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TEXTOS

PARA MEJORAR LA FLUIDEZ DE


LECTURA

5º BÁSICO

Compilados por Fundación Aprendiz


www.fundacionaprendiz.cl

1
Trabajo de fluidez de lectura en la casa

Instrucciones

1. Cada día, de lunes a viernes, siéntese con su hijo o hija en un lugar sin demasiado ruido
y con esta carpeta de lecturas.

2. Dígale al estudiante “Ahora voy a poner el cronómetro de mi celular en 10 min. y por los
próximos 10 minutos vamos a leer este texto en voz alta para mejorar en la lectura.
Primero, escucha con atención lo que voy a leerte porque luego te tocará a ti leerlo”.

3. Léale usted en voz alta un párrafo del texto. Trate de leerlo lo mejor posible, con una
velocidad adecuada. Luego pídale al estudiante que él lea ese mismo párrafo en voz alta
dos veces seguidas.

4. Haga lo mismo con el siguiente párrafo o trozo del texto, (léalo usted una vez y luego pídale
al niño que lo lea dos veces seguidas en voz alta). Continúe así por los siguientes minutos
o hasta terminar de leer el texto.

5. Si su hijo lee mal o se salta alguna palabra corríjalo con cariño, mostrándole cómo se lee
correctamente esa palabra. Si el niño termina de leer antes de los 10 minutos, pídale que
vuelva a leer el texto.

6. Al final de la lectura en voz alta, felicite a su hija o hijo por haber leído. Luego firme la
casilla en el día correspondiente al final de cada texto.

7. Pídale al niño/a que por favor vaya a guardar su carpeta de fluidez de lectura a la mochila.

8. Para que su hija o hijo mejore su lectura este ejercicio debe hacerse todos los días de
lunes a viernes. En total, si quiere mejorar su lectura, el niño/a debiera leer en voz alta
entre 5 y 10 minutos CADA DÍA.

NOTA: Muchas de las lecturas de este manual fueron tomadas de los textos Leamos Mejor de
Fundación Astoreca

2
El árbol baila

-Mira cómo baila.


- ¿Quién?
- El árbol, ese árbol baila.
Me decía mientras señalaba con su pequeño dedo, mientras lo alumbraba
todo a mi alrededor con esa sonrisa que adornaba cada una de sus
palabras.
«No, es el viento», estuve a punto de contestarle... pero me di cuenta de
que la magia que se tiene a los tres años ya no se recupera.
Y en lugar de eso decidí ser yo quien, a partir de ese momento, lo viera
todo desde otra edad.
Por eso cada vez que un árbol, un barco, una cometa o una nube se
mueve sé que, en realidad, está bailando.

Autor: Eloy Moreno, Cuentos para entender el mundo

Texto: Cuento

3
La hibernación de los animales en el invierno

¿Sabías que algunos animales hibernan durante parte o durante todo el


invierno? Esta hibernación es como una especie de sueño especial, muy
profundo. Cuando la hibernación se produce, la temperatura corporal del
animal baja y su ritmo cardíaco y su respiración disminuyen. ¿Por qué?
Porque durante este proceso los animales utilizan muy poca energía.
Ya en el otoño, estos animales se preparan para el invierno comiendo
alimentos adicionales y almacenándolos como grasa corporal. Usan esta
grasa para obtener energía mientras hibernan, y algunos también
almacenan alimentos como nueces o bellotas para comer más tarde
durante el invierno.
Son muchos animales los que hibernan, como por ejemplo los osos, las
ardillas y hasta algunos murciélagos. Pero no todos los animales se
mantienen inactivos pues, aunque puedan vivir en agujeros en los árboles
o debajo del suelo para mantenerse calientes, se mantienen en actividad,
como ocurre con los ciervos, ardillas y conejos. Algunas aves, por
ejemplo, vuelan hacia el sur durante el invierno, lo que se conoce como
"migración" en busca de un lugar más cálido en el que encontrar comida.

Texto: Informativo

4
El faraón Pepy y sus atrapamoscas vivientes

Los egipcios tenían una cultura bella y rica y construían magníficos


palacios. A sus muertos los enterraban en pirámides que aún se pueden
admirar. Sin embargo, a veces los faraones que estaban en el poder
hacían cosas muy extrañas.
El faraón Pepy II o Neferkara Pepy llegó al trono siendo aún muy joven.
Según ciertas fuentes, tenía apenas seis años cuando ascendió y
gobernó hasta la edad de 96 años.
Pepy II era un niño consentido que conseguía todo lo que se le antojaba.
Un día, un explorador contó que había encontrado un pigmeo que
bailaba. Pepy lo obligó a llevar el pigmeo al palacio, donde el pobre
hombre tuvo que bailar para él.
El faraón odiaba las moscas con toda su alma, no las soportaba cerca.
Pepy sabía que a las moscas les encantaba la miel, por lo que obligó a
un esclavo a desvestirse completamente e hizo que lo rociaran con miel
líquida. ¡Y funcionó! Las moscas volaban directamente hacia el esclavo y
dejaban al faraón en paz.
Pepy escogió más esclavos, los cubrió de miel y dejó uno en cada
habitación de su palacio.
Estaban todo el día como atrapamoscas vivientes. ¡Les debe haber
picado muchísimo! No es precisamente un trabajo que querrías hacer por
el resto de tu vida.

Autor: Mathilda Masters, ¡Guácala! 101 cosas asquerosas!


Texto: Informativo

5
¿Cómo podemos averiguar la edad de un árbol?

En nuestros climas templados los árboles crecen mucho más deprisa en


primavera y verano que en otoño e invierno, lo cual se refleja en el tronco
con un anillo o círculo claro en los periodos de crecimiento rápido y uno
más oscuro en los de crecimiento lento. Si contamos los pares de anillos
claros y oscuros sabremos cuántos años tiene el árbol. La
dendrocronología es la ciencia que se ocupa de la datación de los anillos
de crecimiento de árboles y arbustos.
¿Cuáles son las principales amenazas para la supervivencia de los
bosques del mundo? ¿Nos podemos permitir perderlos?
Los bosques, que tan decisivos son en aspectos cruciales para la
subsistencia de la vida en la Tierra como la regulación del clima y la
protección del suelo, además de la creación de aire respirable, sufren
sobre todo las agresiones de las industrias maderera y papelera, de la
minería y de los incendios forestales, así como de la tala para expandir
terrenos de cultivo y pastos. Como remedios o limitaciones a la
deforestación de nuestro planeta, se han apuntado: una tala selectiva y
sostenible, campañas de concienciación ciudadana para reducir la
demanda de madera y presiones a los gobiernos para que protejan los
bosques frente a las agresiones.

Autor: Ona Caussa, 365 preguntas y respuestas para entender el mundo. Las preguntas más
curiosas... y las respuestas más fascinantes
Texto: Informativo

6
El niño que pudo hacerlo

Dos niños llevaban toda la mañana patinando sobre un lago helado cuando, de
pronto, el hielo se rompió y uno de ellos cayó al agua.
La corriente interna lo desplazó unos metros por debajo de la parte helada, por
lo que para salvarlo la única opción que había era romper la capa que lo cubría.
Su amigo comenzó a gritar pidiendo ayuda, pero al ver que nadie acudía buscó
rápidamente una piedra y comenzó a golpear el hielo con todas sus fuerzas.
Golpeó, golpeó y golpeó hasta que consiguió abrir una grieta por la que metió
el brazo para agarrar a su compañero y salvarlo.
A los pocos minutos, avisados por los vecinos que habían oído los gritos de
socorro, llegaron los bomberos. Cuando les contaron lo ocurrido, no paraban
de preguntarse cómo aquel niño tan pequeño había sido capaz de romper una
capa de hielo tan gruesa.
-Es imposible que con esas manos lo haya logrado, es imposible, no tiene la
fuerza suficiente. ¿Cómo ha podido conseguirlo? - comentaban entre ellos.
Un anciano que estaba por los alrededores, al escuchar la conversación, se
acercó a los bomberos.
- Yo sí sé cómo lo hizo -dijo.
- ¿Cómo? -respondieron sorprendidos.
-No había nadie a su alrededor para decirle que no podía hacerlo.

Autor: Eloy Moreno, Cuentos para entender el mundo

Texto: Cuento

7
Las plantas también se defienden

Las plantas saben cómo defenderse, usando disfraces, venenos y


armaduras. Como están en continuo peligro de ser comidas por diversos
animales, han desarrollado varios trucos para sobrevivir.
Los cactus, por ejemplo, están cubiertos de espinas, a veces hasta de
quince centímetros de largo. Estas afiladas púas son sus hojas y los
ayudan a protegerse de los animales.
Para defenderse de las orugas de mariposa, que se la comen, la planta
pasionaria produce en la punta de sus hojas unos huevitos falsos, muy
parecidos a los de la mariposa. De esta manera, cuando la mariposa la
ve, cree que ya otra ha puesto sus huevos allí y se marcha.
La planta mimosa púdica puede moverse repentinamente: puede cerrar
sus hojas para así expulsar a los insectos que quieren comérsela o para
esconderse de los animales herbívoros.
Hay otras plantas que necesitan que otros animales las defiendan. En las
espinas de la acacia, por ejemplo, vive un batallón de hormigas que, a
cambio de la comida que les da el árbol y el alojamiento, muerden y pican
a los animales que intentan comerse la acacia. Incluso muerden a
algunas plantas que quieren trepar por su tronco y matan algunas
semillas que crecen cerca.
Texto: Informativo

8
Querido fantasma

El fantasma del caserón de Ñuñoa era el secreto de doña Felicia. Lo


había visto por primera vez hacía veinte años, cuando estaba colgando
el vestido de terciopelo en el clóset de su dormitorio. Una mano blanca,
algo transparente, emergió de la nada y le ofreció unas bolitas de
naftalina. Después apareció un brazo y finalmente la figura de un hombre
alto. Tenía patillas canas, bigotes y una pequeña barba; sonreía con
timidez y se presentó como Arthur Henry Williams, detective privado. Si
doña Felicia perdió el juicio con el susto, jamás se supo, pero lo cierto es
que nunca se lo dijo a Leopoldo, su marido. Quizás fue para que no la
creyera loca.
Al poco tiempo de aparecer el fantasma, Leopoldo murió de un repentino
paro cardíaco. Fue una tarde en que iban a ir al teatro y él, contra toda su
costumbre, había abierto el clóset de Felicia en busca de un paraguas.
Arthur Henry Williams juró y rejuró a Felicia que él no había tenido nada
que ver en la muerte de su marido y ella le creyó. Y desde entonces el
fantasma se transformó en su gran compañía y consuelo: juntos resolvían
crucigramas y no se perdían ninguna película policial en la televisión.
Luego de enviudar, doña Felicia se dedicó por entero a la afición que
jamás pudo desarrollar estando Leopoldo vivo, sin sentirse culpable: leer
novelas de intriga y resolver cuanto misterio se le pusiera por delante.
Muy atrás había quedado el tiempo en que Leopoldo se enfurecía cada
vez que ella - sumida en lecturas y extraños monólogos - se olvidaba del
mundo y, por supuesto, también de planchar sus camisas y zurcir sus
calcetines.
-¡Esas novelas de misterio te están convirtiendo en una chiflada, Felicia,
ayer te escuché hablar sola en el clóset! -había vociferado Leopoldo una

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tarde-. Le decías a la ropa que el asesino de la mansión verde era el
jardinero. ¡Te prohíbo continuar con esa locura de creerte detective!
Ella, mientras su marido estuvo vivo, trató de ser la mejor esposa posible:
cocinó para él cientos de galletas, bizcochos y roscas, y disimuló al
máximo sus tendencias detectivescas. Pero una vez viuda, ya nada le
impidió hacer lo que le venía en gana. Y la verdad fue que, poco a poco,
todos sus vecinos comenzaron a considerarla una excéntrica. ¿Qué otra
cosa podía pensar de una anciana que paseaba por el barrio
intercambiando opiniones con un compañero invisible o cuchicheándoles
disimuladamente a las paredes cuando alguien la visitaba en su casa?
Pero el día en que doña Felicia resolvió su primer caso, empezaron a
respetarla.

Autor: Ana María Güiraldes y Jacqueline Balcells


Texto: Novela

10
Tomoe Gozen, la mujer samurái

No te sorprenderá saber que, en el Japón feudal, las mujeres no podían


ser samuráis. Sin embargo, algunas sí que se entrenaban como tales y
aprendían a usar la naginata, una especie de alabarda que utilizaban para
proteger el hogar durante las largas ausencias de sus esposos. Y Tomoe
fue toda una experta.

Dice la leyenda que Tomoe provenía de una familia de samuráis, por lo


que había sido entrenada en el arte de la lucha: era una excelente
arquera, una diestra espadachín y una jinete osada. Su talento era tan
grande que dejaban que participara en todos los combates pese a ser
mujer, e incluso decían que valía por mil guerreros. Cuando combatía, lo
hacía con una pesada armadura, una enorme espada y un arco.

En su tiempo, dos clanes estaban enfrentados por el control del territorio.


Como dictaba la tradición, los dos mejores luchadores de cada clan se
debían enfrentar en un combate a vida o muerte. Y Tomoe, como era de
esperar, fue la elegida por su clan.

El guerrero del clan rival era célebre por su crueldad y fiereza, ¡y por
haber decapitado a muchos samuráis sin apenas esforzarse! Luchaba
con confianza, seguro de su victoria. No sabía que ante él tenía a una
mujer samurái que luchaba con rapidez y agilidad y que pronto lo
sometería. ¡Cuál fue su sorpresa cuando, al levantar el yelmo, observó el
dulce rostro de Tomoe! Había sido vencido por una mujer.

La leyenda de Tomoe dice que falleció en combate. Su figura sigue


fascinando por su coraje y valentía, por lo que se ha convertido en la

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heroína de cómics y videojuegos. Sin embargo, es el coraje en la lucha y
el dominio de la naginata lo que la han convertido en la mejor guerrera
samurái del Japón medieval.

Autor: Sandra Elmert,100 mujeres que cambiaron el mundo.


Texto: Informativo

12
El hombre que soñó

Se cuenta que un hombre de Bagdad era poseedor de abundantes


riquezas, pero estas se acabaron y su condición cambió. Quedó en la
más absoluta miseria, y solo podía ganarse el sustento haciendo trabajos
arduos. Una noche en que se quedó dormido, exhausto y agobiado, vio
en su sueño a una persona que le dijo: “Tu fortuna está en El Cairo: ve
allí a buscarla”. De modo que emprendió́ el viaje a esa ciudad. Al llegar
allí, lo sorprendió́ la noche y durmió en una mezquita. Ahora bien, junto a
esta mezquita había una casa; y tal como decretó Dios (cuyo nombre sea
exaltado), una pandilla de ladrones entró en la mezquita y de allí pasó a
la casa. Las personas que en ella residían se despertaron con el alboroto
causado por los ladrones y empezaron a lanzar gritos. Ante esto, el imán
(jefe de la aldea) acudió en su ayuda seguido de sus adeptos, y los
ladrones huyeron. Poco después, el imán entró a la mezquita y encontró
al hombre de Bagdad que allí dormía. Entonces le echó mano y le propinó
una dolorosa paliza con ramas de palma, hasta dejarlo a punto de morir,
y después lo metió en la cárcel. Tres días estuvo en prisión. Transcurrido
este tiempo, el imán lo mandó a llamar y le preguntó:
–¿De dónde eres?
Él respondió: De Bagdad.
–¿Y qué asunto te trajo a El Cairo? –le preguntó el imán.
Él respondió: Vi en un sueño a una persona que me dijo: “Tu fortuna está
en El Cairo: ve allí a buscarla''. Y cuando llegué a esta ciudad, encontré
que la fortuna de la que ese hombre me habló eran los golpes que tú me
diste con la rama. Al oír esto, el imán soltó́ tal carcajada que dejó ver sus
muelas, y le replicó:
–Ay, hombre insensato, tres veces vi en mis sueños a una persona que
me decía: “Hay una casa en Bagdad, en tal barrio y con tales

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características, que tiene en su patio un jardín, en cuyo fondo hay una
fuente en la que se esconde una gran fortuna: ve allí y tómala”. Yo no fui.
Pero tú, con tu poco sentido común, has viajado de ciudad en ciudad por
una cosa que solo has visto en tus sueños, cuando esto solo era efecto
de oscuras fantasías.
Luego, le dio un poco de dinero y le dijo:
–Toma esto para que puedas volver a tu ciudad.
Él recibió el dinero y volvió a Bagdad. Pues bien, la casa de Bagdad que
el imán describió era la de aquel hombre. Por ello, cuando llegó a su
morada, excavó bajo la fuente y encontró abundantes riquezas. De esta
manera Dios lo ayudó y lo hizo rico. Fue esta una maravillosa
coincidencia.

Autor: Anónimo, Las mil y una noches.


Texto: Cuento

14
Donde nacen las ideas y los deseos

Escuchar y reconocer una buena canción, aprender un nuevo paso de


baile, escribir una poesía. ¿Cuántas cosas podemos hacer, imaginar,
sentir, comunicar? ¿Cuántas experiencias distintas hemos vivido hasta el
día de hoy, y cuántas habilidades increíbles hemos adquirido? Cuesta
creer que todo eso dependa de poco más de un kilo de tejido nervioso
encerrado en nuestra cabeza; ¡el cerebro!
¿Qué es exactamente el cerebro?, ¿qué hace?, y, sobre todo, ¿cómo lo
hace? No es fácil comprender el funcionamiento de este órgano tan
especial, porque, al intentarlo, se entra en un campo de investigación un
tanto particular. Pensémoslo bien: el cerebro nos permite pensar,
memorizar, recordar, y, por tanto, debemos utilizarlo para adentrarnos en
el conocimiento del … ¡propio cerebro!
El hecho mismo de concebir el cerebro como sede del pensamiento y
centro de control de otras muchas funciones fundamentales para nuestra
existencia no es una información que el ser humano posee desde los
albores de su historia. Ahora damos por sentado que es él quien alberga
las ideas y los deseos, pero no siempre ha sido así. Nuestros
antepasados invirtieron mucho tiempo y usaron técnicas de lo más
extravagantes para llegar a esta conclusión.

Autor: Sara Capogrossi, ¿Qué pasa en tu cabeza? El cerebro y la neurociencia


Texto: Informativo

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Lucía investiga en el ropero

Había una vez cuatro niños cuyos nombres eran Pedro, Susana, Edmundo y
Lucía. Esta historia relata lo que les sucedió cuando, durante la guerra y a
causa de los bombardeos, fueron enviados lejos de Londres a la casa de un
viejo profesor. Este vivía en medio del campo, a diez millas de la estación más
cercana y a dos millas del correo más próximo. El profesor no era casado, así
es que un ama de llaves, la señora Macready, y tres sirvientas atendían su
casa. (Las sirvientas se llamaban Ivy, Margarita y Betty, pero ellas no
intervienen mucho en esta historia). El anciano profesor tenía un aspecto
curioso, pues su cabello blanco no sólo le cubría la cabeza sino también casi
toda la cara. Los niños simpatizaron con él al instante, a pesar de que Lucía, la
menor, sintió miedo al verlo por primera vez, y Edmundo, algo mayor que ella,
escondió su risa tras un pañuelo y simuló sonarse sin interrupción.

Después de ese primer día y en cuanto dieron las buenas noches al profesor,
los niños subieron a sus habitaciones en el segundo piso y se reunieron en el
dormitorio de las niñas para comentar todo lo ocurrido.

—Hemos tenido una suerte fantástica —dijo Pedro—. Lo pasaremos muy bien
aquí. El viejo profesor es una buena persona y nos permitirá hacer todo lo que
queramos.

—Es un anciano encantador —dijo Susana.

—¡Cállate! —exclamó Edmundo. Estaba cansado, aunque pretendía no


estarlo, y esto lo ponía siempre de un humor insoportable—. ¡No sigas
hablando de esa manera!

—¿De qué manera? —preguntó Susana—. Además ya es hora de que estés


en la cama.

—Tratas de hablar como mamá —dijo Edmundo—. ¿Quién eres para venir a
decirme cuándo tengo que ir a la cama? ¡Eres tú quien debe irse a acostar!

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—Mejor será que todos vayamos a dormir —interrumpió Lucía—. Si nos
encuentran conversando aquí, habrá un tremendo lío.

—No lo habrá —repuso Pedro, con tono seguro—. Este es el tipo de casa en
que a nadie le preocupará lo que nosotros hagamos. En todo caso, ninguna
persona nos va a oír. Estamos como a diez minutos del comedor y hay
numerosos pasillos, escaleras y rincones entremedio.

—¿Qué es ese ruido? —dijo Lucía de repente.

Esta era la casa más grande que ella había conocido en su vida. Pensó en
todos esos pasillos, escaleras y rincones, y sintió que algo parecido a un
escalofrío la recorría de pies a cabeza.

—No es más que un pájaro, tonta —dijo Edmundo.

—Es una lechuza —agregó Pedro—. Este debe ser un lugar maravilloso para
los pájaros... Bien, creo que ahora es mejor que todos vayamos a la cama, pero
mañana exploraremos. En un sitio como éste se puede encontrar cualquier
cosa. ¿Vieron las montañas cuando veníamos? ¿Y los bosques? Puede ser
que haya águilas, venados... Seguramente habrá halcones...

—Y tejones —dijo Lucía.

—Y serpientes —dijo Edmundo.

—Y zorros —agregó Susan.

Autor: C.S Lewis, Las crónicas de Narnia

Texto: Novela

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Lucía investiga en el ropero (continuación)

Pero a la mañana siguiente caía una cortina de lluvia tan espesa que, al mirar
por la ventana, no se veían las montañas ni los bosques; ni siquiera la acequia
del jardín.

—¡Tenía que llover! —exclamó Edmundo.

Los niños habían tomado desayuno con el profesor, y en ese momento se


encontraban en una sala del segundo piso que el anciano había destinado para
ellos. Era una larga habitación de techo bajo, con dos ventanas hacia un lado
y dos hacia el otro.

—Deja de quejarte, Ed —dijo Susana—. Te apuesto diez a uno a que aclara


en menos de una hora. Por lo demás, estamos bastante cómodos y tenemos
un montón de libros.

—Por mi parte, yo me voy a explorar la casa —dijo Pedro.

La idea les pareció excelente y así fue como comenzaron las aventuras. La
casa era uno de aquellos edificios llenos de lugares inesperados, que nunca se
conocen por completo. Las primeras habitaciones que recorrieron estaban
totalmente vacías, tal como los niños esperaban. Pero pronto llegaron a una
sala muy larga con las paredes repletas de cuadros, en la que encontraron una
armadura. Después pasaron a otra completamente cubierta por un tapiz verde
y en la que había un arpa arrinconada. Tres peldaños más abajo y cinco hacia
arriba los llevaron hasta un pequeño zaguán. Desde ahí entraron en una serie
de habitaciones que desembocaban unas en otras. Todas tenían estanterías
repletas de libros, la mayoría muy antiguos y algunos tan grandes como la
Biblia de una iglesia. Más adelante entraron en un cuarto casi vacío. Sólo había
un gran ropero con espejos en las puertas. Allí no encontraron nada más,
excepto una botella azul en la repisa de la ventana.

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—¡Nada por aquí! —exclamó Pedro, y todos los niños se precipitaron hacia la
puerta para continuar la excursión. Todos menos Lucía, que se quedó atrás.
¿Qué habría dentro del armario? Valía la pena averiguarlo, aunque,
seguramente, estaría cerrado con llave. Para su sorpresa, la puerta se abrió
sin dificultad. Dos bolitas de naftalina rodaron por el suelo.

La niña miró hacia el interior. Había numerosos abrigos colgados, la mayoría


de piel. Nada le gustaba tanto a Lucía como el tacto y el olor de las pieles. Se
introdujo en el enorme ropero y caminó entre los abrigos, mientras frotaba su
rostro contra ellos. Había dejado la puerta abierta, por supuesto, pues
comprendía que sería una verdadera locura encerrarse en el armario. Avanzó
algo más y descubrió una segunda hilera de abrigos. Estaba bastante oscuro
ahí dentro, así es que mantuvo los brazos estirados para no chocar con el fondo
del ropero. Dio un paso más, luego otros dos, tres... Esperaba siempre tocar la
madera del ropero con la punta de los dedos, pero no llegaba nunca hasta el
fondo.

—¡Este debe ser un guardarropa gigantesco! —murmuró Lucía, mientras


caminaba más y más adentro y empujaba los pliegues de los abrigos para
abrirse paso. De pronto sintió que algo crujía bajo sus pies. "¿Habrá más
naftalina?", se preguntó. Se inclinó para tocar el suelo. Pero en lugar de sentir
el contacto firme y liso de la madera, tocó algo suave, pulverizado y
extremadamente frío. "Esto sí que es raro", pensó, y dio otros dos pasos hacia
adelante.

Autor: C.S Lewis, Las crónicas de Narnia

Texto: Novela

19
Lucía investiga en el ropero (continuación)

Un instante después advirtió que lo que rozaba su cara ya no era suave


como la piel sino duro, áspero e, incluso, clavaba.

—¿Cómo? ¡Parecen ramas de árboles! —exclamó.

Entonces vio una luz frente a ella; no estaba cerca del lugar donde tendría
que haber estado el fondo del ropero, sino muchísimo más lejos. Algo frío
y suave caía sobre la niña. Un momento después se dio cuenta de que
se encontraba en medio de un bosque; además era de noche.

Lucía se asustó un poco, pero a la vez se sintió llena de curiosidad y de


excitación. Miró hacia atrás y entre la oscuridad de los troncos de los
árboles pudo distinguir la puerta abierta del ropero e incluso la habitación
vacía desde donde había salido. (Por supuesto, ella había dejado la
puerta abierta, pues pensaba que era la más grande de las tonterías
encerrarse uno mismo en un guardarropa). Parecía que allá era de día.
"Puedo volver cuando quiera, si algo sale mal", pensó, tratando de
tranquilizarse. Comenzó a caminar —cranch- cranch— sobre la nieve y a
través del bosque, hacia la otra luz, delante de ella.

Cerca de diez minutos más tarde, Lucía llegó hasta un farol. Se


preguntaba qué significado podría tener éste en medio de un bosque,
cuando escuchó unos pasos que se acercaban. Segundos después una
persona muy extraña salió de entre los árboles y se aproximó a la luz.

Era un poco más alta que Lucía. Sobre su cabeza llevaba un paraguas
todo blanco de nieve. De la cintura hacia arriba tenía el aspecto de un
hombre, pero sus piernas, cubiertas de pelo negro y brillante, parecían
las extremidades de un cabro. En lugar de pies tenía pezuñas.

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En un comienzo, la niña no advirtió que también tenía cola, pues la
llevaba enrollada en el mango del paraguas para evitar que se arrastrara
por la nieve. Una bufanda roja le cubría el cuello y su piel era también
rojiza. El rostro era pequeño y extraño, pero agradable; tenía una barba
rizada y un par de cuernos a los lados de la frente. Mientras en una mano
llevaba el paraguas, en la otra sostenía varios paquetes con papel de
color café. Estos y la nieve hacían recordar las compras de Navidad. Era
un Fauno. Y cuando vio a Lucía, su sorpresa fue tan grande que todos
los paquetes rodaron por el suelo.

—¡Cielos! —exclamó el Fauno.

Autor: C.S Lewis, Las crónicas de Narnia

Texto: Novela

21
¿Cómo piensa un calamar?

Puede que te cueste creerlo, pero algunos de los estudios que más luz
arrojan sobre la transmisión nerviosa se han realizado con calamares
gigantes. Y tú que pensabas que solo aparecían en las películas de
ciencia ficción, ¿eh? Por el contrario, los calamares gigantes existen de
verdad, y quizá no tengan 30 metros de largo, aunque suelen alcanzar la
decena: ¡para un buen atracón de chipirones, bastan y sobran!

Pero dejémonos de gastronomía, porque estos enormes moluscos son


más del interés de los científicos que del de los cocineros, ya que los
axones de sus neuronas también son «gigantes», llegando a medir, de
hecho, un milímetro de diámetro: se extienden de la cabeza a la cola y
sirven precisamente para que esta última se mueva.

Así, ya en la década de los cuarenta y los cincuenta del siglo pasado,


cuando aún no existían instrumentos suficientemente precisos que
permitieran observar los procesos celulares por su reducido tamaño, los
investigadores pudieron comprender qué pasaba cuando una neurona
era excitada (es decir, cuando se transmitía un mensaje). Y la ventaja es
que este sistema funciona de la misma manera en los calamares, en los
ratones, en el ser humano..., en resumen, en las especies más diversas.

Autor: Sara Capogrossi, ¿Qué pasa en tu cabeza? El cerebro y la neurociencia


Texto: Informativo

22
El jardinero

A un monje se le había dado el encargo de cuidar el jardín de un precioso


templo zen. En el interior del mismo vivía un viejo y respetado maestro.

Cierto día, el monje se enteró de que vendría una visita muy importante, por lo
que se levantó temprano con la intención de dejar el jardín en perfectas
condiciones. Estaba quitando la maleza, podando los rosales, regando el
césped y, finalmente, pasó más de dos horas recogiendo todas las hojas que
la llegada del otoño había arrebatado a los árboles.

Cuando, tras varias horas de trabajo, acabó de arreglarlo todo, se dio cuenta
de que el maestro estaba asomado a una de las ventanas del templo.

- ¡Buenos días, maestro! ¿Le gusta cómo ha quedado el jardín?

-Bueno... sí, pero le falta algo para que esté perfecto.

- ¿Algo? - contestó el monje extrañado-. Dígame qué es y lo arreglo enseguida.

-No, mejor me acerco ahí y te lo enseño.

El maestro se dirigió lentamente hacia el centro del jardín, cogió el tronco del
árbol más grande que había y comenzó a zarandearlo. Al instante empezaron
a caer cientos de hojas que se esparcieron por todo el suelo.

- Ahora está perfecto.

Autor: Eloy Moreno, Cuentos para entender el mundo

Texto: Cuento

23
Amelia Earhart la reina del cielo

¡Es hora de volar! ¿Has subido alguna vez a un avión? ¿Y a uno de


hélices? Con un monoplano de este tipo, el Vega, Amelia se convirtió en
la primera mujer en cruzar en solitario el océano Atlántico.

Desde pequeña, a Amelia le encantaban las alturas. En vez de llevar


vestido, y jugar a las muñecas, se pasaba el día en bombachos y
trepando a los árboles de su casa natal en Kansas. Cuando tenía siete
años, Amelia fue a una demostración de vuelo y quedó fascinada por los
aviones. Era una auténtica aventurera y, a partir de aquel momento, su
sueño fue volar.

Trabajó en diversos empleos para conseguir el dinero para sus lecciones


de vuelo. Poco después, se compró un aeroplano, al que llamó Canario,
una chaqueta de aviador y se cortó el pelo para parecer un chico, puesto
que en aquella época mucha gente se reía de las mujeres que querían
volar.

Pronto todo el mundo se dio cuenta de que era una gran piloto. Batía
todos los récords, y en 1928 se convirtió en la primera mujer en cruzar el
océano Atlántico. En 1932 decidió llevar a cabo de nuevo esta travesía,
pero esta vez en solitario, alimentándose de sopas y zumo de tomate que
sorbía con una pajita. Después de varios viajes épicos, como el de Hawái
a California, le gustó tanto la experiencia que poco después empezó a
planear su nueva aventura: la vuelta al mundo. Tras dos años de
preparación y de un intento fallido, Amelia despegó de la ciudad de Miami
el 1 de junio de 1937. Desgraciadamente, su pista se perdió en mitad del
Pacífico y nunca más se supo de ella.

24
Sus logros inspiraron a una generación de mujeres que, siguiendo su
ejemplo de valentía y lucha por la igualdad, se convirtieron en las
aviadoras de la Segunda Guerra Mundial.

Autor: Sandra Elmert,100 mujeres que cambiaron el mundo.


Texto: Informativo

25
Las estrellas de mar

Una mañana de invierno, un hombre que salía a pasear cada día por la
playa se sorprendió al ver miles de estrellas de mar sobre la arena,
prácticamente estaba cubierta toda la orilla.

Se entristeció al observar el gran desastre, pues sabía que esas estrellas


apenas podían vivir unos minutos fuera del agua.

Resignado, comenzó a caminar con cuidado de no pisarlas, pensando en


lo fugaz que es la vida, en lo rápido que puede acabar todo.

A los pocos minutos, distinguió a lo lejos una pequeña figura que se movía
velozmente entre la arena y el agua.

En un principio pensó que podía tratarse de algún pequeño animal, pero


al aproximarse descubrió que, en realidad, era una niña que no paraba
de correr de un lado para otro: de la orilla a la arena, de la arena a la
orilla.

El hombre decidió acercarse un poco más para investigar qué estaba


ocurriendo.

-Hola - saludó.

-Hola -le respondió la niña.

- ¿Qué haces corriendo de aquí para allá? - le preguntó con curiosidad.


La niña se detuvo durante unos instantes, cogió aire y le miró a los ojos.

- ¿No lo ves? - contestó sorprendida-. Estoy devolviendo las estrellas al


mar para que no se mueran.

El hombre asintió con lástima.

26
- Sí, ya lo veo, pero ¿no te das cuenta de que hay miles de estrellas en
la arena? Por muy rápido que vayas jamás podrás salvarlas a todas... Tu
esfuerzo no tiene sentido.

La niña se agachó, cogió una estrella que estaba a sus pies y la lanzó
con fuerza al mar.

-Para esta sí que ha tenido sentido.

Autor: Eloy Moreno, Cuentos para entender el mundo

Texto: Cuento

27
El Rey Sol, que no era tan limpio

¿Alguna vez has oído hablar de Luis XIV? Su apodo era Rey Sol. Mandó
construir un gran palacio en las afueras de París, en la localidad de Versalles.
Allí vivió junto a unos 45.000 nobles. En realidad, no había suficiente espacio
en el palacio, por lo que vivían como sardinas en lata. O, mejor dicho, como
cerdos en una pocilga, porque Versalles era muy sucio. El rey vivía en el centro
del palacio. Y no daba precisamente el ejemplo en lo que a buenas maneras
se refiere. Por la mañana, Luis recibía a la gente sentado en su baño. Podías
plantear tus asuntos, pero tenías que aceptar los sonidos y olores que salían
de los intestinos reales. Además, lo que más odiaba el rey era lavarse. Según
el embajador ruso, Luis despedía el olor de un animal salvaje.

El resto del palacio tampoco olía bien. Los habitantes hacían sus necesidades
en los rincones del palacio y luego tapaban sus evacuaciones con las
alfombras. Había algunas letrinas, pero pocas. Además, esos barriles se
goteaban, por lo que su contenido caía sobre las cabezas de las personas que
viven un piso más abajo. Todos lanzaban el contenido de sus bacinicas por la
ventana. Por eso, la corte de Versalles siempre se cubría con un paraguas de
cuero cuando paseaban por el patio. ¡Nunca se sabía lo que te podía caer en
la cabeza!

Como olía tan mal en el palacio los nobles siempre llevaban un pañuelo
consigo. Lo usaban para ahuyentar malos olores o para cubrirse la nariz
cuando apestaba demasiado. ¿Sonarse la nariz? Para eso usaban las cortinas
o los manteles de mesa. ¡Qué asco!

Autor: Mathilda Masters, ¡Guácala! 101 cosas asquerosas!


Texto: Informativo

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Desayuno sorpresa

¡Chist! Esta historia es un secreto. No se lo puedes contar a nadie, ¿Lo


prometes? ¿Seguro? Vale, allá va.

Alba y Pedro quieren dar una sorpresa a papá y mamá. No. No es a tu


papá y tu mamá. A SU papá y SU mamá. ¡No se lo cuentes!

Mañana por la mañana van a despertarse prontísimo. El sol aún no habrá


salido. Y van a preparar un desayuno sorpresa para papá y mamá. No.
No para tu papá y tu mamá. Para su papá y su mamá.

Sacarán los manteles bonitos. Y las servilletas de tela. Pondrán las tazas
en la mesa. Y las cucharillas. Sacarán las galletas. Y la leche. Y una
magdalena para cada uno. Y un poco de fruta. Y hasta unas nueces. Y
alguna cosa más que encuentren por allí.

¿Qué más? ¿Qué más podrían hacer? Alba y Pedro se han pasado toda
la noche pensando en la sorpresa que van a dar a papá y mamá. Su papá
y Su mamá.

¡Pintaremos unas flores y las pondremos en la mesa! ¡Pondremos patatas


fritas! ¡Invitaremos a los muñecos! ¡Nos vestiremos elegantes!

Han estado tanto rato despiertos que…

- ¡Alba, Pedro! ¡Hora de levantarse! ¡A desayunar!

¡Se han quedado dormidos! Pero esta noche se dormirán los primeros, y
mañana van a preparar un increíble desayuno sorpresa para papá y
mamá. No, no para tu papá y tu mamá. ¡Oye! Si quieres, tú puedes hacer
lo mismo. Solo tienes que dormirte enseguida para mañana despertarte

29
antes que TUS padres. ¡Ya verás qué sorpresa se llevan! ¡Seguro que no
se lo esperan! ¿Cómo dices?¿Que tu papá o tu mamá te está leyendo
esta historia? Ah, vaya. ¡Bueno! ¡No pasa nada! Seguro que esta noche
se les olvida. Los padres tienen muy mala memoria. Ya verás.
Compruébalo…

Autor: Begoña Oro, Cuentos bonitos para quedarse fritos

Texto: Cuento

30
Tenistas

En el torneo de Roland Garros, en Francia, todos los años participan 128


tenistas. Las autoridades tienen que preparar las canchas para que el
torneo se pueda completar en dos semanas. Como usted sabe, el torneo
es por simple eliminación. Es decir, jugador que pierde un partido queda
eliminado. Solamente siguen los ganadores.

Pregunta: ¿cuántos partidos se jugarán en total?

Respuesta:

La tentación es contar. En la primera ronda habrá 64 partidos (ya que los


128 se dividirán en dos para poder enfrentarse), después 32 (que son los
que quedarán después de haberse jugado esos 64 encuentros) y así
siguiendo. Estoy seguro de que usted llegará al resultado correcto.

Sin embargo, quiero ofrecerle otra manera de pensar el problema. Si


usted sabe que empiezan el torneo 128 participantes, el ganador será el
único que no perderá ningún partido. Todos los demás, en una instancia
u otra, tendrán que quedar eliminados. ¿Cuántos eliminados habrá al
finalizar el torneo? Respuesta: 127. Por lo tanto, esos 127 tenistas
tendrán que haber jugado un partido que perdieron. Entonces, las
autoridades pueden estar tranquilas: en total, se jugarán 127 encuentros.
No hace falta hacer ninguna suma.

Autor: Adrián Paenza, ¡Un matemático ahí, por favor!

Texto: Informativo

31
La niña de los fósforos

Hacía un frío terrible. Nevaba y empezaba a caer la noche; la última


noche del año, la víspera de Año Nuevo. En medio de tanto frío y de tanta
oscuridad, deambulaba por las calles una niña muy pobre, la cabeza
descubierta y los pies descalzos; cierto es que al salir de casa llevaba
unas pantuflas puestas, pero ¡de bien poco habían servido! Eran tan
enormes que la última en llevarlos había sido su madre, y la pequeña las
había perdido al cruzar la calle al paso de dos carruajes que iban a galope
tendido. De una de las pantuflas no se volvió a saber más y la otra se la
llevó un chiquillo diciendo que le serviría de cuna para sus hijos cuando
los tuviera.

Ahora la niña iba descalza y con los piececitos amoratados de frío. En un


viejo delantal llevaba unos cuantos fósforos y sostenía también un
puñado en una mano. Nadie le había comprado nada en todo el día.
Nadie le había dado una triste moneda. Caminaba hambrienta, aterida de
frío, y ¡con un aire tan abatido! Los copos de nieve iban cayendo sobre
los largos cabellos rubios, que por detrás se rizaban en hermosos
tirabuzones; aunque ella no reparaba en tales adornos. Todas las
ventanas estaban iluminadas y hasta las calles llegaba un aroma
delicioso a ganso asado. Claro, era la víspera de Año Nuevo, pensó.

En el rincón que formaban los muros de dos casas contiguas, una más
adelantada que la otra, se acurrucó con las piernas encogidas. El frío
arreciaba, pero no tenía valor para regresar a casa; como no había
vendido un sólo fósforo, no iba a llevar siquiera una moneda y su padre
le pegaría. Además, en casa también pasaban frío, pues era poco más
que un techo bajo el que cobijarse y, aunque habían rellenado con paja y
trapos las grietas más anchas, dentro también gemía el viento. Tenía las

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manitas casi muertas de frío. ¡Ay! Qué agradable sería encender un
fósforo. Si se atreviera a sacar uno del manojo, frotarlo contra el muro y
calentarse los dedos… Escogió uno y ¡ras! ¡Cómo chisporroteaba, cómo
ardía! Al rodearlo con la mano, sintió el calor de la llama, que brillaba
como una lamparita. Era una luz muy extraña. La niña creyó encontrarse
frente a una estufa enorme y reluciente, con sus bolas de latón y su
cilindro. El fuego ardía que era una bendición, ¡cómo calentaba! Pero ¡no!
¿Qué sucedía? La pequeña ya arrimaba los pies para sentir el calor
cuando… adiós, llama. La estufa se esfumó y allí quedó la pobre, con un
pedacito de fósforo consumido en la mano.

Encendió otro, que también ardió y brilló, y que al proyectar sobre el muro
su fulgor lo volvió transparente como un velo de gasa. La niña vio una
sala con la mesa servida; el mantel era blanquísimo y la porcelana, de la
más fina; el ganso, relleno de ciruelas y manzanas, despedía un aroma
delicioso y, lo que es más extraordinario, asado y todo bajó de la mesa
de un salto y se contoneó por el suelo con cuchillo y tenedor aún clavados
a la espalda. Pero una vez al alcance de la pobre niña... el fósforo se
apagó y no quedó más que el muro, grueso y frío.

Encendió uno más. Entonces se encontró a los pies del más maravilloso
de todos los árboles de Navidad, más grande aún y más adornado que el
que había entrevisto a través de los cristales en casa del rico comerciante
las navidades pasadas. En sus ramas verdes ardían miles de velas, e
imágenes de colores como las que decoraban los escaparates se
asomaban a mirarla. La pequeña alzó las manitas... y entonces se apagó
el fósforo. Cuando las luces de Navidad se perdieron en el cielo,
comprendió que eran las estrellas. Una de ellas cayó, dejando una larga
estela de fuego en el firmamento.

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- ¡Ha muerto alguien! exclamó la niña, pues su abuela, la única persona
que la había tratado bien en esta vida, antes de expirar le había explicado
que, cuando cae una estrella, un alma sube con Dios.

Volvió a frotar contra el muro un fósforo que lo iluminó todo y a su luz vio
a su anciana abuela rebosante de claridad, de brillo, de ternura y de paz.

- ¡Abuela! -gritó la pequeña-. ¡Oh, llévame contigo! ¡Sé que cuando se


apague el fósforo te irás muy lejos, como la cálida estufa, el delicioso
asado y ese árbol de Navidad tan grande y hermoso!

Y, para retenerla, se apresuró a encender el resto de los fósforos del


manojo, que brillaron con más intensidad que la luz del día. La abuela
nunca había sido tan hermosa, tan grande; levantó a la niña en sus brazos
y las dos, envueltas en fulgor y en dicha; volaron alto, muy alto, hasta
donde no existe el frío, ni hambre, ni el temor. Estaban con Dios.

La fría madrugada encontró a la niña en su rincón, las mejillas encendidas


y una sonrisa en los labios. Muerta, muerta de frío en la última noche del
viejo año. La mañana de Año Nuevo amaneció sobre el pequeño cadáver,
que sostenía un manojo de fósforos casi consumido. Quiso calentarse,
dijeron. Nadie llegó a saber toda la belleza que había visto ni en medio
de qué esplendor ella y su abuela habían salido al encuentro de la dicha
de Año Nuevo.

Autor: Hans Christian Andersen

Texto: Cuento

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Reunión del club de detectives

Un domingo de septiembre se reúnen los miembros del club de


detectives. En una investigación teórica se reúnen con un estudiante de
Ingeniería, un estudiante de Magisterio, un estudiante de Derecho y otro
de Medicina.

Se llaman, pero no por el mismo orden, Víctor, Jorge, Carla e Irene.

1. Víctor y el estudiante de Magisterio, no mantienen buena relación


con Carla.
2. Jorge es muy BUEN AMIGO del estudiante de Medicina.
3. Carla se relaciona BIEN con el estudiante de Derecho.
4. El estudiante de Ingeniería es MUY AMIGO de Irene y del futuro
médico.

¿PUEDES AVERIGUAR CUÁL ES LA PROFESIÓN DE CADA UNO?

Autor: Varios autores, 01 casos increíbles para Sherlocks de primera (Serie ¿Quién ha sido?)

Texto: Informativo

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Asesinato en el Canadian Express

Dentro del paquete, algo hacía tic-tac.

Una bomba. Sí, Tona estaba seguro de que se trataba de una bomba.
Observó el envoltorio de papel en el que no había nada escrito, y
acercó su cabeza. Tic-tac, tic-tac.

Asustado, Tom dirigió su vista a la abarrotada estación de ferrocarril.


¿Qué hacer? Si gritaba «¡una bomba!», podía cundir el pánico y la
gente saldría corriendo hacia las puertas, donde las mujeres y los niños
morirían pisoteados y aplastados.

Tom observó de nuevo el paquete que había aparecido


misteriosamente junto a su maleta, unos minutos antes, cuando fue al
servicio. Su aspecto era inofensivo, pero aquel tic-tac indicaba que
podría ser mortal.

Tom vio un hombre, con uniforme de revisor, que cruzaba la estación.


Corrió́ hacia él, abriéndose paso entre la gente que aguardaba para
subir al tren, y le sujetó por el brazo.

—¡Por favor, señor —dijo jadeando—, venga enseguida!

El hombre miró a Tom con unos grandes ojos azules, aumentados por
el grosor de las gafas.

—¿Qué? —dijo, llevándose una mano al oído.

—¡Que me ayude! —dijo Tom, temeroso de gritar que se trataba de


una bomba.

El hombre movió́ la cabeza.

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—No te oigo, hijo. La estación es demasiado ruidosa.

El revisor pareció perder todo interés por Tom y se puso a escribir en


una libreta de notas. Durante un segundo, Tom pensó marcharse y
ponerse a salvo, pero, de repente, le arrebató la libreta y salió
corriendo.

—¡Eh! ¡Tú! ¡Diablos! —gritó el hombre.

Muchas caras se volvieron al verlos pasar como una flecha. Tom con
su pelo rojo, y el revisor tras él. Aquel hombre era buen corredor, y casi
había dado alcance a Tom cuando este llegó junto a su maleta.

El paquete había desaparecido.

¡Imposible! Tom levantó la maleta, buscando la bomba perdida, y en


aquel momento llegó el revisor y sujetó a Tom.

—¡Mocoso!

Se produjo una enorme confusión. El revisor arrancó la libreta de notas


de la mano de Tom y los curiosos se agolparon mirando. Un perro
comenzó́ a ladrar y Tom, de pronto, encontró la bomba...

En las manos de Dietmar Oban. Sí, el rival de Tom sujetaba el paquete


con una mirada irónica en su rostro, al tiempo que se abría paso entre
los mirones.

Tom había sido engañado y comprendió́ que la «bomba» no era sino


un viejo despertador. Avergonzado, levantó la mirada hacia el revisor.

—Por favor, señor —dijo amablemente—, puedo explicárselo todo.

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—¡Voy a llevarte a la policía!

—Sí, pero…

Autor: Eric Wilson, Asesinato en el Canadian Express

Texto: Novela

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Asesinato en el Canadian Express (continuación)

Desde arriba, un altavoz anunció:

«¡Pasajeros al tren!».

Los mirones dudaron, lamentando perderse el final de todo aquel jaleo


que había originado Tom, pero se dieron la vuelta y comenzaron a
alejarse. Los grandes ojos azules del revisor se dirigieron de nuevo a
Tom.

—No crees más problemas, muchacho, o acabarás entre rejas.

—Sí, señor —dijo Tom.

Vio al revisor alejarse y se dio la vuelta para chillarle a Dietmar, pero este
se había esfumado. Moviendo la cabeza, Tom recogió́ la maleta y se
dirigió hacia el andén.

Afortunadamente para él, pronto le volvió a invadir la emoción por el


inminente viaje.

Al llegar al andén encontró un panorama emocionante: no cesaban de


pasar carretillas cargadas de maletas, los altavoces atronaban con sus
avisos, y los mozos de estación, con chaquetillas blancas, charlaban
entre sí, mientras los pasajeros se apresuraban.

Pero lo más emocionante de todo era el tren. Largo, con la estructura de


acero inoxidable reluciente bajo las luces del andén, el Canadian Express
se extendía como un gigante a lo largo de las vías, esperando impaciente
para lanzarse hacia la inminente aventura. Tom se estremeció ante la
belleza del tren. Le hubiera gustado quedarse algo más de tiempo

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contemplándolo, pero sonó el pitido de la locomotora diésel y se subió al
vagón más cercano.

—El billete, por favor —dijo un mozo al que las palabras le silbaban por
un hueco que tenía entre los dientes superiores. Tom observó la cara de
aquel hombre mayor, deseando que fuera su amigo durante el viaje.

—Yo se la llevo, señor —dijo el mozo, tomando la maleta de Tom y


echando a andar por el vagón. Atravesando la puerta que tenía el letrero
Sherwood Manor, pasaron junto a unos pequeños compartimentos, y
luego recorrieron un pasillo en el que había una fila de puertas azules.

—¿Qué hay ahí dentro? —le preguntó Tom al empleado.

—Camas, para la gente de dinero —contestó.

Finalmente, llegaron a un vagón que tenía los asientos colocados unos


enfrente de otros, de dos en dos. El mozo colocó la maleta de Tom bajo
uno de los asientos. —Este es su sitio —dijo—. Cuando salgamos de
Winnipeg uniré esos dos asientos y quedará hecha la cama. Que tenga
un buen viaje, señor Austen.

Tom sonrió al mozo y miró al otro lado del pasillo, donde estaban
sentados un hombre y una mujer.

Autor: Eric Wilson, Asesinato en el Canadian Express

Texto: Novela

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Asesinato en el Canadian Express (continuación)

—Hola, amigo —dijo el hombre, con los pulgares introducidos en sus


tirantes—. ¿Adónde va usted?

—A Columbia Británica. Voy a pasar el verano con mis abuelos. La mujer


le alargó una caja grande.

—¿Quiere una pasta? —preguntó, sonriendo a Tom.

—Sí, gracias.

—Su amigo se comió́ cuatro.

—¿Mi amigo?

—Sí, el muchacho que viaja con usted —y señaló́ bajo el asiento de


Tom—: Ahí está su maleta, debajo de su asiento.

—¡Oh, no! —murmuró Tom para sí, sin atreverse a mirar. Se agachó y se
estremeció cuando leyó́ la etiqueta: «Dietmar Oban».

Cuando se incorporó Tom, la mujer parecía estar muy alegre.

—¡Qué muchacho más simpático! —dijo—. Un poco delgado, pero mis


pastas de chocolate le vendrán bien.

¡Qué mala suerte, atrapado allí con Dietmar Oban! Un magnífico viaje
echado a perder. Pero, en fin, podría iniciarlo rompiéndole la cara a
Dietmar por la broma de la bomba. Tom se volvió hacia la mujer:

—¿Por dónde se fue esa rata asquerosa? —le preguntó.

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La mujer frunció́ el ceño y cerró con fuerza la tapa de la caja de pastas,
antes de responder fríamente:

—Hacia el mirador.

—Gracias.

Tom no sabía dónde estaba el mirador, pero no juzgó conveniente


preguntárselo a la mujer. Vio una puerta en el otro extremo del vagón,
salió por ella, cruzó una plataforma estrecha y abrió una segunda puerta.
En aquel vagón había gente tomando café en unas mesas pequeñas; al
fondo se veía un tramo de escaleras alfombradas, que se perdía en la
oscuridad. ¿Estaría arriba el mirador?

Tom subió con precaución, temeroso de lo que pudiera depararle la


oscuridad, pero se tranquilizó cuando vio dos filas de asientos, situadas
frente a unos grandes ventanales curvados. A través de aquellos
ventanales vio las luces de la estación, y, encima, la oscuridad de la
noche. ¡Precioso!

Vio algo más: Dietmar Oban estaba sentado en uno de los asientos. Se
acercó de puntillas, se sentó́ en la butaca contigua a la de Dietmar y le
agarró por el brazo.

Autor: Eric Wilson, Asesinato en el Canadian Express

Texto: Novela

42
Asesinato en el Canadian Express (continuación)

—¡Por fin! —siseó Tom—. ¡Ya te tengo!

Dietmar dio un respingo y se volvió hacia Tom con los ojos muy abiertos.

—Tranquilo, Austen, solo fue una broma.

—Debería machacarte —dijo Tom, retorciendo el brazo delgaducho de


su rival.

—Escucha, Austen: puedo proporcionarte un caso para que lo resuelvas.

—Estás mintiendo para salvar el pellejo.

—No. Suéltame el brazo y te lo contaré.

Tom dudó un momento, le retorció́ más el brazo, lo que hizo dar un


respingo a Dietmar, y luego le soltó́ . Prefería un caso, más que el
vengarse.

—¿De qué se trata? —preguntó Austen—. Desembucha lo que sepas.

Dietmar se rio.

—Tú y tu manera detectivesca de hablar. ¡Eso suena ridículo!

—Limítate a contarme los hechos, Oban.

Dietmar le indicó un hombre que estaba sentado en el mirador.

—¿Ves aquel tipo?

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—Sí. —Tom solo veía la parte trasera de la cabeza de aquel hombre: su
pelo gris y su traje oscuro parecían bastantes corrientes—. ¿Qué pasa
con él?

—Siéntate a su lado y verás de qué se trata.

Tom se incorporó, dio unos pasos por el estrecho pasillo y se sentó́ junto
al hombre. Para evitar cualquier sospecha, bostezó, se desperezó y luego
fingió́ quedarse adormilado. Contó mentalmente hasta treinta y luego
entreabrió́ los ojos. ¡Aquel hombre tenía puestas unas esposas en una
de sus muñecas!

Tom emitió́ unos sonidos entrecortados y el hombre se volvió hacia él.


Pero Tom fingió́ que estaba soñando, hablando entre dientes, y después
comenzó́ a roncar suavemente. Esperó un poco para que se tranquilizara
el hombre, y volvió a abrir los ojos. Sí, llevaba puesta una esposa en una
de las muñecas, y una pequeña cadena la unía a la segunda esposa, que
se cerraba sobre el asa de un maletín negro que descansaba en su
regazo. Observó que el maletín tenía una cerradura provista de
combinación, pero no había ninguna señal que delatara el contenido del
maletín.

Tom fingió́ despertarse lentamente, haciendo chasquear los labios y


desperezándose. Luego, se incorporó de la butaca y regresó junto a
Dietmar.

—Vi subir a ese tipo —murmuró Dietmar—, y me figuré que te interesaría


investigar sobre él.

Tom miró recelosamente a Dietmar.

—¿Pretendes burlarte de mí?

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—No, en serio. Ya sé que cuando seas mayor quieres dedicarte a resolver
crímenes. ¿Qué decías que quieres ser...?

—Un sabueso. Es decir, un detective, como los hermanos Hardy.

—Pues bien, sabueso, ahora ya tienes en tus manos un rompecabezas


de verdad.

Autor: Eric Wilson, Asesinato en el Canadian Express

Texto: Novela

45
Asesinato en el Canadian Express (continuación)

Tom miró despectivamente a Dietmar. El tipo más sarcástico del colegio


Queenston estaba allí, compartiendo con él el viaje en tren. Menos mal
que se había topado con un buen caso para resolver.

—¿Sabes lo que pienso? —murmuró Tom.

—¿Qué?

—Que ese tipo es un ladrón de joyas.

Dietmar se echó hacia adelante para observar al hombre.

—Creo que estás en lo cierto. Su aspecto es exactamente igual al de un


ladrón que vi en una serie de misterio de la televisión.

—En ese maletín lleva sus herramientas. Una llave maestra para abrir las
puertas de los dormitorios y un soplete para abrir cajas fuertes. Se ha
atado con unas esposas el maletín a su muñeca para que nadie pueda
abrirlo accidentalmente y darse cuenta de que es un ladrón.

—¿Qué vas a hacer?

—Vigilarle. Puede que esté tramando robar durante el viaje a algunas


personas con dinero.

Un altavoz situado en la parte frontal del vagón-mirador había estado


emitiendo música suave. Se paró de repente y se oyó́ la voz de un
hombre:

—Buenas noches, señoras y caballeros. El Canadian Express está a


punto de salir. Esperamos que disfruten del viaje.

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Más música de nuevo, y enseguida una leve sacudida al ponerse el tren
en marcha.

—Mira —dijo Tom, señalando hacia una de las ventanas del mirador—.
Se puede ver todo el tren.

Los dos se pusieron de pie para disfrutar de aquella vista. Se veía desde
el último de los vagones de acero inoxidable hasta la locomotora, que
arrojaba bocanadas de humo, mientras comenzaba a arrastrar el
tremendo peso del tren. El Canadian Express empezó́ a rodar lenta, muy
lentamente, y enseguida aumentó la velocidad.

Delante, las señales luminosas cambiaban del verde al rojo al pasar la


locomotora, cuando sus ruedas de acero accionaban una serie de
conmutadores; a ambos lados se alineaban grandes formaciones de
furgones de carga, y más allá se veían las luces de la ciudad. Tom y
Dietmar permanecieron de pie observando a través de los amplios
ventanales, hasta que el tren dejó atrás Winnipeg y se adentró en la
inmensa oscuridad de la llanura.

Tom se estremeció.

—Esto está muy oscuro —susurró—. Siento como una especie de


hormigueo. Dietmar se echó a reír.

—¿El gran detective tiene miedo de la oscuridad?

Tom se sonrojó, y estaba a punto de darle un golpe a Dietmar cuando sus


ojos percibieron algo extraño: el hombre misterioso se había vuelto hacia
ellos al oír pronunciar a Dietmar la palabra «detective», y tenía la vista
clavada en Tom. De pronto se levantó de su asiento y abandonó

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rápidamente el mirador, mientras la cadena que llevaba unida a la
muñeca tintineaba suavemente al pasar junto a los dos muchachos.

Autor: Eric Wilson, Asesinato en el Canadian Express

Texto: Novela

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¿Por qué a veces se nos pega una canción?

Esa canción que se nos pega al oído, que en alemán se llama «gusano
en el oído» es un ser misterioso: suele presentarse inesperadamente,
sabe disimular de dónde viene y tiene gran habilidad para sustraerse a
los intentos por parte de los productores musicales de criarlo a propósito.
Sin embargo, los científicos musicales han trazado por lo menos un
retrato robot de dichas canciones: según este modelo; se caracterizan por
tener una melodía sencilla y pegadiza, un texto fácil de recordar y una
duración breve, por lo general no más de quince segundos. Además, la
mayoría de las veces se puede oír constantemente, en la radio o en
cualquier parte.

Cuanto más ponen una canción, más familiar se hace su melodía para
nuestro cerebro y mayores probabilidades tiene de perseguirnos. Aunque
se trate de una melodía agradable, lo más habitual es que nadie repare
en ella. Muchas personas solo le prestan atención cuando llega a
sacarlas de quicio, por ejemplo, cuando un éxito del pop atormenta a un
aficionado al jazz.

Normalmente, el intruso se cuela en el oído cuando estamos relajados y


quizá también un poco cansados. Por ejemplo, cuando uno está en la
terraza, dormitando en una tumbona, y en ese mismísimo momento pasa
un coche a toda velocidad con la ventanilla abierta atronando con música
a todo trapo. El cerebro almacena el fragmento de melodía y desarrolla a
partir de él un sonsonete machacón del que no hay manera de escapar
durante horas y en ocasiones incluso días.

Los expertos en neurociencia que investigan la elaboración de la música


en el cerebro suponen que una melodía candidata a dar lugar a este

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fenómeno se refuerza ella sola: cuando se oye música, normalmente hay
otras zonas del cerebro activas, como cuando uno mismo canta. Según
parece, en el momento en que la canción se pega al oído se produce un
«cortocircuito» entre estos centros. Las zonas asignadas a la audición
activan de forma inconsciente las responsables de cantar una melodía, y
al revés. En consecuencia, la canción que nos persigue es una canción
misteriosamente cantada por el cerebro. Y a veces, en efecto, uno
empieza a tararear sin darse cuenta…

Autor: Ariane Hoffmann, 70 preguntas curiosas sobre el mundo que nos rodea y sus asombrosas
respuestas

Texto: Informativo

50
¿Cómo sería la Tierra sin la Luna?

¿La Tierra sin la Luna? La respuesta está clara: ¡sería distinta! Más aburrida
quizá, pues no existirían un montón de cosas muy bonitas y divertidas: nada
de románticos paseos a la luz de la Luna, ninguna teoría conspirativa sobre si
los estadounidenses han estado allí o no, ninguna película de Hollywood sobre
el Apolo 13 y ni la mitad de las canciones de cuna.
Por la noche, desde luego, estaría más oscuro e incluso haría un poquito más
de frío, ya que la Luna refleja no solo la luz sino también -cierto que en una
medida minúscula- el calor del Sol. Los lobos no tendrían motivos para aullar y
los monos no se pondrían, alborotados, a hacer ejercicios gimnásticos de árbol
en árbol durante la luna llena. No tendríamos especuladores intentando vender
parcelas en el satélite terrestre y, naturalmente, tampoco habría eclipses de
luna ni de sol.
Sin embargo, una de las diferencias verdaderamente importantes afectaría al
mar. Y es que la Luna, con su fuerza de atracción, tira de la Tierra, por decirlo
de forma simplificada, y sobre todo del agua que se encuentra en su superficie.
Así se producen las mareas. Sin la Luna no habría pleamar y bajamar tal como
las conocemos. No se podría andar por las marismas ni se producirían mareas
vivas; todos los mares serían tan poco espectaculares como el Mediterráneo.
Es muy probable que las corrientes marinas también fueron distintas, pues las
mareas desempeñan asimismo un papel en su curso.

Autor: Ariane Hoffmann, 70 preguntas curiosas sobre el mundo que nos rodea y sus asombrosas
respuestas

Texto: Informativo

51
El regalo

Al día siguiente sería Navidad y, mientras los tres se dirigían a la base de


lanzamiento, los padres estaban preocupados. Era el primer vuelo
espacial de su hijo, su primer viaje en cohete, y querían que todo fuera
perfecto. Por eso, cuando en la aduana les obligaron a dejar el regalo,
que pesaba unos gramos más de lo permitido, y el arbolito con sus
bonitas velas blancas, les pareció como si les hubieran despojado de la
celebración navideña y de su amor. El niño los esperaba en la terminal.
Mientras iban hacia él, después de discutir en vano con los oficiales
interplanetarios, los padres se dijeron en voz baja:
- ¿Qué vamos a hacer?
-Nada, nada. No podemos hacer nada.
- ¡Estúpidas normas!
- ¡Con la ilusión que le hacía el árbol! La sirena aulló, y los pasajeros
corrieron al cohete de Marte. Los padres entraron los últimos, y el niño,
entre ellos, pálido y silencioso.
-Ya se me ocurrirá algo -dijo el padre.
- ¿Qué...? -preguntó el niño.
El cohete despegó, y se vieron lanzados a la oscuridad del espacio. El
cohete siguió avanzando con una estela de fuego, y dejó atrás la Tierra,
el 24 de diciembre del 2052, para dirigirse a un lugar donde no existía el
tiempo, ni los meses, ni los años, ni las horas. Los pasajeros durmieron
el resto del primer «día». Hacia medianoche, según la hora terráquea que
marcaban sus relojes neoyorquinos, el niño se despertó y dijo:
-Quiero mirar por el portillo.
Solo había un portillo, una gran «ventana» de cristal increíblemente
grueso, en la cubierta superior.
-Todavía no -dijo el padre-. Te llevaré más tarde.

52
-Quiero ver dónde estamos y adónde vamos.
-Quiero que esperes por un motivo -dijo el padre.
Había estado despierto, volviéndose de un lado para otro, pensando en
el regalo abandonado, en la fiesta de Navidad, en el árbol perdido y las
velas blancas. Y, finalmente, hacía apenas cinco minutos, creía haber
tenido una idea. Si conseguía ponerla en práctica, el viaje sería
maravilloso.
-Hijo mío- dijo-, dentro de media hora exactamente será Navidad.
-Oh -exclamó la madre consternada, pues no quería que se lo dijera.
Esperaba, de algún modo, que el pequeño lo olvidara. La cara del niño
se animó. Le temblaron los labios.
-Sí, ya lo sé. Tendré un regalo, ¿verdad? ¿Tendré un árbol? ¿Tendré un
árbol? Me lo prometisteis…
-Sí, sí, todo eso y mucho más - contestó el padre.
-Pero... empezó a decir la madre.
-Lo digo en serio -dijo el padre-. Lo digo completamente en serio. Y ahora
disculpadme. Enseguida vuelvo.
Los dejó solos unos veinte minutos. Cuando regresó, sonreía.
- ¡Qué poco falta!
- ¿Me prestas tu reloj? -preguntó el niño.
Le dieron el reloj, que el pequeño sujetó entre los dedos mientras
continuaba su tictac en medio del fuego, del silencio y del movimiento
imperceptible del cohete.
- ¡Ya es Navidad! ¡Navidad! ¿Dónde está mi regalo?
-Vamos a verlo -dijo el padre, cogiéndole del hombro. Salieron de la
cabina, bajaron a la entrada y subieron por una rampa; la madre los
seguía.
-No entiendo nada -repetía ella.
-Enseguida lo entenderás. Ya hemos llegado.

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Se detuvieron ante la puerta cerrada de una gran cabina. El padre llamó
tres veces, y luego dos, en código. La puerta se abrió, y llegó hasta ellos
la luz de la cabina y un murmullo de voces.
-Entra, hijo- dijo el padre.
-Está oscuro.
-Te llevaré de la mano. Vamos, mamá.
Entraron en la cabina y la puerta se cerró; el interior estaba realmente
oscuro. Y apareció ante ellos un gigantesco ojo de cristal, de un metro y
medio de alto por dos de ancho, por el que se veía el espacio. El niño se
quedó sin aliento. Detrás de él, el padre y la madre se quedaron también
sin aliento; y, en medio de la oscuridad, varias personas empezaron a
cantar.
-Feliz Navidad, hijo -exclamó el padre. Las voces de la cabina entonaron
los viejos y familiares villancicos; el niño avanzó lentamente y aplastó la
cara contra el cristal helado del portillo. Y se quedó un montón de tiempo
mirando el espacio, la noche profunda y el resplandor, el resplandor de
cien mil millones de maravillosas velas blancas…

Autor: Ray Bradbury


Texto: Cuento

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Este es el hombre que hace zapatos para los pies más grandes del
mundo

Todos han oído hablar de los títulos de Guinness World Records, como
los pies más grandes de una persona viva o el hombre vivo más alto del
mundo.
¿Pero alguna vez te has preguntado dónde encontrarán zapatos lo
suficientemente grandes como para caber en los pies de un poseedor de
un título de récord Guinness World Records?
La fábrica de zapatos alemana Wessels, fundada en 1745, se ha
especializado en la fabricación de calzado personalizado para las
personas más altas del mundo durante 40 años.
Aunque Wessels se creó hace 275 años, la empresa fabricante de
zapatos sigue siendo muy familiar.
Recientemente, hablamos con el actual propietario Georg Wessels para
conocer más sobre su pasión por ayudar a las personas que tienen los
pies más grandes del mundo.

¿Qué es lo mejor de tu trabajo?

Es un placer para nosotros ayudar a las personas y también es bueno


saber que tenemos muchos amigos en todo el mundo.

¿Planea hacer zapatos más personalizados para las personas que


rompen récords por sus pies?

Recientemente hicimos zapatos para Charles Nyoni de Zimbabwe (mejor


conocido como Big Charlie, que mide 2,1 metros) y Win Zaw Oo de
Myanmar (que mide 2,33 metros). Este año fabricamos zapatos para 10

55
gigantes más, por lo que seguiremos produciendo zapatos y ayudaremos
a nuestros buenos amigos.

Autor: Guinness World Records, https://www.guinnessworldrecords.es/news/book/2019/9/este-es-el-


hombre-que-hace-zapatos-para-los-pies-mas-grandes-del-mundo
Texto: Informativo

56
Las termitas ayudan a hacer música

Los antiguos habitantes de Australia usaban a las termitas para fabricar


uno de sus instrumentos de viento: el didgeridoo.
Los primeros lugareños de ese país enterraban un tronco de eucalipto en
un nido de termitas para que estos insectos se lo comieran por dentro.
De esa manera quedaba un hueco en el centro del tronco. Luego lo
decoraban por fuera y el didgeridoo quedaba listo.
El didgeridoo es muy parecido a una flauta, pero más largo. Aunque es
un instrumento muy antiguo, todavía se fabrica en Australia, con la
diferencia de que el hueco hoy en día se hace a mano, no con ayuda de
las termitas. Esto causa que su sonido sea distinto.
Los aborígenes de Australia usaban este instrumento para cantarle a la
naturaleza, y creían que la música que produce el didgeridoo era la voz
misma de la madre tierra.

Texto: Informativo

57
La historia de Kattor y el viento

Kattor se sentía el amo del mundo. Era fuerte, poderoso. Los animales
pequeños salían corriendo en cuanto le veían. Muchos, chillaban
asustados. Solo tenía que rugir para que hasta los árboles se
estremecieran.
Pero un día, el cielo se oscureció. Asustado, se metió en la cueva y
preguntó a su madre:
– Mamá, ¿qué pasa, porque no hay luz?
– Es una tormenta, hijo- respondió su madre.
– ¿Y es fuerte esa tormenta?
– Sí que lo es, sí…
– Pues la conquistaré para ti- dijo él.
Y Kattor salió de la cueva. El viento comenzó a azotarlo con fuerza y la
lluvia se metía en sus ojos. El joven tigre estaba muy enfadado y gruñía
sin parar, lanzando inútiles zarpazos al aire. Pero la tormenta no se
asustaba y su viento soplaba cada vez más fuerte.
Kattor estaba agotado, pero permaneció ante ella desafiante. Y de pronto,
la lluvia cesó y empezó a salir el sol.
Kattor regresó a la cueva muy contento:
– ¡Mamá! ¡He vencido a la tormenta!
Su madre solo le dijo:
– Hijo, haz solo lo que deben de hacer los tigres y serás feliz.
Autor: Georgia Travels
Texto: Cuento

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Oslo [2013]

Erika contempla la enorme barca de caña, Ra II, expuesta en el Museo Kon-


Tiki. Casi no puede creer que alguien cruzara el mar Mediterráneo en una
embarcación hecha únicamente con cañas de papiro. ¿No es el mismo material
que utilizaban los antiguos egipcios para hacer papel? Ella le hacía barquitos
de papel a su hermano pequeño para que los echara en el estanque del parque,
pero enseguida se llenaban de agua y se hundían. ¿No les preocupaba a los
egipcios que sus barcas se fueran a pique mientras iban en ellas?
Mirándola con más atención, Erika ve que los haces de cañas están
fuertemente atados entre sí, con las más gruesas colocadas en el exterior. ¡Así
que eso era lo que impedía que el agua se filtrara dentro de la embarcación! Y
tiene la proa y la popa levantadas, probablemente para evitar que las olas
pasaran por encima de la borda. Esta barca tiene remos, pero también una
enorme vela cuadrada de un tipo de tela hecho también a partir del papiro.
Si cierra los ojos, Erika puede imaginar que está en el antiguo Egipto. Va en la
proa de una pequeña barca de pesca y echa las redes; el pescador va en la
popa, remando. Es por la mañana temprano, pero el sol ya abrasa, y ella mete
las manos en las frescas aguas del Nilo.
O puede imaginar que su barca de cañas lleva quizá a un escriba egipcio que
tiene que entregar un importante mensaje a un funcionario del gobierno.... un
mensaje que, por supuesto, está escrito también en papiro. ¡De ninguna
manera podrían haber cargado esos botes con las pesadas tablas de arcilla
que se usaban para escribir antes de que apareciera el papiro!
Autor: Gillian Richardson, Diez plantas que cambiaron el mundo
Texto: Informativo

59
La sopa de piedra

Érase una vez un viajero que después de recorrer un largo camino llegó
a una pequeña aldea. El viajero no contaba con un lugar donde refugiarse
o algo de comer. Pese a esto, él tenía la esperanza de que un aldeano
amigable se ofreciera a alimentarlo.
El viajero llamó a la puerta de la primera casa que encontró. Una mujer
abrió la puerta y el viajero le preguntó si podía ofrecerle un poco de
comida. La mujer respondió un tanto molesta:
-Lo siento, no tengo nada que darte -. Y cerró de golpe la puerta.
Entonces, el viajero tocó otra puerta, pero la respuesta fue la misma:
- Lo siento, no tengo nada que darte.
Con mucha determinación, el viajero fue de puerta en puerta siendo
rechazado una y otra vez.
Al ver que su plan no funcionaba, se dirigió a la plaza del pueblo, tomó
una olla de lata que llevaba en su bolsa, la llenó con agua del río,
comenzó el fuego y dejó caer una pequeña piedra en la olla.
Mientras hervía el agua, un aldeano se detuvo a preguntarle qué era lo
que cocinaba. El viajero contestó:
-Estoy cocinando una exquisita sopa de piedra. ¿Te apetece un poco?
El aldeano le dijo que sí y encantado se ofreció a traer zanahorias para
agregarle a la sopa.
Al cabo de unos minutos, el aldeano regresó con diez zanahorias de su
jardín.
Otro aldeano, con curiosidad, se acercó a los dos hombres y les preguntó
qué cocinaban. El viajero le respondió que cocinaban sopa de piedra con
zanahorias.
-¡Qué interesante receta! -dijo el curioso aldeano-. ¿Será posible
agregarle papas a la sopa?

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-Claro que sí -exclamó el viajero.
El curioso aldeano fue a su granja y regresó con una docena de papas.
Un joven pasó y se unió al grupo, trayendo a su madre y todos los platos
y cucharas de su casa.
No pasó mucho tiempo antes de que docenas de aldeanos se acercaran
al viajero, todos ofreciendo su ingrediente favorito: jamón, champiñones,
cebollas, bellotas, calabaza, sal y pimienta. Todos querían contribuir a la
innovadora receta. Finalmente, el viajero sacó la piedra de la olla y
declaró:
- iLa sopa de piedra está lista!
Y fue así como toda una comunidad se unió a un festejo que comenzó
con una pequeña piedra y un gran ingenio.
Texto: Cuento

61
La aguja, puntada tras puntada

No fueron siempre de acero ni rectas. Tampoco tuvieron siempre un


agujero. Es más, las primeras agujas no se usaron para coser. Eran de
astillas de hueso, y nuestro antepasado de las cavernas pintaba las
piedras con ellas.
Fue en ese tiempo cuando los inviernos se hicieron cada vez más crudos.
Para poder soportarlos, el hombre se cubrió con cueros de animales y los
ajustó a su cuerpo usando los huesitos como alfileres. De esta manera,
buscaba mantener el calor de su cuerpo. Pero el remedio fue peor que la
enfermedad: cada vez que se movía, ¡ay!, se pinchaba.
Es de imaginarse que pronto el hombre transformó los alfileres en
puntadas. Y como no hay puntada sin hilo, diseñó la aguja. Pero para
coser el duro cuero necesitó también un punzón. Con él hacía un agujero
en cada trozo que quería unir. Luego enhebraba la aguja con alguna fibra
vegetal o un fino tendón de animal y la pasaba por ambos agujeros. Se
ha encontrado una gran cantidad de agujas hechas con colmillos de
mamut, focas y astas de ciervos. Desde entonces la forma de la aguja se
mantuvo casi sin cambios hasta nuestros días.
Actualmente, la aguja se fabrica a máquina a partir de un alambre de
acero. Primero, este se corta en porciones. Luego, se afila uno de sus
extremos con una prensa y el otro se agujerea.

Texto: Informativo

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