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Mis queridos hermanos y hermanas: En primer lugar, deseo agradecerles el reunirse con nosotros en esta
ocasión, por ello y por todo lo que hacen. Ustedes dan de su tiempo, de sus energías y de sus medios para que
se lleve a cabo la obra del Señor. Yo sé que el Señor les ama por su devoción y por su disposición de hacer
todo lo que se les pide que hagan.
Considero que el hablarles es una magnifica y seria responsabilidad. Algunos han estado especulando que el
presidente Hinckley va a anunciar un nuevo y asombroso programa, pero les aseguro que no es así. Mis
hermanos del Quórum de los Doce, quienes están profundamente interesados en la obra misional en todo el
mundo, me han pedido que comparta con ustedes mis sentimientos acerca de este asunto tan importante.
En cuanto a la concurrencia que anticipábamos, este probablemente sea el mayor numero de personas que
jamás se hayan congregado en relación con la obra misional. El tabernáculo esta repleto; casi todo los 59.000
misioneros regulares en todo el mundo podrán ver el desarrollo de esta reunión. Además, miles, centenares
de miles de oficiales de la Iglesia que tienen interés y responsabilidad en esta obra se han reunido hoy para
estar con nosotros o recibirán más tarde esta conferencia. Quiero advertirles que mi discurso va a ser un poco
extenso. Soy un hombre anciano ya y no sé cuanto tiempo más habré de vivir, y por tanto quiero decir lo que
tengo que decirles mientras posea la energía para hacerlo. No sé cuando podré dar otra vez un discurso tan
largo como éste. Voy a darles en realidad dos discursos, con un himno entre uno y el otro. En total, tomaré
unos 40 minutos. Así que, habiéndoles advertido esto, quizás algunos de ustedes quieran ponerse cómodos.
¡Qué duerman bien!
Días pasados estuve hablando con uno de los conversos más entusiastas que jamás he conocido. Nos
encontrábamos en Chicago para asistir a una reunión que congregó a unos 20.000 miembros de la Iglesia en el
United Center, donde juegan básquetbol los Chicago Bulls. Randy Chiostri, un miembro nuevo de la Iglesia,
nos llevó de un lado a otro mientas estábamos allí. Durante los largos recorridos que pasamos en el pesado
tráfico de Chicago, habló acerca de la obra misional, elogiando a la Iglesia como la institución más maravillosa
del mundo, refiriéndose al Evangelio y al plan de salvación como la cosa más grande que jamás había recibido
en su vida. Randy conoció la Iglesia cuando empezó a salir con Nancy. La llevó a cenar y en ésa, su primera
cita, ella dijo que no bebía licor. No quiso tomar vino. Que extraño, pensó Randy; Ella le explicó que eso era
contrario a su religión. El fumar tampoco era aceptable. Entonces la religión de ella pasó a ser el tema de sus
conversaciones.
Se casaron al año de aquella primera cita, pero el no podía aceptar la religión de ella. Le tomó casi ocho años
superar sus dudas. Una pareja de misioneros tras otra le enseñaron y, finalmente, fue favorecido por el
Espíritu y se bautizó en marzo del año pasado.
Randy visito el Cerro Cumorah y también Nauvoo. Me dijo: "He visitado 17 templos. Los he visto por fuera,
pero todavía no he entrado en ninguno". Ha ido a cada templo que ha podido y ahora espera anhelosamente el
día en que podrá visitarlos por dentro. Esa primera visita de él, en Chicago, tendrá lugar en abril próximo.
Recibirá su investidura y al día siguiente el y Nancy serán sellados.
A Randy lo pusieron a trabajar inmediatamente después de su bautismo. Fue ordenado al sacerdocio Aarónico
y unos nueve meses más tarde lo ordenaron élder en el Sacerdocio de Melquisedec. Ama a la Iglesia. Le
apasiona el amor por el Evangelio, el cual ha pasado a ser su principal interés en la vida. No puede dejar de
hablar al respecto. Todas las noches y todas las mañanas se pone de rodillas y agradece al Señor esa maravilla
que ha recibido en su vida.
Al escucharle, aprendí algunas cosas acerca de Randy. En primer lugar fue el formidable poder del ejemplo de
un miembro de la Iglesia. Fue la estoica decisión de Nancy en aquella primera cita de que no tomaría licor ni
vino lo que captó su atención. Los misioneros le enseñaron durante años, pero fue ella la llave que le abrió el
corazón para amar al Señor y la mente para que entendiera el plan de salvación.
Lo segundo que aprendí es que nunca deben darse por vencidos cuando perciban la más mínima chispa de
interés. Le llevó casi ocho años unirse a la Iglesia. Su mente era receptiva, pero en él persistía el temor de
dar un paso tan serio. Ello significaba dejar de lado las tradiciones de sus antepasados y reemplazarlas con
algo nuevo, extraño y difícil de comprender.
Tercero, lo pusieron a trabajar inmediatamente después de su bautismo. Su obispo se ocupó de que tuviera
algo que hacer que constituyera un desafió. ¿Estaba calificado para llevar a cabo la asignación? El obispo
presto poca atención al interrogante. Percibió cierto anhelo en el nuevo converso y le ofreció una
responsabilidad para ayudarle a progresar.
El obispo se aseguró que Randy tuviera amigos en la Iglesia. Primero, por supuesto, estaba Nancy, su esposa, y
también hubo otros miembros capaces que podrían responder a sus preguntas y escucharle pacientemente
cuando no entendiera algo. No fue abandonado para que siguiera solo su camino. Pudo contar con aquellos
que estaba dispuestos a dedicarle tiempo para hablar con él.
¿Sabe él todo lo que hay que saber en cuanto a la Iglesia? No, por supuesto que no. Continúa aprendiendo y a
medida que aprende va incrementando su entusiasmo.
Se siente muy entusiasmado con lo que ha descubierto. Está ansioso por recibir las mayores bendiciones del
templo. Su testimonio se ha fortalecido y afirmado en menos de un año. Yo creo que él es un miembro 100%
convertido y su entusiasmo es contagioso. Necesitamos más personas como él ya muchas más para que
trabajen con ellas.
1. Encontrar al investigador.
2. Enseñar al investigador.
3. Bautizar al converso digno.
4. Hermanar y fortalecer al nuevo miembro.
El año pasado hubo aproximadamente 300.000 bautismos de conversos en la Iglesia. Esto es enormemente
significativo. Equivale a 120 nuevas estacas con 2.500 miembros cada una. Piensen en esto: ¡120 estacas en un
solo año! Es algo maravilloso, sí, pero no es suficiente. No exagero cuando digo que con un esfuerzo
combinado, con reconocer el deber que recae sobre cada uno de nosotros como miembros de la Iglesia, y con
sinceras oraciones al Señor para que nos ayude, podemos duplicar ese número. La importante tarea inicial es
encontrar primero investigadores que se interesen. Muchos de entre nosotros consideran que la obra misional
es simplemente repartir folletos. Todo aquel que está familiarizado con esta obra sabe que hay una mejor
manera. Esa manera es por medio de los miembros de la Iglesia. Doquiera que haya un miembro que presente
a un investigador, de inmediato se pone en juego un sistema de apoyo. El miembro da su testimonio en cuanto
a la veracidad de la obra; anhela contribuir a la felicidad de su amigo investigador y se regocija a medida que
éste avanza en su conocimiento del Evangelio.
Los misioneros regulares puedan encargarse de enseñarle, pero el miembro, siempre que sea posible,
respalda la enseñanza al ofrecer su hogar para que este servicio misional se lleve a cabo. Dará un sincero
testimonio de la divinidad de esta obra. Estará presente para contestar preguntas en ausencia de los
misioneros y ofrecerá su amistad al converso mientras hace una transformación grande y con frecuencia
difícil.
El Evangelio no es nada que deba avergonzarnos, sino algo que debe enorgullecernos. "No te avergüences de
dar testimonio de nuestro Señor..." escribió Pablo a Timoteo (2 Timoteo 1:8). Las oportunidades para
compartir el Evangelio están en todas partes.
El Dr. William Ghormey, quien sirvió como presidente de estaca en Corpus Christi, Texas, compraba gasolina
en cierta estación de servicio. Cada vez que llenaba el tanque de su automóvil, le dejaba al propietario algo
de la Iglesia para leer. Bien podría haber sido un folleto, una revista o un diario de la Iglesia, pero siempre le
dejaba algo. El hombre de la gasolinera fue convertido por el poder del Espíritu al leer tales informaciones.
Según me enteré, hace poco ese hombre servía como obispo.
La manera de traer gente nueva a la Iglesia no es responsabilidad exclusiva de los misioneros. El éxito de los
misioneros es mayor cuando los miembros se convierten en la fuente de recursos donde se encuentran nuevos
investigadores.
Quisiera sugerir que todos los obispos en la Iglesia exhorten a los miembros de su barrio diciéndoles:
"Trabajemos todos para que crezca el barrio". No estoy seguro de que esta gramática sea correcta, pero la
idea es buena.
Cultivemos en el corazón de cada miembro de la Iglesia el reconocimiento de su propio potencial para traer a
otros al conocimiento de la verdad. Ponga todo miembro manos a la obra. Todo miembro debe orar con gran
sinceridad al respecto. Ore todo miembro, como lo hizo Alma de la antigüedad:
"¡Oh Señor, concédenos lograr el éxito al traer [a otros] nuevamente a ti en Cristo!
¡He aquí, sus almas son preciosas, oh Señor, y muchos de ellos son nuestros hermanos; por tanto, danos, oh
Señor, poder y sabiduría par que podamos traer a estos, nuestros hermanos, nuevamente a ti!" (Alma 31:34-
35)
Yo los comprendo a ustedes, misioneros. Simplemente no pueden hacerlo solos y hacerlo bien. Necesitan la
ayuda de otros. Ese poder para ayudarles se anida en cada uno de nosotros; pero deben hacer todo lo posible.
Deben estar anhelosamente consagrados. Cuando no estén trabajando con referencias de los miembros,
entonces tienen que conseguir otras referencias por medio del proselitismo y de otras medidas.
Días pasados hablé en el funeral de un querido amigo, quien hace algunos años, sirvió como presidente de
misión. Cuando asumió su cargo, se sentía totalmente inadecuado. Se le había enviado a reemplazar a otro
hombre muy bueno, un hombre de notable capacidad, un excelente líder y admirable presidente.
Cuando este nuevo hombre se hizo cargo de la misión y realizó su primera gira para reunirse con los
misioneros, dijo: "Nunca serví una misión en mi juventud, así que no sé lo que están experimentando ustedes.
Pero quiero que hagan todo lo que puedan – todo, todo lo que mejor puedan hacer. Digan sus oraciones,
trabajen con afán y dejen la cosecha en manos del Señor."
Gracias a ese tipo de espíritu y a esa manifestación de amor, una renovada actitud se esparció por toda la
misión. Los miembros apoyaron a los misioneros y en menos de un año, duplicaron el número de conversos.
Ahora deseo mencionar, tanto a los misioneros como a los conversos, estas palabras de Moroni: "Cuidaos de
ser bautizados indignamente; cuidaos de tomar el sacramento de Cristo indignamente, antes bien, mirad que
hagáis todas las cosas dignamente, y hacedlo en el nombre de Jesucristo, el Hijo del Dios viviente; y sí hacéis
esto, y perseveráis hasta el fin, de ninguna manera seréis desechados" (Mormon 9:29).
Refiriéndose a la dignidad necesaria para unirse a la Iglesia, el presidente Joseph F. Smith escribió en cierta
ocasión lo siguiente: "Antes de que la gente sea digna de bautizarse, debe enseñársele. Ahora bien, ¿qué
habrá de enseñársele? Pues bien, fe en Dios, en Jesucristo y en el Espíritu Santo; fe en el poder de la oración
y en las ordenanzas y principios del Evangelio que Jesús enseñó; fe en la restauración de este Evangelio y
todos sus poderes al profeta José Smith; fe en la Iglesia que por su intermedio se estableció; fe en el
sacerdocio como siervos autorizados del Dios viviente; fe en las revelaciones recibidas en estos días; fe en el
cumplimiento de las obras que se requieren de todo Santo de los Últimos Días; fe en el principio de la ley del
diezmo y en todos los demás requisitos, tanto espirituales como temporales, mencionados en la ley de Dios; y,
finalmente, fe para vivir con rectitud delante del Señor" ("Baptism", Improvement Era, enero de 1911, Pág.
267-268)