dios estuviera en el cielo, pero Él no está en el
cielo, está dentro de ti y al lado tuyo”. Esto explica el asunto
de que Dios es una persona que está cerca y no tan lejos
como en el cielo. Otro le preguntó: “Pastor, ¿por qué
intento orar mucho tiempo pero a los tres o cinco minutos siento
que no hay más palabras que decir?” y él contestó: “Si te
acercas a Dios para pedirle que te bendiga, que te ayude o te
supla una necesidad, a los tres minutos terminarás tu oración,
pero si en lugar de esto te acercas a Él como tu amigo y le ves
como amigo, hablarás con Él durante horas, porque ¿de qué
hablan los amigos?, pues de películas, de futbol, de la familia y
de cualquier cosa”.

No me mal entienda, muchas veces serán necesarias las


rodillas, pero recuerde que usted habla con su Padre, y si
nosotros siendo malos, sabemos dar buenas dádivas a
nuestros hijos, ¿cuánto más nuestro Padre que está en los
cielos dará cosas buenas a los que le piden? (Mateo 7:11).

No me imagino que estemos reunidos con algún líder a


quien cada persona tenga que expresar algo, y que
preparados para el bombardeo de peticiones no le dejemos
hablar siquiera. ¡Fulano, te toca a ti!: “querido líder quiero
pedirte tal cosa”, ¡Mengano, vienes tú!: “querido líder quiero
pedirte… equis”, ¡Zutano, tu turno!: “Querido líder ahora te
pedimos…” y así el resto pierde la conciencia de que
estamos hablando con una misma persona, en un mismo
ambiente, en una misma hora y en una misma actividad.

Dios O El Genio De La Lámpara

E
n una oportunidad estuve compartiendo con un grupo
de hermanos, en una actividad recreativa. Era la hora
del desayuno, pero al no tener espacio para sentarnos
todos a la mesa, se fue repartiendo el alimento de manera
aleatoria. Cuando me dieron el mío, miré a mi derecha y a
mi izquierda y me dije a mi mismo: “voy a orar por mi
alimento, de manera que todos sepan que oré por él, oraré aquí
en mi mente, pero moveré mis labios para que mis hermanos no
digan que este pastor come sin orar”. Pues así lo hice, cerré
mis ojos, moví mis labios y pedí al Señor que bendijera mi
alimento y pedí todo lo que estamos “acostumbrados” a
pedir. Terminé la oración y me dispuse a comer cuando
inmediatamente sentí que Dios me dijo: “¿quieres que me
vaya?, porque ya pediste lo que necesitabas, ¿para qué sigo
aquí?, si quieres me voy a la oficina que me creaste y vengo
cuando me necesites ¿te parece?”.

Lo que entendí con estas preguntas del Señor es que no


solo lo necesito para que bendiga mis alimentos sino que lo
necesito en cada bocado, que puedo hablar con Él incluso
del sabor de ese alimento. “está buenísima esta comida
Señor”, “Oye, esta parte no quedó bien cocida Señor”,
“Esta parte quedó excelente, pero aquella otra salada
¿verdad que si Señor?”, y así con la convicción de que Él
está allí, terminar mi desayuno sin el peso de la religión. A
esto se refiere Él cuando te dice que quiere comer contigo,
dormir contigo y divertirse contigo.

Aún que comprendamos esto, el más entendido de esta


verdad será impulsado de vuelta a los rudimentos y
estructuras aprendidas. Es nuestra debilidad, es más fácil ser
gobernados por las reglas externas y no ser guiados por el
Espíritu que habita dentro de nosotros.
Uno de mis hijos enfermó, y durante noche la fiebre subía y
subía hasta que la desesperación se apoderó de nosotros.
Yo hablaba con Dios para que lo sanara, hablaba con mi
amigo, con mi Padre, creía que Él me oía pero mi hijo no
mejoraba, la fiebre continuaba. Después de media hora
viendo que mi amigo no respondía, me dije a mi mismo:
“esto no está funcionando, quizás haga falta la formalidad”, y
me levanté de la cama con las palabras aprendidas:
“Amantísimo Padre, Excelentísimo y fuerte Dios… etc., etc.,
etc.”. ¿Qué creen?, tampoco hubo mejoría. Las claves y
códigos a veces no son tan claros para el creyente. Por eso
se hace necesaria la dirección del Espíritu, el conocer los
caminos de Dios y conocerle a Él mismo.

Muchas veces nos habituamos a creer que cuando nuestros


hijos enferman debemos orar para que sanen, pero ¿no será
mejor tratar con Dios en esos momentos?, preguntar ¿por
qué se enfermó, si tiene propósitos con eso, etc.?
Probablemente sea eso lo que busca Él, que conversemos,
que hablemos con Él y conozcamos sus caminos o le
conozcamos a Él mismo. Deseche fórmulas, principios y
códigos, hable con Él hasta conocerle. Al principio será
difícil hablar con el Señor una y otra vez, una y otra vez, una
y otra vez, sobre el mismo asunto, y sin sentir respuesta,
pero te aseguro que el único propósito que tiene Dios al
vernos hablarle una y otra vez es darse a conocer y lograr
que nosotros le conozcamos a Él. El apóstol Pablo no
cesaba de pedir que Dios le sanara hasta que Dios le
respondió que simplemente no lo iba a sanar.
Hay relaciones muy buenas, pero hay otro tipo de
relaciones que no son buenas, simplemente son profundas.
Eso es lo que Dios busca. Mientras nosotros creemos que
para avanzar, prosperar y crecer, debemos orar, Dios solo
está esperando relacionarse profundamente con nosotros.
El problema de la mente religiosa, o la mente enemiga de
Dios (la mente que razona) es precisamente el ceñirse a lo
escrito de tal manera que lo escrito toma el lugar de Dios.
Hemos visto el “orar” como un mandamiento y no como
lo que realmente es: “relación”, y el argumento sigue siendo
el mismo: “Está escrito, Dios nos manda a orar”.

La palabra escrita que el Señor nos dejó, no tiene ningún


poder si el Espíritu Santo -Dios mismo- no convierte esa
palabra escrita en vida. Jesús es la palabra de Dios hecha
carne, y eso precisamente quiere hacer el Señor con
nosotros, que su palabra también se haga carne en
nosotros. Para esto se requiere fe, y no basta las
actividades.

Lamentablemente aún persiste en nosotros la idea de que


nuestro esfuerzo conquistará nuestras bendiciones, así la
oración entra dentro de los elementos que deben lograrse
con esfuerzos. Esto solo exalta al ser humano, quien
fácilmente creerá que Dios lo bendice porque ora mucho y
no porque Cristo abrió un acceso directo al lugar santísimo.

Aquí entonces debemos tener perspectiva. ¿Por qué


oramos? Siempre ha sido para lograr cosas. Un sabio
escuchó a una persona decir: “Yo amo el pescado, por eso
como mucho pescado”, y el sabio le respondió: “Si amaras al
pescado, lo dejaras vivir, dejaras que tuviera sus pescaditos y
viviera en libertad. Tú no amas al pescado, tú te amas a ti
mismo y matas al pescado para satisfacer tu egoísmo”.
Nuestra historia con Dios es similar, decimos que le
amamos, pero en realidad lo que queremos son sus
bendiciones, de allí que sea necesario que nos
“esforcemos” para orar. Yo hablo con mi esposa y con mis
hijos de una manera tan natural, que se me olvida que debo
hacerlo en un lugar o un tiempo específico y sin esfuerzo
alguno. Dios es una persona con la cual debemos
relacionarnos, aunque muchas veces creemos que se oculta
dentro de la lámpara de Aladino esperando a ser invocado,
no es así, Él está con nosotros en todo.

Uno de los textos que se convirtieron en la fuente de


motivación para el cristianismo moderno es Josué 1:9. Lo
usamos para convencer al cristiano de que si no se esfuerza,
Dios no lo bendice. Al parecer le hemos dado más poder a
nuestro esfuerzo que al esfuerzo de Cristo que conquistó
nuestra victoria en la cruz. Otra manera de ver que vivimos
con un pie en el Nuevo Pacto y un pie en el antiguo pacto.

La Oración Del Nuevo Pacto


Para referirse a un tipo de oración y darle el nombre de
“oración del Nuevo Pacto”, debemos establecer las
diferencias entre los pactos del Señor.
Pero como la intención de este capítulo no es hablar de los
pactos de Dios, sino explicar que la oración de la gracia es
muy diferente a lo que hoy conocemos como “oración”,
solo voy a citar la principal característica del Nuevo Pacto:
“Él está dentro de nosotros”.

Somos ministros competentes de un Nuevo Pacto pero la


mayoría ni siquiera conocemos lo que es el Nuevo Pacto,
de manera que cuando nos dicen que la propia vida de
Cristo está dentro de nosotros, respondemos con un
“amén”, pero no vivimos según esa verdad.

La prueba de esto es la sensación de culpa que usted siente


cuando no “cumplió” con su hora de oración la noche
anterior. ¿Cuántas veces ha comenzado su rutina devocional
en la noche y se ha quedado dormido? Cuando esto ocurre
nos levantamos con un látigo para auto flagelarnos porque
hemos ofendido de tal manera a Dios por quedarnos
dormidos, que no podemos iniciar el día sin decirle:
“Perdóname Señor, te he ofendido, perdóname por
quedarme dormido anoche, qué falto de disciplina soy”.

Ahí empezamos nuestro día con culpabilidad porque le


faltamos el respeto al Señor. ¿Cuántas veces se ha repetido
esto en su vida, y cuanta culpa ha sentido por no haber
podido “orar completo” la noche anterior?, ahora, ¿será que
el Dios que se llevó la culpa en la cruz, en esta oportunidad
no perdonará este grave acción suya?, ¿De verdad le llamó
el Señor para eso, para reclamarle porque se quedó
dormido? Pues déjeme darle una noticia que ya usted sabe
pero que aún no se ha apropiado de ella: “Dios está allí, no
se ha ido”. El mismo Dios que estaba oyéndole anoche sigue
ahí dentro de usted y dispuesto a seguirle escuchando
además.

Sé que este es un duro golpe para nuestras estructuras


mentales, porque muchas veces se nos enseñó a ser
disciplinados y cumplidos, pero quiero confiar en que el
dueño de su propia palabra le revele esto, Dios está con
usted y dentro de usted todo el tiempo.

¿Cuál es la intención de Dios al vivir dentro de nosotros?


Pues, vivir su propia vida a través de nosotros. Al final de
todo este proceso nos daremos cuenta que somos uno con
Él, ¿lo entiende?, esa es la fusión que inició con este Nuevo
Pacto, como lo cantaba un salmista: “tú en mí y yo en ti Jesús,
ese es el pacto”.

Ahora, el ser gobernados por Él es la única manera que


existe para no fallar. Él debe dirigirlo todo, aún nuestras
oraciones.

Oyendo a alguien hablar acerca de la oración del Nuevo


Pacto y viendo sus argumentos, aclarando inclusive los
modelos bíblicos de oraciones que encontramos en las
escrituras, me impresionó que después de tanto análisis
bíblico concluyera sugiriendo un “modelo” de oración de
Nuevo Pacto. Es y continúa siendo nuestro problema,
preferimos modelos, tipos, ejemplos de cómo hacer las
cosas antes de confiar en que el Espíritu Santo, que nos guía
a toda verdad, nos lleve a hacer la oración que conviene en
el momento.

Como líderes nos da temor enseñar estas cosas porque


trasladamos toda la responsabilidad al Señor. Nos aterroriza
que un discípulo no “busque” al Señor debido a que le
estamos enseñando la verdad del Nuevo Pacto: “Dios se
encarga de todo”.

Comprendo que los líderes tengan temor porque también


se les enseñó que darán cuenta de cada alma que se les
asigne, pero aún esto es un error. Revisemos Hebreos
13:17 “Obedeced a vuestros pastores, y sujetaos a ellos; porque
ellos velan por vuestras almas, como quienes han de dar cuenta;
para que lo hagan con alegría, y no quejándose, porque esto no
os es provechoso”.

Curiosamente los líderes sienten que este versículo les


obliga dar cuenta de la iglesia, pero no es así. Los líderes
cuidan la iglesia “como” si fueran a dar cuenta, pero no
significa que Dios les va a pedir cuenta de sus discípulo.
Dios no le pedirá cuenta de la iglesia, usted debe cuidarla
“como”, lea bien, “como”, si tuviera que dar cuenta.

Amado pastor no tema entregarle sus ovejas al Señor. Él las


cuidará mejor que usted. No existe ninguna forma más
segura de cuido que decirles a las ovejas que se relacionen
con su Señor. Cuídelos como si tuviera que dar cuenta
pero la realidad es que “cada uno de nosotros dará a Dios
cuenta de sí” Romanos 14:12.
Más adelante veremos cómo es el desarrollo de la relación a
solas con Dios a la luz del Nuevo Pacto pero entienda que
hay una poderosa libertad cuando entendemos que
caminamos con Él cada minuto. La fe en esta verdad
materializará está libertad.

Dejará de tratar tanto, no habrá ansiedad cuando le digan


que si no hay hambre no hay bendiciones y dejará de buscar
inclusive, pues los ojos de la fe le permitirá ver que lo que
tanto busca ya lo tiene.

Teniendo cosas mejores, seguimos apegados a las que


tienen carencias. Hebreos 12:24 nos enseña que la sangre
de Jesús, el Mediador del Nuevo Pacto habla mejor que la
de Abel, no obstante tenemos tanta inseguridad del valor de
esa sangre que pensamos que la obra aún no está completa
hasta que pongamos la parte nuestra. Algo tan sencillo y
placentero como lo es el hablar con Dios, vino a
convertirse de repente en una inmensa carga que estamos
obligados a mover.

En mateo 6:5 el mismo Señor nos hace una advertencia: “Y


cuando ores, no seas como los hipócritas; porque ellos aman el
orar en pie en las sinagogas y en las esquinas de las calles…”
Jesús con este pasaje no enfoca la actividad de estos
hipócritas, sino lo que está detrás de esta actividad. Esta
gente “oraba”, esta gente “hablaba con Dios”, pero la
motivación era ser vistos de los hombres. La intimidad con
Dios va más allá de una “actividad”, Dios ve nuestro
corazón.
Encontramos entonces muchos que pasan largas horas
“orando” pero carecen de fe, de humildad o de amor por su
hermano. Esto explica cómo la actividad en sí misma no
tiene valor ante el Señor. Se requiere motivación correcta y
fe. El escritor de Hebreos en el cap. 11:6 explica: “Pero sin fe
es imposible agradar a Dios; porque es necesario que el que se
acerca a Dios crea que le hay, y que es galardonador de los que
le buscan”.

Aquí notamos dos palabras que parecieran no encajar


dentro del Nuevo Pacto: “acercarse” y “buscar”.

Acercarse: Sabemos que si el Señor está dentro de


nosotros, no hay otra manera de que esté más cerca. El
apóstol Pablo entendió nuestra posición en Cristo, al
reconocer que antes éramos enemigos de Dios, pero ahora
nos ha reconciliado con Él. Efesios 2:13 nos dice: “Pero ahora
en Cristo Jesús, vosotros, que en otro tiempo estabais lejos,
habéis sido acercados por la sangre de Cristo”. La sangre de
Cristo nos acercó al Señor, ni siquiera partió de nosotros la
iniciativa, fue Él quien nos acercó a Él.

Buscar: Se emplea con frecuencia en nuestro argot.


Nuestras predicaciones llevan mucho este término, incluso
para tratar de persuadir a los no creyentes. Es común que le
ordenemos a los pecadores a “buscar a Dios”. No obstante,
el Señor mismo sabe que en nuestra naturaleza pecaminosa
es imposible que hagamos eso. En Romanos 3:11 la palabra
nos dice que “No hay quien entienda, No hay quien busque a
Dios”. Él fue quien nos buscó a nosotros y mejor aún, nos
encontró.

¿Cómo podemos entender entonces al escritor de Hebreos


cuando hablando del Nuevo Pacto usa términos del antiguo?
El escritor está haciendo un paralelismo en toda la carta
sobre los sacrificios del Antiguo Pacto y del Nuevo Pacto.
Se hace necesario usar entonces el lenguaje que entendían
los judíos que ya estaban habituados a una ceremonia
sacrificial.

En todo caso el escritor está diciendo algo importante,


Hebreos 11:6: “…porque es necesario que el que se acerca a
Dios crea que le hay…” Permítanme parafrasear: “Es
necesario que el que ora a Dios crea en que Dios le
responderá”. Esto prueba que la actividad (la oración como
actividad), no es poderosa en sí misma, el hablar con Dios
requiere como requisito indispensable “creer en y a Él”. La
actividad en sí no es suficiente, creer en Él es mucho más
eficaz.

El Poder De La Oración

E
l poder de la oración ¿ha escuchado esa frase? Muchos
de nosotros somos expertos haciendo conjeturas
sobre pasajes bíblicos, y Santiago 5:16 se presta para
obtener una buena conjetura sobre “el poder de la
oración”. Santiago dijo que la oración eficaz del justo puede
mucho. Lamentablemente, el creyente interpreta que el
poder del cristiano se encuentra exclusivamente en “la
oración” (como actividad).

El poder de la oración no es el resultado de la persona


orando, el poder reside en el Dios a quién oramos. Juan
5:14-15 dice, Y esta es la confianza que tenemos en Él,
que si pedimos alguna cosa conforme a su voluntad, Él
nos oye. Y si sabemos que Él nos oye en cualquiera
cosa que pidamos, sabemos que tenemos las
peticiones que le hayamos hecho.” El creyente a veces
cree que la oración tiene más poder que Dios mismo.

Muchas veces me encontré con hermanos que pasaban por


un mal día y concluían que todo se debía a que salieron de
casa sin “orar”. ¿Pero en realidad puede decirse que un
cristiano salga de su casa sin hablar con Dios? Yo no creo
que eso sea posible. Probablemente se levantó de su cama y
no hizo su ejercicio espiritual encerrado en “su lugar
secreto”, hasta repetir las palabras que aquietaran su
conciencia y le dieran una satisfacción interior de que
cumplió con el Señor, eso sí pudo haber ocurrido, ¿pero
que no haya hablado con Dios? No lo creo.

Leí en un libro de un hombre de Dios de mi época “que


probablemente la idolatría que más ha penetrado en la
iglesia consista en adorar las cosas de Dios”. A veces hemos
creído que la oración es un talismán que me protege de
todo lo malo, y si no lo hago, las consecuencias pueden ser
catastróficas. Ahora bien, esto solo dependerá de a qué le
llamamos “oración”. ¿Para usted “oración” es hablar con
Dios, o es una actividad que se debe practicar para ser un
buen cristiano?

Muchísimas veces escuché de personas que drenaban sus


problemas con sus mentores y estos les decían: “Tranquilo,
ya tu vas a ver como esto se va a acabar: Vamos a orar”. El
énfasis hacía creer que había un poder terrible en la
oración, en la persona que oraba, o en el tipo de oración
que se hacía. ¿Pero se ha detenido usted a pensar en que la
oración en sí no tiene un poder? El poder de la oración está
en Dios.

Muchos amigos no creyentes me dijeron en ocasiones que


orara por sus problemas porque sentían que yo estaba más
cerca de Dios que ellos. Por lo menos ellos veían que detrás
de mi oración había una persona que escuchaba. Ese si era
poderoso y no la oración que yo hacía. Es que en realidad el
poder está en Dios y no como hemos creído, en nuestra
oración (como actividad).

Abraham se vio obligado a entregar a Isaac, su único, en


quien se le había prometido descendencia, pero Él no
titubeó en entregarlo. Abraham en su percepción espiritual
sabía que el poder de su multiplicación no estaba en Isaac
sino en Dios. Su crecimiento no dependía del prometido
sino de quien prometió.

Muchos de nosotros aún no entendemos esta gran verdad,


que mi poder no está en mi oración, sino en el Dios a quien
oro. De esta manera nos encontramos utilizando la oración
como una fórmula, una estrategia o una herramienta. Se nos
olvida lo natural y simple que es hablar con una persona.

Cuando entendí esto, a todo hermano que me pedía


respaldo en oración empecé a responderle: “Hermano,
déjame conversar con mi Padre este asunto. Le pondré al tanto
de la necesidad que usted está pasando a ver qué opina,
también abogaré para ver si Él quiere responderle, pero ya sabe,
si usted habla con Él, debe creer que Él le responderá”.

La Intimidad Con Dios

C
omo hemos visto, uno de los beneficios del Nuevo
Pacto, es que ya podemos hablar con Dios en
cualquier lugar y a cualquier hora, no obstante esto
también demanda responsabilidad de nuestra parte para
administrar la gracia de Dios. Con el Espíritu Santo
morando en nuestros corazones y dispuesto a guiarnos en
todo, se espera que nosotros como sus hijos oigamos y
discernamos lo que Él quiere en cada decisión de nuestras
vidas. El saber que podemos comunicarnos con Él sin
ninguna restricción puede llevarnos al otro extremo: No
pasar tiempo a solas con Él. A este tiempo a solas, yo le
llamo intimidad.

Así como hay una mente enemiga que no entiende que


tenemos la vida de Dios dentro de nosotros, y es capaz de
asegurar y argumentar que si alguien no hace el ejercicio
religioso está mal con Dios, así también está la mente del
hombre natural, flojo, rebelde y analítico que dirá: “No hace
falta estar a solas con Él si igualmente hablo con Él a cualquier
hora”. Recordemos que tenemos una relación con una
persona viva y real, es más real que usted y yo y está más
viva que usted y yo.

Mantener una relación de pareja es muy difícil si no hay


intimidad. El tiempo a solas con alguien amado es
importante, aún nosotros mismos muchas veces hemos
querido estar solos sin que nadie nos moleste ¿verdad que
si? Imagínese entonces ¿cómo puede ser posible que dentro
de nosotros haya una persona mayor que nosotros y no
necesitemos intimidad con esa persona? En la intimidad no
hay nada oculto, todo está a la luz, es la oportunidad para
conocerse a profundidad. La intimidad con el Señor no debe
estar sujeta a condiciones.

El problema de nuestro enfoque en lo que es la oración se


intensifica cuando le damos más importancia a la actividad
obligatoria que se debe hacer todos los días a cierta hora
específica, que a lo que realmente se logra en esa actividad.
Un pastor le preguntó a su hija que cómo estaba su tiempo
de oración, estaba preocupado por la vida espiritual de su
hija porque presentía que su vida de oración estaba
descuidada. Su hija le respondió que no tenía problemas,
que estaba bien, que Dios era su amigo y hablaba con Él a
cada instante, sin embargo su padre insistió: “hija ¿pero
cuánto tiempo estás tomando para encerrarte y cumplir con
tu vida devocional?”. Inmediatamente su hija entendió que
su padre se refería a la intimidad con su Dios, por lo que le
respondió: “papá, de eso se encarga Él (Dios)”. El padre
dijo: “Lo sabía, sabía que estabas mal, no estás orando”.

No se complique amado hermano, orar es hablar con Dios,


no es pronunciar palabras por una cantidad de horas a una
hora específica. La oración es una comunicación con Dios.
La mente enemiga de Dios va a la biblia en busca de
versículos que intentan derribar algo tan sencillo como que
“Orar es hablar con Dios”. Nuestra mente analítica
encuentra fácilmente versículos que nos convencen de usar
las “herramientas” que Dios nos dio. La oración
tristemente la hemos visto como una de esas herramientas.
Oirá de muchas herramientas inclusive, pero si el Señor se
place en revelarle que usted recibió la gloria de Dios y que
la vida de Dios está con usted, será muy fácil entonces estar
con Él las veinticuatro horas del día.

He visto a personas que han entendido esto, llorar sin parar


en un transporte público debido a que el Espíritu de Dios
quiso hablar con ellos en público, otros han estado
cocinando y han tenido que parar sus actividades para
profetizar en medio de todos, porque simplemente Dios no
tiene ni tiempo ni lugares.

Nos jactamos de conocer a Dios, pero entienda que existe


un mayor nivel que conocer a Dios, ese nivel es “el ser
conocidos por Dios” Gálatas 4:9 “…mas ahora,
conociendo a Dios, o más bien, siendo conocidos por
Dios…” Esa “vida devocional”, “ese tiempo a solas”,
ese “entrar al lugar secreto”, no lleva la intención de
que usted cumpla con un mandamiento del Señor, lo
único que persigue esto es conocer a Dios y ser
conocido por Él.

¿Cómo tener intimidad con Dios? La intimidad con Dios ha


sido una meta para muchos que después de múltiples
esfuerzos terminan convenciéndose de que para lograrlo se
requiere determinación y fuerza de voluntad.
Probablemente usted quiere desarrollar intimidad con Dios
y espera que alguien le asesore con esto, pero ¿De verdad
espera usted que un ser humano le oriente sobre cómo
debe relacionarse con Dios? Un mortal, imperfecto y lleno
de errores jamás puede enseñarle cómo tener intimidad
con el Señor. Dios es tan especial que tiene tratos con cada
uno de sus hijos de una manera muy personal. Entendamos
que jamás puede haber patrones para una relación íntima
con Dios. Personas que conocen a Dios les pueden
testificar sus experiencias y cómo se relacionan con Él, pero
esa no es la norma, Dios tendrá un encuentro con usted de
la manera que Él sabe que usted le entenderá.

¿Ha oído usted que el Señor es un Dios de diversidad?, ¡es


así! no hay dos personas iguales en el mundo, no hay dos
copos de nieve iguales, Dios se deleita en ver que cada uno
de nosotros tiene su propia personalidad. Solo usted y Dios
saben de qué manera intiman y cómo se disfrutan.
Permítame repetir: podemos tener referencias o
experiencias de muchos que testifican sus encuentros a
solas con Él, pero su intimidad con Dios solo pueden
desarrollarla usted y Él.
Hay personas con varios hijos que aseguran que aman a sus
hijos por igual; quizá sea cierto, pero le aseguro que la
relación con cada uno de ellos no es igual. Se llevarán bien,
pero el padre o madre se adapta a la personalidad de cada
hijo. Saben qué le gusta a uno y qué le disgusta al otro, y en
medio de una familia con temperamentos diversos, se
desarrolla la relación de acuerdo al caso. Amado, Dios nos
diseñó, no espere que sea diferente a nosotros en este caso
en particular.

Aún con todo lo explicado, sí podemos asegurar que hay un


elemento importante en ese momento de intimidad: “el
silencio”. Generalmente en nuestra cultura las parejas
hablan de sus cosas en la cotidianidad del día, se llaman por
teléfono y se encargan cosas: “trae pan, trae leche, nuestro
hijo necesita unos zapatos, equis, etc., etc.”; durante el día se
dicen cosas, se pronuncian palabras de amor o se ponen de
acuerdo con cosas, pero en el momento de intimidad raras
veces conversan, me refiero esta vez a la intimidad de
pareja, ambos la desarrollan según ellos, exclusivamente
ellos. Un tercero no es necesario y muchas veces ni se
hablan durante ese tiempo.

Por lo general cuando se trata de Dios, nosotros le


llamamos intimidad a las tres, dos o una hora en que
repetimos palabras y hacemos peticiones, al final de las
cuales nos levantamos de nuestro lecho y continuamos con
nuestras actividades. La pregunta sería: ¿hablaste con Dios o
le hablaste a Dios? En la intimidad Él también nos habla, nos
cambia, hace cosas en nuestros espíritus, pero el activismo
religioso en el que vivimos nos hace creer que si estamos en
nuestro lecho en silencio durante quince minutos o media
hora, perdemos el tiempo, el provechoso tiempo en el cual
debimos haber pedido por algo.

¿Cree usted que es incorrecto callar delante de Dios


mientras estamos en intimidad con Él?, pues muchas veces
en este tiempo hemos practicado un emocionante
monólogo cuando debió ser un hermoso diálogo. Si usted
invita a un grupo de hermanos a orar, y le pide que tomen
un tiempo de silencio, le aseguro que no pasarán cinco
minutos sin que se oiga un murmullo dentro del grupo:
¡Santo!, porque somos así, muy activos y no le dejamos a Él
hacer.

La intimidad con Dios debería ser un tema privado entre


usted y Él. De la misma manera que resultaría indecoroso
preguntarle a una pareja si tienen intimidad, o con qué
frecuencia, o cuánto tiempo dedican, también deberíamos
preguntarnos si nos agradaría que alguno nos preguntara
acerca de cómo está nuestra intimidad con el Señor.

La intimidad en una relación depende de muchos factores:


confianza, fidelidad, seguridad, disposición, etc. Si
habláramos de cuanta intimidad tenemos con un hijo por
ejemplo, probablemente él tenga la suficiente confianza con
nosotros para contarnos sus cosas, pero ¿podríamos
nosotros revelarle nuestro secreto más íntimo a nuestro
hijo? Esto prueba que en la intimidad participan las dos
personas que intiman. En su intimidad con Dios, tenga
presente que Dios querrá decirle muchas cosas también, y
para eso usted debe callar.
Ahora bien, sobre lo que es orar en el espíritu, nos
encontramos con una realidad que la mayoría de nosotros
no queremos asumir: “Somos imperfectos”. Somos malos
de naturaleza. ¿Cómo podemos con nuestra realidad
espiritual decir que conocemos al Señor y que sabemos qué
debemos orar o qué no? Sí, es cierto que tenemos una
posición privilegiada en Cristo pero no debemos olvidar
quienes somos. Existe un cuerpo de muerte que nos
estorba todos los días (Romanos 7:24).

Spurgeon, uno de los predicadores más influyentes de la


historia, nos hace ver desde el modelo de la oración del
Padre Nuestro, cuál es nuestra verdadera condición. No
puedo evitar referirme a su reflexión:
“Padre Nuestro que estás en los cielos” nos ubica en la
posición de hijos. Al permitirnos que nos dirijamos a Él
como Padre, nos revela que Él nos ve como hijos. Pero al
avanzar en la oración vamos descendiendo a nuestra
posición.
“Santificado sea tu nombre” nos ubica en la posición de
adoradores. Si bien ser adorador del Dios Todopoderoso,
es una gran dignidad, debemos reconocer que es una
posición inferior a la de “hijos”. Continúa diciendo
“Venga a nosotros tu reino”, mostrando nuestra
condición de “súbditos”, un peldaño por debajo de
“adoradores”. Los súbditos en un gobierno, son una
persona más del montón.
“Hágase tu voluntad en la tierra como en el cielo, así
también en la tierra”, muestra no ahora unos súbditos que
pueden elegir o no servir a su rey, ya este paso en que
cedemos nuestra voluntad para dar paso a “SU” voluntad
solo nos desciende a la posición de “esclavos”, los esclavos
no pueden hacer lo que quieren sino que están sujetos a lo
que su amo quiera. ¿Puede haber un peldaño más abajo que
el de “esclavos”?, si, el de “mendigos”, “pordioseros” que
solo comen porque piden:
“Danos hoy nuestro pan de cada día”, en reconocimiento
a que si no es Él quien nos da incluso el alimento, no
podremos tan siquiera comer. El “mendigo” sin embargo no
es tan indigno como un “pecador” que debe clamar:
“Y perdona nuestras ofensas como también nosotros
perdonamos”. Esta última condición nos trae a nuestra
verdadera realidad: “Somos pecadores” y todo puede
tornarse aún peor si Él:
“No nos deja caer en tentación y nos libra de todo mal”.

Agradecemos al Señor porque somos sus hijos pero no


debemos perder de vista que en realidad somos pecadores,
salvados por gracia, que no merecemos tanto favor, ni le
conocemos tanto como para decir que sabemos orar.
¿Cómo conocer su voluntad si solamente el Espíritu es el
único que puede conocerle a Él? “porque el Espíritu todo
lo escudriña, aun las profundidades de Dios” (1Cor.
2:10).

Aún nosotros mismos no nos conocemos bien porque


“Engañoso es el corazón más que todas las cosas, y
perverso; ¿Quién lo conocerá?” (Jeremías 17:9). Ante el
desnudo que nos obliga ver el Señor, y al no tener
escapatoria de nuestra realidad, ¿quién puede sentirse
experto en la intimidad con Dios?, ¿Quién se siente
capacitado para decir que la manera de relacionarse con
Dios es esta o aquella? El apóstol Pablo reconoció su
incapacidad. Algunos nos creemos superiores que el mismo
apóstol Pablo que conoció a Cristo en un encuentro
personal. Solo un hombre que reconoce sus debilidades
puede dejar que en la intimidad sea Dios quien tome la
iniciativa.

Pablo dijo en romanos 8:26 “Y de la misma manera,


también el Espíritu nos ayuda en nuestra debilidad;
porque no sabemos orar como debiéramos, pero el
Espíritu mismo intercede por nosotros con gemidos
indecibles”. La intimidad, hasta ahora la habíamos visto
como un asunto entre dos personas, pues al parecer según
lo que acabamos de descubrir, en este caso particular
parece ser un asunto de una sola persona: De Él.
Reconocer que no sabemos orar como conviene, que no
tenemos idea de cómo funcionan las cosas espirituales,
permitirá que el Espíritu Santo lo haga por nosotros con
gemidos indecibles.

Un día se presentaron dos hermanas al salón de intercesión


de la iglesia donde yo me congregaba, pidiendo que oraran
por ellas. La intercesora empezó a preguntar al Señor con
insistencia, porqué debía orar, cuál era la necesidad de estas
mujeres. Mientras con su boca pronunciaba palabras como:
“Te adoro, te doy gracias, bendecimos tu nombre”, en su
corazón le insistía a Dios que le mostrara lo que estaba en
el corazón de esas mujeres para hacer una oración más
efectiva y más precisa. Después de tanto insistir, Dios le
respondió: “Lo lamento, no puedo decirte lo que hay en ellas,
porque son mis amigas. Son cosas muy sucias y desagradables
que no quiero que sepas porque es un asunto entre ellas y yo, tú
sigue haciendo lo que estás haciendo y yo me encargo de lo que
sé. No es justo que te hable cosas que mis amigas me han
confiado con lágrimas”. La intercesora entendió, que no era
su intercesión la que sería efectiva, le correspondía al
Espíritu Santo interceder por ellas con “gemidos indecibles”.

Por supuesto no se debe descartar las palabras de Pablo en


1 Corintios 14:15” ¿Qué, pues? Oraré con el espíritu, pero
oraré también con el entendimiento; cantaré con el espíritu, pero
cantaré también con el entendimiento”, pues aunque todo lo
hace Dios, Él no se olvidará de que somos sus
colaboradores (1Cor. 3:9).

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