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CRUCIALES, EL LIBRO

Una publicación de BTG Pactual Chile

Diseño y diagramación
DEO | www.deo.cl

Fotografías
Joaquín Vergara

Impresión
Ograma Impresores

Santiago, 2021

Edición limitida | Prohibida su venta


Índice

8 No Filter
La historia interna de Instagram
Sarah Frier

30 Putin’s People
Cómo la KGB retomó Rusia y luego se tomó Occidente
Catherine Belton

60 The Churchill Complex


La maldición de ser especial desde Winston y Franklin Delano Roosevelt
hasta Trump y el Brexit
Ian Buruna

86 Fallout
El encubrimiento de Hiroshima y el reportero que lo reveló al mundo
Leslie Blume

108 The Knowledge Machine


Cómo la irracionalidad creó la ciencia moderna
Michael Strevens

130 The Business of Changing the World


Raj Kumar

154 The Rise and Fall of Peace on Earth


Michael Mandelbaum

176 Can’t Even


Cómo los millennians se convirtieron en la generación agotada
Anne Helen Petersen

198 Sex Robots & Vegan Meat


Aventuras en la frontera del nacimiento, la comida, el sexo y la muerte
Jenny Kleeman

224 Metropolis
Una historia de la ciudad, la invención más grandiosa de la humanidad
Ben Wilson
248 If Then
Cómo la Simulmatics Corporation inventó el futuro
Jill Lepore

274 Ten Lessons for a Post-Pandemic World


Fareed Zakaria

296 Antisocial
Extremistas online, tecno-utópicos y el secuestro
de la conversación estadounidese
Andrew Marantz

320 Angrynomics
Mark Blyth | Eric Lonergan
No
Filter
La historia interna
de Instagram
Sarah Frier
Nota de la edición

Creada como una aplicación destinada a compartir fotografías y generar


belleza, Instagran fue evolucionando hacia algo bastante distinto a lo que
sus cofundadores, Kevin Systrom y Mike Krieger, tuvieron al principio
en mente. El minucioso relato de este proceso lo lleva a cabo Sarah Frier,
una incansable y premiada reportera de la agencia de noticias Bloomberg
News de San Francisco, en el libro No Filter. The Inside Story of Instagram
(‘Sin filtro. La historia interna de Instagram’), recién publicado en Esta-
dos Unidos. Para su investigación, la periodista recurrió a centenares de
fuentes, muchas de ellas anónimas por razones de confidencialidad, consi-
guiendo así una completísima panorámica que, en última instancia, revela
cómo funciona Silicon Valley por dentro, con Mark Zuckerberg –el polé-
mico fundador de Facebook– a la cabeza (Facebook adquirió Instagram en
2012 por 1.000 millones de dólares, la cifra más alta hasta entonces pagada
por una app). El trabajo de la autora da cuenta de las claras nociones
estéticas de Systrom, un joven al que le encanta tomar bourbon –todo co-
menzó con una aplicación llamada Burbn– y que prefirió proseguir con sus
estudios en la Universidad de Stanford antes que lanzarse tras la riqueza
instantánea que prometían otras oportunidades. El rápido éxito alcanzado
por Instagram se debió a que, en vez de intentar competir con otras redes
sociales gigantes, se colgó de las comunidades ya existentes. Claro que, a
diferencia de Twitter y Facebook, según indica Sarah Frier, “aquí nadie te-
nía que discurrir algo inteligente que decir. Los usuarios simplemente pos-
teaban una foto de lo que veían a su alrededor”. Los primeros en percibir
el futuro potencial de Instagram fueron los ejecutivos de Twitter, quienes
intentaron comprar la compañía, pero no lo consiguieron. Poco tiempo
después, Facebook dio el gran golpe, algo que, al comienzo, le pareció
fenomenal al reducido equipo de Instagram. Sin embargo, a poco andar,
comprendieron que las ambiciones de Zuckerberg, muchas veces acica-
teadas por su paranoia, apuntaban a otro lado. Luego del intenso debate
que generó la participación de Facebook en el triunfo electoral de Donald
Trump, Instagram también se vio salpicada con las tentativas rusas por
dividir a la sociedad estadounidense: “Mientras Facebook era un mejor
espacio para hacerse viral”, apunta Frier, “Instagram era mejor para difun-
dir mentiras”, situación de la que supo sacar buen partido la Agencia de
Investigación de Internet rusa. Aun así, Instagram efectivamente cambió
al mundo, tal como en algún momento lo habían soñado sus fundadores:
la app modificó las maneras en que sus usuarios viajaban, comían, se au-
topromocionaban o se inmiscuían en la vida del resto, influencers incluidos.
No Filter
The Inside Story of Instagram
Simon & Schuster | 2020 | 352 páginas

La periodista Sarah Frier se dedica a cubrir


compañías de redes sociales para la agencia de
noticias Bloomberg News en San Francisco. Los
perfiles y las historias de último minuto que ha
escrito y sacado a la luz le han valido premios y
una bien ganada reputación de experta sobre cómo
Facebook, Instagram, Snapchat y Twitter toman
decisiones económicas que afectan su propio futuro
y el de nuestra sociedad. Frier también colabora en
la revista Bloomberg Businessweek y en Bloomberg
Television. Este es su primer libro.
No Filter 11

Instagram: de bella y sutil


a nociva y codiciosa

1. Confidencialidad extrema

No es nada de fácil, advierte la autora de No Filter (‘Sin filtro’), repor-


tear dentro los cuarteles generales de Facebook, ubicados en Menlo
Park, California. Aun así, Sarah Frier, una periodista estadounidense
experta en temas tecnológicos, estaba empecinada en desentrañar una
serie de incógnitas tras la espectacular adquisición que Facebook hizo
de Instagram en abril de 2012, cuando anunció que pagaría 1.000 mi-
llones de dólares por una aplicación que, en ese momento, y pese a su
tremendo éxito, funcionaba apenas con trece empleados, prácticamen-
te no generaba ingresos y no tenía un modelo de negocios establecido
(Instagram, “a través de un acuerdo que remeció a la industria”, fue la
primera aplicación en alcanzar tal valor).

“Buena parte de los cientos de entrevistados que figuran en este libro”,


advierte Frier, “habló sin permiso explícito o sin el conocimiento de
Facebook. Cuando las fuentes me contaban algo, arriesgaban violar los
estrictos acuerdos de confidencialidad que los empleados firman cuan-
do se unen a la empresa. De hecho, cualquiera que no sea periodista
y que visita las instalaciones de Facebook debe firmar un contrato de
confidencialidad antes de traspasar las cabinas de seguridad, es decir,
antes de reunirse con algún funcionario. Por este motivo, la gran mayo-
ría de mis fuentes proveyó sus entrevistas, sus documentos y otro tipo
de material de manera anónima”.

Cuando Instagram comenzó a operar, en 2010, “no era un concurso


de popularidad ni una avenida para la promoción personal. Agarró
vuelo porque era un lugar para escudriñar las vidas de otras perso-
nas y enterarse de cómo estas las vivían a través de la cámara de sus
12 Sarah Frier

teléfonos”. Al principio, la aplicación les ofrecía a sus usuarios tres


simples mediciones de desempeño: un conteo de la gente a la que se-
guías, un conteo de la gente que te seguía y los likes en las fotos. “Estas
puntuaciones de retroalimentación eran suficientes para hacer que la
experiencia fuese emocionante, incluso adictiva. Con cada uno de los
likes y follow, el usuario de Instagram obtenía un pequeño estímulo de
satisfacción, el cual enviaba dopamina al sistema de recompensas del
cerebro”. Hoy por hoy, nos informa Frier, la cuenta que tiene el mayor
número de seguidores, 332 millones, es la que controla la compañía,
@instagram. El hecho le parece apropiado, “pues Instagram mantie-
ne la mayor influencia sobre el mundo que ha moldeado”. En 2018,
Instagram alcanzó 1.000 millones de usuarios al mes, “su segundo hito
correspondiente a esa cifra. Poco después, los fundadores renunciaron
a su trabajo. Kevin Systrom y Mike Krieger descubrieron que, incluso
cuando alcanzas los niveles máximos de éxito empresarial, no necesa-
riamente obtienes lo que buscabas”.

2. Imágenes borrosas

A principios de 2005, Mark Zuckerberg, quien había fundado


TheFacebook –así, con el artículoThe– el año anterior junto a unos
amigos en Harvard, se topó con Kevin Systrom en una fiesta orga-
nizada por conocidos de ambos de la Universidad de Stanford. Días
después, Zuckerberg intentó convencer a Systrom de que, al igual
que él, abandonara su carrera y trabajara para su incipiente organiza-
ción: Zuckerberg quería añadirle fotos a la experiencia de Facebook y
Systrom era el hombre indicado para construir la herramienta. Sin
embargo, Systrom tenía otras intenciones en mente: él no había lle-
gado hasta Silicon Valley para enriquecerse rápidamente con una
startup. Quería una educación de lujo y graduarse de Stanford, por
lo que le agradeció el interés a Zuckerberg y “partió a estudiar a Flo-
rencia, en Italia, lugar que le ‘habló’ de un modo diferente a como
lo había hecho TheFacebook. Systrom no estaba seguro de si aspi-
raba a dedicarse a la tecnología. Cuando postuló a Stanford, pensó
que se graduaría en ingeniería estructural y en historia del arte. Se
imaginaba viajando por el mundo, restaurando viejas catedrales o
pinturas antiguas. Le encantaba la ciencia que existía tras el arte y
cómo una simple innovación –el redescubrimiento de la perspectiva
No Filter 13

linear, por ejemplo, que hizo durante el Renacimiento el arquitecto


Filippo Brunelleschi– podía cambiar por completo el modo en que
la gente se comunicaba”.

La fotografía, prosigue la autora, constituía uno de los intereses más


arraigados de Systrom, razón por la que antes de partir a Florencia
ahorró para comprar, “luego de una investigación exhaustiva”, una de
las mejores máquinas fotográficas a su alcance. Pero cuando intentó
utilizarla en uno de los cursos de intercambio que tomó en Floren-
cia, el profesor quedó poco impresionado: “Tú no viniste aquí para
alcanzar la perfección. Dámela”, le espetó. Dicho eso, el docente salió
de la sala de clases y regresó con un pequeño adminículo de plástico,
una cámara llamada Holga, que sólo capturaba imágenes borrosas y
cuadradas en blanco y negro. Y agregó: “Debes aprender a amar la
imperfección”. Systrom dedicó buena parte del invierno de su tercer
año de universidad, en 2005, a tomar fotos por aquí y por allá con la
Holga, “intentando apreciar una belleza difusa y fuera de foco. La idea
de una foto cuadrada transformada en arte a través de la edición quedó
grabada en su cabeza. Más importante fue esta lección: no porque algo
sea más complejo, técnicamente hablando, significa que sea mejor”.

3. Genios vulnerables

A los 22 años, Systrom hizo su práctica en Odeo, la compañía que


había creado un mercado para los podcasts en internet. Allí trabó amis-
tad con Jack Dorsey. Tiempo después, Odeo lanzaría Twitter y Dorsey
se convertiría en su primer CEO. No obstante, pese a que utilizaba
Twitter por simpatía con sus colegas, Systrom no le vio mayor futuro
al asunto. De hecho, cuando uno de los empleados de Odeo le aseguró
que, eventualmente, las celebridades y las marcas de todo el mundo
utilizarían aquel sitio para comunicarse, él pensó “están locos, nadie
va a usar esta cosa”. Como fuera, Systrom no fue contratado en Odeo
tras su pasantía.

Poca gente, apunta Frier, dispone de la oportunidad de unirse a una


compañía icónica en sus comienzos. “Systrom desperdició las dos que
tuvo, eligiendo a cambio algo mucho menos riesgoso. Se recibió de
Stanford con títulos en gestión e ingeniería y decidió que Google sería
14 Sarah Frier

básicamente su escuela de posgrado. Iba a contar con un salario anual


de alrededor de 70 mil dólares –una bicoca comparada con la riqueza
capaz de cambiarte la vida que ofrecía Facebook–, pero obtendría un
curso intensivo en las lógicas de Silicon Valley”.

Durante su último año en Stanford, entre Odeo y Google, Systrom tra-


bajó en una cafetería para ganar algún dinerillo extra sirviendo shots de
espresso. Un día cualquiera, Zuckerberg entró y quedó asombrado de
ver al estudiante al que había intentado reclutar trabajando en un lugar
así. “Incluso en aquellos días, el CEO de Facebook se sentía incómodo
con el rechazo. Ordenó su pedido con rigidez y se largó”.

A los 25 años, añade la autora, “Systrom ya había recibido una in-


troducción sobre cuán obsesiva por el crecimiento estaba Facebook,
cuán deshilvanado estaba Twitter y cuán lleno de procedimientos y
academicista era Google. Pudo conocer a sus líderes y entendió qué
los motivaba, lo cual, por cierto, los despojaba de su aura de misterio.
Desde fuera, parecía que Silicon Valley estaba regido por genios. Desde
dentro, estaba claro que todos eran vulnerables, como él mismo, y que
únicamente aprendían a medida que avanzaban. Systrom no era un
nerd ni un hacker ni un experto en análisis cuantitativo. Pero tal vez no
estaba desacreditado para convertirse en emprendedor”.

4. Pasión por el bourbon

A fines de 2009, Systrom, que a la fecha no sabía cómo montar una


aplicación, armó Burbn, una página web para celulares bautizada en
honor al whiskey de Kentucky que tanto disfrutaba y que continúa
disfrutando. El sitio les permitía a los usuarios indicar dónde estaban
o adónde planeaban ir, para que así sus amistades pudieran unirse.
“El único modo de añadir una fotografía a tu posteo era enviarla por
e-mail. No había otra manera técnica de hacerlo. Aun así, la idea fue
lo suficientemente buena como para entrar en la carrera de las apps de
Silicon Valley”, comenta Frier.

El primer inversionista interesado en Burbn le advirtió a Systrom que


él, por lo común, no ponía dinero en lobos solitarios: sin otra persona
al mando de una compañía, nadie le diría al fundador cuándo se equi-
No Filter 15

vocaba ni cuándo era necesario mejorar sus ideas. Systrom concordó


y aseguró que apartaría un 10 por ciento del capital para un even-
tual cofundador. “Y así fue como la compañía que se convertiría en
Instagram dio sus primeros pasos”, apunta la periodista. Mike Krie-
ger, un estudiante de Stanford dos años menor que Systrom, “un in-
geniero mucho más capacitado que él”, fue el hombre elegido: ambos
se conocían desde hacía tiempo y se llevaban bien. Krieger, no obs-
tante, debía resolver antes su situación legal en Estados Unidos (es
ciudadano brasileño). Y, al parecer, el dinero que el ahora riquísimo
Jack Dorsey invirtió en la compañía fue fundamental para ese fin: el
gobierno estadounidense, consciente de que el asunto iba en serio,
aprobó la visa de Krieger en 2010.

Krieger y Systrom comenzaron por hacer un listado de las herramien-


tas que a la gente le agradaba de Burbn. Luego decidieron que las fotos
iban a ser “el rasgo asesino” de la app que iban a construir. Y ensegui-
da se preguntaron: “¿Por qué no crear una red social que permitiera
la opción de enviar tus fotos a Foursquare, a Facebook, a Twitter y a
Tumblr, a todos ellos a la vez?”. Enfrentar amablemente a los nuevos
gigantes sociales sería más fácil que competir. En vez de tener que
construir una red a partir de cero, la aplicación podía simplemente
colgarse de las comunidades ya existentes, complementa la autora.

5. Nada inteligente que decir

Frier explica que en esos años uno podía construir dos tipos de redes
sociales: una similar a Facebook, “donde los usuarios se hacen ami-
gos mutuamente”, u otra como Twitter, “donde los usuarios siguen a
otros que no necesariamente conocen”. Los creadores de Instagram
acertaron que la segunda opción era más divertida para las fotos, “ya
que así la gente podía engancharse de acuerdo a intereses y no sólo
a amistad”. Claro que, a diferencia de Twitter y Facebook, prosigue
Sarah Frier, “aquí nadie tenía que discurrir algo inteligente que decir.
Los usuarios simplemente posteaban una foto de lo que veían a su
alrededor”. Krieger y Systrom idearon agregar filtros profesionales
a las imágenes y el nombre de la app provino de un acrónimo entre
instant y telegram. Al momento en que se lanzó, el 6 de octubre de
2010, Instagram se hizo inmediatamente viral, gracias a individuos
16 Sarah Frier

como Jack Dorsey, quien se convirtió en adicto y deseó que Twitter


hubiese creado antes algo parecido.

Tiempo después, informa Frier, cuando los artículos de prensa empe-


zaron a reflexionar en torno al origen de Instagram, “le concedieron a
la app el don del perfect timing: nació en Silicon Valley, en medio de la
revolución de los celulares, en la cual millones de nuevos consumido-
res de smartphones no entendían bien qué hacer con una cámara en
sus bolsillos”. Para la autora, mucho de ello es cierto, pero “Systrom y
Krieger también tomaron un montón de opciones que iban en contra
del sentido común para diferenciar a Instagram. De partida, no conti-
nuaron desarrollando la app que en un principio les habían prometido
a los inversionistas, pues tenían como objetivo hacer sólo una cosa
realmente bien: la fotografía”.

Krieger y Systrom tampoco apelaron a la masividad: invitaron a partici-


par en Instagram únicamente a sujetos que pensaban que expandirían el
credo a sus seguidores hasta donde fuese posible, especialmente a dise-
ñadores y creativos. En vez de inventar algo nuevo y arrojado, tal como
esperaban los financistas de Silicon Valley, mejoraron lo que habían visto
en otras apps: “Concibieron una herramienta que era mucho más simple
y rápida que cualquier otra, una que le exigía menos tiempo al usuario
mientras vivía las experiencias que Instagram pretendía que retrataran”.

6. Una vida más perfecta de lo que era

Cuando Systrom se reunió a beber unos tragos en diciembre de 2010


con Dennis Crowley, el CEO de Foursquare, le expresó que todo em-
pezaba a cobrar sentido: los inversionistas individuales lo acechaban,
en tanto que ciertos ejecutivos de Facebook y Google le ofrecían ayuda
para tratar asuntos técnicos, algo que él interpretaba como halagos.
Entonces, Crowley inquirió acerca de qué era lo que realmente hacía
que Instagram fuese diferente a otras tecnologías de fotografías que no
habían tenido un éxito similar. Systrom, “quien a la fecha no tenía una
noción muy profunda del tema”, respondió que la temprana popula-
ridad de su app se basaba más en la psicología que en la tecnología,
en cómo hacía que la gente se sintiese. Los filtros aplicables a las foto-
grafías permitían que la realidad se viese como arte. Y de ese modo, al
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catalogar ese arte, las personas comenzarían a pensar de manera dife-


rente sobre sus vidas, de manera diferente sobre sí mismos y de manera
diferente sobre el lugar que ocupaban en la sociedad.

Hasta entonces, más del 90 por ciento de las startups de Silicon


Valley había muerto. “Pero, ¿qué tal si Instagram sobrevivía?”, pensó
Systrom. “En caso de ser extremadamente afortunados, si sobrepasa-
ban a toda la competencia”, prosigue Frier, “y si de hecho un día se
convertían en algo tan grande como Facebook, cambiarían el mundo.
O al menos cambiarían la forma en que el público veía el mundo, del
mismo modo en que la perspectiva linear transformó la pintura y la
arquitectura en el Renacimiento”. Systrom, confidencia la autora, no
se sentía tan seguro como en realidad sonaba. “Pero su pose era quizás
análoga a la presión moderna que Instagram estaba a punto de intro-
ducir: la presión de postear sólo las mejores fotos, haciendo que la vida
luciera más perfecta de lo que era”.

7. El mundo explota

Matt Cohler, un exempleado de los comienzos de Facebook deveni-


do luego inversionista de Silicon Valley, sostuvo que Instagram fue la
primera aplicación que, a su parecer, tenía el aspecto de haber sido
diseñada exclusivamente para un teléfono móvil, no para un computa-
dor de escritorio. En el verano de 2011, Twitter contaba con cerca de
100 millones de usuarios, mientras que Facebook gozaba de más de
800 millones. “Instagram era un jugador mucho más pequeño –con 6
millones de inscritos–, pero había alcanzado ese hito casi dos veces más
rápido gracias a que se valió de las redes existentes”, informa Frier.

Este efecto multiplicador fue sumamente notorio con las celebridades.


Justin Bieber, la estrella del pop juvenil, tenía más de 11 millones de
adeptos en Twitter, “y cuando posteó su primera foto con filtro las
alarmas de Krieger se encendieron. Los servidores de Instagram se
sobrecargaban a medida que Bieber obtenía cincuenta seguidores por
minuto”. Luego, la revista Time tituló un artículo referido al tema
de la siguiente manera: “Justin Bieber se une a Instagram: el mun-
do explota”. No obstante, la primera gran celebridad en participar de
Instagram fue el rapero Snoop Dogg.
18 Sarah Frier

El agente de Bieber telefoneó a Systrom y lo conminó a otorgarle a


su representado una porción en la propiedad de la compañía, o, si se
negaba, este cobraría por sus fotografías. “Pero Systrom ya había deci-
dido que Instagram no le pagaría a nadie por su contenido, dado que
deseaba que todos pasaran tiempo en la aplicación porque era diver-
tida y útil, no por razones comerciales”, acota Frier. A fin de cuentas,
Bieber regresó a Instagram y sus seguidores cambiaron la naturaleza
del asunto. “De un segundo a otro”, comentó Cole Rise, uno de los
principales diseñadores de la app, “Instagram se convirtió en el paraíso
de los emojis”. Fue el momento, concluye, en que “la comunidad de
personas serias que contaban historias ínfimas realmente evolucionó
hacia un fenómeno de cultura ultrapop”. Las celebridades continua-
ron ligándose a la red social. Primero vinieron Kim Kardashian, Taylor
Swift y Rihanna y, en junio de 2012, Instagram cautivó a uno de sus
usuarios más valiosos, el presidente Barack Obama.

8. La arremetida de Twitter

En su calidad de gerente de estrategias corporativas y de fusiones y


adquisiciones de Twitter, Elad Gil hizo resurgir la idea de adquirir Ins-
tagram a principios de 2012 (ciertos ejecutivos de la firma lo habían
intentado antes, pero hubo oposición interna). “Gente importante se
estaba uniendo a la app”, explica Frier, “y las cosas estaban empezan-
do a ocurrir en Instagram. En 2009, Twitter comenzó a ser tomado
en serio como una fuente de noticias cuando alguien posteó allí una
fotografía increíble de un avión aterrizando perfectamente sobre el río
Hudson, en Nueva York. ¿Qué iba a pasar si la siguiente foto como esa
era posteada en Instagram? ¿Y si Instagram se convertía en la manera
predeterminada de compartir fotos?”. El asunto, arguyó Gil, no sería
bueno para Twitter.

Dick Costolo, el entonces CEO de Twitter, esta vez no se opuso a la


idea y se reunió con Krieger y Systrom en el bar del hotel Four Seasons
de San Francisco. Los cofundadores de Instagram no se mostraron
especialmente excitados, pues sentían que las negociaciones eran inci-
pientes. “Por lo demás, Systrom pensaba que era una buena práctica
ser educados. Twitter tenía las claves de gran parte del crecimiento de
Instagram, al igual que Facebook y al igual que Apple con sus iPhone.
No Filter 19

Si dañaban alguna de estas relaciones, podían dañar el potencial de la


compañía”. Costolo abandonó el encuentro pensando que si Twitter
los cortejaba lo suficiente cerrarían el trato.

Y eso fue precisamente lo que hicieron en los cuarteles general de


Twitter. “La cifra tenía que parecer demencial, pero ciertamente val-
dría la pena”, comenta Frier. Gil y Ali Rowghani, jefe de finanzas
de Twitter, esbozaron un pliego de condiciones para la adquisición:
Twitter estaba dispuesto a ofrecer entre el 7 y el 10 por ciento de sus
acciones por la compra, una suma que fluctuaba entre los 500 y los
700 millones de dólares, con cierto margen interpretativo, pues la ac-
ción de Twitter todavía no se hacía pública. “El porcentaje se calculó
en base a la idea de que Instagram poseía entre el 7 y el 10 por ciento
de los usuarios de Twitter”.

En marzo, Systrom hizo una presentación en una exclusiva confe-


rencia en Arizona organizada por un banco de inversiones. Rowgha-
ni, Costolo y Dorsey estaban allí. “Cierta tarde”, confidencia Frier,
“Rowghani, Dorsey y Systrom se reunieron en un patio alrededor
de una fogata para beber algo. Dorsey estaba en ley seca por enton-
ces, pero Systrom bebió whiskey. Nadie concuerda en lo que ocurrió
luego. Las fuentes de Twitter informan que Rowghani le pasó a Sys-
trom el pliego de condiciones, con un espacio en blanco para que lo
firmara, y que Systrom lo devolvió diciendo que no creía que debía
vender. Pero Systrom más tarde negaría haber oído cifras o haber
visto el papel. Pliego de condiciones o no, todos concordaron en que
Systrom se había negado”.

9. Triunfo paranoide

Un mes después, en abril de 2012, Facebook anunció que había ad-


quirido Instagram por la cifra astronómica de 1.000 millones de dóla-
res. El reducido equipo de Instagram se trasladaría a los cuarteles de
Menlo Park, pero contaría con un espacio propio dentro de las vastas
instalaciones. Entre los 300 millones de usuarios de Instagram, hubo
quienes hicieron correr suspicacias a través de Twitter, pues se sabía
que “todo lo que Facebook adquiría, lo desguazaba luego en partes,
quedándose con los fundadores y la tecnología, pero aniquilando el
20 Sarah Frier

producto”. No obstante, las declaraciones de ambos CEO auguraban


un mejor desenlace. Systrom posteó en el blog de su recién vendi-
da compañía lo siguiente: “Es importante ser claro en que el produc-
to Instagram no desaparecerá. Estamos comprometidos a construir
y a hacer crecer Instagram de manera independiente”. El posteo de
Zuckerberg en Facebook iba en la misma línea: “Es la primera vez
que hemos adquirido un producto y una compañía con tantos usua-
rios. No planeamos hacer nada más que lo ya hecho”. Systrom les dijo
posteriormente a sus amigos que Twitter nunca le había presentado
una oferta seria y que sólo Zuckerberg entendía lo que él apreciaba:
la independencia. “Mark me prometió que nos permitiría administrar
Instagram como una compañía separada”, agregó más tarde.

Según explica Sarah Frier, “Facebook tenía una app, pero, a diferencia
de Google y Apple, no fabricaba teléfonos. Ello significaba que, a no ser
que Facebook arremetiera con fuerza en el costoso y complicado nego-
cio del hardware, Zuckerberg siempre estaría armando su compañía en
territorio que, en última instancia, pertenecía a otras empresas”. Esta
realidad, añade la autora, sólo le dejaba dos opciones para ganar: “La
primera era que sus ingenieros pudiesen hacer de Facebook un producto
tan entretenido y útil que exigiera cada vez más tiempo de sus usuarios
en sus teléfonos.Y la segunda era que él podía comprar, copiar o aniqui-
lar apps competitivas, asegurándose de que existiesen menos oportuni-
dades para que otras empresas invadieran los hábitos de Facebook de
cualquier persona”. No en vano, complementa Frier, “Zuckerberg había
inculcado este valor en sus empleados al concluir todas las reuniones de
personal con un grito de guerra inequívoco: ‘¡Dominación!’”.

Evidentemente, Zuckerberg no sabía en qué terminaría su onerosa apues-


ta. “Pero su motivación está esbozada en un pequeño cuaderno carmesí
que se le entrega a cada nuevo empleado de Facebook durante las reu-
niones de orientación de los lunes. En una de las últimas páginas, contra
un fondo marino, figuran unas pocas frases escritas en color celeste que
explican el liderazgo paranoide del CEO: ‘Si nosotros no creamos la cosa
que mate a Facebook, alguien más lo hará. Internet no es un lugar amis-
toso. Las cosas que no permanecen en calidad de relevantes ni siquiera
pueden darse el lujo de dejar ruinas. Desaparecen’”. La pregunta que
Systrom iba a hacerse seis años más tarde, informa Frier, era si Zucker-
berg consideraba a Instagram parte del “nosotros” o del “alguien más”.
No Filter 21

10. Choque cultural

En un principio, Systrom y Krieger percibieron las ventajas de su nueva


posición: podían aprender todas las maniobras de Facebook y luego eva-
luarlas según si fallaban o tenían éxito. Sin embargo, al momento de plan-
tearse los tres valores principales de Instagram, entraron en “un choque
no tan sutil con la cultura de Facebook”. El precepto más importante era
“la comunidad es lo primero”, e indicaba que todas sus decisiones debían
girar “en torno a preservar un buen sentimiento al utilizar Instagram, no
necesariamente en torno a acelerar el crecimiento de un negocio”. Clara-
mente, demasiadas notificaciones en la aplicación violarían tal intención.

Luego venía “la simplicidad importa”, fundamento que, al decir de


Frier, “implicaba que, antes de que se desarrollase cualquier producto
nuevo, los ingenieros debían pensar si es que estaban resolviendo un
problema específico de los usuarios, y si es que incluso era necesario
hacer algún cambio o simplemente el asunto complicaría demasiado
la app”. Esto, prosigue la autora, era el opuesto a “muévete rápido y
rompe cosas”, el lema de Facebook “que sobrevaloraba el crecimiento
por sobre la utilidad o la confianza”.

Finalmente, en el esbozo de buenas prácticas, figuraba la idea de “ins-


pirar creatividad”. Según Frier, esto implicaba que “Instagram iba a in-
tentar encuadrar la aplicación como una válvula artística, entrenando a
sus propios usuarios y destacando a los mejores de ellos por medio de
una estrategia editorial enfocada en un contenido que fuese genuino y
valioso. Ello representaba un rechazo a la falsificación autopromotora
que ya estaba comenzando a definir a algunas de las cuentas populares
de Instagram”. Y a la vez “constituía una estrategia muy diferente al
enfoque de personalización algorítmico de Facebook”.

11. Fábrica de influencers

Randi Zuckerberg, la hermana de Mark que trabajó por seis años en


Facebook y se retiró antes de que la compañía se abriera al mercado,
mantenía una cercana amistad con Charles Porch, una suerte de rela-
cionador público que había intentado, sin mucho éxito, añadir celebri-
dades a la plataforma: ninguna de las dos partes demostró demasiado
22 Sarah Frier

interés. El público, después de todo, se conectaba a Facebook para


hablar con sus amigos y familiares, no para informarse sobre la vida de
los famosos. Sin embargo, en 2012, Randi y Porch decidieron que el
lugar indicado para este propósito era Instagram. “Ya existían ciertas
pistas”, prosigue Frier, “de que Instagram era un lugar prometedor
para aplicar la estrategia. Las estrellas que utilizaban la aplicación ad-
ministraban por sí mismas sus cuentas en vez de contratar equipos que
lo hicieran a su nombre. La red social no requería una tosca página
de fans como Facebook ni un perspicaz comentario de 140 caracteres
como Twitter. Las celebridades podían postear una simple foto cua-
drada y alcanzar de inmediato a quien fuese que necesitaran alcanzar”.

Zuckerberg, añade la autora, estaba más en lo correcto de lo que am-


bos, Randi y Porch, se habían hasta ahí percatado. Instagram iba a cre-
cer más allá de sus raíces iniciales como un espacio creativo dedicado a
fotógrafos y artesanos. “Se iba a metamorfosear en una herramienta ca-
paz de crear y capitalizar una imagen pública no sólo para figuras famo-
sas, sino para cualquiera”. Cada cuenta de la app ofrecía la oportunidad
de ser una ventana hacia la experiencia vivida de alguien –tal como los
fundadores lo quisieron en un principio–, pero, al mismo tiempo, podía
funcionar perfectamente como una operación mediática individual. “El
cambio daría luz a una economía de la influencia de los influencers, con
toda la actividad interconectada de Instagram operando como nexo,
dentro de un territorio inexplorado por Facebook o Twitter”.

El logro de arribar a esta tierra incógnita, concluye Frier, “comenzó con


Porch tras bambalinas, influyendo sobre los que pronto se convertirían en
influencers”. Cuando Porch y Systrom se dejaban caer por Hollywood y
prometían control de marca a las estrellas que usaban Instagram, “no les
mencionaban explícitamente el potencial de obtener un ingreso extra al
postear marcas y productos. Pero Kim Kardashian sabía lo que era posi-
ble”. Hoy por hoy, Kim Kardashian West cuenta con 157 millones de se-
guidores y gana alrededor de un millón de dólares por posteo en Instagram.

12. Preciosismos de la microadministración

En 2014, Instagram alcanzó 300 millones de seguidores, eclipsando así


a Twitter y alcanzando casi un tercio de los inscritos en Facebook. Aun
No Filter 23

así, la app tenía menos de doscientos empleados, comparados con los


más de tres mil de Twitter y los más de diez mil de Facebook. Systrom,
arguye Frier, anhelaba un éxito del tamaño de Facebook, pero no de-
seaba rebajar ningún rasgo del producto, arruinando así lo que hasta
entonces había defendido con tanto ahínco. “Pero la compañía esta-
ba creciendo tan rápido que era imposible satisfacer ambos anhelos.
Zuckerberg se lo había dejado bastante claro: primero se procedería
con el negocio de los avisos”.

Un año antes, Zuckerberg se negó a que Instagram desarrollara su propio


plan de negocios, “pero ahora pensaba que había llegado el momento de
que la app recuperase parte del precio de su adquisición bajo la forma
de ingresos para Facebook. Instagram ya era lo suficientemente grande
como para ser útil”. En consecuencia, urgió a Systrom para que aumen-
tara la frecuencia de avisos en Instagram, o el número de avisadores,
pero sobre todo para que dejase de ser tan preciosista con los detalles
de calidad propios de la microadministración. Si Instagram se ceñía a la
infraestructura de publicidad propia con que contaba Facebook, en 2015
Zuckerberg esperaba obtener 1.000 millones de dólares de la operación.
Pero Systrom temió que, mal manejada, la movida podía arruinar la mar-
ca que Instagram había creado. “Claro, podían ganar dinero a través de
la manguera de avisos proveniente de Facebook, pero estos lucían como
anuncios hechos para Facebook, muchos de ellos con textos cursis o sen-
sacionalistas que chocarían drásticamente con la estética de Instagram.
Facebook no investigaba a la gran mayoría de sus anunciantes, sólo le
interesaban sus tarjetas de crédito”.

El fin del cuento, agrega Frier, fue que Zuckerberg forzó a Instagram
a abrir las compuertas y, de este modo, dejar que entrara la publicidad
de cualquier negocio al azar que comprara en el sitio web de Facebook.

13. Presión enorme

A esa altura, Instagram ya había cambiado al mundo. O al menos así


lo aseguraba un artículo de la revista National Geographic referido a la
manera en que la app había modificado el acto de viajar: las visitas al
fotogénico acantilado de Trolltunga, ubicado en Noruega, aumentaron
de 500 paseantes al año en 2009 a 40 mil en 2014. “Lo que las fotos
24 Sarah Frier

no revelan de esta vista icónica es la larga fila de caminantes que zi-


gzagueaban por el terreno rocoso cada mañana, todos a la espera de
su oportunidad de capturar su propia versión del famoso disparo de
Instagram”, escribió la publicación.

A través de una serie de estrategias de difusión y promoción con figu-


ras de la cultura popular, la compañía consiguió que la gente joven se
obsesionara con la app. En 2015, el 50 por ciento de los adolescen-
tes estadounidenses se contaba entre sus miembros, “al punto de que
Instagram se convirtió en algo muy importante en sus vidas sociales, y
creó, a la vez, una enorme presión”. La búsqueda de seguidores e in-
fluencia, reflexiona Frier, era un signo de la alta aspiracionalidad con
la que Instagram había dotado a su aplicación. “Los padres se preocu-
paban por darles a sus niños fiestas de cumpleaños y vacaciones ‘insta-
grameables’ (mucho antes de que los niños manejaran sus propias redes
sociales), ingresando en las cuentas de los influencers en busca de recetas
e ideas que, en última instancia, fotografiaran bien”. Janelle Bull, una te-
rapista del centro Anchor Psychology, ubicado en Silicon Valley, sostiene
que, a medida que Instagram se integra más en la vida diaria, aumenta la
ansiedad de sus pacientes por tener una cuenta más interesante.

Finalmente, Sarah Frier entrega otros ejemplos de lo recién dicho: an-


tes de elegir un lugar para comer, los turistas chequeaban Instagram
para ver cuán deliciosa luciría su comida, “de modo que los restoranes
comenzaron a invertir más en la presentación de los alimentos y en la
iluminación”. Antes de conocer a una nueva cita, los solteros chequea-
ban las cuentas del otro para ver si había evidencia de hobbies o expe-
riencias llamativas, “y a veces pulían sus feeds”. Y al buscar profesiona-
les del cine y la televisión, los directores chequeaban los perfiles de los
actores para cerciorarse de que aportarían una audiencia de Instagram
en caso de obtener el rol.

14. Canibalización

Por aquel entonces, Krieger y Systrom sentían que habían hecho exac-
tamente todo lo que Facebook esperaba de ellos. Por tal motivo, queda-
ron asombrados al reunirse con Zuckerberg y recibir sólo reproches de
su parte. “Zuckerberg les explicó que tenía una preocupación mayor, y
No Filter 25

utilizó una palabra que evocaba alarma y una imaginería violenta: ‘ca-
nibalización’. ‘Si Instagram sigue creciendo, ¿no empezará a comerse el
éxito de Facebook?’, preguntó el CEO. ‘¿No será valioso saber si Ins-
tragram, eventualmente, va a desviar la atención que debe asignársele a
Facebook?’”. Mark encargó en ese momento una evaluación al respecto.

Siempre paranoico, continúa Frier, Zuckerberg razonó que su red so-


cial podía llegar a desangrarse a través de uno de sus propios miembros,
y así, sentimentalmente sesgado, interpretó el estudio mencionado de
la siguiente manera: era muy probable que Instagram amenazara el
dominio continuo de Facebook y que la canibalización comenzara en
tan sólo seis meses. “Facebook, concluyó Zuckerberg alarmado, podía
alcanzar un crecimiento cero o, peor aun, empezar a perder público.
Tal vez el problema no era que este se hubiese visto atraído hacia Snap-
chat o YouTube. Tal vez el problema era que todos sus usuarios tenían
una red social alternativa que visitar, una que Facebook promovía en
su propio sitio y que venía haciéndolo por años”.

En aquella reunión de liderazgo de día lunes, el CEO argumentó que,


debido a que los ingresos medios de Facebook por usuario eran mucho
mayores, los minutos que gastaban en Instagram en lugar de Facebook
serían perjudiciales para la rentabilidad de la compañía. Systrom no
estaba de acuerdo: “No se trata de Instagram recortando la torta de
Facebook para añadir a la torta de Instagram”, dijo. “Es el tamaño
total de la torta el que está creciendo”. Otros participantes de la asam-
blea quedaron perplejos: ¿se le olvidaba a Zuckerberg que él era el
dueño de Instagram? A fines de 2017, este tomó un par de medidas al
respecto. “Su primer decreto fue pequeño”, agrega Frier, “escasamen-
te perceptible para los usuarios. Le pidió a Systrom que construyera un
link destacado dentro de la app de Instagram para enviar a sus usua-
rios a Facebook. Y al lado del servicio de noticias de Facebook, en la
navegación a todas las otras propiedades de la red social, como grupos
o eventos, Zuckerberg removió el link que te conducía a Instagram”.

15. Tremendos tropiezos

Tras la elección de Donald Trump, en noviembre de 2016, Facebook


entró en una tremenda crisis de credibilidad. Instagram, por su parte,
26 Sarah Frier

alcanzaría pronto los 1.000 millones de usuarios, “pero Zuckerberg


no iba a permitir que olvidaran para quién trabajaban”. Los mismos
rasgos que Systrom detestaba de Facebook –hipervínculos, noticias,
viralidad, historias al límite del sensacionalismo– abarataban la rela-
ción con sus usuarios. Facebook sí tenía un sesgo, afirma Frier, pero
no en favor de los republicanos, sino en favor de cualquier cosa que
mantuviese a su público conectado a la red social. “Las historias que
afirmaban que el papa había apoyado a Trump, o que Clinton le había
vendido armas al Estado Islámico, fueron exprimidas por los algorit-
mos de Facebook y promovidas a millones de personas. En los tres me-
ses previos a la elección, las principales noticias con información falsa
alcanzaron a más personas en Facebook que las principales noticias de
los medios de prensa legítimos”.

Cierto estudio interno de Facebook –que no fue revelado hasta que


Bloomberg, la agencia noticiosa donde actualmente trabaja Sarah
Frier, lo hizo público en 2018– detallaba cómo, por ser imparcial a
través de la compra de avisos, la compañía había favorecido en enor-
me medida a Trump por sobre Clinton: “Entre junio y noviembre de
2016, la campaña del candidato le pagó a Facebook 40 millones de
dólares en comparación a los 28 que desembolsó la de la candidata.
Y, con la ayuda de Facebook, la campaña de Trump operó como
una empresa de tecnología, probando anuncios con la rapidez del
software de Facebook, hasta que daba con el mensaje perfecto para
varias audiencias”. Luego vendría la comprobación de que los rusos
también se habían valido de la red para manipular el resultado elec-
toral y, finalmente, se destapó el escándalo de haber permitido la fil-
tración de los datos de millones de usuarios que, en última instancia,
terminaron en manos de Cambridge Analytica, la consultora política
contratada por la operación de Trump. Mark Zuckerberg, como se
sabe, declaró ante ambas cámaras del Congreso estadounidense, y
tanto diputados como senadores quedaron escandalizados ante el
verdadero poder de Facebook.

16. Comparación y desesperación

Por medio de un estudio que se dio a conocer en mayo de 2017, es-


tudio ampliamente publicitado, la Sociedad Real de Salud Pública
No Filter 27

del Reino Unido decretó que Instagram era la peor aplicación para
la salud mental de los jóvenes, específicamente porque los instaba a
compararse con sus pares y fomentaba la ansiedad. “Ver a los amigos
constantemente en vacaciones o disfrutando de sus salidas nocturnas”,
decía el reporte, “puede provocar que la gente joven sienta que se está
perdiendo cosas mientras otros disfrutan de la vida. Estos sentimien-
tos pueden producir una actitud de ‘comparación y desesperación’
en los jóvenes. Los individuos pueden ver fotos y videos fuertemente
photoshopeados, editados u orquestados y compararlos con sus vidas
aparentemente terrenales”.

Y en diciembre de 2018, añade la autora, “después de un par de años


de sentirse superiores, los directivos de la app quedaron choqueados al
descubrir que, en realidad, Instagram no era tan inocente”. Ese mes,
los grupos de investigación habilitados por el Comité de Inteligencia
del Senado estadounidense concluyeron que la Agencia de Investiga-
ción de Internet rusa (IRA, por sus siglas en ruso), la fábrica de troles
que había orquestado la campaña para dividir a la opinión pública de
Estados Unidos a través de memes y cuentas falsas, había recibido
más likes y comentarios en su contenido de Instagram que en el de
cualquier otra red social, incluida Facebook. “Mientras Facebook era
un mejor espacio para hacerse viral”, concluye Frier, “Instagram era
mejor para difundir mentiras”. En Instagram, prosigue, cualquiera po-
día ser famoso entre extraños.Y eso fue precisamente lo que hicieron la
IRA y el Kremlin. “Cerca de la mitad de sus cuentas alcanzaron más de
10 mil seguidores, y doce de ellas tenían más de 100 mil. Utilizaron las
cuentas para vender cosas. Una vendió la idea de que Hillary Clinton
era una mala feminista. Y otra, @blackstagram_, que contaba con más
de 303 mil seguidores antes de que Facebook la bajara durante la pur-
ga de cuentas rusas, ofrecía productos que, aseguraba, provenían de
negocios cuyos dueños eran afroamericanos, al tiempo que instigaba a
la comunidad negra que no perdiera el tiempo yendo a votar”.

17. Un paso al costado

Debido a que los ingenieros eran un bien escaso en Facebook, debido


también a que Instagram requería de más ingenieros de Facebook
para resolver los problemas de la app a fin de que su mejor gente
28 Sarah Frier

pudiese dedicarse a crear nuevos productos que contribuyeran a su


crecimiento, y debido asimismo a que esta encrucijada representaba
para Facebook un problema de segundo orden, al interior de Ins-
tagram fue la comunidad la que perdió, pese a que esta compañía
siempre sostuvo que priorizaba a la comunidad por sobre cualquier
otro factor. “Ambos fundadores de Instagram estaban cada vez más
frustrados y sufrían con los sucesos ocurridos en los meses anterio-
res”, razón por la que, en septiembre de 2018, reunieron a la plana
superior del personal y le comunicaron que renunciarían a sus car-
gos. Zuckerberg ya había sido informado.

Esa misma noche, Kevin Systrom y Mike Krieger les escribieron un


breve mensaje a sus empleados que luego postearon en el blog de
Instagram: “Mike y yo estamos agradecidos por los últimos ocho años
en Instagram y los seis con el equipo de Facebook. Hemos crecido
de trece personas a más de mil, con oficinas alrededor del mundo,
todo mientras construíamos productos amados por una comunidad
de más de mil millones de personas. Ahora estamos listos para nuestro
próximo capítulo. Al dejar Facebook, planeamos explorar nuevamente
nuestra curiosidad y nuestra creatividad. Para armar cosas novedosas
es necesario que demos un paso al costado, que entendamos lo que
nos inspira y hacerlo calzar con lo que el mundo necesita. Es lo que
planeamos hacer. Seguimos excitados por el futuro de Instagram y Fa-
cebook en los años por venir, a medida que haremos la transición de
líderes a dos usuarios dentro de 1.000 millones. Veremos con interés
lo que estas innovadoras y extraordinarias compañías hacen en el fu-
turo”. Siempre alerta, Sarah Frier no deja de reparar en dos omisiones
elocuentes: “Los cofundadores no mencionaron a Zuckerberg y se re-
firieron a Instagram como a una compañía separada, algo que no era
desde hacía seis años”.

Hoy por hoy, Facebook sigue siendo la red social que domina el mun-
do, con más de 2.800 millones de usuarios a través de varias aplicacio-
nes sociales y de mensajería (Instagram y WhatsApp, entre ellas). El
principal motor del crecimiento de sus ingresos es Instagram, añade
Frier, situación que, en su momento, no inquietó a nadie. Pero más
tarde, añade la autora, “los analistas dirían que la aprobación de la
adquisición fue el mayor error regulatorio de la década. Incluso Chris
Hughes, uno de los cofundadores de Facebook, pidió en 2019 que el
No Filter 29

acuerdo se deshiciera. ‘El poder de Mark no tiene precedentes y es an-


tiestadounidense’, escribió en el New York Times’”. En 2019, Instagram
produjo cerca de 20.000 millones de dólares en ingresos, más de una
cuarta parte de las ventas totales de Facebook.
Putin’s
People
Cómo la KGB retomó
Rusia y luego se tomó
Occidente
Catherine Belton
Nota de la edición

Días atrás nos enteramos de que el hombre más prominente de la


oposición rusa, Aleksei Navalni, fue envenenado. La aterradora so-
lución ya ha afectado a otros que, en el pasado, han osado criticar a
Vladimir Putin y al círculo de cleptócratas y exagentes de la KGB que
lo rodea. En una impresionante, reveladora y voluminosa investiga-
ción titulada Putin’s People. How the KGB Took Back Russia and Then
Took on the West (‘La gente de Putin. Cómo la KGB retomó Rusia y
luego se tomó Occidente’), la renombrada periodista inglesa Cathe-
rine Belton ofrece un duro y riguroso relato sobre los procederes del
actual mandatario ruso, quien ascendió hasta los estratos más altos
del poder de la mano de dos organizaciones de dudosa reputación y a
todas luces temibles: el brazo de operaciones foráneas de la KGB y el
crimen organizado. Belton, una reportera a la que no le agrada dejar
cabos sueltos, explica con lujo de detalles en su recién publicado libro
la manera como Putin ha invertido una insólita cantidad de dinero
en corromper a gobiernos e instituciones occidentales. Además de
Donald Trump, en esta trama se han visto salpicados Silvio Berlusco-
ni (el ex primer ministro italiano), Gerhard Schröder (el excanciller
alemán y amigo personal de Putin) y Boris Johnson (el actual primer
ministro británico). Tema relevante dentro del estudio es la vergonzo-
sa falta de frenos que ha impuesto Occidente ante los embates rusos.
Belton también aporta perturbadora información en torno a la serie
de atentados explosivos que afectaron a Moscú y Riazán en 1999, que
dejaron centenares de muertos: en su opinión, la mano negra de los
servicios de seguridad estuvo tras ellos. Las primeras reformas de Pu-
tin, agrega la autora, “intentaron establecer un tipo de gobierno como
el de Augusto Pinochet, en el que las medidas económicas serían im-
pulsadas por ‘la fuerza totalitaria’ de un Estado fuerte”. Hoy por hoy,
Putin está obsesionado con perpetuarse en el poder y por doblegar
a Occidente mediante el resurgimiento de una vieja Rusia con reno-
vados apetitos imperiales. Según la experta, el asunto se trataría de
una copia fiel de la doctrina de Estado que, en su momento, apuntaló
Nicolás I, uno de los zares más reaccionarios, conocido por la brutal
represión que aplicó contra uno de los primeros levantamientos de-
mocráticos de Rusia. Putin y su gente aspiran a reciclar las premisas
de “ortodoxia, autocracia y nacionalidad”, para, de este modo, “defi-
nir su gobierno y justificar las violentas medidas destinadas a acallar
cualquier oposición”.
Putin’s People
How the KGB Took Back Russia and
Then Took on the West
Farrar, Straus and Giroux
2020 | 632 páginas

Catherine Belton es periodista de investigación de


la agencia británica Reuters. Entre 2007 y 2013
trabajó como corresponsal del Financial Times en
Moscú. Previamente, reporteó en Rusia para el
Moscow Times y para Business Week. En 2009 fue
nominada Periodista de Negocios del Año por los
Premios Británicos a la Prensa. Actualmente vive
en Londres.
Putin’s People 33

Vladimir Putin: un zar


implacable, obsesionado
con derrumbar Occidente
a cualquier precio

1. Acecho en las sombras

En su libro Putin’s People (‘La gente de Putin’), la periodista británica


Catherine Belton narra un par de historias asombrosas, escalofriantes
y nunca antes expuestas con similar detallismo: la del ascenso a la pre-
sidencia de un oscuro exagente de la KGB nacido en 1952, Vladimir
Putin, y, en paralelo, la del sistema que asentó alrededor del mandata-
rio a una cohorte de amigos y funcionarios que se enriquecieron con
el nuevo capitalismo que se desarrolló en Rusia a partir de la caída del
comunismo. “Es el relato”, precisa la autora, “del apresurado traspaso
del poder de Yeltsin a Putin, y de cómo este permitió el crecimiento de
un ‘Estado profundo’ de hombres de seguridad de la KGB que siempre
habían acechado en las sombras durante los años de Yeltsin, pero que
ahora emergían para monopolizar el poder por al menos veinte años
y, finalmente, para poner en peligro a Occidente”. Dotada de induda-
bles habilidades detectivescas, Belton pretendía en principio rastrear
la expoliación de la economía rusa acometida por los otrora miembros
de la KGB asociados directamente con Putin, pero, a poco andar, “el
proyecto se convirtió en un asunto más peliagudo: las indagaciones
primero, y luego los hechos, demostraban que la cleptocracia de la era
de Putin tenía como objetivo algo que iba más allá que simplemente
repletar los bolsillos de los amigotes del presidente”.

El apoderamiento que emprendió la KGB de la economía rusa –y del


sistema político y legal del país– tuvo como resultado “un régimen en
el que los cientos de miles y miles de millones de dólares a disposición
de los cercanos de Putin iban a ser enérgicamente utilizados para soca-
var y corromper las instituciones y las democracias de Occidente”. El
manual de la KGB propio de la Guerra Fría, cuando la Unión Soviéti-
ca desplegaba “medidas activas” para sembrar la división y la discordia
34 Catherine Belton

en Occidente, para financiar partidos políticos aliados y para debilitar


al enemigo político “imperial”, estaba siendo plenamente resucitado.
“La diferencia es que, en esta ocasión, las tácticas son financiadas con
un pozo mucho más profundo de dinero por un Kremlin que se ha
hecho adepto al funcionamiento de los mercados y ha entrelazado fé-
rreamente sus tentáculos en torno a la institucionalidad occidental”.
Partes de la KGB, Putin incluido, han abrazado el capitalismo como
una herramienta para saldar cuentas con Occidente. Pero el proceso,
concluye la escritora, comenzó mucho antes, durante los años que an-
tecedieron al colapso soviético.

2. Persiguiendo ratas

Desde joven Putin soñó con una carrera en los servicios de inteligencia
en el extranjero: durante la Segunda Guerra Mundial, su padre se des-
empeñó en la policía secreta soviética, la NKVD, “y operó en profundi-
dad tras líneas enemigas, intentando sabotear posiciones alemanas, es-
capando por un pelo de ser tomado prisionero y, más tarde, sufriendo
heridas que casi le causaron la muerte”. En calidad de mozalbete entu-
siasta, Putin pretendió unirse a la KGB local de Leningrado, su ciudad
natal, pero fue rechazado por ser demasiado joven. Los requisitos para
cumplir con tal anhelo eran mayores: primero debía graduarse en la
universidad y luego servir en el ejército. “Cuando a los treinta y pocos
años finalmente llegó a formar parte de la élite de la escuela Escuadrón
Rojo, para oficiales de inteligencia en el extranjero, el logro prometía
asegurarle un escape a la lucha sombría de su edad temprana”.

Putin se crio en un modesto complejo habitacional comunitario y gas-


taba los días persiguiendo ratas alrededor de las escaleras del edificio
y camorreando con otros niños del vecindario. No obstante, aprendió
a canalizar su inclinación por las peleas callejeras a través de la disci-
plina del judo, “la técnica marcial basada en los sutiles principios de
desequilibrar al rival ajustándose a su ataque”. Luego siguió al pie de
la letra las recomendaciones de la oficina local de la KGB: tomó los
cursos que debía para ser reclutado en los servicios de seguridad y
estudió leyes en la Universidad de Leningrado. “De modo que, al gra-
duarse, en 1975, ya había trabajado por algún tiempo en la división de
contrainteligencia de la KGB en Leningrado, al principio bajo un rol
Putin’s People 35

encubierto. Pero cuando por fin obtuvo la que, según se dice, fue su
primera destinación en el extranjero, Dresden, esta ciudad parecía pe-
queña y modesta en comparación al glamour de Berlín Oriental, donde
cerca de mil operativos de la KGB correteaban para socavar al poder
‘imperial’ del enemigo”. Tras el heroísmo demostrado por su proge-
nitor, Putin se obsesionó desde temprana edad en aprender la lengua
alemana y para entonces la hablaba con intachable fluidez.

3. Izquierda radical

A mediados de los años 80, más alerta que nunca del colapso del co-
munismo en Alemania Oriental (RDA), la KGB lanzó sigilosamente
la denominada Operación Rayo de Sol, estrategia destinada a reclutar
a una red de agentes que pudiese seguir operando para los rusos por
largo tiempo tras la inminente caída del régimen de Erich Honecker.
“Cuando Putin llegó a Dresden, en 1985, la RDA ya estaba boquean-
do”, explica Belton. “Al borde de la bancarrota, el país sobrevivía con
la ayuda del préstamo de mil millones de marcos alemanes que proveía
Alemania Occidental, mientras que las voces de los disidentes iban
in crescendo”. Putin pisó Dresden a los 32 años y su misión consistió
–afirma la autora– en enlistar a científicos y hombres de negocios que
facilitaran el tráfico de tecnología occidental hacia el bloque oriental.

Sin embargo, una fuente no identificada, aunque de primera mano,


da otras pistas en torno a los deberes que el futuro presidente ruso
cumplió en la hermosa ciudad germana. Su destinación allá, dice el en-
trevistado, se debió a que “Dresden era un verdadero remanso, alejado
de la atención de los espías que infectaban Berlín del Este, donde los
franceses, los estadounidenses y los alemanes occidentales mantenían
en conjunto los ojos demasiado abiertos”. Se trata de un exmiembro
del movimiento terrorista Facción del Ejército Rojo (RAF, por sus si-
glas en alemán), quien se reunía con Putin debido a que este ayudaba
logísticamente a los integrantes de la organización: “No había nada
en Dresden, absolutamente nada, a excepción de la izquierda radical.
Nadie le prestaba atención a Dresden, ni los estadounidenses ni los
alemanes occidentales. Nada había allí, insisto, salvo una cosa: las reu-
niones con estos camaradas”, declaró el otrora revolucionario conver-
tido ahora en informante de Belton.
36 Catherine Belton

4. Un expediente manoseado

La misma fuente recién mencionada expresa que se juntó con Putin al


menos cinco veces en Dresden. Los terroristas viajaban en tren desde
Alemania Occidental hasta una casa de seguridad de la KGB, donde
eran recibidos por Putin y algunos colegas de este. “Nunca nos da-
ban instrucciones directas. Sólo decían cosas como ‘oímos que están
planeando esto, ¿de qué manera pretenden llevarlo a cabo? También
hacían sugerencias acerca de blancos a atacar y nos preguntaban qué
necesitábamos. Siempre requeríamos armas y dinero en efectivo’”. Era
difícil para los miembros del RAF, agrega Belton, comprar armas en
Alemania Occidental, por lo que les entregaban a Putin y a sus camara-
das un listado y, de algún modo, el listado, hecho realidad, era luego de-
positado por un agente secreto en un lugar seguro del lado occidental.

“Lejos de tomar el palco distante que con frecuencia se le asigna durante


sus años en Dresden, Putin se contaba entre los líderes de estas reunio-
nes, siempre flanqueado por alguno de los generales de la Stasi [el órgano
de inteligencia de la RDA] a sus órdenes, me aseguró el excombatiente.
A medida que la RAF sembraba el caos en Alemania Occidental me-
diante una serie de feroces ataques explosivos, las actividades de Putin se
convirtieron en un factor clave entre los intentos de la KGB por trastocar
y desestabilizar Occidente, afirmó enseguida la fuente anónima”.

La mayor parte de lo que Putin hizo durante sus años en Dresden


permanece bajo el manto del misterio, añade Belton, principalmen-
te porque la KGB fue mucho más eficiente que la Stasi en destruir
y transferir documentos antes de la caída del Muro de Berlín. “Con
los rusos”, sostuvo un investigador de los archivos de la Stasi en
Dresden, “siempre tenemos problemas, pues destrozaron casi todo”.
Sólo subsisten algunos fragmentos de las actividades de Putin en la
ciudad, fragmentos recuperados en los cuarteles de la Stasi: “El expe-
diente es delgado y está bastante manoseado”.

5. Versiones inverosímiles

Luego de servir por cinco años en Dresden, Putin regresó a Leningrado


en febrero de 1990. Casi un año más tarde, la ciudad rusa volvió a adqui-
Putin’s People 37

rir el nombre presoviético que por cerca de dos siglos tuvo como capital
del imperio zarista: San Petersburgo. Según cuenta el mito, Putin le con-
fidenció a un amigo que, en el mejor de los casos, tendría que desempe-
ñarse como taxista, pues no encontraría otras oportunidades laborales.
Sin embargo, en mayo de 1990 comenzó a trabajar en la Universidad de
Leningrado junto a Anatoli Sobchak, el profesor de derecho que se con-
vertiría en su mentor y que, a la fecha, era “una estrella en rápido ascenso
dentro del movimiento democrático de la ciudad”.

Ahora bien: el momento exacto en que Putin renunció a la KGB sigue


siendo un asunto controvertido y nebuloso. Él mismo ha dado varias
versiones, “aunque de acuerdo a un exoficial de alto rango de la KGB,
un cercano suyo, ninguna de ellas es verídica”. A ciertos periodistas
que escribían su biografía oficial, el actual líder ruso les informó que
dejó la KGB pocos meses después de comenzar a trabajar para Sob-
chak en la universidad, pero la carta de renuncia de alguna manera
se extravió en el correo. Entonces, aseguró, Sobchak telefoneó perso-
nalmente al jefe de la KGB para consolidar la dimisión, ello en medio
del golpe de Estado que la dura vieja guardia del Partido Comunista
intentó dar contra Boris Yeltsin en agosto de 1991.

“Pese a que suena bastante ficticia”, acota Belton, “esta se convertiría


en la declaración oficial”. Las chances de que Sobchak hiciera esa lla-
mada en medio de una tentativa de golpe de Estado sólo para confirmar
la renuncia de Putin suena poco concebible. Por el contrario, según el
cercano de Putin aludido por la autora, el futuro mandatario siguió re-
cibiendo su salario de parte de los servicios de inteligencia por lo menos
durante un año tras el intento fallido de derribar a Yeltsin. Y cuando
efectivamente abandonó la KGB, “su posición en lo más alto del nue-
vo mando de la segunda ciudad rusa ya estaba asegurada”: Sobchak se
convirtió en el primer alcalde de San Petersburgo elegido democrática-
mente y Vladimir Putin pasó a ocupar el cargo de alcalde subrogante.

6. Hidra monstruosa

Aquí justamente comienza la historia que, en palabras de Belton, “re-


vela cómo Putin penetró profundamente en el nuevo liderazgo demo-
crático del país y fue el referente entre los vínculos de la administración
38 Catherine Belton

estatal con la aplicación de la ley, incluyendo a la entidad que sucedió


a la KGB, el Servicio Federal de Seguridad (FSB, por sus siglas en
ruso). La historia de cómo y cuándo en realidad renunció, y cómo
llegó a trabajar para Sobchak, es la historia de cómo un cuadro de la
KGB empieza a metamorfosearse dentro de las transformaciones de-
mocráticas del país y a aferrarse a los nuevos liderazgos. Es la historia
de cómo una facción de la KGB, en especial una parte del brazo de la
inteligencia en el extranjero, se venía preparando en secreto por largo
tiempo para el cambio en medio del caos creado por las reformas de la
perestroika en la URSS”.

A fines de 1991, Yeltsin proscribió el Partido Comunista de la Unión


Soviética. El antiguo régimen, apunta la autora, parecía haber sido
aplastado. Pero aquello que lo reemplazó, advierte, “fue sólo un cam-
bio parcial de guardia, y lo que ocurrió con la KGB nos da un ejemplo
elocuente”. Yeltsin descabezó al escalón superior de la KGB y luego
firmó un decreto que dividía a la expolicía secreta soviética en cuatro
servicios nacionales diferentes. “No obstante, lo que emergió en su lu-
gar fue un monstruo con cabezas de hidra, un monstruo gracias al cual
muchos oficiales, entre ellos Putin, se cobijaron en las sombras y con-
tinuaron operando de manera subterránea, en tanto que el poderoso
servicio de inteligencia en el extranjero siguió intacto”. Belton recalca
que era un mundo de verdades a medias y de apariencias, “mientras
que, bajo todo ello, las facciones de la vieja élite continuaban aferradas
a las riendas que quedaban”. Según la versión de un testigo privile-
giado, “al final, cuando la Unión Soviética colapsó, cuando la música
se detuvo, algunos de estos hombres de la KGB eran los que sabían
dónde estaba el dinero, pero en aquel entonces eran empleados de un
Estado soviético que no existía”.

7. La verdadera perestroika

En opinión de Vladimir Yakunin, el aliado cercano de Putin desde tiem-


pos de la KGB y quien luego ocuparía un alto cargo en el gobierno ruso,
“todos los reformistas de mercado que más tarde alcanzaron trascen-
dencia –desde Gorbachov hasta los jóvenes reformadores– fueron edu-
cados en las instituciones creadas por Yuri Andropov [secretario general
del Partido Comunista entre 1982 y la fecha de su muerte, ocurrida en
Putin’s People 39

febrero de 1984]. Las primeras reformas de mercado fueron mapea-


das en aquellas instituciones”. Una vez que Andropov tomó el control,
continúa Belton, ciertas facciones progresistas de la KGB comenzaron
a experimentar con la creación de una nueva clase de emprendedores,
quienes operarían más allá de los confines de la economía planificada.
Empezaron con los integrantes del mercado negro, los tsekhoviki.

“La verdadera perestroika partió con Andropov”, le informa a la auto-


ra Christian Michel, un gestor financiero que por más de una déca-
da manejó fondos para el régimen soviético y, posteriormente, para
el ruso. “El mensaje consistió en hacer la vista gorda ante el mercado
negro. Andropov sabía que de otro modo el país se encaminaría hacia
una hambruna masiva”. Anton Surikov, un exfuncionario de la alta
inteligencia militar rusa, concuerda con Michel: “Existió la creación
consciente de un mercado negro”. Y agrega: “Era imposible operar en
el mercado negro sin las conexiones ni la protección de la KGB. Sin
ellas, ningún negocio sombrío era factible”. Belton estima que aquello
que se había originado como corrupción dentro del sistema se convir-
tió en una caja de Petri cultivada por la KGB para la futura economía
de mercado, “y también en una medida provisional para aliviar la esca-
sez de la economía planificada”. Las tentativas con el mercado negro,
prosigue, marcaron el inicio de una súbita aceleración en la transferen-
cia de fondos de la enorme riqueza de la Unión Soviética a través de
empresas amigas asociadas a la KGB. “Así se dio inicio al saqueo del
Estado soviético. Fue asimismo el principio de lo que devendría en una
alianza mutuamente beneficiosa entre la KGB y el crimen organizado”.

Por lo demás, muchos burócratas del Partido Comunista no deseaban


que el sistema sobreviviera. En palabras de Thomas Graham, miembro
del Consejo de Seguridad Nacional de Estados Unidos, “la parte su-
perior del estamento de la nomenklatura soviética fue barrida y ciertos
niveles de segundo y tercer orden tomaron el control del poder”. Ello
explicaría, en buena medida, por qué la transición de un modelo a otro
no fue sangrienta. “Esta gente”, añade Graham, “se dio cuenta de que,
si eliminabas la ideología, podían vivir incluso mejor”. Al fin y al cabo,
cuando ocurrió, el colapso del comunismo fue un trabajo de insiders.
Los hombres de la KGB que dirigían la inteligencia en el extranjero
habían decidido “volar por los aires su propia casa”, según un exopera-
rio de la entidad entrevistado por Belton.
40 Catherine Belton

8. Un violento gallinero

Mientras los oligarcas, los banqueros y los nuevos ricos de Moscú se


abocaban a la jugosísima expoliación del Estado soviético, “todos ol-
vidaron a quién le debían algo”, en el decir de Yuri Shvets, un ex alto
agente de la inteligencia en el extranjero. Nadie reparó que en San
Petersburgo las cosas se hacían de manera diferente. “Aisladas del auge
económico de la capital”, explica la autora, “las fuerzas de la KGB
ejercían allá mucho más control, en un lugar donde la economía era
más dura y tenebrosa bajo el contexto de la violenta caza de dinero
en efectivo”. La importancia histórica del puerto de San Petersburgo,
formado por un archipiélago de islas, se remonta a los tiempos de Pe-
dro el Grande, quien fundó la urbe a principios del siglo XVIII para
que fuese una “ventana en Occidente”, un hermoso escaparate que, a
cualquier costo, le permitiera a Rusia escapar de su pasado medieval y
asiático. “Y cuando Rusia salió de su tercera revolución del siglo XX, el
puerto de San Petersburgo jugó nuevamente un rol definitivo”.

Catherine Belton apunta a que la ciudad fue el epicentro de la coali-


ción entre la KGB y el crimen organizado, coalición que iba a expandir
su influencia a lo largo de Rusia y que, con el correr del tiempo, alcan-
zaría los mercados y las instituciones occidentales. “Fue el punto de
partida para las alianzas comerciales del alcalde subrogante, Vladimir
Putin, quien trabajaba estrechamente con el líder del crimen organi-
zado que manejaba el puerto y con el comerciante de petróleo que
obtuvo un monopolio de exportaciones a través del terminal portuario.
Las relaciones que entonces se forjaron por medio de una elaborada
red de acuerdos de trueque y exportación se convirtieron en el modelo
según el cual posteriormente sería gobernada la Rusia de Putin”. El
grupo que finalmente se impuso en aquel “violento gallinero” que a
principios de los años 90 era el puerto, sentencia la autora, contaba
con la ominosa presencia de los Tambov, la mayor banda criminal de
San Petersburgo. “Y al centro de todos ellos figuraba Vladimir Putin”.

9. Brazos cubiertos de sangre

La KGB en Moscú había permanecido en gran medida a la sombra,


pero en San Petersburgo era indudablemente más visible. La economía
Putin’s People 41

de la ciudad portuaria era mucho más pequeña que la de la capital y,


en consecuencia, la oficina del alcalde podía extender sus tentáculos
hacia casi todos los negocios imaginables. “La principal razón de la
potencia del alcance de la KGB fue que el alcalde Sobchak demostraba
poco interés en el manejo rutinario de la urbe. Eso lo delegó en las ma-
nos de Putin”. Tras el caos, el colapso y la inefectividad de Sobchak, la
tríada formada por Putin, sus aliados de la KGB y los Tambov gobernó
la ciudad en beneficio propio. “Antes que nada”, arguye la autora, “la
caída de la URSS implicó para ellos enriquecimiento personal, espe-
cialmente el de Putin y sus cercanos, con el objetivo de poder crear un
fondo destinado a sobornos, a mantener las redes ya creadas y a ase-
gurar sus posiciones en los años por venir”. En opinión de un exoficial
de la FSB local, el negocio consistía “en asesinatos y allanamientos: los
brazos de la banda de los Tambov estaban cubiertos de sangre”.

En resumidas cuentas, lo que Putin y sus cercanos habían creado en


San Petersburgo era aquello que en la jerga criminal rusa se conoce
como obschak, una suerte de caja común de dinero en efectivo a dispo-
sición de una pandilla criminal. “Era un modelo basado en dispensar
riquezas a un grupo de cercanos férreamente controlado, en el que las
líneas entre lo que se iba a gastar en operaciones estratégicas y lo que
se destinaba a uso personal estaban siempre convenientemente difu-
sas”. Este patrón llegaría a ser la base de la cleptocracia del régimen de
Putin y, más tarde, también la de sus operaciones de influencia. Cuan-
do Putin fue ascendido a un cargo de importancia en el Kremlin, a me-
diados de 1996, Gennady Belik, uno de los generales de la KGB que
había observado con atención su carrera en San Petersburgo, declaró
lo siguiente: “Empezó desde cero, como un funcionario cualquiera.
Por supuesto que cometió errores. Los asuntos para él eran absolu-
tamente nuevos. La única gente que no comete errores es la que no
hace nada. Pero hacia el final de sus quehaceres en San Petersburgo,
Vladimir Vladimirovich había crecido enormemente”.

10. Operación Sucesor

Los hombres de la KGB percibían a Yeltsin como a un bufón borrachín,


como a un funcionario de medio pelo del Partido Comunista que ahora
dilapidaba las empresas estratégicas del país a Occidente por dos chau-
42 Catherine Belton

chas, y más encima en beneficio de una caterva de corruptos y rapaces


hombres de negocios. Por su parte, a escasos siete meses de arribar a
Moscú, Putin volvió a ser ascendido. Primero fue nombrado jefe del
Departamento de Control, “un instituto clave en el poder del Kremlin,
donde se le encomendó asegurarse de que las órdenes del presidente se
cumplieran a lo largo de las regiones rebeldes del país”. Un año más
tarde, añade Belton, Putin fue designado como el primer jefe de gabine-
te adjunto responsable de las regiones, el tercer cargo más poderoso del
Kremlin. Y transcurridos apenas tres meses fue promovido a director
de la FSB para toda Rusia. “En ese entonces, él era sólo un teniente
coronel, y no se sabía de alguien que no fuera general que hubiese es-
tado al mando de la FSB. Se decía que los generales de la FSB estaban
escandalizados, pero los aliados de Putin insistieron en que su estatus
de jefe de gabinete adjunto responsable de las regiones le otorgaba un
rango equivalente al de general, claro que en términos civiles”.

En el intertanto, complementa Belton, el país se precipitaba hacia otra


crisis económica y nadie pareció enterarse. “La salud de Yeltsin empeo-
raba y, si hemos de creerle al menos a una fuente, los generales de la
KGB ya se alistaban para su retorno”. Belton relata que cierta noche
en Moscú, poco después del crash financiero que aniquiló la economía
rusa en agosto de 1998, un pequeño grupo de oficiales de la KGB y
un estadounidense se juntaron a comer. Entre ellos figuraban Vladimir
Kriuchkov (exjefe de la KGB), Robert Eringer (exjefe de seguridad de
Mónaco que había sido salpicado como informante del FBI) e Igor
Prelin (ayudante de Kriuchkov y uno de los profesores principales de
Putin en el instituto de espías Escuadrón Rojo). “De acuerdo a Erin-
ger, Prelin le comunicó al resto de los comensales que la KGB volvería
pronto al poder. Dijo: ‘Conocemos a alguien. Nunca han oído hablar
de él. No les diremos quién es, pero es uno de los nuestros y, cuando
sea presidente, estaremos de vuelta’”. La llamada Operación Sucesor
ya llevaba un tiempo cocinándose.

11. El candidato espía

Pese a que Boris Yeltsin no tenía ni la menor idea del valor del dinero
–en cierta ocasión, estando borracho, le pasó a su guardaespaldas jefe
un billete equivalente a 100 dólares para que le comprase una botella
Putin’s People 43

de vodka–, su familia se vio involucrada a fines de los años 90 en una


serie de escándalos financieros que desestabilizaron su gobierno en
tiempos turbulentos. Ciertas cuentas bancarias en Suiza, asegura la
autora, jugaron un rol clave en el desenlace del intríngulis: “Este fue el
asunto que la familia Yeltsin nunca quiso que se desentrañara, puesto
que revelaba cómo su apresuramiento por salvarse fue la causa invo-
luntaria del ascenso de Putin y de la desaparición de su mundo. Ellos
[la familia] necesitaban a un tipo fuerte que protegiese sus intereses,
y obtuvieron más de lo que esperaban”. Belton es tajante al respecto:
“Estos fueron los días en que todo se zanjó”. El 9 de agosto de 1999,
Putin fue nombrado primer ministro de Rusia y Yeltsin declaró a la
prensa que esperaba que él lo sucediera en la presidencia.

Inmediatamente, y debido a que era un desconocido para casi todo el


mundo, los aliados de Putin comenzaron a crear una imagen épica de él.
En aquel entonces se discutía una escalada rusa contra Chechenia, ra-
zón por la cual Putin fue presentado al público como una suerte de Max
Otto von Shtirlitz, uno de los personajes heroicos más populares de la
televisión soviética, el espía encubierto que penetró profundamente tras
las líneas enemigas para infiltrar las redes de mando de la Alemania nazi.
“Putin iba a convertirse en el kandidat rezident, el candidato espía, un
patriota que restauraría el Estado ruso”. La prensa adepta al Kremlin,
por su parte, lo introdujo como un hombre que tomaría duras medidas
contra los separatistas chechenos, cosa que efectivamente hizo.

12. Bombazos a diestra y siniestra

A principios de septiembre de 1999, un autobomba explotó frente


a un edificio en una ciudad de Daguestán, república que limita con
Chechenia. El estallido mató a sesenta y cuatro personas, la mayoría de
ellas familiares de militares rusos. Cuatro días más tarde, un ataque de
similares características sacudió el sudeste de Moscú, dejando noventa
y cuatro muertos. Transcurrieron otros cuatro días y un nuevo atenta-
do explosivo, esta vez al sur de Moscú, tuvo como consecuencia fatal
ciento diecinueve fallecidos.

“El horror se expandió a lo largo de la ciudad. No había precedentes


de que, tras casi diez años de una guerra de entrada y salida contra
44 Catherine Belton

los separatistas rebeldes chechenos, la refriega alcanzara la capital”. A


medida que el pánico y el sentido de emergencia nacional aumentaron,
prosigue Belton, “los escándalos financieros que rodeaban a la familia
Yeltsin dejaron de ser noticias de portadas y Vladimir Putin fue lanzado
a la palestra. Ese fue el momento crucial en que Putin tomó las riendas
que hasta ahí manejaba Yeltsin”. De súbito, el primer ministro se había
convertido en el comandante en jefe del país y, en tal calidad, lideró
una feroz campaña de ataques aéreos contra Chechenia en venganza
por los bombazos.

Gracias a una serie de hábiles encuentros televisados con los líderes


militares apostados en Daguestán, Putin fue visto saltando de un he-
licóptero del ejército en descenso, ataviado para entrar en acción con
pantalones caqui y chaqueta ligera. Fue filmado mientras dirigía so-
lemnemente un brindis en una tienda de campaña junto a los coman-
dantes de la operación. “No tenemos derecho a mostrar ni un segundo
de debilidad, ya que si lo hacemos eso implicará que todos aquellos
que murieron lo hicieron en vano”, declaró allí mismo con férrea con-
vicción. “Putin fue presentado como el salvador del país, un James
Bond ruso que restauraría el orden y la esperanza. Para su pueblo, el
asunto significó un profundo respiro de alivio: comparado con el enfer-
mo y tambaleante Yeltsin, súbitamente tenían frente a ellos a un líder
que efectivamente estaba a cargo”, observa Belton.

13. Secreto mortal

El 22 de septiembre de 1999, en Riazán, una localidad cercana a


Moscú, un testigo reportó haber visto a tres tipos de aspecto sos-
pechoso acarreando sacos al interior del subterráneo de su edificio.
Cuando la policía arribó, los sujetos ya se habían largado a bordo de
un vehículo cuyas patentes estaban parcialmente cubiertas con papel.
Los uniformados rastrearon el lugar y emergieron estupefactos y ate-
rrados: encontraron tres sacos conectados a un detonador y a un dis-
positivo de cronometraje. “Las autoridades, en un comienzo, dijeron
que había trazos de ciclonita, un poderoso explosivo que había sido
utilizado en otras detonaciones de edificios”, apunta Belton. El 24
de septiembre, el ministro de Interior ruso, Vladimir Rushailo, infor-
mó triunfante a los jefes de seguridad del Kremlin que un bombazo
Putin’s People 45

contra civiles había sido desarticulado. “Pero tan sólo media hora
después, el lenguaraz e impetuoso jefe de la FSB, Nikolai Patrus-
hev, quien había trabajado apegadamente con Putin en la KGB de
Leningrado, le expresó a un reportero de televisión que los sacos no
contenían otra cosa que azúcar, y que todo el episodio había consis-
tido en un ejercicio planeado, en una prueba de vigilancia pública”.
Patrushev, continúa la autora, era tan despiadado como implacable a
la hora de montar maniobras tras bastidores, y sus nuevas explicacio-
nes no sólo contradecían a Rushailo, sino que también sorprendieron
a la FSB de Riazán, que, aparentemente, estuvo a punto de capturar a
quienes habían depositado los sacos. El residente que en un principio
había contactado a la policía declaró más tarde que la sustancia que
vio en los sacos era de color amarillo, con una textura más similar a
la del arroz que a la del azúcar, descripción que, según los expertos,
concordaba con el aspecto la de la ciclonita.

Pocos años después, en 2003, “un valiente excoronel de la FSB, Mijaíl


Trepashkin, quien se había quemado las pestañas investigando las explo-
siones en Moscú, fue juzgado y sentenciado a cuatro años de reclusión
en una cárcel militar”. Lo arrestaron a pocos días de informarle a un
reportero que un dibujo hablado de uno de los sospechosos del primer
estallido se parecía a un hombre que él reconocía como agente de la FSB
(el bosquejo fue luego alterado y el original desapareció del expediente
policial). “Si este realmente era el secreto mortal tras el ascenso de Pu-
tin, fue también la primera indicación escalofriante de cuán lejos estaban
dispuestos a llegar los hombres de la KGB”, comenta la autora.

Por años ha habido incertidumbre en torno a los atentados, pero el


Kremlin ha operado como una muralla de negaciones. “Sin embargo,
recientemente, apareció una de las primeras grietas en la versión del
Kremlin: un exfuncionario de la casa de gobierno declaró que oyó a
Patrushev referirse precisamente a lo que había ocurrido en Riazán.
Patrushev se enfureció en relación a cómo el primer ministro Rushailo,
un remanente de la era de Yeltsin, había estado a punto de delatar la
participación de la FSB en los bombazos: sus funcionarios casi ha-
bían atrapado a los agentes de la FSB que pusieron los explosivos”.
Buscando información comprometedora contra la FSB y Patrushev,
Rushailo había estado a punto de arruinar la operación completa. En
consecuencia, la FSB se vio obligada a echar pie atrás y a sostener que
46 Catherine Belton

los sacos contenían azúcar para evitar cualquier futura investigación.


“No sería ni la primera ni la última vez”, aclara Belton, “que ciertos
ataques terroristas en Rusia plantearon dudas persistentes acerca de la
participación de los servicios de seguridad en ellos”.

14. Falsas impresiones

El cofundador del Mezhprombank, Serguéi Pugachev, considerado a


la vez el verdadero maestro tras los enredos financieros bizantinos del
Kremlin durante la era Yeltsin, apoyó decididamente al nuevo primer
ministro en esa época (años después, también llegaría a ser conocido
como “el banquero de Putin”). “Él parecía ser un hombre leal y obe-
diente”, le indicó Pugachev a la autora, “alguien que me seguía como
un perro y que todavía se identificaba con las creencias democráticas
de su mentor, Anatoli Sobchak: mi impresión fue que, si era cercano
a Sobchak, debía ser un hombre de visiones liberales. Yo no estudié en
detalle lo que él representaba”. Aun más: Putin se demostró reacio a
aceptar el cargo de primer ministro, razón por la que Pugachev tuvo
que convencerlo de que diera el paso, pues el asunto era algo temporal,
únicamente hasta que la situación se estabilizara.

“Lo que Pugachev ignoraba era que en el pasado Putin había trabaja-
do estrechamente con uno de los cabecillas del intento por derribar al
régimen de Yeltsin. No sabía que Felipe Turover, el oficial de la KGB
tras las denuncias referidas a las cuentas bancarias ocultas de Yeltsin,
que a la vez contaba con vínculos con el estrato superior del legenda-
rio departamento de operaciones negras de la KGB, había ayudado a
Putin a consolidar la maquinación de trueque de petróleo por alimen-
tos en San Petersburgo”. Pugachev nunca había escuchado la historia
que Turover le relató a Belton, en cuanto a que, supuestamente, el
guardaespaldas jefe de Yeltsin dio la orden de eliminarlo una vez que
su nombre apareció en un diario italiano aquel agosto de revelaciones
escandalosas. Putin visitó a su antiguo camarada –quien se encon-
traba en Moscú–, le advirtió sobre la mencionada condena a muerte
y lo exhortó a abandonar rápidamente el país. Turover le admitió lo
siguiente a la autora: “Me dijo que me fuera porque tenía una orden
directa del presidente de acabar conmigo. Me indicó que podía irme
dándome su garantía”.
Putin’s People 47

Pugachev propuso entonces el paso más audaz hasta entonces dado:


“Comenzó a tratar de convencer a Tatiana y Yumashev [la hija y el
yerno de Yeltsin] de que el mandatario debía dejar el cargo antes de
tiempo, de modo que Putin lo sucediera con anterioridad a la elección
venidera. Era el único modo de asegurar su salto a la presidencia”. Fue
así como el leningradense se convirtió en presidente interino el 31 de
diciembre de 1999.

15. Émulo de Pinochet

El 26 de marzo de 2000, Putin fue elegido presidente de Rusia. El


hecho, no obstante, significaba un rechazo a la democracia liberal de
corte occidental que Yeltsin había planeado para el país. Durante la
campaña, el candidato triunfador se refirió a una tercera ruta, una sen-
da que apuntalara las antiguas tradiciones de un Estado fuerte. “Para
los rusos”, expresó Putin, “un Estado enérgico no es una anomalía de
la que hay que deshacerse. Muy por el contrario: lo perciben como una
fuerza y garantía de orden, y como iniciador y principal fuerza motora
del cambio”. Esa misma noche, cuando Yeltsin llamó para congratular
a su sucesor, recibió un último insulto: “El hombre al que le había en-
tregado la presidencia en bandeja dijo estar demasiado ocupado para
responder. Él ya no era nadie, salvo un anciano esforzándose por farfu-
llar a través del teléfono”.

La autora considera que, bajo la apariencia de una economía liberal, el


verdadero objetivo era fortalecer la supremacía del Estado. “De hecho,
las primeras reformas de Putin intentaron establecer un tipo de gobier-
no como el de Augusto Pinochet, en el que las medidas económicas se-
rían impulsadas por ‘la fuerza totalitaria’ de un Estado fuerte”. Casi tan
pronto como fue electo, añade Belton, el mandatario recibió el consejo
de Pyotr Aven, un economista que se había formado en un instituto afín
a la KGB en Austria. “Gobierna el país tal cual como Pinochet gober-
nó Chile”, le recomendó a Putin. Aven era el exministro de comercio
exterior que, en su momento, había protegido a Putin y había dado el
visto bueno para las martingalas que este elaboró en San Petersburgo.

Por su parte, Vladimir Yakunin, el eterno aliado de la KGB, preparó un


reporte de la economía rusa que certificaba que, entre 1998 y 1999,
48 Catherine Belton

casi el 50 por ciento del producto geográfico bruto de la nación era ge-
nerado por empresas controladas por sólo ocho familias. “Si las cosas
continuaban así, pronto controlarían más del 50 por ciento”, le expre-
só Yakunin a la autora casi veinte años más tarde. “Todas las ganancias
se iban a bolsillos privados. Nadie pagaba impuestos. Era un saqueo
con todas sus letras. Sin un mayor involucramiento del Estado, para
mí era claro que transitábamos por una senda hacia ninguna parte”. El
reporte fue oportunamente entregado al presidente.

16. Expoliación del gas y el petróleo

A fines de los años 80, la Unión Soviética pasó a ser por un tiempo el
mayor productor de gas y petróleo del mundo. Y a principios de los
90, los miembros de la inteligencia en el extranjero de la KGB se las
arreglaron para tomar el control de gran parte de las exportaciones de
petróleo. “Con frecuencia, estos fondos eran destinados como dineros
negros para la KGB y el Kremlin –con el fin de financiar campañas
políticas que aseguraran los resultados que el gobierno esperaba– o
simplemente se expoliaban”. La industria del gas, en tanto, presentaba
una ecuación más simple: Gazprom, la gigante estatal, era el activo
más importante del país, pues Rusia contaba con las reservas gasí-
feras más cuantiosas del planeta y la compañía reportaba a las arcas
fiscales el más significativo flujo de dinero en impuestos. Gazprom no
sólo proveía a los hogares rusos de luz y calefacción, sino que también
satisfacía el 25 por ciento de las necesidades de gas de Europa. “Su
rol como abastecedora principal de gran parte de Europa Central y
del Este, así como de Ucrania y Bielorrusia, implicaba que podía ser
utilizada como un arma política, mientras que sus enormes fondos en
efectivo y activos financieros presentaban una oportunidad de riqueza
inigualable para los hombres de Putin”. A principios de la presidencia
de Putin, fueron ellos mismos quienes tomaron el control de Gazprom.

Durante el primer mandato de Putin (2000-2004), una gran porción


de las ganancias que producía el petróleo estaba fuera del alcance del
Kremlin. Fue entonces, argumenta Belton, que los siloviki –nombre
con el que se conoce al círculo íntimo del mandatario– “intentaron
rectificar el asunto dando pie a lo que sería el momento definitorio
del gobierno de Putin, primero transformando el rostro de la industria
Putin’s People 49

petrolera rusa y luego encaminando al país directamente hacia una


forma de capitalismo estatal amiguista a través de la cual los flujos
de dineros estratégicos se desviaban hacia las manos de los aliados
más cercanos”. Fue así también, concluye la autora, que el poder de
los hombres de la KGB de Putin se cimentó, ayudándolos a forjar su
retorno al concierto internacional en calidad de fuerza principal. De
pasada, el conflicto derribó a los empresarios más ricos del país y sub-
virtió por completo el sistema legal.

“Hasta el día de hoy”, dictamina Belton, “todos los logros de la era


Putin –el crecimiento económico, el incremento en los ingresos, las
riquezas de los multimillonarios que habían transformado a Moscú en
una metrópolis reluciente donde los elegantes autos extranjeros atesta-
ban las calles y los acogedores cafés abrían en cada esquina– proceden
del fuerte aumento del precio del petróleo en los años en que él ha
permanecido en el poder”.

17. Kremlin Inc.

Durante su segundo mandato (2004-2008), Putin consiguió dos logros


importantes. Primero se deshizo de un rival de peso, el hombre más
rico del país, Mijaíl Jodorkovski, y permitió que el Estado se apropiara
de Yukos, su estratégica empresa energética (el caso, de por sí dramá-
tico, está narrado en innumerables versiones de prensa y en un docu-
mental disponible online). Jodorkovski, quien fue largamente entrevis-
tado por la autora, vive hoy en una mansión de Londres después de
haber pasado diez años en una cárcel de Siberia.Y, en segundo lugar, el
presidente consiguió que sus siloviki de San Petersburgo se apoderaran
del Estado. Según Vladimir Milov, quien ejerció como viceministro de
Energía a principios del primer gobierno de Putin (hoy es un opositor
a él), “con anterioridad a ello, todos tenían que estar de acuerdo; pero,
ya consolidado en el poder, hubo un momento claro en que el grupo
de San Petersburgo adquirió el control sobre todo aquello que el grupo
de Moscú no había querido soltar”. Uno tras otro, informa Belton, los
hombres de Putin quedaron a cargo de las diferentes secciones de la
economía, “mientras que los siloviki se apropiaban del sistema judicial,
del servicio de impuestos federal y de otras ramas del Estado. Fue par-
te de un proceso que llegó a ser conocido como Kremlin Inc.”.
50 Catherine Belton

El derribamiento de Jodorkovski, complementa la autora, les iba a dar


carta blanca a los hombres de seguridad de Putin, “a tal punto de que
hacia 2012 más del 50 por ciento del producto geográfico bruto estaba
bajo el control directo del Estado y los empresarios se encontraban
estrechamente relacionados con Putin, un rápido y enorme giro desde
los tiempos del juicio a Jodorkovski, cuando el 70 por ciento de la eco-
nomía figuraba en manos privadas”.

18. Ingenuidad occidental

En un principio, Vladimir Putin se sintió halagado por el trato amable


que le rindieron las potencias de Occidente –algunos de sus excola-
boradores le aseguraron a la autora que el leningradense es un tipo
extremadamente vanidoso–, pues era percibido como el legítimo líder
demócrata que implementaría las reformas necesarias para integrar a
su país al concierto internacional. Pero las continuas muestras de lo
contrario –la corrupción, el amiguismo, el combate a la prensa libre,
la debilidad del presidente por perpetuarse en el poder– convirtieron
a Rusia en un país que dejó de ser percibido con buenos ojos por las
democracias liberales occidentales. Aun así, advierte la autora, Putin
sólo se ceñía al plan que desde hacía décadas tenía en mente y Occi-
dente se dio cuenta demasiado tarde: el círculo íntimo del mandatario
provenía de un mundo en el que la Guerra Fría jamás había terminado,
“un mundo en el que lo único que importaba era restaurar el poder
geopolítico de Rusia”.

En consecuencia, la KGB consideró que el capitalismo era un arma


que, bien utilizada, algún día le permitiría saldar viejas cuentas con el
otrora enemigo imperialista. Un ejemplo: el acercamiento con Esta-
dos Unidos bajo el mandato de Dimitri Medvédev (el títere de Putin
que ocupó la presidencia rusa entre 2008 y 2012), junto con el flujo
constante de inversiones que fomentó, “sólo ayudó a fortalecer el tre-
mendo poder de los testaferros de la KGB”. Según la analista política
Lilia Shevtsova, quien se desempeña en el Instituto Real de Asuntos
Internacionales de Londres (Chatham House), “los occidentales fue-
ron muy ingenuos: la ayuda otorgada por el gobierno de Obama fue
como un Viagra financiero y tecnológico para el sistema de Putin”.
Según Catherine Belton, “Putin estaba apostándolo todo a la fase del
Putin’s People 51

resurgimiento de la Rusia imperial”. La anexión de la península ucra-


niana de Crimea, zanjada en marzo de 2014, sentaba las bases de una
nueva política nacional: “Por primera vez desde el fin de la Guerra
Fría, Rusia había invadido y se había apoderado del territorio de otro
país, sumiendo instantáneamente al régimen de Putin en un enfren-
tamiento cada vez más profundo con Occidente”. Y según Konstantin
Batozsky, el ayudante del exgobernador de Donetsk, la ciudad ucra-
niana, “Rusia está poniendo una tremenda bomba en las fundaciones
de la Unión Europea (UE). Rusia busca lugares vulnerables para divi-
dir a Europa. Este es un riesgo gigantesco en la actualidad. Las ONG
rusas trabajan muy activamente, concediendo subvenciones a grupos
de la ultraizquierda y de la ultraderecha”. A fin de cuentas, el sesgo
daba igual: Rusia había vuelto a ser un protagonista en el gran juego y
sus apetitos eran imperiales.

19. La alarma de Joe Biden

Michael Carpenter, exasesor en asuntos rusos del vicepredidente Joe


Biden (hoy en día el candidato demócrata a la presidencia de Esta-
dos Unidos), le comunicó en 2015 a Belton que “Rusia financiaba al
Frente Nacional en Francia, a Jobbik en Hungría, y tanto a la Liga
Norte y al Movimiento 5 Estrellas en Italia. Financiaron a la Coalición
de la Izquierda Radical en Grecia y sospechamos que también a Die
Linke en Alemania. Van tras todos estos partidos antiestablishment de
izquierda y de derecha. Son totalmente promiscuos al respecto y utili-
zan los fondos destinados a sobornos para este propósito. Su meta es
apuntar a los países europeos con el fin de debilitar a la UE y quebrar el
consenso en torno a las sanciones. El asunto es muy serio. Han gastado
una cantidad inimaginable de dinero y de recursos en este empeño”.

Pero tales temores fueron acallados por otras amenazas que pare-
cían ser más urgentes y reales para los legisladores estadouniden-
ses menos versados en Rusia. “Nos dijeron que teníamos un sesgo
predeterminado”, continúa Carpenter. “Nos indicaron que, como
trabajábamos en torno a Rusia, evidentemente pensábamos que Ru-
sia constituía un amedrentamiento”. Occidente, añade ahora Belton,
estaba exhausto con el conflicto en Ucrania, con la creciente lucha
en el Medio Oriente y con la irrefrenable marea de refugiados sirios
52 Catherine Belton

que arribaban a Europa, “razón por la cual se generó una amplia


incredulidad en torno a que la Rusia de Putin pudiese penetrar sus
instituciones políticas y económicas. A pesar de la aparente victoria
rusa al partir Ucrania, los occidentales calificaban el hecho de victo-
ria pírrica. Y por largo tiempo consideraron que la economía rusa era
un caso perdido, mientras que, a la vez, creían que su inteligencia en
el extranjero había sido exterminada tras el colapso soviético. El dine-
ro que fluía hacia Occidente era sólo visto como efectivo robado, no
como una tremenda caja negra que podía ser utilizada para cualquier
agenda estratégica. Sin embargo, a lo largo y ancho de Europa, las
viejas redes de la KGB estaban siendo resucitadas”.

A medida que Rusia escalaba cada vez más intensamente en su enfren-


tamiento con Occidente, algunos en el gobierno de Barack Obama se
alarmaron ante las capacidades adquiridas por el régimen de Putin.
Uno de los más elocuentes al respecto fue el vicepresidente Joe Biden,
quien en 2015 advirtió que “la corrupción es la nueva herramienta de
la política exterior. Nunca ha estado tan al alcance ni ha sido tan útil
en manos de naciones que quieren desestabilizar y de los oligarcas que
responden a ellas. Es como la kryptonita de una democracia funcional
[...]. Los riesgos son tanto estratégicos como económicos, pues Rusia
y otros países están utilizando la corrupción y a los oligarcas como
medios de coerción”.

20. Economía de guerra

Una estimación de la Oficina Nacional de Investigación Económica de


Estados Unidos, entre cuyos autores se cuenta el célebre economista
francés Thomas Piketty, dilucidó que 800 mil millones de dólares han
sido ocultados en paraísos fiscales desde el colapso soviético (el monto
es mayor que el total de la riqueza de todos los ciudadanos rusos).Y no
sólo se trata de criminales, sino también de empresarios comunes y co-
rrientes que buscaban refugios más seguros para su riqueza, un signo
del riesgo interno que presentaba la economía. “El alto precio del pe-
tróleo y la creciente estabilidad bajo Putin”, declara Belton, “debieron
haber reducido la fuga de capitales, pero durante la segunda mitad de
su mandato el flujo de dinero que salía de la nación multiplicaba varias
veces los índices documentados durante los años de Yeltsin”.
Putin’s People 53

Debido a lo anterior, y de acuerdo a las palabras de Serguéi Pugachev,


“la economía rusa pasó a estar en estado de guerra. Ahora sólo existen
Putin y los tenientes que llevan a cabo sus órdenes. Todo el dinero que
se genera se pone en la balanza de Putin. Las grandes empresas ya no
pueden vivir como antes: han de hacerlo bajo reglas militares”. Un
exbanquero conectado con el mundo de los servicios de seguridad sos-
tuvo que “todo el dinero es de Putin, aunque cuando accedió al poder
partió diciendo que él no era más que un administrador contratado.
Pero entonces se convirtió en el accionista controlador de toda Rusia.
Primero le otorgaron una participación y luego tomó el control. Se
trata de una corporación cerrada”. Otro magnate le aseguró a la autora
que “Putin es el zar, el emperador de todas las tierras”.

Catherine Belton está convencida de que “la regulación ligera de Oc-


cidente” creó el mecanismo de su propia destrucción, abriendo la
brecha para que la KGB estableciera conexiones a través de las cuales
hace correr verdaderos ríos de dinero negro. “Estas redes se han he-
cho tan complejas que las fuerzas de orden occidentales, escasas de
fondos y de personal, luchan y luchan por localizar a cualquiera de
ellas”. Para un exoficial de la KGB que ha gastado años estudiando
los sistemas de paraísos fiscales, Rusia ha desarrollado el arma más
poderosa de la que alguna vez poseyó: “Tú no puedes utilizar armas
nucleares a diario, pero sí puedes dar curso a este dinero negro todos
los días. De hecho, es posible desplegarlo para desmantelar al sistema
occidental desde dentro”.

21. Rusos blancos

En el frente doméstico, por otra parte, el presidente ansiaba crear una


identidad nacional fuerte que fortificara su régimen contra el colapso
interno y los ataques foráneos. Y aquí entran en escena los rusos blan-
cos, los descendientes actuales de aquellos aristocráticos personajes
que, habiendo pertenecido a los estratos más altos del orden zaris-
ta, abandonaron inmediatamente el país luego de la Revolución rusa.
Varios permanecieron en París, “y muchos de ellos”, informa Belton,
“forjaron lazos estrechos con la KGB y fueron introducidos al círculo
íntimo de Putin para liderar el esfuerzo por construir un puente con el
pasado imperial de Rusia”.
54 Catherine Belton

Uno de ellos le explicó a la autora que la filosofía del mandato de Putin


consistía en “algo similar a un nudo de tres elementos. El primero es
la autocracia (un gobierno fuerte, un hombre fuerte, un padre, un tío,
un jefe); se trata de un régimen autocrático. El segundo es el territorio,
la madre patria, el amor al país y así sucesivamente. El tercero es la
Iglesia, el elemento que todo lo une; es como el cemento, por así de-
cirlo, y no importa si se trata de la Iglesia o del Partido Comunista: no
hace demasiada diferencia. Si te detienes en la historia rusa, estos tres
componentes siempre figuran unidos. Putin es muy cuidadoso en que
así permanezcan. Es la única forma de mantener al país como un todo.
Si sacas uno de ellos de la ecuación, la nación colapsa”.

Redondeando el punto de su fuente, la autora establece que el asunto


es una copia fiel de la doctrina de Estado de “ortodoxia, autocracia y
nacionalidad” de Nicolás I, uno de los zares más reaccionarios, cono-
cido por la brutal represión que aplicó a uno de los primeros levan-
tamientos democráticos de Rusia. “Ahora los hombres de la KGB de
Putin pretendían reciclar esta ideología para definir su gobierno y jus-
tificar las violentas medidas destinadas a acallar cualquier oposición”.

22. Talibanes ortodoxos

Es sabido que, con el propósito de cimentar sus principios nacionalis-


tas, Putin leyó la obra del lingüista Nikolái Trubetskoi y del historiador
y etnólogo soviético Lev Gumilev, pensadores que hicieron hincapié en
la exclusividad de la sangre eslava y promovieron la teoría de una cul-
tura euroasiática superior a la cultura atlántica de Occidente. Y luego
está la Iglesia ortodoxa rusa, cuya defensa de los valores de la familia,
en oposición a la tolerancia y al liberalismo occidental, también pasó a
convertirse en leitmotiv del mandatario a medida que intentaba seducir
a los nacionalistas de extrema derecha y a los conservadores de su país,
de Europa y de Estados Unidos.

Tras dedicar buena parte de su carrera a defender el ateísmo oficial


del Estado soviético, Vladimir Yakunin fue uno de los primeros hom-
bres cercanos a Putin en hacer alarde de su conversión a la ortodoxia.
El asunto, sin embargo, no fue más que una tapadera: “Al interior de
Rusia, la unión entre la Iglesia y el Estado era sólo un elemento más
Putin’s People 55

que erosionaba cualquier remanente de democracia”, sentencia Bel-


ton, mientras que Liudmila Narusova, la viuda de Anatoli Sobchak, el
otrora mentor de Putin, denomina a estos nuevos creyentes “talibanes
ortodoxos”. Y añade: “Es el regreso de una suerte de Edad Media.
Utilizan la religión para socavar la Constitución y los derechos funda-
mentales de los ciudadanos”.

Para algunos dentro del círculo de hierro de Putin, prosigue la autora,


“esta táctica llevaba mucho tiempo arraigada. Cuando Yakunin ingresó
a la KGB, se unió al departamento que combatía a los disidentes, a los
homosexuales y a cualquiera que pensara distinto. Ahora utilizaban la
misma estratagema para infiltrar la política occidental”. Y con sorpren-
dentes resultados: forjaron vínculos estrechos con la derecha conserva-
dora estadounidense y, especialmente, con Dana Rohrabacher, el exdi-
putado republicano que se hizo conocido por defender públicamente
a Putin. Es más: un conocido líder de los rusos blancos y amigo de
Putin, Serge de Pahlen, había asentado una relación a través del movi-
miento antiaborto con Rand Paul, el actual senador republicano cuyo
padre libertario sirvió de inspiración para la formación del Tea Party.

“Una vez más”, advierte Belton, “se trataba de maquinaciones saca-


das del manual de la era soviética, cuando la KGB infiltró el movi-
miento antinuclear estadounidense y las protestas contra la guerra de
Vietnam”. Claro que ahora, prosigue, los testaferros de Putin apela-
ban al populismo de base y a los prejuicios contra los inmigrantes y
las minorías. “Fue un mensaje seductor para muchos que se sintieron
abandonados por el vértigo de la globalización y del multiculturalis-
mo, los nostálgicos de aquellos días que parecían ser más simples, un
contingente de individuos que crecía en números desde que la crisis
financiera de 2008 aumentó las diferencias entre ricos y pobres”.

23. La KGB y Donald Trump

Aparte de la información hasta ahora establecida en torno a la llamada


“trama rusa” que oscureció la elección de Donald Trump como pre-
sidente de Estados Unidos, Catherine Belton presenta algunas aristas
llamativas que pueden resultar sugerentes. Tras plantearle al lector una
seguidilla de preguntas inquietantes (“¿Montó Rusia una operación
56 Catherine Belton

monumental para instalar a su hombre en la Casa Blanca? Y, si no,


¿cuál era la razón de tanto cultivo, de las tentaciones comerciales de
parte de aquellos tipos vinculados a la inteligencia rusa antes de que
Trump accediera a la presidencia? ¿Fue todo eso meticulosamente pla-
neado, o fue puro oportunismo? ¿Era posible que ellos tuvieran algún
control sobre él?”), la autora retoma el aliento con rapidez e informa
que, en el decir de Yuri Shvets, el exmayor de la KGB ya mencionado,
“desde hacía mucho tiempo que Trump era un tipo de interés para
nosotros”: los acercamientos iniciales se produjeron la primera vez que
visitó Moscú, en julio de 1987, invitado por Yuri Dubinin, el entonces
embajador soviético en Estados Unidos. Trump quedó particularmen-
te fascinado por las mujeres. La versión le es confirmada a Belton por
un ex alto funcionario de la KGB cercano a Putin: “Su atracción por
las chicas rusas, ‘por las chicas eslavas, fue siempre notoria, sin lugar a
dudas’, me dijo con una risilla entredientes”.

Lo que sí está claro, subraya la autora, es que desde que un empresario


georgiano de dudosa reputación, Shalva Tchigirinsky, apareció por vez
primera en 1990 en el Taj Mahal de Atlantic City, el casino de Trump,
“una red de hombres de dinero de Moscú y de la Solntsevskaya [la per-
fectamente organizada agrupación criminal rusa], a la que se sumaron
varios agentes de inteligencia, comenzaron a rondar al futuro manda-
tario estadounidense”. Belton asegura que formaban parte de una red
interconectada de figuras que daba testimonio del poder duradero de
los canales de dinero negro creados a fines del régimen comunista.
“Algunos de estos sujetos luego se asociaron a Trump en negocios in-
mobiliarios, ayudaron a rescatarlo cuando cayó en dificultades econó-
micas y le ofrecieron lucrativos contratos de construcción en Moscú”.
Según Shvets, entre ellos se contaban quienes, tiempo después, “salva-
ron a Trump de la bancarrota”.

Años más tarde, agrega Belton, una nueva generación de banqueros


en las sombras, vinculados a la misma mafia y a la KGB, discurrieron
las martingalas financieras conocidas como la Lavandería Moldava y
los esquemas de comercio espejo (tras las elecciones de 2016, estos
últimos salpicaron a Trump y al Deutsche Bank). Pero antes de eso, de
acuerdo a Shvets, es muy probable que los rusos se enfocaran en las
operaciones comerciales de Trump: “Necesitaban encontrar maneras
más sutiles de lavar efectivo a través de negocios y no directamente a
Putin’s People 57

través de bancos estadounidenses. Y allí figuraban Trump y sus pro-


blemas financieros: fue una solución que les cayó del cielo”. Incluso
mientras Trump pujaba por convertirse en el nominado del Partido
Republicano, indica la autora, “la misma red rusa se presentó ante él
para cortejarlo. Felix Sater, el mafioso ruso-estadounidense que, según
admisión propia, había trabajado con agentes de la inteligencia rusa,
reapareció en escena casi tan pronto como Trump anunció que lanzaba
su opción a la candidatura republicana”. Y de ahí en adelante Sater
comenzó a maquinar codo a codo con el abogado personal de Trump,
Michael Cohen, a quien conocía de cerca desde su juventud compar-
tida en Brighton Beach, una comunidad mayoritariamente rusa de
Brooklyn. Además de poseer una flota de taxis, el suegro de Cohen,
Yefim Shusterman, mantenía estrechos contactos con las altas esferas
de la alcaldía de Moscú.

Vale agregar que en su portentosa investigación Belton también des-


cribe, con lujo de detalles, las estrechas vinculaciones de otros líde-
res occidentales con los servicios de inteligencia rusos: las de Silvio
Berlusconi, el ex primer ministro italiano; las de Gerhard Schröder, el
excanciller alemán y amigo personal de Putin; y las de Boris Johnson,
el actual primer ministro británico.

24. Raíces para la revancha

Al concluir su estudio, la autora cita una conversación que tuvo hace


un par de años con Mijaíl Jodorkovski en su lujosa oficina de Londres,
ciudad en la que reside desde 2015: “La participación y la facilitación
que jugaron los bancos y las grandes compañías energéticas occiden-
tales en la adquisición de Yukos, la empresa petrolera que él fundó,
todavía lo irritan profundamente”. Enseguida, Belton le pregunta si es
que Occidente, al actuar de esa manera, no habría preparado en algu-
na medida el terreno para los posteriores intentos rusos por debilitar
las instituciones occidentales. Jodorkovski responde que “ciertas ins-
tituciones occidentales cometieron un error estratégico al pensar que
podían vivir sin principios. Creyeron que era grandioso: ‘Trabajaremos
junto a Putin porque podemos obtener dinero de ello’. Pero eso no
resultó ser tan buena idea. Esta falta de principios ha implicado que
Occidente enfrente las consecuencias por las que hoy pasa. El cambio
58 Catherine Belton

constante en afirmar lo que es bueno y lo que es malo ha hecho que la


sociedad pierda sus principios. Y ahora estamos ante una situación en
que los populistas obtienen el poder. Todo está patas para arriba. Ellos
miran a Putin y dicen: ‘Miren, él engaño a todo el mundo, pero aun así
tuvo éxito político’”.

Aunque Belton tiene clarísimo que “Jodorkovski no es ningún santo


y tampoco representa a un luchador por la libertad demasiado verosí-
mil”, no duda de que “el apoyo que prestó Occidente a la apropiación
que emprendió el Kremlin de su empresa y la consiguiente violación
del Estado de derecho facilitaron el dominio de los hombres de segu-
ridad de Putin y promovieron aun más su integración en los mercados
financieros occidentales”. La autora estima que “la debilidad del siste-
ma capitalista occidental, en el que, a fin de cuentas, el dinero pesa más
que cualquier otra consideración, lo dejó totalmente expuesto para que
el Kremlin lo manipulara. En Rusia, la complicidad voluntaria de Oc-
cidente ha ayudado a que la KGB produzca la simulación de una eco-
nomía de mercado normal. Las instituciones de poder y el mercado,
que se suponía que eran independientes, resultaron no ser más que
fachadas del gobierno”.

La Revolución rusa, concluye Belton, hizo un círculo completo: “Los


reformistas que hace cerca de treinta años declararon promisoriamen-
te al mundo que su país avanzaba en una nueva senda de mercado
hacia la integración global fueron prontamente puestos en peligro o
trabajaron desde un comienzo con la KGB. Aquellos que creyeron que
pujaban por introducir un libre mercado subestimaron la hegemonía
de los hombres de seguridad”. Serguéi Pugachev, el exbanquero de
Yeltsin y de Putin que hoy vive su autoexilio en Estados Unidos, (du-
rante algún tiempo fue brutalmente perseguido por la KGB y por el
brazo legal del Kremlin), afirma que “esta es precisamente la tragedia
del siglo XX ruso: la revolución nunca se completó”. Desde el princi-
pio, remata Belton, los hombres de seguridad habían estado echando
raíces para la revancha. “Pero también desde el principio, al parecer,
estaban condenados a cometer los mismos errores del pasado”.
Putin’s People 59
The
Churchill
Complex
La maldición de
ser especial, desde
Winston y Franklin
Delano Roosevelt
hasta Trump y el Brexit
Ian Buruma
Nota de la edición

No exagera The Wall Street Journal cuando asegura que el recién publi-
cado libro del pensador holandés-norteamericano Ian Buruma es “la
mejor visión de conjunto que existe en torno a las relaciones entre Gran
Bretaña y Estados Unidos”. La obra, titulada The Curchill Complex.The
Curse of Being Special, from Winston and FDR to Trump and Brexit (‘El
complejo Churchill. La maldición de ser especial, desde Winston y
Franklin Delano Roosevelt hasta Trump y el Brexit’), analiza en detalle
los vínculos –a veces estrechos, a veces distantes y a veces derechamen-
te tensos– que durante las últimas ocho décadas han mantenido los
mandatarios de ambas naciones, y cómo estos forjaron el mundo ac-
tual, tanto en Occidente como en Oriente, bajo un concepto imperece-
dero que Winston Churchill, hijo de madre norteamericana, denominó
‘la Relación Especial’. Buruma, un lúcido intelectual de ascendencia
judía e hijo de madre inglesa, manifiesta una alta estima por los idea-
les de Roosevelt y Churchill, y las instituciones que los dos crearon le
resultan muy nobles, “a pesar de las guerras insensatas y destructivas
que emprendieron sus sucesores, quienes se mostraron demasiado an-
siosos por ser vistos como los herederos de Churchill”. Pero su juicio
sobre el presente es poco halagüeño: el orden internacional que surgió
tras la Segunda Guerra Mundial está llegando a su fin, concluye. Los
populismos que en la actualidad reinan en Inglaterra y Estados Unidos
tienen mucho que ver con eso, pues el entorno angloestadounidense
que creció admirando “ha sido severamente dañado”. El autor postula
que la figura que más ha influido –y continúa influyendo– sobre los lí-
deres de Estados Unidos y Gran Bretaña es Churchill, cuya semblanza
va componiendo de manera espectral a lo largo de su relato. Buruma
no desdeña ciertas memorables dosis de ironía, virtud que aleja su tra-
bajo de las arideces propias del academicismo.Y si bien no comparte el
credo político de Margaret Thatcher, “la más concienzudamente chur-
chiliana entre los primeros ministros británicos de posguerra”, admira
su coraje, aunque dirige su sarcasmo en contra del gran aliado de la
ex primera ministra, Ronald Reagan. Por otra parte, la Tercera Vía de
Bill Clinton y Tony Blair le parece en varios sentidos sospechosa y,
evidentemente, ni Donald Trump ni Boris Johnson salen bien parados
en este imprescindible recuento político con sorprendentes ribetes psi-
cológicos. The Churchill Complex es uno de aquellos documentos poco
frecuentes en los que la pequeña historia, hilada con puntazos magis-
trales, pasa a convertirse en Gran Historia.
The Churchill Complex
The Curse of Being Special, from Winston
and FDR to Trump and Brexit
Penguin Press | 2020 | 320 páginas

Nacido en 1951 en La Haya, Países Bajos, el


escritor y editor Ian Buruma reside y trabaja
actualmente en Estados Unidos. Entre 2017
y 2018 editó la New York Review of Books y ha
publicado varios libros dedicados a la cultura
oriental, especialmente a la china y japonesa.
Entre 2003 y 2017 ejerció las cátedras Paul W.
Williams de Derechos Humanos y Periodismo en
el Bard College. En 2004 obtuvo un doctorado
honorario en Teología en la Universidad de
Groninga. En 2008 ganó el Premio Erasmo, el
cual se entrega a un individuo que “ha realizado
una contribución especialmente importante a la
cultura, a la sociedad o a las ciencias sociales en
Europa”. En 2010, la revista Foreign Policy lo eligió
como uno de los más distinguidos pensadores
globales del año. Buruma es autor de dieciocho
libros, entre los que destacan los ensayos
personales de valor universal y los documentos de
trascendencia histórica.
The Churchill Complex 63

El inquebrantable fantasma
de Winston Churchill

1. Bustos que van y vienen

La inaudita prevalencia que a partir de la Segunda Guerra Mundial, y


hasta el día de hoy, ha mantenido la figura de Winston Churchill sobre
las relaciones angloestadounidenses queda perfectamente ilustrada en
la anécdota que el distinguido intelectual Ian Buruma rescata al princi-
pio de The Churchill Complex (‘El complejo Churchill’), un insoslayable
recuento histórico, político y psicológico de las relaciones entre Esta-
dos Unidos y Gran Bretaña: a fines de 2016, poco antes de que Donald
Trump asumiera el mando de su país, su equipo de transición ubicó,
“con gran fanfarria”, un busto del célebre ex primer ministro inglés en
el Salón Oval de la Casa Blanca, aseverando que el presidente Barack
Obama lo había sustituido por uno de Martin Luther King.

El hecho, prosigue Buruma, permitió que Boris Johnson, “el político


que expresaba sentimientos cálidos hacia Trump, que escribió una ha-
giografía superficial de Churchill en la que acentuaba ciertas compa-
raciones favorables consigo mismo, y que más tarde se convertiría en
primer ministro, atribuyó este ‘cambio’ a un ‘desagrado ancestral por
el imperio británico’”. Pero la verdad es que la escultura que Obama
había reemplazado era un préstamo de Tony Blair a George W. Bush,
mientras que una efigie más antigua de Churchill, que en su momento
le había regalado Gran Bretaña al presidente Lyndon Johnson en los
años sesenta, estaba siendo reparada. “Con absoluta corrección”, in-
forma el autor, “Obama devolvió al Reino Unido el nuevo busto una
vez que el otro fue restaurado”. Y valiéndose de un recurso que no
escasea en su obra, Buruma recurre a la ironía para rematar el asunto:
“En la actualidad, el busto antiguo yace detrás del escritorio de Trump,
cuyo ceño fruncido podría fácilmente confundirse con un intento por
personificar la seriedad churchiliana”.
64 Ian Buruma

2. Un cuento melancólico

The Churchill Complex analiza en detalle las relaciones personales y po-


líticas que mantuvieron los mandatarios de Estados Unidos y Gran
Bretaña durante las últimas ocho décadas, y cómo, en conjunto, los
presidentes y los primeros ministros de ambas naciones forjaron los
destinos de Occidente y Oriente bajo la sombra espectral de Winston
Churchill, quien, con el correr del tiempo, y dependiendo del caso, fue
endiosado, malinterpretado y, en ocasiones, derechamente tergiversa-
do o manipulado (el título del libro apunta a la acepción psicológica
del término “complejo”).

Dotado de una notoria soltura para navegar por aguas transatlánticas y


de una capacidad poco común para definir con precisión las diferentes
cataduras humanas, Buruma afirma desde un comienzo que el suyo es
un libro que trata la evolución y la erosión “del mito angloestadouni-
dense bajo el cual crecí”. Todos los líderes de Estados Unidos y Gran
Bretaña, indica, han sido tocados por la memoria de la Segunda Guerra
Mundial, incluso aquellos que aún no habían nacido cuando Franklin
Delano Roosevelt y Winston Churchill elaboraron la Carta del Atlán-
tico en 1941 a bordo de un crucero de la Armada norteamericana, el
Augusta, declaración a través de la cual suscribían ciertos principios
comunes destinados a un mejor porvenir para la humanidad. “Pienso
que el mito compartido ha sido magnífico y, a la vez, una maldición. La
Historia puede inspirar, pero también puede aquejar”, advierte.

Yendo al grano, este investigador, que se ha distinguido en innumera-


bles debates de altas esferas por ser un fiero defensor del liberalismo
contemporáneo, sostiene que la alianza que derrotó a Hitler con la
ayuda indispensable del Ejército Rojo de Stalin terminó, luego de más
de medio siglo de paz y prosperidad para Occidente, “en las descora-
zonadoras, peligrosas y engañadoras bravatas de Trump y el Brexit”.
En su opinión, el asunto representa “un cuento melancólico”, puesto
que, a pesar de todas sus falencias, Gran Bretaña y Estados Unidos
fueron alguna vez considerados como modelos de apertura, liberalis-
mo y generosidad. “Incluso si no siempre estuvieron a la altura de estos
ideales, las dos naciones angloparlantes les ofrecieron cierta esperanza
a quienes el escritor húngaro Arthur Koestler alguna vez llamó ‘los
internamente magullados veteranos de la era totalitaria’”.
The Churchill Complex 65

3. La Relación Especial

Churchill, asegura Buruma, ha sido mucho más popular en Estados


Unidos de lo que alguna vez lo fue su país de origen en tierras esta-
dounidenses. Para entender lo anterior, evidentemente hay que repa-
rar en “los raptos sentimentales tardíos de Churchill por la patria de
su adorada madre (Jennie Jerome, oriunda de Brooklyn, Nueva York),
expresados en floridos discursos a lo largo y ancho de Estados Uni-
dos”. No obstante, precisa el autor, la principal atracción en torno a
Churchill radica “en el mismo mito que coloreó mi infancia, relaciona-
do estrechamente con la noción que muchos norteamericanos tienen
de sí: el faro de la libertad, la ciudad en la colina, la tierra de valientes,
la nación excepcional que liberó al mundo de los dictadores. Aunque
era sólo mitad norteamericano, Churchill se convirtió en el símbolo de
este desafío a la tiranía. Es el rostro de bulldog de las nociones de valor
angloestadounidenses”.

Aun cuando a Churchill se le atribuyen infinidades de frases, Buruma


no está seguro de que haya acuñado la famosa expresión “Relación
Especial”, “pero ciertamente la popularizó, si bien sólo fuese para con-
vencer a los estadounidenses de que acudiesen al rescate de Gran Bre-
taña en los peligrosos primeros años de la Segunda Guerra Mundial”.
Desde entonces, continúa, “y a pesar del espíritu mitológico de Chur-
chill viviendo en la Casa Blanca”, la relación angloestadounidense ha
sido más relevante para Londres que para Washington. La creciente
brecha de poder e influencia existente entre ambas naciones hizo que
lo anterior se hiciera inevitable. De hecho, a medida que el poderío de
Inglaterra menguaba, “aferrarse a la Relación Especial fue una de las
formas que encontraron los ingleses para mantener la ilusión de que el
resplandor de sus mejores horas bajo Roosevelt y Churchill no se había
extinguido totalmente”.

Los líderes británicos, añade Buruma, se vieron reducidos a desempe-


ñar “el papel cada vez más reducido y a veces humillante de griegos
mundanos y sabios en la Roma estadounidense, pero ante sus propios
ojos, al menos, eso todavía les permitía cenar en una mesa más distin-
guida que los otros europeos”. El autor estima que la tortuosa relación
de Gran Bretaña con Europa, “cuyo resultado al momento en que es-
cribo es una agria discusión sobre el Brexit”, es en parte el resultado de
66 Ian Buruma

la nostalgia de Inglaterra por la Relación Especial. El mismo Churchill


“habló en favor de una Europa unida en 1946, aunque fue vago en tor-
no a la participación inglesa, pero su espíritu ha hecho que para Gran
Bretaña sea más difícil considerarse a sí misma una nación europea a
la par que Alemania o Francia, y para encontrar su lugar adecuado en
las instituciones políticas y financieras de Europa”.

4. El esnob insoportable

Antes de la Segunda Guerra Mundial, no existía demasiada simpa-


tía entre ingleses y estadounidenses. “La anglofilia norteamericana era
real, por supuesto, pero, al igual que en Europa, consistía en una pose
mayoritariamente esnob, una suerte de imitación de los modales de la
clase alta”. Cuando en 1940 y 1941 los británicos, “desesperados por
contar con la ayuda de Estados Unidos en una guerra que amenazaba
con arrasarlos”, utilizaron su mejor retórica, el lenguaje compartido y
el amor en común por la libertad, los norteamericanos se negaron a
ser seducidos. “Muchos temían que serían burlados por la elocuencia
británica y que Inglaterra combatía de manera egoísta para preservar
su imperio, por el que pocos estadounidenses sentían afecto”.

A fines de 1941, el general George Marshall, jefe del Estado Mayor


estadounidense, todavía no estaba convencido de darles a los suplican-
tes lo que pedían, aunque al mismo tiempo reconocía que entre sus
colegas militares “siempre había gente muy bien dispuesta a desdeñar
a la pérfida Albión”. Por el lado opuesto, los grandes de Inglaterra
enviados a Estados Unidos tampoco reportaban opiniones favorables
de la ex colonia. Cuando lord Halifax fue nombrado embajador en
Washington en 1940, le escribió a un ex primer ministro de su país
que “nunca me han agradado los estadounidenses, salvo los raros. A
nivel de masas, siempre los he encontrado espantosos”. Años antes,
John Maynard Keynes había afirmado que “la única cosa simpática y
original en Estados Unidos son los negros, realmente encantadores”.

Churchill alardeaba de su amistad con Roosevelt, a quien consideraba


el pilar de la Relación Especial. “Pero con frecuencia criticaba a los
norteamericanos en conversaciones privadas. En 1928, en una comida
en su casa, sentenció que Estados Unidos era un país ‘arrogante, esen-
The Churchill Complex 67

cialmente hostil a nosotros y deseoso de dominar la política mundial’”.


Cuando Roosevelt conoció a Churchill, durante una cena llevada a
cabo en Londres en 1918, el norteamericano “lo ignoró por comple-
to”. Roosevelt, que a la fecha era subsecretario de Marina, mientras
Churchill se desempeñaba como ministro de Municiones, “pensó que
el inglés era un esnob insoportable”. Según sus palabras, Winston “ac-
tuó como un canalla, patroneándonos a todos”.

5. En bata por la Casa Blanca

Cuando los dos líderes volvieron a encontrarse a bordo del Augusta,


“Churchill había olvidado completamente ese primer encuentro, a di-
ferencia de Roosevelt”, quien, a pesar de sus aires casi aristocráticos,
nunca había sido anglófilo, sino que se sentía más orgulloso de sus an-
cestros holandeses: “Como la mayoría de los norteamericanos, él tenía
poca tolerancia hacia los imperios coloniales europeos. Las referencias
a las raíces anglosajonas y a los lazos de sangre compartidos fallaron en
conmover el corazón frío y calculador del presidente estadounidense”.

Los historiadores, acota Buruma, han señalado que Churchill inventó


la Relación Especial como una movida necesaria para ganar la guerra.
“Esto es cierto”, añade, “pero sólo hasta cierto punto. La alianza anglo-
estadounidense podría no haberse concretado si Francia no hubiese
sido ocupada en la primavera de 1940”. Sin embargo, Churchill hizo
célebre la expresión referida seis años más tarde, en Fulton, Missouri,
cuando urgió al pueblo norteamericano a permanecer firme ante la
amenaza comunista y a continuar con la “asociación fraternal de las
gentes angloparlantes”. Y aquí el autor se da tiempo para aclarar un
punto que le parece trascendente: “Para Churchill, la idea de las gentes
angloparlantes, de los parientes y amigos transatlánticos, era algo más
que una estrategia conveniente: lo definía como hombre. Su relación
con Estados Unidos era un giro personal sobre una noción romántica
que lo precedía por largo tiempo”.

El bombardeo de Pearl Harbor, ocurrido el 7 de diciembre de 1941, de-


sencadenó la entrada de Estados Unidos en la Segunda Guerra Mun-
dial. A fines de ese mismo año, Churchill visitó a Roosevelt en la Casa
Blanca y se mostró encantado. Según su doctor personal, lord Moran,
68 Ian Buruma

el primer ministro deambulaba día y noche por la mansión presiden-


cial, vistiendo una bata –o a veces algo menos– y entrando a la habi-
tación de Roosevelt cuando se le daba la gana. No obstante, durante
su estadía, el presidente lo conminó a que permitiera que los indios
se gobernaran por sí mismos, pues “veía las aspiraciones de Gandhi
y Nehru bajo la luz de la guerra de independencia estadounidense en
contra de la Corona británica”.

6. Victoriano eminente

Pocos meses más tarde, a principios de 1942, Roosevelt le escribió a


“Former Naval Person” –‘Ex Naval’, el apodo con que Churchill fir-
maba sus cartas al mandatario estadounidense, un guiño cómplice de-
bido a la pasión de ambos por el mar– que tal vez sería una buena idea
establecer un gobierno local provisional en la India. Después de todo,
señaló, ello concordaba con “los cambios en el mundo durante los úl-
timos cincuenta años y con los procesos democráticos de quienes com-
baten al nazismo”. Todo lo que Churchill expresó de la misiva en sus
memorias, apunta Buruma, fue que era de “alto interés”. Pero en reali-
dad estaba furioso: “No sólo le incordiaba que Roosevelt se entrometie-
ra en asuntos británicos, sino que también estaba muy al tanto de que
Gran Bretaña sólo podría llegar a ser un socio menor de Estados Uni-
dos. Para permanecer en igual pie como una gran potencia, una meta a
la que Churchill se aferraba con tenacidad romántica, Inglaterra debía
mantener su imperio (y, algunos años más tarde, sus propias bombas
nucleares)”.Y eso era precisamente lo que Roosevelt, la mayoría de sus
asesores militares y políticos y probablemente la generalidad del pue-
blo norteamericano querían evitar. “Ellos no creían que luchaban por
la preservación del Imperio británico. De hecho, todo lo contrario”.

Cuando los líderes aliados se reunieron en El Cairo y Teherán, en no-


viembre de 1943, y luego en Yalta, en febrero de 1945, “la grandeza
británica ya no era ni una sombra de lo que había sido, al menos a
ojos de los estadounidenses”. Churchill quiso reunirse en privado con
Roosevelt antes de que ambos vieran a Stalin en Teherán, pero el es-
tadounidense lo rechazó. “No deseaba que los rusos desconfiaran aun
más de lo que ya lo hacían. Churchill también fue forzado a ser amable
con los chinos, a quienes Roosevelt tomaba muy en serio”. Fue lord
The Churchill Complex 69

Moran, nuevamente, quien dejó para la posteridad las reacciones de


su paciente luego de que este ofreciera a regañadientes una comida
en honor de Chiang Kai-shek en El Cairo: Churchill se negaba a con-
siderar a China como una potencia. Y se mostraba enrabiado “por el
tiempo que el presidente les ha otorgado a los asuntos chinos. Para el
presidente, China significa cuatrocientos millones de personas que van
a contar en el mundo del mañana, pero Winston sólo piensa en el color
de su piel. Es cuando habla de la India y de China que uno recuerda
que él es un victoriano”.

7. Último encuentro

La última vez que Churchill y Roosevelt se vieron fue el 14 de febrero


de 1945 a bordo de otro crucero de la Armada estadounidense, an-
clado frente a las costas de Egipto. El encuentro duró menos de dos
horas y Roosevelt lucía frágil. Buruma informa que, aun así, “tuvieron
tiempo para discutir la participación británica en el programa de armas
atómicas que iba a tener como resultado las bombas que destruyeron
Hiroshima y Nagasaki”. Gran Bretaña, añade, ya había iniciado sus in-
vestigaciones en esta área en 1940 y compartía información con Estados
Unidos. “Y en 1943 ambos mandatarios acordaron unir sus programas
de indagaciones, aunque Estados Unidos estaba bastante más avanzado
que Inglaterra y tendía cada vez más hacia el secretismo”. Churchill se
mostraba ansioso por continuar la cooperación después de la guerra,
“momento en que estaba absolutamente convencido de que el Imperio
británico ayudaría a Estados Unidos a patrullar el mundo. El presiden-
te no tuvo objeciones. Dos meses más tarde, Roosevelt yacía muerto”.
Según el historiador inglés David Reynolds, la máxima eminencia en el
tema, la Relación Especial nunca se recuperó tras ese golpe.

Comenzó así una era de prejuicios mutuos que quedan perfectamente


definidos en las palabras que un futuro primer ministro de Inglaterra,
Harold Macmillan, expresó por carta en 1943, casi quince años antes
de ejercer tal cargo: “Nosotros, mi querido amigo, somos griegos en este
imperio norteamericano. Encontrarás que los estadounidenses son muy
parecidos a como los griegos percibían a los romanos: tipos grandiosos,
grandes, vulgares y bulliciosos, más vigorosos de lo que somos y tam-
bién más holgazanes, con virtudes menos arruinadas, aunque a la vez
70 Ian Buruma

más corruptos”. Enviado a Washington en 1944 a asegurar un cuantioso


empréstito para su gobierno, el economista John Maynard Keynes pen-
saba algo similar: el desarraigo y la falta de sentido histórico hacían que
Estados Unidos fuese un país inadecuado para liderar el mundo. “Gran
Bretaña y su imperio estaban muchísimo mejor preparados para hacerse
cargo de tamaña empresa”, agrega Buruma, “claro que con la ayuda de
los estadounidenses”. Al otro lado del Atlántico también existían rece-
los: “Los norteamericanos se preocupaban constantemente de no ser
timados o juzgados de imbéciles por los pérfidos ingleses”, asegura el
autor, mientras que Dean Acheson, “el cortés secretario de Estado del
presidente Truman”, expresó en cierta ocasión que, aunque los france-
ses le creaban tantos más problemas a su país, “se sospechaba que los
británicos, siendo más directos, nos dominaban”.

8. Poder imperial sin imperio

Como fuese, el Reino Unido aún mantenía una enorme influencia en


la esfera de la geopolítica mundial, con el apoyo de una enorme fuer-
za naval y vastos contingentes de soldados apostados a lo largo y an-
cho del globo. Buruma estima que el sucesor del conservador Winston
Churchill, el laborista Clement Attlee (primer ministro entre 1945 y
1951), “manifestó el propósito honorable de transformar el imperio
en una Mancomunidad de Naciones [llamada hasta hace poco British
Commonwealth], pero no con el propósito de disminuir la estatura o
el ascendiente internacional de su patria: lo que realmente él parecía
querer era poder y prestigio imperiales sin un imperio real. Su anhelo
de que el Reino Unido contase con su propia bomba atómica era, en
parte, para proteger a Occidente de una agresión soviética, pero tam-
bién para mantenerse a la altura de Estados Unidos, no tal vez como
un par, aunque sí como un socio de respeto”.

El autor afirma que uno de los clichés más comunes de fines de los años
cuarenta, que fue cuando comenzó la Guerra Fría, “es que el bastón
de mando fue transferido desde un Imperio británico a otro estadouni-
dense de corte informal”. A Buruma tal noción le resulta “una grosera
simplificación”. Muchos norteamericanos, aclara, se mostraban asus-
tados con los enredos internacionales, y Estados Unidos todavía era un
actor tímido en el concierto global. “En África, en Medio Oriente, en el
The Churchill Complex 71

sudeste asiático e incluso en Europa, los estadounidenses se mostraban


felices en dejar que Gran Bretaña hiciera las labores policiales. A veces
eran los ingleses quienes deseaban que los norteamericanos acarrearan
una mayor carga y a veces era al revés. Pero nunca fue una cuestión
evidente que Estados Unidos se hiciera cargo de la situación de un día
para otro. Más que nada, los estadounidenses despreciaban a menudo
las dificultades económicas del Reino Unido y sobrevaloraban su capa-
cidad de imponer su peso alrededor del mundo”.

9. Invocaciones a Múnich y Dunkerque

Cuando el gobierno soviético sitió Berlín en 1948 con la inten-


ción de expulsar al resto de fuerzas aliadas de la ciudad, prosigue
Buruma, “fueron los ingleses, y no los norteamericanos, quienes ini-
ciaron el famoso puente aéreo, lanzando toneladas de comida y com-
bustible para aliviar a la población hambrienta. A lo largo de un año,
un flujo continuo de aviones militares descendió en picada sobre los
techos de Berlín para dejar caer su carga sobre las cabezas de los en-
tusiasmados habitantes”. Fue una de las últimas operaciones, añade,
dirigidas casi completamente por fuerzas inglesas, estadounidenses y
de la Commonwealth, “pero a Ernest Bevin [el entonces ministro de
Trabajo y Servicio Nacional del Reino Unido] le tomó un gran trabajo
involucrar a los norteamericanos en este esfuerzo concertado de las
gentes angloparlantes. Esto se logró, tal como ocurriría en tantas oca-
siones posteriores, conjurando el espectro de Múnich. Bevin no iba a
ser un reconciliador. Churchill también recordó públicamente lo que
había ocurrido cuando Chamberlain permitió que el ejército de Hitler
marchase hacia Checoslovaquia”.

A lo largo de The Churchill Complex, Buruma establece con insistencia


que hay dos conceptos que plagaron los discursos de los sucesivos man-
datarios de Estados Unidos y Gran Bretaña durante las siete décadas
de posguerra. El primero de ellos es “Múnich”, en alusión a la ciudad
donde el primer ministro Neville Chamberlain firmó, en septiembre
de 1938, un acuerdo con Hitler que le permitió a Alemania obtener
una parte del territorio de Checoslovaquia con completa impunidad.
“Chamberlain pensó que había traído ‘paz para nuestra época’, mientras
que Churchill, expresándose ante el Parlamento, definió el hecho como
72 Ian Buruma

‘una derrota total y absoluta’”. Desde entonces, observa el autor, “cada


vez que ha surgido una crisis, desde el Canal de Suez hasta la península
de Corea, desde Vietnam hasta las Islas Malvinas, y desde Bosnia hasta
Irak, el espectro de Múnich ha sido invocado por los líderes angloesta-
dounidenses que quieren pasar a la historia como Churchill, no como
Chamberlain”. El segundo concepto es “Dunkerque”, en referencia al
choque militar entre franceses, ingleses y nazis, operación que, a fin de
cuentas, permitió la evacuación de las acosadas fuerzas británicas desde
la costa gala. Buruma concluye que “Múnich” y “Dunkerque” serían
utilizados hasta el hartazgo, “muchas veces de manera bastante errónea,
para justificar políticas que a menudo eran bastante injustificables”.

10. El libertino y el cornudo

Al igual que Churchill, a quien admiraba enormemente, hubo otro


primer ministro orgulloso de ser hijo de madre estadounidense, Harold
Macmillan, quien ejerció el cargo entre 1957 y 1963 y lidió con dos
presidentes de Estados Unidos, Dwight Eisenhower y John F. Kennedy
(JFK), un par de opuestos absolutos. Y aun cuando se entendió de
buena forma con ambos, fue con el segundo con quien manifestó más
rasgos en común: pese a que detestaba a Joseph Kennedy, el padre de
JFK, por ser un anglófobo apaciguador de los nazis, compartía con
el joven mandatario –JFK fue el primer presidente de Estados Uni-
dos nacido en el siglo XX– un humor sarcástico y cierta visión afín
de mundo. Confidencia Buruma: “Si bien el comentario de Kennedy
referido a que pasar más de tres días sin sexo le producía dolores de
cabeza puede haberle parecido un poco presuntuoso a un viejo eduar-
diano cornudo que probablemente no había tenido sexo por años, a
Macmillan le agradaba bastante la compañía de personajes libertinos.
Tanto Kennedy como él sustentaban la idea patricia de una economía
que persiguiese distribuir la riqueza de manera más equitativa. Más
tarde, Margaret Thatcher caracterizaría esta noción como ‘tibia’. Bill
Clinton y Tony Blair la llamarían la Tercera Vía”.

Durante la crisis de los misiles nucleares rusos en Cuba, Kennedy lanzó


la fallida invasión de Bahía de Cochinos en 1961, claro que sin con-
sultar con Macmillan. “Por supuesto que no había razón alguna para
hacerlo”, tercia Buruma. Por su parte, el primer ministro, según era su
The Churchill Complex 73

costumbre, aconsejó cautela y favoreció el diálogo con los rusos, mien-


tras que “los asesores militares de Kennedy lo urgieron para que ata-
case de inmediato las bases soviéticas apostadas en la isla caribeña. El
siniestro jefe de la Fuerza Aérea, Curtis Le May, arrasador de casi todas
las ciudades japonesas durante la Segunda Guerra Mundial, argumentó
que cualquier otro curso de acción sería ‘casi tan nocivo como la con-
cesión de Múnich’”. Macmillan estaba profundamente comprometido
en evitar una catástrofe atómica, y en 1963 consiguió llevar a cabo una
cumbre en Moscú que zanjara el tema: el tratado resultante prohibía las
pruebas nucleares en la atmósfera, en el espacio, en las aguas territoria-
les y en alta mar. “El premier soviético, Nikita Kruschov, alarmado por
la crisis cubana, deseaba esto desde el primer momento, al igual que
Kennedy, pero el Congreso estadounidense requirió de mucha persua-
sión”. El acuerdo lo suscribieron Estados Unidos, Gran Bretaña y la
Unión Soviética. El representante del Reino Unido ante la instancia,
lord Hailsham, describió el suceso como “la última vez que Inglaterra fi-
guró en las negociaciones internacionales como una gran potencia”. En
opinión de Buruma, “pese a sus indudables defectos, es difícil no sentir
un destello de nostalgia por el dúo Kennedy-Macmillan, que le otorgó a
la Relación Especial un sentido de estilo que nunca recobraría”.

11. Un vínculo extenso

Tal vez debido a que ni Ronald Reagan ni Margaret Thatcher expe-


rimentaron en carne propia la acción bélica, especula Buruma, “la
guerra se alzaba como grandiosa en sus imaginaciones”. Thatcher,
continúa enseguida, fue “la más concienzudamente churchiliana entre
los primeros ministros británicos de posguerra y no se intimidaba al
momento de recordarles a sus pares europeos que ‘nosotros salvamos
sus pellejos’ o que ‘nosotros ganamos la Segunda Guerra Mundial’”.
Reagan, por su parte, “era conocido por a veces confundir las expe-
riencias reales con la guerra. Al premier israelí Yitzhak Shamir le dijo
en cierta ocasión que había atestiguado los horrores de los campos de
concentración nazis en 1945, cuando de hecho sólo había visto trozos
de documentales de los campos en un estudio de Burbank, California”.

Como fuese, el tono que definiría los años de Reagan y Thatcher –él go-
bernó entre 1981 y 1989, ella entre 1979 y 1990– iba a girar en torno
74 Ian Buruma

al espectro inmarcesible de Churchill, la consanguinidad entre ambas


naciones y la libertad. Reagan visitó Londres en 1975 en calidad de ex
gobernador de California con ideas conservadoras radicales y ambiciones
presidenciales. Y a partir de entonces, pese a que muchos de los colegas
de Thatcher lo consideraron un simplón, la futura primera ministra (a la
fecha, líder de la oposición) quedó impresionada con Reagan. Los buenos
años estaban por venir, aunque el ex actor de cine, si de citar a Churchill
se trataba, casi siempre lo hacía cometiendo sonoras distorsiones.

En 1993, Thatcher concurrió a California para celebrar el cumpleaños


número 82 de Reagan en la recientemente abierta biblioteca del ex
presidente. Celebridades y magnates, como Rupert Murdoch, “paga-
ron una buena suma de dinero para rendir el debido homenaje. Reagan
era el único al que habían acudido a elogiar, pero, según reportó Los
Angeles Times, Thatcher ‘fue claramente la invitada más honrada de la
noche’”. Ella rindió tributo al ex mandatario por vencer al “Imperio del
Mal” y por liberar a la mitad de Europa, las alusiones clásicas a la caída
del comunismo. Luego Reagan se irguió para ensalzar el rol heroico de
Thatcher, ocasión que dio pie a un momento incómodo: ya afectado
por la demencia, el otrora actor repitió su encomio utilizando exacta-
mente las mismas palabras. “Pero el aplauso”, concluye Buruma, “no
fue menos efusivo. ‘Una vez más, Estados Unidos y Gran Bretaña han
ganado una guerra por la libertad’, dijo él”. Para conmemorar la oca-
sión de una manera histórica adecuada, se había montado una exposi-
ción especial en la biblioteca presidencial: The Art and Treasures of Sir
Winston Churchill (‘El arte y los tesoros de sir Winston Churchill).

12. Roles intercambiados

Las relaciones entre la primera ministra y Reagan no siempre fueron tan


cordiales. Y una de las discrepancias guardaba relación con el uso de la
fuerza atómica, pues los británicos no contarían con la última palabra
cuando los estadounidenses decidieran utilizar las armas nucleares que
tenían emplazadas sobre territorio inglés. “Lo que más le preocupaba a
Thatcher, sin embargo, era el sueño de Reagan de deshacerse completa-
mente de tal clase de armamento”. Buruma indica que, comenzando por
Churchill, el rol usual de los primeros ministros de Inglaterra desde la
Segunda Guerra Mundial “fue actuar como el abogado de la cautela, el
The Churchill Complex 75

veterano astuto en la corte de los impetuosos advenedizos”. Cada vez que


los líderes ingleses pispaban el olorcillo de que podía desatarse el acto de
apretar el botón, se dirigían rápidamente hacia Washington. “Estos roles, en
la era Reagan-Thatcher, se revirtieron. Reagan sentía un aborrecimiento
moral contra las armas nucleares. La razón por la que estaba tan enamo-
rado de las posibilidades de Star Wars o de la Strategic Defense Initia-
tive, era que creía que estos proyectos podían dejar obsoletas a las armas
nucleares [los programas recién mencionados, la Guerra de las Galaxias
y la Iniciativa de Defensa Estratégica, fueron lanzados, respectivamente,
en 1983 y 1984, y, en resumidas cuentas, les reportaron el triunfo en la
Guerra Fría a los norteamericanos]”. Reagan incluso prometió compar-
tir los resultados de las investigaciones con los soviéticos: “Si ambas na-
ciones contaban los medios para derribar misiles en el espacio, ninguna
tendría incentivo alguno para utilizar una bomba nuclear”.

No obstante, Margaret Thatcher no estaba de acuerdo con tal postu-


lado. En 1984, hallándose en Washington, repitió ante el Congreso la
misma advertencia que Winston Churchill les había expresado déca-
das antes a los estadounidenses acerca de ser “cautelosos, por sobre
todas las cosas, en no soltar el arma atómica”. Buruma especula que,
quizás debido a la mención a Churchill, o a la pasión de la oratoria
de la primera ministra, los parlamentarios estallaron en “aclamacio-
nes salvajes” dirigidas a “¡Maggie!, ¡Maggie!”. Al equipo de Reagan,
continúa, se le vio visiblemente molesto, pero ella no iba a apaciguarse
con el correr del tiempo: “La sola idea de que Estados Unidos pudiese
malbaratar la bomba británica por medio de un acuerdo inepto e inge-
nuo con los soviéticos le parecía repugnante. Y eso fue precisamente lo
que pensó que Reagan estuvo a punto de hacer en 1985 durante una
cumbre en Reikiavik con Mijaíl Gorbachov”.

13. Ojos de Calígula, labios de Marilyn

“Fue una mujer valiente”. “Pese a su modo de hablar afectado, inventado


en Oxford y pulido a través de lecciones de locución, nunca fue una es-
nob social”. “Se sentía cómoda con su electorado de comerciantes judíos
del norte de Londres, quienes, al igual que ella, habían surgido a partir
de cero”. “Thatcher reconoció en Gorbachov a un hombre con el que
‘se puede negociar’ antes que los estadounidenses lo hicieran. De hecho,
76 Ian Buruma

ella parece haber disfrutado sus debates con el líder ruso incluso más que
sus encuentros con el encantador pero limitado Reagan”. “Existió una
fascinación mutua entre Thatcher y Miterrand, es cierto. Él admiraba a
la dominatriz en ella: ‘Los ojos de Calígula y los labios de Marilyn Mon-
roe’”. “No podía soportar al canciller alemán Helmut Kohl, a quien con-
sideraba un ampuloso y obeso teutón con una desafortunada debilidad
por las salchichas fabricadas con estómago de cerda, una especialidad de
su Renania nativa. Thatcher lo llama ‘la bolsa de gases’”.

Todas esas descripciones evidencian la admiración que Buruma siente


por Thatcher. No obstante, el autor critica “una peculiar paradoja que
se asentó en el proyecto Reagan-Thatcher por restaurar la grandeza de
ambas naciones: el celo que pusieron en imponer una forma radical
de liberalismo económico que implicaba un quiebre profundo con el
orden de posguerra que emergió tras la victoria aliada contra Hitler y
el fascismo”. El propósito, tanto en Inglaterra como en Estados Uni-
dos, prosigue, era asegurar una mayor igualdad social y económica, un
curso que ya estaba marcado por el New Deal de Roosevelt. “E incluso
Churchill, a pesar de su comparación histérica entre las reformas de
Attlee y el trabajo de la Gestapo, abogaba por una versión relativamen-
te moderada del capitalismo, versión que Thatcher habría descartado
como irremediablemente ‘tibia’”.

14. Euroescepticismo letal

Otro punto en el que el autor discrepa de Thatcher es que permitió


que cuajara “una forma tóxica de euroescepticismo” al interior del
Partido Conservador. “El temor y el desprecio a Alemania se mez-
claron con una creciente nostalgia por la mítica pureza de los años
cuarenta, cuando Gran Bretaña enfrentaba sola a sus enemigos”. Ta-
les emociones, no compartidas por la totalidad del gabinete de la pri-
mera ministra, pero atizadas por la prensa sensacionalista de derecha,
comenzaron a influir más y más en la visión que se formó Thatcher de
Europa. “Ella sospechaba que los alemanes, ayudados por los resba-
losos franceses, avanzaban hacia una suerte de Europa iliberal y anti-
democrática, que primero Napoleón y luego Hitler habían intentado
establecer, claro que sin conseguirlo”. En sus memorias, Thatcher es-
cribió que estaba muy bien que países como Italia o Bélgica siguieran
The Churchill Complex 77

órdenes de Bruselas. Aunque, según recordó, “el ánimo en Inglaterra


era diferente. Así lo presentí”.

En 1988, Thatcher desplegó su propia visión de Europa a través de un


famoso discurso, “expresado con gran vehemencia en el Colegio de
Europa ubicado en Brujas”. El primer bosquejo del texto, condimenta
Buruma, “horrorizó hasta sus propios diplomáticos y funcionarios del
Ministerio de Relaciones Exteriores. Aun así, incluso la versión miti-
gada constituyó una agresión no muy sutil a la Comunidad Europea”.

Buruma estima que, en parte, Thatcher cayó “porque estaba atrapa-


da en las garras de un mito nacional que nubló su juicio”. Margaret
Thatcher, insiste, “fue una mujer corajuda. Y el pasado que invocaba
–Dunkerque, Churchill, combatir en las playas [alusión a la Guerra
de las Malvinas], y así sucesivamente– era indisputablemente heroi-
co”, pero esto no era una base política adecuada para un mundo que
había cambiado tanto desde 1941. El 1 de noviembre de 1990, el leal
canciller de Thatcher, Geoffrey Howe, finalmente habló en contra de
“los dañinos prejuicios” de la primera ministra, los cuales, en su opi-
nión, socavaban la posición de Inglaterra en Europa, “un continente,
en palabras de él, que ella parecía ver como un lugar ‘verdaderamente
plagado de gente malintencionada’, que conspiraba, en palabras de
ella, para ‘extinguir la democracia’”. Howe renunció. Y pocas semanas
después lo hizo Thatcher, “lacrimosa, resentida y rindiéndole culto al
engreimiento churchiliano hasta el fin”.

15. Pecadillos de la Tercera Vía

Nacido en 1946, Bill Clinton fue el primer presidente de Estados Uni-


dos sin recuerdos personales de la Segunda Guerra Mundial. También
fue el primero en estudiar en Inglaterra, en la Universidad de Oxford.
Sin embargo, jamás sintió filiaciones sentimentales por el Reino Uni-
do, aunque desarrolló, a partir de 1997, junto al primer ministro bri-
tánico Tony Blair, la Tercera Vía en su versión angloestadounidense
(Clinton gobernó entre 1993 y 2001, Blair entre 1997 y 2007). Para
Ian Buruma, la Tercera Vía no sólo fue un fiasco, sino que además
permitió excesos lamentables: “Durante los últimos días de su presi-
dencia, Clinton decidió perdonar a un grupo claramente dudoso de ri-
78 Ian Buruma

cos estafadores internacionales que le habían hecho favores políticos”.


Esto, continúa, fue un asunto de codicia, pero también de estrategia:
atrás quedaban los días en que la izquierda era asociada “con la auste-
ridad digna, con las barbas, con las sandalias y con la hostilidad hacia
los ricos. El hecho de que la gente de izquierda pudiese ganar tonela-
das de dinero era un signo de que la Tercera Vía funcionaba”.

En su momento, Clinton sostuvo que la Tercera Vía consistía en “ponerle


un rostro humano a la economía global”. La afirmación es demasiado mo-
desta, tercia Buruma, pues su consejero e incansable defensor, el escritor
Sidney Blumenthal, definió el tono del vertiginoso vínculo entre ambos
mandatarios de manera más precisa: “La relación especial angloestadou-
nidense nunca antes había corrido sobre un carril tan políticamente para-
lelo. Esta similitud le otorgó al mandato de Clinton un nuevo sentido de
coherencia y profundidad, y ratificó su curso. [...] El primer ministro era un
aliado como ningún otro. [...] Cuando Blair fue electo, Clinton sintió que
él mismo estaba liderando un movimiento internacional”. No obstante,
Buruma observa un legado perturbador de la Tercera Vía: los líderes
de esta se desentendieron bastante de ciertas personas que se estaban
haciendo “asquerosamente ricas”, según dice una expresión común del
habla anglosajona. “Y dentro de estos individuos se incluían, en gran
medida, estos mismos líderes”. Aun así, la herencia más importante de
la Tercera Vía no provendría de la codicia, “sino de sentimientos más
nobles. Especialmente Blair, por sobre Clinton, se fue convenciendo de
que Occidente, y en particular la alianza anglo-estadounidense, debía
involucrarse en una misión por civilizar el mundo, con el uso de fuerzas
armadas si fuese necesario”.

16. Ex alcohólicos y religiosos

A pesar de sus “apasionados” sentimientos por Europa, la visión de Blair


acerca de que el Reino Unido fungía como puente entre el Viejo Con-
tinente y Estados Unidos era absolutamente tradicional. Durante un
discurso ante un grupo de empresarios en Nueva York, el líder laborista
recalcó que sería “absurdo imaginar que, para Gran Bretaña, existe la
opción entre una relación con Europa y otra con Estados Unidos”. Buru-
ma, en tanto, se muestra escéptico ante estas palabras, ya que, “si había
que tomar una opción, Blair, como casi todos sus antecesores, se volcaría
The Churchill Complex 79

hacia los estadounidenses”. No en vano, Tony Blair es hasta hoy consi-


derado el más norteamericano de todos los primeros ministros británi-
cos. Incluso no faltó el yanqui entusiasta que lo comparó con Abraham
Lincoln, pero, según concluye Buruma, la influencia inglesa sobre los
líderes al otro extremo del Atlántico nunca fue tan contundente como se
esperaba en Londres: “Blair también estaba condenado a la decepción”.

Como la mayoría de los presidentes de su país, George W. Bush, quien


gobernó entre 2001 y 2009, era un gran admirador de Churchill. Fue
por ello que, para congraciarse con el nuevo presidente, cuyas políti-
cas no eran precisamente afines con la Tercera Vía de Blair, ni mucho
menos con las posiciones tanto más izquierdistas de algunos miembros
de su gabinete, los ingleses le prestaron el busto de Churchill men-
cionado al principio de este artículo. Pese a sus diferencias políticas,
Bush y Blair compartían rasgos personales: el celo religioso y un pasa-
do marcado en cierta medida por problemas con el alcohol. Bush era
un evangélico nacido de nuevo y Blair era un hombre profundamente
cristiano: “Siendo estudiante en Oxford, se interesó más en la teología
que en la política. Pero su anglicanismo apuntaba hacia lo mesiánico y
luego se convirtió al catolicismo romano de su mujer”. Ambos, zanja
Buruma, se referían con frecuencia al “mal” y, a fin de cuentas, lanza-
ron juntos la resistida e injustificada guerra de Irak.

En cuanto a las relaciones intercontinentales, la visión común de los


republicanos de Bush “era que ‘los europeos’ constituían un grupo de
mimados y desconfiables ‘socialistas’ que timaban a Estados Unidos”.
Y en Londres, entretanto, sobraban los individuos que veían a Bush
como un grosero texano ignorante, cuya primera medida en calidad
de mandatario fue demostrar su desprecio por los esfuerzos interna-
cionales para lidiar con el cambio climático al retirarse del Acuerdo de
Kyoto. “Esto es lo que dejó en claro la gente de Bush desde el comien-
zo: los intereses estadounidenses estaban primero”.

17. El altar de la riqueza y la codicia

Gordon Brown, quien gobernó Gran Bretaña entre 2007 y 2010, “de-
seaba evitar ser caricaturizado como el caniche de los norteamerica-
nos, una imagen que a menudo se le aplicó a Tony Blair”. Aun así,
80 Ian Buruma

debió enfrentar peores escarnios, como la más dura debacle económica


del siglo, la gran recesión de 2008. Buruma explica que “la ideología
‘neoliberal’ promovida durante los años de Thatcher y Reagan como
un ejemplo excelso de la pasión anglosajona por la libertad había ter-
minado causando estragos al permitir que las instituciones financieras
poco reguladas de la City de Londres y de Wall Street se comportaran
de manera imprudente, y a menudo de modo poco ético, con la inten-
ción de obtener más y más ganancias”.

Brown, que reflexionó con suma amargura sobre el fenómeno en sus


memorias, era hijo de un ministro de la Iglesia de Escocia, “pero ca-
recía del fervor mesiánico de Blair y de las devociones propias de un
nacido de nuevo de Bush”. No obstante, apuntó que, “puesto en len-
guaje bíblico, el mundo había venerado el altar de la riqueza y la codi-
cia”. Como fuese, Buruma advierte que no toda la culpa de la crisis ha
de enrostrárseles a Thatcher y Reagan, “puesto que fue el presidente
Clinton, campeón de la Tercera Vía, quien derogó la Ley Glass-
Steagall de 1933, la cual prohibía a las instituciones financieras com-
binar la banca comercial con la de inversión”. Al prescindir de tales re-
gulaciones, sostiene el autor, se permitieron precisamente las clases de
comportamientos temerarios que tanto Gordon Brown como Barack
Obama fustigaron tras del crash financiero.

18. Ni anglófilo ni anglófobo

Barack Obama marcó una clara diferencia con sus predecesores. Así
lo comprobó Buruma al estudiar en detalle su “meditabundo” libro de
campaña, La audacia de la esperanza (2006), obra que no tiene ni una
sola mención a Inglaterra en el índice onomástico (Galesburg, en Illinois,
amerita seis referencias). “Hay muchas páginas dedicadas a Indonesia,
donde Obama creció; hay comentarios sobre la Primera Guerra Mun-
dial, sobre el aislacionismo de Estados Unidos en los años treinta y sobre
Franklin Delano Roosevelt. Obama además discute acerca de la OTAN,
China, Medio Oriente y la Guerra de Vietnam. Pero el rol de Gran Bre-
taña apenas se considera. Y lo más extraño de todo es que el nombre de
Winston Churchill brilla por su ausencia”. En cuanto a la Relación Especial,
Obama, cuyo período en la Casa Blanca se extendió entre 2009 y 2017, se
mostraba en la obra un decidido partidario del multilateralismo.
The Churchill Complex 81

El sentimiento real, agrega Buruma, saltaba a la vista: “No por nada


Obama, en calidad de candidato presidencial el año 2008, dio su pri-
mer discurso europeo en torno a la libertad, la democracia y la posi-
ción de Estados Unidos en el mundo en la ciudad de Berlín. Londres
ya no era el primer puerto de recalada”. Esto no significa, prosigue,
que él mantuviese prejuicios “ancestrales” contra el Imperio británico,
según lo sugirió Boris Johnson. “A Obama simplemente no le importa-
ba lo suficiente el Reino Unido como para ser un anglófilo o un angló-
fobo. Él era un patriota estadounidense moderno. El anglosajonismo,
Milton, Churchill, la Carta del Atlántico, el Día D, los sastres ingleses
y los clubes de caballeros significaban poco o nada para él”.

19. Al final de la fila

Durante su mandato, Obama estimó que los países europeos occiden-


tales venían engatusando a Estados Unidos por demasiado tiempo.
“Y en una ocasión le advirtió a David Cameron que, si Gran Bretaña
no gastaba al menos el 2 por ciento de su producto interno bruto en
defensa, la Relación Especial se acababa. Con demasiada frecuencia,
pensaba, los europeos se habían visto felices de mejorar el mundo de-
rramando sangre norteamericana”. Ambos mandatarios no se habían
llevado bien: antes de visitar Europa por última vez en calidad de pre-
sidente, Obama declaró que se reuniría con la canciller Angela Merkel,
“quien, probablemente, ha sido mi socia internacional más cercana
durante estos últimos ocho años”. En opinión de Buruma, la declara-
ción incluía cierto desaire a Cameron, que ejerció como primer minis-
tro entre 2010 y 2016.

David Cameron pujó por mantener a Gran Bretaña dentro de la Unión


Europea, algo en lo que “sinceramente creía, pero, como la mayoría
de los políticos ingleses, jamás construyó un relato positivo para sus-
tentar allí la membresía de su país”. Todo lo que pudo hacer, continúa
el autor, fue advertir a los votantes ingleses sobre las consecuencias
negativas de romper con Europa: daños a la City de Londres, a las
exportaciones británicas, al estatus inglés en el mundo, etcétera. “E
incluso le pidió a Obama que visitara Inglaterra y lo ayudara en su
causa. A pesar de sus diferencias pasadas, Obama cumplió”: escribió
un artículo en The Daily Telegraph, un periódico a favor del Brexit, de-
82 Ian Buruma

jando en claro que Estados Unidos no negociaría con inmediatez un


tratado comercial con Inglaterra tras el Brexit. Por el contrario, agregó,
Gran Bretaña quedaría “al final de la fila”, utilizando una frase que le
habían sugerido los operadores de Downing Street. Y en una posterior
conferencia de prensa que dio junto a Cameron, Obama incluso se
refirió a su amor por Winston Churchill, “un sentimiento que nunca
había expresado antes ni volvería a expresar después”.

20. La política del resentimiento

Ian Buruma no sólo se enfoca en las relaciones bilaterales que le dan


sabor, volumen, intensidad y trascendencia a The Churchill Complex,
sino que a la vez reflexiona sobre fenómenos paralelos que agitan el
mundo de hoy. Uno de ellos es el populismo europeo y estadouniden-
se. “Detrás de la mayoría de las variedades de los populismos moder-
nos”, sostiene, “figura el resquemor por ser superado, desestimado,
ignorado, dejado atrás, es decir, la sensación de que el poder y el privi-
legio se te escaparon de las manos”. Los estadounidenses piensan que
su poder ha disminuido. Las guerras en Medio Oriente, “que parecen
no tener fin y, por cierto, ninguna victoria a la vista, contribuyeron a
este sentimiento”. El aislacionismo de Trump, que sí tiene precedentes
en la historia norteamericana, es un giro que se aleja de modo delibe-
rado de un mundo exterior que, supuestamente, está empecinado en
engañar a su pueblo.

“Pero esta no es la única razón de la amargura de Trump”, afirma


el autor. “Las políticas del resentimiento en Estados Unidos van más
allá de un nacionalismo herido”. La rabia popular en esa nación, ar-
gumenta, a menudo tiene un sesgo racial, la impresión de cierta gente
blanca de que sus privilegios étnicos se han ido deteriorando desde
que Lyndon Johnson firmó aquellas leyes que en los años sesenta les
otorgaron derechos civiles a todos los estadounidenses. “Esto explica
la indignación en algunos círculos, que no siempre son rurales, sino
también altamente educados, en contra del presidente Obama: él no
sólo estaba mejor educado que la mayoría de la gente, en las mejores
universidades, sino que era también en parte africano. Un presidente
negro altamente educado provocó las ansiedades sociales y raciales que
ayudaron a impulsar a Donald Trump hasta el poder”.
The Churchill Complex 83

21. Ideales traicionados

Buruma nos recuerda que el primer político extranjero que se re-


unió con Donald Trump luego de su victoria electoral fue Nigel
Farage, el líder del Partido de la Independencia del Reino Unido,
un furibundo promotor del Brexit y “un agitador que nunca había
obtenido un puesto público en su país”. En el verano de 2016, Fa-
rage “deleitó a los partidarios de Trump en Jackson, Mississippi,
cuando prometió que ‘la gente modesta’, ‘la gente común y decen-
te’, aplastaría a ‘la clase política’, al ‘establishment’, a ‘los expertos’,
a las élites del ‘corporativismo moderno global’ y, por supuesto, a
‘Washington’”. En opinión del autor, el actual primer ministro, Boris
Johnson, también es una suerte de caricatura creada por sí mismo, al igual
que Farage y Trump: “Aunque no nació en una familia de abolengos,
Johnson exageraba deliberadamente los modales de clase alta que
adquirió en Eton y Oxford: el acento arrastrado y tartamudeante, la
jocosidad autodespectiva que sólo puede provenir de una profunda
reserva de superioridad asumida, el cultivado amateurismo, la citas
en latín, la vestimenta desaliñada cuidadosamente estudiada”. A di-
ferencia de David Cameron, su contemporáneo en Eton y Oxford,
“quien sí provenía de una familia mucho más grandiosa, pero que
fingía una pose de persona común y corriente que no convencía a
nadie”, Johnson se dio cuenta de que restarle importancia a su edu-
cación de alcurnia sólo lo haría lucir sospechoso, por lo que decidió
seguir el juego. A fin de cuentas, su modelo, concluye Buruma, era
Winston Churchill, “cuyos rasgos parecía imitar hasta el punto de
adquirir la postura encorvada del anciano”.

El cierre de The Churchill Complex es melancólico y hasta cierto punto


dramático. “El mundo angloestadounidense que crecí admirando, tal
vez un poco ingenuamente, aunque no sin fundamentos en la ver-
dad histórica, ha sido severamente dañado”, se lamenta al autor. Los
ideales expresados por Roosevelt y Churchill en la Carta Atlántica,
y las instituciones que ambos crearon, representan algo muy noble
para este intelectual, “a pesar de las guerras insensatas y destructivas
que emprendieron sus sucesores, quienes se mostraron demasiado
ansiosos por ser vistos como los herederos de Churchill”. Buruma
estima que el orden internacional que surgió tras la Segunda Guerra
Mundial está llegando a su fin, y que las razones de por qué se com-
84 Ian Buruma

batió esa guerra están siendo rápidamente olvidadas. Y agrega: “A mí,


esto me produce tristeza. La libertad política y la apertura de Gran
Bretaña y Estados Unidos le dieron esperanza a mucha gente. Y el
hecho de que los ideales fuesen traicionados con frecuencia no es un
motivo válido para no celebrarlos”.
The Churchill Complex 85
Fallout
El encubrimiento
de Hiroshima y el
reportero que lo
reveló al mundo
Leslie Blume
Nota de la edición

Semanas atrás se cumplió el aniversario número 75 del lanzamiento


de las bombas atómicas sobre la ciudad de Hiroshima y el puerto de
Nagasaki, hechos que desencadenaron la rendición japonesa en la
Segunda Guerra Mundial. En un formidable libro recién publicado
en Estados Unidos, y que ya se cuenta entre los más vendidos y mejor
criticados durante el año 2020 en ese país, la periodista Leslie Blume
denuncia cómo el gobierno norteamericano de entonces acalló exi-
tosamente, por más de un año, la verdadera devastación que causó la
detonación sobre Hiroshima, al punto de que el general a cargo del
Proyecto Manhattan –el plan secreto destinado a desarrollar armas
nucleares– declaró muy suelto de cuerpo ante la prensa que los efectos
de la radiación constituían “una forma plácida de morir”. La obra de
Blume –Fallout. The Hiroshima Cover-up and the Reporter Who Revealed
It to the World (‘Lluvia radioactiva. El encubrimiento de Hiroshima y
el reportero que lo reveló al mundo’)– se centra en una impresionan-
te y sobrecogedora historia periodística, la del gran reportero John
Hersey y dos míticos editores de la revista New Yorker, Harold Ross
y William Shawn, quienes se empecinaron en indagar qué era lo que
realmente había ocurrido en Hiroshima cuando los otros medios de
comunicación ya habían sepultado la historia o, peor aun, operaban
simplemente como voceros de las versiones oficiales, rol que cumplió
en demasiadas ocasiones el diario New York Times. Según establece la
autora, “la mayor parte de la información disponible lidiaba con la
destrucción del paisaje y las edificaciones”, tendencia que ignoraba
escandalosamente el sufrimiento humano. Hersey estuvo catorce días
en terreno, eligió y entrevistó a los seis protagonistas de su relato, y, al
regresar a Estados Unidos, escribió una de las piezas de periodismo
más importantes del siglo. Gracias a ella, todo el planeta se enteró de
los horrores por los que pasaron las víctimas de la primera detona-
ción. El reportaje, titulado simplemente “Hiroshima”, fue publicado
muy pronto como libro y se convirtió en un clásico instantáneo: tra-
ducido a casi todos los idiomas imaginables, remeció las conciencias
de varias generaciones. Hersey dijo años más tarde que “lo que ha
mantenido al mundo a salvo de la bomba desde 1945 ha sido la me-
moria de lo que ocurrió en Hiroshima”, otorgándoles así el crédito de
su portentoso trabajo a quienes le dieron sus testimonios.
Fallout
The Hiroshima Cover-up and the
Reporter Who Revealed It to the World
Simon & Schuster | 2020 | 288 páginas

Leslie Blume es periodista y vive en Los Ángeles.


Sus trabajos han aparecido en numerosas
publicaciones, entre ellas Vanity Fair, The New York
Times, The Wall Street Journal, National Geographic,
The Paris Review, Slate y Los Angeles Review of
Books. Su libro anterior, Everybody Behaves Badly
(‘Todos se portan mal’), cuenta “la verdadera
historia” detrás de Fiesta, la famosa novela de
Ernest Hemingway; la obra de Blume –que se
convirtió en un bestseller– fue publicada en 2016
para conmemorar los noventa años de la primera
edición del relato del barbudo escritor.
Fallout 89

El periodista que estremeció


al mundo con los horrores
de Hiroshima

1. La nube impenetrable

El 29 de agosto de 1946 –más de un año después del lanzamiento de la


bomba atómica sobre Hiroshima–, la revista NewYorker hizo algo inédito:
dedicó su edición completa a un extenso reportaje escrito por el talentoso
periodista John Hersey, quien había viajado hasta la ciudad devastada y,
valiéndose del testimonio de seis supervivientes –llamados hibakusha en
japonés–, compuso una de las piezas más trascendentales en la historia
de la prensa. Según informa Lesley Blume, la autora de Fallout (‘Llu-
via radioactiva’), hasta entonces el gobierno estadounidense se las había
arreglado para encubrir el horror ocurrido en Hiroshima inmediatamen-
te después de la explosión y, tras ello, los crueles efectos de la radiación.
“Tanto los funcionarios gubernamentales de Washington como los ofi-
ciales a cargo de las fuerzas de ocupación en Japón suprimieron, retuvie-
ron y manipularon los reportes en terreno provenientes de Hiroshima y
Nagasaki”, puerto que recibió una bomba de plutonio tres días más tarde
que Hiroshima. La historia, denuncia Blume, “prontamente desapareció
por completo de los titulares y de la conciencia del público”.

La bomba que cayó sobre Hiroshima el 6 de agosto de 1945 a las 8:15


de la mañana llevaba como nombre de bautizo “Little Boy” (‘Niñito’),
estaba adornada con escritos insultantes en contra del emperador ja-
ponés y contenía alrededor de cuatro mil quinientos kilos de uranio. La
primera estimación, llevada a cabo semanas después de la hecatombe,
concluyó que más de cuarenta y dos mil civiles habían muerto de ma-
nera instantánea. Transcurrido un año, la cifra se elevó a cien mil. Hoy
por hoy, se calcula que doscientas ochenta mil personas pueden haber
muerto hacia fines de 1945 por los efectos de “Little Boy”, “aunque
el número exacto nunca se sabrá”. El actual gobernador de la prefec-
tura de Hiroshima, Hidehiko Yuzaki, le aseguró a Leslie Blume que
90 Leslie Blume

todavía es común desenterrar restos humanos: “Basta excavar medio


metro para encontrar osamentas. Vivimos sobre eso.Y no sólo cerca del
epicentro de la detonación, sino a lo largo de toda la ciudad”. El 7 de
agosto de 1945, el periódico New York Times escribió: “Lo que pasó en
Hiroshima aún se desconoce. Una nube impenetrable de polvo y humo
oculta la totalidad del área a los aviones de reconocimiento”. Para Blu-
me, “la nube impenetrable en realidad nunca se deshizo, hasta que
John Hersey arribó a Hiroshima en mayo de 1946 y, semanas después,
logró publicar una versión de sus hallazgos”.

2. Un tipo modesto

Hijo de misioneros, John Hersey nació en 1914 en China, país en el


que residió hasta los diez años de edad. Ya establecido en Estados Uni-
dos, Hersey desarrolló una destacada carrera como novelista y perio-
dista. A los treinta años obtuvo el Premio Pulitzer por Una campana
para Adano, novela ambientada en Sicilia, lugar desde donde cubrió
parte de la guerra. La obra contenía un retrato velado de George Pat-
ton, a través del cual el famoso general estadounidense que derrotó a
las fuerzas del Eje en el norte de África y Europa figuraba “como un
cruel, trastornado y destructivo megalómano”.

Durante la Segunda Guerra Mundial, Hersey se desempeñó como co-


rresponsal extranjero de la revista Time, “e incluso”, apunta Blume,
“fue un héroe de guerra”: mientras ejercía sus labores profesionales,
ayudó a evacuar a un grupo de marines heridos durante una batalla
entre aliados y japoneses en las Islas Salomón. El ministro de la Marina
estadounidense le envió personalmente una nota de elogio por su com-
portamiento, pero Hersey, un tipo a fin de cuentas modesto, nunca le
dio mayor importancia al reconocimiento: “Debí haberla enviado de
vuelta. Mi rapidez al así actuar era la única forma que tenía de salir lo
más pronto posible de aquel agujero infernal”.

Hersey abrió la oficina de Time en Moscú en 1944. En aquel entonces,


su relación con el mítico Henry Luce –el cofundador de Time Inc.,
magnate de la prensa y dueño de las influyentes revistas Time y Life–
era más que cordial. De hecho, confidencia Blume, Luce “había estado
por largo tiempo un tanto obsesionado de manera narcisista con Her-
Fallout 91

sey”, pues ambos compartían “un pasado asombrosamente parecido”:


Luce también nació en China, hijo de padres misioneros, y, al igual que
Hersey, se educó a través de becas en las mismas instituciones de élite:
el internado de Hotchkiss y la Universidad de Yale. “La única diferen-
cia nominal en sus currículos era que Luce había tomado cursos de
posgrado en la Universidad de Oxford, mientras que Hersey lo había
hecho en la de Cambridge”.

La relación con Luce, según la definió Hersey, era “casi paternal”. Sin
embargo, ya establecido en Moscú, el periodista no se sintió cómodo
con el trato que recibían sus escritos de parte del editor en jefe: Luce
era un furibundo anticomunista y rara vez publicaba algún texto de
Hersey, al punto de que en cierta ocasión el reportero encaró al man-
damás diciéndole lo siguiente: “Hay tanto reporteo veraz en Pravda
[el periódico oficial del Partido Comunista soviético] como en Time”.
Poco tiempo después, Hersey decidió renunciar a la publicación, ante
lo cual Luce “sintió pánico” y mostró sus cartas en un gesto desespe-
rado de última hora: su plan, le comunicó al ahora aparente delfín,
era entrenarlo para que fuese su sucesor, pero Hersey persistió en su
empeño y regresó a Nueva York en julio de 1945.

3. Pura propaganda

El día en que se lanzó la bomba atómica sobre Hiroshima, el presi-


dente norteamericano, Harry Truman, se dirigió por radio a sus com-
patriotas comunicando el hecho y profiriendo una advertencia a los
enemigos orientales: “Estados Unidos continuará lanzándolas, una
tras otra, hasta que Japón capitule”. Blume asevera que, en aquel en-
tonces, la gran mayoría del país y del resto del mundo no tenía noción
alguna de la empresa nuclear de dos mil millones de dólares montada
para crear estas armas absolutamente desconocidas, tanto así que sus
propios creadores ignoraban la potencia o los efectos colaterales de
ellas. “Decenas de miles de personas habían trabajado en el Proyec-
to Manhattan en lugares secretos de Estados Unidos, pero no sabían
exactamente qué estaban construyendo”.

Por su parte, Hersey pensaba que los ataques incendiarios aliados que
hacia el fin de la guerra habían sufrido ciertas ciudades japonesas y ale-
92 Leslie Blume

manas ya eran moralmente reprensibles, razón por la que cuando el puer-


to de Nagasaki recibió una segunda bomba nuclear condenó el hecho
como “absolutamente criminal”. Más tarde expresó estar “seguro de que
la primera bomba habría bastado para que los japoneses se rindieran”.

El 15 de agosto de 1945, el emperador Hiroito se comunicó con


su pueblo a través de la radio, un hecho sumamente inusual, acota
Blume, “pues era considerado como un dios viviente por sus súbditos,
la mayoría de los cuales jamás lo había oído hablar”. Hiroito sostuvo
que, debido a “una nueva y cruelísima bomba”, Japón se rendía ante
los aliados. Inmediatamente se dispuso la ocupación del país a cargo
del general Douglas MacArthur y comenzó así a operar la estricta cen-
sura sobre la devastación humana de las detonaciones nucleares.

A lo largo de su libro, Blume insiste en que un cómplice activo en los


primeros acallamientos de los horrores fue el NewYork Times, periódico
que sí resaltaba entre sus páginas ciertas crónicas favorables a la posi-
ción del gobierno, como aquella en que, a principios de septiembre de
1945, el jefe del Proyecto Manhattan, el general Leslie Groves, asegu-
ró que “los reportes japoneses referidos a los efectos radioactivos del
bombardeo atómico son pura propaganda”.

4. Cien mil copias

Mientras aún trabajaba para Time, Hersey escribió un perfil acerca


de un joven teniente de marina que había pasado por una ruda ex-
periencia de guerra en las Islas Salomón, un hombre llamado John
Fitzgerald Kennedy (JFK), quien, además, había mantenido en el pa-
sado un amorío con la actual esposa del periodista. “Un destructor
japonés embistió contra la lancha torpedera que capitaneaba Kennedy,
partiéndola en dos y matando a dos de sus hombres. Kennedy encabe-
zó el rescate de su tripulación, arrastrando él mismo a los heridos más
graves hasta una isla desierta cercana”, explica Blume. La intención
de Hersey era publicar el escrito en Life, pero para su sorpresa fue
rechazado. “Y esta terminó siendo otra decisión lamentable de parte
del equipo de Luce, pues le tendió a Hersey el puente con la que sería
su nueva publicación. Fue autorizado a vender la historia a cualquier
otro medio y se la ofreció a William Shawn, el subeditor del NewYorker.
Fallout 93

Shawn [mitológica figura de la prensa estadounidense] no lo pensó dos


veces, pues, según sus propias palabras, ‘llevaba dos años intentando
obtener algún escrito de Hersey’”.

El perfil, titulado “Survival” (‘Supervivencia’), apareció en la edición del


17 de junio de 1944 del NewYorker. Sin embargo, Joseph Kennedy, el po-
deroso, oscuro y manipulador padre de JFK, no ocultó su desilusión de
que se hubiera publicado allí: “En su opinión”, dice Blume, “la revista era
demasiado pequeña y demasiado de nicho”. Consecuentemente, le pidió
a Harold Ross, el fundador y editor en jefe del New Yorker, que le permi-
tiera trasladar el texto a Reader’s Digest, una revista de mayor circulación
que Ross, un tipo reconocido por lo atrabiliario y deslenguado, desprecia-
ba profundamente. Como fuera, Joseph mandó imprimir cien mil copias
de “Survival” cuando su hijo se presentó como candidato a diputado en
1946, las cuales fueron repartidas entre los votantes de Massachusetts no
sólo en aquella ocasión, sino cada vez que JFK participó en una elección.
“El perfil de Hersey”, concluye la autora, “ha sido ampliamente recono-
cido como una ayuda importante en el lanzamiento de la carrera políti-
ca del trigésimo quinto presidente de Estados Unidos. No obstante, al
conducir primero a Hersey hasta el New Yorker, ‘Survival’ jugó, al mismo
tiempo, un rol vital en el lanzamiento de dos carreras trepidantes”.

5. Laboratorios de muerte

Fundada en 1925 por Harold Ross, la revista New Yorker se ufanaba


de un abierto elitismo: su público específico estaba formado por ur-
banitas sofisticados y Ross se estremecía cuando la lectoría superaba
los trescientos mil lectores: “Demasiada gente”, dijo en una ocasión.
“Algo debemos estar haciendo mal”. Hersey sabía que su recalada en
el New Yorker generaría la ira de Luce, ya que él y Ross se detestaban.
“La agenda hiperpatriótica de Luce le repugnaba a Ross, al igual que
‘el estilo Time’ con que los editores de Luce les exigían escribir a sus
corresponsales. Para los ingenios del New Yorker, tanto Luce como el
estilo Time eran blancos perfectos de sátira, algo en lo que Ross y sus
escritores se especializaban”.

En tanto, el New York Times, “el único medio que contaba con un
reportero que había atestiguado el desarrollo del bombardeo en
94 Leslie Blume

Nagasaki, se jactaba ante sus avisadores de que había golpeado al


mundo entero con la primicia de la bomba atómica y el nacimiento
de la era nuclear”. Pero Hersey y Shawn no compartían tal alarde y,
durante un almuerzo, concluyeron que “en el reporteo faltaba algo
esencial”. Fue en una mesa del Hotel Algonquin, el lugar favorito de
las celebridades literarias del New Yorker, donde comenzó a fraguar la
idea de una crónica dedicada a Hiroshima. Según lo expresó Hersey
después, “casi todas las investigaciones se centraban, hasta enton-
ces, en el poder de la bomba y en cuánto daño le había causado a la
ciudad”. Blume agrega que, “aunque parecía ser completa, la mayor
parte de la información disponible lidiaba con la destrucción del pai-
saje y las edificaciones. Habían transcurrido meses desde el bombar-
deo nuclear de Hiroshima y, aun así, se había publicado muy poco en
relación a cómo el estallido afectó a la población”.

Leslie Blume insiste en que tanto el gobierno estadounidense como los


directores del Proyecto Manhattan “en realidad no sabían de antema-
no cuáles serían los efectos totales de sus armas experimentales, y aho-
ra se apresuraban en llevar a cabo indagaciones privadas en los ‘labo-
ratorios de muerte’ de Hiroshima y Nagasaki”. Necesitaban enterarse
con urgencia, prosigue, si es que, de hecho, la radioactividad persistía
en las ciudades atómicas y cómo afectaba a los humanos, “claro que
no porque Estados Unidos intentaba ayudar a las víctimas japonesas
de los bombardeos, sino más bien porque ambos lugares iban a ser
prontamente ocupados por tropas norteamericanas”.

6. Manos a la obra

En septiembre de 1945, el general Leslie Groves declaró frente a la


prensa que muy pocos japoneses habían muerto a causa de la expo-
sición ante la radiación y que Hiroshima, en esencia, era un lugar
libre de ese mal. “Uno puede vivir ahí por siempre”, remarcó. Casi
al mismo tiempo, el New York Times publicó una crónica titulada “No
hay radioactividad en la ruina de Hiroshima”. Buena parte del relato,
indica Blume, “alejaba la atención de las víctimas y se concentraba en
la destrucción física: sesenta y ocho mil edificios fueron arrasados”.
Escépticos por naturaleza, Hersey y Shawn percibieron rápidamente
lo que ocurría.
Fallout 95

Según lo aclara Blume, “las giras periodísticas pagadas por el gobierno,


las conferencias, los discursos y los reportes suprimidos estaban consi-
guiendo el efecto deseado: a lo largo de Estados Unidos, las protestas y
las alarmas se habían reducido a un murmullo manejable. La idea de la
bomba atómica como un pilar razonable dentro del arsenal nacional –y
en general un futuro nuclear– se fue convirtiendo en algo aceptable para
un público cada vez más apático”. Muchos, si es que no la mayoría de los
estadounidenses, añade, habían dejado atrás Hiroshima y Nagasaki antes
de que los relatos de lo ocurrido en ambas ciudades fuesen revelados por
completo. “Pero para el equipo del New Yorker, el verdadero significado
de lo sucedido en Hiroshima –y las aterradoras implicancias de aquellos
bombardeos atómicos para el mundo– claramente no se había desintegra-
do”. El escritor y el editor decidieron entonces que el primero intentaría
viajar a Japón para escribir acerca del trasfondo humano de la catástrofe.

7. Caballo de Troya

Hersey se embarcó en un buque de carga a través del Pacífico y arribó


a Shanghái. El 30 de diciembre de 1945 le envió un cable a Shawn
comunicándole que había conseguido acreditarse ante la estación de
la Marina estadounidense en China. “Era un signo alentador”, arguye
Blume. “El caballo de Troya había llegado a la entrada”. A la espera de
la oportunidad de ser admitido en Japón por el alto mando de las fuer-
zas de ocupación, Hersey realizó una serie de investigaciones paralelas,
hasta que en abril enfermó de gripe en Manchuria. Fue trasladado de
regreso a Shanghái por personal militar y convaleció a bordo de un
barco de guerra que contaba con una biblioteca bastante nutrida. El
hecho tendría insospechadas consecuencias, pues de ahí Hersey obtu-
vo acceso a un libro que resultaría fundamental a la hora de componer
su relato de Hiroshima: El puente de San Luis Rey, una novela histórica
publicada en 1927 por el estadounidense Thornton Wilder. “La obra
detallaba las vidas de cinco personas que murieron cuando el puente
colgante por el cual avanzaban se cortó sobre un cañón en Perú. La
versión de Wilder se concentraba en el período anterior al accidente y
en cómo los protagonistas encontraron su camino hasta el trágico mo-
mento”. En suma, allí estaba la clave para componer su propio relato
de Hiroshima: “Se dio cuenta de que necesitaba enfatizar los detalles
minuciosos por sobre la enormidad de la catástrofe”.
96 Leslie Blume

Después de pasar por los rigurosos procedimientos escrutadores del


Comando Supremo de las Fuerzas Aliadas a cargo de la ocupación ja-
ponesa (SCAP, por sus siglas en inglés), los cuales incluyeron una con-
sulta al FBI, “tal vez debido a las actividades profesionales que nuestro
hombre realizó en Moscú”, Hersey arribó a Tokio con la intención de
obtener lo más pronto posible el permiso para viajar a Hiroshima. Los
periodistas que lo habían precedido durante aquella primavera boreal
de 1946 aseguraban a sus lectores que los residentes habían retomado
sus vidas normales. “Lindesay Parrott, el jefe de la oficina del New York
Times en Tokio, escribió en ese periódico que se construían casas y se
plantaban chacras sobre las ruinas”. Por el lado opuesto, Joseph Julian,
un reportero radial que visitó la ciudad, le comunicó a su jefe que de-
seaba hacer una serie de programas sobre Hiroshima, pero la idea fue
rápidamente desechada: “Ya nadie quiere oír más sobre Hiroshima. Es
una cuestión añeja”, fue la respuesta que recibió.

8. Catorce días en terreno

Envuelto desde el fin de la Segunda Guerra Mundial en una confron-


tación cada vez más directa con la Unión Soviética, su exaliada contra
las potencias del Eje, Estados Unidos “le aplicaba un rápido maquillaje
a Japón, a fin de tener un punto de apoyo en Oriente para confrontar
a la URSS”. Mientras se desarrollaban estas condiciones fluctuantes,
Hersey finalmente arribó al país. Y cuando elevó una solicitud a los
cuarteles generales de la SCAP para viajar a Hiroshima, “generó al-
gún desconcierto: ¿por qué un reportero de su categoría pedía permiso
para visitar el sitio de una historia que ya casi tenía un año de antigüe-
dad? Aun así, la noción de que a la fecha los miembros de la prensa
habían demostrado ser tan sumisos y distraídos –y de que sus relatos
habían sido tan exitosamente contenidos– seguramente jugó a favor
suyo”. Dos días después de llegar a Tokio, el hombre del New Yorker en
Oriente consiguió la anhelada autorización. “Eso sí, debía actuar con
inmediatez, pues sólo contaba con un permiso para permanecer cator-
ce días en terreno”, complementa Blume.

Pese a ser un tipo curtido en los excesos de la guerra, Hersey quedó


espantado con lo que vio al poner pie en Hiroshima. En palabras de
Blume, ante él se extendían “kilómetros y kilómetros de miseria ras-
Fallout 97

gada y la evidencia tridimensional de que los humanos –tras siglos


de concebir maneras cada vez más eficientes de exterminar masas de
otros humanos– finalmente habían inventado los medios para masa-
crar a la civilización completa”. Hersey temió que, después de todo, no
sería capaz de soportar el peso de su tarea, “por lo que resolvió actuar
tan rápido como pudiese”. A lo largo de los últimos diez meses, los
supervivientes habían tratado de reconstruir hogares a base de chozas
de hojalata y cualquier material salvado de la explosión. “Letreros im-
provisados, clavados en los restos de casas colapsadas y quemadas, de-
tallaban el paradero de los evacuados o el destino de sus exocupantes
ahora muertos”. Y a medida que la gente intentaba limpiar el terreno,
seguían encontrando cuerpos y miembros humanos diseminados por
aquí y por allá. “Mientras Hersey estuvo allá, en junio, una campaña de
limpieza organizada desenterró mil cadáveres en un solo barrio”. Para
peor, la población sufría de una severa hambruna.

9. Seis protagonistas

Al momento de elegir a los personajes que darían vida a su documento,


el reportero “se mantuvo apegado al ejemplo que había obtenido de El
puente de San Luis Rey: los caminos de todos ellos tenían que haberse
entrecruzado el día en que ‘Little Boy’ desgarró su ciudad y sus vidas”.
Fue así como, pesquisando con fortuna y astucia a la vez, Hersey dio
con los seis protagonistas del relato que semanas después estremece-
ría al mundo: un misionero alemán (Wilhelm Kleinsorge), un pastor
metodista (Kiyoshi Tanimoto), una viuda madre de tres hijos (Hatsuyo
Nakamura), dos doctores (Terufumi Sasaki y Masakazu Fujii) y una
oficinista de veinte años (Toshiko Sasaki, quien no tenía parentesco
con el facultativo recién mencionado).

Antes del brutal destello abrasador, Hiroshima contaba con cerca de


345.000 habitantes; después del impacto, la gran mayoría de los mé-
dicos y enfermeras fallecieron o resultaron gravemente heridos (270
de un total de 300 y 1.654 de un total de 1.780, respectivamente).
Un doctor del parcialmente calcinado Hospital de Comunicaciones de
Hiroshima, apunta Blume, “atendió a innumerables pacientes a pe-
sar de haber recibido más de 150 esquirlas de vidrio o madera en su
cuerpo al momento de la detonación. Los médicos sobrevivientes se
98 Leslie Blume

mostraron sorprendidos por la prevalencia de diarrea y vómitos entre


las miles de personas que atestaban las pocas instalaciones hospitala-
rias que quedaron en pie. ¿Había soltado la bomba un gas venenoso o,
quizás, ciertos microrganismos letales?”.

Todos los entrevistados por Hersey llevaban meses padeciendo los


efectos de la radiación. A varios de ellos se les cayó el pelo de forma
inmediata, aunque, probablemente, fue el alemán quien se llevó la peor
parte: pese a que sufrió heridas mínimas al momento del impacto, es-
tas, transcurridos diez meses, aún no sanaban. La fiebre, las náuseas, la
diarrea y la caída en picada de la cantidad de glóbulos blancos eran su
condición normal. Y alrededor de dos semanas después del estallido,
según le relató a Hersey, “andaba cansado todo el día y al final ya no
pude levantarme”. Concurrió entonces a un hospital en Tokio, “donde
me dijeron que estaba muy mal y que mi médula ósea había sido da-
ñada por la radiación”. Cuando regresó a Hiroshima, su vida consistió
básicamente en una permanente entrada y salida del hospital.

10. Testimonios horripilantes

Tras la eclosión de “Little Boy” a 469 metros de altura sobre la ciudad


y a casi tres kilómetros del hipocentro originalmente planeado, el cielo
se oscureció de manera aterradora y de inmediato sobrevinieron los
incendios mortales en la superficie. Después de escapar del edificio en
llamas de su misión, Kleinsorge se dirigió al cercano Parque Asano,
donde se había congregado una multitud de gente, para ayudar en
el acarreo de agua a los necesitados. “Caminó encima de decenas de
cuerpos humanos ulcerados, ampollados, descuerados y escaldados,
hasta que encontró una llave que funcionaba. En eso estaba cuando se
acercó un grupo numeroso de soldados japoneses, todos desesperados
por beber un trago. Los ojos se les habían derretido en las cuencas y
el líquido corría en riachuelos por sus rostros, rostros irreconocibles a
causa de las quemaduras”.

El reverendo Tanimoto, que a las 8:15 de la mañana se encontra-


ba en el porche de su casa de veraneo en las colinas que circundan
Hiroshima, vio “un fuerte destello de luz que provenía de una nube os-
cura y cafesosa, seguido de una tremenda explosión de viento que llenó
Fallout 99

el aire”. Su entorno también se calcinaba, por lo que decidió subir a un


promontorio, desde el cual pudo vislumbrar “una fila de sobrevivien-
tes, aturdidos y cubiertos de sangre, que comenzaban a abandonar la
ciudad rumbo a las alturas”. Cuanto más se acercaban los caminantes,
la imagen se hacía más escalofriante: “La mayoría de la gente estaba
desnuda. La piel de las caras y de las manos, de los brazos y de los pe-
chos, se había desprendido o colgaba en jirones. Parecía una procesión
de fantasmas”.

Enseguida, el pastor decidió descender al infierno que se extendía a sus


pies para ir en socorro de su familia. Avanzó como pudo entre las lla-
maradas y de pronto se encontró con una ruma de cojines salvadores:
los empapó en un tanque de agua, se cubrió con ellos y pudo avanzar
entre el fuego, absolutamente desorientado, hasta que llegó a su barrio,
sólo para ser recibido por un súbito remolino: “Las planchas de hierro
candente y los tablones ardientes formaron una espiral en el aire”, le
explicó a Hersey. Parafraseando al reportero, Blume agrega que “el
torbellino elevó a Tanimoto a casi dos metros y medio del suelo, como
si estuviera nadando a través del aire. Y abruptamente lo dejó caer de
vuelta, quedando sin respiración. De pronto comenzó a oír estallidos
a su alrededor: los estanques de gasolina estaban explotando”. Por su
parte, y a no mucha distancia, Kleinsorge atestiguó un fenómeno si-
milar: “Los vientos inducidos por la bomba arrasaban a lo largo y an-
cho de la ciudad, y una violenta tromba emergió en las cercanías del
parque. Partió arrancando de raíz los árboles que habían sobrevivido
y lanzándolos por los aires. Luego siguió su paso hacia el río, donde
formó un chorro de agua de cien metros de altura”.

Terufumi Sasaki, el único doctor del Hospital de la Cruz Roja de


Hiroshima que resultó ileso tras el estallido, enfrentó tres jornadas
dantescas. En el lugar se congregaron diez mil víctimas, aunque las
seiscientas camas disponibles ya estaban ocupadas. Algo similar ocu-
rrió en el Hospital de Comunicaciones de la ciudad, donde un faculta-
tivo reportó que, a raíz de la “avalancha de pacientes, se hizo imposible
limpiar los cuartos y corredores de orines, heces y vómitos”. En el
exterior, añade Blume, “las escalas de entrada al edificio quedaron res-
baladizas por el excremento. Pronto vendría el hedor de los cuerpos en
descomposición, ya que no había nadie a mano para removerlos”. El
doctor Sasaki trabajó casi setenta y dos horas seguidas. “Finalmente,
100 Leslie Blume

un médico más y doce enfermeras arribaron desde otra ciudad, pero


el equipo evidentemente no dio abasto. Hacia el final del tercer día,
muchos de los pacientes que Sasaki había atendido yacían muertos”.

11. Una forma plácida de morir

El 12 de junio de 1946, Shawn recibió un cable de Hersey enviado desde


Tokio: sus indagaciones en Hiroshima habían resultado fructíferas y es-
taría de regreso en Nueva York en cinco días. A medida que avanzaba en
los sucesivos esbozos de la historia, el autor comprendió que, además de
los testimonios de sus protagonistas, debía ofrecer al lector una presenta-
ción clínica de los hechos. “Un enfoque estilístico muy diferente”, tercia
Blume, “al de Bill ‘Atómico’ Laurence, el veterano corresponsal cientí-
fico del NewYork Times, que a la fecha estaba a punto de lanzar un libro,
aprobado por los militares, acerca de la evolución de la bomba nu-
clear y acerca de su experiencia como aquel a quien el propio general
Groves había ungido como historiador íntimo del proceso”. Bill “Ató-
mico” Laurence, prosigue la autora, se había ganado su apodo cubrien-
do el desarrollo público del Proyecto Manhattan (al tiempo recibía un
sueldo del Ministerio de Guerra) y también había reporteado desde
Nagasaki, aunque con una óptica diferente de la que adoptó en
Hiroshima su competidor del New Yorker.

El material de Hersey incluía estudios científicos japoneses recien-


tes, “todos sistemáticamente censurados por los cuarteles del general
MacArthur”, como un informe de daños recopilado por la municipali-
dad de Hiroshima, un estudio botánico referido a los efectos de la bom-
ba sobre las plantas y los árboles de la ciudad, una investigación sobre la
“enfermedad de la bomba atómica” llevado a cabo por una clínica en la
Universidad Imperial de Kyushu y una estimación de las consecuencias
reproductivas de la exposición a la radiación. “Incluso tenía los registros
del conteo de células sanguíneas del padre Kleinsorge.Y a partir de la in-
formación compilada, Hersey se dio cuenta de que los expertos nipones
habían concluido rápidamente que este nuevo mal creado por el hom-
bre se generaba por medio de un asalto de neutrones, partículas beta y
rayos gama, los cuales pulverizaban y disolvían las células del cuerpo”.
Por una parte, esto era absolutamente ignorado por el público estadou-
nidense, y, por la otra, el periodista reconoció que, al menos en cierta
Fallout 101

medida, el ocultamiento de información que había montado el ejército


de su país tenía que ver, indudablemente, con el propósito de retener su
monopolio nuclear tanto tiempo como fuese posible.

“La severidad de los síntomas”, remata Blume, “parecía estar direc-


tamente relacionada con la cantidad de radiación que había recibido
cada víctima luego del estallido de la bomba. Para cualquiera que leye-
se el relato de Hersey, ya no existirían dudas en cuanto a que la bomba
atómica no era un arma convencional, ni tampoco acerca de que la
enfermedad por radiación no era ‘una forma plácida de morir’, según
lo afirmado por el general Groves”.

12. Edición secreta

Durante las siguientes semanas, Harold Ross, William Shawn y John


Hersey se encerraron en las oficinas del New Yorker para editar y dar
forma definitiva al reportaje que, finalmente, llevaría un título sobrio
pero elocuente: “Hiroshima”. Los editores, explica Blume, decidie-
ron que el asunto se mantendría en calidad de top secret, “incluso para
aquellos que trabajaban en la publicación. El proyecto era su propia
versión del Proyecto Manhattan”. Pese a las reticencias iniciales de
Harold Ross, quien pretendía serializar el extenso reportaje (que tras
sucesivas ediciones quedó reducido a treinta mil palabras), Shawn lo-
gró convencerlo de que debía publicarse de una sola vez. El hecho,
argumentó, haría que el texto fuese aun más provocativo. Según un ve-
terano colaborador del NewYorker, “la decisión constituyó un derroche
editorial sin precedentes en esta o en cualquier otra revista”.

El celo que los tres mantuvieron en torno al relato, para que fuese una
pieza periodística intachable, se debía a algo que Ross le había adver-
tido a Hersey: “‘Hiroshima’ va a tener que soportar la mayor presión
jamás impuesta sobre una historia publicada en una revista”. El jefe,
explica Blume, no se equivocaba: “Los estadounidenses iban a verse
confrontados con las realidades de las acciones militares furibundas y
bíblicas conducidas secretamente en su nombre, y con la manera en
que podrían desarrollarse las guerras del futuro”. Aunque el artícu-
lo no cuestionaba directamente el uso de bombas atómicas, “inevita-
blemente dirigiría un foco de atención enceguecedora sobre aquellos
102 Leslie Blume

que las habían creado y utilizado –desde el presidente Truman hasta


Oppenheimer [el físico considerado el padre de la bomba] y el general
Groves–, y con certeza expondría hasta qué punto estos mismos pode-
rosos habían encubierto los aspectos menos apetecibles de su trabajo”.

El 1 de agosto de 1946, Truman publicó la Ley de Energía Atómica,


regulación que imponía durísimas sanciones a quienes divulgaran “da-
tos restringidos” relacionados con la bomba. El hecho cayó como un
balde de agua fría sobre los tres periodistas: “El equipo del New Yorker
se enfrentaba, de súbito, a una tremenda encrucijada. Podían suavizar
el relato o matarlo definitivamente, o podían publicarlo tal como esta-
ba bajo el riesgo de severas penas legales”. La decisión final fue seguir
adelante y enviar “Hiroshima” al Departamento de Guerra para su
revisión, “pero no al oficial encargado de las relaciones públicas, sino
directamente al general Leslie Groves”. Los editores, añade Blume,
“no informaron que el texto abarcaría un número completo y Shawn
lo describió al general simplemente como ‘un artículo de cuatro partes
referido al bombardeo de Hiroshima’”.

13. La mayor exclusiva del siglo

La documentación que contiene los cambios que Groves aplicó a


“Hiroshima” no figura hoy por ninguna parte (ni en los papeles perso-
nales que Hersey donó a Yale, ni tampoco en los registros del Ministe-
rio de Guerra ni del NewYorker), pero el hecho es que, el 7 de agosto, el
general –por medio de una llamada telefónica a Shawn– autorizó que
la pieza se publicara, explicándole al editor que, tal como él concorda-
ría, las alteraciones que había hecho “son mínimas”. El equipo edito-
rial decidió mantener la portada original del número –una escena ve-
raniega en la que varias personas disfrutaban de diferentes actividades
recreacionales en un paisaje lacustre–, aunque Ross tuvo la precaución
de imprimir cuarenta mil bandas de papel blanco para los números
que irían a parar a los kioscos de Nueva York, las cuales advertían que
la revista contenía una historia perturbadora.

Hersey dio su venia para que el NewYorker permitiese que otros medios
escritos reimprimieran “Hiroshima”, pero sólo si publicaban el repor-
taje completo. “Es más”, añade Blume, “dejó en claro que no esperaba
Fallout 103

obtener beneficios monetarios con cualquier ingreso que generase la


difusión del artículo. ‘Como otros estadounidenses, yo sentía cierta
culpa por la bomba y por ganar dinero con ella, y decidí donar las ga-
nancias de las primeras reimpresiones’, dijo más tarde”. El dinero sería
entregado a la Cruz Roja. Mientras tanto, cada vez más ansioso ante
la inminente publicación de sus revelaciones, que estaban “a punto de
convertirse en el trabajo de periodismo de denuncia más controvertido
en la memoria reciente”, Hersey abandonó la ciudad y se refugió en el
pequeño pueblo de Blowing Rock, en Carolina del Norte.Y no se equi-
vocó: la presión que se venía por delante iba a resultar insoportable. El
29 de agosto el New Yorker lanzó el mentado número y, efectivamente,
tal como en su momento lo anhelaron Ross y Shawn, el artículo se
convirtió en la mayor exclusiva del siglo. Las decenas de miles de co-
pias impresas se vendieron al día siguiente de haber llegado al público.

14. Reacciones sin fin

Las encendidas reacciones que generó “Hiroshima” fueron inmedia-


tas. Debido a que “Hiroshima” se publicó días antes del fin de semana
largo del 4 de julio, fecha que conmemora la Independencia estadouni-
dense, no faltaron los lectores que mantuvieron una actitud patriotera
y estimaron que el artículo constituía una forma burda de propaganda
en favor de Japón y en contra de los intereses norteamericanos. Hubo
quienes incluso cancelaron al instante sus suscripciones al New Yorker.
Pero la grandísima mayoría del público quedó primero impactada, lue-
go satisfecha y finalmente horrorizada con las inéditas y espeluznantes
revelaciones de Hersey.

La prensa, por su parte, jugó un papel vital en expandir la historia por


el mundo, al punto de que Ross, que a veces dudaba del impacto que
alcanzaría la historia, se convenció de que su apuesta había dado los
frutos esperados: “Ahora él tenía razones concretas para creer que ‘Hi-
roshima’ se iba a convertir en el trabajo periodístico más ampliamente
divulgado de su época”. El interés de los medios aumentó con tanta
velocidad, concluye Blume, “que en un momento pareció como que el
bombardeo de Hiroshima había ocurrido el día antes, no hacía un año.
Además, los editores de los diferentes periódicos les recordaban una
y otra vez a sus lectores que el relato de Hersey pudo haber sucedido
104 Leslie Blume

fácilmente en cualquier lugar de Estados Unidos, y que los seis sobre-


vivientes bien podían ser residentes de Cleveland o de San Francisco”.

Pese a la desconfianza y las aprensiones que Ross y Sahwn demostra-


ban hacia el New York Times –apostaban que en sus páginas tratarían el
texto de Hersey con falsa elocuencia y dureza–, el periódico se rindió
ante el poder expansivo de “Hiroshima”: “Al día siguiente de publi-
cado el reportaje, los editores escribieron una asombrosa y solemne
editorial referida al tema. La historia de Hersey los había remecido
profundamente”. Una situación diferente se dio en la revista Time:
“Para Henry Luce, Hersey era el ingrato hijo pródigo que aún debía
acometer el regreso arrepentido a casa. Tal fue su furia por que Hersey
hubiese escrito el relato para el New Yorker, que hizo que su retrato
fuese removido de la galería de honor de Time Inc.”.

El New Yorker, en tanto, pasó a ser definitivamente el centro de aten-


ción. “Los lectores estaban intrigados y confundidos acerca de cómo
esta pequeña y elitista publicación humorística –considerada dema-
siado ‘poco esencial’ por el gobierno durante la guerra como para
merecer una mayor cuota de papel– había obtenido la historia super-
ventas del conflicto”.

15. Un funcionario y un reportero

Lesley Blume establece que toda la mala prensa enfocada sobre


Hiroshima molestaba sobremanera al presidente Truman. “A los japo-
neses se les dieron advertencias justas”, le escribió el mandatario a uno
de los miembros del comité que lo aconsejó en el uso de armas nuclea-
res. “Y también se les ofrecieron los términos que finalmente aceptaron
con bastante antelación al lanzamiento de las bombas. Imagino que las
detonaciones fueron la causa de que aceptaran tales condiciones”. Aun
así, la Casa Blanca no se refirió públicamente a “Hiroshima”, “tal vez
en un esfuerzo por disminuir su relevancia, algo que irritaba profunda-
mente a Ross”, agrega la autora. Fue entonces cuando el editor en jefe
de la revista leyó en el New York Post cierta información que aseguraba
que Truman, tras ser consultado sobre el reportaje que estaba causan-
do furor en el país, respondió: “Nunca leo el New Yorker. De hecho, me
carga”. Pero la avalancha de críticas no cesó y no sólo provenían de
Fallout 105

figuras de los medios de comunicación. Por ejemplo, el almirante de la


Tercera Flota del Pacífico, William Halsey, “afirmó en una conferencia
de prensa que el lanzamiento de la bomba había sido un experimento
innecesario y un error militar”.

Pocos auditores de Hi Jinx, un popular programa radial emitido por


la cadena NBC desde Nueva York, sabían que su anfitrión, el coronel
Tex McCrary, del cuerpo aéreo del Ejército de Estados Unidos, había
formado parte del encubrimiento inicial de Hiroshima por parte del
gobierno (organizó la primera ronda de prensa que visitó Hiroshima y
Nagasaki un año antes). No obstante, acota Blume, “las consecuencias
del debut de la bomba lo atribulaban. Inevitablemente se construirían
ejemplares más grandes y terribles de ‘Little Boy’ y ‘Fat Man’ [‘Hom-
bre Gordo’, nombre de bautizo de la bomba de Nagasaki], amenazan-
do a la civilización completa”. Aun así, cuando discutió “Hiroshima”
ante su público, “no mencionó su rol en el acallamiento, sino que ex-
plicó que, a diferencia de los periodistas que lo habían precedido en el
lugar de los hechos, Hersey había conseguido el golpe noticioso sim-
plemente porque era ‘más que un reportero’ y se las había arreglado
para narrar la historia de mejor manera”. Tiempo después, informa
Blume, McCrary finalmente admitió su participación en el oscureci-
miento de la verdad: “Yo lo encubrí y John Hersey lo reveló. Esta es la
diferencia entre un funcionario de relaciones públicas y un reportero”.

16. Advertencia inquietante

Como cabía suponer, la pieza de Hersey se convirtió en un libro que


adquirió el estatus de clásico instantáneo. La obra vendió millones
de ejemplares alrededor del mundo y fue traducida a casi todos los
idiomas imaginables, expandiendo así la noción de que el planeta ja-
más sería el mismo después de las detonaciones en Japón. El autor,
no obstante, conservó su modestia hasta el final de sus días: “Lo que
ha mantenido al mundo a salvo de la bomba desde 1945 ha sido la
memoria de lo que ocurrió en Hiroshima”, otorgándoles así el crédito
de su portentoso trabajo a quienes le dieron sus testimonios. Albert
Einstein, por su parte, “cuya famosa fórmula, E=mc2, les había permi-
tido a los investigadores la posibilidad de cuantificar el vasto potencial
de energía que podía ser liberado en una explosión atómica”, señaló lo
106 Leslie Blume

siguiente: “No sé cómo se va a pelear la Tercera Guerra Mundial, pero


sí puedo asegurarles qué se usará en la Cuarta: peñascazos”.

Para el gobierno de Estados Unidos, continúa Blume, “la transición


desde salvador universal a superpotencia genocida fue un revés ingra-
to. Los lectores de Hersey, esparcidos por todo el globo, ahora reeva-
luaban la estatura moral superior de Estados Unidos y exigían saber
por qué sus revelaciones habían tardado más de un año en salir a la luz.
Si algo de esta enormidad fue exitosamente escondido del escrutinio
público, ¿qué más se ocultaba? ¿Qué otra información sobre estas nue-
vas armas silenciaba el gobierno norteamericano? ¿Estaba Hersey en lo
correcto cuando afirmó en ‘Hiroshima’ que modelos más poderosos y
aterradores estaban en pleno proceso de construcción?”.

Blume afirma que el artículo también sirvió como un recordatorio in-


quietante para los lectores de que sus líderes electos operaban en varios
niveles clandestinos y no siempre en pos de los mejores intereses de la
ciudadanía. “Hersey y los editores del New Yorker crearon ‘Hiroshima’
bajo la convicción de que los periodistas debían hacer que quienes os-
tentaban el poder rindiesen cuentas por sus actos. Percibían a la prensa
libre como un factor esencial para la supervivencia de la democracia,
una forma de gobierno que sólo por poco se había salvado de la extin-
ción”. Y tendiendo un puente entre el pasado y el presente, la autora
nos informa que, en 1937, antes de unirse al equipo de la revista Time,
Hersey trabajó como asistente del escritor Sinclair Lewis (el primer
estadounidense en ganar el Nobel de Literatura), quien, en su novela
Eso no puede pasar aquí, “advertía a sus compatriotas que lo que por
entonces ocurría en Europa –el surgimiento del populismo tóxico, el
asalto a la verdad y a los hechos, el ascenso de líderes despóticos– po-
día de hecho suceder en Estados Unidos, aunque los norteamericanos
tendían a verse a sí mismos como casi intrínsecamente invulnerables
ante tales eventualidades”.
Fallout 107
The
Know-
ledge
Machine
Cómo la
irracionalidad creó
la ciencia moderna
Michael Strevens
Nota de la edición

Justo ahora, en momentos en que el desarrollo de la ciencia ha pasa-


do a cobrar un sentido apremiante, dramático y en ocasiones polé-
mico, el filósofo Michael Strevens publica el que tal vez sea el libro
más profundo de los últimos años en torno a un tema cautivante:
los orígenes, los traspiés y los adelantos del pensamiento científico
moderno. La obra, celebrada de inmediato por el diario New York Ti-
mes y por la revista New Yorker, posee innúmeros atributos para con-
vertirse en un clásico instantáneo, sobre todo si consideramos que
salió de imprenta sólo hace un par de semanas. Strevens –nacido en
Nueva Zelandia en 1965 y afincado en Estados Unidos desde 1991–
es profesor de filosofía de la ciencia en la New York University y
en su escrito plantea una idea singular, la cual se ve reflejada con
exactitud a partir del título mismo: The Knowledge Machine. How
Irrationality Created Modern Science (‘La máquina del conocimiento.
Cómo la irracionalidad creó la ciencia moderna’). En esencia, el
autor afirma que la ciencia les exige a quienes la practican, desde la
posición que sea, “la supresión del más alto elemento de la natura-
leza humana, la mente racional”. El asunto se torna extremo en esta
narración histórica con ribetes de divulgación filosófica, puesto que
Strevens no es un hombre de medias tintas: en su panteón figuran
luminarias de la talla de Isaac Newton, Francis Bacon, Karl Popper
y Thomas Kuhn, mientras que a su pudridero han ido a parar próce-
res como René Descartes y parte importante de los filósofos griegos.
En cierto modo, este académico de buena pluma es un provocador,
claro que, en su defensa, cualquiera podría asegurar que sabe sos-
tener sus argumentos con elegancia. Enemigo declarado de quienes
pretenden insuflar aires especulativos al quehacer científico, cons-
ciente de que esta actividad es tremendamente aburrida, atinado a
la hora de dispensar pinceladas de humor y seguro en la utilización
de una serie de conceptos propios que hacen accesible a quien sea
su interpretación de los hechos, Strevens enfatiza a lo largo de todo
el volumen la importancia de “la regla de hierro”, esa invención
definitiva que dio origen, durante la Revolución Científica del siglo
XVII, a lo que hoy entendemos por conocimiento científico. The
Knowledge Machine responde a una pregunta de ecos insospechados:
“¿por qué la ciencia se hizo presente tan a última hora?”. Al mismo
tiempo, el texto repara en asuntos urgentes para nuestra sociedad,
como sin duda lo son el cambio climático y la pandemia.
The Knowledge Machine
How Irrationality Created Modern Science
Liveright | 2020 | 368 páginas

Michael Strevens nació en 1965 en Nueva


Zelandia. En 1991 se mudó a Estados Unidos,
donde obtuvo su PhD en la Rutgers University.
Actualmente es profesor de filosofía de la
ciencia en la New York University y su campo
de investigación abarca todo lo relacionado con
la naturaleza, la supresión y la expansión del
pensamiento científico.
The Knowledge Machine 111

El lentísimo camino que


condujo al método científico

1. Satélites babilónicos

Si el lector pudiera transportarse al pasado, propone Michael Stre-


vens en la introducción de The Knowledge Machine (‘La máquina del
conocimiento’), “y fuese tan afortunado como para despertar en las
sandalias de un ciudadano rico del mundo griego en la época de Ale-
jandro Magno, dispondría allí, desde su posición de privilegio, de casi
cualquier invención cultural que hace que la vida sea digna de vivirse
en la actualidad”. El viajante en el tiempo se deleitaría con la poesía de
Homero y Safo, acudiría al teatro para disfrutar de Edipo rey y de otras
obras maestras del drama antiguo, viviría en ciudades resguardadas
por la ley y por un sistema judicial, ciudades que tomaron forma gra-
cias al talento de arquitectos y escultores que construyeron algunas de
las llamadas “siete maravillas del mundo”. Además, estaría gobernado
de acuerdo a modelos políticos que han perdurado hasta nuestros días,
como la monarquía, la oligarquía o “la dulce democracia”. Y si el que
lee demostrase las inclinaciones necesarias para hacerlo, sería capaz de
tomar cursos avanzados de geometría o filosofía.

Sin embargo, continúa el autor, “uno extrañaría de inmediato cier-


tas cosas que hacen falta incluso en un Elíseo cultural como aquel”:
los rayos X, las tomografías por resonancia magnética, los viajes
a una mayor velocidad que el más raudo de los caballos, “mientras
que la cobertura de la voz y de las imágenes de eventos mundiales en
streaming no se encontrarían por ninguna parte a través del aire fragan-
te a romero del Mediterráneo”. Con todo, lo más notoriamente ausen-
te “sería aquello que permite que nuestra medicina, nuestro transporte
y nuestras telecomunicaciones sean posibles: la máquina productora
de conocimiento a la que llamamos ciencia moderna”. La civilización
se remonta a milenios, concluye Strevens, “pero esa máquina ha estado
112 Michael Strevens

entre nosotros sólo por unos pocos cientos de años. ¿Por qué razón
tomó tanto tiempo en aparecer?”.

Dicho de otro modo: si la filosofía, la democracia y las matemáticas


entraron a través de las puertas de la conciencia de los pensadores de
la Antigüedad en rápida sucesión, ¿cómo fue que la ciencia se que-
dó atascada en el umbral? Strevens vuelve a embestir valiéndose de la
imaginación propia de un filósofo de la ciencia: “¿Por qué los antiguos
babilónicos no pusieron en órbita observatorios de gravedad cero alre-
dedor de la Tierra, los chinos de la dinastía Han no construyeron ace-
leradores de partículas en los campos llanos a lo largo del Río Amarillo,
los mayas no cultivaron choclo genéticamente modificado en Yucatán
y los venerables griegos no inventaron vacunas contra la gripe ni tras-
plantaron corazones?”.

2. Inesperadas, poco intuitivas, extrañas

La larga privación de la ciencia, aduce el académico, no se explica por


medio de una seguidilla de sucesos ni por una mezcla particular de cos-
tumbres y circunstancias: “Abarca democracias y teocracias, al Este y al
Oeste, a los panteístas y a la Gente de las Escrituras. Por lo visto, para
todo el mundo existe algo acerca de la naturaleza de la ciencia que la
hace difícil de asimilar”. Y ahí precisamente reside la respuesta: con la
finalidad de entender el arribo tardío de la ciencia sobre el escenario de
este mundo, “necesitamos apreciar la extrañeza del método científico”.
De hecho, hay quienes habiendo estudiado la ciencia concienzudamen-
te, concluyeron que el método científico ni siquiera existe. Y ante la pre-
gunta de qué hay de nuevo en la ciencia moderna, o qué cambió con la
Revolución Científica del siglo XVII, el sociólogo Steven Shapin declaró
que tal proceso simplemente no tuvo lugar. Es más: “Tres siglos después
de que Newton explicara por qué los planetas giran en torno al sol, la
naturaleza de la ciencia, según lo escrito por el filósofo de la ciencia Paul
Feyerabend, ‘todavía está cubierta de oscuridad’”.

Michael Strevens aclara que su obra se sumerge justamente en esa


espesura, “en búsqueda de iluminación entre la maraña de visiones
contrapuestas que rodean al escepticismo ante el método científico”.
Hay muchas razones, añade, para unirse al “Gran Debate del Méto-
The Knowledge Machine 113

do” [más sobre este concepto en los acápites 6 y 8], pero a él jamás
le interesó escribir ese libro. “Lo que me fascina es que las reglas de
compromiso de la ciencia son tan inesperadas, tan poco intuitivas, tan
extrañas. Pienso que esta peculiaridad es la que explica la demora de
la ciencia en hacerse realidad. Incluso dejando de lado la cautivante
pregunta del retraso de la ciencia, la rareza del método científico es un
espectáculo en sí mismo. Es para compartir y deleitarme en este espec-
táculo que pongo frente a ustedes las siguientes páginas”.

3. Toneladas de tejido cerebral

Además de frustrante y fatigosa, la actividad científica es tremenda-


mente aburrida el 99 por ciento de las veces para quienes la practican,
apunta Strevens. Los lectores de ciencia popular, agrega, sólo reparan
en los fenómenos llamativos, es decir, en el uno por ciento restante: los
procesos intrigantes, las teorías provocativas, las refutaciones dramáti-
cas, las verificaciones triunfantes. “Detrás de estos logros –como cada
científico activo lo sabe– existen largas horas, días y meses de tedio-
so trabajo de laboratorio”. Tanto es así que, según estima, “el mayor
obstáculo para que la ciencia sea exitosa se encuentra en la dificultad
de persuadir a las mentes brillantes para que abandonen los placeres
intelectuales de la especulación y del debate continuos, de la teoriza-
ción y de la discusión, para dedicarse a una vida que consiste casi por
completo en la producción de datos experimentales”.

Muchos estudios científicos importantes han sido fruto de “una deter-


minación bastante inhumana”. Durante el curso de los años sesenta,
por ejemplo, dos endocrinólogos rivales, Roger Guillemin y Andrew
Schally, compitieron por ser el primero en dar con la estructura de
la hormona TRH, una sustancia que utiliza el hipotálamo para des-
encadenar señales que controlan funciones cruciales. “La completa
relevancia de la TRH todavía no se comprende a cabalidad”, acota
Strevens, “tal como lo prueba el hecho de que, en el año 2012, el Ejér-
cito estadounidense encargó un estudio destinado a probar su posible
uso en un espray nasal para apaciguar los impulsos suicidas”.

Por su parte, Guillemin y Schally empataron y recibieron en conjunto


el Premio Nobel en Fisiología y Medicina en 1977 por su descubri-
114 Michael Strevens

miento de la composición molecular de la TRH. “No fue tanto una


carrera, sino un esfuerzo épico”. Toneladas y toneladas de tejido ce-
rebral, procedente de ovejas y chanchos, tuvieron que ser trituradas y
procesadas para obtener sólo un miligramo de TRH digno de anali-
zar. Muchos rivales, relata el autor, abandonaron la brega, “incapaces
de soportar la inmensa cantidad de trabajo duro, aburrido, repetitivo
y oneroso que se requería”. Según lo explicó Schally con posteriori-
dad, “nadie antes había tenido que procesar millones de hipotálamos.
[...] El factor clave no es el dinero: es la voluntad, la fuerza brutal de
destinar sesenta horas a la semana durante un año para obtener un
millón de fragmentos”.

4. La regla de hierro

De regreso a los antiguos griegos, Strevens sostiene que disponían de


la poesía, de la música, del teatro, de la filosofía, de la democracia y de
las matemáticas, “siendo, cada cual, una expresión y una elevación de
la naturaleza humana”. La ciencia, por el contrario, exige a sus practi-
cantes la erradicación, “la supresión del más alto elemento de la natu-
raleza humana, la mente racional”. ¿Qué filósofo griego, añade, podría
haber supuesto que esta era la ruta hacia el conocimiento ilimitado
del mundo? “El misterio no es que la ciencia haya arribado tan tarde,
sino que, en cuanto a técnica de descubrimiento, alguna vez se hubiese
accedido a ella”. Hacia el final de The Knowledge Machine, concluye,
“habré respondido a dos preguntas, una filosófica y la otra histórica: 1)
¿cómo funciona la ciencia y por qué es tan eficiente?, y 2) ¿por qué la
ciencia se hizo presente tan a última hora?”.

Ante la interrogante filosófica, el autor afirma que lo que importa es un


concepto que él llama “la regla de hierro”. Y en referencia a la duda de
carácter histórico, aduce que “es la irracionalidad de la regla de hierro
la que la excluyó de la conciencia humana por tanto tiempo”. En bre-
ves palabras, la ley de hierro consiste en un par de postulados: 1) hay
que esforzarse por resolver todos los argumentos mediante pruebas
empíricas, y 2) para conducir una prueba empírica destinada a decidir
entre dos hipótesis hay que llevar a cabo un experimento, un experi-
mento cuyos resultados posibles puedan ser explicados por una hipó-
tesis mas no por otra. “La regla de hierro”, profundiza, “les da a todos
The Knowledge Machine 115

los científicos el mismo consejo en torno a lo que cuenta como experi-


mento u observación relevante, sin importar sus predilecciones intelec-
tuales, sus sesgos culturales o sus estrechas ambiciones. No pretende,
sin embargo, prescribir lo que hay que creer a base de tales análisis. Es
una regla para hacer más que para pensar”. Finalmente, debido a que
la regla impone un estándar granítico en relación a la generación de
evidencia empírica importante, las cuestiones de legitimidad quedan
zanjadas de una vez y para siempre.

5. Moral e intelectualmente frágiles

En un momento dado, Strevens afirma que los científicos “son demasia-


do polémicos y demasiado moral e intelectualmente frágiles como para
seguir algún método de manera consistente”. El académico percibe con
suspicacia las subjetividades hacia las que en ocasiones tiende la ciencia.
Tal vez el ejemplo más contundente de lo que denuncia se da cuando
las compañías patrocinan investigaciones con la intención de presentar
hechos que favorecen sus intereses. Sucede que, entre dos grupos de
científicos abocados a tal o cual asunto, uno costeado por la industria
y el otro no, “el que recibe apoyo empresarial tiene probabilidades con-
siderablemente mayores de alcanzar hallazgos comercialmente ganan-
ciosos, incluso cuando dicho grupo esté compuesto por investigadores
universitarios sin otra filiación al rubro que el mencionado”.

Los científicos contratados por Coca-Cola, PepsiCo y otras industrias


de bebidas soda han sido cinco veces más propensos que otros a en-
contrar que no hay vínculos entre el acto de beber gaseosas azucaradas
y la obesidad. Aquellos subvencionados por la industria del tabaco se
han mostrado siete veces más inclinados a concluir que el humo de
segunda mano no tiene efectos nocivos sobre la salud, “y mientras que
los investigadores no financiados por la industria farmacéutica que se
dedican a testear medicamentos nuevos pueden llegar a concluir que
las drogas tienen los efectos deseados en el 80 por ciento de los casos,
aquellos pagados por los creadores de las drogas llegan a un resultado
positivo casi el 100 por ciento de las veces”.

“¿Cómo es que la ciencia”, se pregunta el académico, “con todos sus


protocolos y procedimientos y manuales estadísticos, sigue siendo tan
116 Michael Strevens

maleable?”. Interrogantes hay varias, partiendo por las que siguen:


“¿Ignoran o subvierten deliberadamente los hombres de ciencia el
método científico, saludándolo en público, pero haciendo lo que sea
en privado para alcanzar sus fines? ¿O es el método científico en sí
una suerte de unicornio, un nombre para algo que en realidad no está
allí?”. Ninguna de las probables respuestas a estas dudas convence a
Strevens.

6. Popper y Kuhn, los baluartes

En una esquina del Gran Debate del Método figuran gente como el
propio Strevens y dos de sus más grandes inspiradores, Karl Popper
(1902-1994) y Thomas Kuhn (1922-1996), quienes se caracterizaron
por mantener posturas polémicas y disruptivas. El primero dijo alguna
vez que ninguna teoría podía ser probada definitivamente como cierta.
“Pero, en realidad, tenía una visión mucho más radical que la recién
mencionada: pensaba que, en relación a las teorías que aún no han
sido refutadas absolutamente, no tenemos razón alguna para creer en
una por sobre la otra. No se trata, incluso, de que nuestra mejor teoría
no pueda ser probada definitivamente; se trata, más bien, de que no
existe tal cosa como ‘la mejor teoría’, sino sólo como ‘una teoría super-
viviente’, y que todas las teorías supervivientes son iguales”. En suma,
la concepción de Popper apunta a que no tendría sentido intentar re-
copilar evidencia que apoye una teoría superviviente sobre las otras. En
su opinión, el científico debe convertirse en un refutador profesional,
en “un destructor”, en palabras de Strevens, pues, “bajo su percepción,
sólo si los hombres de ciencia se lanzan obsesivamente a la matanza de
cada especulación la ciencia progresará”.

Kuhn, por su parte, publicó en 1962 un libro telúrico, La estructura


de las revoluciones científicas: “Nada antes ni después ha tenido un im-
pacto comparable en la filosofía de la ciencia, nada ha alterado tanto
el curso del Gran Debate del Método”. En resumidas cuentas, Kuhn
estimaba que la ciencia alcanza un progreso capaz de alterar al mundo
únicamente debido a que los científicos son bastante incompetentes al
momento de cuestionar la autoridad intelectual. “Cualquier rama de
las ciencias –la microeconomía, la física nuclear, la genética– goza todo
el tiempo, según Kuhn, de un modo de pensar único y dominante que
The Knowledge Machine 117

él denomina paradigma”. El paradigma, prosigue Strevens, se cons-


truye en torno a una teoría de alto nivel que explica cómo funciona el
mundo, “por ejemplo la teoría de la gravedad de Newton o las leyes de
la genética de Mendel, pero a la vez contiene mucho más: identifica, a
la luz de la teoría, qué problemas son importantes, qué métodos son
maneras válidas de resolver los problemas importantes y qué criterios
determinan que una solución a un problema sea legítima”.

Hablar de “devoción ciega”, por lo tanto, es absolutamente real. Los


científicos, añade Strevens dilucidando a Kuhn, no siguen el paradig-
ma porque creen que esté bien sustentado sobre la evidencia, o porque
es la forma “oficial” de hacer las cosas, o porque está especialmente
bien fundamentado “o porque parece que bien podría valer un tiro al
voleo”. Nada de eso: suscriben al paradigma porque no pueden ima-
ginar hacer ciencia de otro modo. “Si se les confrontara con un para-
digma alternativo”, afirma Kuhn, “lo encontrarían incomprensible”.

7. Reacciones viscerales y regateos

En 1975, un joven antropólogo llamado Bruno Latour “se fue a vi-


vir entre los nativos de una inusual subcultura del sur de California.
Los sujetos de su estudio eran los investigadores que trabajaban en
las instalaciones del endocrinólogo Roger Guillemin”, el profesional
mencionado con anterioridad. Latour estuvo dos años dentro de “la
máquina del conocimiento” de Guillemin en el Salk Intsitute de San
Diego y observó situaciones sorprendentes. De partida, un laboratorio
no es un aparato, sino un organismo: su principal preocupación es la
supervivencia y la reproducción. Dicho de otro modo: si la preparación
de la evidencia pudo haberse guiado por regulaciones objetivas, la in-
terpretación de esta no seguía el mismo parámetro.

Los hombres de ciencia, anotó Latour, “recurrían a negociaciones loca-


les tácitas, cambiando las evaluaciones constantemente a través de ges-
tos inconscientes o institucionalizados”. Según Strevens, al momento de
decidir cómo las pruebas se relacionaban con la hipótesis que supues-
tamente debían probar, no se apelaba a reglas compartidas ni a crite-
rios objetivos, “sino que se generaban discusiones, reacciones viscerales,
regateos”. A manera de resumen de su experiencia, Latour escribió lo
118 Michael Strevens

siguiente: “Fuimos incapaces de identificar un compromiso explícito


con las normas de la ciencia”. Remata Strevens: “En el laboratorio de
Guillemin se daba mucho el acto de ponderar objetivamente los cerebros
y sus jugos, pero había poca ponderación de la evidencia pura y dura”.

Lo anterior en ningún modo es excepcional, ya que “así son las cosas a


lo largo y ancho del mundo científico”. El hematólogo James Zimring
describe la consternación de los investigadores novicios al enfrentarse
por primera vez con la realidad del laboratorio: “El trabajo que ellos y
sus compañeros hacían parecía ‘echado a perder’. Era caótico, no pro-
gresaba de forma lógica. A menudo, las racionalizaciones se arreglaban
luego de un hecho con el fin de testimoniar progresos”. Evidentemen-
te, esto se opone a una definición célebre del escritor y cirujano Atul
Gawande, quien sigue la línea demarcada por Popper: “Los científicos
pueden ser famosamente tercos, demasiado enamorados de sus teorías
favoritas, desdeñadores de pruebas nuevas e impertérritos ante su pro-
pia falibilidad. [...] Pero en cuanto a empeño comunitario, [la ciencia]
es hermosamente autocorrectora”.

8. Inmenso e innegable progreso

Difícilmente la ciencia puede corregirse a sí misma, añade Strevens,


si nadie les dedica ni la más mínima atención a los estándares de
corrección. Los creyentes en Latour señalan que en la ciencia no
existe el método. “No hay estructura o sistema que haga que la cien-
cia constituya un modo más objetivo, más válido y más inducido por
la verdad que cualquier otro para conocer el mundo”, argumentan.
Bajo esta premisa, el Gran Debate del Método sería una discusión
establecida sobre una ficción. “Esta es la tesis, apoyada por muchos
sociólogos e historiadores de la ciencia contemporáneos, que yo lla-
mo subjetivismo radical. Es la antítesis del metodismo”. Respecto de
la fuerza de los hechos empíricos, el autor cita al sociólogo Stanley
Aronowitz, quien piensa que “la ciencia se legitima a sí misma al
vincular sus descubrimientos con el poder, una conexión que deter-
mina (no sólo influencia) lo que cuenta como conocimiento fiable”.
Los hechos, en el fondo, son peones en un juego en el que “el equipo
más fuerte decreta lo que cuenta como verdadero”. Ni el enfoque de
Popper sobre la falsificación ni tampoco la seguidilla de paradigmas
The Knowledge Machine 119

tras paradigmas de Kuhn valen para estos subjetivistas radicales: los


científicos son demasiado humanos.

Aun así, Strevens les concede un punto a sus antagonistas: la ciencia


es efectivamente subjetiva. “Pero ellos no aciertan en su reclamación
adicional, a saber, que no hay nada que distinga a la ciencia del pen-
samiento ordinario o de la contemplación científica”. Esto explica-
ría, concluye, todo lo relacionado con el lioso asunto humano de la
investigación científica, “excepto lo que más importa: la gran oleada
de progreso que siguió a la Revolución Científica. Progreso médico,
progreso tecnológico y progreso en entender cómo todo cuelga junto,
cómo todo opera. Inmenso e innegable progreso que cambia la vida”.

9. Empirismo implacable

Si bien discrepaban abiertamente en muchos de sus postulados,


Popper y Kuhn coincidían “en aspectos excepcionalmente importan-
tes”, algo que Strevens celebra con entusiasmo. En primer lugar, “es-
taban en lo correcto al pensar que lo que hacía especial a la ciencia
–lo que distingue el pensamiento científico del pensamiento filosófico
que lo precedió– no es tanto la capacidad de generar nuevas teorías
sino la capacidad de descartar viejas teorías, removiéndolas perma-
nentemente del listado en curso de opciones viables de la humani-
dad”. Luego, atinaron al concluir que, en pos de explicar el poder
crítico de la ciencia, las formas de motivación propias son al menos
tan importantes como las herramientas lógicas propias. “Las herra-
mientas te dicen qué hacer con las pruebas, con la evidencia, pero
esto es inútil si no cuentas con la clase de datos adecuados, con in-
mensas cantidades de ellos”. Producirlos, continúa el autor, implica
en la mayoría de los casos una intensa y prolongada atención sobre
detalles de nimios, sin interés alguno.

De esta manera, la investigación científica requiere de algo para indu-


cir a los pensadores a consagrar sus existencias “a una empresa que en
su rutina diaria es trivial y en gran parte negativa”, desincentivándolos
de la “alternativa glamorosa”, que, a ojos de Strevens, vendría a ser
“la estrategia filosófica de inventar nuevas ideas y nuevos estilos de
pensamiento a cada instante”. Popper encuentra su motivación en el
120 Michael Strevens

inmenso apetito por la refutación que experimenta cada buen cientí-


fico. El estímulo de Kuhn es más sutil y a la vez más siniestro: “Los
investigadores kuhnianos individuales no son en modo alguno críticos.
Pero en su entusiasmo por exprimir hasta la última gota del poder
predictivo del paradigma, succionan la vida de él”. La implacabilidad
empírica es posible, tanto para Popper como para Kuhn, sólo porque
los científicos adhieren escrupulosamente a un método. “Para el pri-
mero”, concluye Strevens, “este método es universal, fijo para todos los
tiempos: la falsificación es el método científico. Para Kuhn, el método
está prescrito por el paradigma, y así este cambia cada vez que los
científicos revolucionarios imponen una nueva receta para conducir
sus investigaciones”.

10. Bacon preclaro

En 1618, sir Francis Bacon fue nombrado ministro de Justicia de In-


glaterra. El cargo le otorgó prestigio, estima y estatus, pues pasó a ser
un consejero de confianza del rey Jaime I. Pero tres años más tarde fue
denunciado por sus enemigos políticos y juzgado por cohecho. “Salvó
la vida”, informa Strevens, “pero no el honor, y se retiró en desgracia”.
De algún modo, sin embargo, durante aquel período breve y tumul-
tuoso “Bacon publicó uno de los libros más importantes jamás escri-
tos acerca de la investigación científica, el Novum organum, un modelo
para la máquina del conocimiento que iba a ser montada en las déca-
das siguientes de la Revolución Científica”.

Bacon admiraba profundamente a los filósofos griegos de la natura-


leza, aunque, a sus ojos, habían fallado ostensiblemente en sus empe-
ños, puesto que sus indagaciones, según apuntó, “iban en círculos por
siempre, con un progreso escaso, casi insignificante”. De modo que
“había que crear un nuevo comienzo a partir de las fundaciones más
básicas”. Así, complementa Strevens, las antiguas costumbres dieron
paso a un método novedoso para discernir la estructura profunda del
mundo natural.

El Novum organum recomienda la misma técnica para investigar cual-


quier fenómeno natural, “desde los rayos y la laringitis hasta la vida
misma: recopilar las condiciones bajo las que el fenómeno ocurre, las
The Knowledge Machine 121

condiciones bajo las que no ocurre, sus patrones de cambio, y luego


encontrar la hipótesis que explique el lote –las ocurrencias, las no ocu-
rrencias, la variación–. Esa es la hipótesis que estás buscando, la ver-
dad”. Esto es lo que Strevens denomina “la convergencia baconiana”,
es decir, “el proceso en el que los resultados de las pruebas empíricas
a largo plazo dan lugar, ante una pregunta dada, a un consenso sobre
la única teoría capaz de explicar todo lo que se ha observado: la ver-
dadera teoría”.

11. Los tres sueños de Descartes

Strevens nos invita luego a encontrarnos –o más bien a enfrentarnos–


con las ideas de René Descartes (1596-1650), el último de los grandes
filósofos de la naturaleza, el hombre que “ideó teorías de la materia y
su comportamiento que se ajustaban a un esquema idiosincrático de
explicación metafísicamente encadenadas al espíritu de su época”.

Cierta noche, Descartes tuvo tres sueños. Primero vino el pavor: espec-
tros, parálisis, un viento arrasador contra el cual no podía caminar ergui-
do. Después vino el poder puro: fuego y relámpagos. Finalmente soñó
con libros y conocimientos, con el comienzo de un viaje, con la unidad
de todo el saber. “Durante los días que siguieron, decidió dedicar su vida
a construir su maravillosa ciencia nueva. René Descartes se convirtió
en filósofo. En corto tiempo, dejó el ejército y la guerra. Vivió como un
recluso en Francia y en los Países Bajos por las siguientes tres décadas,
mientras Europa se devoraba a sí misma a su alrededor”. En soledad,
escribió de matemáticas, de física, de filosofía, de Dios, de la visión, del
pensamiento y, hacia el fin de su existencia, “de las pasiones del alma”.

Los puntos de vista cartesianos y aristotélicos difícilmente pueden ser


más diferentes. De acuerdo a Aristóteles, cada clase de materia tiene
un movimiento natural. El movimiento natural de la materia pesada,
de las cosas hechas de los elementos tierra y agua, es hacia el centro
del universo, “es decir, hacia el centro del globo en el que vivimos”. El
movimiento natural de las estrellas y los planetas, que están hechos de
un quinto elemento, “más cercano a la divinidad que el aire, el fuego,
la tierra y el agua”, es el círculo. “De este modo, el metal cae al suelo,
mientras que la Luna orbita a la Tierra eternamente; en ambos casos,
122 Michael Strevens

ellos hacen lo que está en su naturaleza hacer, sin ayuda”. Descartes


explica estos mismos movimientos “en términos de empujones y atro-
pellos. Incluso los planetas, puestos en su camino por Dios, requieren
la presión de otras partículas no vistas para mantenerse en sus sendas
circulares”. Plantear otra causa para el movimiento, pensaba con inge-
nuidad Descartes, era ignorar la verdadera ciencia.

12. Newton, el saboteador

Isaac Newton (1643-1727) es quizás el personaje del libro que mayor


admiración le concita a Strevens. A los 11 años de edad, el pequeño Isaac
era considerado el segundo peor alumno de su clase en el King’s School
de Gantham. “Sin embargo, en algún momento, y probablemente como
reacción al bullying del tercer peor pupilo del curso, se lanzó a los estudios
y a los libros, impulso que lo condujo al Trinity College de la Universidad
de Cambridge”. Como Descartes, Newton prefería la soledad. Pero, a di-
ferencia de este, jamás salió de su patria. De hecho, pocas veces abando-
nó los claustros universitarios. En 1687 publicó los Philosophiae naturalis
principia mathematica, obra también conocida como los Principia: “El
mundo no había visto nada antes similar al sistema de Newton. Tenía
la amplitud de la más ambiciosa de las físicas, como las de Aristóteles y
Descartes, y la exactitud matemática de la mejor astronomía, como la
de Ptolomeo y Kepler, si bien su núcleo podía anotarse en un puñado
de formulas simples: las tres leyes de movimiento de Newton y su ley
de gravitación universal. Mientras que Descartes sostuvo que toda la
causalidad física era por contacto directo, Newton apelaba a una ‘fuerza
de gravedad’ que tira a un objeto hacia otro objeto masivo, aparente-
mente sin mecanismo intermedio”. En fin, Newton destruyó las teorías
de Descartes y, al hacerlo, “acabó con el dominio de la filosofía sobre la
explicación científica, derrocando, de paso, al relativismo explicativo”.

Según el historiador de la ciencia Mordechai Feingold, “la ciencia


newtoniana se convirtió en el modelo a emular, la manifestación del
‘conocimiento superior’ que convocó a todos los otros saberes a reo-
rientarse bajo líneas similares”. Ser científico simplemente pasó a ser
newtoniano, agrega Strevens, y así la investigación de la naturaleza
cambió para siempre. “Las profundas percepciones filosóficas, como
aquellas que sostenían al sistema de Descartes, ya no fueron conside-
The Knowledge Machine 123

radas las llaves del reino del conocimiento [...]. Newton fue el sabotea-
dor, y de esta manera se convirtió en el arquitecto en jefe de la primera
gran innovación de la ciencia moderna”. Los científicos a su alrededor
y posteriores a él, concluye el autor, comprendieron el mensaje, uno
tras otro: “Tres siglos después, la simple concepción explicativa de la
regla de hierro continúa impulsando la ciencia hacia delante”. Aun así,
aclara para finalizar, “Newton no seguía la regla de hierro; de hecho,
no seguía doctrina alguna. Lo que lo guiaba era el instinto puro, una
singularidad de su psicología que lo hacía, a diferencia de sus pares del
siglo XVII, un compartimentarizador intelectual”.

13. Un aparato vetusto y trizado

Recapitulemos: fueron cuatro las innovaciones que dieron pie a la


ciencia moderna. 1) Una noción de poder explicativo en la que todos
los científicos están de acuerdo. 2) La distinción entre discusión cien-
tífica pública y razonamiento científico privado. 3) El requerimiento
de objetividad en la argumentación científica (en oposición al razona-
miento). 4) La exigencia de que la argumentación científica apele sólo
a los resultados de las pruebas empíricas (y no a la coherencia filosó-
fica o a la belleza teórica, ni a otros postulados de esta índole). Por su
parte, Newton iba tras el poder explicativo simple, es decir, tras “la
habilidad de obtener descripciones correctas de fenómenos a partir de
los principios causales de una teoría, sin importar la naturaleza última
de estos; sin importar, de hecho, su propia comprensibilidad”. Al así
actuar, el físico y matemático inglés dejó un ejemplo que sus sucesores
siguieron con gusto, de modo que el poder predictivo llegó a anular la
visión metafísica. Refiriéndose al estudio de la electricidad de Newton,
el historiador de la ciencia John Heilborn asevera que, confrontados a
elegir entre un modelo cualitativo considerado inteligible y una des-
cripción exacta carente de fundamentos físicos claros, los físicos más
importantes de la Ilustración prefirieron la exactitud.

La adhesión a dos rasgos de la regla de hierro puestos en práctica por


Newton (la prohibición de la argumentación científica basada en premisas
religiosas, filosóficas o no empíricas, sumada a la definición de las pruebas
empíricas en términos de una explicación causal simple) se expandieron a
lo largo y ancho de Europa, “precipitando una revolución, la Revolución
124 Michael Strevens

Científica, que convirtió al vetusto y trizado aparato antiguo de la filosofía


natural en la elegante maquinaria de creación de conocimiento que es la
ciencia moderna”. No obstante, el autor es claro en advertir que Newton
no luchó por la Revolución Científica por sí solo, pues varias otras figuras
destacadas de la filosofía natural del siglo XVII ayudaron a preparar el
camino para la regla de hierro. “Aunque la influencia de Newton fue la
decisiva, estos tenientes merecen un lugar en cualquier recuento del éxito
de la revolución. Haré una pausa para leer unos pocos nombres del listado
de honor”. Dicho esto, Strevens menciona, entre otros, a Galileo Galilei,
al pensador neerlandés Christiaan Huygens y una institución fundada en
1660 “que todavía prospera”, la Royal Society de Inglaterra.

14. La religión pierde fuerza

La guerra de los Treinta Años (1618-1648) transformó profundamente


a Europa: “De una compleja y movediza red de feudos vagamente afi-
liados, conectados por la observancia religiosa y la alianza dinástica, el
continente pasó a ser un mosaico de Estados-naciones unido por algo
bastante nuevo: el patriotismo y el interés nacional”. Aludiendo a la clá-
sica narración del conflicto escrito por la historiadora C. V. Wedgwood,
Strevens apunta a que los vocablos protestante y católico gradualmente
perdieron su vigor, mientras que las palabras alemán, francés y sueco ad-
quirieron estatus de “creciente amenaza”. La lucha entre la dinastía de
los Habsburgo y sus rivales dejó de ser el choque entre dos religiones y
se convirtió en la pugna de los países por un equilibrio de poder.

Dentro de estos Estados-naciones, agrega, la religión perdió fuerza en


cuanto a principio regente: “No es que la fe se haya debilitado entre las
masas; incluso entre los educados y los especulativos mantuvo su rígi-
do ascendiente, pero derivó en algo más personal, en algo entre el indi-
viduo y su Creador”. En suma, para propósitos cívicos, lo que impor-
taba era si tú eras inglés o francés. La Paz de Westfalia no condujo con
total claridad a la separación de la identidad política y religiosa, “pero
los nuevos principios organizadores eran evidentes para los miembros
de la intelligentsia, quienes los debatían con intensidad”.

Un ciudadano de fines del siglo XVII, explica Strevens, vivía bajo dos
regímenes diferentes: el espiritual y el civil. Para evitar el conflicto im-
The Knowledge Machine 125

plícito en servir a dos amos, la ley del Estado no debía prescribir la


religión, mientras que la ley de Dios no debía anular las prerrogativas
del Estado. “Las leyes de Dios y del hombre han de mantenerse sepa-
radas”, escribió Isaac Newton. El precio de la paz en Europa, concluye
el autor, “fue una bisección permanente del dominio moral en esferas
de obligación no superpuestas, Iglesia santa y Estado-nación, cada cual
con sus fundamentos propios y sus redes de operación separadas”. De
este modo, el siglo XVII estaba absolutamente preparado para la irrup-
ción de la regla de hierro, y cuando esta apareció sacó el mayor partido
posible de la situación: creó la ciencia moderna.

15. La intervención de Dios

La historia de William Whewell, el rector del Trinity College de la Uni-


versidad de Cambridge entre 1841 y 1866, es ilustrativa en relación a
lo que se viene hablando. Cuando en su época comenzaron a descu-
brirse fósiles a diestra y siniestra, Whewell vio ejemplos de especiación
a gran escala que, en su opinión, sólo podían explicarse por la interven-
ción de Dios. “Un completo entendimiento de la historia de la vida”,
tercia Strevens, “requeriría, por lo tanto, de un tratamiento unificado
de la geología, la biología y la teología”. No obstante, el hombre era
un seguidor de la regla de hierro desde su época de estudiante, por lo
que se negó a dispersar tal supuesto en su trascendente obra científica.
“El asunto parecía mal encaminado, incluso sin sentido, pero Whewell
superó sus reparos y se rindió al método científico”. Es por ello que
no hay sorpresa alguna en que nada similar a la regla de hierro hubiese
florecido en todos los siglos que abarcan las existencias de Agustín,
Avicena, Averroes y Aquino. “Incluso un pensador moderno temprano
como Descartes, viviendo en la cúspide da la Revolución Científica,
habría sido incapaz de tolerar la separación de la investigación empíri-
ca y teológica que comanda la regla de hierro. El poder y la supervisión
de Dios se entrelazan en la filosofía natural de Descartes de muchas
maneras”. En consecuencia, a pesar de los mejores esfuerzos de Bacon
y de otros radicales, la ciencia todavía se mostraba reticente a ser in-
ventada en la década de 1640.

Hoy por hoy, aduce el autor, alrededor de un tercio de los científicos


estadounidenses creen en Dios. Aun así, no se les pasa por la cabeza
126 Michael Strevens

que “sus compromisos espirituales permeen de cualquier manera sus-


tantiva sus investigaciones”. Aceptan, para todo propósito práctico, la
opinión del reputado biólogo Stepehn Jay Gould (1941-2002), quien
estipuló que la ciencia y la religión son formas legítimas de investi-
gación en dos temas completamente distintos, “magisteria que no se
superpone”. Strevens, por su parte, plantea una segunda opción: “Si
quieres entender el sentido de la vida, abraza sin dudarlo la religión.
Sin embargo, para entender los movimientos de los planetas y el origen
de las especies, todo lo que necesitas es la observación empírica”. Con-
secuentemente, complementa, para la gran mayoría de los científicos
contemporáneos no hay nada irracional, ni mínimamente, en el hecho
de que la regla de hierro excluya las consideraciones religiosas de los
argumentos científicos.

16. Cuchillo carnicero

Entre los puntos que más asombran del libro de Strevens figura su
insistencia en el rol que jugó la irracionalidad en la creación de la
ciencia moderna (de hecho, tal convicción explica el subtítulo del
libro, ‘Cómo la irracionalidad creó la ciencia moderna’). De buenas
a primeras, el asunto podría parecer peliagudo o, al menos, confuso,
pero el profesor neozelandés tiene muy claro hacia dónde apunta.
Un científico racionalista como Popper, afirma, “podría considerar la
regla de hierro, con su exaltación de las pruebas empíricas, como un
instrumento brillante de la razón que aleja a la teología entrometida,
a la filosofía incompetente y a una debilidad sentimental por la be-
lleza –no sin dolor, tal vez, pero con una lógica inexorable que nadie
podría resistir justificadamente”.

En cambio, Strevens propone que la cirugía torpe de la regla viola los


principios de la racionalidad. Parte de lo que la operación remueve,
continúa, nos deja a todos contentos de que se elimine, pero va dema-
siado lejos, y lo hace de un modo particularmente simple y desconsi-
derado: “Impone una prohibición a granel sobre todas las formas de
pensamiento no empírico, sin importar cuán juiciosas sean, sin impor-
tar su trayectoria, sin importar qué tan bien ensamblen con la obser-
vación empírica”. En su opinión, la regla se enfrenta al pensamiento
humano “con un cuchillo carnicero, no con un escalpelo lógico”. Y,
The Knowledge Machine 127

claro, el progreso obtenido tras esta carnicería le parece innegable. Lo


suficiente como para rematar con que “la regla de hierro puede for-
zar la irracionalidad sobre la argumentación científica, pero hablamos
de una irracionalidad estratégicamente brillante, que manipula a sus
súbditos humanos hacia un compromiso vehemente con el detalle em-
pírico que hace que la ciencia moderna sea una máquina creadora de
conocimiento tan formidable”.

Este prodigio se alcanzó por medio de los mismos cerebros que la raza
humana ha tenido por decenas de miles de años, con las mismas he-
rramientas culturales que han sido parte de la humanidad por muchos
siglos antes de la aparición de la ciencia: la filosofía, la lógica y las
matemáticas, los sistemas de pesos y medidas, el Estado de derecho
y la división del trabajo. “Evidentemente, ninguno de ellos fue sufi-
ciente por sí mismo para echar a andar la Revolución Científica. Algo
más tuvo que haber encendido la chispa”. Si la interpretación de The
Knowledge Machine acerca de cómo opera la ciencia está en lo correc-
to, añade su autor, entonces la innovación decisiva de la Revolución
Científica fue la regla de hierro de la explicación. “El estrechamiento
del discurso que exige la regla equivale a una demanda de irraciona-
lidad flagrante, una exigencia que durante mucho tiempo constituyó
un bloqueo mental inamovible para que la voluntad de los hombres la
tomase en serio”.

17. Dos culturas aparte

Son numerosos los escritores, advierte Strevens, que se lamentan de


aquello que, en la era de la ciencia contemporánea, parece ser un di-
vorcio de facto. El químico y novelista C. P. Snow (1905-1980), por
ejemplo, declaró con estrépito en 1959 que la ciencia y las humanida-
des se habían distanciado al punto de que constituían culturas aparte,
cada una vastamente ignorante de los contenidos y los métodos de la
otra. “Snow deploraba tal situación. Su ideal era un pensador dialo-
gante, si bien no experto, capaz de abarcar todas las ramas del conoci-
miento humano y de la invención”.

El mismo sentimiento expresó Stephen Jay Gould en un libro referido


al tema, Érase una vez el zorro y el erizo. Las humanidades y la ciencia en el
128 Michael Strevens

tercer milenio (2003). “El propio Gould se habría sorprendido, de haber


vivido para leerla, de que el también biólogo y su compañero sparring,
E. O. Wilson (1929), llegase a una conclusión similar en la frase culmi-
ne de El sentido de la existencia humana (2014): “Si el poder heurístico
y analítico de la ciencia pudiera unirse con la creatividad introspectiva
de las humanidades, la existencia del hombre adquiriría un sentido
infinitamente más productivo e interesante”. Conclusión de Strevens:
“¿Quién podría dejar de conmoverse con esta visión? Pero, claro, la-
mento informarte que es demasiado encantadora para ser verdad”.

18. Subjetivismo y cambio climático

A Michael Strevens le preocupa que no existan entidades sólidas ante


asuntos tan “nefastos” como el cambio climático. El principal intérprete
de la emergencia ambiental es el Panel Intergubernamental del Cambio
Climático (IPCC, por sus siglas en inglés), organización a cargo de las
Naciones Unidas. El panel reúne a científicos de todas partes del mundo
para participar en grupos de trabajo que producen reportes de evaluación
dados a conocer cada pocos años. El objetivo de los informes es resumir
el estado del conocimiento científico en torno al clima. Entre otras co-
sas, aclara el autor, “les asignan niveles de confianza a las hipótesis, tal
vez adjuntándoles ‘confiabilidad media’ a una y ‘muy alta confiabilidad’
a otra. También decretan probabilidades a eventos particulares –como
por ejemplo un incremento de tres grados Celsius en el promedio de la
temperatura global hacia el año 2050, o un aumento de doce centímetros
del nivel del mar hacia 2100– utilizando expresiones como más probable
que no, probable, muy probable y así sucesivamente”. Del mismo modo,
asegura Strevens, “los gobiernos de Estados Unidos, Gran Bretaña y de
otros países han convocado a comités de expertos durante la crisis del
covid-19 para extraer predicciones, lo mejor que pueden, a partir de una
desconcertante variedad de modelos epidemiológicos contradictorios”.

Dejando de lado la expertise y el trabajo duro de sus miembros, “el


IPCC no puede determinar lo que dice la ciencia. La ciencia no tie-
ne puntos de vista determinados”. Los números del organismo son
creados, “tal como todos estos números deben serlo”, integrándole al
registro científico un conjunto de clasificaciones de plausibilidad. “Y
aunque el IPCC aspira a utilizar un rango de clasificaciones que refleje,
The Knowledge Machine 129

en algún sentido, el centro de masa de la opinión científica, estas son


de todas maneras subjetivas: no derivan de la evidencia objetiva, sino
que más bien son lo que hay que añadir a la evidencia para inducirla a
que comience a hablar”. Con el propósito de probar su punto, Strevens
cita a Stephen Schneider, un reconocido autor de varios de los reportes
del IPCC, quien sostiene que, “si nos importa el futuro, tenemos que
aprender a involucrarnos con los análisis subjetivos”.

19. Trampa atenazadora

Hacia el final de The Knowledge Machine, Strevens infiere que, tras ha-
ber luchado tanto para crear el artilugio que le confiere el título a su
libro, es hora de que la raza humana se beneficie cuanto más pueda
de esta máquina del conocimiento. “La ciencia empírica es una bestia
aburrida, pero al no sentir dolor ni conocer el miedo puede hacer algo
que nosotros, con nuestras mentes refinadas y delicadas sensibilidades,
tan dadas a la distracción, no podemos. Hocico al suelo, es ajena a las
preocupaciones políticas y personales de los individuos científicos, y
deja atrás sus equipajes culturales y sus mezquinos intereses”. Esta
magnífica cualidad obtusa, prosigue, puede mostrarnos el camino ha-
cia una felicidad sustentable.

Sin embargo, la promesa recién expresada viene acompañada de un costo


y de un compromiso. “El costo es la irracionalidad: la criatura abando-
na el equipaje sin importar su valor. El compromiso es la ambivalencia:
hasta que se alcance la convergencia baconiana, la ciencia no hace juicios
acerca de lo que señala la evidencia, crean lo que crean los científicos
en cuanto personas”. A la irracionalidad de la ciencia, asegura el autor,
la toleraremos, e incluso le daremos la bienvenida si es que le otorga
mayor fuerza al monstruo. Pero para una sociedad en busca de respues-
tas, la ambivalencia es algo más desalentadora: “El clima ha enloquecido.
Poblaciones completas están migrando. Las enfermedades exóticas –el
ébola, el sida, el sars, el mers, el zika, el covid-19 que nos asola mientras
escribo– se transmiten desde los animales a los humanos en cada gene-
ración. La tecnología disminuye en tamaño y crece en poder como una
trampa cada vez más atenazadora. Hemos mimado y elogiado a la má-
quina del conocimiento, le hemos dado la autonomía que ha necesitado
para crecer. Ahora desesperadamente necesitamos su consejo”.
The
Business
of Chang-
ing the
World
Raj Kumar
Nota de la edición

Varias de las obras de caridad y beneficencia más reconocidas y admira-


das en el mundo forman parte de un pasado medieval. Eso establece el
autor indio-estadounidense Raj Kumar en un libro repleto de informa-
ción provocadora e insospechada que lleva por título una evocación diná-
mica: The Business of Changing the World. How Billionaires, Tech Disrupters,
and Social Entrepreneurs Are Changing the Global Aid Industry (‘El negocio
de cambiar el mundo. Cómo los multimillonarios, los creadores de tec-
nologías disruptivas y los empresarios sociales están cambiando la indus-
tria de la ayuda internacional’). En sus páginas, Kumar –él mismo un
conocido empresario social– afirma que “la nueva industria humanitaria
deja ver la clase de ambiciones que comúnmente asociamos a compañías
de Silicon Valley”. Contrario a los orfanatos y entusiasta de iniciativas
como la de Bill y Melinda Gates, Kumar critica de pasada a Jeff Bezos, el
hombre más rico del mundo y CEO de Amazon, puesto que no percibe
en él un compromiso real con el altruismo. Las celebridades tampoco se
salvan de sus dardos (Madonna, por ejemplo, no sale bien parada en su
recuento). El año 2000, Kumar fundó una plataforma online con fines
comunitarios, pero en ese entonces nadie en el ámbito corporativo dio
un peso por la iniciativa. En la actualidad, Devex es el mayor proveedor
de servicios de reclutamiento y desarrollo empresarial para el desarrollo
global: “Nos invitan a moderar seminarios en Davos, a contratar traba-
jadores para el Programa Mundial de Alimentos de la ONU [la entidad
que acaba de ganar el Premio Nobel de la Paz] y a aconsejar a las fun-
daciones corporativas de Fortune 100 acerca de cómo operar con mayor
eficiencia sus recursos”. Evidentemente, Kumar no es un anticapitalista.
Por el contrario: cree que una nueva clase de multimillonarios, dispues-
ta a donar casi el monto total de sus fortunas, si es que no todo, está
provocando alteraciones telúricas en el campo de la filantropía. Kumar
también demuestra que regalar dinero en efectivo a los más pobres, sin
compromiso alguno, es una práctica que funciona, lo cual viola abierta-
mente nociones y prácticas tradicionales asentadas en su rubro por déca-
das. Otro punto interesante del estudio es que cada vez hay más inversio-
nistas privados que esperan recibir dividendos si el programa al que han
contribuido cumple sus metas. Semanas atrás, el director del Centro de
Estudios Públicos, Leonidas Montes, denunció en una columna publi-
cada en El Mercurio que en nuestro país “no se promueve ni se incentiva
la filantropía. Al contrario, se entorpece”. Algunas soluciones en torno al
dilema planteado por Montes se encuentran en este libro.
The Business of
Changing the World
Beacon Press | 2019 | 256 páginas

Raj Kumar es el presidente fundador y editor en


jefe de Devex, una plataforma online dedicada a los
quehaceres de la comunidad del desarrollo global.
Según The Washington Post, Devex es a la ayuda
humanitaria lo que el sitio noticioso Bloomberg
es al sector financiero. Kumar ejerce como
inversionista activo en startups innovadoras y forma
parte del Council on Foreign Relations y de la
Clinton Global Initiative. En el pasado, presidió el
consejo humanitario del Foro Económico Mundial.
The Business of Changing the World 133

Basta de buenas intenciones

1. La aguja del estatus social

En 1987, la revista Forbes publicó su primer ranking de milmillonarios:


en el mundo existían 140 personas que tenían al menos mil millones
de dólares. De ellas, 44 procedían de Estados Unidos y sólo una de la
India. Treinta años después, en 2017, Forbes calculó que había 2.043
milmillonarios en el planeta –565 en Estados Unidos y 101 en la In-
dia–, cuya riqueza alcanzaba en conjunto 7,6 billones de dólares. Se-
gún sostiene Raj Kumar, el autor de The Business of Changing the World
(‘El negocio de cambiar el mundo’), “con una economía global que
beneficia a los más ricos entre nosotros, los activos de los milmillona-
rios aumentan rápidamente, por sobre el 300 por ciento desde la Gran
Recesión de 2008”. Sólo en 2017, las 500 personas más ricas del glo-
bo, sumadas, vieron crecer sus fortunas en un billón de dólares. “Estos
individuos podrían donar todo ese monto de dinero sin sufrir ningún
impacto material negativo en su seguridad financiera o en sus estilos
de vida. Incluso regalando un billón de dólares no estarían cumpliendo
con la exhortación de ‘dar hasta que duela’”.

Los datos que aporta Kumar no apuntan a denunciar la avaricia o


la acumulación de dinero obscena por parte de los más adinerados
del orbe. Si bien estima que, “desafortunadamente, la mayoría de las
personas más pudientes no ha puesto en práctica el enfoque de Bill y
Melinda Gates, quienes han hecho donaciones por sobre los 35 mil
millones de dólares y todavía poseen activos por otros 90 mil millones,
ni tampoco han actuado como Cari Tuna y Dustin Moskovitz [nos re-
feriremos a ellos en los acápites 9 y 10]”, la tendencia está cambiando
a pasos agigantados en la actualidad. La decisión de donar grandes
sumas de dinero a una causa que fomente el bien social, prosigue, se
134 Raj Kumar

está convirtiendo rápidamente en una suerte de moda. “Es un signo


de los tiempos: con la cantidad de riqueza existente hoy en el planeta,
adquirir otra isla privada u otro megayate en realidad ya no mueve
la aguja del estatus social. Lo que verdaderamente concita atención,
fama, respeto admiración y la posibilidad de dejar un legado positivo
es hacerse cargo de alguno de los grandes problemas universales, como
vencer la extrema pobreza o erradicar una enfermedad”.

2. Industria medieval

Raj Kumar no pasaba por tribulaciones laborales en 1999: con 23 años


de edad, ejercía de voluntario en la oficina de prensa de la Casa Blanca
mientras aún era alumno de relaciones internacionales en la Univer-
sidad de Georgetown. Luego trabajó en campañas políticas y terminó
como director de una consultora asociada al Partido Demócrata en
Manhattan, cuyos clientes incluían a Michael Bloomberg y a Bill y
Hillary Clinton. Pero, según confidencia en el prólogo de su libro, “me
encontraba inquieto, pues, en mi interior, sabía que compartir datos de
acciones con los inversionistas y dar consejos de campaña a candidatos
ricos no era realmente a lo que quería dedicarme”. En consecuencia,
abandonó ese ambiente y se inscribió en la Escuela Kennedy de la
Universidad de Harvard, con la intención de obtener allí un posgrado
en políticas públicas que le aclarara la mente en cuanto a qué hacer
para mejorar las condiciones de vida de los más pobres en los países
más necesitados. Sin experiencia en la materia, el autor albergaba, no
obstante, una preconcepción clara: “Yo era un novato, pero de súbito
se me hizo evidente que aquí teníamos una de las industrias más rele-
vantes del mundo [la de la ayuda humanitaria internacional] atascada
en la Edad Media”.

Cierto día, estando en Harvard, Kumar le comunicó a Joe Nye, el en-


tonces decano de la Escuela Kennedy y célebre por haber desarrollado
un concepto clave en las relaciones internacionales (el ‘poder blando’,
o soft power), cierta idea en la que venía empeñándose hacía tiempo:
poner en marcha una plataforma digital, Devex, que se enfocara en el
emprendimiento comunitario. “Para mi sorpresa, Nye me instó a que
abandonara los estudios de inmediato y persistiera con la iniciativa”.
Desde el comienzo, en el año 2000, Kumar consideró que Devex era
The Business of Changing the World 135

un negocio con una misión social. “Tratábamos de decir ‘empresa so-


cial’, pero nadie en aquellos días tenía idea de lo que eso significaba.
Esta fue la gran razón de por qué casi todos los inversionistas con los
que me reuní, y literalmente cada empresa de capital de riesgo con
la que hablé, nos respondieron con un ‘no’ rotundo”. En la actuali-
dad, Devex cuenta con más de cien funcionarios contratados a jornada
completa alrededor del mundo, quienes llegan a una audiencia de más
de un millón de profesionales del rubro.

3. Desafío a Washington, Londres y Bruselas

The Business of Changing the World es uno de los análisis más comple-
tos y comprometidos hasta ahora publicados en torno a las nuevas
formas de operar y a los desafíos futuros de una actividad cuya escala
es enorme: cada año se destinan sobre 200 mil millones de dólares en
asistencia a las poblaciones y a los países más pobres del mundo. En
opinión de Kumar, siete décadas después del Plan Marshall y del na-
cimiento de instituciones como la Unicef, el Banco Mundial y Oxfam,
“la industria humanitaria pasa por un momento clave. Los multimillo-
narios filántropos, los creadores de tecnologías disruptivas y los em-
prendedores sociales están revolucionando este quehacer de maneras
que acarrean consecuencias para todos nosotros”.

La nueva industria humanitaria, asegura el experto, deja ver la clase de


ambiciones que comúnmente asociamos a compañías de Silicon Valley,
como Uber, Facebook o Tesla. Una confluencia de tendencias tecnoló-
gicas relacionadas entre sí –la mayor conectividad a internet, la identi-
ficación biométrica y la banca móvil– permite llegar directamente a los
más necesitados y obtener resultados en tiempo real acerca de lo que
funciona y lo que no. “Quienes reciben la ayuda están adoptando expec-
tativas de clientes, mientras que los donantes esperan rendimiento, no
información repleta de buenas intenciones sobre cuánto dinero fue gas-
tado en un colegio o cuántas medicinas se distribuyeron”. Hoy por hoy,
concluye el autor, “la industria humanitaria –antaño un club cerrado y
formado principalmente por profesionales extranjeros– se está convir-
tiendo rápidamente en una industria global en la que las startups y los
emprendedores sociales desafían el poder y la influencia de las organi-
zaciones internacionales afincadas en Washington, Londres y Bruselas”.
136 Raj Kumar

4. Dar hasta que duela

Al proporcionar dinero y ayuda a los extraños, aduce Kumar, la gente


se siente estimulada por la intención de hacer el bien y, a menudo, es-
pera recibir un reconocimiento a cambio. El vocablo caridad, comple-
menta enseguida, procede del término griego agape, que alude al amor
incondicional por nuestros semejantes. “En otras palabras, el concepto
de caridad consiste en gran medida en el donante. Es ‘nuestro’ sueño y
proviene ‘de parte de nosotros’. Es un signo de ‘nuestro’ amor: las bue-
nas personas que hacemos un sacrificio para socorrer a otros”. Cuando
todo gira en torno al sacrificio, añade, no es sorprendente que la can-
tidad que donamos se equipare de algún modo con el amor que senti-
mos por los necesitados y, en última instancia, sugiere qué tan buenos
somos. “Asistí a un colegio católico [el autor nació en la India, hijo de
padre indio y madre estadounidense de ascendencia judía, país donde
pasó parte de su infancia antes de que su familia se radicara en Estados
Unidos] y recuerdo bien cuando un sacerdote, mister Cassidy, acudió a
nuestro curso y recalcó precisamente este punto. La verdadera caridad,
dijo, consiste en ‘dar lo que te hace falta’, dar tanto hasta que doliera.
Esta actitud es la que hoy está siendo puesta patas para arriba”.

La vieja ayuda sostenía: “den cosas gratis”. La nueva ayuda sostiene: “en
donde haga sentido, den cosas gratis, pero háganlo de una manera específi-
ca, dirigida”. La vieja ayuda decía: “lleguen desde fuera con la Gran Idea”.
La nueva ayuda dice: “pregúntenles a los locales qué los afecta. Óiganlos.
Y entonces provean apoyo para sus propias ideas, que por lo común son
más pequeñas, más graduales y más realistas”. La vieja ayuda dictaminaba:
“socorran a la víctima”. La nueva ayuda dictamina: “respalden a la fuerza
que sea más poderosa en el momento de cambiar la vida de un individuo”.

5. El fin de la caridad

El experto distingue tres rasgos que marcan el cambio trascendental en


su oficio, un cambio que ciertamente expresa el fin de la caridad uni-
versal según la conocíamos hasta ahora. En primer lugar, “el campo de
acción ya no está dominado por una pocas y enormes entidades ex-
tranjeras ni por las filantropías establecidas; la era actual tiende a una
competencia más abierta”. Hoy existen nuevos jugadores, incluyendo
The Business of Changing the World 137

“agresivos milmillonarios filántropos”, empresas con fines lucro e inver-


sionistas “que quieren ganar dinero y hacer el bien”, “compañías ‘com-
pras uno, dono uno’”, sitios online de financiamientos colectivos, ini-
ciativas sociales diversas y un sinfín de pequeñas startups. También han
surgido nuevas asociaciones, algunas de ellas con corporaciones de peso
y otras con fondos de pensiones y con inversores comunes y corrientes.

En segundo lugar, ha ocurrido un giro desde un modelo de venta mayo-


rista a un modelo de venta al por menor. “El primero de ellos visualizaba
al proyecto de ayuda como la principal ‘unidad de actividad’”. Los pro-
gramas de asistencia humanitaria a gran escala, aquellos de varios años,
diseñados para alcanzar a poblaciones completas en un período de tiempo
determinado y bajo un presupuesto definido, “cumplen su misión a través
de una cascada de contratistas, subcontratistas, concesionarios y consulto-
res independientes [...]. Ahora el individuo necesitado, no el proyecto, ha
pasado a ser la principal unidad de actividad”. Con creciente frecuencia,
la industria humanitaria actual dirige fondos y adapta programas a perso-
nas y comunidades específicas. “Estos planes se configuran a la manera en
que lo haría una multitienda. Están concebidos para reaccionar y reiterar
basándose en el feedback del cliente. Esto es parte de la tremenda transfor-
mación que tiende a ver a los receptores de la ayuda como ‘clientes’, en vez
de como ‘beneficiarios’ sin voz ni nombre”.

En tercer lugar, Kumar estima que el énfasis puesto en averiguar y en


recompensar aquello que rinde “fomenta nuevos enfoques creativos
destinados a resolver los problemas más acuciantes del mundo”. Los
acercamientos novedosos van mucho más allá del análisis económico
asociado por lo general a los proyectos de ayuda humanitaria tradicio-
nales, y recurren a la ciencia del comportamiento del hombre, al di-
seño centrado en el ser humano y a la teoría de sistemas. “Entregarles
resultados a los sujetos más pobres del planeta implica hoy por hoy
otros modos de entender la pobreza, el hambre, la enfermedad, la falta
de educación y diferentes males sociales –y qué hacer con ellos”.

6. Plata caída del cielo

En 1969, siete años antes de recibir el Premio Nobel de Economía,


Milton Friedman planteó por escrito un experimento que “sonaba alo-
138 Raj Kumar

cado”: arrojar desde un helicóptero mil dólares en billetes sobre una


comunidad cualquiera. “Sólo era una idea para acuciar el pensamiento
ajeno”, explica Kumar, “y en tal sentido funcionó: hoy existe un de-
bate en curso acerca de si un programa hipotético para lanzar dinero
desde un helicóptero podría evitar la deflación alentando a la gente a
gastar dinero”. Ben Bernanke, el ex presidente de la Reserva Federal
de Estados Unidos, también mencionó la ocurrencia en 2002 y desde
entonces se le conoce como “Helicóptero Ben”.

El asunto quedó en eso, en una abstracción, hasta que cuatro jóve-


nes economistas de Harvard y del MIT, quienes estudiaron a fondo el
tema de la filantropía durante el año 2009, concluyeron que demasia-
das iniciativas benéficas ofrecían pocas o ninguna prueba de impacto
real. Entonces pensaron que una nueva tecnología, la del dinero móvil,
podía aportar una solución de mayor alcance. “La primera vez que
explicaron su gran proyecto –regalar importantes sumas de dinero, sin
compromiso alguno, a personas que viven bajo la pobreza extrema– la
gente se rio en sus caras”.

No obstante, persistieron y fundaron Give Directly (‘Da directamente’),


una organización que opera de la siguiente manera: utilizando imágenes
satelitales, la entidad distingue a la distancia a los necesitados que ha-
bitan áreas rurales en casas con techo de paja (Give Directly determinó
que los hogares con techumbre de latón son un buen indicador de cir-
cunstancias económicas ligeramente superiores). Luego, les envía a los
moradores una cantidad considerable de dinero, “a través de los celula-
res, no de un helicóptero. Coincidentemente, la agrupación distribuye
alrededor de mil dólares por vivienda, un monto que representa algunos
años de ingresos anuales para la mayoría de los destinatarios”.

7. El buen vestir de Penekas

Give Directly ha canalizado más de cien millones de dólares a los


pobres de África, sumas que provienen de donantes como Google o
Good Ventures (‘Buenas empresas’). Cualquiera puede acceder a su
página web y hacer un aporte, y el costo general de funcionamiento es
bastante bajo. “El modelo”, expresa Kumar, “es relativamente fácil de
replicar a escala y puede seguir creciendo a medida que sigan existien-
The Business of Changing the World 139

do personas carentes de efectivo. Una de las innovaciones más pode-


rosas que ha aportado Give Directly a la industria de la ayuda huma-
nitaria es compartir la voz de sus clientes, la gente a la que sirve”. Hay
quienes reportan haber utilizado la plata para arreglar sus residencias,
otros para pagar la dote matrimonial de sus hijas. Y tenemos el caso de
Penekas, un hombre de 25 años de Uganda, que dejó este testimonio:
“Mi vida ha cambiado en cuanto a que me visto bien y luzco como un
hombre, a diferencia de antes de recibir la transferencia”. Del mismo
modo que uno utiliza aplicaciones para contratar un viaje en el auto de
otra persona o se comunica con el mundo a través de 140 caracteres,
concluye Kumar, “Give Directly fue una idea difícil de creer que en
última instancia demostró ser transformadora”.

El rasgo esencial de lo anterior, “lo verdaderamente reformador”, es


que la organización practica la ayuda humanitaria al por menor. Quien
sea puede aportar recursos y Give Directly determina quién los nece-
sita. Todo el proceso es transparente. Kumar piensa que, con toda pro-
babilidad, va a fluir mucho más dinero a estos sistemas al por menor,
que fundamentalmente cambian la relación entre donantes y recepto-
res. “Los programas convencionales de ‘adopta un niño’ operados por
las grandes obras de caridad han estado entre nosotros por décadas,
pero esto es diferente: más auténtico, más transparente y más directo,
todo al mismo tiempo”.

8. La nueva clase de filántropos

Para el autor no implica sorpresa alguna que la industria humanitaria


tradicional se muestre escéptica ante propuestas como la de Give
Directly. “Los profesionales del desarrollo global”, argumenta, “han
asumido por demasiado tiempo que la gente pobre a la que se le
entrega dinero sin compromisos lo gastará en alcohol o en trabaja-
doras sexuales. De hecho, esta industria se sustenta, en parte, sobre
la premisa de que regalar plata no funciona y que incluso podría
ser contraproducente”. Es la suposición, continúa, que ha guiado al
establishment de todas aquellas organizaciones de asistencia que pro-
veen entrenamiento y educación, mejorando los sistemas de salud y
las cadenas de suministros, resolviendo la discriminación de género y
luchando por los derechos humanos.
140 Raj Kumar

Kumar estima que dentro de los factores que han contribuido a la


revolución de la filantropía clásica ninguno ha tenido un mayor im-
pacto que el surgimiento de milmillonarios filántropos como Dustin
Moskovitz y Cari Tuna, Bill y Melinda Gates, George Soros y Michael
Bloomberg, y tantos otros. Todos forman parte de lo que él llama “la
nueva clase de filántropos”, y todos han adherido a The Giving Pledge
(‘La promesa de dar’), el programa iniciado en 2010 por los Gates y
Warren Buffet, el tercer hombre más rico del mundo en 2017 según
Forbes, tendiente a que los multimillonarios estadounidenses se com-
prometan de manera honrosa a donar la mayor parte de sus fortunas a
obras de carácter solidario.

Respecto de la Fundación Bill & Melinda Gates, Kumar se muestra


enfático: “Hoy es por lejos la operación de caridad más sofisticada
del mundo y –pienso que no es descomedido decirlo– también en la
historia completa de la ayuda humanitaria. La Fundación Gates es,
casi hasta el exceso, todo sobre estrategia, indicadores de rendimiento
clave y datos. Es disruptiva, pues no sólo reparte dinero a sus pro-
pios proyectos, sino que además forma alianzas con otras fundaciones
y organizaciones de ayuda, e influye sobre la agenda política. Bill y
Melinda Gates son como jefes de Estado, claro que con más poder que
la mayoría de ellos”.

9. Importancia, descuido, ductilidad

Dustin Moskovitz fue uno de los fundadores de Facebook y Asana, y


en 2010 Forbes lo declaró “el milmillonario más joven del mundo”.
Cari Tuna, su pareja, fue reportera del Wall Street Journal en San Fran-
cisco y actualmente es la presidenta de Good Ventures. Ambos se defi-
nen como “altruistas eficaces”, es decir, personas que desean maximi-
zar el bien que pueden hacer. En conjunto, poseen alrededor de 12 mil
millones de dólares, pero son conocidos por vivir de manera simple:
“Comparten el mismo auto usado, van al trabajo en bicicleta o en bus
si pueden y vuelan en clase turista cuando viajan, lo que ocurre a me-
nudo. Viven en un departamento de dos habitaciones en Silicon Valley
y sus poco llamativos hobbies incluyen caminatas juntos y la práctica del
yoga”. Good Ventures, prosigue Kumar, también cultiva un perfil bajo.
La fundación no posee trabajadores contratados a jornada completa,
The Business of Changing the World 141

sino que externaliza su administración al Open Philanthropy Project,


un grupo al cual financia y que se dedica a encontrar las oportunidades
de ayuda más efectivas, tanto las propias como las de otros donantes
de peso. A la vez, Good Ventures costea los gastos de Give Well (‘Dar
bien’), un sitio web que asesora a las personas acerca de cómo hacer
las donaciones más eficientes en función de los costos. Las tres organi-
zaciones operan bajo un mismo techo.

A Kumar le parece que esta asociación es muy notable en su enfoque,


“pues no se ha comprometido con una meta en muchos sentidos inal-
canzable, como curar el alzhéimer o terminar con el matrimonio infan-
til”. En cambio, apuesta por apoyar varias iniciativas, seleccionadas a
base de tres criterios: el proyecto debe demostrar “importancia”, o sea,
debe ser significativo en su contribución a que la humanidad prospere.
Luego ha de tener un aura de “descuidado”, lo cual implica que el área
tiene que estar mal financiada o subestimada por otras fuentes de patro-
cinio. Finalmente, debe poseer “ductilidad”, vale decir, debe consistir
en algo que pueda resolverse a través del otorgamiento de subvenciones.

10. Fanáticos del bien

En palabras del autor, Tuna y Moskovitz son “fanáticos del bien”: ana-
lizan cada detalle y exprimen cada idea para asegurarse de cumplir sus
objetivos a cabalidad. Uno de los fundamentos centrales del “altruis-
mo eficaz” es priorizar la ayuda a otros ahora, en el presente, en lugar
de legar dinero una vez muerto, “razón por la que esta joven pareja
hizo un compromiso inusual: declaró públicamente que regalará casi
toda su riqueza en vida”. En 2017, sus donaciones ascendieron a 314
millones de dólares, más de una vez y media de lo que repartió la Fun-
dación Rockefeller.Y al paso actual, comenta el autor, este matrimonio
poco conocido podría donar anualmente, dentro de una década, tanto
como la Fundación Ford, la mayor en su especie del siglo pasado.

La Fundación Ford, creada con la riqueza de Henry Ford en 1936, gasta


hasta el 20 por ciento de su presupuesto en su funcionamiento general.
En la década pasada, informa Kumar, distribuyó alrededor de 4 mil mi-
llones de dólares y destinó cerca de 1.000 millones para cubrir sus costos
de operaciones. Ford cuenta con cuatrocientos empleados. En contraste,
142 Raj Kumar

las Bloomberg Philanthropies, que otorgan más o menos el mismo mon-


to de dinero al año, dispone de cerca de cien trabajadores.

Tuna y Moskovitz poseen la misma riqueza que el legado de Ford (12


mil millones de dólares). “Y sus inversiones son casi con certeza más
enfocadas al crecimiento, mientras que Ford, naturalmente, es más
conservadora en el manejo de su portafolio”. La frugal pareja multimi-
llonaria dona un poco más de la mitad de lo que reparte Ford en ayuda
humanitaria, “lo que significa que su riqueza total crecerá más rápido
que la de Ford. Y, a diferencia de Ford, el suyo no es un legado perpe-
tuo, por lo que pueden gastar tanto sus ingresos como toda su fortuna.
El resultado de esto es que ellos podrían representar en nuestros tiem-
pos aquello que reputadas fuerzas filantrópicas, como las fundaciones
Rockefeller y Ford, representaron en el pasado”.

11. Visiones críticas

No por ser un entusiasta del notorio dinamismo que en la actualidad


experimentan su profesión y las áreas colindantes con ella, el autor
pasa por alto una tara histórica que, a fin de cuentas, dio origen a
todo el mecanismo de la asistencia global. “Es importante reconocer”,
advierte, “que la industria de la ayuda humanitaria sólo existe porque
casi toda la riqueza del mundo está asentada en países de ascenden-
cia europea y Japón. Tal realidad no es un accidente, sino el resultado
directo de la historia colonial, y los vestigios de ella son incluso dis-
tinguibles hasta el día de hoy en el modo de pensar y en el lenguaje
de nuestra actividad”. Kumar va más allá y menciona tres libros de
publicación reciente que critican la operación del oficio humanitario,
filantrópico y altruista.

En The Givers (‘Los donantes’), David Callahan describe un hecho que


le parece preocupante: los cuantiosos montos de dinero empeñados
por la filantropía privada disminuyen el rol del gobierno a la hora de
diseñar políticas públicas. Los dadores ricos, sostiene Callahan, mol-
dean la sociedad del modo que les place, a través de campañas políticas
con deducciones de impuestos disfrazadas bajo la forma caridad y pro-
visión directa de servicios sociales, algo que “va en contra de una so-
ciedad estadounidense democrática que toma sus propias decisiones”.
The Business of Changing the World 143

Una situación similar plantea el académico de la Universidad de


Stanford Robert Reich en Just Giving (‘Sólo dando’): el rápido creci-
miento de la beneficencia privada subvierte las labores del gobierno,
tanto que las deducciones de impuestos debidas a la caridad redu-
jeron los ingresos del fisco de Estados Unidos en 50 mil millones de
dólares el año 2016: “Todas esas donaciones filantrópicas podrían
haber sido encausadas por el gobierno de acuerdo a los deseos demo-
cráticos de los ciudadanos”.

Finalmente, Anand Giridharadas, un escritor y ex columnista del New


York Times, examina en Winners Take All (‘Los ganadores se llevan
todo’) cómo las donaciones de los multimillonarios forman parte de
un “elitismo pernicioso” que refrena las preguntas sobre las desigual-
dades que se cometen en sus empresas. “Firmar cheques sustanciosos
para causas benéficas puede desviar fácilmente la atención de los pro-
blemas que causan esas mismas élites”, asevera Kumar.

12. Bono de impacto social

Un novedoso mecanismo diseñado para atraer más capital privado a


obras de desarrollo global es el llamado “bono de impacto de desa-
rrollo” (DIB, por sus siglas en inglés) o “bono de impacto social”. El
modelo consiste en que un inversionista accede a correr riesgos en un
proyecto de desarrollo a cambio de una compensación en caso de que
este funcione. “Un DIB”, continúa Kumar, “es un instrumento que
básicamente trata de pagar por resultados, al tiempo que disuelve el
riesgo circundante, lo que permite que los financistas costeen otros
proyectos. Aun más importante: crea y alinea incentivos, de modo que
todos trabajan duro para obtener las mejores soluciones”. En vez de in-
dicarles a las organizaciones de ayuda lo que deben hacer con rigidez,
estos bonos permiten que las ONG hagan su propia labor de prueba,
error y de nuevo intento mejorado. “Las entidades permanecerán así
enfocadísimas en los resultados finales, no en tratar de implementar un
programa ideado a miles de kilómetros de distancia”.

Un ejemplo de lo recién expresado es el “bono de impacto utkrisht [‘ex-


celencia’ en hindi]”. En la India, la mayoría de las madres accede a la
atención médica a través de establecimientos financiados con fondos
144 Raj Kumar

privados. Las diferencias entre unos y otros son abismantes, por lo que el
dilema de mejorar la calidad general del servicio es un asunto de primera
importancia. Sólo en el estado de Rajastán, ilustra Kumar con alarma,
casi el 5 por ciento de las guaguas nacidas vivas no sobrevive (en Estados
Unidos, la tasa de mortalidad infantil es 0,5 por ciento, lo que ya es alto
para un país desarrollado; en Chile es de 2 por ciento). Entidades como
la Agencia de Estados Unidos para el Desarrollo Internacional (USAID,
por sus siglas en inglés) tienen un objetivo claro: que las madres den a
luz de manera segura y que sus hijos subsistan al parto.

“La vieja manera de hacer esto”, recalca el autor, “sería que la USAID
intentara abordar el asunto completo de una sola vez: estudiaría el pro-
blema, diseñaría una solución y contrataría a una ONG para que pro-
veyese tal solución”. Lo anterior, añade, puede parecer un modo de
controlar el riesgo, pero en realidad es el donante el que asume el costo
de cualquier imprevisto: basta que cometa un error en entender el ver-
dadero problema, en articular la solución o en contratar a la ONG que
ejecutará el programa para que todo el proyecto fracase. “Los únicos que
quedarían sujetando la bolsa serían los donantes –la USAID y los con-
tribuyentes estadounidenses que permiten su existencia– y las pobres
madres que no obtendrían la asistencia que ellas y sus hijos necesitan”.

13. Un mercado revolucionario

En el caso del bono utkrisht, las organizaciones de ayuda humanitaria


trabajan junto a dos reputadas ONG, con el propósito de entregar me-
joras a los servicios privados que proveen atención materna y neonatal.
Si las ONG aludidas cumplen con ciertas metas, recibirán el bono
mencionado más un bono de buen desempeño. De este último se ha-
cen cargo la USAID y Merck for Mothers, un programa de la compa-
ñía farmacéutica destinado a socorrer a madres recientes que viven en
la pobreza. “Esto tiene mucho sentido para la USAID y Merck, pues
sólo pagan si un objetivo específico se cumple, reduciendo así en gran
medida sus riesgos. Debido a que únicamente desembolsan dinero por
iniciativas exitosas, pueden emprender más proyectos de los que nor-
malmente emprenderían si estuviesen financiando todo el tiempo otras
iniciativas sin tener en cuenta los resultados”. No obstante, el trabajo
mencionado es muy oneroso y, por cierto, las ONG no son capaces de
The Business of Changing the World 145

solventar los sueldos de sus empleados a lo largo de años, confiadas


exclusivamente en que sus planes resultarán exitosos.

“¿Quién adelanta entonces todas esas enormes sumas en efectivo para


que el sistema funcione?”, se pregunta Kumar. “El financiamiento pro-
viene de los inversionistas”. En el ejemplo que nos concierne, se trata
de la UBS Optimus Foundation, una institución que forma parte del
mayor gestor de riqueza del mundo, el banco suizo UBS AG. La entidad
monetaria pone los recursos por adelantado, a cambio de recuperarlos
con una tasa de rendimiento que, en la coyuntura de utkrisht, equivale a
varios puntos porcentuales sobre la inversión inicial. Para Kumar, “la be-
lleza de este modelo radica en que hay cantidades de recursos de inver-
sores dando vueltas, mucho mayores que los dineros de las filantropías.
Piensen en billones de dólares más que en miles de millones. En lugar de
arriesgar por adelantado el dinero de las subvenciones filantrópicas, en
este modelo es el dinero del inversionista el que está en riesgo. Sólo si se
logran resultados, los donantes desembolsan”. Al momento de escribir
su libro, concluye, había menos de diez DIB operando en el mundo,
“pero si esta clase de ordenamiento de ‘paga por rendimiento’ funciona
podría crear un mercado revolucionario para la ayuda dedicada al desa-
rrollo y presionar a los financistas tradicionales a que adopten enfoques
más innovadores y orientados a los efectos”.

14. El fiasco de Madonna

El autor afirma que la ayuda humanitaria que promocionan las cele-


bridades es un arma de doble filo. Si bien permite captar la atención
del público y “abre las puertas en los pasillos del poder político”, no
siempre acarrea consecuencias positivas. Tal como lo señala Alex de
Waal, profesor de la Universidad Tufts, “el lobby de los famosos es ca-
paz de debilitar a los líderes locales y simplificar en demasía asuntos
complejos, lo cual, a su vez, conduce a la creación de políticas erradas”.
Kumar estima que la solidaridad practicada por la cultura de las estre-
llas del cine, de la música o de la televisión “está más estrechamente
alineada con la vieja ayuda, en cuanto a que premia las respuestas fá-
ciles, las buenas intenciones y las historias de héroes individuales. La
suya es una narración simplista de un mundo de tipos buenos contra
tipos malos”. Por su parte, la revista Mother Jones elaboró un satírico
146 Raj Kumar

“mapa interactivo de la recolonización de África que han emprendido


figuras célebres”, en donde se muestra qué países han “reclamado”
tales o cuales personajes afamados.

Bajo este contexto, prosigue Kumar, es interesante analizar por


qué uno de los proyectos más conocidos de este tipo –el colegio de
Madonna en Malaui– falló tan estrepitosamente. En 2006, la cantante
creó una organización sin fines de lucro, Raising Malawi (‘Criando a
Malaui’), cuyo objetivo era apoyar a los huérfanos y a los niños vulne-
rables de uno de los países más pobres del mundo. “En cierto modo,
los esfuerzos de Madonna tuvieron éxito. Ella efectivamente concitó
la atención de la prensa mundial sobre Malaui y recolectó sumas de
dinero significativas utilizando su nombre y sus conexiones. Pero una
de sus principales aspiraciones –levantar un colegio para cuatrocientas
niñas– fue un fiasco”.

La estrella del pop adoptó cuatro niños malauíes y hasta antes de la


pandemia viajaba al sudeste de África dos veces al año; “sin embargo,
a pesar de sus múltiples visitas, no se percató del clásico capricho im-
plícito en intentar construir un colegio en el otro extremo del mun-
do”. En vez de trabajar junto a una organización localmente arrai-
gada y fiable que ya proveyese educación en el país, “la iniciativa de
Madonna partió esencialmente desde cero”. El presupuesto para el
establecimiento, quince millones de dólares, era astronómico para los
estándares de Malaui. Y, de acuerdo al New York Times y otras fuentes,
“casi cuatro millones se gastaron rápidamente en diseño de edificios,
honorarios de arquitectos y autos para empleados que aún no eran
contratados”. En 2011, el plan colapsó y fue abandonado. “En una
entrevista de 2018 con la revista People, Madonna culpó del fracaso a
la mala gestión de los malauíes y se explayó en lo que implicaba para
ella haber soportado un descalabro tan tremendo e increíblemente
público”, desliza Kumar con malicia.

15. Hello Tractor

Un caso diferente es el de Jahiel Oliver, un estadounidense que co-


menzó desempeñándose en un banco de inversiones, pero se aburrió a
poco andar. Entonces se enteró de que Nigeria posee una de las mayo-
The Business of Changing the World 147

res cantidades de tierras no cultivadas del mundo y que gran parte de


los pobres de ese país subsisten de la agricultura, labor que acometen
manualmente pues no pueden permitirse comprar tractores, lo cual,
evidentemente, limita la productividad y los mantiene al límite de la
miseria. Por otro lado, están los granjeros que tienen tractores, mas no
los utilizan todo el tiempo. Y también existen empresas que manejan
flotas de tractores para el arriendo, aunque no operan con eficiencia.

“Basándose en el sistema de Uber, Oliver desarrolló una aplicación que,


en vez de facilitar los viajes en auto, permite compartir tractores. Llama-
da ‘Hello Tractor’, la app les da la posibilidad a los agricultores que no
pueden adquirir un tractor de alquilarlo a costos razonables sólo cuando
lo necesitan”. Y hay más: junto a sus socios, Oliver diseñó un modelo
de tractor simple y chico, especialmente adaptado para operar en las
pequeñas parcelas accidentadas de Nigeria. “Como cabía esperar”, aña-
de Kumar, “las máquinas son inteligentes, es decir, están conectadas a
internet y pueden recopilar y transmitir datos de rendimiento y uso”. El
impulso en la productividad ha sido realmente increíble. Según Hello
Tractor, un campesino que antes gastaba cuarenta días en preparar su
tierra a mano ahora sólo necesita ocho horas con esta innovación. Tam-
bién pueden reducir sus gastos hasta en un 50 por ciento y la aplicación
ofrece una serie de funciones tendientes a aumentar los ingresos de sus
usuarios. “Oliver piensa que puede llevar el modelo a otros países de
África y, eventualmente, a todo el continente”.

16. Jeff Bezos amenazado

Falta poco tiempo, asegura Kumar, para que surjan individuos, me-
canismos o movimientos que delaten a aquellos multimillonarios que
acaparan su riqueza y no adquieren compromisos filantrópicos rele-
vantes. “Debido a que la creciente desigualdad de ingresos conduce
al aumento del populismo en todo el mundo, es natural que la gente,
milmillonarios o no milmillonarios por igual, afronte la cuestión de
‘la desigualdad en el dar’. ¿Por qué debieran algunos multimillonarios
darlo todo en beneficio de la humanidad, mientras que otros sólo per-
siguen seguir enriqueciéndose?”. Jeff Bezos, el fundador de Amazon,
podría figurar entre los primeros en enfrentar consecuencias por su
falta de vinculación con el altruismo, advierte Kumar.
148 Raj Kumar

Desde hace tres años, según Forbes, Bezos viene siendo el hombre más
rico del planeta. Sin embargo, comparado con otros individuos en si-
milar posición, “sólo ha hecho promesas vagas en torno al futuro de
su filantropía”. En 2017, escribió un tuit en el que preguntaba a sus
seguidores cómo organizar sus donaciones. Dijo que esperaba suge-
rencias que lo ayudasen a “obtener resultados inmediatos”. Recibió
cuarenta y dos mil respuestas, pero, hasta ahora, no se ha comprometi-
do públicamente con ninguna de ellas. “Tal vez no fue casualidad que
el mensaje se difundiera sólo horas antes de que Amazon anunciara
que adquiriría la cadena de supermercados Whole Foods, transacción
que hizo aumentar la inquietud acerca de que se estaba convirtiendo
en un jugador demasiado poderoso en demasiados sectores del retail”.
Bezos ha entregado cien millones de dólares a obras de caridad, “lo
que por supuesto es mucho”. Y en septiembre de 2018 prometió 2 mil
millones para enfrentar la situación de los homeless y la educación en
la primera infancia de Estados Unidos. “Pero Warren Buffett, quien en
su momento fue superado por Bezos en el desfile de los milmillonarios
(el patrimonio del CEO de Amazon es casi el doble del de Buffett), ha
donado hasta ahora 24 mil millones”.

Bezos adhiere a una visión de mundo libertaria, explica Kumar, “por lo


que tal vez pueda albergar dudas en relación al valor de la ayuda huma-
nitaria o la caridad. O quizás, simplemente, está demasiado ocupado en
sus afanes diarios como para detenerse en estos asuntos (lo que nunca
debiera ser una excusa, pues la gente está sufriendo ahora). Él ha indica-
do que ve sus inversiones en la exploración espacial como una suerte de
filantropía, pero yo lo conminaría a que las equilibrara con la asistencia
necesaria para quienes cuyas vidas están bajo amenaza en la Tierra”.

17. La graduación improbable

Siya no nació en el mejor de los mundos: portaba el sida desde la


primera infancia, vivía en una choza con una familia inestable cuyos
miembros no podían mantenerse a sí mismos ni mucho menos ofre-
cerle las oportunidades que ella merecía. “Entonces apareció en su ca-
mino Ubuntu Pathways (‘Senderos de Ubuntu’), una ONG con sede
en Port Elizabeth, Sudáfrica, que pone en práctica ‘el modelo de gra-
duación’, consistente en hacer una gran inversión en una sola persona,
The Business of Changing the World 149

inversión que efectivamente cambie su vida a largo plazo”. Jake Lief,


el fundador y CEO de la organización, explicó el proceso en un posteo
publicado en Devex: Ubuntu pagó por la salud y por la educación de
Siya desde que tenía 8 años hasta la universidad. E incluso le compró
el vestido rosado con el que se graduó.

Lief escribió el posteo para concitar atención sobre los peligros que
percibía cuando algunos involucrados en el sistema sólo se enfocaban
“en métricas de impacto estrechas”. Ciertos contribuidores pudientes
de Ubuntu –varios que ganaban millones en Wall Street– cuestionaron
a Lief acerca de si tenía sentido invertir tamañas cantidades en un solo
individuo. “¿Era de veras rentable gastar tanto en Siya cuando con el
mismo monto de dinero se podrían haber pagado mosquiteros tratados
con insecticida o las medicinas necesarias para haber ayudado a un
mayor número de personas y, probablemente, haber producido así un
mayor retorno de la inversión?”.

El CEO de Ubuntu, hijo a su vez de un banquero de inversiones, en-


tiende perfectamente que los profesionales de Wall Street posean la
mentalidad del retorno de lo invertido. “Y también sabe que ellos no
se inmutan al gastar cincuenta mil dólares solamente en la matrícula
preescolar anual para alguno de sus hijos. Y hay una razón para ello:
vale la pena. Esto genera un retorno si consideramos el asunto a largo
plazo”, enfatiza Kumar. El total de dinero que aportaron los financis-
tas de Wall Street para asistir a Siya fue 62.400 dólares. El autor explica
que la intención no era hacer que Siya tuviese una mejor vida para su
propio goce, sino que crear un círculo virtuoso. “La inversión en edu-
cación para una sola persona le permite prosperar, convertirse en una
ciudadana productiva, ayudar a otros y, en última instancia, ahorrarle
enormes sumas a la sociedad e incluso crear nueva riqueza”. Ubuntu
sostiene que su propio modelo demuestra que lo que invirtió en Siya
ha generado “una contribución neta de por vida a la sociedad avaluada
en ciento noventa y cinco mil dólares”.

18. Un punteo de curiosidades

• Abundan las ONG dedicadas a la promoción de la paz internacional,


del buen gobierno y de la tranquilidad social, pero hay una en especial
150 Raj Kumar

que capta la atención de Kumar, la fundación del multimillonario su-


danés Mo Ibrahim, “puesto que consigue algo que ningún programa
de ayuda gubernamental podría”. Ibrahim le ofrece un premio de cin-
co millones de dólares a cualquier presidente o primer ministro africa-
no que deje su cargo cuando finalice su período en el poder. “Es un in-
centivo para priorizar la democracia y fortalecer el Estado de derecho”.

• El éxito de las empresas sociales “ha provocado una explosión de in-


terés en torno a ellas”. Los conocedores en la materia las llaman slingo
(sexy little NGO, ‘pequeña ONG sexy’) y las universidades ofrecen clases
especiales de emprendimiento social, alientan la formación de clubes
dedicados al tema e incluso cuentan con programas de grado completos,
como el máster que ofrece la American University, el programa de MBA
de Universidad de Duke, o las diferentes alternativas del Centro para la
Empresa Global Sustentable de la Universidad de Cornell.

• Desafortunadamente, se lamenta Kumar, “algunos dadores todavía se


ven seducidos por aquellas donaciones que los hacen sentir bonachones
de inmediato sin considerar seriamente los resultados. Los orfanatos son
el ejemplo clásico, y todavía dominante, de lo recién dicho. Son literal-
mente el niño símbolo de la caridad, la idea arquetípica de todo aque-
llo en lo que consiste entregar”. ¿Por qué son abandonados los niños?
Frecuentemente debido a la pobreza. Los padres están vivos, pero no
cuentan con los medios para hacerse cargo de sus hijos. “En efecto, de
acuerdo a la declaración oficial de la ONU, un niño puede ser ‘huérfano’
y aún tener a un progenitor cerca”. Otros niños son abandonados por-
que tienen discapacidades. “Los padres tienden a creer que no podrán
abordar los costos del cuidado médico necesarios para criar infantes con
necesidades especiales y concluyen que estarán mejor cuidados en un
orfelinato”. Sin embargo, cuesta más financiar orfanatos que dar a los
padres el dinero que requerirían para cuidar a sus hijos. “Pero aquí per-
siste el problema: a los donantes les encantan los orfanatos”.

• En 2015, el Banco Mundial reunió a un equipo de “mente, com-


portamiento y desarrollo”, formado por una decena de científicos del
comportamiento. “Ese mismo año, el grupo condujo un estudio al azar
destinado a probar que el aprendizaje experiencial es más efectivo que
andar diciéndole a la gente qué hacer”. Utilizando la lotería nacional
de Sudáfrica como campo de acción, los profesionales les pidieron a
The Business of Changing the World 151

los jugadores frecuentes que lanzaran los dados. Primero debían lanzar
un dado hasta obtener un seis. Una vez que eso ocurría, se le pasaban
dos dados al participante y se le solicitaba que los rolara hasta obtener
dos seis. “Finalmente, les explicaban que ganar la lotería equivaldría
a sacar nueve seis en igual cantidad de dados de un solo lanzamiento.
Luego midieron si los colaboradores siguieron jugando a la lotería des-
pués de la experiencia. Lo que descubrieron fue que la gente que se
demoró más en sacar los dos seis entendió el punto más claramente y
redujo sus apuestas de lotería”.

• Hoy por hoy, los inversionistas que desean colocar su dinero en em-
presas “buenas” que se transan en la bolsa, lo hacen principalmente
comprando las llamadas “inversiones sociales responsables” (SRI, por
sus siglas en inglés). “Se trata de fondos de inversión compuestos por
acciones seleccionadas en gran medida a través de un proceso de de-
tección negativa o excluyente”. Es decir, las compañías que no cum-
plen con el estándar de “socialmente responsable” (tabaco, alcohol,
armas, energía nuclear, grandes petroleras, casinos, etcétera) quedan
automáticamente descartadas y el fondo invierte en cualquier otra fir-
ma que no esté involucrada en “actividades negativas” y que demues-
tre un potencial atractivo de dividendos. “Los fondos SRI son extrema-
damente populares y manejan alrededor de 9 mil billones de dólares en
inversiones, pues tienden a tener un buen desempeño comparados con
el mercado en general, la metodología es fácil de articular y entender,
y no son difíciles de establecer ni de manejar”.

• En la actualidad, el 93 por ciento de las 250 corporaciones más gran-


des del mundo entregan reportes de su sustentabilidad, mientras que
el 43 por ciento de ellas informa cómo sus actividades de responsa-
bilidad corporativa avanzan en relación a los Objetivos de Desarrollo
Sostenible de la ONU.

• El autor advierte que, incluso ante los desafíos que presenta, “el con-
cepto de valor compartido puede definir el futuro del capitalismo si
nosotros, en cuanto a consumidores, empleados y votantes así lo de-
cidimos”. En los años que vienen, predice, las empresas por supuesto
que pondrán sus mejores esfuerzos en maximizar sus ingresos, “pero
lo harán con un nuevo espíritu que va más allá de las leyes y los regla-
mentos que regulan las prácticas industriales y comerciales de hoy”.
152 Raj Kumar

• La Cruz Roja recolectó 500 millones de dólares en donaciones para so-


correr a las víctimas de un terremoto en Haití, pero sólo consiguió cons-
truir seis casas. Si bien Kumar tiene clarísimo que el resto del dinero
fue destinado a otorgar servicios importantes a personas en necesidad,
“evidentemente esto no es lo que esperaban los donantes al por menor”.

• En el presente, hay más personas que tienen acceso a un teléfono


celular que a un baño.

• En 1952, el demógrafo y antropólogo francés Alfred Sauvy acuñó la


expresión ‘Tercer Mundo’ en un artículo publicado en L’Observateur.
Discurría entonces la Guerra Fría y la intención de Sauvy era clasificar
a aquellos países que no estaban alineados con el bloque soviético ni
con las fuerzas de la OTAN. No obstante, explica Kumar, el concepto
de Sauvy adquirió vida propia y se convirtió en una noción abreviada
para referirse a los lugares más pobres, subdesarrollados y despojados
del mundo. “Durante las últimas seis décadas, esta pulcra visión bina-
ria ha influenciado nuestro pensamiento”.

• Casi todos los países de ingresos medios viven entre frecuentes agi-
taciones políticas. En gran parte, esto se debe a que las cada vez más
numerosas poblaciones de clase media ya no toleran la corrupción
arraigada. “Malasia, México, Chile, Colombia, Kenya, Argentina,
Perú, Brasil, las Filipinas y Sudáfrica están en situaciones similares. Y
es difícil para mí nombrar alguna nación de ingreso medio que, en los
últimos años, no haya pasado por un escándalo de corrupción impor-
tante que sacudiese al establishment político”.

19. Los ultrapobres como clientes

Existe otra manera en que las corporaciones pueden contribuir al bien


social, dice Kumar, “y especialmente a la causa de reducir la extrema
pobreza: creando productos y servicios que estén diseñados y avalua-
dos específicamente para los consumidores más pobres del planeta”.
La idea de que los ultrapobres pueden ser clientes más que receptores
de ayuda humanitaria es bastante nueva, complementa, y puede ser
rastreada hasta un libro publicado en 2004, The Fortune at the Bottom of
The Business of Changing the World 153

the Pyramid (‘La fortuna al fondo de la pirámide’), de C. K. Prahalad,


el fallecido economista de la Universidad de Michigan. “Su concepto
agarró vuelo y hoy es común en el oficio referirse a iniciativas que se
dirigen a personas ‘al fondo de la pirámide’”.

La noción planteada por Prahalad apunta a que “la mayoría de los


ciudadanos del mundo se ubica en el amplio fondo de la pirámide de
la humanidad, no en el estrecho pináculo. Y ellos, también, necesitan
comprar todo tipo de cosas”. En razón de que hay tanta gente al fondo,
sus pequeñas adquisiciones suman. Tal como lo ha probado Walmart,
prosigue Kumar, se puede ganar dinero al proveer a los clientes de
bajos ingresos con los bienes y servicios de bajo costo que necesitan.
“Dicho esto”, añade, “no hay muchos ejemplos de empresas grandes
que le vendan exitosamente al fondo de la pirámide. Pero, incluso así,
las compañías no están abandonando este mercado, porque entienden
que los ochocientos millones de individuos que viven en la extrema
pobreza, y los dos mil millones de personas que figuran sobre ese ni-
vel de ingresos, si bien todavía son pobres, representan un importante
mercado futuro”. El Pew Research Center (‘Centro de Investigaciones
Pew’, uno de los más reputados think tanks de Washington) calcula
que cerca del 71 por ciento de la población mundial vive con diez dó-
lares al día, o menos.
The Rise
and Fall
of Peace
on Earth
Michael Mandelbaum
Nota de la edición

Contrariamente a lo que uno pudiese pensar de buenas a primeras,


los veinticinco años que siguieron a la Guerra Fría fueron, en opi-
nión del reconocido académico, politólogo y prolífico autor estadou-
nidense Michael Mandelbaum, un período de inusual tranquilidad
en Europa, Asia y el Medio Oriente. En The Rise and Fall of Peace
on Earth (‘Auge y caída de la paz en la Tierra’), el analista plantea
que una de las causas que permitieron este período de apaciguamien-
to entre 1989 y 2014 fue la hegemonía sin contrapesos que ejerció
Estados Unidos en las zonas mencionadas. Paradójicamente, fue un
presidente de ese país, Bill Clinton, quien echó el asunto a perder:
anhelante por atraer votos para su campaña de reelección en 1996,
Clinton expandió el alcance de la OTAN hacia países que nunca ha-
bían formado parte de la organización prooccidental, sintiéndose “li-
bre de ignorar las protestas rusas, porque Moscú era muy frágil como
para provocar problemas en Europa”. Años más tarde, en 2014, el
Kremlin se cobró revancha con la guerra que desató en Ucrania, un
hecho que tuvo consecuencias graves: “Al invadir, ocupar y anexar
partes de otro Estado soberano, Rusia se involucró en un caso clásico
de agresión; era la primera vez que algo así ocurría en Europa desde
la Segunda Guerra Mundial”. Hoy por hoy, asegura Mandelbaum, el
nacionalismo persistente en tres países claves –Rusia, China e Irán–
puede provocar los mayores descalabros en el equilibrio planetario
dentro de un futuro inmediato. En sus respectivas áreas de influencia,
China e Irán sienten que han perdido un predominio histórico que
se remonta a milenios, mientras que Rusia, comandada por Vladimir
Putin, ha optado por poner en movimiento los peligrosos mecanis-
mos de un “nacionalismo resentido”, a falta de méritos reales que
justifiquen la extendida estadía del “dictador” en el poder. De hecho,
según Mandelbaum, desde Stalin que nadie había hecho tanto para
redefinir el posicionamiento ruso ante el mundo. El concepto central
del libro es la “Posguerra Fría”, la cual, en Asia Oriental, por ejemplo,
permitió que muchos Estados pasaran de la pobreza al desarrollo en
apenas una generación. No obstante, “la paz de Asia compartía otra
característica con la de Europa: no duró”. Para volver a la concordia,
Mandelbaum apuesta por el asentamiento de la democracia en las
tres regiones estudiadas, pero el desafío en este sentido es altamente
improbable de lograr en el Medio Oriente, al menos por ahora: la
inestabilidad que promueve Irán es un escollo muy difícil de superar.
The Rise and Fall
of Peace on Earth
Oxford University Press | 2020 | 218 páginas

Michael Mandelbaum nació en 1946 y es profesor


de la Escuela de Estudios Internacionales
Avanzados (SAIS) de la Universidad Johns
Hopkins, en Washington DC. Ha sido elegido
por la revista Foreign Policy como uno de los cien
principales pensadores globales y ha escrito más
de una decena de libros sobre asuntos mundiales
y política exterior de Estados Unidos. También
contribuye regularmente con artículos de opinión
en las más importantes publicaciones de ese país.
The Rise and Fall of Peace on Earth 157

La paz más
duradera de la historia

1. Un cuarto de siglo en sosiego

Bien sabemos que la caída del Muro de Berlín marcó el comienzo de una
nueva era, de una etapa que, a falta de mejor nombre, fue bautizada como
“Posguerra Fría”, la cual hoy en día, y aquí tal vez reside la sorpresa, es a to-
das luces legítimo dar por sepultada. Entre 1989 y 2014, según lo expuesto
por el académico Michael Mandelbaum en su libro The Rise and Fall of
Peace on Earth (‘Auge y caída de la paz en la Tierra’), el mundo se vio mar-
cado por acontecimientos de toda índole, desde la irrupción de China en el
concierto internacional y la globalización de los mercados hasta la amenaza
del terrorismo islámico, los ataques del 11 de septiembre de 2001, pasando
por la Primavera Árabe y la explosión de las tecnologías de la información.
Otro aspecto fundamental, no obstante, tiende a pasar inadvertido, subraya
Mandelbaum: el hecho de que “el cuarto de siglo que abarca la Posguerra
Fría puede ser calificado como el más pacífico de la historia”.

El autor no niega que durante este espacio de tiempo ocurrieron gue-


rras sangrientas en los Balcanes y conflictos civiles en países africanos
como Ruanda y la República Democrática del Congo, así como en
Siria, Yemen y otros sitios del Medio Oriente. Centenares de miles de
personas murieron en enfrentamientos a manos de milicias o a conse-
cuencia de ataques y bombardeos en busca de “oro, Dios y gloria”. Lo
que no sucedió, sin embargo, fue que las grandes potencias se orien-
taran hacia la guerra, hacia su preparación o anticipación, algo que sí
había sucedido en el período inmediatamente anterior.

2. Malas nuevas

La Posguerra Fría es la consecuencia inmediata del fin de la Guerra


Fría. Esta última es entendida por algunos historiadores como “la paz
158 Michael Mandelbaum

larga”, debido a que durante su transcurso las grandes potencias se mos-


traron los dientes y disputaron zonas de influencia a través de terce-
ros, pero jamás de manera directa en un campo de batalla. Pese a ello,
Mandelbaum explica que el cara a cara entre la Unión Soviética y Es-
tados Unidos supuso un “estado de guerra” permanente, fácilmente re-
conocible para todos, que se distinguía porque ambos bandos estaban
listos para entrar en combate en cualquier instante, y porque las nego-
ciaciones diplomáticas y las maniobras políticas de los actores relevantes
siempre tuvieron como trasfondo la posibilidad de un conflicto armado
entre las superpotencias, aunque este nunca se hiciese realidad.

La tensión remitió después de 1989, cuando se diluyó la posibilidad de un


choque militar. Si la de la Guerra Fría fue una “paz armada” al borde del
abismo, la de la Posguerra Fría fue una “paz verdadera”, nunca cercana a
un estallido. Las condiciones que permitieron esa transformación, sostiene
Mandelbaum, obedecen a la combinación virtuosa de tres características:
“El dominio geopolítico de Estados Unidos; el crecimiento de la interde-
pendencia económica entre casi todos los doscientos Estados soberanos
del mundo; y la expansión de la democracia a lo largo de la mayoría del
planeta”. Gracias a que estos fenómenos se dieron con intensidad variable
y de manera simultánea en Europa, Asia Oriental y el Medio Oriente, la
Posguerra Fría terminó siendo un período de paz como ningún otro.

No obstante, Mandelbaum también es portador de malas nuevas: el orden


pacífico de la Posguerra Fría ha concluido y hoy la competencia belicosa
entre superpotencias vuelve a ubicar en el horizonte la posibilidad de una
devastadora guerra entre ellas. Después de un período de calma, Europa,
Asia Oriental y el Medio Oriente nuevamente son eventuales escenarios
de conflictos graves. El mundo ha vuelto a las andadas. “El mensaje de
The Rise and Fall of Peace on Earth es tan optimista como pesimista. Feliz-
mente, el planeta posee una fórmula para la paz genuina; desafortunada-
mente, no tiene ninguna forma de asegurarse de que todos los países la
abracen”, especula este experto en relaciones internacionales.

3. Dentro, fuera y abajo

Mandelbaum describe el deterioro del paisaje estratégico en las tres


zonas geopolíticas más influyentes del globo. Comienza por Europa,
The Rise and Fall of Peace on Earth 159

donde el fin de la Guerra Fría llevó esperanzas de tranquilidad tras


décadas de tensión en las que un enfrentamiento entre la Organización
del Tratado del Atlántico Norte (OTAN) y el Pacto de Varsovia fue
siempre una amenaza tangible. “¿Cómo fue posible que, al final de la
Guerra Fría, Europa superara el estado de guerra y avanzara hacia una
paz más profunda, una paz menos fijada que nunca en el prospecto de
una guerra?”, pregunta el autor. Y, remarcando su tesis, responde: esa
feliz condición tuvo lugar debido a los tres elementos recién señalados:
la hegemonía de Estados Unidos, el desarrollo creciente de la interde-
pendencia económica y la expansión de la democracia.

A diferencia de lo que ha ocurrido con otras potencias imperiales, la


supremacía de Estados Unidos no se manifestó a través de la pesada
imposición de sus intereses ni por medio de la conquista, ocupación o
gobierno de otros países, sino de una manera benigna y con el consen-
timiento de las naciones, sugiere Mandelbaum. “Como consecuencia
de ello, el rol norteamericano en Europa rompió con el precedente
histórico”, añade. El vehículo principal de la presencia norteamericana
en el Viejo Continente fue y sigue siendo la OTAN. Como resumiera
su primer secretario general, Hastings Ismay, la OTAN tiene un triple
propósito: mantener a los estadounidenses dentro, a los rusos fuera y
a los alemanes abajo.

Estos objetivos se cumplieron durante la Guerra Fría. A medida que


los países europeos se fueron recuperando de la Segunda Guerra Mun-
dial y desarrollaron una voz propia, lo que había comenzado como una
necesidad (sólo Estados Unidos podía contener la expansión soviética)
devino en lo que Mandelbaum califica como “preferencia y hábito”.
La alianza atlántica suponía “hegemonía no por imposición, sino por
invitación”, agrega. El fin de la Guerra Fría profundizó aun más esta
realidad, con la OTAN incorporando nuevos países y con Estados Uni-
dos mostrándose más que dispuesto a expandir sobre sí el paraguas
protector de su hegemonía indiscutida.

4. Los beneficios de no combatir

Al mismo tiempo, la Europa de posguerra avanzó hacia la construc-


ción de otro muro de contención contra la guerra: la interdependencia
160 Michael Mandelbaum

económica. Mandelbaum argumenta que, “mientras la presencia de


un Estado poderoso suprime la capacidad de pelear, los beneficios del
comercio suprimen la intención de pelear. Los países que comercian en-
tre ellos evitan la guerra no porque teman perderla, sino debido a que
consideran que ganar no es atractivo: obtienen más beneficios por no
combatir que venciendo”. El Plan Marshall y el proceso de integración
en torno a la antigua Comunidad Económica Europea dieron alas a
una imbricación profunda que hizo cada menos atractiva la opción bé-
lica. Una vez concluida la Guerra Fría, la Unión Europea (UE) sumó
miembros para construir la “casa común” con la que habían soñado
sus impulsores en la década de 1950. Lo que se había iniciado en la
parte occidental del Viejo Mundo ahora creció hacia el Este, llegando
a incluir a veintiocho países.

Por último, indica Mandelbaum, Europa también reafirmó un tercer


estímulo para la paz, pues llegó a ser “uniformemente democrática”.
Si durante la Guerra Fría la democracia se asentó en Alemania Occi-
dental, Italia, Portugal, España y Grecia, después de la caída del Muro
se convirtió en la norma de todo el mapa europeo. Al incorporar la
soberanía popular, el respeto a las leyes y los derechos básicos de las
personas, la democracia constituye “la tercera gran fuerza moderna
para la paz”, asevera el académico. Contar con una democracia se
convirtió en requisito insalvable para acceder a la UE y a la OTAN.
En la medida en que los Estados son democráticos, las posibilidades
de ir a la guerra entre ellos se reducen drásticamente, según lo de-
muestra la experiencia. La pax democratica se asentó en la Europa de
la Posguerra Fría.

5. Seguridad común

Comenzó entonces a hablarse de Europa como una “comunidad” no


sólo en el sentido económico, sino también en lo relativo a la seguri-
dad. “Cuando terminó la Guerra Fría, la perpetuación de la paz reque-
ría expandir la comunidad de seguridad para incluir en ella a los paí-
ses de Europa Central y Oriental, así como a la Rusia postsoviética”,
escribe Mandelbaum, quien explica que una expansión de este estilo
sería capaz de descartar “la causa fundamental de la competencia por
la seguridad: la anarquía del sistema internacional”.
The Rise and Fall of Peace on Earth 161

A diferencia de lo que ocurre con el Estado a nivel doméstico, en el


escenario internacional no existe una entidad que monopolice el uso
legítimo de la fuerza, lo cual lleva a que cada actor busque proveer su
propia seguridad en un ambiente de desconfianza y conflicto perma-
nente. “La seguridad común se hacía cargo de ese problema”, sostiene
Mandelbaum, “porque estaba basada en la suscripción de acuerdos de
desarme y verificación y descansaba sobre tres principios compartidos
por todos los miembros de la comunidad de seguridad europea: unani-
midad, transparencia y defensa (nadie albergaba intenciones ofensivas
contra otro miembro de la comunidad)”.

Para que la comunidad de seguridad europea perdurara, resultaba


esencial que Rusia se sumara a ella. No era sencillo, pues, “aunque
el gobierno en Moscú había jugado un papel clave en la negociación
que condujo al establecimiento del orden de seguridad común, la Ru-
sia postsoviética carecía de cada una de las fuentes modernas de la
conducta pacífica”, advierte Mandelbaum: esa Rusia no compartía la
noción de una hegemonía estadounidense benigna, no poseía expe-
riencia con un sistema de gobierno basado en la soberanía popular y el
resguardo de las libertades civiles, y su economía no estaba vinculada
al capitalismo global. Pese a ello, bajo el mandato de Boris Yeltsin pare-
ció factible que Moscú diera el paso y transformara a Rusia en un país
democrático y económicamente globalizado.

6. El craso error de Clinton

Fue entonces cuando la Casa Blanca cometió un error que lo arruinó


todo. Mandelbaum apunta a que “la administración de Bill Clinton, el
primer presidente norteamericano de la Posguerra Fría, tomó la fatí-
dica decisión de expandir la OTAN hacia el Este para incluir a países
ex comunistas que antaño formaban parte de la Unión Soviética, al
mismo tiempo que dejaba en claro que la única nación cuya mem-
bresía habría hecho la diferencia en las décadas siguientes –Rusia– no
sería invitada. La expansión supuso una desagradable sorpresa para los
rusos, a quienes los funcionarios occidentales habían asegurado que
nada por el estilo tendría lugar”. El Kremlin leyó la movida como un
acto hostil y deliberado para humillarlo y debilitarlo. Su confianza en
Estados Unidos y la OTAN se quebró para siempre.
162 Michael Mandelbaum

¿Por qué tomó Clinton una decisión tan desgraciada? Mandelbaum


dice que el presidente buscaba atraer votos para su reelección en 1996
y que “se sintió libre de ignorar las protestas rusas porque Moscú era
muy frágil como para provocar problemas en Europa”. Indica que, al
expandir la OTAN de forma tan desconsiderada, “erosionó la paz eu-
ropea de varias maneras”: les quitó piso a los demócratas en Rusia, que
habían promovido la cooperación de buena fe con Occidente; socavó
el orden de seguridad común europeo al violar la unanimidad, uno de
sus principios básicos que encontraba su raíz en el consentimiento de
todas las partes en decisiones importantes; e ignoró la historia, pues
había numerosos ejemplos de qué es lo que ocurriría si se seguía el
curso que adoptó. Mandelbaum concluye que, “al final, en lugar de
unir a Europa, la expansión de la OTAN volvió a dividirla, con Rusia,
como antes la Unión Soviética, separada de ella y en activa oposición a
Occidente”. Otras acciones, como el ataque a Serbia en 1999 y el retiro
de Estados Unidos del Tratado Antimisiles Balísticos de 1972, alejaron
aun más a Rusia.

7. El nacionalismo resentido de Putin

Si las relaciones entre Occidente y Rusia se tornaron difíciles con Boris


Yeltsin, la llegada al poder de Vladimir Putin terminó por congelarlas
de manera definitiva. De acuerdo con el autor, Putin ha sido el líder
que más ha hecho para redefinir la política, la economía y el posicio-
namiento exterior de su país desde Stalin. Los cambios que introdujo,
argumenta, “llevaron, finalmente, al colapso de la paz en Europa”.

Poco tiene que ver el gobierno de Putin con las formas y la esencia de
la democracia: tomó el control directo o indirecto de los medios de in-
formación, impidió la oposición efectiva, concentró el poder en torno a
su persona, organizó elecciones sin libertad, acosó, encarceló y en algu-
nos casos ordenó el asesinato de sus enemigos políticos. Mandelbaum
acusa que “Putin ejerció la autoridad suprema, convirtiéndose en lo
que Boris Yeltsin no fue y nunca aspiró a ser: un dictador”. Expone, a
la vez, que el actual presidente revirtió la tendencia hacia el libre mer-
cado que había fijado su antecesor y retomó el estatismo económico,
profundizando aun más la corrupción que caracterizó la reforma de la
década de 1990 y reemplazando a los “oligarcas” que sacaron ventaja
The Rise and Fall of Peace on Earth 163

de las privatizaciones postsoviéticas por los silovikii, los nuevos grandes


propietarios de la riqueza rusa ligados al jefe de Estado. Gracias a la
abundancia del petróleo y a la manera en que supo distribuirla entre la
población, Putin acumuló atribuciones y mantuvo una altísima popu-
laridad. Mandelbaum subraya que el mandatario celebró un acuerdo
tácito con los rusos: el gobierno se mantendría fuera de sus existencias
privadas y mejoraría su calidad de vida y, a cambio, Putin monopoliza-
ría sin cuestionamientos el poder político y económico.

El pacto comenzó a resquebrajarse a medida que los ingresos pe-


trolíferos menguaban producto del derrumbe del precio del crudo.
Putin debió buscar otro mecanismo de legitimidad. Lo encontró, según
Mandelbaum, en “una variedad agresiva y resentida de nacionalismo”,
que devino en “una fuente cada vez más importante de popularidad”
para el líder ruso. Ese nacionalismo sirvió como pretexto, asegura, para
las políticas que adoptó y “que pusieron fin a la paz europea de la Pos-
guerra Fría”. Clave en este sentido fue la decisión de invadir y ocupar
Ucrania en 2014.

8. Incendiar el circo

Mandelbaum postula que Putin se sintió amenazado por las protestas


de la Plaza Maidán, que condujeron al exilio del presidente ucraniano
Viktor Yanukovich (aliado de Putin) y a la elección del prooccidental
Petro Poroshensko. Determinado a impedir que lo sucedido en Kiev
se replicara en Moscú, el mandatario ruso optó por la guerra. Prime-
ro ocupó y anexó Crimea y luego invadió Ucrania. Los Acuerdos de
Minsk de 2015 pusieron fin formal al conflicto, pero no a la separa-
ción de Ucrania en dos partes. Mandelbaum conjetura que “el asalto
a Ucrania marcó el término de una era histórica. Al invadir, ocupar y
anexar partes de otro Estado soberano, Rusia se involucró en un caso
clásico de agresión; era la primera vez que ocurría algo así en Euro-
pa desde la Segunda Guerra Mundial. Como resultado, el continente
europeo volvió a ser lo que había sido hasta antes de la caída del co-
munismo: un lugar donde el conflicto armado siempre era una posibi-
lidad y ocasionalmente un hecho, y donde las políticas exteriores de los
gobiernos tenían que considerar la posibilidad de que se verificara ese
tipo de conflicto. Europa retornó al estado de guerra”.
164 Michael Mandelbaum

Lo sucedido en Ucrania, puntualiza el politólogo, obedeció a razones


profundas. Para Putin y Rusia, respondió al patrón imperial según el
cual Moscú se ha regido por siglos. A la vez, sirvió para restaurar el or-
gullo perdido de un país que se había sentido humillado desde el fin de
la Guerra Fría. La población rusa recompensó a su presidente con un
apoyo casi incondicional: la popularidad de Putin volvió a dispararse.
Las condiciones económicas impedían que el gobierno proporcionara
mejorías sustanciales en el estándar de vida de los rusos. En reemplazo,
el mandatario les devolvió el orgullo nacionalista. “Incapaz de repar-
tir pan al pueblo ruso, Putin apostó por incendiar el circo”, explica
Mandelbaum, quien agrega que la guerra en Ucrania le permitió al
jefe de Estado proyectarse ante la población como el protector de la
nación rusa contra Occidente y reafirmar el estatus de Rusia como una
potencia global.

El nuevo escenario geopolítico en Europa se asemeja al de la Guerra


Fría, pero no es igual, advierte Mandelbaum. Rusia no controla países
satélites en el corazón de Europa ni amenaza con una invasión en gran
escala, es menos poderosa que la URSS y tampoco encarna un modelo
ideológico que despierte lealtades en Occidente. Por ello, manifiesta,
los países europeos y Estados Unidos no dedican a Rusia la atención
que prestaban a la Unión Soviética. Con todo, concluye, Rusia ha des-
estabilizado la paz europea y constituye un foco de inquietud en un
continente que creyó haber dejado atrás la posibilidad de la guerra.

9. De la pobreza al desarrollo

Asia Oriental también vivió durante la Posguerra Fría un extraordi-


nario período de paz. Mandelbaum afirma que, tal como en el Viejo
Continente, la paz ha llegado a su fin en Asia por razones similares.
En el Lejano Oriente existieron después de 1989 algunas condiciones
parecidas a las europeas, aunque también hubo diferencias sustanti-
vas. La hegemonía estadounidense, por ejemplo, se verificó a través de
arreglos de seguridad bilaterales, no en el marco de una gran alianza
multilateral como la OTAN. Sin embargo, durante la Guerra Fría la
presencia militar norteamericana anuló la posibilidad de competencia
por la seguridad entre los países no comunistas de la región. Para estos,
apunta Mandelbaum, Washington actuó “no como un señor opresivo,
The Rise and Fall of Peace on Earth 165

sino como un generoso protector”, un contrapeso disuasivo de las am-


biciones expansionistas de la Unión Soviética y la República Popular
China. La reforma china y el colapso soviético crearon las condiciones
para el surgimiento de un esquema de seguridad anclado en la “hege-
monía benigna” de Estados Unidos.

A la vez, la paz se vio reforzada por el aumento exponencial de la


interdependencia económica entre las naciones de la región. Según
Mandelbaum, “la hegemonía militar norteamericana amparó el desa-
rrollo de la interdependencia económica y esa interdependencia aca-
rreó enormes consecuencias económicas”. A raíz de la adopción de
políticas libremercadistas y la promoción de las exportaciones, Asia
Oriental se transformó, pasando de la pobreza al desarrollo en apenas
una generación. El “milagro asiático” contribuyó a la paz al eliminar
los incentivos para el conflicto e incrementar la interconexión.

Por último, la expansión de la democracia también ayudó al clima de


tranquilidad y cooperación que experimentó Asia Oriental al concluir
la Guerra Fría. Aunque no tuvo un desarrollo tan amplio y absoluto
como en Europa, la democracia logró arraigar en Taiwán, Corea del
Sur, Indonesia y Filipinas. Mandelbaum concluye que “con el esta-
blecimiento más reciente y frágil que en Europa de la democracia y la
interdependencia económica, sin las experiencias e instituciones co-
munes del Viejo Continente, y sin los tratados y reglas que constituían
el orden de seguridad común europeo, la paz no logró asentarse tan
firmemente ni consiguió tanta aceptación en el Asia Pacífico como en
Europa. De todas maneras, sin embargo, Asia Oriental gozó de una paz
más profunda y amplia –se alejó de la guerra y de la competencia por
la seguridad– que nunca antes en la historia moderna”. Por desgracia,
añade el académico, “la paz de Asia compartía otra característica con
la de Europa: no duró”.

10. La trampa de Tucídices

Tal como Rusia y su conducta fueron en Europa el punto central de


discordia, en Asia resultó ser China la que terminó arruinando la paz de
la Posguerra Fría, sostiene Mandelbaum. El gigante dormido comenzó a
despertar bajo el liderazgo de Deng Xiaoping, quien liberó fuerzas pro-
166 Michael Mandelbaum

ductivas largamente anuladas. El resultado fue formidable: entre 1980


y 2014, el PGB chino se duplicó cada siete años. La nueva China co-
menzó a exigir reconocimiento de su nueva condición de superpotencia.

El autor asevera que “el crecimiento económico chino abrió el camino


para un tipo de competencia geopolítica con preocupantes anteceden-
tes históricos. Más de una vez las ambiciones políticas de una potencia
emergente la han puesto en conflicto directo con otras. El patrón es
tan históricamente familiar que tiene un apelativo que lo distingue: ‘la
trampa de Tucídides’”. Al describir las causas de la Guerra del Pelopo-
neso entre Esparta y Atenas en el siglo V antes de Cristo, el historiador
griego manifestó que “lo que hizo la guerra inevitable fue el aumento
del poder de Atenas y los temores que este despertó en Esparta”. De
idéntica manera, el crecimiento chino ha llegado a constituir una ame-
naza para Estados Unidos, y eso ha hecho que ambas potencias estén
en curso de conflicto, aunque no necesariamente de guerra.

La convicción que ahora expresa Mandelbaum habría resultado extra-


ña en la década de 1990, cuando se creía que era posible un entendi-
miento de largo plazo entre Washington y Beijing. El autor recuerda
que, durante casi toda la Posguerra Fría, Estados Unidos y los países
asiáticos no sólo cooperaron con China, sino que “incitaron y celebra-
ron el auge económico chino”. Para ellos, el crecimiento del coloso
oriental significaba una muy rentable oportunidad de negocios. Las
inversiones fluyeron hacia China, un mercado donde en los últimos
treinta años unos quinientos millones de personas han salido de la
pobreza. Sin embargo, Mandelbaum atribuye a este factor un rol tan
solo secundario en el interés norteamericano por el desarrollo chino.

11. Agachar la cabeza

En opinión del autor, la razón principal por la cual Washington alentó a


China y no la percibió como una amenaza fue que “los estadouniden-
ses estaban convencidos de que la continuación del ascenso económi-
co chino removería el peligro de la trampa de Tucídides. El crecimiento
económico, conforme a esta ‘teoría liberal de la historia’, fomentaría la
democracia. Y, debido a que las democracias llevan adelante políticas
exteriores pacíficas, China no buscaría reafirmar su poder más allá de
The Rise and Fall of Peace on Earth 167

sus fronteras a expensas de sus vecinos. Más bien optaría por integrarse
a los órdenes económico y político basados en reglas del Asia Oriental
y al mundo que Estados Unidos había creado y apoyado”. Ya antes, a
principios del siglo XX, misioneros cristianos y comerciantes de origen
norteamericano habían abrigado la ambición de integrar a China al
orden occidental. “La teoría liberal de la historia expresaba esa misma
esperanza en términos contemporáneos”, subraya Mandelbaum.

Pareció que ese plan podría funcionar. Bajo Mao Zedong, China había
contado con una política exterior revolucionaria para subvertir el orden
internacional. Desde fines de los 70, la situación había cambiado, quizás
siguiendo la instrucción entregada por Deng Xiaoping de “esconder la
brillantez”, lo que suponía actuar con moderación. El liderazgo chino
sabía que, si aspiraba a acortar la brecha que separaba a su país con Oc-
cidente, debía agachar la cabeza y concentrarse en alcanzar el desarro-
llo. Mandelbaum sostiene que, aunque la teoría liberal de la historia no
estaba completamente equivocada, no causó la evolución pacífica que
Washington y sus aliados asiáticos esperaban para China. Al revés: mien-
tras operaban aquellas fuerzas, “una poderosa característica de la histo-
ria china y de su cultura política, el nacionalismo, estaba empujando al
país en una dirección amenazante para sus vecinos y Estados Unidos”.

12. El siglo de la humillación

El nacionalismo chino rescata elementos tradicionales, en especial la


creencia de que su patria se ubica en el centro del mundo (de ahí su
nombre, “el Reino del Medio”) y en lo más alto de la jerarquía de las
naciones. Durante siglos, China dominó Asia Oriental. Sólo decayó en
el período comprendido entre las Guerras del Opio de mediados del
siglo XIX y el triunfo comunista en 1949, al punto de que ese período
es conocido por los chinos como “el siglo de la humillación”. Según
Mandelbaum, restituir el prestigio y el poderío perdidos ha sido un ob-
jetivo de todos los líderes chinos desde la instauración de la República
en 1911. Aunque muchos fracasaron, hoy la situación parece diferente y
China encara la posibilidad concreta de volver al sitial que estima propio.

Una de las características del nacionalismo chino, escribe Mandelbaum,


es su irredentismo: China aspira a conservar el control de las provincias
168 Michael Mandelbaum

orientales de Tíbet y Xinjiang (donde la mayoría musulmana uigur re-


siste el dominio de Beijing) y a recuperar territorios que percibe como
irrenunciables. Ya lo consiguió con Hong Kong, gracias al acuerdo con
Gran Bretaña que facilitó la recuperación del enclave en 1997. Pretende
lograr lo mismo con algunas islas que disputa con Japón y, especialmen-
te, con Taiwán, donde se refugiaron los nacionalistas tras su derrota en
1949 y que se gobierna de manera independiente pese a que formal-
mente es parte de China. Las tensiones en torno a Taiwán no han remi-
tido jamás. Mandelbaum precisa que constituyen la razón por la cual la
paz de la Posguerra Fría nunca alcanzó a asentarse en Asia como lo hizo
en Europa. Sólo el despliegue militar norteamericano ha permitido que
Taiwán mantenga su condición soberana.

La pertinaz pretensión china respecto de Taiwán debió operar como


una advertencia sobre lo que terminaría sucediendo en el resto de la
región. Amparada en la confianza que le otorgaban su crecimiento ace-
lerado y el arsenal militar que desarrolló a causa de su nueva capacidad
económica, China pasó de ser un país que buscaba una integración ar-
moniosa en el orden internacional liderado por Estados Unidos a una
potencia “revisionista que puso fin a la paz de la Posguerra Fría en Asia
Oriental”, en palabras de Mandelbaum. Beijing ya no quiere arrimarse
al orden concebido por otros, sino crear las condiciones en las que li-
dere: de allí provienen iniciativas económicas como el lanzamiento del
Banco Asiático de Inversión e Infraestructura o la construcción de la
Nueva Ruta de la Seda. China exhibe una actitud similar en el ámbito
de la seguridad, donde desafía el statu quo para “disputar las normas
y reglas políticas de la región, y su distribución de poder, ya sea en
tierra como en el mar”. En los últimos años, China ha reafirmado sus
reclamos contra Japón en relación a las islas Senkaku o Diaoyu (sus
nombres en japonés y chino, respectivamente) y se ha enfrentado con
Estados Unidos y las naciones ribereñas del Mar del Sur de China
debido a su pretensión soberana sobre ese inmenso cuerpo de agua.

13. Debajo de la alfombra

La renovada confianza china se relaciona en buena medida con el ta-


lante de su actual líder, Xi Jinping, quien exhibe un tono más asertivo
que sus antecesores y ha dejado en claro que su programa del “sueño
The Rise and Fall of Peace on Earth 169

chino” restaurará la grandeza de su país, aunque ello obligue a actuar


contra los intereses de los demás. Mandelbaum cree que Xi opta por la
carta nacionalista porque detectó una amenaza severa para la continui-
dad del Partido Comunista en el poder: la insatisfacción al alza de una
población más exigente y sofisticada, que en 2012 se tradujo en más
de 180 mil protestas populares en contra de funcionarios ineficientes y
corruptos. Para prevenir que estos brotes se transformen en una marea
incontenible que arriesgue al régimen de partido único, Xi ha tomado
medidas extraordinarias: acumuló en torno a su persona numerosas
atribuciones –al punto de que se le considera el jerarca chino más po-
deroso desde Mao Zedong–, aumentó la represión de la disidencia e
inició una campaña para castigar a los funcionarios corruptos (desha-
ciéndose de paso de varios rivales políticos).

Hasta antes de la llegada de Xi al poder, el PC chino había consegui-


do esconder los problemas debajo de la alfombra gracias a un creci-
miento económico que permitía acallar las críticas y obviar el desapego
ideológico de los cuadros del partido, formalmente aún marxistas-
leninistas, pero en la práctica muy lejanos a esa doctrina. Sin embargo,
en la segunda década de este siglo, el ritmo de progreso de la economía
comenzó a decaer y el régimen se encontró en la peligrosa posición de
no ser capaz de satisfacer las demandas de una población cada vez más
inquieta. “Xi Jinping enfrentaba un momento peligroso para el gobier-
no comunista. Lo que se había convertido, a lo largo de las tres últimas
décadas, en fundamento de la legitimidad del gobierno, el crecimiento
económico, se estaba ralentizando”, explica el autor. Xi recurrió a la
opción que le pareció más prometedora para restaurar la legitimidad
amenazada del régimen: el nacionalismo agresivo. Al hacerlo, acabó
con la paz regional de la Posguerra Fría y volvió a situar la competencia
por la seguridad y la posibilidad de la guerra en el centro de la geopo-
lítica de Asia Oriental. Junto a Corea del Norte, China es la principal
amenaza para la convivencia pacífica en la zona.

14. La tregua fallida en el Medio Oriente

Aunque de una forma distinta, el fin de la Guerra Fría llevó también


calma al Medio Oriente. Mandelbaum dice que lo que hubo en esa re-
gión durante la Posguerra Fría “se asemeja más a una tregua temporal
170 Michael Mandelbaum

que a una paz profunda”. La precariedad se explica porque, mientras en


Europa arraigaron los tres pilares de la paz moderna y en Asia Oriental
dos, en el Medio Oriente sólo se consolidó uno de ellos.

La democracia nunca ha conseguido instalarse en la zona. A la prevalen-


cia de una versión del islam que enfatiza el origen divino de la ley civil,
Mandelbaum añade otra causa para explicar el fenómeno: la ausencia de
Estados nacionales modernos producto de la configuración tribal de los
países del Medio Oriente, donde distintos clanes antagónicos se enfren-
tan de manera desordenada, incluso caótica. Según él, esta condición
hace que el imperio de la ley y las libertades individuales básicas, como
el derecho de propiedad, no estén garantizados en las sociedades árabes.
En consecuencia, tampoco ha sido posible conseguir allí la interdepen-
dencia económica propia de la globalización. El petróleo, que facilita
la llegada de fondos, no favorece la democratización, pues incentiva la
consolidación de regímenes autoritarios y asistencialistas, y provoca el
interés de las potencias extranjeras por intervenir en la región para ase-
gurarse el suministro de combustible a un precio razonable.

Desde la retirada de las potencias coloniales, Estados Unidos ha in-


tentado establecer su predominio geopolítico en la zona, escribe
Mandelbaum, aunque debió competir allí con la Unión Soviética duran-
te la Guerra Fría. Concluida esta, Washington ratificó su determinación
de impedir el surgimiento de un liderazgo regional que pudiera desafiar
su autoridad. El aplastante triunfo en la Guerra del Golfo Pérsico de
1991 dejó clara la hegemonía de Estados Unidos en el área. Esta es la
única de las tres condiciones de la paz moderna que se asentó allí des-
pués de 1989. Mandelbaum sugiere, sin embargo, que el rol de Estados
Unidos en el Medio Oriente durante la Posguerra Fría “se asemeja más
a una hegemonía imperial clásica que a la versión benigna aplicada en
las otras dos regiones. A diferencia de lo que sucedió en Europa y Asia
Oriental, Estados Unidos no compartía valores políticos básicos con sus
aliados del Medio Oriente. Tampoco, excepto por el petróleo, tenía vín-
culos económicos relevantes con ellos. Para los gobiernos amigos del
Medio Oriente, la conexión con Estados Unidos servía al tradicional
propósito de protegerlos de adversarios potenciales y reales (lo que in-
cluía, en la mayoría de los casos, a los pueblos que se regían de manera
no democrática), no al objetivo moderno de forjar una comunidad de
seguridad en la cual la guerra se hiciera impensable”.
The Rise and Fall of Peace on Earth 171

El académico presenta otra diferencia: mientras que en Europa y Asia


Oriental, al menos por un tiempo, ninguna gran potencia se enfrentó
a la postura hegemónica de Estados Unidos, en el Medio Oriente su-
cedió justo lo contrario: “Irán resintió y se opuso a la presencia nor-
teamericana en la zona y nunca abandonó la aspiración de expandir
su propio poder a expensas de Estados Unidos. Los líderes clericales
de la República Islámica percibieron a Estados Unidos no como una
fuerza policial bienvenida, sino como un ejército de ocupación que
debía ser expulsado”. Por su parte, Washington vio en Irán a un ad-
versario y adoptó contra Teherán la misma política que usó contra la
URSS en la Guerra Fría: la contención. Mandelbaum señala que fue
el revisionismo iraní el que puso fin a la tregua de la Posguerra Fría en
el Medio Oriente y el que llevó de vuelta a la región la competencia
por la seguridad. “El principal perturbador de la paz, el equivalente
para el Medio Oriente de Rusia en Europa y China en Asia Oriental,
fue Irán”, apunta.

15. El desafío revolucionario de Irán

Mandelbaum rescata la idea de que, al lidiar con Irán, tal como en el


caso de China, es necesario tener en cuenta una cultura milenaria que
hunde sus raíces en la Antigüedad. A lo largo de su trayectoria impe-
rial, “muchos iraníes llegaron a considerarse a sí mismos, tal como
sucedió con los chinos en Asia Oriental, culturalmente superiores a
sus vecinos y merecedores, por tal motivo, de ejercer la primacía en
la región”, indica el autor. Agrega que los iraníes perciben a su patria
como la potencia hegemónica natural del Medio Oriente y que hoy
lamentan su posición desmedrada, de la cual culpan a Occidente y
Estados Unidos.

Una de las razones del triunfo de la Revolución Islámica de 1979 fue


el deseo de los líderes religiosos de recuperar esa grandeza mítica. Para
ello, rompieron con Washington, instauraron una teocracia y produ-
jeron un recambio total de la élite gobernante, a la vez que se propu-
sieron conquistar el liderazgo regional inflamando al Medio Oriente
por medio de la colaboración con las poblaciones chiitas en diferentes
lugares del orbe musulmán. Mandelbaum afirma que los jerarcas ira-
níes estimaban que los gobiernos de los demás países de la zona eran
172 Michael Mandelbaum

corruptos, heréticos e ilegítimos, por lo cual pretendían derrocarlos


e imponer su modelo revolucionario. El ayatola Jomeini, conductor
absoluto del proceso, quería expurgar cualquier influencia occidental
y sentía además una especial animadversión respecto de Estados Uni-
dos. “Irán adoptó una actitud de extrema hostilidad contra Estados
Unidos”, asevera Mandelbaum. Usa como ejemplo la toma de rehenes
en la embajada estadounidense en Teherán, que se prolongó por 444
días, entre 1979 y 1981.

16. Épica extraviada

El fervor revolucionario en Irán decayó con el tiempo. El politólogo in-


dica que el régimen se puso “opresivo e impopular” y el país se empo-
breció en virtud de una economía estancada, producto de sanciones y
bloqueos. Los intentos de reforma interna han resultado infructuosos.
Cuando disminuyó el respaldo popular, Teherán buscó el mismo place-
bo que Moscú y Beijing. Mandelbaum anota que “la conducta agresiva
más allá de las fronteras de la República Islámica tenía la capacidad
potencial de mejorar la posición del gobierno al apelar a un sentimiento
que resonaba con los iraníes del mismo modo que lo había hecho con los
rusos y los chinos: el nacionalismo”. Extraviada la épica revolucionaria,
los jerarcas iraníes recurrieron al sentimiento de grandeza imperial his-
tórica para volver a entusiasmar a una población agotada.

Parte importante de este relato restaurador pasaba por dotar al país


del arma nuclear, símbolo de invencibilidad, hegemonía geopolítica
regional y garantía de que los mulás no tendrían el mismo destino que
Sadam Husein, los talibanes afganos y Muamar Gadafi, removidos del
poder por Estados Unidos. Los levantamientos derivados de la Prima-
vera Árabe en 2011 fueron asimismo una advertencia para el régimen
iraní, que había resistido protestas prodemocracia dos años antes. La
necesidad de asegurarse victorias en el exterior era más urgente que
nunca y la fortuna le sonrió a Irán de manera inesperada.

Mandelbaum señala que Teherán recibió ayuda involuntaria de un


“socio” improbable: Estados Unidos. A través de sus acciones y omi-
siones en Irak, Afganistán, Siria, Libia y Yemen, el combate contra el
Estado Islámico o la firma del Acuerdo Nuclear de 2015 (JCPOA, por
The Rise and Fall of Peace on Earth 173

sus siglas en inglés), Washington allanó el camino para una influen-


cia renovada de Irán en el Medio Oriente. A esto hay que sumar la
fragmentación de sus adversarios, con Egipto, Turquía y Arabia Sau-
dita enfrentados entre sí. “A mediados de 2018, como resultado del
JCPOA, el colapso del Estado Islámico y la preservación o restauración
del gobierno alauita en la mayor parte de Siria, Irán sostenía una po-
sición militar y política más fuerte que la que tenía cinco años antes.
El aumento del poder y la influencia iraníes completó la desaparición
del relativamente pacífico orden de la Posguerra Fría en la región”,
concluye el autor.

17. Vestidos con la bandera

Pese a que el auge nacionalista de Rusia, China e Irán echó por tierra
la paz de la Posguerra Fría, no fue capaz de derribar los fundamentos
sobre los que esta fue construida, advierte Mandelbaum. Las bases
que sostuvieron la calma mundial entre 1989 y 2014 surgieron “como
una mariposa emerge desde una crisálida”. Con esto, el autor se refiere
a que, contrariamente a lo sucedido tras las guerras napoleónicas, la
Gran Guerra Europea y la Segunda Guerra Mundial, no hubo después
de la Guerra Fría una conferencia diplomática en la que las grandes
potencias acordaran las condiciones del nuevo orden internacional.

La Posguerra Fría, en cambio, fue el resultado de procesos de largo


plazo de transformación política y económica que permitieron el avan-
ce de la democracia y la globalización. El mundo de la Posguerra Fría
fue “menos el producto del diseño humano que de una metamorfosis
histórica”. No obstante que, tal como otros, este período llegó a su fin,
Mandelbaum subraya que “su existencia demuestra que la paz pro-
funda, la paz sin competencia por la seguridad, es posible”. ¿Puede ser
recuperado el tipo de paz de la Posguerra Fría? Mandelbaum responde
afirmativamente: “La restauración es factible”.

El autor manifiesta que la competencia por la seguridad no volvió


porque de nuevo imperaba la anarquía en el sistema internacional o
porque tres potencias ambiciosas buscaban riqueza, sino porque estas
recurrieron al nacionalismo chovinista al verse enfrentadas a proble-
mas de popularidad interna. A falta de otra fuente de legitimidad, los
174 Michael Mandelbaum

gobiernos de China, Rusia e Irán escogieron vestirse con la bandera.


“En ausencia de la posibilidad de recurrir a la tradición, la ideología, el
éxito económico o la democracia, los regímenes revisionistas usaron el
nacionalismo agresivo para asegurar su continuidad”.

18. Fuerzas subterráneas

Mandelbaum propone el antídoto para evitar el estado de guerra lar-


vada: la democracia, “el pilar de la paz moderna que, por lejos, tiene
el efecto más fuerte”. Y profetiza: “Si Rusia, China e Irán adoptaran,
por cualquier ruta, sistemas políticos completamente democráticos
que incluyeran tanto soberanía popular como la protección de las li-
bertades económicas, religiosas y políticas, la necesidad de reafirma-
ción nacionalista se extinguiría” y la competencia por la seguridad se
haría innecesaria en Europa, Asia Oriental y el Medio Oriente. Lo que
se requiere es que las fuerzas subterráneas que luchan por construir
democracias en esos países arraiguen para que “se desarrollen allí los
hábitos, costumbres, valores e instituciones indispensables para el go-
bierno democrático”.

Aunque reconoce que el proceso de instalación democrática será largo


y lleno de obstáculos en esas naciones, el autor percibe signos esperan-
zadores y cierra The Rise and Fall of Peace on Earth con una arenga opti-
mista: “La paz que erradica no sólo la guerra ocasional, sino también la
competencia por la seguridad, es posible. No es una bestia mítica, el uni-
cornio de la historia internacional. Ha sido avistada en su forma madura
en la Europa de la década de 1990 y en una versión menos desarrollada
en Asia Oriental en la misma época”. El camino para llegar a ella es que
se imponga la democracia, pero ese tipo de gobierno no puede ser im-
puesto desde fuera. “Los países se convierten en democracias, pero no
pueden ser convertidos a ella por otros”, afirma. Si la paz ha de arraigar
de una vez en el mundo, Rusia, China e Irán deberán recorrer su propio
camino hacia el gobierno de todos, por todos y para todos.
The Rise and Fall of Peace on Earth 175
Can’t
Even
Cómo los millennials
se convirtieron en la
generación agotada
Anne Helen Petersen
Nota de la edición

Semanas atrás, el diario La Tercera entrevistó al célebre escritor esta-


dounidense Bret Easton Ellis, autor de un gran clásico de principios de
los noventa, American Psycho. En la conversación, que giró básicamente
en torno a temas literarios, Ellis explicó de pasada que en realidad no
despreciaba a los millennials, aunque no hace tanto los había tildado de
“generación gallina”. De hecho, agregó, él vivía como millennial, pese a
que por edad supera casi en dos décadas a los exponentes más veteranos
de este grupo etario. Pocas generaciones han sido tan vapuleadas y nin-
guneadas como los millennials, algo que a la talentosa periodista y escri-
tora Anne Helen Petersen le parece abusivo y aberrante. El año pasado,
Petersen publicó un ensayo en el portal BuzzFeed referido al tremendo
desfallecimiento físico y moral que hoy experimenta este segmento de
individuos nacidos entre los años 1981 y 1996. La pieza tuvo un éxito
sin precedentes y alcanzó más de siete millones de visitas, lo que impul-
só a la autora a escribir un libro sobre el tema: Can’t Even. How Millen-
nials Became the Burnout Generation (‘No se puede. Cómo los millennials
se convirtieron en la generación agotada’). La obra, recién publicada, es
el más completo retrato de las desazones y los desafíos que enfrentan a
diario quienes en Estados Unidos constituyen el grupo más populoso
del país (más de 73 millones de personas), al igual que en Chile (más de
cinco millones). Entre los principales denuestos que reciben los millen-
nials, tanto allá como acá, figura el de ser unos patanes o flojonazos, pero
la evidencia que aporta Petersen, que decidió no ser madre por razones
prácticas, apunta justamente a lo contrario: basándose en las decenas
de testimonios que recopiló, más una voluminosa y amplia bibliografía,
la periodista –ella misma una de las primeras millennials– no sólo en-
fatiza que “somos la primera generación desde la Gran Depresión en
la que muchos nos encontramos, económicamente hablando, peor que
nuestros padres”, sino que, además, “la movilidad al alza finalmente se
ha revertido, golpeándonos duro en los años en que empezábamos a
ganarnos la vida”. Por esta razón, explica, los millennials han enfrentado
un mundo laboral atestado de complejidades, entre ellas el impacto de
la Gran Recesión de 2008. Can’t Even es un libro provocador, osado a
ratos, en el que la experta delata las trampas de una educación de élite,
la inutilidad de perseguir aquel trabajo soñado y la imposibilidad de
realmente gozar del ocio. Petersen ofrece así la oportunidad de sumer-
girnos en una generación que, marcada por el prejuicio, merece en su
opinión al menos una valoración sensata.
Can’t Even
How Millennials Became the
Burnout Generation
Houghton Mifflin Harcourt
2020 | 304 páginas

Anne Helen Petersen es periodista, vive en


Missoula, Montana, y obtuvo su PhD en la
Universidad de Texas tratando el tema de la
industria del chismorreo en la prensa de su país.
Can’t Even es su tercer libro y sus columnas de
opinión se publican en los principales medios de
Estados Unidos. De manera permanente, Petersen
escribe en BuzzFeed News acerca de asuntos de
actualidad social y cultural.
Can’t Even 179

En defensa
de los millennials

1. Compulsión nerviosa

Anne Helen Petersen estaba terminando de corregir Can’t Even (‘No


se puede’), cuando el covid-19 comenzó a expandirse por China. Y a
medida que miles y miles ciudades en todo el mundo aplicaban por
primera vez el confinamiento forzoso, la autora se preguntó, junto a su
editora, cómo abordar en su libro “los cambios emocionales, econó-
micos y físicos” que acompañaban a la propagación de la enfermedad.
Pudo haber agregado comentarios al respecto en el texto, admite, pero
el ejercicio le pareció un tanto falso. Entonces optó por invitar a los
lectores a sacar sus propias conclusiones: “Si los empleos eran mierdo-
sos y precarios antes, ahora son más mierdosos y más precarios. Si la
crianza de los hijos se hacía extenuante y gravosa, ahora se siente más
extenuante y más gravosa”. Lo mismo, añade, ocurre con la noción de
que el trabajo nunca se acaba, con que las noticias de la prensa “as-
fixian nuestra vida interior” y con que “estamos demasiado cansados
para acceder a algo que se parezca al verdadero ocio o al descanso”.

La acepción de agotamiento utilizada en esta obra –burnout, en in-


glés– fue reconocida por primera vez como diagnóstico psicológi-
co en 1974 por el profesional Herbert Freudenberger, y refiere a
casos de colapso mental o físico debidos al exceso de trabajo. Este
agotamiento, explica Petersen, es sustantivamente distinto a la ex-
tenuación, aunque, claro, ambos padecimientos están relacionados:
“La extenuación implica llegar al punto en que ya no puedes seguir
avanzando; burnout, por su parte, implica que llegas a ese punto y
te fuerzas a continuar, ya sea por días, meses o años. Cuando estás
en medio del burnout, la sensación de logro que sigue a una tarea
agotadora –pasar un examen final, concluir un tremendo proyecto
180 Anne Helen Petersen

laboral– nunca arriba”. Según el psicoanalista Josh Cohen, especia-


lista en la condición descrita, “el cansancio que se experimenta con
el burnout combina un intenso anhelo por el estado de culminación
con el sentido tormentoso de que este no se puede alcanzar, de que
siempre hay alguna exigencia, ansiedad o distracción imposible de
silenciar. Uno experimenta el burnout cuando ha extinguido todos
sus recursos, pero no puede liberarse de la compulsión nerviosa de
seguir adelante, pase lo que pase”. Para Petersen, se trata de “la sen-
sación de agotamiento soso que, incluso mientras duermes o estás de
vacaciones, nunca te abandona”.

2. Menos que los padres

Los millennials más jóvenes, nacidos en 1996, están cumpliendo 24


años ahora mismo, en 2020, mientras que los más adultos, nacidos en
1981, cumplen o cumplieron 39 (Petersen, una veterana de la causa,
nació en 1981). Las proyecciones de población dadas a conocer por el
Pew Research Center, un think tank de reputación en Washington, res-
paldan el decir de Petersen en cuanto a que, “hoy por hoy, en Estados
Unidos somos más que cualquier otra generación: 73 millones de per-
sonas”. El problema extendido, continúa la periodista, es que fueron
criados bajo la convicción de que, si se esforzaban lo suficiente, podían
vencer al sistema –del capitalismo estadounidense y de la meritocra-
cia– o al menos vivir confortablemente bajo él. Pero algo sucedió en el
intertanto: “Somos la primera generación desde la Gran Depresión en
la que muchos nos encontramos, económicamente hablando, peor que
nuestros padres. La tendencia general de movilidad al alza finalmente
se ha revertido, golpeándonos duro en los años en que empezábamos
a ganarnos la vida”. El término millennial surgió, precisamente, a me-
diados de los años 2000, “cuando la oleada inicial de nosotros pasó a
formar parte de la fuerza laboral”.

Petersen aclara de entrada que su investigación va más allá que sus


propias experiencias de agotamiento existencial y del asumido ca-
rácter burgués que este tendría para demasiadas personas. Debido a
la forma en que la palabra millennial ha sido comúnmente utilizada
y popularizada, ya sea “para hablar acerca de nuestras altas expec-
tativas, de nuestra flojera o de nuestra tendencia a ‘destruir’ indus-
Can’t Even 181

trias completas, como la de las servilletas de papel o de los anillos de


boda”, la gente tiende a pensar en comportamientos estereotipados
de un subconjunto particular de la población, “aquel que casi siem-
pre pertenece a la clase media y que es de raza blanca”. No obstante,
la autora advierte que esta simplemente no es la realidad: de los 73
millones de millennials que vivían en Estados Unidos hacia 2018, “el
21 por ciento se identificaba como hispano y el 25 por ciento hablaba
en casa otra lengua que no era inglés. Sólo un 39 por ciento tenía un
título universitario”.

3. La peor pesadilla

Los baby boomers nacieron entre 1946 y 1964, es decir, durante los
dieciocho años del boom de natalidad que en Estados Unidos comenzó
con la recuperación económica de la Segunda Guerra Mundial y se
aceleró a medida que los soldados regresaban a casa. “Se convirtieron
en la mayor y en la más influyente generación que el país jamás había
visto”, explica la Petersen, “y hoy existen 73 millones de boomers. El 72
por ciento de ellos es blanco. Donald Trump es un boomer, lo mismo
que Elizabeth Warren”. Sea que se den cuenta o no, prosigue, “fueron
ellos quienes no sólo nos enseñaron a esperar más de nuestras carreras,
sino también a considerar que nuestros pensamientos relativos al tra-
bajo, y nuestro cansancio, eran dignos de expresarse y de ser tratados
(especialmente por medio de la terapia psicológica, que paulatinamen-
te se convirtió en algo normal)”.

Si los millennials son tan especiales, únicos e importantes como se les


hizo sentir a lo largo de la infancia, añade la autora, “no es sorpresa
que nos neguemos a callar cuando nuestras vidas no nos hacen sentir
de ese modo. Y esto a menudo suena como queja, especialmente para
los boomers. En realidad, los millennials somos la peor pesadilla de
los boomers, porque en muchos casos fuimos en algún momento su
sueño mejor intencionado”. Petersen estima que, en el diálogo entre
una generación y la otra, esta es precisamente la conexión que falta:
el hecho de que los boomers son en varias formas responsables de los
millennials, tanto en un sentido literal (padres, profesores, entrenado-
res) como figurativo (al crear las ideologías y el ambiente económico
que los formarían).
182 Anne Helen Petersen

En 2019 los boomers cedieron su estatus como el grupo demográfico


más numeroso ante los millennials. Y el antagonismo entre ambos co-
menzó a popularizarse online a medida que las diferencias entre las
situaciones financieras de estos y aquellos se hacían más aparentes: de
acuerdo a un estudio comisionado por la Reserva Federal de Estados
Unidos en 2018, el patrimonio neto de los millennials era un 20 por
ciento menor que el que los boomers disponían a la misma edad. Otra
cifra: el ingreso familiar de los boomers era un 14 por ciento más alto
que cuando tenían la edad actual de los millennials.

4. Ansiedad de clase

Lo que hace que la clase media sea única, argumenta la periodista, es que
“la pertenencia a ella debe reproducirse y reclamarse en cada generación”.
En Fear of Falling.The Inner Life of the Middle Class (‘Miedo a caer. La vida
interior de la clase media’), la ensayista y activista social Barbara Ehren-
reich sostiene que si naces en la clase alta es legítimo suponer que perma-
necerás allí durante toda tu vida. “Lamentablemente, al mismo tiempo,
la mayoría de quienes nacieron en las clases más bajas han de esperar
quedarse donde comenzaron”. Sin embargo, la clase media es diferente:
su forma de capital, continúa Ehrenreich, “debe ser renovada por cada
individuo a través del esfuerzo fresco y del compromiso. En esta clase
nadie escapa a los requerimientos de la autodisciplina y del trabajo auto-
dirigido”. El problema, reclama Petersen, es que las condiciones laborales
de hoy han decaído dramáticamente para la gente de su segmento etario.

Las pensiones, por ejemplo, se han convertido en algo tan raro en la


economía actual, “tan totalmente alejadas de lo que podamos aspirar,
que para muchos es como una glotonería siquiera pensar en el tema,
no digamos siquiera esperar algo así”, denuncia la escritora, quien ad-
mite que cuando su abuelo comenzó a recibir su jubilación, tras reti-
rarse a los 59 años de su trabajo en 3M, “mi reacción inmediata fue
que el asunto constituía una ridiculez”. No obstante, continúa, la idea
de una pensión no era ni es extravagante: se fundamenta en la noción
de que una parte de las ganancias que ayudaste a producir para una
empresa no debiera ir a los accionistas, ni al CEO, sino de regreso a los
trabajadores de largo aliento, que seguirían recibiendo una porción de
su salario incluso después de su retiro. “Pero más y más empresas co-
Can’t Even 183

menzaron a ofrecer nada. En 1980, el 46 por ciento de los empleados


del sector privado estaba cubierto por un plan de pensiones. En 2019,
la cifra ha caído a un 16 por ciento”.

5. Cultivo concertado

Annette Lareau, una socióloga de la Universidad de Pennsylvania, fue


la primera en detenerse en un fenómeno clave: entre 1990 y 1995, es-
tudió a 88 niños a partir de tercero básico. Los muchachos provenían
de diferentes orígenes sociales y raciales, asistían a distintos colegios y
contaban con diversas expectativas acerca de qué debían hacer durante
el tiempo libre fuera de clases. Lareau y sus asistentes gastaron largas
horas con los jóvenes y sus familias, dentro y alrededor de sus hogares,
introduciéndose en sus vidas tanto como les fue posible. El objetivo
era percibir, “en detalle granular”, cómo cambiaba la crianza a lo largo
del espectro socioeconómico. Lareau descubrió una disparidad impor-
tante entre los padres que practicaban lo que definió como “cultivo
concertado” y los de las clases más bajas, que se rehusaban a orientar
sus vidas completamente a las actividades de sus hijos y a la futura
construcción del curriculum vitae, o no tenían tiempo para hacerlo.

No es que los progenitores que vivían en condiciones menos privilegia-


das, añade Petersen, “fuesen ‘malos padres’: es sólo que las habilidades
que transmitían a sus vástagos, incluidas la independencia y la imagi-
nación, no son valoradas en el espacio de trabajo burgués”. Para ser
valorado allí, enumera, requieres planes, extensos currículos, soltura
y confianza al interactuar con figuras de autoridad, y entendimientos
innatos de cómo opera el escalafón laboral. “Necesitas conexiones y
manifestar una voluntad por las multitareas y un afán por sobrepro-
gramarte”. En esencia, el cultivo concertado es una práctica de clase
media, “pero en los últimos treinta años sus ideales han trascendido
las líneas de clases, convirtiéndose en los fundamentos de ‘la buena
crianza’, especialmente para aquellos que descendieron, o se sintieron
amenazados de descender, de la clase media. Y aunque nadie fuera de
la academia lo llama ‘cultivo concertado’, los boomers a lo largo y ancho
de Estados Unidos me han dicho que aspiran a cualquier reiteración
del ideal que les parezca capaz de funcionar”. En suma, “tener éxito”
en calidad de niño millennial “implicaba ir armándote para el burnout”.
184 Anne Helen Petersen

6. Débiles y flojos

En “The Overprotected Kid” (‘El niño sobreprotegido’), un célebre


artículo publicado el año 2014 en The Atlantic, el marido de Hanna
Rosin, la autora del texto, se da cuenta de que su hija de 10 años jamás
ha gozado de más diez minutos de tiempo no supervisado en su vida.
Los niños de clase media, tercia Petersen, se convierten en miniadultos
cada vez más pronto, pero no necesariamente están preparados para
esa realidad: “Han pasado una inmensa cantidad de tiempo con sus
mayores, han aprendido las marcas externas de actuar como adultos,
pero no tienen la independencia ni el fuerte sentido de sí mismos que
acompaña a una infancia menos vigilada y protegida”.

El cliché en torno a los chiquillos sobreprotegidos apunta a que


cuando crezcan serán débiles y flojos. Pero, según la experiencia de
Petersen, “el rasgo millennial de la flojera tiene mucho más que ver con
la seguridad económica, ya sea la seguridad real de la familia o el ale-
jamiento completo de la precariedad en la infancia o en la adultez”. La
experta asegura que los millennials más flojos que conoce son aquellos
que han sido salvados de las consecuencias, económicas o de otra ín-
dole, de cada error que han cometido. Este subgrupo constituye “una
loncha escuálida” de la población millennial.

Aun así, la mayoría de quienes crecieron en la clase media y sobre-


protegidos “también desarrollaron actitudes hipervigilantes en torno a
mantener u obtener estatus”. En palabras de Maya, una de las decenas
de entrevistados por Petersen para documentar su estudio, lo anterior
se consigue “trabajando más duro, tendiendo redes de manera más
agresiva, haciendo más pasantías, durmiendo menos”. Demasiados
millennials, acusa la autora, terminan definiéndose exclusivamente por
su habilidad para esforzarse más y tener éxito y jugar a la segura, “en
vez de hacerlo por sus gustos personales reales o por sus deseos de
tomar riesgos o por experimentar e incluso fracasar”.

7. La trampa de la educación

Durante los últimos veinte años, los millennials estadounidenses ac-


cedieron en números verdaderamente masivos a la universidad. En el
Can’t Even 185

pináculo de sus ambiciones figuraban las más prestigiosas instituciones


educacionales, aquellas que forman parte de la llamada Ivy League,
pero también surgieron “colleges de artes liberales de élite, universida-
des públicas de élite, escuelas que acumulaban connotaciones de élite
a través de reconocimientos deportivos, ‘escuelas que cambiaban la
vida’”. La promesa que ofrecía la Ivy League de que un cupo en una
facultad de élite podía reprimir la ansiedad económica y “comprarte
un pasaje a una ‘vida libre de fracasos’ se expandió virtualmente hasta
cada tipo de educación secundaria”. De este modo, ilustra Petersen,
“los millennials se convirtieron en la primera generación en conceptua-
lizarse completamente a sí mismos como currículos andantes”.

“Con la ayuda de nuestros padres, de la sociedad y de los educadores”,


añade la autora, “llegamos a vernos a nosotros mismos, consciente o in-
conscientemente, como ‘capital humano’: sujetos a ser optimizados para
un mejor funcionamiento en la economía”. Esta presión por alcanzar logros
no habría existido sin la noción de que la universidad, fuese cual fuese el
costo, pavimentaría el camino a la prosperidad y a la estabilidad de la clase
media. “Pero como millones de millennials sobreeducados, subempleados y
cargados de deudas estudiantiles te lo dirán a la cara, que todos a tu alrede-
dor crean en el evangelio no implica necesariamente que este sea verídico”.

8. No hagas lo que amas

En 2005, Steve Jobs dio el discurso de bienvenida a los alumnos de


la Universidad de Stanford “y reafirmó una idea que los graduados de
aquella universidad habían internalizado durante casi todas sus vidas”.
Jobs aseguró que “tu trabajo llenará gran parte de tu existencia, y el úni-
co modo de quedar auténticamente satisfecho es hacer aquello que crees
que es un gran trabajo”. Enseguida, la lumbrera de Apple sentenció que
“la única manera de hacer un gran trabajo es amar lo que haces. Si to-
davía no das con ello, sigue buscando, no te conformes”. En Do What
You Love and Other Lies About Success and Happiness (‘Haz lo que amas
y otras mentiras en torno al éxito y la felicidad’), la historiadora Miya
Tokumitsu ve las palabras de Jobs como “la cristalización de la narrativa
del trabajo adorable: cuando amas lo que haces, no sólo desaparece ‘la
laboriosidad’ que hay detrás de eso, sino que tu habilidad, tu éxito, tu
felicidad y tu riqueza crecerán exponencialmente debido a ello”.
186 Anne Helen Petersen

Petersen estima que el deseo de obtener un trabajo cool, que te apasione,


es un fenómeno especialmente moderno y burgués. “Y también es un
medio de elevar cierta clase de empleos a tal categoría de atracción que
los empleados tolerarán cualquier forma de explotación por el ‘honor’ de
realizarlo. La retórica del ‘haz lo que amas y no volverás a trabajar ni un
día más en tu vida’ es una trampa del burnout”. Al cubrir el laburo “bajo el
lenguaje de la pasión”, advierte, se nos impide pensar en que lo que hace-
mos es precisamente eso, “un trabajo, no la totalidad de nuestras vidas”.

Los créditos estudiantiles adquiridos para pagar por la educación uni-


versitaria pueden limitar las opciones laborales, particularmente cuan-
do el salario de entrada en cierta área es demasiado bajo para compen-
sar los gastos mensuales mínimos y el costo de la vida. “El seguro de
salud es fatal o inaccesible”, añade la investigadora, “y los empleos in-
dependientes, incluso haciendo algo que amas, difícilmente cubren las
cuentas. Tus currículos de la educación media y de la universidad, sin
importan cuán robustos sean, pueden alcanzar de cualquier modo el
estatus de moneda sin valor.Y la mayor parte del tiempo, todo lo que la
pasión te concederá será una autorización a que te paguen poquísimo”.

Actualmente, añade Petersen, la creciente desilusión de los millennials


con la ética del “haz lo que amas”, en conjunto con la demanda conti-
nua y estable por todos los servicios “poco sexy” que ofrecen aquellos
trabajos, les ha otorgado una nueva clase de percepción. “Entre mis
pares, he percibido un momento de epifanía generalizada en relación
a los requisitos y a las aspiraciones laborales: ya no anhelan su trabajo
soñado, sólo quieren un empleo que no les pague menos de lo debido,
que no les exija trabajar en exceso ni los haga sentir culpables por no
velar por sí mismos. Después de todo, hacer lo que les gustaba los dejó
convertidos en una papa frita quemada. Ahora sólo trabajan y, funda-
mentalmente, están reorientando su relación con el mundo laboral”.

9. La catástrofe de 2008

A los millennials que entraron a la fuerza laboral tras la Gran Recesión


de 2008 les cuesta creer que sus esfuerzos no hayan sido debidamente
recompensados. La desconexión que existe entre “los trabajos más se-
guros del mundo”, ya sea en la academia, en la medicina o en las leyes,
Can’t Even 187

y la realidad de la economía poscolapso financiero es un elemento re-


levante en el burnout de esta generación. “Si esforzarse al máximo para
conseguir estos empleos no otorgaba seguridad, ¿qué podría hacerlo?”,
se pregunta Petersen.

Cuando millones de millennials estadounidenses ingresaron al mundo del


trabajo, este estaba en ruinas o en un lentísimo proceso de recuperación.
Entre diciembre de 2007 y octubre de 2008, el índice de desempleo se
duplicó en Estados Unidos, de 5 a 10 por ciento. El empleo total cayó en
8,6 millones de puestos de trabajo.Y si bien una recesión nacional de gran
magnitud afecta a casi toda la población, impacta específicamente a quie-
nes acceden por primera vez al mercado laboral. “Para los millennials entre
los 16 y los 24 años, el índice de desempleo aumentó de 10,8 por ciento
en noviembre de 2007 a 19,5 por ciento en abril de 2010, un alza récord”.

Según escribió la periodista Annie Lowrey en The Atlantic, “los millennials


se calcinaron con el bajón. Se graduaron en el peor mercado laboral en
ochenta años. Y esto no sólo implicó algunos años de alto desempleo
o un par de años viviendo en los subterráneos de sus padres. Significó
también una década completa de sueldos perdidos”. Petersen se hace
cargo de la tendencia mencionada por Lowrey: “Quienes se vieron for-
zados a regresar a los hogares paternos también se vieron obligados a
soportar un discurso ansioso de parte de nuestros propios padres y de
la prensa, en cuanto a que nunca nos independizaríamos: sin rumbo y
flojos, en vez de capear un cataclismo económico absolutamente aleja-
do de nuestro control”.

10. El precariat

El precariado, anota Petersen, no guarda relación con la visión tradi-


cional que se tenía de la clase trabajadora. Según el teórico inglés Guy
Standing, académico de la Universidad de Londres, cofundador de
la Red Global de Renta Básica e inventor de los términos precariat y
salariat, los empleados de antaño “contaban con trabajos a largo plazo,
estables y con horas fijas, con rutas de progreso establecidas, con la
posibilidad de sindicalizarse y lograr acuerdos colectivos, con títulos
laborales que sus padres y sus madres habrían entendido, y lidiaban
con empleadores locales cuyos nombres y rasgos les eran familiares”.
188 Anne Helen Petersen

El precariat, agrega la escritora, no cuenta con casi ninguna de estas


características: los choferes de Uber forman parte de él, al igual que
los trabajadores del retail, los empleados de las bodegas de Amazon,
los profesores adjuntos, los escritores freelance, los compradores de
supermercado de Instacart, los aseadores de empresas, los producto-
res digitales de MTV, las enfermeras de hogares, los reponedores de
Walmart, los servidores de comida rápida “y la gente que acumula
varios de estos empleos para llegar a fin de mes”. Muchos de ellos,
informa, cuentan con un título universitario o han avanzado varios
semestres en pos de conseguirlo.

Quienes subsisten en el precariat, escribe ahora Standing, “tienen vidas


dominadas por la inseguridad, la incerteza, la deuda y la humillación.
Son habitantes más que ciudadanos, y han perdido derechos culturales,
civiles, sociales, políticos y económicos construidos a lo largo de gene-
raciones”. Aun más importante, prosigue, el precariat es la primera clase
social en la historia que se espera que se desempeñe y trabaje en un nivel
inferior al que normalmente cabría suponer de su educación. “En una
sociedad cada vez más desigual, su carencia relativa es severa”, concluye.

Petersen, por su parte, está convencida de que “una de las más grandes
crueldades del sistema de clase estadounidense es que nadie, ni siquie-
ra aquellos cuyas vidas están definidas por las precariedades, quieren
admitirlas como tales”. Se les recalca, en palabras de Standing, “que
deben estar agradecidos y felices de que tienen trabajos y que han de ser
‘positivos’”, ya que, después de todo, la economía pasa por un boom y el
desempleo es bajo. “Pero esta no es la experiencia de un creciente nú-
mero de estadounidenses”, finaliza la autora.

11. El salariat

Si crees que estás salvado del precariat, advierte Petersen, ya sea por
medio de tu actual trabajo o de tu educación o de la posición de tus
padres, “estás equivocado”, pues actualmente podrías ser parte del
salariat, es decir, de la clase de trabajadores que son asalariados, tienen
la posibilidad de desplegar habilidades propias dentro de sus empleos
y sienten que sus opiniones cuentan para la empresa. “Pero cada día
el salariat continúa en su ‘deriva’, tal como lo expresa Standing, hacia
Can’t Even 189

el precariat: los empleados de jornada completa son despedidos y re-


emplazados por contratistas independientes, mientras que las nuevas
compañías ‘innovadoras’ se rehúsan incluso a categorizar al grueso de
su fuerza laboral como empleados”.

Los trabajadores no se están convirtiendo en seres más perezosos, in-


siste Petersen, ni tampoco son peores ante los desafíos de la multi-
funcionalidad. “No carecemos de valor ni de ambición. En cambio, el
trabajo es malo y está decayendo, precarizándose cada vez más”. Para
entender este fenómeno, la investigadora propone “un desvío por las
historias entrelazadas de las consultorías, el capital privado y las ban-
cas de inversiones”. Debemos entender, arguye, cómo fue que el lugar
de trabajo “se fisuró, o sea, se rompió en su base misma, y cómo la
inestabilidad resultante nos ha afectado a todos”.

12. Un cambio de paradigma

Echando mano a un estudio dado a conocer en 2019 por seis organi-


zaciones progresistas sin fines de lucro, la autora sostiene que el sector
privado ha sido responsable de la pérdida de más de 1,3 millones de
puestos de empleos en la última década. “Al menos un millón de tra-
bajos fueron más tarde reincorporados a la economía con cierta capa-
cidad, pero ello no niega el efecto de los despidos ni las pérdidas de los
beneficios ni de las pensiones prometidas, ni la intranquilidad general
que, de acuerdo a la investigación mencionada, afectaron despropor-
cionadamente a las mujeres y a las personas de color”. La autora es
clara en señalar que las ganancias en sí mismas no son moralmente
reprensibles, pero la lógica del actual mercado es que negarse a incre-
mentar las utilidades, año tras año, constituye un fracaso.

Un rendimiento estable, continúa, “o incluso una propuesta de equi-


librio que produzca dividendos no monetarios para una comunidad”
no representan valor alguno para los accionistas. “Esto no es un golpe
contra el capitalismo, sino, más bien, contra este tipo de capitalismo:
uno cuyo objetivo es crear ganancias de corto plazo para personas sin
conexión con los trabajadores detrás del producto, premiar a individuos
que en apariencia no se enteran de lo que sus dólares de inversión pue-
den provocar sobre las existencias y las condiciones laborales de otros”.
190 Anne Helen Petersen

Este es el cambio de paradigma que a Petersen le resulta difícil de


confrontar y que, en consecuencia, critica, pues, en su opinión, bajo la
actual reiteración del capitalismo, “la grandísima mayoría de los em-
pleados no se beneficia, en modo alguno, de los réditos que la compa-
ñía genera para sus accionistas”. Y concluye: “Este giro en los objetivos
financieros –de beneficios a largo plazo, graduales y estables, a bruscos
aumentos en el precio de las acciones– ayudó a crear el lugar de trabajo
cada vez más alienado que hoy conocemos”.

13. Saber, saber, saber

Según Zeynep Top, una economista de Harvard, autora de un “mini-


fenómeno” editorial de 2014 titulado The Good Jobs Strategy. How the
Smartest Companies Invest in Employees to Lower Costs and Boost Profits
(‘La estrategia de los buenos empleos. Cómo las empresas más sa-
gaces invierten en sus trabajadores para disminuir los costos e incre-
mentar las ganancias’), los sueldos decentes, los beneficios laborales
adecuados y los horarios de trabajo estables son claves al momento de
otorgarle sentido y dignidad al trabajo. Si bien las compañías por ella
mencionadas gastan mucho más dinero en mano de obra que otras
similares, “producen, no obstante, excelentes utilidades y un marcado
crecimiento”. Y no se trata, claro que no, de startups modestas o desco-
nocidas, sino de firmas muy bien asentadas en el mercado estadouni-
dense: Costco, QuikTrip y Trader Joe’s, entre otras.

QuikTrip, por ejemplo, es una pequeña cadena de minimarkets que


se ve en varias áreas de Estados Unidos y, a juzgar por mucho de lo
expresado por Petersen en su libro, suena como un lugar sumamente
improbable para gozar de un buen empleo. “Pero a diferencia de la
mayoría de las firmas que contratan empleados sin títulos universi-
tarios, QuikTrip ofrece atención médica accesible, un horario estable
y un entrenamiento significativo. De hecho, sólo asciende a managers
formados en casa, con el correspondiente aumento de sueldo”. Los
resultados son sorprendentes: “Sus filas son rápidas y sus clientes in-
creíblemente leales”. Sus ventas por pie cuadrado son un 50 por ciento
más altas que el promedio de la industria y la rotación de dependientes
es de sólo un 13 por ciento, comparada con el 59 por ciento del cuarto
más alto en este tipo de comercios.
Can’t Even 191

En 2010, Zeynep Top entrevistó a una empleada de QuikTrip llamada


Patty, quien había entrado a trabajar allí a los 19 años y ganaba setenta
mil dólares al año luego de siete años en la compañía. Consultada acerca
de qué la entusiasmaba del acto de concurrir al trabajo, Patty respondió:
“Saber que vas a poder asistir a las actividades de tus hijos en el colegio,
saber que vas a ser capaz de cuidarlos y saber que la empresa para la que
trabajas crece a diario. No hay otra compañía que te pague tu salario
normal, un bono por servicio al cliente, un bono de ganancias e incluso
un bono por asistencia”.

14. La táctica de Wall Street

Sin dejos de ironía, Petersen establece que, “durante los últimos veinte
años, la oficina que te ofrece buenos tentempiés y almuerzos gratis
se ha convertido en una culminación cultural: una forma de destacar
la absurdidad de la cultura startup o sólo los ridículos beneficios que
exigen los millennials”. Pero la comida sin costo, advierte, no es única-
mente una ventaja, sino una estrategia que proviene directamente de la
cultura de Wall Street para incentivar el exceso de trabajo.

Tal ambiente fue precisamente el que estudió la antropóloga Karen Ho


en los años anteriores y posteriores a la Gran Recesión de 2008. Ho
partió sus observaciones preliminares en 1996 gracias a un año sabático
que se tomó mientras estudiaba su PhD en Princeton, “una de las pocas
universidades que los bancos de inversión perciben lo suficientemente
de élite como para producir madera de banquero”. La investigadora en-
trevistó a decenas de altos ejecutivos de Wall Street y descubrió que “las
ventajas de la organización”, una práctica transversal entre los bancos de
inversión, operaban para incentivar y perpetuar los horarios extremada-
mente largos, “específicamente a través de la cena y del viaje de regreso
a casa gratis”.

Si un profesional del rubro laboraba hasta más allá de las siete de la


tarde, podía ordenar comida a la oficina a cuenta de la empresa: con
tales horarios, era imposible que tuviese el tiempo de ir al supermerca-
do o la energía necesaria para llegar a cocinar a casa. “El ciclo se per-
petuó a sí mismo”, agrega Petersen, “ya que si el banquero se quedaba
hasta las siete de la tarde perfectamente podía permanecer frente a su
192 Anne Helen Petersen

escritorio hasta las nueve, hora en que se marchaba a su hogar a bordo


de un auto negro, nuevamente a costa de la firma”. Claramente, pagar
las cuentas de estas nimiedades era un precio mínimo para la compa-
ñía por las horas adicionales de desempeño.

La autora afirma que, hoy en día, las dinámicas y la filosofía general


de Silicon Valley “crean las condiciones perfectas para lugares de tra-
bajo fisurados. Silicon Valley piensa que el modo ‘antiguo’ de trabajar
está acabado. Adora el exceso de trabajo. Su ideología de ‘alteración’
–‘moverse rápido y quebrar cosas’, como tan célebremente lo dijo Mark
Zuckerberg– está supeditada a la voluntad de destruir cualquier sem-
blanza del lugar de trabajo estable”. En el mundo de las startups, prosi-
gue, el fin último es salir a la bolsa, “creando una valoración de acciones
bastante alta y, enseguida, un crecimiento absoluto, sin importar el costo
humano”. Así es como estas compañías, concluye, pagan de vuelta a las
empresas de capital de riesgo que invirtieron en ellas, “y así es como sus
fundadores, directorios y primeros empleados se hacen muy ricos”.

15. Japón sobrecargado

En 2017, los empleados de un cuarto de las empresas japonesas traba-


jaban más de ochenta horas extra mensuales, horas que a menudo no se
pagaban. Los funcionarios en ese país cuentan con veinte días de vacacio-
nes al año, pero el 35 por ciento de ellos no utiliza ni siquiera uno. Incluso
existe un término para referirse específicamente a la muerte por exceso
de trabajo: karoshi. “Tal palabra”, complementa Petersen, “comenzó a
utilizarse ampliamente en los años ochenta, mientras Japón se encami-
naba en la senda hacia el dominio global”. Pero en aquel entonces, con-
tinúa, el exceso de trabajo también implicaba una seguridad de por vida:
“Te dedicabas por completo a un empleo que, a su vez, se dedicaba del
mismo modo a tu cuidado y al de tu familia a largo plazo”. La autora
denuncia que este ya no es el caso en la actualidad, pero los horarios de
los trabajadores y la presión de las corporaciones se mantienen estables.

A Petersen le han dicho cosas como que “Japón es único” o que


“eso jamás ocurriría aquí”. Pero ella no está tan convencida, “pues
las contradicciones y los remordimientos ideológicos no son allá ni
más ni menos excepcionales que en Estados Unidos o en cualquier
Can’t Even 193

otro país”. Lo que ocurrió en Japón no es extraordinario, se explaya,


sino instructivo: una señal clara de que cuando una sociedad ignora,
incentiva, exige o, de cualquier otro modo, estandariza el burnout, se
compromete a sí misma. “El desequilibrio resultante puede no ser
aparente de inmediato. Pero con el correr del tiempo las grietas en
las fundaciones ideológicas más preciadas de la nación –que el tra-
bajo duro es recompensado, que los mejores alcanzan el éxito, que la
educación es primordial, que las cosas van a funcionar– crecen y se
vuelven inmanejables”. En Estados Unidos, finaliza, “hemos tratado
de cubrir esas grietas con el pegalotodo instantáneo de más trabajo:
más mails, más actividades junto a los hijos, más posteos en redes so-
ciales. Seguimos avanzando más allá del punto de extenuación, ¿pues
qué pasaría si no lo hiciéramos?”.

16. Sombras de vigilancia

Los managers de Microsoft, informa Petersen, pueden acceder a los da-


tos que sus funcionarios mantienen en sus chats, correos electrónicos
y citas de calendario, para así cuantificar la productividad, la eficacia
administrativa y el equilibrio entre trabajo y vida.Y un creciente núme-
ro de organizaciones está implementando servicios de “análisis tonal”
destinados a monitorear las reuniones y las llamadas telefónicas. “Esta
suerte de seguimiento a menudo se vende en nombre de la eficiencia u
ocurre tan gradualmente que los empleados tienen pocas vías de esca-
pe”. Según asegura Ben Waber, un científico del MIT que ha estudiado
el tema, “si los jefes te dicen ‘dame esos datos’, será muy difícil que te
niegues a hacerlo”.

Cuando existen tan pocas opciones de encontrar empleos estables, ase-


vera Petersen, “tú no eliges si quieres o no quieres ser vigilado”. Sin
embargo, hay evidencia sustantiva de que, mientras más vigilado y me-
nos confiable te sientes, menos productivo eres. En The Job.Work and
Its Future in a Time of Radical Change (‘Trabajo. El empleo y su futuro
en tiempos de cambios radicales’), la psicóloga organizacional Amy
Wrzesniewski le explica a la autora de ese libro, Ellen Ruppel Shell,
que el monitoreo cercano de los supervisores “hace que sea difícil para
nosotros pensar independiente y proactivamente” y que “lograr darle
un sentido a nuestra ocupación sea casi imposible”.
194 Anne Helen Petersen

Finalmente, Petersen apunta a los llamados trackers o “seguidores”:


con el propósito de disminuir las primas de los seguros de salud, más
y más compañías están instituyendo programas que ofrecen fitbits y
contadores de calorías a sus administrativos (Fitbit es una marca de
objetos inteligentes que llevas en el cuerpo, como por ejemplo un reloj,
para obtener diversas medidas fisiológicas). “El trato es sumamente
explícito: camina tus diez mil pasos al día, o pierde peso, ¡y todos ga-
namos!”. En la práctica, agrega Petersen, el asunto constituye una in-
cursión más del lugar de trabajo sobre el personal, “y la normalización
de una idea profundamente distópica: que un buen trabajador es un
empleado que permite que su empresa inspeccione sus movimientos”.

17. La última tajada de tu vida

Nuestra experta no comparte el juicio en torno a que internet es la


primera causa del burnout de los millennials, aunque la promesa de que
“haría nuestras vidas más fáciles” está en la actualidad absolutamente
desacreditada, además de ser la responsable de que la ilusión de que
“hacerlo todo” no sólo era posible, sino también obligatoria. “Cuando
fallamos ante esta exigencia, no culpamos a las herramientas rotas. Nos
culpamos a nosotros. Bien al fondo, los millennials saben que el prin-
cipal carburante del burnout no es en realidad el mail o Instagram o el
continuo caudal de alertas noticiosas. Es el permanente fracaso de al-
canzar las expectativas imposibles que fijamos para nosotros mismos”.

Tomando como caso Instagram, plataforma a la que llegó a ser adicta,


Petersen indica que al acceder a ella descubres una dosis de novedad
cautivante y, “en caso de que te hayas posteado a ti misma, una opor-
tunidad de ver a cada persona a la que le ha gustado la última tajada de
tu vida, quién ha visto tu historia, quién te ha mensajeado un torrente
de comentarios positivos”. La experiencia es “emocionante”, admite,
hasta que uno se da cuenta de qué tan poco ha cambiado desde la
última vez que abriste la aplicación. Esto, en su opinión, “explica el
placer entrelazado” de las redes sociales con el dolor, “con el mar-
cado contraste entre nuestra satisfacción hacia ellas y la experiencia
constantemente insatisfactoria de figurar en realidad allí presentes”.
Instagram, remata, provee de una distracción de tan bajo esfuerzo, y
es tan eficaz al impostarse como ocio real, “que ahí estamos cuando
Can’t Even 195

preferiríamos estar en otra parte: metidos en un libro, hablando con un


amigo, echando una caminata, oteando el espacio exterior”.

En el año 2000, el reconocido politólogo Robert Putnam publicó un


libro titulado Solo en la bolera, en el que argumentaba que el brusco
decaimiento de la participación de los estadounidenses en grupos, clu-
bes u organizaciones, ya fuesen religiosos, culturales o de otra índole,
también había hecho disminuir la “cohesión social” que por lo común
propiciaba el involucramiento en tales entidades. “Los hallazgos de
Putnam fueron controvertidos y rebatidos, y muchos arguyeron que la
comunidad simplemente había cambiado de lugar: tal vez nadie iba a
la liga de bowling, pero sí la gente se reunía online: en las salas de chat
de AOL o en los mensajes del muro”. Transcurridos veinte años, y a los
niveles de burnout actuales, como la polarización política y cultural de
Estados Unidos, la autora no deja de distinguir la clarividencia de los
descubrimientos de Putnam.

18. Menos trabajo, más productividad

Durante las decenas de entrevistas que Petersen condujo con los


millennials citados en su estudio, surgió un asunto relevante: la gran
mayoría de ellos aduce que su relación con el ocio está totalmente que-
brada. “Históricamente el ocio era el momento de hacer lo que te diera
la gana, las ocho horas del día gastadas en no trabajar ni en descansar”.
La gente cultivaba hobbies, “cualquier cosa, desde caminar sin rumbo
hasta el aeromodelismo”. Lo que importaba, continúa la autora, era
que el ejercicio del tiempo libre no tenía como meta convertirse en
una pareja más deseable, ni declarar tu estatus social, ni ganar algún
dinerillo extra. “Se actuaba por placer, razón por la que, nuevamente,
es tan irónico que los millennials, estereotipados como la generación
más obsesionada consigo misma, hayan perdido la noción de lo que
significa hacer algo simplemente por placer personal”. Conclusión: es
difícil recuperarse de los días empeñados en el trabajo cuando el espar-
cimiento se percibe como trabajo.

En el mundo laboral contemporáneo, aclara Petersen, parece que to-


dos están demasiado ansiosos por probar cuánto valen, “motivo por el
cual ignoramos una verdadera cornucopia de evidencia que demuestra
196 Anne Helen Petersen

que el mejor trabajo a menudo se consigue a través de menos trabajo”.


Como ejemplo, la investigadora cita al mandamás de una compañía
financiera neozelandesa muy seria, quien leyó acerca de un estudio
que establecía que los oficinistas que laboraban la semana clásica de
cuarenta horas sólo eran productivos entre una hora y media y dos
horas y medias diarias. Entonces, el jefe intentó poner en práctica algo
revolucionario: instituyó una semana laboral de cuatro días, en la que a
cada empleado se le pagaría lo mismo si es que continuaba cumplien-
do con las metas previas de rendimiento, claro que ahora contando con
sólo un 80 por ciento del tiempo. “Al final de dos meses de prueba, se
dieron cuenta de que la productividad había aumentado en un 20 por
ciento, mientras que el índice de satisfacción de ‘equilibrio entre traba-
jo y vida’ creció de un 54 por ciento a un 78 por ciento”. En 2019, una
prueba similar, llevada a cabo en Microsoft Japón, dio como resultado
un 40 por ciento de incremento en la eficiencia. “El descanso no sólo
hace a los trabajadores más felices”, apunta Petersen, “sino que los
hace más eficaces cuando de hecho están en el trabajo”.

19. Solución radical

En How to Do Nothing. Resisting the Attention Economy (‘Cómo no hacer


nada. Resistirse a la economía de la atención’), un libro publicado en
2019 por la artista y educadora Jenny Odell que concitó bastantes loas
en el mundo anglosajón, están plasmadas algunas de las ideas que,
casualmente, Petersen entrevera a lo largo de su propia obra. Odell,
indica la autora de Can’t Even, da razones profundamente convincen-
tes para ignorar todos los impulsos tendientes a la productividad y a
la perfección que han llegado a empapar nuestras vidas y nuestro ocio.
“Esto significa no hacer nada. Bueno, al menos nada que el capitalismo
conciba como generación de valor”. Aunque así expresada la idea tiene
un componente radical e inclusive iluso, Petersen da a entender que el
asunto va más por el lado de aprender a gozar de lo simple.

Odell argumenta que hemos llegado al punto en que minimizamos to-


das las fuerzas que compiten por nuestra atención, utilizando palabras
como “molesto” o “distracción” para describir la adicción diseñada de
las redes sociales, el miedo a perdernos un mail importante, la obliga-
ción de hacer que el ocio sea de algún modo financiera y personalmen-
Can’t Even 197

te “productivo”. Pero las distracciones, prosigue Odell, “nos impiden


llevar a cabo las cosas que en verdad queremos hacer”, las cuales en-
tonces “se acumulan y nos impiden vivir las vidas que anhelamos”.
De este modo, “las mejores, las partes más vivas de nosotros mismos,
quedan pavimentadas bajo la lógica despiadada del uso”.

Retomando las riendas de su relato, Petersen asegura que al evaluar el


burnout en que viven, los millennials sienten que este es irreconciliable
con el modo en que honestamente quisieran vivir. Esta es justo la razón,
advierte, de por qué la condición de burnout es algo más que sólo la adic-
ción al trabajo. Y, dicho esto, se lanza con una seguidilla de preguntas de
corte trascendental: “Si sustraes tu habilidad de trabajar, ¿quién eres?
¿Queda ahí algún ser para desenterrar? ¿Tienes noción de lo que te gusta
o no cuando no hay nadie que te esté observando o cuando no existe la
extenuación que te fuerza a elegir la senda de la menor resistencia? ¿Sa-
bes moverte sin tener que siempre moverte hacia delante?”.
Sex
Robots
& Vegan
Meat
Aventuras en la
frontera del nacimiento,
la comida, el sexo
y la muerte
Jenny Kleeman
Nota de la edición

A través de un inquietante paseo por el mundo de la tecnología de pun-


ta en cuatro áreas fundamentales para la humanidad, la reconocida pe-
riodista y documentalista británica Jenny Kleeman advierte que esta-
mos próximos a traspasar umbrales que implicarán un cambio radical
en nuestras existencias. Su libro Sex Robots & Vegan Meat. Adventures
at the Frontier of Birth, Food, Sex, and Death (‘Robots sexuales y carne
vegana. Aventuras en la frontera del nacimiento, la comida, el sexo y la
muerte’) es un recuento frenético de lugares insospechados, donde los
más osados inventores del planeta trabajan sin parar con el propósito
de ser los primeros en poner a disposición de los consumidores sus
inauditas creaciones. En la introducción del volumen –recién salido
del horno en el mercado anglosajón–, Kleeman anuncia que conducirá
al lector “a cocinas donde se fabrican costosísimos nuggets de pollo, a
reuniones de ‘sólo miembros’ donde la gente aprende a suicidarse, a
laboratorios donde los fetos crecen en bolsas y a plataformas de discu-
siones online donde los hombres planean una guerra sin cuartel contra
las mujeres”. Las muñecas eróticas dotadas de inteligencia artificial, la
carne fabricada a partir de células de vacunos y peces vivos, la ectogé-
nesis (procedimiento mediante el cual un embrión crece fuera del úte-
ro materno) y los métodos de autoeliminación propuestos por el últi-
mo “Doctor Muerte” plantean, en conjunto, desafíos éticos, morales y
prácticos que la autora aborda con la debida distancia y seriedad. Pero
esta fogueada reportera no acostumbra a creer de buenas a primeras
en todo lo que le dicen, razón por la que, utilizando a veces el saludable
recurso de la ironía, desvela intencionalidades ocultas o paradójicas en
las que alguien menos sagaz no hubiese reparado. Dos ejemplos: en su
opinión, la sofisticada industria de las peponas sensuales no tiene nada
que ver con el sexo, pues en realidad aspira a producir esclavos en serie,
mientras que el rubro de la llamada “carne limpia”, dirigido por em-
prendedores veganos de Silicon Valley, podría estar reforzando con sus
avances el poder de las grandes empresas ganaderas y contribuyendo
así a la devastación ecológica. En resumidas cuentas, Kleeman propo-
ne que nos detengamos un poco a pensar antes de ser seducidos por
los embrujos de la tecnología, que dejemos de lado el vértigo de la no-
vedad por la novedad y que advirtamos que nuestro futuro está siendo
definido hoy mismo por ambiciosos innovadores convencidos de que
seremos capaces de obtenerlo todo, o casi todo, sin mayores sacrificios.
Sex Robots & Vegan Meat
Adventures at the Frontier of Birth,
Food, Sex, and Death
Pegasus Books | 2020 | 272 páginas

Jenny Kleeman es una periodista y documentalista


británica que viaja por el mundo en busca de
historias provocadoras que estimulen el debate en
torno a asuntos trascendentes de nuestros días.
Sus artículos aparecen con regularidad en The
Guardian, The Times, The New Statesman y Vice,
mientras que su trabajo fílmico, por el que ha
obtenido diversas distinciones, ha sido difundido
por la BBC y por HBO. Actualmente codirige el
programa radial matutino que ofrece de viernes a
domingo la Times Radio de Londres.
Sex Robots & Vegan Meat 201

Invenciones y
artilugios desbocados

1. Liberación sin sacrificios

Hasta ahora, explica la prestigiosa periodista británica Jenny Kleeman,


la vida siempre ha consistido en lo mismo: “Emerger del cuerpo de
nuestras madres, nutrirse de la carne de animales muertos y buscar re-
laciones sexuales con otros humanos, hasta que todo termina con una
muerte que no podemos evitar ni controlar”. Con el afán de recabar la
cuantiosa información que presenta en Sex Robots & Vegan Meat (‘Ro-
bots sexuales y carne vegana’, sus peculiares “aventuras en la frontera
del nacimiento, la comida, el sexo y la muerte”), Kleeman dedicó los
últimos cinco años a reportear cuatro invenciones que prometen en-
tregar “el compañero perfecto, la gestación perfecta, la carne perfecta
y la muerte perfecta”. Ninguna de ellas, advierte, “es todavía perfecta”:
todas aún se están fabricando en laboratorios, en garajes, en estudios,
en hospitales, en talleres y en bodegas. “Algunas saldrán a la venta en
pocos años, mientras que otras tardarán décadas en acceder al merca-
do, pero en conjunto se convertirán en un componente inevitable de la
existencia humana”.

Cuestionadora de fuste, Kleeman se pregunta a lo largo de su libro


cuánto estamos a punto de concederle a la tecnología y cómo esta
cambiará nuestras costumbres. Para responder a lo anterior, “viaja-
remos a lo largo de cuatro continentes y visitaremos los lugares más
oscuros de internet. Los llevaré a cocinas donde se fabrican costosísi-
mos nuggets de pollo, a reuniones de ‘sólo miembros’ donde la gente
aprende a suicidarse, a laboratorios donde los fetos crecen en bolsas
y a plataformas de discusiones online donde los hombres planean una
guerra sin cuartel contra las mujeres”. Los inventores con los que se
encontrará la autora –“y casi todos serán varones”, enfatiza– a veces
202 Jenny Kleeman

están guiados por principios, a veces por la pasión, a menudo por el


dinero, pero siempre por la promesa de la validación y la fama. “Todos
comparten la creencia de que la tecnología nos permitirá alcanzar las
vidas que realmente deseamos sin sacrificio, que puede eliminar nues-
tros problemas y liberarnos”.

2. El Rolls-Royce de las muñecas eróticas

Abyss Creations (‘Creaciones Abismo’) se ubica en una bodega sin


logos ni avisos en San Marcos, a 30 kilómetros al norte de San Diego,
California. Allí se fabrica la RealDoll, la más famosa e hiperrealista
muñeca sexual de silicona del mundo. Cada año, se envían seiscien-
tas peponas de esa marca a las habitaciones de clientes en Florida,
Texas, Alemania, Inglaterra, China y Japón, entre otros destinos. El
modelo básico cuesta 5.999 dólares, pero hay otros que alcanzan de-
cenas de miles de dólares si el comprador exige especificaciones poco
comunes. La revista Vanity Fair llamó a esta empresa “el Rolls-Royce
de las muñecas eróticas”. En pocas palabras, añade Kleeman, “es-
tamos ante el producto de masturbación más lujoso del mercado”.
Sin embargo, “no hay nada sórdido en este lugar de trabajo: es una
fábrica como otras, y para los diecisiete técnicos que aquí laboran las
muñecas son triviales”. Casi todos los ejemplares tienen cuerpos de
estrellas porno mejorados quirúrgicamente. Para la autora, sin lugar
a duda, “son caricaturas”. También existen prototipos masculinos,
pero no muchos.

El taller de Abyss Creations “es un testamento de cuán específicas y


variadas pueden ser las torceduras humanas. Han fabricado muñecas
con tres pechos, muñecas con piel color sangre, colmillos de vampiros
y cachos demoníacos, muñecas con orejas de elfo, muñecas hirsutas
con pelo insertado a mano por todo el cuerpo”. Y uno de los rasgos
más populares de las RealDolls son los rostros intercambiables: se en-
samblan en los cráneos plásticos con imanes y el usuario sólo tarda
segundos en removerlos. “Esto significa que los consumidores pueden
comprar un cuerpo y tener una variedad de compañeras sexuales con
diferentes looks, incluso de distintas etnias”. El guía que acompaña a la
periodista por las instalaciones asegura que la firma posee una clientela
que incluye varias celebridades e incluso un Premio Nobel.
Sex Robots & Vegan Meat 203

3. La creación más ambiciosa

Según Kleeman, algo “realmente extraordinario” se está fabricando en


las entrañas de Abyss. Se trata de Harmony, “la culminación de veinte
de años de trabajo de Matt McMullen, el dueño de la compañía, tras
cinco años de trabajo de investigación y desarrollo en animatrónica e
inteligencia artificial, y con una inversión de cientos de miles de dóla-
res del dinero del propio Matt”. Harmony es una RealDoll traída a la
vida. “Y luego de un año de mails y llamadas telefónicas, finalmente he
obtenido autorización para conocerla”. Matt se graduó en una sencilla
facultad de artes a principios de los 90. Luego aceptó trabajos ocasiona-
les y uno de ellos lo condujo a una fábrica de máscaras de Halloween,
donde se familiarizó con las propiedades del látex y del diseño en tres
dimensiones. “‘Me di cuenta de que la escultura era mi medio’, dice,
como si fuera Rodin en vez del hombre detrás del RealCock2 [un conso-
lador sumamente realista]”, confidencia Kleeman con ironía. Harmony
puede contar chistes, citar a Shakespeare y discutir sobre música, cine
y literatura por cuanto tiempo desee su dueño. “Recordará quiénes son
tus hermanas y hermanos. Ella puede aprender”.

La reportera enfatiza que esto ya no se trata de una muñeca sexual,


“sino de una compañera sintética lo suficientemente convincente como
para que puedas tener una relación con ella”. La inteligencia artificial
de Harmony le permitirá ocupar un nicho que ningún otro producto
en la industria sexual es capaz de satisfacer en la actualidad: “Al hablar,
aprender y responder a la voz de su dueño, está diseñada para ser al
mismo tiempo una pareja sustituta y un juguete sexual”. Por ahora, no
obstante, Harmony es una cabeza animatrónica con inteligencia arti-
ficial montada sobre el cuerpo de una RealDoll. “Puede cumplir con
todas tus necesidades físicas y emocionales, pero no puede caminar”.
McMullen habla del “roborgasmo” y anuncia que Harmony costará
15.000 dólares. Kleeman, por su parte, da cifras duras: los capitalis-
tas de riesgo estiman que la industria sexual tecnológica vale más de
30.000 millones de dólares (aquí sólo se incluye el valor de mercado de
las tecnologías existentes, como juguetitos, aplicaciones de encuentros
pasajeros y realidad virtual porno). “Los robots sexuales serán lo más
grandioso que haya visto el mercado hasta ahora”, agrega. Un sondeo
de YouGov, firma internacional de investigación de mercados y análi-
sis de datos, estableció que uno de cuatro hombres estadounidenses
204 Jenny Kleeman

consideraría tener sexo con un robot, y el 49 por ciento de los nortea-


mericanos piensa que el acto sexual con un robot será un lugar común
dentro de los próximos cincuenta años.

4. Esposa mía

A más de 3.200 millas de California, en los suburbios de Detroit, vive


un tipo autodenominado Davecat, “el portavoz no oficial de la comu-
nidad amante de las muñecas o, más bien, el único que posee una mu-
ñeca y siempre está feliz de hablar del tema con quien sea”. Davecat,
no es de extrañar, ha figurado en medios de prensa de todo el mundo
y asegura llevar casado dieciséis años, aunque no de manera legal, con
una ejemplar llamada Sidore Kuroneko. “Hay algo desesperantemente
triste en el gozo que Davecat obtiene de esto”, admite la periodista.
“Seguramente lo que él necesita es una relación real en vez de un trozo
mejorado de silicona”. Tanto él como Matt McMullen sostienen que
las muñecas sexuales ayudan a individuos discapacitados, solitarios y
socialmente excluidos. Otros en el rubro afirman que sus creaciones
contribuirán a evitar las violaciones y la violencia de género. Además
de Sidore, Davecat dispone de otras dos muñecas, Elena Votriskova y
Miss Winter: es un abierto practicante del poliamor.

Si bien el sexo con ginoides y androides (robots mujeres y hombres,


respectivamente) puede sonar futurista, la autora nos recuerda que
“Davecat es parte de una tradición tan vieja como la antigua Grecia.
[...] El ancestro más temprano de Harmony probablemente sea Gala-
tea, la estatua de marfil esculpida por Pigmalión en la mitología griega
y romana”. En un libro de 2007 titulado Love & Sex with Robots, el
científico informático David Levy plantea la utilidad de crear prostitu-
tas mecánicas y cómo este avance podría ser un acicate sin precedentes
para la industria de la robótica. La investigadora señala que no hay
modo de no creerle, pues “el sexo estimula la innovación”. La porno-
grafía online, prosigue, impulsó el crecimiento de internet, transfor-
mándola de una invención militar a la que accedían geeks y académicos
en algo que hoy es ampliamente considerado una necesidad humana
básica. El porno fue el gatillante detrás del desarrollo del video strea-
ming, detrás de la innovación de las transacciones en línea con tarjetas
de crédito y detrás del incentivo para un mayor ancho de banda. “Tal
Sex Robots & Vegan Meat 205

como la pornografía hizo lo que es internet hoy en día, los avances en


humanoides sexuales ya están acelerando los avances en la robótica”.

5. Involuntariamente célibes

Los robots sexuales, contextualiza Kleeman, están llegando al mundo


en una época en que los hombres están perdiendo su poder, su estatus
y sus certezas. La revolución sexual y la segunda ola del feminismo de
los años 60 han significado que hoy, al menos en Occidente, las mujeres
crezcan sabiendo que pueden y deberían elegir con quien se acuestan.
“Pero para algunos varones esto ha implicado falta de acceso al sexo y
mucha pero mucha rabia”. Los involuntariamente célibes –conocidos
en inglés como incels– son un grupo articulado que estima que mere-
cen tener relaciones sexuales con mujeres deseables cuando gusten y las
maldicen cuando eso no ocurre. “En sus muros de mensajes online, los
incels arguyen que las féminas utilizan su poder sexual sobre ellos para
tiranizarlos”. El asunto le preocupa a la periodista, pues no se trata “de
una banda de unos pocos perdedores desesperados”, sino de grandes
cantidades de individuos “que glorifican la violencia contra la mujer”.

Los incels, advierte, ya no sólo se esconden tras sus computado-


ras, “sino que se están radicalizando y están cometiendo asesinatos
en masa. Muchas personas han muerto a manos de hombres que se
describen felizmente como incels”. En 2014, Eliot Rodgers mató a
seis sujetos e hirió a otros catorce antes de suicidarse. En 2018, Alek
Minassian chocó una van contra un grupo de gente y mató a diez tran-
seúntes e hirió a dieciséis, “justo después de postear en Facebook ‘La
Rebelión Incel ya ha comenzado’”. Y varios más han acabado sus días
por culpa de individuos que aseguraron haber actuado guiados por la
frustración sexual, como Seung-Hui Cho, quien mató a 32 personas en
2007 en el campus de la Virginia Tech, y Christopher Harper-Mercer,
quien asesinó a otras nueve en Oregon en 2015.

6. Fábrica de esclavos

Publicaciones como el New York Times y Spectator han sugerido que, en


el futuro, los robots sexuales serán utilizados para apaciguar a los in-
206 Jenny Kleeman

voluntariamente célibes antes de que puedan herir a alguien. “El argu-


mento es que estas máquinas permitirían una suerte de ‘redistribución
sexual’, lo cual implicaría que el derecho al sexo podría convertirse en
un derecho humano alcanzable y que la vida ya no les parecería tan
terriblemente injusta a los hombres que no pueden copular”. Un argu-
mento similar es el que utilizan los fabricantes chinos y japoneses de
muñecas sexuales infantiles: al poner a disposición de un pedófilo un
sustituto sintético, el predador dejará de abusar de niños reales.

Sin embargo, tras conducir decenas de entrevistas y asistir a varios


congresos de expertos en la materia, Jenny Kleeman llega a otra con-
clusión: “La gente que hace robots sexuales está fabricando esclavos,
esclavos que un día serán casi indistinguibles de los humanos. Si tienen
éxito en su cometido, para nosotros será normal compartir nuestros
hogares con seres con los que nunca tendremos que empatizar, que
sólo existirán para satisfacer cada uno de nuestros deseos y que harán
todo lo humano que la mayoría de los humanos preferiría no hacer.
Tal como han intentado indicarme los entendidos, esto en realidad no
tiene nada que ver con el sexo”.

Muchos de los resquemores en contra de los robots sexuales guardan


relación con el impacto sobre las mujeres, pero el asunto no consiste
únicamente en la objetificación de ellas, “aunque los robots sí objeti-
fican a la mujer”, acota la periodista. No sólo se trata de darles a los
hombres una oportunidad de poner en acción sus fantasías de viola-
ción y violencia misógina, “pese a que un pequeño número de ellos
bien podría querer un robot por tales razones”. En opinión de la au-
tora, el tema más relevante es cómo cambiará la humanidad cuando
podamos tener relaciones con los robots. “Este es un problema tanto
humanista como feminista”, aduce. Y para dar por cerrada la cuestión
asevera que “cuando la empatía deja de ser el requerimiento de una
interacción social, se convertirá en una habilidad en la que deberemos
aplicarnos, y todos seremos un poco menos humanos”.

7. La predicción de Churchill

Jenny Kleeman no es vegana y, por cierto, le encanta comer carne. Aun


así, está consciente de que “hay pocas cosas peores que uno pueda ha-
Sex Robots & Vegan Meat 207

cerle a la salud de los humanos, de los animales y del planeta, a nuestra


tierra, agua, aire y atmósfera, al ambiente, tanto al interior de nuestros
cuerpos como al exterior, que comer carne. La evidencia de esto es al
mismo tiempo unívoca y monumental”. En primer lugar, el cambio cli-
mático: la industria ganadera global produce más gases de efecto inver-
nadero que los tubos de escape de todas las formas de transporte del
planeta en conjunto. En segundo lugar, las infecciones ultrarresistentes a
las medicinas: “El Servicio Nacional de Salud británico está intentando
que consumamos menos antibióticos, ya que, mientras más bacterias
quedan expuestas a ellos, mayor es la posibilidad de que muten en su-
perbichos adaptados a resistirlos”. En tercer lugar, las dietas carnívoras:
son “una forma ridículamente ineficiente de poner calorías en tu cuerpo;
en vez de obtener nuestra energía de las plantas, la obtenemos de ani-
males que la obtienen de las plantas”. En cuarto lugar, el agua: para pro-
ducir un kilo de carne se necesitan 43.000 litros de agua. Y, finalmente,
la polución hídrica: “Los brotes de E. coli y norovirus vinculados a las
ensaladas y a otros vegetales casi siempre son rastreables hasta el excre-
mento de los animales de campo que contamina las fuentes de riego”.
Todo eso sin contar la eutoficación, que ocurre cuando el abono y los
fertilizantes llegan a los cauces y producen algas que crecen y sofocan a
otras especies acuáticas. La eutoficación afecta al 78 por ciento de la cos-
ta de Estados Unidos continental y al 65 por ciento de la costa atlántica
europea. “También matamos peces cuando comemos carne”.

La carne creada en un laboratorio, continúa la periodista, no es una


idea nueva, “si bien no tan antigua como Pigmalión”. En un ensayo
de 1931 titulado “Fifty Years Hence” (‘Dentro de cincuenta años’),
Winston Churchill indicó que, hacia 1981, “habremos escapado de la
absurdidad de criar a un pollo completo para comernos la pechuga o
las alas, produciendo estas partes por separado bajo un medio adecua-
do”. Esta frase se ha convertido en algo tan totémico en Silicon Valley,
añade Kleeman, que uno de los fondos de capital de riesgo que invierte
en tecnología alimenticia se llama Fifty Years.

8. Hamburguesa de laboratorio

La primera hamburguesa del mundo cultivada artificialmente fue


paladeada a la una de la tarde del 5 de agosto de 2013 en Londres,
208 Jenny Kleeman

“durante una conferencia de prensa de alto nivel para una audiencia


de doscientos periodistas y académicos”. El bocadillo fue creado por
Mark Post, un fisiólogo de la Universidad Maastricht, en Holanda, y
llevar el emprendimiento a buen término costó 325.000 dólares. Su
financista fue Sergey Brin, cofundador de Google.

¿Cómo se fabrican estas singulares hamburguesas? Primero se hace una


biopsia de células madres de un animal adulto, “las cuales se llaman
‘células de arranque’ porque tienen la habilidad de crecer, dividirse y
convertirse en grasa y músculo. Sólo basta una biopsia del tamaño de
una semilla de sésamo”. Las células de arranque se ubican luego en
una bandeja bañada con nutrientes y agentes de crecimiento, y después
son puestas en un biorreactor para que se multipliquen. “Una célula se
convierte en dos, dos en cuatro, cuatro en ocho, y así sucesivamente,
hasta que hay trillones de ellas”. Entonces se ordenan dentro de un an-
damio de gel que les da la forma de las fibras del músculo. “Se necesitan
alrededor de diez semanas para criar suficientes células para hacer una
hamburguesa, pero, debido a que el crecimiento es exponencial, sólo se
precisan doce semanas para producir cien mil hamburguesas”.

Según Mark Post, de una vaca de carne y hueso se obtienen cerca de


dos mil hamburguesas, claro que el animal habría tenido que vivir al
menos dieciocho meses antes de ser sacrificado. Tanto las hamburgue-
sas como las croquetas y la carne de salchichas de laboratorio, apunta
Kleeman, no tienen mucha estructura y son relativamente fáciles de
elaborar, pero “un bife de lomo exigiría una enorme cantidad de tra-
bajo para lograr la textura y la configuración correctas de la grasa, el
cartílago y el músculo”. Los avances en el cultivo de tejidos, concluye,
“se acelerarán gracias al mercado creado por los robots sexuales, y
estas mejoras serán redirigidas hacia el rubro de la carne limpia con el
potencial de crear cortes apetecibles”.

9. Veganos disfrazados

Sólo en Estados Unidos, la industria cárnica y avícola está avaluada en


más de un billón de dólares. “Son los empresarios californianos quienes
están dando los pasos más amplios, impulsados por el tipo de inversión
que únicamente puede provenir del capital de riesgo de Silicon Valley.
Sex Robots & Vegan Meat 209

Quien sea capaz de hincarle el diente a esa cifra, aunque sólo sea el 1
por ciento marginal del mercado, está destinado a ganar miles de millo-
nes de dólares”. Bruce Friedrich es el director ejecutivo del Good Food
Institute (‘Instituto de la Comida Buena’), o GFI, un think tank accelerator
estadounidense fundado en 2015 y dedicado a promover los rubros de “la
carne limpia”, que es la que se fabrica en laboratorios, y la carne hecha a
partir de vegetales. Según él, el asunto se asemeja al cambio que produjo
la irrupción del automóvil en el uso de los caballos y los carruajes. “Si lo
que a la gente le gusta de la carne es el sabor, la textura, el aroma –cosas
bastante fundamentales–, si podemos darle estas cosas, pero de mejor ma-
nera, las personas cambiarán. Si es un mejor producto y menos caro, de
seguro cambiarán”. Cuando se fundó el GFI, sólo había una startup de
carne limpia en Estados Unidos. Tres años después existían más de veinti-
cinco. “Y esto se debe principalmente al modo en que Bruce y su equipo
les facilitan la vida, de manera gratuita, a los empresarios que desean abrir
compañías en este rubro”.

Las startups de carne limpia de Silicon Valley son dirigidas por veganos,
informa Kleeman, y quienes las financian también lo son en su gran
mayoría. El mismo GFI depende de dinero vegano para solventarse: los
principales donantes del instituto son Dustin Moskovitz, cofundador de
Facebook, y su esposa, ambos veganos. “El movimiento de la carne lim-
pia me está empezando a parecer un movimiento vegano disfrazado”,
indica la investigadora, “un movimiento que sabe que la palabra que
empieza con ‘v’ está cargada con una actitud de rectitud moral que es
tóxica para quienes aman comer carne. Pero el futuro por el que traba-
jan Bruce y los emprendedores de la carne limpia es un mundo donde
la industria de la carne es poseída y controlada por veganos”. Y, con un
dejo de ironía, concluye: “La carne limpia es carne vegana”.

10. Puré de pollo

Los cuarteles centrales de JUST, la startup de comida de 1.100 millones


de dólares que anunció que sería la primera empresa en vender carne
limpia al público, se ubican en el Mission District de San Francisco.
Kleeman se reúne allí con el CEO de la compañía, un vegano llamado
Josh Tetrick, quien la invita a un impresionante tour por las instalaciones
con la promesa de que al final podrá paladear algunos de sus productos.
210 Jenny Kleeman

“Y ahora a lo que viniste”, declara Josh con pompa. “Aquí está nuestro
nugget de pollo para que lo pruebes”. La reportera se envalentona, se
lleva el trozo a la boca y comienza a comerlo. “Mientras voy masti-
cando, me doy cuenta gradualmente de que es asqueroso. Al princi-
pio la carne me resulta familiar –tiene la jugosidad, la inconfundible
pegajosidad de la carne animal entre mis dientes–, pero a la vez tiene
la textura de la peor comida procesada que sea posible imaginar. La
consistencia es tan errada, la carne está tan alejada del tejido animal,
que mi cerebro me dice que esta es una carne demasiado mala y que
debo escupirla. No hay piezas de carne discernibles en este nugget. Es
puré de pollo, abultado con relleno, dentro de una corteza crujiente”.
Cuatro días después de la experiencia, la autora es aún incapaz de
echarse un trozo de carne a la boca.

Tras conversar con varios técnicos de las diferentes áreas de produc-


ción, Kleeman deduce que JUST no pretende vender carne limpia en
los supermercados demasiado pronto: “El lanzamiento será un truco
publicitario que implica que ellos podrán reclamar el título de ser los
primeros y atraer más capital de riesgo”. En su opinión, “la carne lim-
pia todavía está en la etapa de prueba de concepto, aunque el concepto
probado esta vez no es que sea posible crear carne en un laboratorio,
sino que la gente esté preparada a pagar por ella”. La historia de las
aventuras de JUST en la carne es un relato que los periodistas estarán
deseosos de proclamar, un relato que a los inversionistas les agradará
oír. “Pero es sólo una historia”, remata Kleeman.

11. Genocidio marino

En la actualidad sólo existen tres compañías dedicadas exclusivamente


a la producción de pescados en laboratorios, lo cual le causa extrañeza
a la autora, considerando que el problema de los peces es mucho más
urgente que el de la carne. “Si la carne es asesinato, el pescado es geno-
cidio. Décadas de pesca comercial, industria que utiliza métodos cada
vez más voraces para la captura, han generado una catástrofe ecológica
en nuestros océanos”. Un 33 por ciento de los peces es capturado
más rápidamente de lo que puede reponerse, lo que implica que la
población total de peces ha sido tan sobreexplotada que no puede re-
cuperarse y la cadena alimenticia se encuentra destruida. Otro 60 por
Sex Robots & Vegan Meat 211

ciento está siendo faenado al máximo, por lo que “no podemos obtener
ningún pez más de los que obtenemos hoy”. Esto significa que sólo el
7 por ciento de las poblaciones es subexplotado, y con frecuencia tales
poblaciones se hallan demasiado lejos de las costas como para hacerlas
económicamente viables o en aguas sobre las que hay reclamaciones
políticas, “en las que arriesgas iniciar una guerra si navegas por ellas”.
Los humanos consumen más pescado que cualquier otra proteína ani-
mal y mil millones de personas dependen de este recurso como fuente
de proteínas. En otras palabras, advierte la investigadora, “ya hemos
atrapado casi todos los peces que podíamos del mar”.

12. Un pez fuera del agua

Finless Foods (‘Alimentos sin aleta’) fue fundada en 2017 por dos
bioquímicos de la costa este de Estados Unidos, Mike Selden y Brian
Wyrwas. La compañía, situada en la ciudad californiana de Emeryville,
fue la primera startup en especializarse en productos marinos y sus
creadores están concentrados en el atún de aleta azul y en la lubina.
Cuando el atún de Finless salga a la venta, costará lo mismo que su
equivalente del pescado real, alrededor de 7 dólares por una pieza de
sashimi. Mike le informa a Kleeman que “pasarán años, no décadas,
antes de que esto ocurra, y el factor crítico no es la ciencia, sino las
regulaciones gubernamentales”. Mike no sólo detesta la cultura de Si-
licon Valley –se siente allí un verdadero pez fuera del agua–, sino que
también se declara comunista. Un emprendedor comunista le causa
extrañeza a la periodista, pero él explica que “el único modo de cons-
truir la tecnología que mejorará la forma en que comemos es a través
de una startup. Me encantaría que existiese otro modo, pero en la ac-
tualidad no lo tenemos”.

Kleeman afirma que “hay algo profundamente opaco en torno a Mike


Selden: su veganismo”. Pese a que en todas las entrevistas que ha leí-
do de él se ha declarado vegano, en esta ocasión Selden le informa a
la autora que ya no lo es, aunque en realidad se alimenta como tal.
“Pero ya no me defino como vegano porque no quiero ser apunta-
do con el dedo ahora que soy una modesta figura pública”. Y prosi-
gue: “La comunidad vegana es el grupo de personas más ensimisma-
do que conozco, incapaz de ver más allá de sus propias narices. Es
212 Jenny Kleeman

increíblemente blanco, es increíblemente rico, es increíblemente privi-


legiado y superinconsciente de lo que hace”.

Para la investigadora, “Mike sabe lo difícil que es ser un vegano perfec-


to, y no quiere ser acusado de ser un mal vegano, por lo que prefiere
advertir que no lo es. Siento pena por él y agradezco que nunca he
declarado ser más que una carnívora descorazonada. Me agrada ser
demasiado vieja como para formar parte de la Generación Z, donde
cualquier transgresión percibida puede dejarte como un paria. Habría
que ser un contorsionista para vivir una vida lo suficientemente pura”.
Mike piensa que el veganismo quedará obsoleto una vez que esta nue-
va tecnología funcione.

13. Transglutaminasa, maltodextrina, ácido succínico

La carne limpia, asegura Kleeman, sigue siendo mala para nosotros:


“Los riesgos de engullir montañas de carne roja no se desvanecen
porque fue cultivada en un laboratorio. Todavía provocará cáncer y
enfermedades coronarias, todavía tendrá colesterol y grasa y carecerá
de fibra, incluso si algún día pudiese ser diseñada para hacernos un
poco mejor”. El riesgo es que, si nos dicen que la carne que comemos
es “limpia”, podríamos sentir que tenemos chipe libre para consumir
cuanto queramos, y sin embargo es más dañina para el planeta y para
nuestros cuerpos que una dieta basada en plantas. “Entonces, ¿es la
carne vegetal la respuesta?”. La imitación de productos animales basa-
dos en vegetales son alimentos ultraprocesados, hechos a partir de un
impresionante número de componentes. “Cuando leí los ingredientes
del huevo que me comí en JUST, parecía el listado de aparatos de
un experimento químico, un recuento de aislantes y gomas y aceites
extractos y saborizantes, pirofosfato de tetrasódico, transglutaminasa,
citrato de potasio y más”. La Beyond Burger (‘Más allá de la hambur-
guesa’, uno de los productos veganos desarrollados por Beyond Meat)
se promociona como hecha a base de proteínas de arveja y aceite de
coco, “pero también contiene algo llamado metilcelulosa, maltodextri-
na, glicerina vegetal, goma arábiga y ácido succínico”.

Finalmente, la autora se concentra en el aspecto monetario del asunto,


“en todas esas cuantiosas inversiones de las gigantescas compañías de
Sex Robots & Vegan Meat 213

carne que las startups están tan deseosas de obtener, corporaciones que
son notorias por poner las ganancias por sobre el bienestar de los anima-
les, de la gente y del planeta”. Consultado al respecto, Bruce Friedrich,
el director del GFI, piensa que es muy probable que las firmas que ya
tienen acceso a la infraestructura y a la logística que requiere la industria
de la carne limpia terminen apoderándose de ella. “Poniendo en la ba-
lanza el idealismo de Bruce y el comunismo de Mike”, acota Kleeman,
“ellos perfectamente podrían estar ayudando a las actuales empresas de
la carne a enriquecerse más, y haciendo el trabajo preliminar para un
rubro que nos vuelve a todos más dependientes de corporaciones mul-
tinacionales cada vez más remotas”. En el futuro por el que lucha la
industria de la carne limpia, donde los humanos todavía comerán carne,
pero ya no matando animales, “habremos rendido nuestra autosuficien-
cia a compañías con una tecnología especializada. Nadie puede garanti-
zar que estas compañías serán una fuerza del bien o que operarán para
el bienestar de alguien que no sean ellas mismas”.

14. Madres veteranas

El Pacific Fertility Center, ubicado en Los Ángeles, “es el lugar donde


concurre a hacer sus bebés la gente que todo lo tiene”. Las modelos y
actrices que no quieren perder sus trabajos por las transformaciones
físicas del embarazo acuden allí, al igual que las altas ejecutivas de
Silicon Valley, a quienes se les estimula en sus empresas a que conge-
len sus óvulos para no desperdiciar un período de tiempo clave en el
desarrollo de sus carreras. El centro está dirigido por el doctor Vicken
Sahakian, un especialista en fertilidad que lleva 25 años ejerciendo su
oficio. “Si estás dispuesto a usar los óvulos, el esperma o los úteros de
otros individuos, y estás dispuesto a pagar, Sahakian puede conseguir
cualquier cosa”, asegura la investigadora. Y enseguida informa que, en
California, a las madres de alquiler se les permite ganar dinero por
gestar los niños de otros individuos, “y el sistema legal aquí es recono-
cido por defender los derechos de los padres previstos sobre cualquier
tercero que pueda estar implicado en la creación de sus bebés”.

En diciembre de 2015, el Parlamento Europeo prohibió toda forma


de alquiler de úteros, bajo el argumento de que “socava la dignidad
humana” de las mujeres. La entidad también se refirió por separado al
214 Jenny Kleeman

alquiler gestacional, pues “implica la explotación reproductiva y la uti-


lización del cuerpo humano”. No obstante, Kleeman tiene muy claro
que prohibir este tipo de arrendamientos no acabará con la demanda.
“Es demasiado tarde: la posibilidad de tener un hijo genéticamente
emparentado sin pasar por el embarazo les ha abierto un nuevo mundo
a hombres y mujeres. Y cada año aparecen nuevas razones para exigir
una paternidad liberada del embarazo, tal como lo demuestra la abul-
tada lista de clientes de Sahakian”.

Nuestro hombre tiene fama de ser un tipo osado. En 2001, ayudó a


Jeanine Salomone a quedar encinta con el óvulo de una donante: la se-
ñora dio a luz a los 62 años. El asunto generó un escándalo en Fran-
cia, donde otorgar tratamiento de fertilidad a mujeres posmenopáusicas
es ilegal, luego de que se supiera que el padre biológico del bebé era
Robert, el hermano de Jeanine. “Él pudo tener una capacidad limitada
de consentir en la utilización de su esperma, pues años antes había in-
tentado suicidarse con un tiro en el mentón y quedó con daño cerebral”.
Los periodistas franceses sugirieron que el hijo de ambos, Benoit-David,
fue concebido para asegurar la herencia de la riquísima progenitora de
Jeanine y Robert. “La prensa enfrentó a Sahakian, quien afirmó que los
hermanos se habían presentado en su consulta en calidad de matrimo-
nio y que Jeanine había mentido acerca de su edad”.

En 2006, Sahakian fue el artífice del caso de la mujer más vieja del
mundo en dar a luz. María del Carmen Bousada, una asistenta de
ventas retirada, tuvo a sus mellizos, Christian y Pau, la semana antes
de cumplir 67 años. Menos de un año después, la señora fue diagnos-
ticada de cáncer y murió en 2009, dejando a sus hijos huérfanos con
tan sólo dos años y medio. “Es cierto: esa mujer de Barcelona figura
en el libro Guinness World Records como la mujer más anciana en pa-
rir, me informa Sahakian con cierto orgullo que me parece grotesco”,
concluye Kleeman.

15. Embarazo externalizado

La periodista aduce que el impulso por mejorar la tecnología que


ha cambiado el significado de la maternidad va definitivamente in
crescendo. “Primero los bebés no necesitaban ser concebidos a través
Sex Robots & Vegan Meat 215

del sexo, luego no necesitaban ser creados dentro del cuerpo de sus
madres. ¿Y qué pasaría entonces si pudiéramos tener bebés sin que
nadie quedara embarazada?”. La respuesta es la ectogénesis, técnica
que consiste en desarrollar un embrión o un feto fuera del cuerpo de la
madre. Entre otros casos, Kleeman se refiere al trabajo de un grupo de
profesionales del Children’s Hospital of Philadelphia (CHOP), quie-
nes, junto a neonatólogos, fisiólogos del desarrollo y cirujanos, tratan a
bebés extremadamente prematuros.

En la actualidad, prosigue la autora, en un laboratorio de investigación


del CHOP, tres científicos hacen crecer corderos dentro de úteros artifi-
ciales. Mediante una cesárea, los animales son extraídos de las matrices
de sus madres y sumergidos casi de inmediato en un receptáculo llamado
biobolsa (como lo bautizaron sus inventores, Emily Partridge, Marcus
Davey y Alan Flake), a una edad que en los humanos equivale a veintitrés
o veinticuatro semanas de gestación. La bolsa mencionada es de plástico
transparente y permite que el cordón umbilical del cordero esté conec-
tado “a un centro de tubos brillantes” llenos de sangre. “Esto todavía no
reemplaza a la preñez, pero ciertamente es el comienzo. El nacimiento
puede ser algún día algo tan simple como abrir una bolsa Ziploc”.

Partridge, Davey y Flake dieron a conocer la biobolsa en abril de 2017,


“cuando publicaron sus investigaciones, junto a imágenes de los cor-
deros, en la revista Nature Communications”. Las ovejas, explica la pe-
riodista, son los modelos ideales en las indagaciones obstétricas, pues
tienen un largo período de gestación y sus fetos son más o menos del
mismo tamaño que los nuestros. El paper aludido comienza con la si-
guiente frase: “En el mundo desarrollado, la prematuridad extrema es
la principal causa de mortalidad y morbilidad neonatal”.

Durante meses Kleeman intentó fijar una entrevista con los miembros
del equipo del CHOP, “pues quieren ser capaces de poner bebés den-
tro de la biobolsa dentro de un par de años”, pero la perspectiva de su
visita “puso nervioso” al departamento legal del hospital. No obstante,
la autora sabe que los científicos del CHOP están hoy mismo enfocados
en sacar la biobolsa al mercado. Y mientras ellos acapararon muchísima
atención cuando la documentación sobre la biobolsa fue publicada por
primera vez, “en otros lugares de Norteamérica, en Asia y en Austra-
lia hay científicos que han estado trabajando exitosamente con úteros
216 Jenny Kleeman

artificiales por años”, compitiendo con el equipo del CHOP por ser los
pioneros en probar sus aparatos en los fetos humanos. “Cuando ello
ocurra”, advierte la autora, “será sólo la manifestación última y más lite-
ral de cómo el embarazo se ha externalizado”.

16. A las puertas de la ectogénesis

Tal vez con un exceso de pompa, Winston Churchill también tuvo algo
que decir al respecto en “Fifty Years Hence”, el ensayo ya citado: “Pa-
rece haber pocas dudas en relación a que será posible llevar a cabo en
entornos artificiales el ciclo completo que hoy conduce al nacimiento
de un niño”. La tecnología del útero artificial, insiste Kleeman, está
mutando el concepto de nacimiento: “Ya no se trata de que seas pujado
o extraído hacia el mundo: se trata de que seas separado del soporte de
vida en el que tú confías en cuanto a feto. Puedes ser separado de tu
madre y aun así tener el estatus oficial de nonato”.

Si bien la ectogénesis parcial existirá dentro de pocos años, es muy cierto


que la ectogénesis completa, proceso que va de la concepción al naci-
miento vivo, todavía no es posible en términos prácticos. “Pero a medida
que mejoramos en extender las vidas de los embriones fuera del útero
en las semanas que siguen a la concepción, y a medida que aprendemos
a mantener vivos a más bebés prematuros que nunca, llegará el instante
en que estos dos puntos se intersecten, ya sea por accidente o por diseño.
Cada año nos acercamos más a ese cruce”. Una vez que los tubos y una
bolsa puedan reemplazar al útero, continúa la investigadora, la preñez
y el nacimiento serán fundamentalmente redefinidos. Si la gestación ya
no necesita ocurrir dentro del cuerpo de una mujer, ya no será un atri-
buto femenino. “Al igual que los colados para bebés implicaron que el
hombre fuera igualmente capaz de alimentar a sus crías, la ectogénesis
implicará que el acto de tener hijos ya no les pertenecerá a las mujeres.Y
el sentido de la maternidad cambiará para siempre”.

17. Gestación inmaculada

“El embarazo es bestial”, asegura la Anna Smajdor. “Si hubiese una en-
fermedad que causara los mismos problemas, la categorizaríamos, de
Sex Robots & Vegan Meat 217

hecho, como una dolencia sumamente grave”. Smajdor trabaja en la


Universidad de Oslo, donde es profesora adjunta de Filosofía Práctica y
enseña bioética. Kleeman deseaba entrevistarla desde que leyó dos papers
suyos dedicados a los úteros artificiales: “El imperativo moral de la ecto-
génesis”, de 2007, y su secuela, “En defensa de la ectogénesis”, de 2012.
Allí, Smajdor habla de la “inequidad natural” en torno al hecho de que
“la preñez es una condición que causa dolor y sufrimiento y que sólo afec-
ta a las mujeres”. Y enseguida plantea que “o vemos a las mujeres como
acarreadoras de bebés que deben subyugar sus otros intereses al bienestar
de sus hijos, o reconocemos que nuestros valores sociales y el nivel de la
expertise médica ya no son compatibles con la reproducción ‘natural’”.

Al principio Kleeman sospecha que Smajdor podría ser una feminista


de fuste, pero a poco andar el pálpito se va desvaneciendo.Y luego vie-
nen los riesgos y los beneficios: “En gran medida, el parto moderno es
tan seguro debido al uso de antibióticos”, indica Smajdor, ante lo que
Kleeman complementa: “Ad portas de una inminente catástrofe de
enfermedades resistentes a los antibióticos, el futuro para las madres
se presenta apocalíptico”. En vez de destinar recursos para salvar
bebés prematuros, como sería el caso de la biobolsa, la académica
piensa que desde el comienzo estos han de ser destinados al desarro-
llo de un útero artificial.

“Si la ectogénesis perfecta de Anna pudiese existir alguna vez”, tercia


la autora, “hay una larga lista de mujeres que podrían querer usarla”.
Mujeres con epilepsia o desórdenes bipolares, “para quienes el emba-
razo significaría arriesgar sus vidas al dejar las medicinas que pueden
dañar al feto”. Mujeres diagnosticadas con cáncer durante el embara-
zo, “quienes en la actualidad tienen que elegir entre salvar la vida de
sus bebés o salvar las propias por medio de un tratamiento”. Y, final-
mente, están las mujeres sin útero, ya sea aquellas que no lo desarro-
llaron o aquellas que, por diversas razones médicas, les fue removido
dicho órgano no vital.

“La ectogénesis implicará que el embarazo se liberará de la edad”, añade


la periodista, planteando que “puedes concebir un embrión mientras
eres joven y criarlo luego en una bolsa después de que te jubiles”. Pero
tal vez la población que más se emancipará gracias a esta tecnología son
quienes no nacieron mujeres. “Para los hombres solteros, los gays y las
218 Jenny Kleeman

mujeres trans desesperados por tener sus propios bebés biológicos, el


útero artificial podría ser su pase a la igualdad reproductiva”.

18. Avance de la eutanasia

A lo largo y ancho del mundo, informa Kleeman, el derecho a morir


está siendo crecientemente consagrado por las leyes, ya sea a través de
la eutanasia voluntaria (ayudar a terminar con la vida de alguien para
detener su sufrimiento, a petición de ese alguien), la muerte asistida
(ayudar a terminar con la vida de alguien a quien sólo le quedan meses
para vivir, a petición de ese alguien) o el suicidio asistido (entregarle a
quien sea los medios para que acabe con su existencia). Suiza permitió
el suicidio asistido en 1942, “y cerca de 350 ciudadanos británicos han
viajado a la clínica Dignitas, en Zúrich, para morir allí”.

La eutanasia es legal en Holanda desde 2001, en Bélgica desde 2002


y en Luxemburgo desde 2008, “y en estos países el procedimiento in-
cluye sufrimientos mentales y físicos ‘insoportables’; es decir, los al-
cohólicos y los sujetos con depresión severa también se cuentan entre
aquellos a quienes se les ayuda a morir de manera legal”. En Holanda,
el 4 por ciento de todas las muertes se debe a la eutanasia. En Estados
Unidos, la muerte asistida se hizo ley en Oregon en 1997, en el estado
de Washington en 2008, y en California y Canadá en 2016.

19. Matándome suavemente

Cierta noche, Jenny Kleeman concurre al salón de reuniones del


Covent Garden, en Londres, para reportear una reunión de miembros
de Exit International, el grupo que aboga para que cualquier persona
en sus cabales tenga el derecho a terminar sus días de manera pacífica,
cuando y donde guste, sin el permiso de algún doctor o del Estado. “Es
lo que Philip Nitschke, el médico australiano que fundó y dirige Exit,
llama ‘suicidio racional’”. Los miembros de Exit, asegura la periodista,
“hacen que Dignitas luzca dócil y conservadora”. Durante la velada,
Nitschke hablará ante la concurrencia, “individuos que sobrepasan los
60 años y que se ven prósperos”. Cerca del estrado hay una mesa con
libros, todos escritos por él. Allí está su autobiografía, Damned if I Do
Sex Robots & Vegan Meat 219

(‘Maldito si lo hago’), y su primera obra, un tratado filosófico titula-


do Killing Me Softly (‘Matándome suavemente’). También figura The
Peaceful Pill Handook (‘El manual de la píldora pacífica’), “su guía
práctica para diferentes métodos de suicidio”.

En todos los lugares donde hoy es legal, el derecho a morir por volun-
tad propia depende de la aprobación de doctores y psiquiatras. Y esto
“le otorga a la profesión médica más poder que nunca, en una época en
que –desde el cambio climático y las vacunas hasta el Brexit– la gente
común y corriente rechaza la autoridad de los expertos y tiende a ale-
jarse de ellos. ¿Por qué mostrarse deferente ante personas con algunos
títulos tras sus nombres cuando puedes encontrar online todo lo que
necesitas?”, aduce la periodista. Las personas no se unen a Exit por el
derecho a morir, añade, sino que buscan tener el control total sobre
sus propias muertes. “Enfrentadas al incierto futuro que se visualiza
cuando envejecen, no quieren renunciar a su autodeterminación en
beneficio de nadie. Philip Nitschke es el único doctor preparado para
otorgarles el control. No se requiere de verificación ni de un diagnós-
tico terminal. Sólo una declaración de edad y una tarjeta de crédito”.

20. Orgullo henchido

Tras dedicarse a otras actividades, Philip Nitschke, que hoy tiene 73


años, arribó tarde a la medicina y descubrió el mundo de la eutanasia
en 1996, recién graduado. Justo en aquel tiempo se abrió “una ventana
de nueve meses” en los Territorios del Norte de Australia, que permitía
a los moribundos obtener asistencia de un doctor para morir bajo la
Ley de Derechos para los Enfermos Terminales, la cual fue derogada un
año más tarde por el gobierno federal. “‘Para mí el asunto tenía todo el
sentido del mundo: entregarte las drogas para que acabaras con tu vida.
Cuatro de mis pacientes murieron así. Fui el único doctor en valerse
de la ley y, de hecho, por un período, fui el único doctor del mundo
en utilizar la legislación para administrar eficazmente una inyección
letal”, le cuenta el médico a la periodista, y esta remata: “Puedo perci-
bir el orgullo henchido en su voz cuando me dice esto”. No obstante,
Nitschke perdió su licencia médica luego de que un hombre llamado
Nigel Brayley concurriese a uno de sus seminarios en Perth y después
le escribiera directamente pidiéndole consejos. “Nitschke no lo sabía
220 Jenny Kleeman

en ese momento, pero Brayley estaba siendo investigado por el posible


asesinato de su exmujer y la desaparición de su novia. Se mató con
Nembutal chino antes de que pudiesen presentarse cargos en su contra”.

La invención que Nitschke fue a promocionar al salón de Covent


Garden se llama Exit Bag (‘Bolsa de salida’). “Me abstendré de darles
los detalles de lo que es exactamente”, nos advierte la autora, “pero basta
saber que involucra componentes totalmente legales –una bolsa de plásti-
co, algunos tubos, un cilindro de nitrógeno y ciertas otras cosas– y suena
terrible”. El cilindro de nitrógeno comprimido y los otros adminículos son
vendidos por Mad Dog (‘Perro Enloquecido), “una compañía que Philip
estableció para supuestamente ofrecer gases a quienes quieren fabricar su
propia cerveza, pero un descargo de responsabilidad legal en el sitio web
de Mad Dog señala que sus productos sólo son para personas de 50 años
o más y que nunca hayan sido diagnosticadas con desórdenes mentales”.
El cilindro cuesta 465 libras esterlinas y los reguladores para controlar el
flujo del gas, 325 libras esterlinas. El asunto es oneroso, concluye Klee-
man, pero Nitschke debe pagar por sus viajes de promoción y por los
costos legales de años y años intentando recuperar su licencia de doctor
(cuando la corte de su país finalmente le denegó tal posibilidad, él aban-
donó Australia para siempre y se estableció en Holanda).

21. Sarcófago impreso

Aunque le agrada que lo llamen “Doctor Muerte”, Nitschke dista en ser


el primero en cargar con tal apodo. “Al menos otros trece médicos se
han ganado el epíteto, incluyendo a Harold Shipman [doctor británico
acusado de matar a 217 de sus pacientes] y Joseph Mengele”. Nitschke ni
siquiera es el Doctor Muerte original de la eutanasia, continúa Kleeman,
ni tampoco el más famoso. “Tal honor le corresponde a Jack Kevorkian,
el patólogo de Michigan que abogó porque los órganos de los reclusos
condenados a muerte fueran recolectados, que fue pionero en el uso de
transfusiones de sangre desde cadáveres y que participó personalmente en
las muertes de 130 estadounidenses durante los años 90”.

Aun así, este es el momento de gloria de Philip Nitschke, pues, aso-


ciado con una compañía holandesa llamada NuTech, anunció recien-
temente su última invención, una suerte de ataúd llamado Sarco, por
Sex Robots & Vegan Meat 221

“sarcófago”, que convenientemente se imprime en casa con una im-


presora 3D. “Sarco hace que cualquier máquina de la muerte idea-
da hasta ahora parezca una broma”, asegura Kleeman. “Si descargas
el aparato y te matas con él, ¿qué tan responsable puede ser alguien
más? Philip no tendrá que enviar nada por correo. Se verá completa-
mente alejado de quienes utilicen su artilugio. Tal como escribió en el
newsletter de Exit: ‘No hay necesidad de romper la ley. No hay necesi-
dad de importar grandes cantidades para obtener las drogas en inter-
net. No se requiere de un doctor”.

En pocas palabras, el usuario se introduce en Sarco y la maquinaria le


administra nitrógeno líquido, “lo que hará que la temperatura descienda,
por lo que quien esté su interior deberá vestirse apropiadamente”. Ade-
más del nitrógeno, hay otro elemento que no puede imprimirse en 3D: el
teclado digital necesario para destrabar la puerta de Sarco. Los destinata-
rios recibirán el código que necesitan para acceder al invento (válido por
veinticuatro horas) sólo si pasan por alguna clase de prueba psiquiátrica
que avale su lucidez mental. “Pero Philip explica que incluso el teclado
será imprimible en 3D en el futuro. De hecho, ya es posible imprimir cir-
cuitos de cobre y eléctricos. Es sólo un asunto de tiempo”. Nitschke es-
tima que su invento será ampliamente utilizado alrededor del año 2030.

El lanzamiento de Sarco –que todavía no opera, pues falta ajustar varias


fallas que se han ido detectando últimamente– causó un fuerte impacto
mediático en el mundo anglosajón. La revista Newsweek, acota la auto-
ra, quedó particularmente impresionada y tituló así su crónica al res-
pecto: “Conozcan al Elon Musk del suicidio asistido”. Siempre irónica,
Kleeman se pregunta qué habrá tras las analogías de los hombres con los
autos: “Las RealDolls son el Rolls-Royce de los juguetes para adultos. La
carne limpia es el automóvil que hace que el caballo y el carruaje de la car-
ne animal estén obsoletos. Sarco es el Tesla de las máquinas de muerte”.

22. Desesperación, miedo, pesar, pánico

Jenny Kleeman está muy consciente de que la fanfarria tras la presen-


tación en sociedad de Sarco “es, antes que nada, grotesca. La gente
que financia a Philip no está pensando en volar alegremente al otro
mundo con estilo. Viven en este mundo con desesperación, miedo,
222 Jenny Kleeman

pesar y pánico, y están buscando a quien sea que pueda sacarlos de


aquí. El lanzamiento de Sarco se asimila mucho a la complacencia,
otro hito para halagar al ego de Philip, en vez de ser una manera viable
de ayudar a estas personas”.

Maia Calloway, una estadounidense que sufre esclerosis múltiple, iba a


ser la primera persona en utilizar Sarco en las oficinas que Nitschke esta-
bleció en Suiza. Entrevistada por la autora, Calloway relata que ya había
viajado a la nación helvética para suicidarse en la clínica de Dignitas,
pero su familia la hizo recapacitar y ella prefirió despedirse de una me-
jor manera. “E incluso antes de que tenga oportunidad de preguntarle,
Maia me da varias razones para preocuparse por Sarco. ‘Cuando lees en
Newsweek que es el Tesla de las máquinas de muerte, tenemos que ser
cuidadosos de no vernos tan involucrados con la elegancia y lo chic, al
punto de que olvidemos de que estamos hablando de la vida y la muerte,
y este es un proceso en el que has de ser sumamente racional’”.

Sarco, prosigue la periodista, hace que la muerte sea glamorosa, eufó-


rica y, en consecuencia, seductora, “pero el suicidio ya es lo suficien-
temente contagioso de todos modos, especialmente entre los jóvenes y
cuando obtiene cobertura periodística internacional”. En el mes que
siguió a la partida de Marilyn Monroe, en Estados Unidos hubo un
incremento de 12 por ciento en los suicidios, mientras que el deceso
de Robin Williams está vinculado a un aumento de 10 por ciento en las
tasas de suicidio durante los cinco meses posteriores a que se quitara la
vida. “El suicidio no necesita de una nueva máquina que contribuya a
su encanto”, enfatiza Kleeman.

23. Arenga final

Al cierre de su libro, Jenny Kleeman anuncia que Harmony todavía no


está en el mercado, que Sidore y el resto de las muñecas de Davecat
permanecen en el centro de su mundo, “imperturbables ante la aman-
te artificialmente inteligente que algún día pueda robarles su corazón”.
El nugget de pollo de JUST aún no se ofrece en un restaurante de lujo,
“en un país con una actitud relajada hacia la regulación alimentaria”.
Los científicos de CHOP están a la espera de que la Administración de
Medicamentos y Alimentos estadounidense les avise si pueden o no in-
Sex Robots & Vegan Meat 223

troducir a un bebé dentro de sus biobolsas, mientras que el Sarco 2.0,


una versión mejorada del prototipo original, está siendo producido en
capas de plástico semidegradable en la ciudad holandesa de Haarlem.
Maia Calloway no será la primera en introducirse en su interior, pero
Nitschke asegura que al menos cien personas están en la fila para mo-
rir dentro de su exotismo con exterior laqueado. “En otras palabras,
ninguna de las innovaciones con las que me he encontrado existen hoy
realmente”, remata Kleeman.

Y, dicho esto, lanza su proclama final, no carente, por supuesto, de bas-


tante sentido común: podemos usar el tiempo que todavía nos queda,
antes de que estos inventos lleguen al mercado, para examinar por qué
pensamos en primer lugar que los necesitamos. “Luego de eso seremos
capaces de implementar los cambios y sacrificios precisos para resolver
los problemas humanos fundamentales, en vez de volcarnos hacia la
tecnología para que se haga cargo de ellos. Tendremos que hacer sacri-
ficios: no podremos disponer de nuestro bife y comérnoslo, no podre-
mos tener todo lo que anhelemos sin ninguna consecuencia, y esto sin
que importe lo que puedan decir los científicos y los emprendedores.
Los inventos aquí descritos efectivamente nos van a cambiar si es que
no estamos preparados para modificar nuestro comportamiento”.
Metro-
polis
Una historia de la
ciudad, la invención
más grandiosa de la
humanidad
Ben Wilson
Nota de la edición

Ben Wilson, uno de los historiadores jóvenes más reconocidos del Reino
Unido, plantea que cuando Aristóteles escribió que “el ser humano es por
naturaleza un animal político”, no quería decir necesariamente que nos
encanta el tira y afloja del quehacer político coyuntural. “Una mejor in-
terpretación”, sostiene, “podría ser que somos por naturaleza ‘un animal
de ciudad’: tendemos a fusionarnos para satisfacer nuestras necesidades y
dar forma a la cultura”. En su carnoso libro Metropolis. A History of the City,
Humankind’s Greatest Invention (‘Metrópolis. Una historia de la ciudad, la
invención más grandiosa de la humanidad’),Wilson ofrece un deslumbran-
te paseo por seis mil años de variadísimos e insospechados aconteceres,
desde los tiempos de Uruk, la primera urbe del planeta, hasta el increíble
éxito de las megaciudades que hoy se erigen a un ritmo desenfrenado en
diferentes partes del globo. A lo largo del volumen, publicado hace sólo un
mes, el autor insiste en una idea que le parece fundamental: debemos seguir
urbanizándonos a gran escala, ya que la densificación nos permitirá alcan-
zar la sustentabilidad ambiental. Las ciudades densamente pobladas, con
líneas de transporte público, barrios caminables y una variedad de tiendas y
servicios, producen mucho menos dióxido de carbono y consumen muchí-
simos menos recursos que los asentamientos en expansión. Otro punto en
el que repara el investigador es en cómo la actual pandemia ha afectado la
vida urbana, aunque, ciertamente, él no comulga con los alarmistas ni con
los agoreros que pronostican el hundimiento de la metrópolis. Por el con-
trario, estima que en el presente “estamos viendo el retorno a una situación
común durante la mayor parte de la historia: el desmesurado rol de la ciu-
dad superestrella en los asuntos humanos”. Las innovaciones tecnológicas,
artísticas y financieras ocurren cuando los expertos se apiñan: los humanos
prosperan en el momento en que comparten el conocimiento, colaboran y
compiten en escenarios cara a cara, “particularmente en sitios que facilitan
los flujos de información. Si bien alguna vez las ciudades trataron de atraer
a enormes plantas manufactureras o de capturar un trozo del comercio
mundial, en la actualidad compiten por cerebros”. En opinión de Wilson, el
futuro estilo de vida de gran parte de nuestra especie puede apreciarse con
mayor nitidez en las áreas superdensas, autoedificadas y autorganizadas de
Mumbai o Nairobi que en los relucientes distritos centrales de Shanghái
o Seúl, o en la expansión pródiga de Houston o Atlanta. Mención aparte
merecen las magníficas semblanzas de las decenas de fascinantes ciudades
incluidas en Metropolis, ya que, en una época de inmovilismo forzoso, esta
obra nos invita a viajar por donde sea que lo deseemos.
Metropolis
A History of the City, Humankind’s
Greatest Invention
Doubleday | 2020 | 464 páginas

Ben Wilson nació en 1980 y estudió Historia en la


Universidad de Cambridge. Ha escrito cinco libros
previamente, entre ellos What Price Liberty? (‘¿Qué
libertad de precios?’), con el que obtuvo el Premio
Somerset Maugham, y Empire of the Deep. The
Rise and Fall of the British Navy (‘Imperio de lo
profundo. Auge y caída de la Armada británica’),
denominado un bestseller por el periódico Sunday
Times. Wilson ha asesorado a varios programas
históricos de televisión y participa en emisiones
radiales de Estados Unidos, del Reino Unido y de
Irlanda. Sus textos periodísticos se publican con
frecuencia en The Spectator, The Literary Review,
The Independent on Sunday, The Scotsman, Men’s
Health, The Guardian y GQ.
Metropolis 227

La revolución urbana
que engulló al mundo

1. Homenaje oscuro

En el prefacio de Metropolis, una voluminosa semblanza de las ciudades a


lo largo de seis mil años de evolución, el joven y galardonado historiador
británico Ben Wilson indica que, bajo algunos sentidos, la palabra “me-
tropolitano” connota glamour y oportunidades, “pero también es un tér-
mino despreciativo que está siendo cada vez más utilizado para referirse
a cierta clase de elitismo político, cultural y social”. En todo caso, añade,
el odio por la ciudad grande no es un fenómeno nuevo, “pues hemos
pasado buena parte de la historia preocupándonos del efecto corrosivo
que la metrópolis ejerce sobre nuestra moral y nuestra salud mental”.

La expansión sorprendentemente rápida del covid-19 por todo el pla-


neta “fue una suerte de homenaje oscuro para el triunfo de la ciudad
en el siglo XXI”. El virus se propagó a través de las complejas redes
sociales que existen tanto dentro de las ciudades como entre ellas, co-
nexiones que hacen que las urbes sean tan exitosas y peligrosas a la vez.
“Cuando los urbanitas comenzaron a desertar de localidades como
París o Nueva York en busca de la aparente seguridad del campo o la
costa, fueron recibidos a menudo con hostilidad, vilipendiados no sólo
por traer la enfermedad con ellos, sino también por abandonar a sus
compañeros ciudadanos”. Esta reacción violenta, profundiza el autor,
es un recordatorio del antagonismo entre ciudad y no ciudad que reco-
rre el cauce de la historia: “Las metrópolis como lugares de privilegio
y pozos de contaminación, lugares que mantienen las promesas de ri-
queza, pero de las que se huye al primer signo de peligro”.

Desde las ciudades primigenias de la humanidad, las plagas, las pande-


mias y las enfermedades avanzaron por las rutas comerciales y devastaron
228 Ben Wilson

sin piedad las áreas urbanas densas. En 1854, el seis por ciento de la po-
blación de Chicago murió a causa del cólera. “Pero esto no impidió que
la gente se juntara en manadas en la urbe milagrosa del siglo XIX: su po-
blación aumentó de 30.000 habitantes a comienzos de la década de 1850
a 112.000 a fines de la misma”. Y lo mismo ocurre en el presente, “ya
que, hablando en términos generales, el gigante urbano no muestra sig-
nos de ralentización, incluso de cara a las pandemias. Siempre hemos pa-
gado un alto precio por compartir los beneficios de la ciudad, aun cuando
su apertura, su diversidad y su densidad se vuelven contra de nosotros”.

2. Una ciudad: Uruk

Uruk fue la primera ciudad del mundo y, durante cerca de mil años,
el centro urbano más poderoso del planeta. Construida hace más de
seis milenios a orillas de los ríos Tigris y Éufrates, Uruk contaba, hasta
hace poco, con una teoría ampliamente reconocida que explicaba sus
orígenes: unidos por el trabajo mancomunado en grandes obras de
irrigación agrícola, quienes serían sus futuros habitantes lograron ven-
cer un clima hostil redirigiendo las aguas fluviales y luego optaron por
establecerse en una urbe construida por ellos mismos. Sin embargo,
basado en las últimas evidencias arqueológicas, Ben Wilson suscribe
la tesis más recientemente aceptada: “El cambio climático ayudó a dar
inicio a la urbanización y convirtió el sur de Mesopotamia en el lugar
más densamente poblado del planeta”.

En el quinto milenio antes de Cristo, el Golfo Pérsico se elevó cerca de


dos metros respecto de su nivel actual, cubriendo las regiones áridas
del sur de Irak con grandes extensiones de marismas. “Estos hume-
dales deltaicos donde el Tigris y el Éufrates se adentraban en el golfo
se transformaron en un poderoso imán para los migrantes tan pronto
como las tierras se vieron enriquecidas por el clima alterado. [...] Los
pantanos y humedales proveyeron el combustible para la urbanización,
pero el impulso también constituyó una poderosa ideología. ¿De qué
otro modo explicar la inversión masiva en labor y tiempo físico?”. La
experiencia en Mesopotamia, recalca Wilson, está lejos de ser única.
“Fue bajo las condiciones óptimas de las zonas pantanosas donde
emergieron las ciudades”. Uruk dejó dos legados a la humanidad: la
urbanización y la escritura: “El primer logro condujo al segundo”.
Metropolis 229

3. Vida invertida

Las grandes pandemias del siglo XIX dieron forma a las urbes moder-
nas, ya que impulsaron mejoras en la ingeniería civil, en la salubridad
y en el planeamiento urbano. “Las pandemias del siglo XXI cambiarán
las ciudades de modos que aún no somos capaces de imaginar”, aseve-
ra Wilson. “Pero estas, por necesidad, se adaptarán en una era de crisis
climática”. Durante los confinamientos de 2020, la densidad urbana
pasó de ser un beneficio a una amenaza. “La sociabilidad, uno de los
placeres de la vida citadina, se convirtió en algo que había que evitar a
toda costa, como si nuestros conciudadanos fuesen enemigos morta-
les. En vez de reunirse en masa, a miles de millones de personas se les
ordenó alejarse. La vida de la ciudad se invirtió”.

Pese a ello, el historiador considera que los factores mencionados no


deben enceguecernos ante un hecho vital: la densificación nos permi-
tirá alcanzar la sustentabilidad ambiental. Así también lo estiman los
economistas y los urbanistas dedicados a este tema, quienes alaban
con justa razón el efecto de agrupación. “Las comunidades funciona-
les e ingeniosas pueden ayudar a construir ciudades más resilientes,
precisamente en un momento en que necesitamos urbes resilientes y
adaptables para enfrentar los nuevos y serios desafíos que plantean el
cambio climático y las pandemias”.

Como ejemplos, Wilson cita la energía de la mayor población marginal


de Asia, Dharavi, ubicada en Mumbai, o del Pueblo Computacional de
Otigba, en Lagos, “y de miles de otros asentamientos informales que
demuestran cómo funciona a diario la inventiva urbana”. La clase de
solución que plantea el investigador exige la urbanización de la vida
humana a una escala verdaderamente masiva. “Y sobre todo requiere
que abramos nuestra imaginación para aceptar la diversidad de aquello
que pueden ser las ciudades. La historia es una manera fundamental de
abrir nuestros ojos a la progresión completa de la experiencia urbana”.

4. Una ciudad: Mohenjo-Daro

En el valle del río Indo, durante el tercer milenio antes de Cristo,


floreció la cultura harappa en territorios que actualmente son parte
230 Ben Wilson

de Pakistán, Afganistán y la India. Los urbanitas de esta formidable


civilización, compuesta por localidades como Harappa, Dholavira y
la emblemática Mohenjo-Daro, “iban mucho más avanzados que su
época en términos de infraestructura e ingeniería civil”: las ciudades
principales se erigieron sobre los niveles de inundación del Indo, mon-
tadas encima de enormes plataformas de ladrillos; las vías públicas
más importantes corrían en ángulo recto entre sí y formaban un pa-
trón de damero orientado según los puntos cardinales; la uniformidad
se extendía desde el diseño de las calles, pasando por el tamaño y la
apariencia de las casas, hasta las dimensiones de los ladrillos. Incluso
existían basureros públicos.

“Pero lo más notable de todo”, prosigue el autor, “la gloria coronada


del planeamiento urbano del Indo, era su sistema de alcantarillado
extendido por toda la ciudad. Olvídense de grandes edificios públicos
alzados por encima de los tejados, como en el caso de Mesopotamia.
El rasgo más importante de Mohenjo-Daro yacía bajo tierra”. Wilson
estima que pocas cosas simbolizan de mejor manera el esfuerzo cívico
colectivo que la seriedad con que una ciudad se ocupa del tonelaje
diario de desperdicios humanos. “Cada hogar tenía un inodoro des-
cargable 3.000 años antes de Cristo, lo que es más de lo que podría
decirse de la misma región de Pakistán hoy en día. De hecho, es más
de lo que podría decirse de la ciudad europea industrial del siglo XIX:
alrededor de 1850, un habitante de los barrios bajos de Manchester te-
nía que compartir un excusado público con cientos de individuos. Sólo
a mediados del siglo XIX, las dos ciudades más poderosas del mundo,
Londres y París, comenzaron a luchar por la higiene a gran escala”.

En Mohenjo-Daro los residuos de las letrinas caseras se vaciaban a


través de cañerías de terracota en desagües ubicados en las calles más
pequeñas, los que a su vez fluían hacia un gran sistema de alcantarillas
subterráneo bajo las arterias principales. Estos grandes desaguaderos
también acarreaban el agua sucia del baño de cada hogar. Y no podía
ser de otra manera: “La limpieza no estaba cercana a la piedad: era la
piedad. El poder del agua para purificar el alma era una creencia cen-
tral de este pueblo”. Las ciudades no tenían templos, pero Wilson es-
pecula que Mohenjo-Daro “en sí misma constituía un templo acuoso”.
Las muestras obtenidas de los esqueletos dan testimonio de que allí no
existía una casta de personas mejor alimentadas que otra, mientras que
Metropolis 231

la esperanza de vida era alta. “La gente a la vez andaba bien vestida:
las más antiguas hebras de algodón halladas proceden de este lugar”.
La última evidencia sugiere que la urbanización de la cultura harappa
también estuvo determinada por una serie de adaptaciones al cambio
climático. “Y si los harappa construyeron sus ciudades con reverencia
al agua, nosotros estamos construyendo las nuestras con la fe puesta
en el futuro digital”.

5. Abejas en un panal

A principios del siglo XX, “la ciudad tradicional era un lugar de pesi-
mismo, no de esperanza; la devoradora metrópolis industrial aprisionaba
a sus habitantes, envenenando sus cuerpos y mentes, y propiciaba la
descomposición social”. En la segunda mitad del siglo XX, agrega el
autor, “la respuesta a los horrores de la industrialización estaba en pleno
apogeo: parecíamos transitar por un proceso de dispersión en vez que de
concentración”. Grandes urbes como Nueva York y Londres experimen-
taron disminuciones de población, mientras que los autos, los teléfonos,
los pasajes aéreos baratos, el flujo expedito de capitales alrededor del
globo y, últimamente, internet, permitieron que nos disgregáramos, des-
montando el tradicional, intenso y atestado centro de la ciudad. ¿Quién
necesitaba redes sociales urbanas cuando tenía ilimitadas redes sociales
virtuales?”. El centro, que en cualquier caso ya sufría con las oleadas de
criminalidad y la decadencia física, estaba siendo reemplazado por com-
plejos de negocios suburbanos, por campus, oficinas y malls fuera de la
ciudad. “Sin embargo, los últimos años del siglo pasado y las primeras
décadas de este milenio derribaron estas tendencias”.

A lo largo y ancho del globo, las ciudades reclamaron su importancia


económica. En lugar de facilitar la dispersión, la economía del conoci-
miento y las comunicaciones superrápidas promovieron que “las gran-
des compañías, los pequeños comercios, las startups y los freelancers
creativos se arremolinaran como abejas en un panal”. Las innovacio-
nes tecnológicas, artísticas y financieras ocurren cuando los expertos
se apiñan: los humanos prosperan en el momento en que compar-
ten el conocimiento, colaboran y compiten en escenarios cara a cara,
“particularmente en sitios que facilitan los flujos de información. Si
bien alguna vez las ciudades trataron de atraer a enormes plantas
232 Ben Wilson

manufactureras o de capturar un trozo del comercio mundial, en la


actualidad compiten por cerebros”.

6. Una ciudad: Atenas

Ben Wilson afirma que el tremendo éxito de Atenas en el siglo V antes


de Cristo “se debió en gran medida a su apertura a las influencias forá-
neas y al hecho de que un tercio de su población libre había nacido en
el extranjero”. Cuando le preguntaron de dónde provenía, el filósofo
griego Diógenes aseguró ser kosmopolitei, un ciudadano del mundo.
“Pronunciada en el siglo IV a. C., esa era una declaración radical para
una era de ciudades-Estados fieramente xenofóbicas”. La civilización
urbana de Grecia, y de Atenas en particular, fue especialmente inno-
vadora, y con esto el historiador apunta sin ambages a “la civilización
del marinero”. La geografía del litoral mediterráneo, “con sus culturas
superpuestas, sus rutas comerciales entrecruzadas y su sistema circu-
latorio de ideas”, produjo ciudades vistosamente distintas de aquellas
que se habían desarrollado por milenios más hacia el interior. Los na-
vegantes del puerto levantino de Biblos, situado hoy en el Líbano, ju-
garon un rol crucial en el asentamiento de este tipo de cultura.

La mayoría de las polis griegas eran pequeñas sociedades “cara a cara”,


donde todos se conocían con todos. “Atenas, con un número entre
40.000 y 50.000 ciudadanos varones adultos de un total de 250.000
habitantes, era de una magnitud diferente. Bajo las drásticas reformas
de Clístenes, la antigua sociedad tribal del Ática fue violentamente
despedazada. Su lugar lo tomaron diez tribus cívicas artificiales, ex-
purgadas de clanes y de lealtades locales. Esta polis democrática era
una ciudad de extraños a quienes se les pedía que colaborasen en la
dirección del Estado. Un sistema de tamaña complejidad se puso en
marcha trastocando el mismísimo tejido de la ciudad”. Los griegos
se referían a “los atenienses” en vez de decir “Atenas”, lo que para
Wilson es “una diferenciación reveladora”. En una célebre pieza de
oratoria del año 431 antes de Cristo, el general y estadista Pericles
urgía a sus conciudadanos a que amaran su ciudad. Pero no utilizó la
palabra “amor” en el clásico sentido generalista ni tampoco patriotero.
“El significado preciso de su ‘amor’ era erastai, la pasión erótica que
sienten los amantes”.
Metropolis 233

En un mundo largamente dominado por tiranos, sacerdotes y guerre-


ros aristócratas, plantea Wilson, “el autogobierno era una idea nueva
en los asuntos humanos, y la democracia ateniense era aun más extre-
mista”. La creación del espacio público ayudó a fomentar la energía
colectiva necesaria para que la ciudad funcionara. “Estaban las institu-
ciones del republicanismo municipal; estaban también los gimnasios,
los teatros y los estadios, lugares donde la gente podía conocerse y
mezclarse. Pero la clase de pasión de la que hablaba Pericles se alcan-
zó por otros medios. Un crítico de la democracia se quejó de que los
negocios públicos de Atenas con frecuencia se detenían porque ‘tienen
que celebrar más festivales que cualquier otra polis griega’. El calen-
dario ateniense consagraba uno de cada tres días a fiestas callejeras,
procesiones, eventos deportivos o ritos religiosos”.

7. El retorno de la urbe superestrella

Cada vez que un área dobla su densidad poblacional, se hace entre un


dos y un cinco por ciento más productiva: “La energía contenida en las
ciudades nos convierte, colectivamente hablando, en seres más compe-
titivos y emprendedores”. La economía global de hoy se vuelca hacia
unas pocas metrópolis: hacia el año 2025, se estima que 440 urbes con
una población total de 600 millones de habitantes (el siete por ciento
de la población mundial) representarán la mitad del producto interno
bruto del planeta.

Muchas ciudades de los mercados emergentes, como São Paulo, La-


gos, Moscú y Johannesburgo, producen por sí mismas entre un tercio
y la mitad de la riqueza de sus países. Lagos, que contiene al diez por
ciento de la población de Nigeria, es responsable del sesenta por ciento
de las actividades industriales y comerciales de la nación. “Si declarara
su independencia y se convirtiese en una ciudad-Estado, Lagos sería el
quinto país más rico de África”. El cuarenta por ciento de la producción
económica total de China se genera en sólo tres regiones de megaciuda-
des. “Este no es un fenómeno nuevo”, concluye el investigador. “De he-
cho, estamos viendo el retorno a una situación común durante la mayor
parte de la historia: el desmesurado rol de la ciudad superestrella en los
asuntos humanos”. En la antigua Mesopotamia o en Mesoamérica antes
234 Ben Wilson

del arribo de Colón, durante el auge de la polis griega o el apogeo de la


ciudad-Estado medieval, “un selecto grupo de metrópolis monopolizó el
comercio y desbancó a los simples Estados-naciones”.

Otro factor que contribuirá al encanto de la ciudad durante este siglo


es la revolución digital, que “promete un montón de nuevas tecnolo-
gías tendientes a erradicar muchos de los inconvenientes de la vida
citadina”, creando ciudades inteligentes futuristas en las que millones
de sensores integrados permitirán que la inteligencia artificial maneje
los flujos de tráfico, coordine el transporte público, reduzca el crimen
y aplaque la contaminación. “Una vez más”, enfatiza Wilson, “las ciu-
dades se han convertido en sitios hacia los que hay que ir corriendo y
ya no escapar de ellos”.

8. Una ciudad: Alejandría

Atenas pudo haber estado abierta al mundo, sentencia el autor, haber


sido un mercado de ideas y bienes traídos desde todas partes, pero,
comparada con Alejandría, era una minucia. “Esta gran ciudad mer-
cantil, de 500.000 habitantes, proveía un tumultuoso espectáculo de
humanidad en sus desenfrenados bazares, por donde pululaban grie-
gos, judíos, egipcios, persas, mesopotámicos, babilonios, anatolios, si-
rios, italianos, íberos, cartagineses, fenicios, galos, etíopes y muchos
otros, además, tal vez, de indios y africanos subsaharianos”. De acuer-
do al historiador griego Dion Crisóstomo, Alejandría se convirtió en
“una feria que reúne en un lugar todos los tipos de hombres, mostrán-
dolos unos a otros y, en la medida de lo posible, haciéndolos un pueblo
afín”. Y para redundar con gracia en las palabras de su colega, Wilson
añade: “Bienvenidos a la cosmópolis comercial”.

La diversidad de Alejandría también atrajo a los principales sabios de


la época, como por ejemplo a Euclides (325-265 a. C.), considerado
el padre de la geometría, y Arquímedes (282-212 a. C.), uno de los
científicos más importantes de la Antigüedad. “Ellos y tantos otros se
arrimaron a Alejandría porque era la depositaria de la totalidad de los
trabajos escritos. Ptolomeo I y sus sucesores se dispusieron conscien-
temente a hacer que fuese la más grandiosa metrópolis que el mundo
hubiese visto. Clave para el cumplimiento de tal ambición fue conver-
Metropolis 235

tirla en un centro intelectual e investigativo sin paralelo. Armados de


reservas en efectivo sin límites, los agentes de los Ptolomeo peinaron
el mundo conocido tras todos y cada uno de los pergaminos sobre los
que podían echar mano”.

Bajo la dirección del filósofo ateniense Demetrio de Falero (350-280


a. C.), un exdiscípulo de Aristóteles perteneciente a la escuela de los
peripatéticos, la Biblioteca Alejandrina emprendió por primera vez el
orden sistemático del conocimiento global. El gramático Zenódoto de
Éfeso se encargó de editar los textos existentes de Homero, mientras
que el prolífico poeta Calímaco (310-240 a. C.) acudió desde Cirene
para organizar y catalogar la literatura griega. “Los grandes trabajos
poéticos, científicos y filosóficos que de otro modo podrían haberse
perdido fueron archivados para la posteridad dentro de las instalacio-
nes palaciegas del museo”.

Según Wilson, Atenas y Alejandría demostraron ser dos ciudades su-


mamente distintas. “El contorno irregular del paisaje citadino atenien-
se y su cultura abierta estimulaban las discusiones y el debate a nivel
de calle. De acuerdo a Platón, Sócrates no dejó ningún escrito porque
veía la filosofía como algo que se conducía a través del diálogo con los
conciudadanos, en los espacios públicos de la ciudad. Alejandría, por
el contrario, con su plano urbano racional y rectilíneo, parecía estar re-
gimentada, un lugar donde las ideas eran aprisionadas en instituciones
alejadas de la vida citadina”. Si Atenas era espontánea y experimental,
concluye el historiador, Alejandría tenía una disposición enciclopédica
y conformista. Atenas triunfó en filosofía, política y teatro; Alejandría
en ciencias, matemáticas, geometría, mecánica y medicina.

9. Moviendo montañas

Las ciudades densamente pobladas, con líneas de transporte público,


barrios caminables y una variedad de tiendas y servicios, producen
mucho menos dióxido de carbono y consumen muchísimos menos
recursos que los asentamientos en expansión. Hasta cierto punto, la
compactibilidad disminuye el trayecto de colisión con la naturaleza,
pues “evita los pecados del esparcimiento desmesurado”. Wilson adu-
ce que el problema de la ciudad del siglo XXI “no es que estemos
236 Ben Wilson

urbanizándonos demasiado rápido, sino que no estamos siendo lo sufi-


cientemente urbanos”. Si bien en la actualidad 200.000 personas arri-
ban cada día a las ciudades del mundo, al investigador le altera más el
siguiente hecho: “Mientras que la población urbana se duplicará entre
2000 y 2030, el área ocupada por la jungla de concreto se triplicará.
Sólo durante estas tres décadas habremos expandido nuestra huella
urbana [impacto ambiental de las metrópolis] en un área equivalente
al tamaño de Sudáfrica”. La expansión global mencionada encamina a
las ciudades hacia los humedales, hacia las zonas de vida salvaje, hacia
los bosques tropicales, hacia los estuarios, hacia los manglares, hacia
las planicies aluviales y hacia las tierras de uso agrícola, “con conse-
cuencias devastadoras para la biodiversidad y el clima”.

“Hoy por hoy”, denuncia Wilson, “literalmente se están moviendo


montañas con el objetivo de concederle espacio a este derroche épico
de urbanización”. A partir de 2012, setecientas cimas del relieve topo-
gráfico han sido “arrasadas sin remordimientos” en la remota zona del
noroeste de China: el sedimento obtenido ha sido utilizado para relle-
nar sucesivos valles, a fin de crear una meseta artificial sobre la cual se
está construyendo “una brillante ciudad de rascacielos llamada Nueva
Área de Lanzhou, una sorprendente puesta en escena en las Nuevas
Rutas de la Seda”. Las ciudades chinas, acota el experto, al igual que
las ciudades estadounidenses antes que aquellas, se están volviendo
menos densas en sus núcleos a medida que las carreteras y los desa-
rrollos inmobiliarios de oficinas obligan a las personas a abandonar
barrios atiborrados, de uso mixto, para establecerse en los suburbios.

Lo recién expuesto es parte de una tendencia global de urbanización


de baja densidad, dependiente del auto y de la expansión. “Cuando la
gente enriquece, exige un mayor espacio para habitar. Si los moradores
urbanos de China y la India eligen vivir según las generosas densidades
de los norteamericanos, el uso de vehículos y las necesidades energé-
ticas aumentarán las emisiones globales de carbono en un 139 por
ciento”. El brote de coronavirus de 2020 y las amenazas de futuras
pandemias “podrían nuevamente tornar las mareas en contra de las
ciudades”, estimulando que los individuos abandonen las metrópolis,
“lugares donde los largos períodos de cuarentenas y confinamientos
son casi insoportables y donde los riesgos de infección son mayores. Si
ello ocurre, el daño ecológico será grave”, advierte Wilson.
Metropolis 237

10. Una ciudad: Lisboa

La “ilustre y gloriosa” Lisboa pasó de ser un oscuro agujero a la ciu-


dad más fascinante de Europa, con lo cual, en palabras del autor, “la
metrópolis traspasó una nueva frontera”. Wilson estima que la capital
portuguesa, “el museo de un mundo que estaba siendo descubier-
to”, era un lugar como ningún otro en el continente europeo a fines
del siglo XV. Hacia comienzos del siglo XVI, alrededor del quince
por ciento de su población estaba conformada por esclavos africa-
nos. También existía una sólida comunidad musulmana “y grandes
números de comerciantes judíos inmensamente ricos”. Muchos de
ellos se dirigieron hacia Lisboa luego de ser expulsados en masa desde
España en 1492. “Y más ricos aun eran los mercaderes holandeses y
alemanes que vivían en la Rua Nova dos Mercadores, construida en
el estilo germánico”.

Lisboa ofrecía una sensualidad y un exotismo imposibles de captar en


otras urbes europeas. Y a partir de 1495, una arquitectura audaz trans-
formó incluso más el entorno. El ornamentado estilo manuelino, que
todavía es posible apreciar en la Torre de Belém y en el Monasterio de
los Jerónimos, es emblemático de las eclécticas influencias que Lisboa
tomó prestadas del mundo. “El estilo es una síntesis bombástica de los
diseños urbanos del gótico tardío, del morisco, del africano, del italiano
y del flamenco, mientras que las decoraciones de los templos hindúes
se entrelazaban con temas náuticos e íconos del descubrimiento de un
nuevo mundo: esferas armilares, patrones de cuerdas torcidas, nudos
decorativos, anclas, imágenes esculpidas de rinocerontes, elefantes y
otras bestias exóticas”.

Los bienes, la gente y los edificios que se veían en la Lisboa de fines


del siglo XV, explica Wilson, eran notables porque únicamente la ca-
pital portuguesa gozaba de un comercio directo con África y Asia:
sólo un puñado de venecianos había viajado fuera del continente.
“En el año 1500, siete de las doce ciudades más grandes del planeta
se ubicaban en Asia. Tanto Tenochtitlán como Benín, en la actual Ni-
geria, eran más grandes que París, que con 185.000 habitantes era la
única ciudad cristiana europea que entraba en el ranking de las doce
urbes más importantes del globo. El núcleo urbano del mundo seguía
estando en Asia”.
238 Ben Wilson

Tras la toma de la ciudad indonesia de Malaca en 1511, Portugal asen-


tó su tremendo poder ultramarino. El antiguo dicho reza así: “Quien-
quiera que sea el señor de Malaca tiene sus manos sobre la garganta
de Venecia”. Wilson, por su parte, complementa con lo siguiente: “Y
no sólo de Venecia: también tenía sus manos sobre las gargantas de
El Cairo, Alejandría y La Meca. La captura de la ciudad marcó un
momento decisivo en la historia del mundo. Con puertos estratégicos
como Malaca, Goa, Cochín y Ormuz bajo su control, Portugal podía
desbancar a sus enemigos musulmanes y controlar el comercio en el
océano Índico. La riqueza llovió sobre Lisboa, la capital recién acuña-
da del comercio mundial: los lujos de Brasil, África y Asia”. De manera
célebre, Carlos V arguyó que, “si yo fuese rey de Lisboa, pronto gober-
naría a todo el mundo”. Ben Wilson recomienda leer dos veces la frase:
“Noten que dijo ‘Lisboa’, no ‘Portugal’”.

11. Virilidad de rascacielos

A principios de los años 90, Shanghái era, en el decir de un periódico


local, “un pudridero del Tercer Mundo”. Hoy por hoy, “con sus reful-
gentes torres de gran tamaño, es el ícono de la revolución metropolita-
na posindustrial del siglo XXI”. Imitando a Shanghái y a otras ciuda-
des chinas, la construcción global de rascacielos ha aumentado en un
402 por ciento desde la llegada del nuevo milenio: el número total de
edificios de más de 150 metros y cuarenta pisos superaba por poco las
600 unidades hace dieciocho años; en la actualidad, asciende a 3.251.
“Hacia mediados de este siglo tendremos 41.000 de estas torres domi-
nando en las ciudades del mundo”.

La abrupta verticalización del paisaje urbano es evidente, ya sea en


localidades tradicionalmente de baja altura, como Londres o Moscú, o
en las de los tiempos actuales de boom, como Adís Abeba o Lagos, “to-
das las cuales comparten un deseo compulsivo por airear su virilidad
sobre la línea del horizonte”. Wilson admite que “es fácil intoxicarse
con la visión fulgurante de las nuevas ciudades enérgicas. El furor por
la vivienda vertical se ha convertido en el privilegio de los muy ricos,
algo que resulta sintomático del deseo de escapar de las desordenadas,
congestionadas y confusas calles de abajo para así buscar un reman-
so entre las nubes”. No obstante, de acuerdo a Naciones Unidas, las
Metropolis 239

barriadas y las poblaciones informales que carecen de infraestructura


y servicios básicos se están convirtiendo en “el tipo de asentamiento
dominante y distintivo” de la humanidad.

12. Una ciudad: Ámsterdam

Hacia 1450, Ámsterdam, “un pueblo desbordado asentado sobre un


pantano movedizo”, contaba con una población de 4.000 individuos,
pero a fines del siglo XVI ya era una importante metrópolis global,
“una ciudad de emigrantes”. Casi la totalidad de la élite mercantil y
banquera de Amberes, la capital financiera de Europa, había escapado
a Ámsterdam luego de la revuelta de los Países Bajos contra el Imperio
español. A ella se le unieron parte de la comunidad de judíos sefarditas
de Lisboa y otros grupos provenientes de todos lados de Europa que
huían de la persecución y la guerra. En 1570, Ámsterdam tenía 30.000
habitantes; en 1620, 88.000, y, veinte años después, 139.000. Holanda
era entonces, por muy lejos, el país más urbanizado de Europa.

“El pensamiento innovador”, argumenta Wilson, “ayudó a que Holanda


pasara de una relativa oscuridad a convertirse en el Estado más pode-
roso de Europa o, tal vez, del mundo. La gente que arribaba a Ámster-
dam en busca de refugio trajo consigo sus habilidades y sus conexiones
internacionales”. En 1595, un consorcio de mercaderes amsterdameses
invirtió en un viaje de alto riesgo a Indonesia, con el fin de establecer
un intercambio directo con la fuente de las especies y desbancar así el
monopolio portugués. “El éxito de la operación puso a Ámsterdam a la
cabeza del comercio global. En los siguientes siete años se crearon doce
nuevas compañías. Y en vez de haber sido liquidadas cuando concluían
las expediciones, estas empresas invirtieron sus utilidades en nuevas tra-
vesías y se fusionaron entre sí para maximizar sus ganancias. La fusión
de todas las fusiones ocurrió en 1602 en Ámsterdam, con la formación
de la primera firma del mundo en cotizar en la bolsa. La Compañía
Neerlandesa de las Indias Orientales (VOC, por sus siglas en holandés)
se convirtió de ese modo en una exitosa megacorporación y en 1641
capturó Malaca de las manos de los portugueses”.

El Amsterdamsche Wisselbank (Banco de Cambio de Ámsterdam),


fundado en 1609, inventó muchos de los instrumentos bancarios mo-
240 Ben Wilson

dernos: el sistema de cheques, los créditos directos y las transferencias


entre cuentas. Wilson estima que el banco y la VOC representan dos
pilares de la economía contemporánea. “Y la trinidad quedó comple-
ta con el mercado de valores de Ámsterdam. La salida a bolsa de la
primera corporación importante del mundo, la VOC, impulsó, de la
noche a la mañana, el establecimiento del primer mercado de valores
del globo. La bolsa de Ámsterdam propició el rápido desarrollo del
comercio de acciones, de forwards y futuros, de opciones call y put,
de tomas de posiciones calzadas, de compras con margen y de ventas
cortas”. Los amsterdameses llamaban a esta clase de negociaciones de
futuros windhandel, “comercio en viento”.

13. Torrentes de recién llegados

En opinión del autor, el futuro estilo de vida de gran parte de nues-


tra especie puede apreciarse con mayor nitidez en las áreas superden-
sas, autoedificadas y autorganizadas de Mumbai o Nairobi que en los
relucientes distritos centrales de Shanghái o Seúl, o en la expansión
pródiga de Houston o Atlanta. “Actualmente, mil millones de perso-
nas –uno de cuatro habitantes urbanos– viven en barriadas, chabolas,
favelas, campamentos, villas miserias, kampung, gecekondu o cualquiera
sea el nombre que se le dé a esta clase de área urbana no planeada y
erigida por sus moradores. Cerca del sesenta por ciento de la fuerza
laboral del mundo –dos mil millones de individuos– se gana el sustento
fuera de los libros de contabilidad, en la economía informal. Esta clase
de urbanismo de ‘hazlo por ti mismo’ llena el vacío dejado por los go-
biernos de la ciudad, entidades que simplemente ya no pueden lidiar
con los torrentes de recién llegados”.

Ben Wilson comprende que les prestemos atención a los innovadores de


la economía del conocimiento en boga, la cual se desarrolla en los cen-
tros de las ciudades globalizadas. “Pero hay otros innovadores”, advierte,
“aquellos que laboran en el fondo de la pirámide y mantienen a las ciu-
dades andando a través del trabajo duro y el ingenio. La rápida y simul-
tánea proliferación de rascacielos y poblaciones marginales proclama con
idéntica intensidad nuestro actual ‘siglo urbano’. Incluso los residentes
de una extenuadísima megaciudad ganan más, educan mejor a sus hijos y
gozan de mayores comodidades materiales que sus primos no citadinos”.
Metropolis 241

Y, enseguida, las cifras: la primera generación de migrantes rurales


que arribó a las favelas de Río de Janeiro tenía una tasa de analfabetis-
mo de 74 por ciento; hoy en día, el 94 por ciento de los nietos de esa
oleada está alfabetizado. En las ciudades subsaharianas que cuentan
con más de un millón de habitantes, la mortalidad infantil es un tercio
más baja que en asentamientos más pequeños. Sólo un 16 por ciento
de las niñas rurales de la India de entre 13 y 18 años cuyas familias
ganan menos de dos dólares al día asiste a la escuela, mientras que en
Hyderabad tal índice llega al 48 por ciento. “A partir de la vertiginosa
urbanización de China, la esperanza de vida se ha incrementado en
ocho años. Si radicas en Shanghái, es legítimo suponer que vivirás
hasta los 83 años, diez más que en las provincias campestres occiden-
tales del país”.

14. Una ciudad: Curitiba

Desde los años 70, nos informa Wilson, “esta ciudad brasileña pobre,
de rápido crecimiento, propensa a las inundaciones y asentada en uno
de los puntos críticos de la biodiversidad planetaria, ha sumado a sus
entornos 1,5 millones de árboles, 248 kilómetros cuadrados de par-
ques y muchos lagos artificiales, además de haber construido un co-
rredor ecológico a lo largo del río Barigui”. Al mismo tiempo que la
población se triplicaba, la cantidad de espacios verdes ascendió de 0,5
metros cuadrados por persona “a la asombrosa cifra” de 50 metros
cuadrados por habitante. “Curitiba no sólo planta árboles, sino que
también implementó un plan de políticas de sustentabilidad integradas
en casi todos los aspectos de la planificación urbana”.

Mientras que durante los años 60 y 70 las ciudades desmantelaban


porciones completas de sus centros para construir avenidas, Curiti-
ba hizo precisamente lo contrario, preservando su núcleo histórico
y peatonalizando sus calles. “La ciudad puso en marcha una amplia
e innovadora red de buses de tránsito rápido utilizada por el 70 por
ciento de la población, pese a que allí hay más automóviles per cápita
que en cualquier otro lugar de Brasil”. El sistema, copiado en otras
150 urbes del mundo, disminuyó en un 30 por ciento el tránsito de
Curitiba y tuvo como resultado unos niveles notablemente bajos de
contaminación atmosférica.
242 Ben Wilson

Curitiba también fue pionera en un intercambio verde, que consiste


en que la basura reciclable se canjea por pasajes de buses o comida.
Hoy por hoy, el 70 por ciento de los desperdicios es reciclado. “El en-
trelazamiento de planificación urbana y ambientalismo ha tenido un
impacto económico: el índice de crecimiento de Curitiba durante los
últimos treinta años es de 7,1 por ciento, comparado con el promedio
nacional de 4,2 por ciento. El ingreso per cápita de los curitibanos es
66 por ciento más alto que el del resto de los brasileños. Una propor-
ción grande y creciente de la población vive en favelas no planeadas.
Pero, por decir lo menos, los éxitos de Curitiba demuestran cómo
las políticas creativas, de bajo presupuesto, que vinculan a los eco-
sistemas creados por los humanos con los naturales, son capaces de
transformar a una ciudad”.

15. Ratas humanas

Durante los años 50, el etnólogo y científico del comportamiento John


B. Calhoun construyó elaboradas “ciudades de ratas”, en las que forza-
ba a los roedores a vivir en condiciones que simulaban la alta densidad
urbana experimentada por los humanos. Con el correr del tiempo, in-
dica Wilson parafraseando al investigador, esta utopía roedora degeneró
en un infierno: las ratas hembras abusaban y abandonaban a sus crías,
los jóvenes se convertían en malvados delincuentes juveniles o dejaban
la comunidad en calidad de deslucidos inadaptados sociales y desertores
escolares. Sacando ventajas de este caos social, surgieron criaturas do-
minantes que actuaban como capos.

“La intensidad de la ciudad hizo que muchas de las ratas fueran hi-
persexuales, pansexuales u homosexuales. A las ratas, al igual que a
nosotros, les va bien en la ciudad. Pero la urbe las pervierte debido
a que sus historias evolutivas no las han preparado para el schock ni
el estrés de vivir en ambientes definidos por la proximidad extrema
y la construcción caótica”. O al menos esto fue, prosigue el autor, lo
que muchos arquitectos y planificadores urbanos dedujeron de los
resultados de Calhoun. “Para ellos, la ciudad moderna producía en
los humanos las mismas patologías que afectaron a las ratas. Los ex-
perimentos apuntaban hacia un período venidero de crisis social ex-
tendida en las urbes”.
Metropolis 243

La rata es un símbolo de la vida citadina, añade Wilson. “Y las masas


humanas torrenciales e intimidantes que habitan en los oscuros re-
covecos de la ciudad frecuentemente han sido comparadas con ratas:
atrapadas en la atiborrada metrópolis, separadas de la naturaleza, se
convierten en hordas subhumanas que amenazan el orden social exis-
tente”. Sin embargo, cada época ha creído en aquello de que la ciudad
desordenada, no planificada y autoorganizada puede ser perfeccionada
si se la echa abajo y luego se la reconstruye conforme a principios
científicos y filosóficos: “Si ideamos la ciudad de manera adecuada,
ella puede convertirnos en mejores personas”. El autor estima que,
aunque la literatura y el cine están repletos de visiones de ciudades
pesadillescas, “las visiones de perfección también son ciudades donde
la tecnología o la arquitectura permiten librarnos de todo el caos que
nos impide avanzar. Este dualismo persiste a lo largo de la historia”.

16. Una ciudad: Lagos

Según las predicciones, Lagos, la capital de Nigeria, será la ciudad


más grande del mundo alrededor del año 2040, cuando su población
actual se duplique y continúe creciendo “a un ritmo fenomenal”. La-
gos acaba de ser declarada la segunda peor ciudad del globo para
vivir, superada sólo por Damasco, que está en el suelo por la guerra.
Sin embargo, varios de los lagosenses entrevistados por Wilson fue-
ron inequívocos en su juicio: “Esta es la ciudad más divertida del
planeta”. El autor considera que Lagos ilustra de manera clarísima
un rasgo del urbanismo moderno: el increíble éxito de las megaciuda-
des. “Su expansión de 288.000 individuos en 1950 a los veintitantos
millones de hoy es extraordinaria bajo cualquier punto de vista. Es-
tamos ante una metrópolis formada por la revolución urbana que ha
engullido al mundo”.

Lagos es una ciudad de millones de emprendedores y miles de micro-


economías “que florecen entre las grietas. Por todas partes la gente
hace negocios de manera incesante, pasándola, sobreviviendo. Estas
multitudes dan vida a intrincadas redes, más allá del control y la vi-
gilancia de la economía formal”. Entre un 50 y 70 por ciento de los
lagosenses se sostiene a sí mismo en el sector informal que presta servi-
cios a los múltiples requerimientos de la metrópolis. En Lagos existen
244 Ben Wilson

cerca de once millones de microempresas. “La más obvia es la de los


vendedores ambulantes. Cuando el tráfico se detiene, aparecen de la
nada misma vendiendo todo lo que sea posible vender, desde lo inme-
diatamente útil (bebidas frías, maní, ñame, pan de leche, choclo asado,
tarjetas telefónicas, cargadores) hasta lo oportunista y con frecuencia
estrafalario (sombreros, juguetes y colchonetas inflables, tablas de
planchar, escobas, juegos de mesa)”. Las calles de Lagos son como “un
centro comercial vehicular atendido por los omnipresentes vendedores
ambulantes, con mercados al borde del camino, chozas con repuestos
de cualquier cosa, puestos de paraguas, kioscos y parrillas a carbón
encendidas día y noche”.

Wilson reporta que, a medida que las ciudades succionan a miles de


millones de nuevos residentes, “el 61 por ciento de los trabajadores del
mundo –dos mil millones de personas– trabaja en micronegocios o por
cuenta propia, sobreviviendo a la megaciudad con su ingenio”. Según
A. T. Kearney, una empresa estadounidense de consultoría de gestión,
el monto de dinero a nivel mundial no registrado en los libros asciende
a 10,7 billones de dólares al año, un 23 por ciento del PGB global. “La
economía en las sombras es vital para el universo urbano y provee los
ingresos, sin importar cuán precarios sean, para los emigrantes recien-
tes. Las oportunidades disponibles, incluso al fondo del montón, son
mejores que las que se presentan a quienes viven en la pobreza rural. El
sector ‘hazlo por ti mismo’ satisface el 75 por ciento de las necesidades
de las ciudades africanas. Y alimenta y transporta a Lagos”.

17. Curiosidades selectas

Metropolis es un libro repleto de datos asombrosos, puesto que Ben


Wilson demuestra tener un olfato especial para lo llamativo. A conti-
nuación ofrecemos una selección de estas vistosas curiosidades.

• En todas las localidades donde primero surgió la urbanización, las


ciudades fueron planeadas como un modo de alinear las actividades
humanas con el orden y las energías subyacentes del universo. Las
ciudades chinas más antiguas, dispuestas como un cuadrado dividido
en nueve cuadrados más pequeños, con un plano de calles orientado
según los puntos cardinales, reflejaban la geometría del cielo. “Tanto
Metropolis 245

en las ciudades como en el cielo, la energía divina (qi) radiaba desde


el centro hacia la periferia. Este patrón perduró en China desde el
segundo milenio antes de Cristo hasta 1949, que fue cuando se de-
claró la República Popular. Las ciudades mayas alineaban sus planos
de calles con el equinoccio, valiéndose de los poderes sagrados del
universo al replicar los patrones de las estrellas. Estos no sólo eran
lugares sagrados: al igual que en las metrópolis de Mesopotamia,
eran el sitio donde los mortales se conectaban directamente con los
dioses. El impulso de construir un ordenado simulacro de los cielos
–una estructura organizada que apaciguaba las fuerzas primitivas del
caos– es en parte responsable del motivo por el cual los pueblos, en
diferentes extremos del mundo, comenzaron a construir asentamien-
tos de manera independiente”.

• Cada hora, 85 personas se mudan a Lagos, mientras que 53 lo hacen


a Shanghái. Según Wilson, ellas forman parte de la más significati-
va migración en la historia de la humanidad. “Tendrías que construir
ocho ciudades nuevas del tamaño de Nueva York, o tres nuevas Lagos,
para albergar cada año a la creciente población mundial”.

• Singapur, Nueva York, Los Ángeles, Ámsterdam, Londres, Toronto,


Vancouver, Auckland y Sydney tienen lo siguiente en común: entre el
35 y el 51 por ciento de sus residentes nació fuera de sus respectivos
países. “Estas potencias mundiales se ven empequeñecidas por Bru-
selas, con un 62 por ciento nacido fuera de Bélgica, y Dubái, con un
83 por ciento”.

• En los países en desarrollo, la mayoría de las comidas se consume en


las calles.

• Años atrás, la BBC dedicó un reportaje a “una misteriosa enfermedad


moderna”: cada año, como promedio, doce turistas japoneses tenían
que ser evacuados de París. “Intoxicados por el paisaje citadino román-
tico que habían idealizado durante gran parte de sus vidas, la realidad
de los parisinos indiferentes, de los bulevares repletos de gente, de las
estaciones de metro sucias y de los mozos maleducados resultaba ser
un golpe tan grande para los paseantes que les provocaba ‘una crisis
psiquiátrica’”. La embajada japonesa abrió una línea telefónica directa
para quienes sufren el “síndrome de París”.
246 Ben Wilson

• Desde sus inicios, el cine alzó la mirada hacia los desorbitados edifi-
cios del siglo XX. “La hipermodernidad del cine quedó extasiada con
la hipermodernidad del rascacielos. Para el Hollywood de los primeros
días, la ciudad era Nueva York y Nueva York era la ciudad: el símbolo y
la sinécdoque de todo lo urbano y futurista”.

• Existe una teoría económica que señala que cuando se erige un nuevo
rascacielos que reclama el título de edificio más alto del mundo ocurrirá
un desplome económico. “El Singer Building y el Met Life coincidie-
ron con el pánico de 1907. El Woolworth Building llegó a tiempo para
la depresión de 1913. El World Trade Center y la Torre Sears se inau-
guraron durante la crisis petrolera y la caída del mercado de valores de
1973 y 1974. Las Torres Petronas de Kuala Lumpur se convirtieron en
la construcción más elevada del planeta justo antes de la crisis asiática
de 1997. El desastre de las hipotecas subprime tiene su monumento: el
rascacielos Burj Khalifa, inaugurado en octubre de 2009. Y el mismí-
simo día que se terminó de construir la Torre Shanghái, la bolsa china
se hundió un 7 por ciento en media hora”.

• Los motores de la economía global, indica el autor, ya no son ciu-


dades, sino veintinueve megarregiones urbanas de áreas metropolita-
nas combinadas. En conjunto, estas conurbaciones producen más de
la mitad de la riqueza mundial. “Tenemos el corredor Boston-Nueva
York-Washington (BosWash), con 47,6 millones de individuos y una
producción de 3,6 billones de dólares; el Gran Tokio, con 40 millones
de habitantes y una producción de 1,8 billones de dólares; Hong-Shen
(Hong Kong y Shenzhen) cuentan con 19,5 millones de personas y
producen un billón de dólares. A la vez, Hong-Shen es parte del delta
del río Perla, una densa red de ciudades con más de 100 millones de
residentes. China planea construir sistemas ferroviarios de alta veloci-
dad que unirán aun a más grupos de ciudades en vastas regiones hipe-
rurbanas. En 2014 el gobierno chino anunció la creación de Jingjinji,
una zona de megaciudad de 212.433 kilómetros cuadrados que com-
prende Beijing, Hebei y Tianjin y alberga a 112 millones de personas.
Bienvenidos a la ciudad sin límites”.

• Mientras que en el pasado las ciudades asiáticas tomaron prestadas


las ideas occidentales en torno a la construcción de urbes, hoy por hoy
las ciudades occidentales se están haciendo más asiáticas. “Tal vez nin-
Metropolis 247

gún otro lugar ejemplifica esto mejor que Londres, una capital que en
gran parte se había resistido por décadas a la invasión de rascacielos.
La necesidad de construir en grande, de reinventarse a sí misma con
un horizonte desmedido, conquistó a Londres a principios del siglo
XXI a medida que se relajaron las regulaciones de planeamiento. Los
rascacielos y las costosas torres residenciales en altura proliferaron a
una velocidad no menos desenfrenada que en Shanghái”.

• Santander, la ciudad más tecnológicamente inteligente de Europa,


hoy cuenta con veinte mil sensores “que mantienen una eterna vigilan-
cia sobre el enjambre humano”. Los sensores en los basureros les indi-
can a los camiones cuándo necesitan ser vaciados; aquellos insertos en
los parques monitorean la humedad del suelo y prenden y apagan los
regadores de acuerdo a la necesidad; el alumbrado público se atenúa y
brilla en respuesta al volumen peatonal y del tráfico. “Utilizada de este
modo, la inteligencia artificial puede disminuir los costos de energía y
agua en un 50 por ciento. También puede hacer que la ciudad sea más
eficiente en otros sentidos. Los sensores acústicos detectan las sirenas
de una ambulancia que se acerca y se conectan con los semáforos para
dar paso a la emergencia. Se calcula que el 30 por ciento del tiempo
en que manejamos lo gastamos en buscar un lugar donde estacionar.
Los sensores inalámbricos pueden detectar un espacio no utilizado y
dirigir a un automovilista directamente hacia él”. Pero hay un punto
que a Wilson le preocupa: “El monitoreo del comportamiento humano
dentro de la metrópolis, emprendido en nombre de la eficiencia y del
manejo de crisis, se convertirá con certeza en uno de los rasgos prin-
cipales de la vida urbana en nuestro siglo. El autoritarismo implícito
en las ciudades inteligentes, reforzado por los temores a pandemias
mortales, es profundamente problemático”.
If
Then
Cómo la Simulmatics
Corporation inventó
el futuro
Jill Lepore
Nota de la edición

Cinco años atrás, mientras indagaba una historia para la revista New
Yorker, la distinguida escritora e historiadora Jill Lepore se dirigió al
Massachusetts Institute of Technology (MIT) con la intención de re-
volver los papeles de Ithiel de Sola Pool, un científico que en 1955 ideó
una teoría sobre las redes sociales, cuando estas aún no tenían la reso-
nancia que tienen en la actualidad. “Abrí caja tras caja tras caja y em-
pecé a pensar que podría haber un libro en el interior de ellas, lo cual
me condujo a más y más cajas a lo largo y ancho del país”. El pálpito
de Lepore no pudo ser más acertado: la espléndida obra que escribió
tras su pesquisa, recién publicada y titulada If Then. How the Simulmatics
Corporation Invented the Future (‘Si tal cosa, tal otra. Cómo la Simulma-
tics Corporation inventó el futuro’), ha sido aclamada sin reservas en el
mundo editorial anglosajón. Olvidada por la historia, la “magníficamen-
te misteriosa” compañía que pesquisó la autora fue la primera que puso
en movimiento los procesos de manipulación de masas que, según ella
denuncia con fuerza, son los mismos que hoy rigen a gigantes tecnoló-
gicos como Facebook, Amazon y Google. Creada en 1959, Simulma-
tics jugó un rol clave en la elección presidencial de John Kennedy, en la
Guerra de Vietnam y en buena parte de los hechos de violencia política y
social que marcaron a Estados Unidos en los años 60. Los integrantes de
la firma eran buena gente, asegura la investigadora, liberales intachables
que luchaban por los derechos civiles y por la igualdad de razas. No obs-
tante, los What-If Men, como eran conocidos en su época los miembros
de Simulmatics, dieron pie a lo que Lepore define como “este infierno
en particular”, es decir, un mundo “en el que cualquier movimiento de
la humanidad está predicho por algoritmos que intentan dirigir o influir
en todas y cada una de las decisiones que tomamos a través de la simu-
lación de nuestro yo mismo”. El asunto es alarmante y ha sido abordado
por varias publicaciones en el último tiempo, pero nadie, hasta ahora,
había dado con el verdadero origen del intríngulis. Simulmatics, fundada
por un publicista charlatán y alcoholizado llamado Edward Greenfield,
y reforzada con genios de la talla de Ithiel de Sola Pool y Bill “El Salva-
je” McPhee, influyó de una manera absolutamente desconocida sobre
lo que hoy entendemos por presente cotidiano, pues puso en marcha
una imbatible “Máquina de Personas”. Este pormenorizado relato, que
además cuenta con una arista chilena, dejará a más de algún lector bo-
quiabierto e incluso un tanto espantado. Simulmatics, advierte Lepore,
impuso “un legado que acecha tras la pantalla de cualquier aparato”.
If Then
How the Simulmatics Corporation
Invented the Future
Liveright | 2020 | 432 páginas

Jill Lepore nació en 1966 en West Boylson,


Massachusetts. Es profesora de Historia
Estadounidense en la Universidad de Harvard
y colabora de manera estable en la revista New
Yorker, además de difundir sus ensayos por los
principales medios de su país. Ha publicado más de
una decena de libros y varios de ellos han obtenido
premios sonoros. En 2016 escribió Joe Gould’s
Teeth (‘Los dientes de Joe Gould’), un invaluable
homenaje a un famoso y entrañable vagabundo
neoyorquino conocido como “Profesor Gaviota”.
If Then 251

La máquina que hace


medio siglo adivinó el presente

1. Una y otra y otra y otra vez

Aunque hoy casi nadie se acuerda de la Simulmatics Corporation, in-


forma Jill Lepore en If Then (‘Si tal cosa, tal otra’), la compañía aseguró
haber jugado un rol clave en la elección de John F. Kennedy (JFK)
como presidente de Estados Unidos en 1960, entre otros logros de pri-
mera importancia política, tanto a nivel nacional como internacional.
Meses más tarde, los científicos que la dirigían inventaron un progra-
ma computacional diseñado para predecir y manipular “toda clase de
comportamientos humanos, desde comprar una máquina lavavajillas y
contrarrestar una insurgencia hasta emitir un voto. La llamaron Má-
quina de Personas”. Los profesionales que allí trabajaban eran jóvenes
y brillantes y provenían de las mejores universidades del país. “Escri-
bían en un nuevo lenguaje y utilizaban una expresión conocida como
if/then para instruir a una computadora para que simulara posibles ac-
ciones y calculara sus consecuencias, bajo diferentes condiciones, una
y otra y otra y otra vez. Si tal cosa, tal otra. Si tal cosa, tal otra. Si tal
cosa, tal otra. Y, así, una infinidad de resultados”.

La reconocida escritora estadounidense asegura que, “sin malas inten-


ciones, Simulmatics ayudó a construir la máquina que actualmente,
en el siglo XXI, tiene a la humanidad atrapada y atormentada: des-
pojada al punto de la desnudez, conducida a la distracción, privada
de sus sentidos, interrumpida, explotada, dirigida, conectada y des-
conectada, comprada y vendida, alienada y coaccionada, confundida,
mal informada e incluso mal gobernada”. Facebook, Amazon, Google,
Palantir (empresa norteamericana especializada en el análisis de big
data), Cambridge Analytica (firma fundada en Londres, entre otros,
por Steve Bannon, el exasesor de Donald Trump, que jugó un rol clave
252 Jill Lepore

en la elección de este como primer mandatario en 2016 y que cerró


sus operaciones en 2018) y la Agencia de Investigación de Internet
(entidad que dirige la guerra política online del gobierno ruso), “todas
ellas fueron incubadas allí, debajo de esa cúpula de panales al borde
del mar verde gris, como tantos huevos”. Lepore hace referencia al
verano de 1961, que fue cuando los socios principales de Simulmatics
se reunieron junto a sus familias en la costa de Long Island y dieron
nacimiento, muy apropiadamente bajo un domo geodésico, a la Má-
quina de Personas.

2. Eslabón perdido

Simulmatics llegó a tener oficinas en Nueva York, Washington, Cam-


bridge (Massachusetts) y, finalmente, Saigón, antes de declararse en
bancarrota en 1970. Según les explicó en su momento a los accio-
nistas el presidente de la corporación, Edward Greenfield, el nombre
Simulmatics consistía en la contracción de dos palabras, simulación y
automática. Algún día, pensó él, el vocablo se asemejaría en sonido y
trascendencia a cibernética (cybernetics en inglés). Pero, claro, ello no
ocurrió. Aun así, prosigue la autora, el término expresaba el tamaño
de sus ambiciones: la empresa operaba bajo el supuesto de que, si era
capaz de recolectar la suficiente cantidad de datos de la suficiente can-
tidad de personas e introducirlos en una computadora, “todo, algún
día, podría ser predecible, y cada mente humana podría ser simulada,
y cada acción podría ser automáticamente anticipada e incluso condu-
cida y orientada por mensajes dirigidos tan infalibles como misiles”.

La organización dejó un legado que prevalece hasta hoy en el análisis


predictivo, en las simulaciones what-if, en la ciencia de datos del com-
portamiento, “un legado que acecha tras la pantalla de cualquier apa-
rato”. Simulmatics “ayudó a inventar un siglo XXI enloquecido por los
datos y casi totalitario, donde el único conocimiento que importa es la
predicción y donde, antes y después de la irrupción del coronavirus, las
corporaciones obtienen riqueza a través de la recolección de datos, la
manipulación de la atención y las ganancias de la profecía”. Por medio
de una ironía final, concluye la historiadora, “Simulmatics, cuyo pasa-
do está más que borrado, ayudó a inventar un futuro obsesionado con
el futuro, aunque todavía no pueda mejorarlo”.
If Then 253

Sería más fácil, más reconfortante, menos perturbador, arguye Lepore,


si los científicos de Simulmatics hubiesen sido villanos. “Pero no lo
eran. Eran liberales blancos en una época en que los liberales blancos
no estaban capacitados para entender a las personas que no fuesen
blancas ni liberales”. Con el propósito de redondear el asunto, la au-
tora zanja que los miembros de Simulmatics “son los abuelos de pa-
tillas blancas, muertos hace mucho de tiempo”, de Mark Zuckerberg
(cofundador de Facebook) y Sergey Brin (cofundador de Google) y
Jeff Bezos (fundador de Amazon) y Peter Thiel (cofundador de Pa-
lantir y PayPal) y Marc Andreessen (cofundador de Netscape) y Elon
Musk (cofundador de PayPal y director general de Tesla Motors). “La
Simulmatics Corporation es un eslabón perdido en la historia de la
tecnología, un broche que sujeta la primera mitad del siglo XX con
los inicios del XXI, un futuro en el que cualquier movimiento de la
humanidad está predicho por algoritmos que intentan dirigir o influir
en todas y cada una de las decisiones que tomamos a través de la simu-
lación de nuestro yo mismo, este infierno en particular”.

3. Compramos clientes

En 1935, la guía telefónica de Manhattan contenía sólo diez empre-


sas de relaciones públicas. A mediados de los años 50, la misma guía
contaba con siete columnas dedicadas al rubro e incluía más de sete-
cientas compañías, entre ellas Edward L. Greenfield & Co. Durante
la Segunda Guerra Mundial, “los manufactureros estadounidenses no
sólo habían producido armas y municiones en serie para los Aliados,
sino también ropa, comida y otras cosas”. Tras el conflicto, “decididos
a no cerrar sus negocios, buscaron nuevos mercados y se volcaron a
elaborar todo tipo de bienes de consumo, desde rizadores de pelo has-
ta muñecas Barbie”. Y para vender estas mercancías, “muchas de las
cuales nadie había pensado antes producir o poseer”, los fabricantes
recurrieron a las agencias de publicidad, cuya industria, entre 1950 y
1955, incrementó sus ganancias de 6 mil millones de dólares a 9 mil
millones. “No vendemos lápices labiales”, argumentaba un empresario
de la época. “Compramos clientes”.

La campaña presidencial de 1952 del republicano Dwight Eisenhower


contrató agencias de publicidad, mientras que la de su rival, el demócrata
254 Jill Lepore

Adlai Stevenson, criticó el rol de la propaganda de masas en la polí-


tica estadounidense. La expresión “lavado de cerebro”, establece la
investigadora, entró en el léxico norteamericano en 1951 con la pu-
blicación de Brain-Washing in Red China. The Calculated Destruction of
Men’s Minds (‘Lavado de cerebro en la China Roja. La destrucción
calculada de la mente de los hombres’), un libro en que el periodista
Edward Hunter prometía revelar “los aterradores métodos que han
puesto a una nación completa bajo control hipnótico”. El concepto
“lavado de cerebro” fue la traducción que Hunter hizo del vocablo
hsi nao, y lo utilizó para describir los ardides del comunismo chino
durante la era del adoctrinamiento maoísta. En opinión de Lepore, si
la caza de brujas propiciada a principios de los años 50 por el senador
Joseph McCarthy “incitó el miedo de que los comunistas controlaban
secretamente la mente de los norteamericanos, el ánimo en contra de
la publicidad de masas estimuló un temor creciente de que alguien
más manipulaba la mente del pueblo estadounidense. No el camarada
Mao, ni el Partido Comunista, ni los soviéticos, sino las agencias de
publicidad locales”.

4. Charlatán y liberal

Antes de convertirse en presidente de la Simulmatics Corproration, Ed


Greenfield era el clásico publicista [ad man] de la Avenida Madison, en
Nueva York, “un mad man [alusión a la serie televisiva Mad Men] que,
como todos los publicistas, lo mejor que sabía hacer era venderse a sí
mismo”. Greenfield nació en Chicago en 1927, hijo único de Jacob, un
vendedor de seguros que fue comunista, y de Theodora Rubenstein,
hija de un rabino. Nuestro hombre contaba con un currículum “limpio
y ordenado” que rezaba así: “Edward L. Greenfield, Relaciones Públi-
cas, Nueva York, Exalumno de la Universidad de Chicago y de la Facul-
tad de Leyes de Yale”. Las credenciales, no obstante, eran falsas, pues
Greenfield nunca asistió a ninguna de aquellas instituciones. El futuro
mandamás de Simulmatics bebía mucho whisky y era dado a la jactan-
cia, “pero tenía grandes ideas y grandes ideales, grandes ideas liberales.
Pese a toda su charlatanería, era mucho más que un publicista: era un
filántropo dedicado seriamente al liberalismo de mediados del siglo
pasado. Reunía dinero para las causas liberales, especialmente para los
derechos y las libertades civiles”.
If Then 255

Harris Wofford, quien ocupó el cargo de asistente especial para dere-


chos civiles del gobierno de JKF y ayudó a fundar los Cuerpos de Paz
de Estados Unidos en 1961, le expresó lo siguiente en cierta ocasión
al reverendo Martin Luther King: “Déjame sugerirte que trates de ha-
blar pronto con un buen amigo mío, un tipo muy astuto dedicado a
las relaciones públicas, Ed Greenfield”. Lepore complementa: “Muy
astuto, mi buen amigo, los conoce a todos. Muy festivo. Tan gracioso.
Cariñoso, ingenioso. Y esa risotada. Te va a caer estupendo. Una red
amplísima. Pero sobre todos sus intereses y amistades, la pasión real
de Ed Greenfield era la política, la política del Partido Demócrata, la
política presidencial. Un juego de charlatanes”.

5. Quién dice qué a quién

Cuando en 1956 Eisenhower volvió a vencer por paliza a Stevenson,


una computadora llamada Univac predijo la misma noche de los co-
micios el resultado final con una mínima porción de los votos conta-
bilizados. Ed Greenfield quedó electrizado: dos nuevas máquinas, la
televisión y la computadora, estaban cambiando el curso de la políti-
ca estadounidense. “La influencia de la primera era mucho más fácil
de ver que la de la segunda”, acota Lepore, pero la manera en que
Greenfield percibió el asunto era distinta: los republicanos habían he-
cho mejor uso de la televisión en 1952 al lanzar avisos publicitarios a
favor de Eisenhower, “lo que significaba que los demócratas debían
dilucidar cómo sacarle el máximo partido a la computadora, y rápido,
¿pues qué podía ser más valioso para una campaña que una compu-
tadora que pudiese pronosticar el resultado de una elección?”. Con la
elección de 1956 en mente, “Greenfield comenzó a recolectar hombres,
los mejores. Pero no hombres de la Avenida Madison, sino científicos”.

Greenfield se dirigió al Centro de Estudios Avanzados en Ciencias del


Comportamiento, ubicado en Palo Alto, California, y allí dio con cier-
tas figuras claves. Una de ellas fue Harold Lasswell, quien, a través de
un par de influyentes obras publicadas en los años 30, había “psico-
logizado la politología”. Lasswell entró a estudiar a la Universidad de
Chicago con tan sólo 16 años, obtuvo su PhD en ciencias políticas a
los 25 y luego se marchó a Berlín para ser psicoanalizado por un dis-
cípulo de Freud. Cuando regresó, aceptó ser docente en su alma mater
256 Jill Lepore

y, según uno de sus alumnos, “sus monólogos son simposios. Lasswell


no es un profesor, sino un tornado”. La gente lo trataba como a un
dios, añade Lepore, “mientras que él coqueteaba con los jóvenes y hu-
millaba a las muchachas”. El académico gozaba de tamaña influencia
porque su trabajo pretendía explicar “quién dice qué a quién en qué
canal y con qué efecto”.

Durante la Segunda Guerra Mundial, Lasswell fundó un proyecto de


investigación de comunicaciones de guerra en la Biblioteca del Con-
greso y recomendó que Estados Unidos mantuviera la democracia a
salvo del autoritarismo a través de una manipulación sistemática de
masas emprendida por el gobierno. “Por mucho tiempo, esto se co-
noció como ‘propaganda’ o ‘guerra psicológica’ (la versión nazi era
llamada Weltanschauungskrieg, ‘guerra de visión de mundo’), pero,
transcurrido otro tiempo, la gente que se preocupaba de cómo sonaba
el concepto comenzó a llamarlo ‘comunicación de masas’”. Más tarde,
Lasswell ayudaría a fundar Simulmatics, empresa en la que llegó a po-
seer un gran número de acciones.

6. Antecedentes manchados

En opinión de Greenfield, “no existía un mejor lugar en tiempos de paz


para estudiar la comunicación de masas, o la guerra psicológica, que
las campañas y las elecciones democráticas, debido a que las campañas
producen su propia propaganda, un cuerpo de opinión política, y las
elecciones producen sus propios datos, un inventario de comporta-
miento político”. Así lo entendía también Ithiel de Sola Pool, quien
colaboró con Edward L. Greenfield & Co. en la campaña presidencial
de 1956 de Adlai Stevenson y posteriormente, en 1959, sería otro de
los fundadores de Simulmatics. “A mediados del siglo XX, los cientí-
ficos del comportamiento estadounidenses trabajaban en operaciones
políticas y en operaciones militares”, apunta la investigadora.

Pool aportaría a Simulmatics su expertise como científico del compor-


tamiento cuantitativo, experiencia ganada como analista de defensa.
Acceder al Pentágono, sin embargo, no había sido un logro fácil para
él, pues sus antecedentes estaban manchados por ciertas filiaciones
comunistoides expresadas durante su juventud. Paradójicamente, fue
If Then 257

Richard Nixon, por ese entonces vicepresidente de Estados Unidos,


quien lo ayudó a obtener las credenciales necesarias para trabajar en la
sede del Departamento de Defensa. En la novela titulada Un recuerdo
que dejo, el escritor Saul Bellow disfrazó la identidad de Pool bajo el
nombre de Ithiel Regler. Ambos se conocían desde que eran estudian-
tes de la Universidad de Chicago y compartían el fervor trotskista.

“Tiempo después, décadas más tarde”, añade la autora, “Pool enfren-


taría una clase de desafío diferente, cuando los estudiantes del MIT
empapelaron el campus con carteles mimeografiados de su rostro, car-
teles que acusaban a la Simulmatics Corporation ‘de ser el cerebro tras
un programa computacional de contrainsurgencia que no sólo con-
tiene archivos de datos de movimientos revolucionarios extranjeros,
sino también de las rebeliones estudiantiles estadounidenses, de los
levantamientos de los negros, de las huelgas locales, etcétera’. Los es-
tudiantes que entonces protestaban en el MIT no lo acusaban de ser
un comunista. Lo acusaban de ser un criminal de guerra”.

7. La teoría de las redes sociales

En un libro célebre de 1952, God and Man atYale (‘Dios y el hombre en


Yale’), un jovencísimo William F. Buckley, que con el correr del tiempo
llegaría a convertirse en un poderoso ícono del conservadurismo nor-
teamericano, mostraba el desprecio que sus correligionarios sentían por
el conocimiento ante el que se habían rendido los futuros creadores de
Simulmatics. “A lo largo de la década del macartismo de los años 50”,
profundiza Lepore, “los conservadores maldijeron la blasfemia e ‘idio-
tez moral’ que percibían tras la ciencia del comportamiento, citando su
postura tecnócrata como una suerte de socialismo, el control de la gente,
incluso de sus propias mentes, por parte del Estado”.

Pero a Ithiel de Sola Pool estas consideraciones lo tenían sin cuidado


y en 1955 comenzó a trazar una nueva línea de investigación: ¿cuán-
tos conocidos tiene la mayoría de las personas?, ¿cuántas personas en
común tienen dos personas?, ¿cuántos grados de distancia separan a
una persona X de otra cualquiera?, ¿qué tan pequeño es el mundo?
“Dado que A conoce a B, ¿cuál es la probabilidad de que B conoz-
ca a n personas en el círculo de cercanos de A?”, se preguntó Pool.
258 Jill Lepore

“Mi primera intuición fue que tal vez era plausible establecer una
relación logarítmica”. La matemática que lidiaba con “la probabili-
dad de que B conociera a C, dado que A conoce a B”, era “confusa”,
agrega Lepore. “Pero, ¿qué ocurriría en caso de que A no conozca
a B?”, prosigue Pool, “¿dónde tienen un conocido en común?”. La
autora informa que “Greenfield recolectaba gente, mientras que Pool
recolectaba datos”.

Pool comenzó a elaborar entonces un listado de todos los indivi-


duos que le eran familiares, “incluyendo al hombre que parecía co-
nocer a medio mundo: Ed Greenfield”. Y luego hizo recorrer el lis-
tado por todo el país, preguntándole a las personas que conocía si,
a su vez, conocían a quienes él conocía. Junto a la petición, incluyó
una “definición de conocer”: si te topas en la calle con “Edward L.
Greenfield, Relaciones Públicas, Nueva York, Exalumno de la Univer-
sidad de Chicago y de la Facultad de Leyes de Yale”, ¿sabrías reco-
nocerlo?; ¿lo saludarías?, ¿te reconocería él de vuelta? Y enseguida “el
científico echó a correr los números y calculó las posibilidades. Trazó
sus datos y dio con una función para describir esa trama. A continua-
ción, utilizó esa función para extrapolarla más allá de sus datos. E ideó
una teoría, una teoría que llegaría a sustentar a todas las empresas de
medios de comunicación, incluyendo a Facebook y Twitter. La llamó
la teoría de las ‘redes sociales’”.

8. El turco mecánico

La imagen era insólita para quienes pasaban frente al showroom de


IBM ubicado en la Avenida Madison con la Calle 57, incluso a altas
horas de la madrugada: en el interior del lugar había un hombre pe-
queño jugando ajedrez con la tremenda IBM 704 (la computadora
requería de más de quinientos metros cuadrados para albergar todos
sus componentes, que incluían una impresora). “A veces, alrededor
de las cuatro de la mañana”, le indicó Alex Bernstein a la revista New
Yorker, “mientras estaba doblado sobre mi tablero de ajedrez, haciendo
ruiditos que estimularan a la 704, levantaba la vista y veía a alguien
mirándome, apoyado en el ventanal que daba a la Avenida Madison”.
Para Lepore, la visión no podía sino ser “como sacada de una película
absolutamente extraterrestre”.
If Then 259

La expresión “inteligencia artificial”, continúa la autora, fue acuñada


en 1955 por cuatro científicos en un seminario veraniego de investiga-
ción llevado a cabo en el Dartmouth College, en New Hampshire. “A
falta de una teoría de la cognición, la gente que trabajaba en este nuevo
campo en los años 50 estaba menos interesada en hacer que una má-
quina pensara como un cerebro que en hacer una máquina que hiciera
cosas que un cerebro podía realizar, como jugar ajedrez”. El partido de
ajedrez entre hombre y máquina, añade, tiene una larga historia: du-
rante el siglo XVIII, un autómata conocido como “el turco mecánico”,
una figura de madera ataviada como turco, derrotó a jugadores a lo lar-
go de Europa y Estados Unidos. “Benjamin Franklin intentó penetrar
en sus secretos, lo mismo que Edgar Allan Poe, quien concluyó que el
turco era en realidad un tipo pequeñísimo que, confinado en una caja
bajo el tablero, movía las piezas por medio de palancas. Pero el turco
mecánico persistió en la memoria de los matemáticos como una suerte
de desafío: el primero que fuese capaz de enseñarle a una máquina a
jugar ajedrez traspasará un umbral”.

En 1950, el genial matemático inglés Alan Turing intentó idear un pro-


grama para jugar ajedrez. Alex Bernstein estimó que la máquina de
Turing “planteaba un juego muy débil, cometía metidas de pata estú-
pidas y frecuentemente se daba por vencida tras pocos movimientos”.
Donde él y otros fallaron, Bernstein, trabajando toda la noche en IBM,
tuvo éxito. “Fue uno entre un puñado de hombres que fue invitado a
la conferencia de inteligencia artificial llevada a cabo en Dartmouth al
año siguiente, en el verano de 1956”, acota Lepore.

9. “El Salvaje”

Alex Bernstein jamás había pensado en la posibilidad de tratar de simular


una elección, “no al menos hasta que fue contratado por Greenfield para
que le ayudase a escribir un programa que les permitiera a los candidatos
planear sus próximos movimientos en una computadora, sin realmen-
te llevarlos a cabo, como si la política fuese un partido de ajedrez que
se jugaba en la cinta magnética de un carrete giratorio. Pero para ese
programa Ed Greenfield necesitaba a un último hombre, a un genio de
las matemáticas conocido como Bill, ‘El Salvaje’”. Bill McPhee nació en
Colorado en 1921, dentro de una familia de leñadores y vaqueros. En
260 Jill Lepore

1940 obtuvo una beca para estudiar en Yale, pero abandonó los estudios
en segundo año y se enroló en la Fuerza Aérea de su país. “Volaba un
Piper Cub de un motor en los Himalaya. Se estrelló dos veces y fue el
único hombre de su unidad que sobrevivió a la guerra, un hecho que lo
atormentó de por vida”. Bill tenía un carácter temible: “Amenazaba a
todo el mundo y luego, cuando se calmaba, pedía perdón. Bebía y bebía y
bebía y fumaba y fumaba y fumaba. No se podía ver a través de su living.
Jock, su hijo pequeño, tuvo neumonía cuatro veces a causa del humo”.
McPhee retomó sus estudios y obtuvo su PhD, y en esa época trabajaba
en la Universidad de Columbia.

Cuando fue abordado por Greenfield, McPhee le habló de la idea


que tenía en mente: crear una simulación computacional del público
estadounidense que veía televisión, con el propósito de ayudar a las
estaciones televisivas a vender avisos. “O podía ser utilizada para dar
una mano a una campaña política”, añade Lepore. “Eisenhower no se
presentaría de nuevo como candidato en la elección de 1960 y McPhee
no tenía problemas en trabajar contra su sucesor, Richard Nixon”. Bill,
“El Salvaje”, era republicano, pero no admiraba a Nixon. Greenfield
reunió a Ithiel de Sola Pool con McPhee, que ya se conocían, y en
conjunto le pidieron a este último que hiciera un ligero cambio a su
proyecto: una simulación del electorado estadounidense. “Greenfield
le habrá dicho que necesitaba este simulador político ahora, ayer, dos
elecciones presidenciales atrás, pero, caramba, la necesitaba ya. Por
Dios, podía salvar al país y podía hacerlos ricos a todos”.

Poco tiempo después, la esposa de Bill internó a su marido en un ma-


nicomio: “Estaba perdido, no podía parar”. Y fue allí, en el Bellevue
Hospital, donde diseñó el programa que haría posible “un electora-
do totalmente observable”. Lepore notifica que, a un nivel elemental,
la invención “no era en nada diferente a los servicios que le vendió
Cambridge Analytica al movimiento del Brexit en 2015 y a la campaña
de Trump en 2016”. Los estudios de votación de los años 50 analiza-
ban a los votantes “como unidades discretas a un nivel microscópico”,
pero el sistema de “El Salvaje” permitiría “un cuadro macroscópico de
cómo, cuando todo se pone en orden, funciona el sistema agregado.
Los primeros estudios de votación eran simples juegos de niños en
comparación con lo que McPhee había discurrido: una máquina que
predecía los votos”.
If Then 261

10. Demócratas racistas

Todos los estados que Adlai Stevenson ganó en la presidencial de 1956


eran parte de la ex Confederación esclavista formada en tiempos de la
guerra civil estadounidense (1861-1865). Los demócratas blancos del sur
seguían amenazando con abandonar el partido si este abrazaba la causa
de los derechos civiles. Vale recordar que, en aquel entonces, casi la totali-
dad del Partido Demócrata en la zona meridional apoyaba la segregación
contra la gente de color. De hecho, en el sur no se respetó de buenas a
primeras la histórica sentencia de la Corte Suprema de Estados Unidos
que declaraba que aquellos estados que establecían escuelas separadas
para niños negros y blancos negaban la oportunidad de igualdad educati-
va (el asunto se dirimió en 1954 y se conoce como el caso Brown contra
el Consejo de Educación). “El presidente Eisenhower”, acota Lepore,
“no había actuado para combatir el desacato de los estados del sur”.

Azuzados por el líder de la mayoría en el Senado, Lyndon Johnson, quien


entendió antes que muchos que había llegado la hora de poner fin al racis-
mo de sus correligionarios sureños, los parlamentarios demócratas apro-
baron finalmente una primera ley de derechos civiles en 1956. “Pero a pe-
sar del giro en las posturas tradicionales que había conseguido Johnson en
la Cámara Alta”, añade la autora, “los segregacionistas se clavaron en sus
talones”. En septiembre de 1957, el gobernador demócrata de Arkansas,
Orval Faubus, envió alrededor de 250 soldados de la Guardia Nacional al
Central High School de Little Rock, con el propósito de evitar el ingreso
al recinto educacional a cualquier niño negro. “Elizabeth Eckford, una
muchacha de quince años, fue encaminada por soldados apostados en la
entrada del colegio hacia una turba de estudiantes blancos que gritaban
‘¡línchenla!, ¡línchenla!’”. Días después, Eisenhower firmó la Ley de De-
rechos Civiles de 1957 y anunció por televisión que enviaría de inmediato
a mil paracaidistas de la Centésima Primera División Aerotransportada a
Little Rock. “Al fin el gobierno federal había intervenido para garantizar
los derechos constitucionales de los escolares”, consigna Lepore.

11. Proyecto Macroscopio

Al explicar lo que llamaba Proyecto Macroscopio, Ed Greenfield se-


ñaló que no había nada misterioso en la superficie del asunto, ya que
262 Jill Lepore

la contribución a la máquina era información sobre individuos reales


obtenida a través de encuestas: “No obstante”, prosiguió, “una vez
que estos datos entran a las instalaciones de almacenamiento de alta
velocidad del aparato, es otro mundo”. La computadora, atiborrada
de datos microscópicos de los votantes y de temas relevantes, actuaba
como un “macroscopio”: podías preguntarle cualquier cosa acerca
de la clase de movimientos que podía hacer un candidato, y sería
capaz de decirte cómo los votantes, hasta el segmento más pequeño
del electorado, responderían. “Era como estar sentado en el Monte
Olimpo, con los dioses, mirando hacia abajo a los mortales”, señala
Lepore. En opinión de la escritora, Greenfield ya había perdido sus
ideales: ahora sólo le importaba que los demócratas ganaran la elec-
ción de 1960. “¿Debía un político dar un discurso fuerte en torno a
los derechos civiles en el sur porque era lo correcto? No. Un político
debía dar un discurso vigoroso en torno a los derechos civiles en el
sur cuando y donde el Macroscopio lo indicara, basado en lo analí-
tico. El Proyecto Macroscopio apuntaba a resolver el problema de
Adlai Stevenson”.

Greenfield le presentó confidencialmente su iniciativa a Newton Mi-


now, uno de los consejeros más cercanos de Stevenson, pero este se
alarmó de inmediato y le transmitió la propuesta a Arthur Schlesinger,
uno de los más respetados historiadores estadounidenses del momento,
quien había ganado un Premio Pulitzer en 1945 por The Age of Jackson
(‘La era de Jackson’) y volvería a ganarlo con una biografía de JFK.
“Schlesinger vivía fascinado con el poder político.Y como cualquier per-
sona fascinada con el poder, siempre estaba en peligro de caer bajo su
esclavitud”. El hombre era cercano a los Kennedy, continúa la autora,
especialmente a John, a quien conocía desde que ambos eran estudian-
tes universitarios. Casualmente, Schlesinger y su familia vivían a dos
casas de Ithiel de Sola Pool, en la arbolada calle Irving de Cambridge,
Massachusetts (el primero enseñaba en Harvard y el segundo trabajaba
en el MIT). Minow quería el consejo de Schlesinger, pues estimaba que
la propuesta de Greenfield “no funcionaría, es inmoral y debería ser de-
clarada ilegal”. El intelectual dijo compartir los sentimientos de Minow
al respecto, pero agregó que “creo en la ciencia y no quiero ser parte de
quienes asfixian las ideas nuevas”. En suma, Schlesinger le dijo que no
hiciera nada. El Proyecto Macroscopio siguió adelante. “Y todavía sigue
haciéndolo”, advierte Lepore.
If Then 263

12. Kennedy desconfiable

La Simulmatics Corporation abrió sus operaciones el 18 de febrero de


1959 en unas modestas oficinas ubicadas en la Avenida Madison con
la Calle 52. “La compañía no posee, ni pretende adquirir, instalaciones
informáticas”, aseguró Greenfield. En cambio, al menos mientras empe-
zaba a sustentarse, la firma arrendaría tiempo en las máquinas de IBM en
Nueva York, en la Universidad de Columbia y en el MIT. En mayo y no-
viembre de ese año, Simulmatics vendió sus primeras iniciativas a dos en-
tidades ligadas al funcionamiento del Partido Demócrata por un total de
65.000 dólares, “más de medio millón de dólares en dinero de 2020”. La
intención de la compañía era convencer a los demócratas de que los votos
de los negros importaban y, para hacerlo, había que partir por contarlos.

El 2 de enero de 1960, JFK anunció su decisión de ser el nominado


del Partido Demócrata para la elección presidencial de noviembre. Y
si bien había estado a punto de ser el compañero de fórmula de Adlai
Stevenson en 1956 y dos años después fue reelecto en el Senado con
un impresionante 73 por ciento de la votación, “Kennedy todavía car-
gaba con lastres: era católico y Estados Unidos nunca había elegido
antes a un católico como presidente. Era joven, sólo 42 años. Era débil
en relación a los derechos civiles. Y los liberales no confiaban en él. Su
familia tenía vínculos cercanos con Joseph McCarthy. Su padre ha-
bía donado dinero para la campaña de este. Su hermana había salido
una vez con él. Su hermano Bobby había trabajado para él. Y cuan-
do el Congreso votó para censurar a McCarthy, 67 a 22, el senador
Kennedy, recuperándose en el hospital de complicaciones postopera-
torias casi fatales, no nombró a un asistente para que votase en su
nombre: fue el único miembro del Senado que no emitió su voto. Los
liberales nunca lo perdonaron. Kennedy se puso entonces a buscar ese
perdón”. Y uno de los primeros en caer bajo su embrujo fue Arthur
Schlesinger, uno de los intelectuales más leales a Adlai Stevenson.

13. El voto negro

El 15 de mayo de 1960, Simulmatics presentó los resultados de su


primer estudio, “Votantes negros en las ciudades del norte”, ante el
Consejo Consultivo Demócrata. Para ganar la presidencia en 1960, se
264 Jill Lepore

requerían 269 votos electorales de un total de 537. Y ocho estados con


una alta participación de votantes de color –Nueva York, Pensilvania,
California, Illinois, Ohio, Michigan, Nueva Jersey y Missouri– repor-
taban en conjunto 210 de esos votos. “Los afroamericanos”, arguye
Lepore, “venían votando desde hacía tiempo por los republicanos,
dándole su apoyo al partido de Lincoln, el partido de la emancipación,
pero en los años 30 Franklin Delano Roosevelt los había congregado
bajo su coalición del New Deal”. Simulmatics indicó que en los años
50 esta alianza empezó a desmoronarse: en 1956 y 1958, los candida-
tos demócratas habían perdido votantes negros en el norte, especial-
mente votantes negros de clase media, ya que el Partido Republicano
tenía una posición más definida en lo que a derechos civiles concernía.

“El cambio no fue sólo un giro hacia ‘Ike’ [sobrenombre de Eisenhower]”,


reportó la compañía. “Fue definitivamente un cambio en la lealtad de
partido”, como quedó en evidencia en el viraje ocurrido en las elecciones
legislativas de medio mandato de 1958, cuando Eisenhower no figuraba
en la papeleta. “Los desertores negros eran desertores del partido, no
entusiastas de ‘Ike’”, explicó Simulmatics. “Lo que los sedujo no fue la
imagen paternal de Eisenhower (quien, sin embargo, no era malquerido),
sino la imagen de qué había hecho cada partido por la gente negra”. Le-
pore insiste en que “el Partido Republicano era el partido de Lincoln, los
demócratas el partido de la Confederación”. En resumidas cuentas, la
firma aclaró dos puntos: 1) el Partido Demócrata no podría obtener de
vuelta la Casa Blanca sin los votos negros, y 2) el partido podía volver a
ganar al electorado afroamericano que había tornado hacia el Partido Re-
publicano sólo si tomaba una posición más sólida en torno a los derechos
civiles. “No parecía que hubiese sido necesario requerir de un equipo de
científicos del comportamiento, de una IBM 704 y de 65.000 dólares
para establecer estas razones, pero posiblemente lo fue”, sentencia la au-
tora con cierta ironía.

14. No quiero, pero puedo

Adlai Stevenson había mantenido un acuciante silencio en torno a si


correría o no por tercera vez la carrera presidencial. Después de ganar
las primarias demócratas de Oregon, Kennedy lo visitó en su casa de
Libertyville, Illinois, y le pidió que diera el discurso de nominación
If Then 265

en la convención demócrata. “Tengo los votos para ser el nominado”,


dijo, “y si no me das tu apoyo tendré que cagarte de pies a cabeza. No
quiero hacer eso, pero puedo, y lo haré si debo”. Stevenson se rehusó.
Entretanto, Pool le envió a Ted Sorensen, ayudante de Kennedy, una
copia del reporte “estrictamente confidencial” de Simulmatics referido
a los votantes negros del norte. “Luego, Pool le ofreció los servicios de
la firma a la campaña de Kennedy. Sorensen, al parecer, no picó. Al
menos no antes de la convención”. La convención para elegir al can-
didato demócrata se llevó a cabo en el Los Angeles Memorial Sports
Arena, lugar al que por supuesto concurrieron Greenfield y Pool para
promocionar sus estudios predictivos. Y pese a que se generó un mo-
vimiento bastante articulado para que Stevenson obtuviera la designa-
ción, el ungido fue JFK con Lyndon Johnson a su lado, en calidad de
aspirante a vicepresidente.

El 11 de agosto, la campaña de Kennedy contrató a Simulmatics y


le encargó tres informes, los cuales debían ser entregados con suma
rapidez: el primer debate televisivo ante Richard Nixon, el candidato
republicano, ocurriría el 26 de septiembre y la elección el 8 de noviem-
bre. Lepore estima que “no hay modo objetivo de medir la influencia
que tuvieron los análisis de Simulmatics en la operación de Kennedy,
aunque mucho de lo que la compañía recomendó pareció haber sido
sabiduría política bastante trivial entre el círculo cercano de asesores
de JFK”. Aun así, continúa, “Kennedy, que había estado a la zaga de
Nixon en las encuestas durante todo el verano, lo superó después del
Día del Trabajo [en Estados Unidos se celebra el primer lunes de sep-
tiembre] por tres razones: su defensa de los derechos civiles, su postura
acerca de la religión y su actuación en los cuatro debates televisados
con Nixon. En cada uno de estos casos, el enfoque que adoptó había
sido recomendado por Simulmatics”.

15. Resultados electrizantes

Kennedy ganó la elección con 34.226.731 votos, el 49,7 por ciento del
electorado, contra 34.108.157 de Nixon, el 49, 5 por ciento del mismo.
El margen de escaños electorales que obtuvo Kennedy, 303 contra 219
de su rival, era amplio, “pero la votación popular fue tan reñida que
condujo a dos recuentos, esfuerzos liderados por el Republican National
266 Jill Lepore

Committee, aunque no apoyados por Nixon, quien, en privado, dijo:


‘Nuestro país no puede permitirse la agonía de una crisis constitucional
–y vaya carajo que no seré yo quien cree una crisis solamente para con-
vertirme en presidente o en cualquier otra cosa”. A nivel nacional, si un
solo voto de cada recinto electoral hubiese ido para el otro bando, Nixon
habría triunfado. Y tal como lo había predicho Simulmatics, “los votan-
tes negros en el norte” probaron ser cruciales para la victoria demócrata.
Sin ellos, Kennedy habría perdido. “John F. Kennedy se convirtió en
el trigésimo quinto presidente de Estados Unidos. Las computadoras
llegaron a gobernar la Noche de Elección.Y la Simulmatics Corporation
lanzó un bombardeo publicitario”.

El ejemplar de enero de 1961 de la revista Harper’s salió a los kioscos la


semana antes de Navidad y permaneció allí hasta que Kennedy asumió
el mando, el 20 de enero de 1961. “El número ofrecía una historia cho-
cante acerca de cómo una computadora ultrasecreta llamada Máquina
de Personas, inventada por los hombres What-If de una organización
magníficamente misteriosa conocida como la Simulmatics Corpora-
tion, había en efecto elegido a Kennedy. Harold Lasswell anunció que
‘esta es la bomba atómica de las ciencias sociales’”. Muchas de las
preguntas y preocupaciones acerca de las computadoras y la política
que surgieron en las primeras décadas del siglo XXI, añade la histo-
riadora, fueron puestas antes sobre el tablero en los años 60 en rela-
ción a la Máquina de Personas. “¿Pueden las computadoras manipular
las elecciones? ¿Qué significa predicción electoral para la democracia?
¿Qué significa la automatización para la humanidad? ¿Qué pasa con la
privacidad en una era de datos?”.

16. Pillerías políticas

Varios medios de prensa relevantes acusaron a Kennedy de haber ama-


ñado a su favor la presidencial de 1960. Además, el artículo de Harper’s
había sido escrito por Thomas B. Morgan, el publicista de Simulmatics,
algo de lo que desde luego casi nadie sabía al momento de su publica-
ción, pues el autor fingió ser “un periodista freelancer desinteresado”. Ed
Greenfield, por su parte, se encargó de jactarse del éxito de su firma ante
los cuatro vientos, lo que enfureció al círculo de Kennedy, especialmente
al hermano del mandatario, Bobby, quien nunca lo perdonó.
If Then 267

Según Lepore, “la distancia entre aquellos años y el presente es la me-


dida de cómo el público votante estadounidense de hoy da totalmente
por sentadas esta clase de pillerías políticas. Los mecanismos de cada
campaña política norteamericana que opera sobre el nivel del dispa-
ro a la bandada son en la actualidad operados por compañías como
Simulmatics, las cuales utilizan algoritmos que son los bisnietos de
los que escribió Bill McPhee para la Máquina de Personas en 1959”.
Pero el electorado no percibe los movimientos usuales de las miles de
empresas de datos y de análisis que aconsejan a las campañas políticas
en nuestros días. “Difícilmente alguien se entera”, denuncia la autora.

Pero en 1961, continúa, los escritores de editoriales y los columnistas


que siguieron esta historia la encontraron escandalosa. Al igual que
Newton Minow, quien consideró que el Proyecto Macroscopio era cier-
tamente inmoral y posiblemente ilegal, “ellos no creían que usar una
computadora para predecir el resultado de una elección, e incluso para
dirigirlo, era algo consistente con el autogobierno democrático. ¿Había
hecho trampa Kennedy de algún modo? Posiblemente”. En el libro titu-
lado JFK.The Man and the Myth (‘JFK. El hombre y el mito’), “un fiero
ataque partisano publicado en septiembre de 1963”, el columnista con-
servador Victor Lasky aseguró que Kennedy le había robado la elección
a Nixon utilizando un robot. Simulmatics, no obstante, iba a obtener
numerosos contratos con el Estado durante el gobierno de Kennedy y,
tras el asesinato de este, con el de Lyndon Johnson. Greenfield abrió la
compañía a la bolsa de valores y todos sus miembros confiaron en hacer-
se ricos, muy ricos, de la noche a la mañana.

17. Una IBM con patas

La Guerra de Vietnam (1955-1975) fue la primera guerra librada por


computadoras, indica Lepore. Si bien estas máquinas ya habían sido
utilizadas en la Segunda Guerra Mundial para atacar misiles y quebrar
códigos secretos, “ahora servían para planear y conducir un conflicto
armado. Si tal cosa, tal otra. Si un número x de tropas y un número y de
tanques, entonces un número z de bajas. Si un número x de emisiones
radiales y un número y de panfletos, entonces un número z de deserto-
res. Pon en marcha la simulación, una y otra y otra vez, y obtendrás un
bucle sin fin para una guerra sin fin”. Esta guerra, prosigue la autora,
268 Jill Lepore

esta guerra computacional, era la guerra de Robert McNamara, quien


ejerció como secretario de Defensa entre 1961 y 1968, nombrado ini-
cialmente por JFK y confirmado en el cargo por su sucesor, Lyndon
Johnson. McNamara llegó a sostener que ciertas operaciones propuestas
tenían un 65 por ciento de éxito, mientras que las siguientes contaban
con un 30 por ciento de posibilidades, “como si en realidad pudiesen
hacerse predicciones con tamaña precisión”.

“El hombre lucía como un banquero del siglo XIX y Barry Goldwater
[el senador republicano derrotado por Johnson en las elecciones pre-
sidenciales de 1964] lo llamaba ‘una IBM con patas’”. El secretario
de Defensa pretendía reducir la mayoría de los asuntos militares a la
ciencia computacional. “Había estudiado en la Escuela de Negocios
de Harvard y presidido la Ford Motor Company, firma que dirigió por
medio de sistemas de análisis basados en computadoras”. Este mismo
enfoque fue el que llevó al Departamento de Defensa. “El ministro
empuña esa computadora y aquellas cifras como el Rey Arturo em-
puñaba a Excálibur”, dijo un asistente de Johnson. “Como si fueran
magia”, remata Lepore.

Luego de algunos tropiezos financieros y de ciertas operaciones em-


barazosas tras la campaña de 1960, la suerte de Simulmatics comenzó
a cambiar. La Agencia de Proyectos de Investigación Avanzados del
Departamento de Defensa se puso en contacto con la empresa de
Greenfield y le solicitó una propuesta relacionada con “la utilización
de un modelo dinámico como herramienta para enfrentar los proble-
mas de la contrainsurgencia”. Ithiel de Sola Pool se puso a trabajar de
inmediato en el tema y para el verano boreal de 1965 Simulmatics ya
contaba con una oficina en Saigón.

18. La conexión chilena

Tras el reporte de un comité liderado por Pool, el Ejército estadouni-


dense anunció el lanzamiento del Proyecto Camelot en 1964 (el nom-
bre honraba a JFK, cuyo círculo íntimo era conocido como Camelot),
“el mayor programa de ciencias del comportamiento de la historia del
país”. Muchas personas que trabajaban para Simulmatics ayudaron a
diseñar el plan, “pero la propuesta citaba la obra de sólo un académico:
If Then 269

Ithiel de Sola Pool”. Según explicaron las fuerzas armadas, la iniciativa


tenía como objetivo “determinar la viabilidad de desarrollar un modelo
general de sistemas sociales que permita predecir e influir en aspectos
políticamente significativos del cambio social en las naciones en vías
de desarrollo del mundo”. El trabajo de los expertos consistiría en
recolectar datos y elaborar modelos informáticos que les posibilitaran
alcanzar “la detección temprana y la prevención de las condiciones
predispuestas para la insurgencia”. Con un presupuesto inicial de 6
millones de dólares, y dirigido en principio a América Latina, el Pro-
yecto Camelot crecería hasta disponer de 50 millones, “alrededor de
400 millones de dólares en dinero de 2020, suma suficiente para que
Estados Unidos ganara lo que el director de la idea no llamaba ‘la ca-
rrera armamentista’, sino ‘la carrera de mentes’”.

Alex Bernstein, explica Lepore, que había estado en Venezuela mon-


tando una gigantesca operación de simulación, tenía buenas razones
para estar nervioso, “pues el asunto parecía tener las intenciones de
dirigir el desarrollo económico y político de otras naciones con el pro-
pósito de suprimir no sólo la revolución, sino también la expresión
política en sí misma”. En el momento en que se supo de la existencia
del proyecto, se desató una tormenta política: “A principios de 1965,
cuando un antropólogo chileno informó a sus colegas en Santiago so-
bre el tema, el Senado chileno lo denunció”. Lo mismo ocurrió luego
en Estados Unidos, donde el senador J. William Fulbright, un tenaz
opositor de la Guerra de Vietnam, lo condenó, al igual que una serie
de académicos connotados. En julio de 1965, resume la autora, “el De-
partamento de Defensa, incapaz o no dispuesto a defender el Proyecto
Camelot, le puso fin”.

19. Colapso y bancarrota

En el epílogo de su estudio, Jill Lepore asegura que “mucho tiempo


antes de las cuarentenas y del distanciamiento social, Simulmatics con-
tribuyó a atomizar el mundo”. En 1959, “confiada en construir un mejor
país”, la corporación fue pionera en el uso de la simulación informática,
en la detección de patrones y en la predicción de las campañas políticas,
“segmentando al electorado en tipos de votantes y temas de interés en
diversos grupos”. En 1961, presentó la simulación what-if a la industria
270 Jill Lepore

de la publicidad, apuntando a consumidores segmentados con mensajes


hechos a la medida. En 1963, simuló la economía completa de todo un
país, Venezuela, “con la mirada puesta en detener el avance del socialis-
mo y en vacunar a las naciones postcoloniales contra las tentaciones de
la revolución comunista”. A partir de 1965, condujo investigaciones psi-
cológicas en Vietnam como parte un proyecto mayor destinado a librar
una guerra a través del análisis y modelado de datos por computadora.
En 1967 y 1968, “en las calles de las ciudades estadounidenses”, Simul-
matics intentó crear una máquina de predicción de disturbios raciales.
Y en 1969, “luego de que asesinos enloquecidos aniquilaran a Martin
Luther King y Robert Kennedy, luego de que la esposa de Ed Greenfield
se cayera del balcón y muriera, y luego de que los estudiantes de Ithiel
de Sola Pool lo tildaran de criminal de guerra, la Máquina de Personas
colapsó y Simulmatics se declaró en bancarrota”.

Si Simulmatics no hubiera emprendido estas labores, hubieran sido


llevadas a cabo por otras entidades, sostiene la autora. Pero, en tal caso,
los resultados podrían haber sido diferentes o, quizás, “el gobierno hu-
biera aceptado su obligación de monitorear las tecnologías emergentes.
En cambio, el gobierno abdicó de dicha obligación, de la responsabi-
lidad de establecer leyes, salvaguardias y estándares relacionados con
la recolección y el uso de datos personales con el propósito de dirigir
el comportamiento humano. Claramente todo esto podría haber sido
diferente. Mucha gente en la época pensaba que una máquina de per-
sonas era absoluta y totalmente inmoral”.

20. Evangelio peligroso

El estudio de la condición humana, asevera la escritora, “no es lo mismo


que el estudio de la propagación de los virus, de la densidad de las nubes
y de los movimientos de las estrellas”. La naturaleza humana simple-
mente no sigue leyes como la de gravedad, “y creer en lo contrario es
prestar juramento a una nueva religión. La predestinación puede ser un
evangelio peligroso”. Lepore advierte que la recolección y el uso de da-
tos acerca del comportamiento humano, no regulada por ningún cuerpo
gubernamental, “ha causado estragos en las sociedades humanas, espe-
cialmente en las esferas en que se involucró Simulmatics: la política, la
publicidad, el periodismo, la contrainsurgencia y las relaciones de razas”.
If Then 271

Consciente de que buena parte de la investigación académica que cae


bajo la denominación de “ciencia de datos” ha producido un trabajo ex-
celente e invaluable, la autora estima que no debe juzgarse a este campo
de estudios por sus peores practicantes. Aun así, “la ciencia de datos más
oscura, como la ciencia del comportamiento más oscura, ganó influen-
cia a través del autobombo, de afirmaciones exageradas, de argucias por
todos lados, incluyendo el cambio de palabras de moda deslumbrantes,
desde ‘big data’ hasta ‘análisis de datos’”. Llamar a algo “inteligencia arti-
ficial”, “ciencia de datos” o “predictivo” se convirtió en una forma de re-
caudar enormes cantidades de fondos de capital de riesgo. “Una prensa
crédula ayudó a crear revuelo en torno a estas afirmaciones y un gobier-
no federal quebrado falló en ejercer incluso la más mínima supervisión”.
Los productos de resultados sociales más egregios que emergen de esta
industria, concluye Lepore, tienen mucho en común con los proyectos
emprendidos por Simulmatics décadas atrás. Hoy por hoy, vale agregar,
en diversos lugares del mundo, tanto Google como Facebook enfrentan
demandas judiciales asociadas a las denuncias de la historiadora.

21. Aceite de serpiente

No hay reglas que hoy gobiernen a este rubro, recalca Lepore. “Sus
líderes promocionaban su anarquía como un rasgo de su creatividad.
En Silicon Valley, casi todos los directores de compañías que vendían
aceite de serpiente eran hombres, los bisnietos de los científicos de
Simulmatics, pero creían ser huérfanos, genios sui generis hechos por
sí mismos No dejaron espacio en su mundo para las mujeres, para la
familia o para otro tipo de conocimiento que no fuesen los cálculos
en una computadora”. En lugares como el Media Lab del MIT, fi-
nanciado con fondos de privados, se cultiva la “ética del hacker”, lo
cual implica, en opinión de la escritora, “cero clase de ética”. Y para
ilustrar su punto cita el siguiente caso: en 2016, el director del Me-
dia Lab aceptó 1,7 millones de dólares del criminal condenado Jeffrey
Epstein, quien se había registrado como predador sexual y se declaró
culpable de haber requerido a una menor de edad para tener relaciones
sexuales. Luego, Epstein ayudó a que el laboratorio obtuviese otros
7,5 millones de parte de nuevos donantes. Enseguida, el Media Lab
anunció el Premio a la Desobediencia para celebrar “la desobediencia
ética responsable”, haciendo “de la audacia irresponsable un fetiche”.
272 Jill Lepore

Un científico informático del MIT escribió en 2015 que “la ciencia


de datos está en pañales. Pocos individuos u organizaciones entienden
el potencial y el cambio de paradigma asociado con la ciencia de da-
tos, ni mucho menos la entienden conceptualmente”. Lepore agrega
que, mientras mayores son las artimañas, más ricos son quienes donan
dinero para fomentarlas. “El número de programas universitarios en
torno al tema se extendió a centenares, aunque se ha alcanzado poco
consenso acerca del significado o el propósito de la ‘ciencia de datos’”.

22. Futuro sin pasado

El método que en 1959 Ed Greenfield denominó “simulmatics” fue


rebautizado medio siglo después como “análisis predictivo”, un campo
que en Estados Unidos movía 4,6 mil millones de dólares en 2017 y
que se espera que crezca a 12,4 mil millones en 2022. “Fue como si los
científicos de Simulmatics, llamados en principio What-If Men, nunca
hubiesen existido, como si representaran no el pasado, sino el futuro”,
advierte Lepore. Una enciclopedia de 2018 definía el “análisis what-if”
como una “simulación intensiva de datos” y lo calificaba de “disciplina
relativamente nueva”. ¿Qué pasa si el futuro olvida su pasado? En el
Silicon Valley de nuestros días, prosigue la investigadora, “la falta de
sentido del pasado y la inutilidad de la historia se convirtieron en votos
de fe, arrogancia alegremente representada”. Anthony Levandowsky,
el diseñador de Google y de vehículos autónomos de Uber, declaró
lo siguiente en 2018: “Lo único que importa es el futuro. Ni siquiera
sé para qué estudiamos historia. Entretiene, supongo: los dinosaurios
y los neardentales y la Revolución Industrial y cosas como esas. Pero
lo que ya ocurrió realmente no importa. No necesitas saber historia
para construir sobre lo que ellos hicieron. En tecnología, todo lo que
importa es el mañana”.

Al respecto, Lepore es enfática. En primer lugar, el planteamiento


no le resulta original: “Es una idea resquebrajada y en bancarrota
de la Guerra Fría, una idea exhausta y desacreditada”. Y, finalmente,
cierra su libro con conceptos que dan para pensar: “La invención del
futuro tiene una historia, de décadas de antigüedad, desvencijada.
Simulmatics es una moraleja, una fábula desgastada por el tiempo,
una historia del ayer. Porque el mañana no es todo lo que importa. Ni
If Then 273

la tecnología, ni el próximo presidente, ni la mejor comida de perro.


Lo que importa es lo que permanece, perdura y cura”.

Tal vez Bill McPhee, el hombre que inventó la Máquina de Personas y se


retiró de Simulmatics en 1961, “entendió mejor que nadie la naturaleza
y la tragedia de su éxito. Quizás incluso llegó a comprender que el pacto
de los científicos de Simulmatics había sido fáustico”. “El Salvaje” se
estableció en una cabaña, bien alto, en las montañas Rocallosas, donde
vivió solo y a menudo aislado por las nevazones. En 1984 se retiró de la
Universidad de Colorado y se mudó a Nuevo México. Tomaba sus me-
dicinas psiquiátricas con poca regularidad y sufría de diabetes y, como
buen fumador empedernido, de enfisema. “Internet abrió al tráfico co-
mercial y en 1996 se lanzaban decenas de miles de sitios web al día. En
1998, cuando se fundó Google, Bill McPhee murió a los 77 años. Senta-
do frente a su computador, se pegó un tiro en la cabeza”.
Ten
Lessons
for a
Post-
Pandemic
World
Fareed Zakaria
Nota de la edición

En este admirable análisis de la situación actual y de los escenarios que


vendrán a futuro, el reconocido politólogo y escritor Fareed Zakaria,
quien a la vez conduce un popular programa televisivo en CNN, ofre-
ce sólidos pronósticos acerca de cómo viviremos, o debiéramos vivir,
una vez que la pandemia quede atrás y entremos a una nueva era. Ten
Lessons for a Post-Pandemic World (‘Diez lecciones para un mundo pos-
pandémico’) plantea, entre otros asuntos significativos, que de ahora en
adelante los países serán juzgados por el funcionamiento de sus siste-
mas de salud, que “las ciudades aguantarán” los efectos del virus y que,
inevitablemente, la brecha entre ricos y pobres crecerá, al punto de que
“si las crecientes desigualdades no son abordadas por reformas podría
ocurrir una revolución”. Alejado del alarmismo que hoy cunde a dies-
tra y siniestra, Zakaria percibe que, tras el azote del covid-19, surgirán
oportunidades: a pesar de que está herida de un ala, “la globalización
no ha muerto” y continuará desarrollándose. En cierto momento, el
intelectual afirma que “la vida es digital” y, enseguida, arguye que la
consecuencia más relevante que tendrá el coronavirus a largo plazo
está relacionada con el progreso de la inteligencia artificial, el cual se
traducirá en un gran incremento de robots en nuestras vidas cotidianas.
“Más robots en más lugares permitirán que la economía siga funcio-
nando, a la vez que minimizarán los peligros del contagio”. Crítico del
presidente Donald Trump y de cualquier clase de populismo, Zakaria
establece, sin embargo, que la responsabilidad del mal manejo de la
crisis sanitaria en Estados Unidos no fue exclusivamente del manda-
tario: la larga tradición antiestatista del país (acunada plácidamente en
el Partido Republicano) y su composición federalista también jugaron
un rol en el descalabro. Por otro lado, el experto celebra las formas de
gobierno que se han implementado en lugares como Dinamarca y en
la ciudad de París, donde su alcaldesa, Anne Hidalgo, ha propuesto un
modelo urbano en el que uno no necesitará más de quince minutos, a
pie o en bicicleta, para acceder a todos los servicios básicos. En referen-
cia al tema del trabajo a distancia, el experto augura que se asentarán
modelos laborales híbridos que, “lejos de devaluar los lazos interperso-
nales, los hará más preciados, porque ocurrirán con menos frecuencia”.
Finalmente, Zakaria le resta importancia al papel que jugarán las ideo-
logías en un mundo pospandémico: en materia de gobernanza, sostie-
ne, no importa si un gobierno es grande o pequeño, o si es de derecha
o izquierda. Lo que importa es que cumpla bien con su cometido.
Ten Lessons for a
Post-Pandemic World
W. W. Norton & Company
2020 | 320 páginas

Fareed Zakaria nació en 1964 en Mumbai,


India. En los años 80 se mudó a Estados Unidos,
donde estudió en Yale y Harvard. Tiene una vasta
trayectoria como académico y columnista, y ha
sido editor de las revistas Foreign Affairs, Newsweek
International y Time. Es autor, entre otros libros,
de The Post-American World (2008). Actualmente
publica una columna semanal en The Washington Post
y conduce el programa televisivo Global Public Square
en CNN. Está reconocido como uno los analistas
internacionales más influyentes del momento.
Ten Lessons for a Post-Pandemic World 277

Lo que vendrá
después del virus

1. Una prueba difícil e inusual

“Este no es un libro sobre la pandemia, sino sobre el mundo que se


está formando como consecuencia de ella”, advierte el analista inter-
nacional y académico Fareed Zakaria al comienzo de Ten Lessons for
a Post-Pandemic World (‘Diez lecciones para un mundo pospandémi-
co’). El autor –puntual columnista del Washington Post y conductor
del programa de análisis geopolítico GPS, emitido por CNN– sos-
tiene que hemos entrado a un mundo pospandémico “no porque
el coronavirus haya quedado atrás”, sino porque la humanidad ha
cruzado cierto límite: hasta hace poco, prácticamente todos los habi-
tantes del planeta nos habíamos salvado de saber lo que significa vivir
una pandemia. Ahora lo sabemos: “La crisis provocó un lockdown
simultáneo de todas las economías del globo, derivando en una gran
parálisis: el detenimiento de toda la economía”. En otras palabras:
“Hemos visto los desafíos y los costos de las respuestas”. Y con el
conocimiento y la experiencia que nos deja esta crisis, entraremos a
una nueva era.

Zakaria no pertenece a los alarmistas que creen que el pequeño co-


ronavirus (cuyo tamaño es diez mil veces menor “que el punto que
terminará esta frase”) cambiará la historia de la humanidad, pero
sí estima que las cosas no volverán a la normalidad. Lo que viene
es un mundo en estado de alerta ante una nueva crisis, pues, más
allá de si el covid-19 persistirá o será erradicado, es seguro que “el
futuro traerá nuevos brotes de otras enfermedades”. El mundo pos-
pandémico será, en muchos aspectos, “una versión acelerada del que
conocíamos”, porque incluso si la economía y la política vuelven a la
normalidad, los seres humanos no lo harán: “Habrán atravesado una
278 Fareed Zakaria

inusual y difícil prueba y tendrán una sensación de descubrimiento,


de oportunidad ganada con esfuerzo”. En suma, tendrán conciencia
de lo nuevo que han vivido.

El analista arguye que para entender el porvenir hay que tener en cuen-
ta dos factores: 1) el estado del mundo en el momento en que reventó
la crisis, y 2) cómo los seres humanos respondimos a ella. En el caso
del coronavirus, el impacto ha sido determinado por algunos hechos
ineludibles: el mundo está profundamente interconectado, casi ningún
país estaba preparado para enfrentar una pandemia, y cuando esta lle-
gó “muchas naciones, incluso las más ricas, cerraron su vida social y
sus economías de un modo que no tiene precedentes en la historia”.
Puede que tardemos varios años en descubrir los alcances que tendrá
este shock para el sistema, pero por lo pronto Zakaria observa diez
campos donde la pandemia ha desafiado el modelo de vida que lleva-
mos: diez lecciones que los seres humanos debemos tener en cuenta a
la hora de elegir el rumbo que tomará el planeta en los años venideros.

2. Territorio desconocido

El covid-19 golpeó a un mundo que construyó su estructura en los años


posteriores a la Guerra Fría y que es inestable por esencia. Cada siste-
ma, explica Zakaria, siguiendo ideas de la cibernética, puede optar por
dos de tres características: apertura, rapidez y estabilidad. “Un sistema
rápido y estable, como el chino, tenderá a ser cerrado”. Pero el sistema
que caracteriza al mundo occidental es rápido y abierto, y por lo tanto
“intrínsecamente inestable”. Es decir, susceptible a cualquier tipo de
crisis (las dos más recientes han sido los atentados a las Torres Geme-
las y la debacle económica de 2008). Actualmente, la mayor amenaza a
nuestra estabilidad es el peligro que, producto del acelerado desarrollo
de los últimos doscientos años, corren el ecosistema y la biodiversidad
del planeta. Según un informe de la ONU de 2019, “una de cada ocho
especies vivas, animal o vegetal, está en peligro de extinción”. En ese
contexto, alerta el politólogo, la “manera en que vivimos hoy es prác-
ticamente una invitación para que los virus animales infecten a los hu-
manos” y, en consecuencia, llegue una nueva pandemia. Los Centros
de Control y Prevención de Enfermedades de Estados Unidos estiman
que tres de cada cuatro nuevas enfermedades humanas se originan en
Ten Lessons for a Post-Pandemic World 279

los animales. Ha sido el caso de varias recientes: sida, ébola, sars, mers,
la gripe aviar y, por supuesto, el nuevo coronavirus.

¿Por qué las enfermedades animales parecen estar saltando hacia los
humanos a mayor ritmo? Porque, debido al desarrollo mundial, espe-
cialmente en las economías emergentes, “la gente está viviendo cerca
de los animales salvajes”. El autor ilustra el caso de los murciélagos,
donde presumiblemente se originó el covid-19. Ellos tienen un sistema
inmune altamente desarrollado y son portadores de cientos de enfer-
medades, y su comportamiento social los hace congregarse en canti-
dades de hasta 15 millones a la vez. En Malasia, por ejemplo, durante
décadas se ha talado la selva para la producción de aceite de palma y
madera. Esto ha hecho que los murciélagos, que se alimentan de fruta,
busquen comida cada vez más cerca de los criaderos de cerdos. En
1998, un virus llamado nipah saltó de los murciélagos a los chanchos
y de ahí a unos trabajadores malayos, igual que el covid-19 saltó de un
murciélago a un pangolín vendido como carne fresca en un mercado
de Wuhan, China, donde se originó la pandemia.

“Tenemos que entender que esto no se trata de la naturaleza. Es lo


que le estamos haciendo a la naturaleza”, afirma Peter Daszak, una
eminencia en enfermedades virales citada por el autor. El problema es
que, a mayor desarrollo, más riesgos tomamos. “Piense en el consumo
de carne”, propone Zakaria. “En la medida en que la gente se hace
más rica, tiende a comer más carne. Cuando esto ocurre globalmente,
el efecto es impactante: alrededor de ochenta mil millones de animales
son sacrificados para obtener su carne cada año”. Esto es un caldo de
cultivo para los virus. Lo paradójico es que los productos animales
ocupan el 80 por ciento de las tierras cultivables del planeta, mientras
que proveen sólo el 18 por ciento de las calorías que consumimos. Por
supuesto, concede el analista, “no podemos convencer a miles de mi-
llones de personas para que no traten de elevar sus estándares de vida”,
pero sí “podemos ser mucho más conscientes de los riesgos que en-
frentamos”. Esta es la primera lección del libro: para generar cambios,
necesitamos medidas políticas que regulen estos riesgos, aunque eso
implique ajustarse los cinturones (Zakaria opina, por ejemplo, que los
mercados como el de Wuhan debieran estar prohibidos). Las decisio-
nes políticas serán todavía más necesarias para encarar el mayor desa-
fío que tendrá la humanidad en las próximas décadas: frenar el cambio
280 Fareed Zakaria

climático. El autor compara el extraordinario desarrollo humano con


un auto grande, un tanto averiado, que se adentra a toda velocidad
en territorio totalmente desconocido. El riesgo es incalculable. Él cree
que es tiempo de detener el auto, arreglarlo y equiparlo para el futuro;
después, ajustarse los cinturones y continuar.

3. La advertencia más seria

Según Zakaria, a la hora de gobernar la crisis, la antigua división ideo-


lógica entre izquierda (“que puja por una participación más fuerte del
Estado en la economía”) y derecha (“acérrima defensora del libremer-
cado”) ha quedado obsoleta. “Durante el siglo XX, el gran debate po-
lítico fue el rol y el tamaño que debía tener el gobierno en la economía:
la cantidad de gobierno. Pero lo que parece haber importado más en
esta crisis fue la calidad del gobierno”. Esta es la segunda lección del
libro: en materia de gobernanza, no importa si un gobierno es grande
o pequeño, o si es de derecha o izquierda: lo que importa es que haga
bien su trabajo. El autor se apoya en el hecho de que los gobiernos que
mejor manejaron la crisis desde el comienzo (Taiwán, Corea del Sur,
Singapur, Hong Kong, Alemania, Dinamarca, Finlandia y Canadá) no
tienen casi nada en común, salvo que “todos contaban con un aparato
estatal competente, que funciona bien y genera confianza”. Esto se
tradujo en rapidez y diligencia para controlar los contagios (“Taiwán,
con 23 millones de habitantes, tuvo sólo siete muertes”), pero también
para apoyar económicamente a la población durante los confinamien-
tos (Alemania y Canadá lanzaron paquetes de ayuda a las dos semanas
de iniciada la crisis).

El caso opuesto es el de Estados Unidos. Zakaria ironiza con el hecho


de que en octubre de 2019, poco antes de que el coronavirus se disemi-
nara por el orbe, la Universidad Johns Hopkins publicó el primer Global
Health Security Index (‘Índice de seguridad sanitaria global’), donde ese
país aparecía como el más preparado para una pandemia en cuatro de
las seis primeras categorías, incluidas detección temprana y prevención
(el Reino Unido era el segundo más preparado). En julio de 2020, no
obstante, con menos del 5 por ciento de la población mundial, Estados
Unidos acumulaba el 25 por ciento de los casos confirmados. “Sería
fácil culpar al presidente Trump, y él merece buena parte de la respon-
Ten Lessons for a Post-Pandemic World 281

sabilidad por restarle importancia” a la pandemia y por “desautorizar


continuamente los consejos de sus asesores científicos”, apunta Zakaria.
Sin embargo, prosigue, el verdadero problema está en la incapacidad
de las instituciones gubernamentales para responder con eficacia y de
manera unificada. Esto lo achaca a la larga tradición antiestatista del
país (acunada plácidamente en el Partido Republicano) y a su compo-
sición federalista, que multiplica la burocratización de las decisiones a
nivel local. “La creación de una estrategia nacional contra la pandemia
se complicó porque existen 2.684 departamentos de salud estatales, lo-
cales y provinciales, cada uno vigilando celosamente su autonomía”, y
90.126 unidades gubernamentales locales a las que se les encomendó
“diseñar sus propias directrices respecto al uso de mascarilla y reuniones
masivas”. Para el académico, esta burocracia es una señal inequívoca de
que el Estado norteamericano necesita modernizarse o, si no, asumir el
declive. “Para enfrentar los desafíos urgentes de nuestro tiempo –infraes-
tructura, formación laboral, cambio climático, salud pública– hay sufi-
ciente evidencia de que el gobierno estadounidense ha estado fallando a
lo largo de una generación. El covid-19 es sólo la última, quizás la más
seria, de muchas advertencias”.

4. El que paga juega

Zakaria sostiene que, tras el triunfo de las reformas de Thatcher y


Reagan en los años 80 y la aceptación del consenso neoliberal por
parte de los líderes mundiales de la izquierda (Clinton, Blair y el man-
damás chino Deng Xiaoping) durante los 90, ahora en Estados Unidos
“el péndulo ha girado”. Y profundiza: “Existe una percepción generali-
zada [compartida incluso por el Financial Times, el periódico portavoz
del capitalismo] de que el mercado por sí mismo no puede resolver la
creciente desigualdad y la rampante inseguridad laboral desencadena-
da por la implacable revolución tecnológica y la competencia extranje-
ra”. Esta es la tercera lección del libro: el mercado no basta y algunos
problemas “requieren soluciones políticas”.

“La pandemia llegó en un momento histórico en el que hay una gran


insatisfacción con el sistema económico”, observa el autor, y donde
la frase thatcheriana en relación a que “no hay alternativa [al capita-
lismo]” ha envejecido mal porque China, con su particular y bullante
282 Fareed Zakaria

comunismo capitalista (líder en el desarrollo de tecnología), ha demos-


trado que sí hay alternativa. No obstante, el desencanto con el capita-
lismo estadounidense viene fraguándose desde antes, y no por el éxito
chino sino por el propio fracaso norteamericano. “La liberalización de
los mercados durante las dos últimas décadas ha producido crecimiento
e innovación, pero también ha dejado un sector público empobrecido,
una creciente desigualdad, una tendencia a los monopolios y un sistema
político que ha sido comprado por los ricos y poderosos”, sentencia.

El desencanto comenzó con la gran recesión de 2008, cuando el sis-


tema quebró y la gente castigada fue la más vulnerable, mientras al
mismo tiempo el gobierno federal destinó billones de dólares para sal-
var a las grandes compañías. La pandemia confirmó esta idea, afirma
Zakaria, porque ocurrió de nuevo. En marzo de 2020, cuando los
estadounidenses se dieron cuenta de que la pandemia iba a golpear
fuerte, el país se quedó corto de tests, “y como el sistema de salud
estadounidense está organizado como una empresa con fines de lucro,
mucha gente enfrentó costos prohibitivos, incluso si había exámenes
disponibles”. Mientras los jugadores de básquetbol, las celebridades de
Hollywood y los políticos fueron testeados cuando ni siquiera presen-
taban síntomas, los pobres quedaron abandonados a su propia suerte.
Zakaria remarca que este “muy desigual acceso a la salud forma parte
de una dinámica general” de la sociedad estadounidense, según la cual
“el que paga juega”, y donde “todo ha sido dominado por el mercado”.

5. Paraíso nórdico

Zakaria tiene claro cuál es el modelo que mejor responde a los desa-
fíos globales del presente. El autor cita el libro Orden y decadencia de
la política, de Francis Fukuyama, donde el afamado politólogo dice
que “la pregunta fundamental para toda sociedad humana es simple:
¿cómo se llega a Dinamarca? [...] Con esto no me refiero tanto al país
Dinamarca”, prosigue la cita, “sino a una sociedad imaginada que es
próspera, democrática, segura y bien gobernada, y que sufre bajos ni-
veles de corrupción”. Fukuyama habla más en términos económicos
que políticos, pero Zakaria cree que ambos territorios están profun-
damente conectados: “Dinamarca es exitosa políticamente porque es
exitosa económicamente, y viceversa”, asegura.
Ten Lessons for a Post-Pandemic World 283

El éxito al que apunta el columnista del Washington Post es el mode-


lo implementado en los años 90 por el primer ministro Poul Nyrup
Rasmussen, conocido como flexicurity (el concepto proviene del cruce
de dos palabras: flexibilidad y seguridad). La primera pata del modelo
consiste en asegurar a los empleadores para que tengan “la posibilidad
de contratar y despedir trabajadores de manera fácil, sin excesos de nor-
mas ni litigios, en una economía abierta al mundo y competitiva, pero
todo dentro de un sistema que provee una generosa red de seguridad”.
Esta red estatal –buena salud y educación, programas de capacitación
para trabajadores, infraestructura, carreteras, parques públicos, más
tiempo libre, etcétera– es solventada con la segunda pata del modelo:
pocos impuestos a las ganancias financieras y las herencias (el impuesto
a la propiedad es del 15 por ciento en Dinamarca y cero en Suecia y No-
ruega); un alto impuesto al PIB (45 por ciento contra un 24 por ciento
en Estados Unidos); y un considerable impuesto que no sólo afecta a
los ricos, sino a todos: un 25 por ciento de IVA (contra un 7 por cien-
to de la potencia norteamericana). Esto último el Estado lo distribuye
con programas focalizados en las clases más bajas. “Más que educación
gratis y trenes bonitos”, aclara el académico, “la insuperable ventaja del
flexicurity nórdico es que se acoge el dinamismo del moderno mundo glo-
balizado y, además, alivia las ansiedades que este produce”, opina, y re-
mata: “Ansiedades que han tocado nuevos techos durante la pandemia”.

6. Crisis epistémica

“Ahora que el mundo ha experimentado una pandemia global, debe-


ría quedar dolorosamente claro que la gente necesita escuchar a los
expertos”, arguye Zakaria. Esta es la cuarta lección del libro: la gen-
te debe oír a los expertos y los expertos deben oír a la gente. Parece
algo obvio, pero el analista nos refresca que tenemos líderes mundiales
que cuestionaron abiertamente las recomendaciones de los médicos.
El más connotado fue el presidente Trump, que socavó las directrices
de sus asesores por meses, como llevar mascarilla en público, porque
“cubrirse la cara es para liberales débiles”.

¿Por qué en algunos lugares hubo tanta reticencia antes las orientacio-
nes médicas? Según Zakaria, porque estamos ante una verdadera crisis
del conocimiento. La gente no tiene idea cómo funciona la ciencia, qué
284 Fareed Zakaria

tiempos y procedimientos tiene, distintos a los de la urgencia de una


pandemia en la que los países se debatieron entre apagar sus econo-
mías o salvar vidas. El problema, en todo caso, no es la ignorancia, sino
que las personas actuamos bajo el influjo de lo que el sicólogo social
Jonathan Haidt llama “razonamiento motivado” (motivated reasoning):
“Escuchamos a los expertos bajo el prisma de nuestras creencias po-
líticas”. Un estudio citado por el autor, hecho una semana después de
que Trump declarara la pandemia como emergencia nacional, descubrió
que “el mejor predictor de si te lavabas las manos, evitabas el contacto
con la gente o te autoconfinabas no era dónde vives o qué edad tienes,
sino tu afiliación política”. Otros estudios, realizados con datos obtenidos
de celulares y de tarjetas de crédito, determinaron que “la gente de los
condados donde triunfó Donald Trump era menos proclive a quedarse
en casa que la de los condados que prefirieron a Hillary Clinton”.

Zakaria considera que lo que en realidad está sufriendo Estados Uni-


dos es una “crisis epistémica” (la epistémica es el conjunto de conoci-
mientos que condicionan las formas de interpretar el mundo). Dicho
de modo sencillo: vivimos en un mundo tan complejo que “nos hemos
vuelto incapaces de aprender o saber las mismas cosas, y por lo tanto
incapaces de actuar en conjunto de manera coherente”. Todo se ha
convertido en una declaración de principios: “Escuchar a los expertos,
leer las noticias y llegar a los hechos ya no son actos neutrales; están
cargados de significado político”. El fenómeno ha sido explotado por
el populismo, la ideología “que considera que la sociedad está dividida
entre dos grupos homogéneos y antagonistas: ‘el pueblo inocente’ y
las ‘corruptas élites’”. El populismo emergió con éxito tras la crisis de
2008. Esta tendencia no es exclusiva de Estados Unidos, es global, y
abarca el Brexit, Brasil, México, Turquía, India y otros rincones donde
la hostilidad contra el establishment –grupo al cual pertenecen los ex-
pertos– fue inflamada por el populismo durante la pandemia.

7. La nueva lucha de clases

Zakaria sostiene que este antielitismo tiene una base concreta: para
mucha gente, los expertos forman parte de una nueva clase social que
hoy gobierna el mundo: los meritócratas, es decir, aquellos que han ga-
nado su lugar en el mundo gracias a su formación universitaria. En los
Ten Lessons for a Post-Pandemic World 285

años 90, por ejemplo, el 70 por ciento de los ministros de Taiwán tenía
postítulos (el 60 por ciento obtenidos en universidades estadouniden-
ses). En China, el 10 por ciento de la población asiste a algún tipo de
educación superior, y sin embargo el 99 por ciento del Comité Central
del Partido Comunista tiene credenciales educacionales (esto lo con-
vierte en una de las organizaciones más elitistas del mundo, bromea el
autor). Pero no hay que engañarse: globalmente, los estudios superio-
res siguen siendo un lujo que pocos consiguen. En Estados Unidos,
apenas el 13 por ciento de las personas cuenta con postítulo. Incluso el
título universitario a secas califica como trampolín social: en la Unión
Europea y Estados Unidos, sólo un tercio de las personas lo consigue.
“En otras palabras, dos tercios de la población toma palco para obser-
var cómo el tercio restante dirige todo”.

Por eso, Zakaria afirma que “los meritócratas forman una clase distinta,
separada del resto de la sociedad”. De partida, ganan más plata: los in-
gresos de los estadounidenses con postítulos son 3,7 veces más altos que
los de los desertores escolares. Generalmente viven en ciudades, ejercen
sus profesiones y socialmente tienden a ser liberales. En contraste, la
gente sin formación se concentra en áreas rurales, tiene menos trabajos
profesionales y socialmente tiende a ser más conservadora. En 2016,
Clinton ganó el primer grupo y Trump obtuvo la presidencia con el apo-
yo del segundo. “La división urbano-rural, que crece cada año, puede ser
la falla tectónica más significativa del electorado estadounidense, más
que la raza o el género”, señala el autor. El patrón se repite en Europa y
la pandemia no ha hecho más que ensanchar esta división. En Estados
Unidos, mientras la mitad de los trabajadores con educación universita-
ria pudo teletrabajar durante los confinamientos, apenas un 3 por ciento
de la gente sin formación logró hacer lo mismo.Y cuando la economía se
recupere, asegura Zakaria, al primer grupo le irá mejor que al segundo.
“Este antielitismo”, concluye, “refleja la impotencia que mucha gente
experimenta al navegar el mundo moderno”, un mundo donde “los ex-
pertos e intelectuales tienen las llaves del conocimiento y el poder”.

8. Modelos de trabajo híbridos

La quinta lección del libro es que “la vida es digital”. Zakaria señala
que el covid-19 llegó en medio de la última gran revolución tecno-
286 Fareed Zakaria

lógica del mundo globalizado, y recuerda lo ocurrido en la bolsa el


lunes 8 de agosto de 2011, un lunes negro, cuando el Dow Jones In-
dustrial cayó 635 puntos (su sexta peor caída de la historia). “En este
punto, realmente ya había dos economías funcionando: la economía
material y la economía digital”. Y aquel día la economía digital se
volvió tan fuerte que terminó “comiéndose la economía material”. En
los últimos diez años, los ingresos de la industria de videojuegos han
superado los de Hollywood y de la industria musical en conjunto. La
pandemia, observa el académico, aceleró esta tendencia, pues sirvió
“como una obligada prueba masiva de la vida digital”. Se estima que
en el próximo lustro cien mil negocios físicos van a cerrar en Estados
Unidos. Eso es tres veces el número de negocios que cerraron durante
la recesión de 2008.

La gran revolución tecnológica a la que alude Zakaria es la del


software, pues “creó un mundo nuevo donde hay poca diferencia en-
tre la economía material y la digital” y que incentiva nuevos negocios.
Por ejemplo, una empresa como la gigante alemana Thyssenkrupp
–productora de acero top, potencia mundial en la construcción de as-
censores– ahora vende los programas que predicen cuando un ascen-
sor se echará a perder. Así, diversifica y expande su propio negocio.
“La gente habla de la información como el nuevo petróleo”, pero la
clave son los programas que manejan esos datos. El software, además,
permitió una segunda revolución: la de los teléfonos inteligentes.
Para entender el fenómeno, Zakaria usa cifras de su país natal: “El
año 2000, sólo 20 millones de indios tenían acceso a internet. Diez
años más tarde, el número creció hasta los 100 millones”. Con la
llegada del 4G, actualmente 550 millones de indios están conectados
con el mundo a través de un pequeño celular.

“La pandemia llegó en este contexto e hizo caer el único obstácu-


lo que quedaba para un futuro digital: la disposición humana”, dice
Zakaria, quien cree que los confinamientos rompieron tabúes y cam-
biaron el comportamiento tanto de las personas como de las empresas.
“El cambio económico más significativo derivado de la crisis estará en
la fuerza laboral”, señala. Cita un informe del MIT que estableció que
un tercio de los estadounidenses que antes viajaban diariamente a sus
trabajos hoy trabajan en casa. Por su parte, la compañía más grande de
la India, Tata Consultancy Services, decidió, debido a la crisis, que “el
Ten Lessons for a Post-Pandemic World 287

75 por ciento de sus empleados estará trabajando de manera remota


en 2025”. Vendrán nuevos modelos de trabajo híbridos que, “lejos de
devaluar los lazos interpersonales, los hará más preciados, porque ocu-
rrirán con menos frecuencia”.

9. El ascenso de los robots

Zakaria estima que el efecto más importante que tendrá el covid-19


a largo plazo está relacionado con otra revolución en curso: la de
la inteligencia artificial. Esto se traducirá en un gran incremento de
robots en nuestras vidas cotidianas. “Más robots en más lugares per-
mitirán que la economía siga funcionando, a la vez que minimizarán
los peligros del contagio”. El ascenso de los robots significará “que
menos humanos son necesarios para trabajar, porque la inteligencia
artificial hará las cosas de modo más eficiente”. Por ejemplo, la con-
ducción autónoma de los autos. Cada año en el mundo muere un mi-
llón de personas por accidentes de autos y, según el Departamentos
de Transporte de Estados Unidos, el 94 por ciento de los choques en
ese país ocurre producto de un error del conductor. La conducción
autónoma acabará con ese problema. “Pero en un mundo sin con-
ductores”, se pregunta el autor, “¿qué pasa con los cuatro millones
de estadounidenses –la mayoría hombres sin título universitario– que
trabajan como conductores?”.

“A los seres humanos”, opina Zakaria, “en particular a los hom-


bres, históricamente el trabajo les ha dado dignidad, identidad y una
oportunidad para realizarse”. Por eso, el problema que emerja cuan-
do los robots nos quiten los trabajos requerirá respuestas políticas.
El autor comenta que en muchos países las ayudas económicas sir-
vieron como ensayo de un ingreso mínimo universal. Ese podría ser
un camino. Hay muchos. Un futuro sombrío, advierte, sería aquel en
el que los gobiernos no responden con programas a gran escala: “La
desigualdad empeora, desaparecen más trabajos, los sueldos reales
se estancan, la calidad de vida decae para la mayoría de la gente.
Este es un futuro donde la riqueza va a parar a las manos de unos
pocos millonarios, mientras todo el resto es abandonado, sufriendo
además por el alcoholismo, la drogadicción y el suicidio. La deman-
da por el populismo crece”.
288 Fareed Zakaria

10. Capital humano

Para que un virus se transforme en una pandemia global, relata


Zakaria, tiene que viajar desde los animales hasta los humanos y des-
pués debe llegar a las grandes ciudades. Sólo allí, donde se concentra
la mayoría de los habitantes del planeta, puede multiplicarse expo-
nencialmente. Fue el camino que recorrió el covid-19: saltó de Wuhan
a Milán, Londres y Nueva York, y de ahí al resto del planeta. Con-
trariamente a lo que sostienen los agoreros de la decadencia urbana,
el analista cree que “las ciudades aguantarán” la pandemia y saldrán
reforzadas. Es lo que ha ocurrido tras cada plaga, desde la que azotó
a Atenas durante la Guerra del Peloponeso hasta la gripe española de
comienzos del siglo XX, pasando por la peste bubónica que asoló a la
Europa medieval: “Las ciudades volvieron”.

Zakaria enumera la larga historia de la urbanización humana, un pro-


ceso que se ha acelerado vertiginosamente en las últimas décadas. “En
1950, menos de un un tercio de la población mundial vivía en ciuda-
des, pero en 2020 la cifra ya ha sobrepasado la mitad”. Esto crece a
un ritmo que equivale a que fundemos “una nueva Chicago cada dos
semanas”. La ONU estima que en 2050 más de dos tercios de la po-
blación mundial vivirá en urbes.

El autor estima que el covid-19 no detendrá este proceso histórico por


la sencilla razón de que las ciudades ofrecen incentivos inigualables para
vivir en ellas. La gente que vive en ciudades de más un millón de habi-
tantes es el doble de productiva que la que vive en áreas metropolitanas
menores. Las ciudades son más seguras; ofrecen mejor calidad y expec-
tativas de vida (el campo tiene más muertes per cápita por covid que las
ciudades); son más sustentables, y sus habitantes tienen menos hijos y
“consumen menos de todo, desde energía hasta comida”. Pero el ver-
dadero motivo de Zakaria para apostar por el retorno de la vida urbana
es que los confinamientos masivos nos han vuelto conscientes de cuán
sociables somos. Esta es la sexta lección del libro: somos animales socia-
les, como decía Aristóteles, y las relaciones interpersonales son la fuente
de felicidad y de sentido para nuestras vidas. Para el académico, ha que-
dado claro que la tecnología se ha convertido en una “una herramienta
fantástica”, pero que no sustituye el contacto humano: “Cuando estás
en una teleconferencia estás gastando capital social, no construyéndo-
Ten Lessons for a Post-Pandemic World 289

lo”, afirma. El analista alude al capital más importante, el humano: to-


das esas interacciones cotidianas que ocurren en los encuentros cara a
cara, o durante el trabajo, o camino o de vuelta a él, muchas de las cuales
suceden, acota con lucidez, simplemente “por casualidad”.

11. Una ciudad de quince minutos

Los encierros masivos a los que fueron sometidas las ciudades más
grandes del mundo se convirtieron en una dura prueba para ellas.
Zakaria cree, de todos modos, que la crisis “nos ha dado la posibilidad
de repensar el tipo de ciudad que queremos”. En este caso, añade,
debemos mirar a París. Y en particular al modelo propuesto en enero
de 2020 por su alcaldesa, Anne Hidalgo, como parte de su campaña
de reelección: la “ciudad de quince minutos” (ville du quart d’heure).

La idea de este nuevo modelo metropolitano consiste en “hacer asequi-


ble todo lo que uno podría necesitar en un día normal, a través de una
caminata corta o de una tirada en bicicleta”. Es decir, “almacenes, lu-
gares de trabajo, parques, colegios, cafés, gimnasios, consultas médicas;
todo dentro de un radio de quince minutos”. Esto “incentivaría el uso de
la bicicleta y reduciría el tráfico automovilístico”. Zakaria deja entrever
que las ciudades enfrentarán problemas relativamente inéditos, como la
disputa por las calles entre conductores, peatones y ciclistas, que pre-
ferirán movilizarse por su cuenta antes que usar el metro (para evitar
contagios). Esta pandemia se irá, pero, ¿qué pasará cuando venga otra?
¿Qué pasará en ciudades como Barcelona o Nueva York, que habilitaron
calles para que atendieran restaurantes que no podían ocupar sus mesas
interiores? Medidas de ese tipo, dice, “han resultado tan populares que,
en algunas urbes europeas, estas zonas, si son reclamadas por los peato-
nes, podrían quedar libres de autos cuando el virus retroceda”.

12. Ventiladores y vicepresidentes

La séptima lección del libro es desoladora: con la crisis, la desigualdad


mundial empeorará. Zakaria relata que hasta antes de la pandemia la
desigualdad global (“la brecha entre países ricos y pobres”) había es-
tado bajando debido, en gran parte, “al progreso sostenido de China,
290 Fareed Zakaria

la India y otros países en desarrollo, que crecieron más rápido que los
países desarrollados durante el último cuarto de siglo, acortando la
brecha y sacando de la pobreza a cientos de millones de personas”. El
académico atestigua que en la India –país al que ha regresado muchas
veces durante décadas– vio cómo “las aldeas se convirtieron en pue-
blos y los pueblos en ciudades”. Entre 2000 y 2015, según la ONU, la
cantidad de personas que vivían en la extrema pobreza (esto es, con
poco más de un dólar diario) cayó de casi 2.000 millones a 650.

Todo ese avance será revertido. El coronavirus atacó primero en ciudades


del Primer Mundo, pero cuando llegó a los países en desarrollo “pegó
extremadamente fuerte” y dejó en evidencia las desigualdades: en Bangla-
dés, por ejemplo, hay ocho camas de hospital por cada diez mil habitan-
tes; al comienzo de la pandemia, los 41 países de África no juntaban dos
mil ventiladores (Estados Unidos tenía 170 mil). El NewYork Times se per-
mitió ironizar con el hecho de que Sudán del Sur, con una población de
11 millones, “tenía más vicepresidentes que ventiladores”. En los países
pobres, el apagón económico condujo al colapso financiero. Y “después
de la parálisis vendrá la inevitable crisis de la deuda”, sostiene. El autor
advierte que los países ricos pueden pedir dinero prestado, pero para los
pobres no habrá opción: “Después de la pandemia, el trabajo de décadas
se vendrá abajo en meses”. Varios estudios estiman que entre 70 y 430
millones de personas volverán a la extrema pobreza en los próximos años.

Zakaria también cree que la gente adquirirá un nuevo criterio para


clasificar a los países: aquellos que tienen un buen sistema de salud y
aquellos que no. Será una especie de círculo vicioso: “Los turistas y las
personas de negocios”, por ejemplo, “se verán reticentes a la hora de
visitar lugares donde no puedan encontrar buenos tratamientos médi-
cos”. Eso será un mazazo para los países que viven del turismo, pues
los destinos exóticos “han perdido parte de su atractivo”. ¿Qué pasará
con países como Tailandia, Filipinas o México, que “obtienen entre un
15 y un 25 por ciento de su PIB de los viajes y el turismo”?

13. Reforma o revolución

Zakaria estima que también crecerá la desigualdad en el ingreso de las


personas, es decir, “la brecha entre ricos y pobres dentro de los países”.
Ten Lessons for a Post-Pandemic World 291

Este es un proceso que ya estaba en marcha antes de la pandemia. A


comienzos de este año, la desigualdad en Estados Unidos era la más
alta desde la recesión de 1929. La crisis actual hará más oscuro el pa-
norama. Las compañías grandes se harán más grandes y los pequeños
negocios se verán afectados. De hecho, ya ocurrió. El autor relata que
la mayoría de las ayudas de la Reserva Federal y del paquete de estímu-
lo de Trump (2.200 millones de dólares) “fueron a parar desproporcio-
nadamente a negocios grandes y mejor conectados”, en detrimento de
los negocios chicos.

Tal como el coronavirus alumbró la fosa que divide a los países ricos y
pobres, prosigue el autor, también radiografió algo que lleva creciendo
cinco décadas: la desigualdad en Estados Unidos. Las áreas pobres,
por ejemplo, tienen tasas más altas de infección que las ricas y peores
resultados de salud. “En Nueva York, algunos barrios pobres como el
Bronx, Queens y Brooklyn tienen tasas de mortalidad entre cuatro y
seis veces más altas que las del Upper Side”.Y añade: “Los negros –por
su parte– tienen el doble de posibilidades de contraer el covid que los
blancos” y “tienen una tasa de mortalidad 2,3 veces más alta (en algu-
nos estados la cifra se eleva a 4)”.

Advierte Zakaria que esto demanda urgentes soluciones políticas, pues


la desigualdad en las sociedades genera desconfianza. El autor hace ver
que no es casualidad que los países del norte de Europa y del este de
Asia hayan sido los más exitosos al enfrentar la pandemia: tienen altos
niveles de confianza en sus instituciones y entre las personas. Él cree
que la frustración que deja la desigualdad tuvo mucho que ver en el
estallido que derivó del homicidio de George Floyd. Los costos de no
hacer nada, apunta, serán altos: “Históricamente, la lección es clara:
si las crecientes desigualdades no son abordadas por reformas podría
ocurrir una revolución”.

14. Sólo una pausa

La octava lección del libro es que, a pesar de que está herida de un ala,
“la globalización no ha muerto”. Las cifras que dejaron los apagones
económicos de la pandemia son escalofriantes. Comparando abril de
2019 con abril de 2020, el tráfico aéreo global cayó un 94 por ciento y
292 Fareed Zakaria

en Estados Unidos se perdieron 20 millones de empleos. No obstante,


Zakaria afirma que, “según casi todas las cifras desde 1990, la globali-
zación ha galopado hacia delante, y en los últimos años ha dado”, ape-
nas, “uno o dos pasos atrás”. Es cierto, continúa, que el intercambio
comercial, el flujo de capitales y la inversión extranjera directa nunca
recuperaron los niveles previos a la recesión de 2008, y que después
triunfaron candidatos que llevaban puesta la bandera de la antiglo-
balización, como Trump y Boris Johnson. Pero para el autor eso no
significa una “desglobalización”, sino sólo “una pausa” en un proceso
histórico muy largo, que él sintetiza en tres momentos claves: el des-
cubrimiento de América en 1492 y las nuevas rutas comerciales que
descubrió Vasco da Gama en 1498; la caída del precio del transporte
hacia 1820; y la caída del precio de las comunicaciones en la década de
1990, con la popularización de internet.

Con la revolución digital y la creación de una economía paralela –la


economía digital–, la globalización, de hecho, no se está retirando sino
“cambiando de forma”. La mayoría de las economías modernas “tiene
más puestos de trabajo dedicados a los servicios que a fabricar produc-
tos físicos”. El 70 por ciento del PIB de Estados Unidos es aportado
por los servicios y cuatro de cada cinco estadounidenses trabaja en
ese sector de la economía. “Para la mayoría de los países, no hay más
alternativa que el intercambio”, dice. Por eso la globalización no puede
ser revertida. Aunque, advierte, eso ya ocurrió una vez, cuando la bu-
llante globalización europea de comienzos del siglo XX fue destruida
por dos guerras mundiales. Pero ese sistema no fue arruinado por una
pandemia, sino por la política y los políticos. ¿Qué podría matar a la
globalización? Según el autor, un conflicto sostenido entre China y
Estados Unido sería “desgarrador, costoso y, en último término, tre-
mendamente poco productivo”.

15. Un mundo bipolar

El pobre manejo de la pandemia que demostró el gobierno de Estados


Unidos, sostiene Zakaria, “aceleró el debate sobre el declive norteame-
ricano”. La pérdida de su soft power (‘poder blando’) y del control de
la agenda internacional en un mundo en el que ahora juegan muchas
otras potencias sugiere, en efecto, cierto declive. Pero Zakaria opina
Ten Lessons for a Post-Pandemic World 293

que ese declive no existe: “A pesar de sus defectos, el país continúa rea-
lizándolo extremadamente bien en la medida más elemental del poder
global: el peso económico”. Un estudio citado por el autor señala que
si Estados Unidos y China mantienen su crecimiento actual (1,4 y 6
por ciento, respectivamente), recién el año 2050 China podría alcanzar
al país norteamericano.

El asunto, para el autor, es ese: “Ha llegado China”. Militarmente to-


davía no puede competir con Estados Unidos, pero la potencia asiática
ha sido la locomotora de la economía mundial durante los últimos
años, “es la principal comerciante de bienes” (desbancó a Estados
Unidos del sitial que ocupó durante siete décadas) y “en la arena tec-
nológica compite a la par”. Esta es la novena lección del libro: el ascen-
so chino ha sido tan drástico que “ya se puede ver delineado un sistema
internacional bipolar”. Con la llegada de Xi Jinping al poder en 2013,
el país asiático puso en marcha una agresiva estrategia comercial de
largo plazo que abarca todos los continentes. Trump, en cambio, ha
intentado “desacoplar a Estados Unidos de China económica y tecno-
lógicamente”. Esto fue un hecho que, según Zakaria, “se convirtió en
una retórica frenética” una vez comenzada la pandemia.

16. La pregunta fundamental

¿Estamos destinados a un conflicto bipolar entre Estados Unidos y


China? Según Zakaria, Xi Jingpin está encabezando la “tercera revolu-
ción china” (la primera fue la original de Mao y la segunda, la apertura
al mercado de Deng Xiaoping). Esta consiste en cuatro ejes: obtener
más poder para sí mismo, aumentar el rol que juega el Estado en la
economía y la sociedad, incrementar la regularización de la economía y
la información, y una política exterior más fuerte. “China se ha vuelto
más ambiciosa durante el mandato de Xi”, concluye, y luego se pre-
gunta cuánto expansionismo chino será permitido, cuándo se volverá
peligroso para Estados Unidos. El autor cree que esa es la pregunta
fundamental que Washington y el mundo deben examinar seriamente.

Zakaria ve similitudes entre este conflicto y lo que pasó con Inglate-


rra y Alemania a comienzos del siglo XX. Para ilustrarlo cita las pala-
bras con las que el expresidente Woodrow Wilson explicaba la Primera
294 Fareed Zakaria

Guerra Mundial: “Inglaterra tiene las tierras y Alemania las quiere”.


De todos modos, una segunda Guerra Fría no se parecería en nada a
la primera. De partida, los chinos no están interesados en ofrecer un
nuevo sistema al mundo, como sí querían los soviéticos. Zakaria, ade-
más, confía en los incentivos del mercado: “El intercambio de bienes
entre Estados Unidos y China es de casi 2.000 millones de dólares
diarios”; es decir, a ninguno de los dos países le conviene el conflicto.
El autor apuesta a que China se mantendrá dentro del orden liberal
internacional creado por los norteamericanos en la posguerra: “Por
más tensa que se ponga esta bipolaridad, estará inserta en este mundo
resistente, poderoso y multilateral”, un mundo al cual es “fácil entrar”,
aclara, pero del cual es muy “difícil salir”.

17. El único camino

La décima lección del libro es que “a veces los realistas más grandes
son los idealistas”. Esto alude a un juego de palabras que el analista
hace con el famoso “idealismo” de Woodrow Wilson, quien después de
la Primera Guerra Mundial intentó establecer un sistema internacio-
nal que promoviera la paz (la Liga de las Naciones). El proyecto le fue
negado por su propio Congreso y el sistema tuvo que esperar un cuarto
de siglo para ser fundado. Costó otra guerra mundial.

Para Zakaria, el orden liberal está en pie y sus “atributos esenciales


(paz y estabilidad entre los países grandes) están firme en su lugar”. La
amenaza más seria para el orden liberal internacional, indica, “no es el
expansionismo chino, sino la abdicación de Estados Unidos”. Con esto
apunta a Donald Trump, que ha retirado a su país de más organizacio-
nes, tratados y acuerdos que cualquier otro presidente en la historia, y
a su incapacidad para coordinar una vacuna contra el covid, siguiendo
el camino opuesto de George Bush padre, que combatió el sida, y de
Barack Obama, que hizo lo mismo con el ébola. La falta de liderazgo
y cooperación de Washington durante la pandemia ha sido rampan-
te. Zakaria elucubra sobre qué ocurriría si Estados Unidos cambia-
ra su estrategia y, en lugar de intentar desacoplarse económicamente
de China, optara por la cooperación. “Sería más efectivo presentar a
Beijing una lista de exigencias hecha por Estados Unidos y sus alia-
dos (Europa, Inglaterra, Canadá, Japón, Corea del Sur y Australia),
Ten Lessons for a Post-Pandemic World 295

un grupo que en conjunto constituyen el 58 por ciento de la economía


global”. Es decir: cooperación. Para el autor, la colaboración ofrece a
Washington una ventaja en las negociaciones. “Desacoplarse de Chi-
na”, en cambio, “le hace perder esa ventaja”.

Zakaria es consciente de que la restauración de un orden internacional


dominado sólo por Estados Unidos ya no es posible. Hay demasiados
actores poderosos en el tablero mundial. Por eso cree que el único ca-
mino para enfrentar los desafíos globales que se vienen, como frenar el
cambio climático y sus consecuencias, será la cooperación. El académi-
co piensa que “en esta nueva era” Estados Unidos “podría jugar el rol
de líder: establecer la agenda, formar coaliciones y organizar la acción
colectiva”.Y concluye: “El idealismo subyacente que tiene el liberalismo
es simple y práctico: si la gente coopera, consigue mejores resultados”.

18. Acumulación de vapor

Zakaria considera que la pandemia nos “ha abierto un camino hacia un


nuevo mundo”, pues “ha creado la posibilidad de cambiar y reformar”
el que tenemos. Señala que él ha descrito “fuerzas que están acumulan-
do vapor”, y que para completar la historia debemos “sumar la acción
humana”. Nos recuerda que hemos estado en encrucijadas similares, en
los años 20 del siglo pasado, cuando una mala decisión del Congreso es-
tadounidense –negarle la Liga de las Naciones a Woodrow Wilson– impi-
dió ofrecerle a Europa un sistema de seguridad colectivo que evitara otra
guerra. En aquel entonces, “los líderes europeos impusieron drásticas
medidas punitivas a Alemania y empujaron al país hacia el colapso. Es-
tas decisiones condujeron al mundo a un lugar muy oscuro en los años
30: hiperinflación, desempleo masivo, fascismo y otra guerra mundial”.
Según Zakaria, el mundo está lleno de ideas y de soluciones. Él mismo
ha dado algunas en este libro. Ahora depende de nosotros. Lo que “real-
mente necesitamos”, enfatiza, “es gobernanza global”. Buenos gobier-
nos. Líderes. Porque “el problema nunca ha sido llegar a las soluciones,
sino alcanzar la voluntad política para llevarlas a cabo”.
Antisocial
Extremistas online,
tecno-utópicos y
el secuestro de
la conversación
estadounidense
Andrew Marantz
Nota de la edición

Según planteaba con sagacidad el filósofo estadounidense Richard Rorty,


la manera en que una sociedad se habla a sí misma determina sus creen-
cias, su política y hasta su cultura. Tal noción le resultó muy útil a Andrew
Marantz, el periodista de la revista New Yorker que investigó por años a los
grupos de extrema derecha que pavimentaron el camino de Donald Trump
a la Casa Blanca y que, semanas atrás, intentaron impedir que este aban-
donara su cargo emprendiéndolas con una violencia desatada en contra del
Capitolio de Washington. Al iniciar el reportero sus pesquisas, las arengas
paranoicas y conspirativas que caracterizarían la presidencia de Trump to-
davía no encontraban espacio en los ambientes de élite, aunque ya se habían
asentado con fuerza en el debate virtual y comenzaban a desbordarlo ante la
perplejidad de los biempensantes. Fue entonces cuando David Remnick, el
director del NewYorker, le encomendó a nuestro cronista dilucidar quiénes
estaban detrás de esta transformación. Los alarmantes descubrimientos de
Marantz, obtenidos a partir de un intachable reporteo cara a cara, son el
caldo de vida de Antisocial. Online Extremists,Techno-Utopians, and the Hijac-
king of the American Conversation (‘Antisocial. Extremistas online, tecno-utó-
picos y el secuestro de la conversación estadounidense’), un libro que pone
en duda el tan celebrado rol de los emprendedores de Silicon Valley (los tec-
no-utópicos del título) que crearon las redes sociales a través de las cuales
los radicales difundieron sus creencias odiosas, y que al mismo tiempo de-
nuncia a los principales incitadores de un tipo de brutalidad política,Trump
incluido, que por momentos tuvo a la democracia de Estados Unidos por
las cuerdas. Además de ofrecer una cartografía completa de los libertarios,
neonazis, nacionalistas, autoritarios, teóricos de la conspiración y posfas-
cistas que componen las agrupaciones de la llamada derecha alternativa, el
autor narra en detalle cómo los medios de prensa tradicionales terminaron
amparando y replicando el discurso de la virulencia y del desacato a las
verdades establecidas. Los miembros de las organizaciones ultras, apunta
Marantz, “creían que las viejas instituciones debían ser quemadas hasta sus
cimientos y utilizaban las herramientas a su disposición –los nuevos medios,
especialmente las redes sociales– para prender tantos fósforos como fuera
posible”. Y aunque no tienen claro qué puede venir después del incendio,
añade, tampoco les importa mucho. Su espíritu nihilista se concentra en
liquidar el statu quo y en ello ponen todo su esfuerzo. Sabiendo todo lo
que hoy sabemos, Antisocial viene ser un documento que ordena de modo
impecable lo hasta ahora sucedido y, a la vez, enciende las debidas alarmas
ante una realidad inquietante de la que no estamos liberados.
Antisocial
Online Extremists,
Techno-Utopians, and the Hijacking
of the American Conversation
Viking | 2019 | 380 páginas

Andrew Marantz nació en Nueva York en 1984.


Formado en las universidades de Brown y
Nueva York, en esta última obtuvo una maestría
en Periodismo. Desde 2011 colabora en la
revista New Yorker, donde escribe sobre asuntos
relacionados con medios de comunicación y el
mundo digital.
Antisocial 299

Los gurúes de los


asaltantes del Capitolio

1. Vocabulario destrozado

Durante tres años, el periodista norteamericano Andrew Marantz re-


corrió Estados Unidos de costa a costa para sumergirse en el mundo
extremo de la derecha alternativa de su país. Como reportero de la
revista New Yorker, cohabitó con la denominada alt-right, una tribu po-
lítica compuesta por una fauna tan variopinta como radical de liber-
tarios, neonazis, nacionalistas, autoritarios, teóricos de la conspiración
y posfascistas que por años residió en los márgenes de la política esta-
dounidense, pero que, en especial gracias a las redes sociales y al lide-
razgo del expresidente Donald Trump, consiguió notoriedad e incluso
fue capaz de tomar por asalto el Capitolio y hacer que la investidura de
Joe Biden como el cuadragesimosexto presidente de Estados Unidos
tuviera lugar en un Washington sitiado por los militares.

Antisocial es el título del libro resultante de la investigación llevada a


cabo por Marantz. El periodista afirma que no se trata de uno de esos
textos pesimistas que lamentan que “hayan ganado los fascistas”, pero
que tampoco es un volumen que asevere con optimismo ingenuo que
Estados Unidos está destinado a vivir de acuerdo a los ideales de liber-
tad e igualdad que inspiraron a sus fundadores. Si se quiere entender
lo que está ocurriendo en su país, asegura, no se puede confiar en lo
que uno desea, sino que es necesario mirar el problema de frente para
descubrir “cómo el vocabulario nacional, y por lo tanto el carácter na-
cional, está siendo destrozado”.

Marantz describe un drama respecto del cual no se considera neutral.


Para él, al cubrir un asunto como este, no se requiere presentar ambos
lados de la historia ni tampoco ser simpático con todos los entrevista-
dos. Sin embargo, eso no descalifica la calidad de su trabajo ni lo desvía
300 Andrew Marantz

de su objetivo. “Lo que puedo ofrecer”, apunta, “es la historia de cómo


unos pocos empresarios disruptivos, motivados por la ingenuidad y
un tecno-utopismo imprudente, construyeron poderosos nuevos siste-
mas plagados de vulnerabilidades imprevistas, y cómo un heterogéneo
cuadro de provocadores extremos, motivados por el fanatismo, la mala
fe y el nihilismo, explotaron esas vulnerabilidades para secuestrar el
diálogo cívico estadounidense”.

2. La fiesta de los deplorables

La historia a la que alude Marantz comienza durante el DeploraBall (jue-


go de palabras que en inglés refiere a un ‘baile de deplorables’), un evento
celebrado en Washington el día antes de la inauguración del mandato de
Donald Trump, en enero de 2017. El nombre de la fiesta era una alusión
irónica a una frase pronunciada en la campaña presidencial por la can-
didata perdedora, Hillary Clinton. En un arranque emocional que luego
lamentaría, Clinton dijo en un acto en Nueva York que “la mitad de los
votantes de Trump son una cesta de deplorables”. El apelativo capturó la
imaginación de los organizadores del DeploraBall, que ahora homenajea-
ban a los trolls de extrema derecha que ayudaron al republicano a llegar a la
Casa Blanca desde las redes sociales. Era una oportunidad para “tomarse
unos tragos con los mayores personajes de la temporada”, como consigna-
ba la invitación en línea. Considerados por separado, apunta el autor, cada
uno de ellos parecía ser un tipo descartable. En conjunto, no obstante,
“habían tenido un impacto decisivo en la campaña de 2016 y en la opinión
pública. Era difícil imaginar que Trump hubiera ganado sin ellos”.

La derecha alternativa es aquella que se distingue de la tradicional,


encarnada por la corriente central del Partido Republicano, a la que
Trump desafió y derrotó en las primarias. Marantz establece que el tér-
mino surgió en 2008, de boca del líder nacionalista Richard Spencer,
quien dos años más tarde fundaría AlternativeRight.com, “una revis-
ta online de tradicionalismo radical” que defendía “el ideal” de crear
“un etno-Estado blanco en Norteamérica”. Spencer obtuvo cobertura
nacional luego de que se diera a conocer un video en el que sus ad-
herentes brindaban con el brazo alzado al estilo nazi. Marantz indica
que, desde entonces, “Spencer se convirtió en el rostro indeleble de la
alt-right y esta se vinculó indeleblemente al neonazismo”. La etiqueta
Antisocial 301

llegó a abarcar a toda la derecha marginal, pese a que muchos de sus


miembros rechazan abiertamente e incluso desprecian el entorno na-
cionalsocialista que rodea a líderes como Spencer o Mike Enoch, o al
menos toman distancia de él.

3. Quemar las viejas instituciones

Los próceres de la alt-right que concurrieron al DeploraBall generan y


monetizan contenido en la forma de podcasts, memes virales, trucos
publicitarios, etcétera. Viven de su popularidad digital, mostrando una
enorme destreza para identificar mensajes e imágenes atractivos y para
llevarlos desde los márgenes de internet al debate mainstream en sitios
web, blogs y redes sociales. Desde diversos orígenes socioeconómicos y
políticos, y con objetivos diferentes, comparten, según el reportero, un
propósito común: “Todos creían que las viejas instituciones debían ser
quemadas hasta sus cimientos y utilizaban las herramientas a su dispo-
sición –los nuevos medios, especialmente las redes sociales– para pren-
der tantos fósforos como fuera posible”. No tienen para nada claro qué
puede venir después del incendio, pero tampoco les importa mucho. Su
espíritu nihilista se concentra en liquidar el statu quo y en ello ponen todo
su esfuerzo. “Somos los nuevos medios”, le dijo uno de ellos a Marantz.
“Los días de la prensa de las noticias falsas están contados”, agregó.

Entre los protagonistas del DeploraBall figuraba Gavin McInness, an-


fitrión de un programa en YouTube y fundador de los Proud Boys, un
grupo que promueve el “orgullo de ser blanco” y que ocupó un sitio
prominente entre los asaltantes del Congreso el 6 de enero pasado.
McInness, quien ya no encabeza los Proud Boys y está casado con una
mujer de origen indígena, saltó a la fama como fundador de la revista
hípster Vice y luego derivó hacia lo que él denomina “la defensa de los
valores occidentales”. Otros personajes VIP destacaban entre los más
de mil participantes del evento: allí estaban el controvertido asesor po-
lítico Roger Stone, la exsocialista Cassandra Fairbanks, la teórica de la
conspiración Lauren Southern, la activista antiislam Laura Loomer, el
bloguero Jim Hoft, el sheriff de raza negra David Clarke, el cofundador
de PayPal Peter Thiel y, por supuesto, Mike Cernovich, el anfitrión de
la fiesta, quien dio la bienvenida a todos ufanándose de que la victo-
ria de Trump se debió a que “nosotros dirigimos Twitter durante la
302 Andrew Marantz

campaña”. Cernovich, McInness y otros pueden ser identificados como


miembros de la alt-light, una versión menos agresiva de la derecha al-
ternativa que propone el “nacionalismo cívico”, pero igualmente hábil
en el uso de las tecnologías digitales y adepta a las teorías conspirativas.

4. Avance incontenible

Cuando en 2015 un amigo ecuatoriano le preguntó a Marantz sobre


Trump después de que este calificara a los mexicanos de “violadores”,
el autor le aseguró que no existía la menor posibilidad de que un can-
didato así llegara a ser presidente. Su opinión, sin embargo, comenzó
a variar a medida que avanzaba la campaña, porque vio el efecto que
estaba teniendo el republicano en las redes sociales.

Desde que en 1998 Matt Drudge reveló en su blog el escándalo


Lewinsky, que estuvo a punto de derribar a Bill Clinton, el poder de
internet para divulgar noticias –reales y falsas– fue creciendo hasta ha-
cerse incontenible. El avance tecnológico puso al alcance de cualquiera
la posibilidad de comunicar ideas, datos, hechos y fantasías, desafian-
do el poder fiscalizador de los medios tradicionales. Hasta entonces,
diarios y cadenas de televisión habían actuado como guardianes de
contenido que daban poco espacio a las visiones extremas. Tenían ru-
tinas profesionales para verificar las noticias y descartar las versiones
dudosas o abiertamente falaces.

Pero internet cambió las cosas. El entorno digital ofrece un mercado


de las ideas abierto a todos. Marantz se pregunta “qué podría evitar
que una mentira le ganara a un hecho” en un ambiente así, donde sólo
basta tener determinación y un dispositivo con conexión en línea para
transformarse en encantador de serpientes. Como señaló a su público
el sitio de derecha alternativa The Right Stuff, “la guerra cultural se
combate diariamente a través de tu teléfono inteligente”.

5. Vacío de poder

Lo que estaba teniendo lugar en las redes sociales era una guerra de
palabras con graves consecuencias, indica Marantz. Recuerda al filóso-
Antisocial 303

fo Richard Rorty, quien afirmó que la manera en que una sociedad se


habla a sí misma determina sus creencias, su política y hasta su cultura.
Siguiendo esa línea de argumentación, el periodista concluye que, “si
cambia nuestra forma de hablar, cambiamos nosotros”. Según él, con
la intención de correr la línea de lo admisible por medio del escándalo
y la polémica constantes, los “deplorables” alteraron las reglas del jue-
go. “No estaban interesados en el diálogo. Estaban cómodos cuando
se les describía como controversiales, incluso peligrosos”, manifiesta.
“Son hábiles propagandistas que, habiendo identificado que las redes
sociales crearon un vacío de poder, se decidieron a explotarlo”.

Marantz explica que las buenas intenciones de los creadores de My


Space, Reddit o Twitter los llevaron a creer que cambiarían el mundo
para bien. Mark Zuckerberg, el CEO de Facebook, declaró en 2012
que las innovaciones tecnológicas incentivaban el progreso y acerca-
ban a los seres humanos. El presidente Barack Obama se sumó a este
optimismo cuando dijo que, gracias al avance digital, la “verdad no
puede ser ocultada”. Las redes sociales se definieron a sí mismas como
garantes de la libre expresión. Haciendo gala de un optimismo a toda
prueba, sus promotores estaban convencidos de que su papel consistía
en aplanar una cancha dispareja y darles poder a quienes no lo tenían.
Proveían una plataforma para criticar, ironizar, felicitar, informar y ser
escuchados. Todo con la más estricta neutralidad: “Somos una com-
pañía tecnológica, no una de medios. Construimos herramientas y no
proveemos contenidos”, complementó Zuckerberg en 2016. Sin em-
bargo, plantea Marantz, la realidad se encargaría de poner en aprietos
el ideal tecno-utópico de los jóvenes nerds de Silicon Valley.

6. Filtro burbuja

En una conferencia en Nueva York, Marantz se topó con Eli Pariser, au-
tor de El filtro burbuja, un libro que denunció el efecto dañino para la
democracia del modelo de negocios de las redes sociales. Pariser escri-
bió que las grandes compañías tecnológicas acumulan información sobre
los gustos personales de sus usuarios y luego la utilizan para poner a su
disposición links y sitios que se asemejan a esas inclinaciones. Con esta
estrategia de microtargeting crean una muy rentable cámara de resonancia
que dificulta a los usuarios exponerse a mensajes diferentes a los de su
304 Andrew Marantz

preferencia y los hace residir en una burbuja digital. Pariser subrayó el


peligro que esto supone para la convivencia social al generar personas en-
cerradas dentro de sus posturas que sólo reciben y emiten mensajes que
reafirman sus creencias, sin desafiarlas ni cuestionarlas. Marantz añade
una pregunta: “Si los filtros burbuja son malos para la democracia, ¿en-
tonces Google y Facebook también eran dañinos para la democracia?”.

Al principio, nadie formulaba ese tipo de interrogantes. Se consideraba


“divisivo”, sugiere Marantz. “Era mucho más aceptable socialmente
exaltar el reluciente vehículo de la tecnología –mirar con admiración
amoral su velocidad y vigor– que preguntar hacia dónde iba dirigido o
si algún día iba a terminar despeñándose por un acantilado”.

El periodista postula que los valores del nuevo entorno digital no priori-
zan lo importante, sino que persiguen la popularidad y la viralización. Por
ejemplo, el sitio Upworthy no creaba contenido, sino que escaneaba la red
para encontrar videos y material atractivos, los reempaquetaba, les ponía
un titular irresistible, los testeaba y luego los publicaba. El propósito no
era informar, sino despertar la curiosidad del lector por medio de una
carnada bien diseñada que permitiera obtener clicks y pageviews. Otros
actores de la industria, como BuzzFeed, ofrecieron más componentes,
como botones para expresar emociones y compartir contenidos. En el
orbe digital, la mejor publicación pasó a ser la que conseguía más clicks,
despertaba más emociones y era reenviada el mayor número de veces.

7. Cultura del impacto

Aunque pueda parecer casual, no hay nada de aleatorio en la viraliza-


ción. Marantz entrevista a Emerson Spartz, quien se autodefine como
“apasionado con la viralización”. Según él, la manera en que los me-
dios tradicionales relatan la realidad es “aburrida y predecible”. Para
llegar al público es necesario crear un nuevo lenguaje: saber lo que
ocurre, identificar unas imágenes e historias conmovedoras y emotivas,
y producir un video corto de no más de tres minutos con un mensaje
claro y simple acompañado de estadísticas. Marantz le discute. Pre-
gunta por el contenido, pero para Spartz no hay dudas: “Si es com-
partido, tiene calidad”. Dos frases resumen su ideario: “me interesa el
impacto” y “quiero cambiar el mundo”.
Antisocial 305

El periodista dice que la idea de revolución que Spartz tiene en mente


es “distribuir un meme a millones de personas”. El concepto de meme,
vale recordarlo, proviene de la biología evolutiva y fue propuesto por
Richard Dawkins en su libro El gen egoísta en la década de los 70 del
siglo pasado. Allí plantea que, tal como los genes son la unidad de
transmisión genética, el meme es “la unidad de transmisión cultural”
que se propaga “saltando de cerebro en cerebro”.

Marantz apunta que, para los nuevos sacerdotes de la revolución di-


gital, el cambio llegaría por medio de mensajes cortos, emocionales y
sencillos que saltarían de cerebro en cerebro. El algoritmo que utilizaba
Spartz comparaba titulares y escogía el que atraía mayor cantidad de
clicks. Todas las decisiones que el empresario adoptaba estaban orien-
tadas a maximizar el tráfico de lo que publicaba. En el caso de Dosis,
el sitio de Spartz, se trataba de notas inocuas sobre nimiedades y chis-
mes. Marantz señala que “la spartzificación del ecosistema de medios”
parecía inevitable e irresistible. Por todas partes, compañías similares
adoptaban su modelo de bajo costo, agregación y paquetización de
contenidos producidos por otros. Los periodistas tradicionales estaban
perdiendo la competencia con los tecno-utópicos de Silicon Valley, que
sostenían que todo sería para mejor en un mundo sin guardianes edi-
toriales obsesionados con el contenido y la calidad.

8. La mentalidad tecno-utópica

La industria de la tecnología de la información está dominada, dice


el autor, por una jerarquía poco numerosa de íconos que todos los
techies desean emular. Argumenta que, detrás de su juventud, su forma
de vida austera y sana, sus eslóganes (“Piensa diferente”, “No seas
malo”) y su descarnado éxito, los miembros de esta élite esconden un
profundo deseo por “ser considerados luminarias, hombres del Rena-
cimiento, los tipos más inteligentes de la habitación”. Son receptivos a
las nuevas ideas, están comprometidos con el medio ambiente, apoyan
el avance científico y el progreso médico, encabezan o financian obras
caritativas de amplio alcance. Poseen también una enorme confianza
en sí mismos que los lleva a descartar los conceptos que resulten in-
compatibles con su estilo de vida. “Por ejemplo, consideraban risible e
impensable la noción de que la industria del capitalismo tecnocrático
306 Andrew Marantz

pudiera terminar resultando en el mejor de los casos una broma y en el


peor una catástrofe”, escribe Marantz.

El reportero añade que esa reducida plutocracia de empresarios tec-


nológicos se hizo muy pronto dueña de casi todo. Sus determinacio-
nes comenzaron a tener efectos en las decisiones cotidianas de cientos
de millones de personas, desde la información a la que acceden hasta
qué y cómo compran y dónde y cómo se entretienen. El evangelio
que predicaban era simple y directo: “Hay que darle al público lo que
quiere”. Y este se mostraba ávido de información. En una conferencia
celebrada en 2008, Zuckerberg indicó que “el próximo año la gente va
a compartir el doble de información que este año, y el año siguiente la
duplicarán de nuevo”. La “ley de Zuckerberg”, explica el periodista del
New Yorker, demostró estar en lo correcto.

Sobre la base de esa insaciable demanda, los grandes empresarios tec-


nológicos han construido imperios económicos y culturales. Concen-
tran en sus manos un poder enorme, advierte Marantz. Su modelo de
negocios abrió una serie de posibilidades en toda clase de ámbitos. La
oportunidad no pasó desapercibida para los expertos en comunicación
política, según quedó en evidencia durante campañas electorales como
la de 2016 en Estados Unidos.

9. Darwinismo puro

Brad Parscale, el director digital de la campaña de Donald Trump aquel


año (y también en 2020), entendió el potencial del microtargeting para
su candidato. “Comprendí muy temprano que Facebook era el me-
dio a través del cual Trump iba a ganar”, dijo después de la elección.
Parscale y su equipo diseñaban distintas versiones de avisos de propa-
ganda electoral, las testeaban y escogían las que recogían más clicks y
eran más compartidas. “Usamos análisis de datos y así sabíamos qué
avisos funcionaban mejor”, explicó. En su oficina en San Antonio, Texas,
Parscale recibía propuestas de distintos equipos. Marantz relata que
entre las empresas que lo asesoraban estaba la británica Cambridge
Analytica, que usaba técnicas de microtargeting para incentivar la partici-
pación electoral de los adherentes de Trump e inhibir la de los seguidores
de Clinton, a la vez que divulgaba memes y otro material de campaña.
Antisocial 307

Marantz critica el hecho de que el modelo diseñado por tecno-uto-


pistas como Spartz haya terminado siendo útil para candidatos como
Trump. Apunta que, “obviamente, Emerson Spartz no provocó que el
candidato republicano llegara al poder. Pero las condiciones que hicie-
ron posible el éxito de Spartz –la deriva del mercado hacia el darwinis-
mo puro, la fusión entre calidad y popularidad, el embrutecimiento del
vocabulario nacional– estaban entre las principales condiciones que
hicieron posible la presidencia de Donald Trump”.

10. La estrategia Sailer

La idea central detrás de la estrategia de Trump, indica el autor, era que al


Partido Republicano le bastaba con movilizar a los votantes blancos para
ganar la elección. Debía concentrarse sin complejos sólo en un tema: la
inmigración y sus consecuencias. Esta noción resultaba difícil de digerir
para la derecha tradicional, que insistía en girar hacia el centro y atraer
a votantes latinos y de raza negra. Para el columnista y bloguero Steve
Sailer, en cambio, el viraje hacia la derecha y el voto blanco representaba
la solución para los problemas electorales de los republicanos. Marantz
expone que, pese a que a partir de la elección presidencial del año 2000
Sailer planteó varias veces su postura, nadie quiso escucharlo. Medios
conservadores como TheWall Street Journal, Fox News o National Review
no querían saber nada de la “estrategia Sailer”, pues esta desafiaba la
narrativa políticamente correcta que se imponía por todas partes.

Fue la revolución digital la que les abrió espacios a Sailer y a otros que
pensaban como él para exponer masivamente sus postulados. Fundaron
nuevas publicaciones en línea que empezaron a difundir la “estrategia
Sailer”,dando origen al término alt-right,acuñado por Richard Spencer en
2008.También hicieron proliferar nuevos sitios en internet que llamaban
a defender Occidente, publicaban chistes racistas y utilizaban imágenes
grecorromanas. Encontraron un público de ánimo rebelde dispuesto a
viralizar sus contenidos en redes sociales como Reddit, Twitter, 4chan y
Facebook. Marantz describe a esa nueva audiencia de la siguiente ma-
nera: “Algunos eran hipercontradictores, adictos a hacer preguntas
prohibidas y listos para rechazar respuestas ampliamente aceptadas.
Otros eran jóvenes alienados, intranquilos y frustrados, llenos de una
rabia superficial contra las mujeres o el mundo. Algunos habían llegado
308 Andrew Marantz

a entender su vida como simulaciones ficticias y estaban ansiosos por


vivir una nueva experiencia. Y algunos, como un villano de la trilogía
de El caballero de la noche, sólo querían ver arder al mundo”.

11. ¡Estás despedido!

Al principio dispersas, las audiencias de la derecha alternativa co-


menzaron a formar comunidades virtuales en torno a algunos tópi-
cos conspirativos. Marantz sostiene que vieron en Donald Trump a
un catalizador y decidieron apoyarlo sin restricciones en su campaña
para llegar a la Casa Blanca. Cuando el 16 de junio de 2015 Trump
anunció que buscaría la nominación republicana porque “necesitamos
a alguien que tome la marca de Estados Unidos y la haga grande de
nuevo”, la derecha alternativa estaba lista. Trump ya había tratado de
ser candidato en 1987 y en 1999, pero nadie lo había tomado en serio
y los medios tradicionales lo trataron como una curiosidad. En 2011
lanzó un globo sonda a través de internet y Twitter para ver si su can-
didatura prendía. Marantz afirma que, para llamar la atención, Trump
usó un recurso típico de los trolls: la controversia a través de una teoría
conspirativa. Comenzó a cuestionar el origen del presidente Barack
Obama, sembrando sospechas acerca de su lugar de nacimiento. Pero
no fue suficiente y finalmente desistió, aunque el experimento le sirvió,
según el autor, para darse cuenta de que, “en la era de las redes socia-
les, los estándares habían bajado” y era más sencillo ganar notoriedad.

Como dijo ese año Andrew Breitbart –a quien Marantz califica como
“el Juan Bautista de los deplorables”– Trump es, ante todo, una ce-
lebridad. Al menos al principio, los votantes no lo juzgaban por sus
propuestas, sino por su condición de millonario exitoso y anfitrión de
El aprendiz, un reality show donde se distinguió por usar la frase “¡es-
tás despedido!”. En 2016 eso hizo aun más fácil la viralización de su
campaña. Junto a su condición de famoso, su desfachatez y su uso del
escándalo sin respeto por la verdad, la neutralidad de las redes socia-
les –su “apertura amoral”, dice el autor– permitió que el mensaje de
Trump y sus adherentes se distribuyera por todas partes.

Trump desafiaba la lógica política conocida. “Todas las semanas decía algo
indignante que parecía destinado a poner fin a su campaña. Sin embargo,
Antisocial 309

seguía liderando la carrera republicana”, recuerda Marantz. Las páginas de


sus seguidores en Facebook, mientras tanto, replicaban esas y otras expre-
siones. Eran un ejército de viralizadores y grupos bajo nombres como Ser
Patriota o Escritores por la Libertad, entre otros de esa estofa. Cada una de
sus publicaciones lograba cientos o miles de me gusta y era compartida otras
tantas veces. Lo que en el sesudo mundo de la élite intelectual parecía im-
probable resultaba perfectamente posible en el universo digital. El discurso
paranoico y conspirativo que todavía no encontraba espacio en los ambien-
tes de élite ya se había asentado con fuerza en el debate virtual y comenzaba
a desbordarlo ante la perplejidad de los biempensantes. Marantz habló del
tema con David Remnick, el director del NewYorker, y este le encargó inves-
tigar quiénes estaban detrás de esa transformación.

12. Sin cortapisas

El primer nombre que Marantz encontró fue el de Mike Cernovich,


uno de los organizadores del DeploraBall. Cernovich era un tipo de
origen humilde que creció en Kewanee, Illinois, en una familia a la
que le costaba llegar a final de mes. Desde niño mostró un espíritu re-
belde y cuestionador que se intensificó en la adolescencia y más tarde
lo llevó a estudiar en la universidad, algo poco frecuente en su círculo
de amigos. Allí no sólo conoció a la que llegaría a ser su primera espo-
sa, sino también a intelectuales como Friedrich Nietzsche, Carl Jung
y Ayn Rand. Leyéndolos, se convenció de que era un libertario. En
2004, poco antes de graduarse como abogado en la Universidad de
Pepperdine (California), creó su propio sitio web, donde relataba y
denunciaba abusos policiales y burocráticos cometidos por el gobierno.

Justo entonces, un episodio cambió para siempre a Cernovich. Una


antigua compañera de universidad lo acusó de haberla violado varios
años atrás. Él se defendió diciendo que habían tenido sexo consentido.
Aunque los cargos fueron finalmente desechados en 2009, Cernovich
se convenció de que el sistema criminal de justicia está orientado a dar
fe a las acusaciones de mujeres como la que le afectó a él y de que el
feminismo es una “filosofía de esclavitud”.

La denuncia hizo que no pudiera ejercer como abogado. Se instaló


con su mujer en San Francisco en 2004, donde hacía pequeños traba-
310 Andrew Marantz

jos que le dejaban mucho tiempo libre. Se convirtió en un asiduo vi-


sitante de internet y también continuó posteando en su blog personal
bajo su propio nombre. “Cada vez que apretaba el botón ‘publicar’,
podía sentir cómo se aceleraba su pulso”, señala Marantz, quien con-
signa que Cernovich escribía de todo, desde relaciones entre hom-
bres y mujeres hasta política, pasando por nutrición y endocrinolo-
gía. Pronto notó que, mientras más extremas eran las posiciones que
presentaba en sus posteos, mayores eran la atención y el tráfico que
conseguía. Allí exponía sus ideas sin cortapisas y fue desarrollando
sus argumentos sobre “la guerra del feminismo contra las mujeres”,
como la describía. En 2011 publicó en su blog un artículo bajo el
título “El surgimiento del nuevo hombre independiente”, donde acu-
saba a los medios y a los partidos políticos tradicionales de tener al
país sumido en mentiras, y celebraba el advenimiento de internet, el
único lugar, según él, donde existía verdadera libertad para expresar-
se e informarse y para interactuar con otros.

13. Los beneficios de ser un troll

El proceso de radicalización de Cernovich tuvo lugar bajo dos consig-


nas: “conflicto es atención” y “atención es influencia”. Cuando abrió
su cuenta de Twitter –una red social que, en opinión de Marantz, “so-
brerrepresenta la controversia”–, descubrió que ser un troll genera res-
puestas y fama virtual. “Twitter es mi droga”, afirma Cernovich. Las
redes sociales son para él un ring donde buscar peleas y entablar polé-
micas para aumentar el número de sus seguidores y, a la vez, un lugar
desde el cual es posible desafiar la narrativa dominante e “informar”
desde su particular punto de vista.

Marantz relata que, en 2015, cuando Donald Trump entró a la carrera


presidencial, Cernovich comenzó a comentar sobre política, criticando
a los medios tradicionales, apoyando al candidato republicano y lan-
zando acusaciones infundadas sobre la salud de Hillary Clinton. “Si
hay una historia que pueda dañarla, la quiero en el ciclo noticioso”,
decía. Su público no paraba de crecer. En 2016 tenía 109 mil segui-
dores en Twitter, en 2019 ya contaba con 467 mil y en 2020 superaba
los 600 mil. “Twitter/YouTube/Facebook realmente le dan el poder al
pueblo”, publicó con entusiasmo.
Antisocial 311

A medida que Cernovich se hizo más famoso y conocedor de cómo


operaba el modelo, supo explotarlo mejor. Cuando quería decir algo
negativo de Clinton, por ejemplo, convocaba a sus seguidores en
livestream y transmitía en video para recibir sugerencias de ellos. Esto
le permitía elegir un hashtag atractivo para usar en Twitter. Cuando
publicaba algo, ya sabía que iba a ser exitoso. Y lo era. Marantz asegura
que Cernovich había desarrollado su propio sistema para atraer clicks
y viralizar contenidos y que en numerosas ocasiones conseguía instalar
trending topics en Twitter que eran recogidos por los medios tradiciona-
les. “Objetivamente, yo soy el nuevo medio”, se ufanaba, al contrastar
su influencia con la de numerosos comentaristas en la prensa.

14. Eres lo que escribes

Cernovich y sus colegas en la derecha marginal supieron aprovechar


las ventajas que ofrecía la web 2.0. Marantz explica que “si la web 1.0
estuvo dominada por las grandes instituciones, la web 2.0 le daría el
poder a la gente” a través de su principal innovación: las redes sociales.
Estas debían profundizar la democracia y permitir que “los amateurs
sobrepasen a los profesionales” gracias a que contarían con las facili-
dades técnicas para hacerlo. Las barreras de entrada serían eliminadas
o reducidas y todos podrían ser lo que quisieran. Como señala Paul
Graham, uno de los gurúes de Silicon Valley y multimillonario dueño
de un fondo de inversiones de riesgo, “cualquiera puede publicar un
ensayo en la red. Eres lo que escribes”. La medida del éxito estaba
dada por una sencilla métrica cuantificable: el número de pageviews.

Bajo el alero de Graham, en 2005 dos de sus más aventajados discí-


pulos crearon Reddit, un agregador de noticias que usaba un sistema
democrático: ubicaba los links con más votos favorables al tope de la
página. Steve Huffman y Alexis Ohanian diseñaron un sistema de in-
centivos para promover la participación de sus usuarios –los redditors–
y luego incluyeron la posibilidad de que estos comentaran y debatieran
entre ellos, votando también acerca de cada comentario. La comuni-
dad virtual que resultó de este experimento era irreverente y a menudo
políticamente incorrecta, opuesta a la narrativa oficial, indica Marantz.
Para sus creadores, Reddit era “la primera plana de internet” y Paul
Graham también lo creía: “Ya no miro un sitio de noticias que no sea
312 Andrew Marantz

Reddit. Sé que, si ocurre algo importante o si alguien escribe un artícu-


lo interesante, va a estar allí. Sitios como ese funcionan como un filtro
de calidad”. En 2006, Huffman y Ohanian vendieron Reddit a Condé
Nast, una cadena editora que publica revistas de élite como The New
Yorker, Vanity Fair y Vogue. Trabajaron allí un tiempo más y luego se
fueron. A los 25 años, eran multimillonarios. Más adelante volverían.

A través de sus distintos foros de opinión (subreddits), Reddit conti-


nuó siendo un receptáculo de comentarios agresivos, insultos y teo-
rías de la conspiración, otro símbolo más de que Estados Unidos
“estaba sufriendo un cambio súbito y doloroso. El antiguo vocabula-
rio nacional estaba siendo desmantelado” y nadie sabía bien qué lo
reemplazaría, apunta Marantz. Para el autor, resulta claro que la ven-
tana de Overton –el marco imaginario que delimita qué es aceptable
en la conversación pública– se estaba desplazando. Aquello que era
considerado marginal hacía un tiempo ahora estaba entrando de lle-
no en el debate, gracias a la acción de líderes como Trump, el espacio
libre de las redes digitales y el descaro de tipos como Cernovich y sus
colegas de la alt-right y la alt-light.

15. Ventana irreconocible

Fue ese giro el que permitió el triunfo de Donald Trump el 8 de no-


viembre de 2016. Para Marantz, el resultado significó una “tragedia
nacional” que incluso hizo que su esposa no pudiera reprimir el llanto.
De hecho, aquel fue el título del ensayo que publicó al día siguiente
David Remnick en el New Yorker. La revista tenía planificado cómo cu-
briría la victoria de Clinton, pero nadie pensó que sería derrotada por
el advenedizo Trump. La sorpresa fue completa y dolorosa. Marantz
escribió una nota en la que afirmaba que “la alt-right había estirado
la ventana de Overton hasta hacerla irreconocible: su activismo en las
redes sociales hizo posible –y concebible– que Trump fuera electo”.

El reportero critica que la cultura libertaria que animó a los tecno-uto-


pistas haya sido utilizada con habilidad por los partidarios de Trump
y por el candidato mismo. Al principio, las compañías tecnológicas
rechazaron las acusaciones. “La idea de que las noticias falsas en
Facebook, que son una parte muy pequeña de todo su contenido, in-
Antisocial 313

fluenciaron la elección de alguna manera, es bastante loca”, dijo Mark


Zuckerberg dos días después de la victoria del republicano. Lo que
hacía Facebook, según explicó uno de sus ingenieros más importantes
en junio de 2016, era “conectar a la gente. La cruda verdad es que
creemos tan profundamente en conectar a la gente que cualquier cosa
que nos permita hacerlo es de hecho buena”. Marantz califica esa acti-
tud como “tecno-utopismo maquiavélico”.

Las cosas, sin embargo, comenzarían a cambiar. Ya antes de la elec-


ción de Trump, sitios como Reddit iniciaron el bloqueo de foros don-
de campeaban el racismo, algunos tipos de pornografía (otros esta-
ban permitidos) o el odio. En 2015 Huffman retornó a Reddit como
CEO de la compañía y tomó la decisión de dejar fuera a algunos trolls
y subreddits violentos. El inmenso impacto que significó la victoria de
Trump para las élites liberales y progresistas aceleró la disposición
de las grandes empresas tecnológicas a intervenir con mayor fuerza.
Tres días después del acontecimiento, el gurú digital Paul Graham
expresó sus aprensiones: “Cuando Reddit fue fundado, yo pensaba
que su insolente lema sobre ser libres de la prensa estaba en lo co-
rrecto. Ahora me preocupa hacia dónde vamos”. Marantz señala que
los tecno-utopistas empezaban a ser conscientes de que tendrían que
refrenar a sus usuarios.

16. Periodistas canallas

El arribo de Trump a la Casa Blanca desató una batalla de acusaciones


acerca de quiénes difundían “noticias falsas”. El autor explica que, por
años, la izquierda liberal había usado la expresión para desacreditar
los informes de sitios de derecha marginal como Breitbart News, In-
fowars, The Right Stuff o The Gateway Pundit. Pero cuando el pre-
sidente comenzó a atribuirlo a los medios tradicionales, originó una
guerra de acusaciones. “Estamos combatiendo las noticias falsas”, ase-
guró Trump en un discurso. La discusión se prolongó. Marantz trata
de delimitarla diciendo que “un medio que produce noticias falsas es
aquel que tiene poco interés en ceñirse a los hechos o que considera
que la falta de exactitud es una característica, no un error”. No obstan-
te, añade que el uso confuso que le dieron Trump y sus partidarios hizo
que la expresión terminara perdiendo valor y efectividad.
314 Andrew Marantz

Como Trump tenía “baja tolerancia para la televisión aburrida”, desig-


nó a un vocero que garantizaba el espectáculo. Pronto Sean Spicer se
hizo conocido por sus intervenciones confrontacionales y sus denun-
cias infundadas, las cuales eran reproducidas en las redes sociales por
los trolls de la alt-right. En las rondas de preguntas, el vocero escogía en
primer lugar a los reporteros de medios afines, como Breitbart News
o The New York Post, y rebatía a los de los medios tradicionales. Spicer
seguía así el guion impuesto por su jefe. Marantz escribe que Trump
“peleaba especialmente con los reporteros, en parte porque las peleas
daban buen rating, y cambiaba de parecer en casi todos los temas, pero
mantenía constante su acusación de que los periodistas que lo cubrían
eran canallas”. Los acusaba de ser “sórdidos” y “deshonestos”. Agrega
que, al actuar de esa manera, el mandatario “parecía operar sobre la
base de varias suposiciones superpuestas: que un ejercicio arbitrario
del poder lo haría parecer fuerte; que le correspondía tratar a los me-
dios tradicionales, una de las instituciones menos populares del país,
como su rival; que tendría más espacio para mentir si continuaba ata-
cando la noción que la verdad está en los hechos; y que el conflicto es
atención y la atención es influencia”.

17. Sorprendidos y neutralizados

La sala de prensa de la Casa Blanca se fue llenando de personajes


nuevos provenientes de sitios y páginas web de noticias de la derecha
marginal. Cuando el desfachatado Lucian Wintrich recibió su creden-
cial oficial como corresponsal de The Gateway Pundit, lo primero que
hizo fue sacarse una selfie con su jefe, Jim Hoft, en el podio que habi-
tualmente usaba Spicer y publicarla en Facebook, lo que generó cier-
to revuelo. Mike Cernovich y Cassandra Fairbanks también obtuvie-
ron pases, así como Jack Posobiec, de Rebel Media, Jerome Corsi, de
Infowars, e incluso el polémico Milo Yiannopoulos, de Breitbart News,
quien había sufrido en 2015 el cierre de su cuenta en Twitter luego de
violar las normas de uso de la red social y enfrentarse con el jefe de
prensa de Barack Obama.

Marantz apunta que, sorprendidos y neutralizados por la retórica vi-


triólica de Trump y el desembarco de los trolls de la derecha alternativa,
los medios tradicionales y sus corresponsales no supieron cómo reac-
Antisocial 315

cionar. Mientras el presidente los acusaba de “no contarle la verdad


al pueblo americano”, ellos trataban de usar las herramientas de su
profesión para desafiar la mendacidad y volatilidad del mandatario.
Pero al tiempo que lo hacían, sin embargo, “legitimaban y diseminaban
el mensaje de Trump”, a quien el autor no duda en calificar como “el
más dotado de los trolls”.

18. Revelación de Antifa

La guerrilla ideológica de internet también incluye a activistas perte-


necientes al movimiento Antifa, un grupo de extrema izquierda. La
alt-right y la izquierda radical intercambian insultos en la red. Ocasio-
nalmente también se enfrentan físicamente, incluso con lamentables
consecuencias, como ocurrió en agosto de 2017 en Charlottesville,
Virginia. Allí, grupos de contramanifestantes de Antifa intervinieron
un acto de grupos neonazis y una mujer resultó muerta tras ser atrope-
llada por un supremacista blanco.

Marantz relata una de las manifestaciones online de esta guerrilla: el


doxing (revelación online de datos personales o privados para intimidar
a alguien) que sufrió el neonazi Mike Enoch a manos de grupos an-
tifas, “posiblemente en conjunto con sectores de la alt-right enojados
con él”. Durante años, Enoch había usado su blog (The Right Stuff)
y su podcast (The Daily Shoah) para negar el Holocausto, tildar a los
afroamericanos de “monos” y “salvajes”, y promover la creación de un
etno-Estado blanco en Estados Unidos. Según él, utilizaba un seudó-
nimo para proteger su verdadera identidad y criticar libremente la “na-
rrativa liberal predominante que nos programa desde pequeños”. En
noviembre de 2016, los antifas dieron a conocer su nombre: Michael
Enoch Isaac Peinovich, un programador computacional que trabajaba
en una agencia de publicidad digital en Nueva York y que estaba casa-
do con una mujer de origen judío.

Los antifas revelaron dos direcciones de correo electrónico de Peino-


vich. Marantz le escribió para entrevistarlo. No tuvo éxito, pero sí con-
tactó a su padre, quien le contó que la familia vivía en un suburbio de
clase media alta de Nueva Jersey (un barrio conocido por su tenden-
cia liberal progresista) y que había tratado de educar a su hijo “en la
316 Andrew Marantz

corriente central y normal de Estados Unidos”. La decepción de Pei-


novich senior era evidente: “Supongo que no conozco a mi hijo como
pensé que lo conocía”. Tiempo después, tras ver un video en el que su
hijo arengaba a los supremacistas blancos en el acto de Charlottesville,
se decidió a hablar más largo con Marantz. Lo llamó por teléfono para
contarle la vida de Enoch.

19. La historia de un neonazi

Michael Enoch Isaac Peinovich fue un niño frágil y alérgico que sufrió
con el divorcio de sus padres. Estos lo enviaron a terapia. “Es vulne-
rable como una uva pelada”, diagnosticó el doctor que lo trató. Extre-
madamente inteligente, creció aislado y solitario, a menudo víctima de
bromas de sus compañeros de colegio. Según Marantz, esto lo llevó
a desarrollar una respuesta defensiva: siempre llevaba la contraria y
desafiaba los consensos, con el objetivo de desagradar a los que lo
rodeaban, contra quienes parecía resentido. Le molestaban las injus-
ticias, las diferencias de un sistema que él percibía como inclinado en
favor de los poderosos. Fue a cuatro universidades, pero no se graduó
en ninguna, y finalmente aprendió a programar computadores a través
de tutoriales de YouTube.

Entró a trabajar a America Online, donde conoció a la que sería su espo-


sa. Paralelamente comenzó a ingerir pastillas de esteroides y a participar
en foros extremos de Reddit, 4chan, 8chan y Facebook. Se fue radicali-
zando: primero fue anarquista, luego trotskista; más tarde se orientó ha-
cia el libertarianismo tras leer a Ayn Rand, Murray Rothbard y Ludwig
von Mises. Expresaba sus visiones y emociones en un blog al que bautizó
The Emptiness (‘El Vacío’). Pronto se sintió inquieto y pasó al anarco-
capitalismo: había que abolir el Estado corrupto y dejar todo en manos
del mercado. Sin embargo, fuertemente persuadido de que no todas las
personas son iguales, derivó hacia el racismo y al supremacismo blanco.
Marantz expone que, crecientemente afiebrado, Enoch se convenció de
que los blancos son más ricos y exitosos porque son superiores.

Se alejó de sus padres y comenzó a interactuar con grupos posliberta-


rios en Facebook, Twitter y Reddit. Con ellos creó The Right Stuff en
2012 y más tarde, en 2014, lanzó el podcast The Daily Shoah. Marantz
Antisocial 317

señala que, con Enoch como líder indiscutido, el grupo ventilaba un


supremacismo blanco extremo, pero todavía abierto a las bromas y al
debate. Las cosas cambiaron, manifiesta, cuando Enoch leyó La cultura
de la crítica, un volumen de contenido antisemita escrito en 1998 por
Kevin MacDonald, profesor de psicología de la Universidad de Estatal
de California. “Es un libro devastador e importante”, dijo a sus audito-
res. De ahí en adelante, agrega el autor, el podcast se hizo abiertamente
neonazi: un “aporte” al movimiento alt-right que se sumó a otros gru-
pos hábiles para mostrar su actividad en las redes sociales y atacar a la
alt-light, a la derecha conservadora tradicional, el progresismo liberal y
el izquierdismo ultrista de Antifa.

20. No lo sé

Luego de que la identidad de Enoch fue revelada, la relación con su


familia se quebró. Su hermano adoptivo, de raza negra, dejó de tener
contacto con él. Su padre lo desheredó y le pidió que se cambiara de
apellido. El día del incidente en Charlottesville, Peinovich padre le escri-
bió para recordarle su solicitud. “Has abandonado tu legado, tus ideales
y tu familia”, le dijo. Enoch le respondió que defendería sus creencias y
no renunciaría a su nombre, porque era “un ciudadano americano con
derechos”. Fue la última vez que hablaron. A diferencia de su padre, la
madre de Enoch mantuvo el nexo. Si bien desaprueba su ideología (in-
cluso trabajó para la campaña de Hillary Clinton en Nueva York), afirma
que “él es mi hijo y jamás dejaré de hablar con él y de amarlo”.

Enterado de que el reportero del New Yorker había estado hablando con
su familia, Enoch decidió contar su versión y llamó a Marantz. Conver-
saron dos horas por teléfono, en las cuales él repitió su desprecio por los
judíos y el periodista le preguntó por qué se había casado con una hebrea.
Su primera respuesta: “No lo sé”. Después explicó que ella no mostraba
los rasgos que a él le resultan desagradables de los judíos. No pasó mucho
tiempo antes de que su mujer lo abandonara. Ella dice que no conocía la
actividad neonazi de su exmarido, pero el autor lo pone en duda.

La inesperada revelación de la identidad de Peinovich provocó revuelo


en la alt-right. Las opiniones se dividieron. Al principio, Enoch dijo
a sus cercanos que abandonaría el supremacismo blanco. Pero luego
recapacitó. Marantz postula que, “con suficiente talento y tiempo, un
318 Andrew Marantz

propagandista puede explicar incluso la contradicción más deslum-


brante, y Enoch había pasado años desarrollando un lazo íntimo con
sus seguidores”. Lo perdonaron. Dejó Brooklyn y se fue a vivir cerca
de Jesse Dunstan, uno de los coanfitriones de The Daily Shoah, que
a partir de 2018 pasó a llamarse TDS y empezó a dejar de lado los
contenidos racistas y la glorificación explícita de la violencia. “Estaban
tratando de moverse hacia el margen de la corriente convencional o,
por lo menos, intentando evitar el tipo de atención viral que provocaría
que las plataformas los cancelaran”, apunta Marantz.

21. Cambio de atmósfera

Un año después del DeploraBall, Marantz asiste a otra fiesta. El orga-


nizador es Mike Cernovich, que ha arrendado un sitio en Nueva York
para celebrar “Una noche por la libertad”. Espera reunir al “movi-
miento”, porque “es bueno que nos sigamos encontrando”. Pero esta
vez la atmósfera es diferente. Lucian Wintrich está decepcionado con
Trump y se pregunta “dónde termina el teatro político y comienza la
sinceridad”. El propio Cernovich se ha alejado del lema MAGA (las
siglas en inglés del eslogan de campaña de Trump: “Hacer a Estados
Unidos grande de nuevo”) y explora otras temáticas. Marantz afirma
que el lugar está lleno a medias y que la atmósfera se percibe “triste
y artificial, como la recepción matrimonial de una pareja infeliz”. No
sólo la alt-light parecía cambiada. También las redes sociales se ad-
vertían diferentes. Aunque habían surgido nuevas plataformas como
BitChute, Rofkin y Parler, donde era posible seguir la conversación
agresiva, las grandes compañías tecnológicas “habían comenzado a
entender que su utopía no se materializaría jamás”, escribe Marantz.
Esto era una señal de madurez y una consecuencia de la transforma-
ción del entorno: la actitud del público había pasado desde la admi-
ración reverencial por los grandes empresarios digitales hacia una
furia viral contra ellos y sus emprendimientos. Quizás avergonzado
por haber sido útil para la elección de Donald Trump, en 2018 Mark
Zuckerberg sostuvo que “los dos últimos años han demostrado que,
sin las salvaguardas suficientes, la gente utilizará de forma inadecua-
da esas herramientas (las redes sociales y la tecnología digital) para
interferir en elecciones, distribuir desinformación e incitar a la vio-
lencia”. Algo parecido ocurrió en Reddit: Steve Huffman dispuso la
Antisocial 319

eliminación de algunos subreddits donde comentaban supremacistas


blancos y violentistas. “Esas comunidades son malas para Reddit y
malas para el mundo”, se justificó Huffman.

Una de las víctimas del nuevo clima fue Milo Yiannopoulos. Durante
un tiempo, el editor de Breitbart News se ufanó de que “hacía lo que
quería”. Pero en 2017 se difundió un video en el que legitimaba la
pederastia y más tarde se conocieron sus flirteos con grupos neonazis.
Su estrella se opacó y debió dejar Breitbart. Fue cancelado en Venmo y
PayPal, la editorial Simon & Schuster le rescindió contrato y Patreon le
impidió desarrollar una campaña de crowdfunding para pagar su “mag-
nífico regreso”. Por distintas razones, varias organizaciones y persona-
jes de la derecha marginal comenzaron a ser eliminados de las redes
sociales. Twitter cerró las cuentas de Mike Enoch, y Gavin McInness
fue prohibido en Facebook, Twitter, Instagram y Amazon. Lyft y Uber
cancelaron las cuentas de Laura Loomer. Al final, señala Marantz, los
“deplorables” no consiguieron todos sus propósitos, aunque sí fueron
capaces de “normalizar la mentira flagrante y el racismo abierto”. Por
eso, señala, es necesario salirles al paso, algo que ya han empezado a
hacer las compañías tecnológicas.

Marantz anota que “por demasiado tiempo, los guardianes que diri-
gían los sistemas de distribución de información más poderosos en la
historia de la humanidad fueron capaces de fingir que no eran guardia-
nes. La información quiere ser libre; la gente que se molesta debería culpar al
autor, no al mensajero; la responsabilidad final está en el consumidor. Aho-
ra, en lugar de imaginar que habitamos en una utopía posguardianes,
tendría más sentido reclamar que los guardianes sean mejores y más
pensantes”. Los antiguos adolescentes tecno-utopistas ya tienen más
de 30 años, son millonarios e influyentes y se han vuelto realistas. Se
han dado cuenta, afirma el autor de Antisocial, de que “cambiar cómo
hablamos es cambiar quiénes somos. Cada vez más, cómo hablamos es
función de cómo hablamos en internet”.
Angry-
nomics
 ark Blyth
M
Eric Lonergan
Nota de la edición

Conscientes de que las manifestaciones de descontento social que han


campeado a lo largo del planeta son legítimas y razonables, los economis-
tas británicos Mark Blyth y Eric Lonergan decidieron conversar sobre
el tema y, enseguida, reunieron sus diálogos en un volumen de reciente
aparición que con acierto titularon Angrynomics (neoconcepto que en-
laza las palabras ‘ira’ y ‘economía’). Es más: ambos se definen como
dos tipos “enrabiados” por la falta de soluciones que los gobernantes
han propuesto para resetear el capitalismo contemporáneo, un sistema
que quedó indeleblemente fracturado en los países desarrollados luego
de que, tras la crisis financiera de 2008, el 80 por ciento más pobre de
la gente pagara por los errores del 1 por ciento más pudiente. Sin pelos
en la lengua, Blyth sostiene que lo anterior constituyó “la engañifa más
grande de la historia”, mientras que Lonergan plantea que hay que hacer
una clara distinción entre la justificada rabia pública y la manipulación
hipócrita de la ira tribal con fines políticos. Nadie podría decir que los
autores son pensadores de izquierda –de partida, se oponen a aumentar
los impuestos a las personas con mayores recursos–, pero lo cierto es
que delatan con pasión los pésimos manejos que deben ser corregidos
cuanto antes. Enemigos de los tecnócratas, de las ideologías centristas,
de los bancos centrales independientes, de las medidas de austeridad y,
en general, del statu quo que ya se ha extendido por más de diez años,
los expertos proponen tres disposiciones radicales para cambiar el curso
de la realidad: dar una suerte de herencia a quienes no poseen bienes a
través de la creación de un fondo de riqueza nacional, cobrarles a las em-
presas privadas por el uso de nuestros datos privados e imprimir dinero
sin temor a la hora de enfrentar una recesión, algo que es perfectamente
factible en lugares donde la inflación está controlada. Sus ideas han sido
aplaudidas por profesionales y medios de comunicación de distintos cu-
ños políticos, lo que ya es bastante decir en un mundo polarizado como
el nuestro. Para que sus propuestas se propaguen, Blyth y Lonergan con-
fían simplemente en la imitación, puesto que “la clase política copia; rara
vez piensa”. Y, en cuanto al futuro, se muestran inclinados a reevaluar
los postulados del economista John Maynard Keynes, ya que ahora, tal
como están las cosas, varios de ellos podrían funcionar si son aplicados
con convicción. Angrynomics es un libro elocuente, original y osado: un
libro que llama a la acción inmediata en pos de mitigar el enfurecimiento
masivo que en cualquier momento puede convertirse, como ya lo hemos
visto aquí y en otros lados, en violencia desatada.
Angrynomics
Agenda Publishing | 2020 | 192 páginas

Mark Blyth nació en 1967. Estudió en la


Universidad de Strathclyde, en Glasgow. En
1999 obtuvo un PhD en Ciencias Políticas en la
Universidad de Columbia. Actualmente enseña
Economía Política en el Instituto Watson de la
Brown University, en Rhode Island, y dicta charlas
por YouTube que son seguidas por millones
de personas. Ha publicado varios libros, tanto
individualmente como en colaboración.

Eric Lonergan nació en 1971. Estudió en la


Universidad de Oxford y obtuvo un máster en
Economía y otro en Filosofía en la London School
of Economics. En la actualidad se desempeña
como gerente de un fondo de inversión y escribe
con frecuencia en Foreign Affairs, Financial Times y
The Economist. En 2009 publicó el libro Money.
Angrynomics 323

Economistas enrabiados
en busca de soluciones radicales

1. Sistema fracturado

La ira, lo sabemos, es la más poderosa de las emociones humanas. Y se-


gún los economistas Mark Blyth y Eric Lonergan, autores de Angrynomics
(término acuñado para ligar dos palabras: ‘ira’ y ‘economía’), ya no nos
extraña constatar a diario que vivimos en un mundo saturado de rabia. Lo
anterior se debe, en buena medida, a que el quehacer económico se con-
vierte en angrynomics cuando a un nivel macro el sistema colapsa y deja al
descubierto falencias que han sido ocultadas por demasiado tiempo. “Este
libro explora cómo nuestra economía política ha dado pie a la ira: a la ira
pública, tanto como indignación moral y rabia tribal, y a la ira privada”.
Un ejemplo representativo al respecto es el de los “chalecos amarillos”
que se manifestaron masivamente en las calles de París y de otras ciuda-
des francesas contra un alza del combustible durante 2018 y 2019, “pero
en 2019”, añaden los investigadores, “los habitantes de Hong Kong tam-
bién se irguieron en protestas, al igual que los de Chile”, y lo hicieron por
las mismas razones enarboladas por los reclamantes europeos: “la desco-
nexión de las élites, el aumento de la desigualdad y el ventajismo sesgado”.

No nos gusta subsistir en la incertidumbre e intentamos minimizarla


cuanto sea posible. Sin embargo, la economía que hemos creado en
los últimos treinta años exige que vivamos aferrados a ella, “al tiempo
que los gobiernos progresivamente han abandonado los compromisos
para entregar a sus ciudadanos algo que los proteja de la inseguridad”.
La economía de la ira, advierten el escocés Blyth y el inglés Lonergan,
sucede aquí y ahora mismo: “Determina elecciones. Está reformulan-
do la política partidista a lo largo del mundo, no sólo con Trump y el
Brexit, sino en países tan diversos como Alemania, Brasil y Ucrania”,
e incidiendo poderosamente “en el renacimiento del nacionalismo en
324 Mark Blyth | Eric Lonergan

Hungría y Polonia, en la política exterior de Rusia, en el creciente an-


tieuropeísmo de Turquía y en el colapso de los partidos de centro en
todos lados”. Angrynomics es un volumen estructurado a partir de una
serie de diálogos sostenidos entre sí por Blyth y Lonergan, conversacio-
nes que no tienen como destinatarios “a nuestros colegas profesionales
o académicos”, sino a a los lectores comunes y corrientes. “Pensamos
que el sistema está fracturado y no creemos que el orden actual pueda
ser ‘empujado’ hacia la estabilidad”, aseguran, enfáticos.

2. Votante medio

La economía es un conjunto de ideas, un mapa que nos dice cómo


opera el ámbito de los mercados y del intercambio. “También es una
descripción del mundo en que vivimos. Si el universo de la teoría eco-
nómica, es decir, el mapa, describe con precisión el terreno que pi-
samos, es entonces un buen mapa”, agregan los autores. Vista como
un todo, la sociedad contemporánea nunca ha sido más rica, “aunque
muchos de nosotros parecemos estar trabajando más que nunca. Y en
algún momento la desvinculación entre nuestra experiencia del entor-
no y el modelo utilizado para explicarlo llegó a un punto de quiebre”.

La economía ya parece ser incapaz de revelar por qué las presiones de la


vida se intensifican al tiempo que el ingreso per cápita aumenta. “Una
parte de la respuesta a este dilema”, precisan los expertos, “yace en la
desconexión entre lo que se asume que ocurre en nuestros modelos y lo
que verdaderamente sucede en el mundo tal cual es. La otra parte yace
en otra desconexión, a saber, la inautenticidad de las élites que persi-
guen un progreso constante del PIB per cápita para el resto de nosotros,
que somos testigos de un cambio social dramático y desconcertante”.

En el pasado, las élites políticas se definían por los grupos a quienes re-
presentaban. En Europa, “el laborismo y la socialdemocracia velaban
por los intereses de los trabajadores, mientras que los conservadores
lo hacían por los intereses del sector privado”. En los años 90, estas
relaciones comenzaron a resquebrajarse y emergió una nueva forma de
hacer política en los países desarrollados, en la que distinciones como
“derecha” e “izquierda” fueron progresivamente consideradas como
antiguallas irrelevantes de la Guerra Fría. “Fue cuando los políticos
Angrynomics 325

dejaron de representar a sus principales electores y, a cambio, buscaron


seducir al así llamado ‘votante medio’ que actuaba como agente repre-
sentativo en nuestros modelos económicos”.

3. La Gran Moderación

A este votante medio, prosiguen Blyth y Lonergan, no le interesaba el


conflicto económico, “sino que, supuestamente, le interesaban los valores
posmaterialistas y la buena gobernanza, algo que los partidos debidamen-
te acordaron entregar. Los grandes asuntos políticos quedaron en manos
de expertos en organizaciones internacionales y en bancos centrales in-
dependientes”. Los políticos otorgaban menos soluciones políticas y, aun
actuando de esa manera, pretendían interpretar los intereses de todos.

“Así era el mundo en los años 1990 y 2000, maravillosamente descrito en


2004 como ‘la Gran Moderación’ por Ben Bernanke, a la fecha presidente
de la Reserva Federal de Estados Unidos, un mundo en donde la elimi-
nación de la política por parte de los tecnócratas había traído prosperidad
para todos”. Sin embargo, tal como lo sabemos hoy, esta visión acarreaba
“defectos bastante grandes”. Y el principal de ellos, aseguran los autores
de Angrynomics, fue que las preocupaciones materiales nunca se desvane-
cieron: “Los partidos simplemente dejaron de admitir que estas existían”.

La economía de Gran Bretaña duplicó su tamaño entre 1980 y 2017.


Pero durante tal período el uso de los bancos de alimentos aumentó en
un mil por ciento. “Y en gran parte del orbe desarrollado la desigual-
dad creció a lo largo de las décadas de 1980 y 1990, luego bajó durante
diez años y se disparó tras la crisis financiera de 2008. En el mismo
espacio de tiempo, las corporaciones globales sencillamente dejaron
de pagar impuestos. Las mismas élites que confundieron el mundo real
con el mundo de sus modelos económicos perdieron su credibilidad
ante los votantes a quienes decían representar”.

4. El miedo, un meme motivante

Después vinieron las guerras de Irak y de Afganistán –esta última co-


nocida como “la guerra sin fin”–, los Papeles de Panamá y “las de-
326 Mark Blyth | Eric Lonergan

mandas judiciales resueltas en 45 minutos”, seguidas de “la celebra-


ción de las finanzas como el motor del crecimiento, celebración que
estalló en nuestros rostros y fue rápidamente sucedida por rescates
estatales para salvar los bienes de los ya ricos, salvatajes pagados por
quienes ya se habían visto estrujados por los cambios que trajeron las
políticas de austeridad, políticas que, en algunos casos, implicaron la
disminución de hasta un 30 por ciento en los servicios estatales”. En
las metrópolis, mientras tanto, los bancos volvieron a ganar miles de
millones de dólares.

En vez de motivar a sus electorados, continúan los autores, los políti-


cos dejaron de presentar argumentos a favor de un cambio económico
profundamente arraigado y se concentraron en el temor. En la crisis
del euro, las poblaciones fueron mantenidas bajo control por medio
de las amenazas de un nuevo pánico financiero. Y tanto en los refe-
réndums sobre la independencia de Escocia como del Brexit, “el ame-
drentamiento de perder lo que tenías fue utilizado como un arma para
defender el statu quo. A lo largo de Europa Central y Europa del Este,
el miedo a que los emigrantes destruyeran ‘nuestra’ cultura pasó a ser
el meme motivante”.

Blyth y Lonergan estiman que no se puede pretender que la gente real,


“así como tampoco los agentes representativos ni los votantes medios
imaginarios”, acepte estas desconexiones para siempre. Eventualmen-
te, concluyen, la brecha entre cómo percibimos el mundo y el modelo
económico dispuesto por las élites para explicarlo y justificarlo se vuel-
ve demasiado grande para ignorarla y las élites egoístas son vilipen-
diadas: “Bienvenidos al llamado mundo de la angrynomics, donde las
personas reales están enrabiadas y tienen toda la razón para estarlo”.

5. Tipificación de la rabia

Al autodefinirse sin pelos en la lengua como “dos economistas enra-


biados” los autores aspiran a desentrañar cómo la economía política
ha estimulado el profundo descontento que hoy perciben en diversos
lugares del globo. “Si la economía describe cómo debieran funcionar
los diferentes aspectos económicos”, explican, “la economía de la ira
revela lo que en realidad ocurre. La angrynomics nos ayuda a entender
Angrynomics 327

la política global, nos indica a qué debemos prestar atención, nos ad-
vierte de qué debemos cuidarnos y nos señala cómo podríamos inten-
tar reparar un ordenamiento económico roto”.

La primera distinción que hacen en este sentido tiene que ver con la
rabia pública y la rabia privada, pues muchas investigaciones las tratan
como equivalentes, “siendo que, en rigor, son el opuesto”. A menudo la
rabia pública se luce como una insignia de honor: “Los islandeses que
entre 2008 y 2011 protestaron contra una clase política corrupta esta-
ban envalentonados por la virtud. Se levantaron contra la corrupción y
esperaban una reparación moral”. Cuando la gente está públicamente
enrabiada, debido a que ha sido agraviada o ha sido testigo de malas
prácticas, espera que su malestar sea reconocido y abordado. “Esto es
indignación pública”, afirman.

La rabia pública también tiene dos caras: la indignación moral es su


lado positivo, mientras que la generación y el reforzamiento de la iden-
tidad tribal son su lado negativo. “La ira tribal es una emoción primi-
tiva que deja de lado nuestra brújula moral en nombre de la acción y
de cerrar filas en pos de protección contra algún otro grupo. La rabia
tribal busca amenazar con el propósito de dominar y suprimir, y en su
manifestación más violenta pretende destruir”.

Observados de este modo, añaden Blyth y Lonergan, los diferentes tipos


de rabia pública sirven a distintos propósitos: hacer valer normas éticas
y regular la identidad tribal. Así es como se combinan la ira y la econo-
mía: “Hoy por hoy, los políticos cínicos juegan con ambos tipos de rabia
para obtener apoyo. Al entender estas nociones de rabia pública y rabia
privada, de indignación moral y energía tribal, podemos comprender
de mejor manera las acciones de los políticos e identificar aquello que
debemos resistir. El desafío para los políticos actuales es oír cuidadosa-
mente, y compensar, la ira legítima de la indignación moral, mientras
denuncian, y no incitan, el descontento violento de las tribus”.

6. Soltar la lanza

Según Eric Lonergan, las disputas comerciales que hoy vemos en


el mundo son un buen ejemplo de lo anterior: “El gran antropó-
328 Mark Blyth | Eric Lonergan

logo francés Marcel Mauss dijo que, ‘con el afán de comerciar, el


hombre primero debía soltar su lanza’”. Para el economista no es
coincidencia que Donald Trump haya elegido al comercio como su
antagonista. Tampoco es causalidad, agrega, que la derecha britá-
nica, una agrupación que intelectualmente favorece el comercio,
“se haya visto envuelta en absurdas contorsiones y negaciones de
evidencias para justificar el abandono del más rentable bloque de
libre comercio del mundo, la Unión Europea, con el propósito de
establecer nuevos acuerdos comerciales con otras tribus considera-
das preferibles”.

Lonergan apela a que necesitamos hacer una clara distinción entre


la legítima rabia pública y la manipulación hipócrita de la ira tribal
con fines políticos, y denuncia que, si nos enfocamos en esta última,
“creo que es posible constatar que el alineamiento entre los intereses
de los medios de comunicación y de la élite política global se vale de
esta energía para motivar a los votantes y ganar elecciones, lo que es
extremadamente peligroso”. Después de todo, prosigue, la rabia tri-
bal está a sólo un paso de la violencia tribal. “El desafío de instaurar
una política no violenta consiste en acusar recibo del mensaje de las
críticas razonables en voz alta y clara, y de ahí responder con medidas
políticas alternativas. ¿Por qué razón? Porque cualquier medida alter-
nativa tiene que importar: debe ser lo suficientemente significativa a
un nivel emocional para así crear identidades políticas independientes
del tribalismo”. Si bien no es la única identidad política motivadora,
argumenta, el tribalismo es un poderoso acto reflejo cuando estamos
estresados y enrabiados.

Según Mark Blyth, en la era centrista de los expresidentes Blair,


Schroeder, Clinton y Obama simplemente no existían identidades po-
líticas motivantes ni ideologías que compitieran entre sí. “Se asumía
que cada cual creía en alguna variante de la economía de mercado y
que adoptaba un individualismo cosmopolita. Si no actuabas de ese
modo, eras catalogado como una reliquia o, peor aun, como un na-
cionalista”. Cuando estas ideas se hicieron trizas durante la crisis de
2008, los políticos tuvieron que encontrar algo nuevo y lo hicieron:
“En general, lo que hoy día vemos son políticos intentando llenar el
vacío que dejó un desacreditado consenso neoliberal con un conjunto
de identidades políticas más motivadoras”.
Angrynomics 329

7. Enemigos del centrismo

A la vez, Blyth sostiene que “la crisis financiera, la brutal recesión que le
siguió, la crisis del euro, la creciente desigualdad de ingresos y de riqueza,
y un fracaso abyecto de la representación política conforman el núcleo
de nuestros problemas. Son y deberían ser objetos de reproche moral”.
E insiste en apuntar sus dardos al centrismo político “anodino y liberado
de identidad que creó el vacío ya mencionado”, un vacío que fue llenado
con rabia tribal. Lonergan, por su parte, asevera que “una consecuencia
involuntaria de la convergencia de partidos ocurrida durante las décadas
de 1990 y de 2000 fue el surgimiento de un centro tecnocrático sin vida
y en gran medida egoísta, el cual hizo que amplios segmentos del electo-
rado se sintieran sin voz ni representación, algo que se reflejó ininterrum-
pidamente en la disminución de la participación electoral”.

Desde este punto de vista, la rabia pública es una respuesta a la falta de


representatividad, a un sentimiento concreto de ser ignorado y no escu-
chado. Los autores estiman que lo que ha ocurrido en Europa y Estados
Unidos en los últimos diez años es similar: “Los actores del centro polí-
tico quedaron totalmente sorprendidos ante una crisis que creyeron que
nunca podría suceder.Y no tuvieron otra respuesta que la de amontonar
miseria sobre las mismísimas personas que no la habían causado. No fue
de extrañar, entonces, que esta misma gente se enfureciera y que, a par-
tir de ahí, la ira haya sido amplificada y manipulada de muchas formas”.

“¿Por qué las élites políticas y económicas tuvieron tan poco que
decir en respuesta a la debacle financiera de 2008?”, pregunta Eric
Lonergan. En respuesta, Mark Blyth informa que el principal proble-
ma guardaba mayor relación con a quién escucharon que con lo que
se dijo. “El fracaso de los legisladores en lidiar efectivamente con la
recesión que siguió a la crisis de 2008, y posteriormente a la crisis del
euro entre 2010 y 2015, sugiere que, al igual que con el ingreso, el
acto de escuchar está sesgado hacia lo más alto de la pirámide. Con
mucha mayor intensidad que la catástrofe en Estados Unidos, la euro-
crisis demostró más allá de cualquier duda que la política de recortar
el gasto durante una recesión, la llamada austeridad, siempre empeora
las cosas. Ellos sabían eso y, sin embargo, siguieron adelante. Y más
tarde redoblaron las medidas, incluso cuando se percataron de que no
estaban funcionando”.
330 Mark Blyth | Eric Lonergan

8. Causas desatendidas

A los autores les resulta alarmante aquello que definen como “un fra-
caso abyecto de la política”. En lugar de presentar un programa impor-
tante de reforma económica, la élite política global no ha ofrecido nada
sustantivo, “aparte de optar por encaramarse al tren del nacionalismo o
de insistir en que nada fundamental está mal”. Las tendencias políticas
actuales son, en parte, “una reafirmación confusa del Estado-nación
para mitigar las consecuencias de los flujos de capital sin restricciones
y el poder de las empresas en general”.

Pero las profundas causas económicas de la legítima ira pública perma-


necen desatendidas. Con esto los investigadores apuntan a la incapa-
cidad de lidiar rápida y poderosamente con las recesiones, “a pesar de
que sabemos cómo hacerlo”, y “al gran aumento de la desigualdad en el
ingreso y la riqueza que ocurrió en todo el mundo desarrollado a medida
que el capital prosperó y los salarios de los trabajadores se estancaron”.

La conclusión de nuestros economistas es la siguiente: “Nadie ha imagi-


nado, ni mucho menos implementado, un conjunto de políticas públicas
capaz de afrontar estos asuntos. Creemos que hay formas ingeniosas de
hacer precisamente eso y, al mismo tiempo, proveer un antídoto contra
la angrynomics. No obstante, para llegar ahí, veamos primero con mayor
detalle cómo diablos llegamos a este desastre, a un mundo que nunca ha
sido más rico, pero que parece estar demasiado enfurecido”.

9. Capitalismo 3.0

Blyth y Lonergan utilizan los términos sistema, versión, hardware,


software y error de programación para plantear una analogía en la que
el capitalismo es una suerte de computadora que se malogra de tanto
en tanto. De este modo, la versión 1.0 del software se vino al suelo en
los años 20 y 30 del siglo pasado debido a que la mano de obra fue
considerada una mercancía (commodity), mientras que la 2.0, inspira-
da en “el pensamiento brillante de John Maynard Keynes”, terminó
fracasando puesto que, inevitablemente, “un sistema de economías
cerradas que impulsan el consumo y apuntan al pleno empleo tenía
que producir una crisis inflacionaria para los inversionistas. Este fue el
Angrynomics 331

error de programación enquistado profundamente dentro del software


del capitalismo versión 2.0”.

El neoliberalismo, la variante del capitalismo que se asentó en los países


desarrollados a partir de los años 80, ha durado tanto tiempo porque en
definitiva funcionó. En palabras de los autores, “restableció el valor del
capital y aplastó la inflación. Pero, al hacerlo, dejó al sistema expuesto
ante los tres errores de programación que lo derrumbarían en 2008”.
La versión 3.0 se difundió bajo la premisa de que el capital tenía que ser
liberado con el propósito de que alcanzara los máximos réditos. “Enor-
mes flujos de capital, y rápidos reveses, causaron una serie de booms y
quiebras en los países en desarrollo, los que culminaron en las crisis
asiática y rusa de 1997 y 1998”. El mundo desarrollado, por su parte,
también se demostró similarmente vulnerable durante la eurocrisis.

Uno de los principales argumentos en favor de la versión 3.0, añaden


los profesionales, “era que el capital iba a ser más eficientemente asig-
nado y, hasta cierto punto, lo fue. Pero lo que ello significó en términos
reales es que la inversión se fue de los países ricos en capital y terminó
en países pobres en capital, como China”. Las empresas, los accionis-
tas y los consumidores occidentales se beneficiaron con esto, “pero
la inversión que se hubiese solventado en las naciones desarrolladas
ahora fructificaba en otros lados, lo que implicó un costo. He aquí la
razón de por qué el comercio es actualmente un asunto tan polémico”.

10. Poderosos mandamases

La modificación más relevante de todas las acometidas en el hardware del


capitalismo 3.0 fue la de los llamados bancos centrales independientes. “Una
vez que has impedido que la mano de obra genere inflación”, explican
nuestros entendidos, “la única otra fuente posible de inflación es el Estado,
ya que es él el que imprime dinero.Y con el auge de los mercados financie-
ros globales que podían castigar a los Estados por políticas que no les agra-
daban llevándose su dinero fuera del país, devaluando así la moneda y cau-
sando una crisis, el asunto de otorgar autoridad sobre la política monetaria
a una entidad ‘independiente’, la cual adoptaba la visión de largo plazo
en vez de permitirles a los políticos que siempre implementaban la visión
cortoplacista la elaboración de políticas públicas, se hizo indispensable”.
332 Mark Blyth | Eric Lonergan

Durante los años 90, esta alteración de hardware se expandió a lo largo


de casi todas las máquinas que utilizaban el software 3.0, “y el surgi-
miento del presidente del Banco Central como el más poderoso gene-
rador de políticas se asentó en los países miembros de la OCDE y más
allá”. Los mandamases de los bancos centrales son figuras ligeramente
malentendidas, aseguran los especialistas: “A pesar de que son autó-
nomos, a fin de cuentas reciben órdenes de sus gobiernos. Y cuando
un sistema bancario global que depende del endeudamiento y de los
préstamos en dólares explotó, la Reserva Federal se hizo presente y
le dio a casi cualquier banco que lo necesitara, donde fuese, acceso a
los dólares estadounidenses para mantenerlo a flote, prácticamente sin
importar su país de origen”.

En suma, la Reserva Federal, el Banco de Inglaterra, el Banco de Japón


e incluso el Banco Central Europeo rescataron el sistema a un costo
de alrededor de diecisiete billones de dólares. “Pero ya era muy tarde
para evitar una recesión global, la cuasi bancarrota de Europa y, como
resultado de una serie de crasos errores de políticas, el desempleo, que
en lugares del Viejo Continente alcanzó niveles que no se veían desde la
década de 1930”. Además, luego de que se contuviese el pánico inicial,
los bancos centrales propiciaron los ajustes presupuestarios estatales,
medidas de austeridad que sólo provocaron que las cosas empeoraran.

11. La mayor engañifa de la historia

Otro factor que contribuyó a producir angrynomics, añaden nuestros


aplicados observadores, fue que los contribuyentes comunes y corrien-
tes pagaron la parte más dura de los costos, a través del desempleo, la
reducción del consumo y una serie de factores microestresantes. “Ha-
blamos de gente que en muchos casos ya estaba fuertemente endeudada
y que soportaba el peso de salarios estancados por años”. Lo que estas
personas atestiguaron fue que los miembros más ricos de sus sociedades
fueron socorridos, al tiempo que ellas eran despedidas de sus trabajos.
“La mano de obra pasó a ser nuevamente un commodity y el capital fue
salvaguardado, lo cual quedó perfectamente ilustrado en el caso de la
aseguradora estadounidense AIG, que pagó cientos de millones de dó-
lares en bonos a sus ejecutivos en 2009 tras haber sido rescatada por los
contribuyentes por un monto de 180 mil millones de dólares”.
Angrynomics 333

El 80 por ciento más pobre efectivamente pagó por los errores del 1
por ciento más pudiente, “mientras que en el proceso también resca-
taron los activos y los ingresos del 20 por ciento más adinerado de la
población, situación que se dio a lo largo y ancho del mundo”. Según
Mark Blyth, lo anterior constituyó “la engañifa más grande de la histo-
ria”, ya que “los pasivos del sector privado en el sistema bancario ter-
minaron siendo puestos en la hoja del balance público de los Estados
en calidad de más deuda pública, algo que las mismas clases políticas
que habían permitido que todo esto pasara definieron como una crisis
de ‘gasto excesivo’ de parte de los Estados, una crisis que, sin embargo,
simplemente no había sucedido”.

12. Indignación burbujeante

El capitalismo 3.0 se vio afectado por tres errores de programación:


la desigualdad, el estancamiento salarial y una dispersión masiva en
la distribución de salarios y, en último lugar, la reacción que terminó
agravando los dos factores anteriores. “La combinación entre una cre-
ciente inequidad y sueldos inmóviles”, profundizan los autores, “podía
mantenerse en pie por un tiempo extendido sólo si la inflación era baja
(lo fue), sólo si las tasas de interés eran inicialmente altas pero caían
con el correr del tiempo (tal cual) y sólo si la capacidad de endeudarse
era ilimitada (ni qué decir)”.

Cuando el sistema se derrumbó, en 2008, quedó al descubierto la tre-


menda influencia de que gozaban los bancos y cuán polarizados habían
llegado a estar los países en términos de ingreso y riqueza. La debacle
también demostró cómo el ordenamiento político-económico yacía sobre
entidades financieras que rotaban constantemente préstamos de un lugar
a otro de la sociedad de manera exagerada y, en el caso de la eurozona, de
un país a otro. “Todo esto descansaba, una vez más, en el supuesto de que
la mano de obra era una mercancía como cualquiera, y en que la gente
no se enfurecía cuando se enteraba de que estaba siendo tratada como un
producto. Desafortunadamente, parece que sí le afecta”.

Blyth y Lonergan plantean que las injusticias han campeado a lo largo


de la crisis y que la reevaluación de treinta años de desregulación no
puede emprenderse si se prosigue con el statu quo. “El capitalismo 3.0
334 Mark Blyth | Eric Lonergan

fue rescatado sin un reseteo. Las consecuencias de no haber reiniciado el


sistema, ni de tampoco haber hecho nada para deshacerse de los errores
de programación en su software, han producido un nuevo y profundo re-
guero de ira. La indignación burbujea, es sistémica, está profundamente
enraizada y llegó para quedarse”. El populismo, prosiguen, es la conse-
cuencia de no haber reseteado el sistema luego de la debacle. “Al fallar
en aplicar cambios fundamentales sobre un orden que se ha convertido
en un generador de estrés para la mayoría de la población, hemos creado
las condiciones para otra ronda de angrynomics. Los quiebres a nivel ma-
cro siempre producen rabia”. Este furor, concluyen, puede ser justo –y
en consecuencia atendido– o puede ser una energía tribal que se torne
violenta. “Estamos en medio de tal momento”.

13. Tasas de interés inoperantes

En los últimos tres o cuatro años, observan los autores, ha surgido un


problema: las tasas de interés ya no parecen funcionar. Con creciente
frecuencia, los bancos centrales declaran su impotencia ante tal situa-
ción. Por décadas la ideología de los gobiernos había sido “no se preo-
cupen, las tasas de interés siempre funcionan. La inflación es siempre y
en todos lados un fenómeno monetario”, sólo que ahora demuestra ser
asimétrico. “A veces podemos vivir en un mundo inflacionario”, agre-
gan, “como en los años 60 y 70, donde la inflación se acomodaba con
el crecimiento de la oferta de dinero, pero cuando ocurre la deflación,
como en Japón o en Europa, donde la inflación ha estado por debajo
de la meta por un largo período de tiempo, los bancos centrales dan la
apariencia de ser ineficientes. Por lo visto, la herramienta hasta ahora
elegida puede ser dependiente del hardware”.

La respuesta de política monetaria con que se enfrentó la catástrofe


financiera de 2008 ha causado una profunda crisis sobre este enfoque
y, “después de todo, hemos descubierto que no habíamos eliminado
las recesiones. La tragedia es que les dimos la totalidad de los poderes
de creación de políticas macro a los bancos centrales, que utilizaban
las tasas de interés para determinarlo todo, y ahora decimos ‘no, toda-
vía tenemos ciclos y, ayayay, el único punto de apoyo en torno al cual
construimos nuestras instituciones y el marco intelectual (las tasas de
interés) ya no funciona’”. Blyth y Lonergan apuntan a que debe dejar-
Angrynomics 335

se atrás esta manera de gobernar la economía y a que, además, habría


buenas razones para hacerlo.

Algo nuevo ha ocurrido, agregan enseguida, algo que debe incitar un


replanteamiento fundamental: existe una combinación de empleo casi
pleno con tasas de interés tan bajas que, al no disponer de herramien-
tas renovadas, los bancos centrales han demostrado ser impotentes
frente a ella. “Si tú crees en la importancia de prevenir las recesiones,
mantra en el que nosotros creemos, este asunto debe abordarse”. Al
mismo tiempo, continúan, hay dos problemas que “lloran” por res-
puestas políticas directas, poderosas y convincentes: el cambio climáti-
co y la desigualdad. Pero, en opinión de los expertos, “el centro político
no da la talla, pues no tiene idea de cómo enfrentar ninguno de estos
urgentísimos desafíos”.

14. Keynes resucitado

Es sumamente irónico que las políticas neoliberales introducidas en


los años 80 como respuesta al fracaso percibido de los postulados key-
nesianos hayan provocado que, vistas las cosas en el debido contexto,
la gestión de la demanda keynesiana sea hoy mucho más factible. Las
medidas de los 80 y de los 90, es decir, la globalización y la desregu-
lación del mercado de productos y del mercado laboral, destruyeron
la inflación. “La razón de que muchos economistas y políticos anun-
ciaran ‘no más booms y quiebras’ era, por lo tanto, comprensible. La
experiencia de los 70 les enseñó que la inflación era la causa principal
de las recesiones. Y en muchas economías de menores ingresos, como
Turquía, India, Brasil y Sudáfrica, la inflación es todavía un problema
mayor que les impide detener las recesiones flexibilizando la política
fiscal y monetaria”.

No obstante, a pesar de que en la actualidad es obvio, “los legisla-


dores olvidaron la segunda fuente de inestabilidad mayor: el sector
financiero. Peor aun: pasaron por alto el peligro de que, en respuesta
a una gran estabilidad económica debida al control de la inflación, el
sector privado tomaría más riesgos financieros y que, eventualmente,
esto sería tremendamente desestabilizador. La severidad de la debacle
fue en parte el reflejo de un éxito”. Los autores plantean que, habiendo
336 Mark Blyth | Eric Lonergan

reaprendido las lecciones de la historia económica, es importante hacer


un balance: “Necesitamos mantener la regulación fuerte de los bancos
ganada con tantos esfuerzos. Pero no queremos regular al resto del sec-
tor privado y traer con ello la inflación de vuelta, o habrá costos onero-
sos”. Si bien estiman que a menudo los costos de la inflación tienden a
exagerarse, es evidente que las economías altamente inflacionarias no
son en modo alguno parámetros de estabilidad ni de bienestar.

Finalmente, Blyth y Lonergan aducen que existe un poderoso argumen-


to político para no volver a la inflación. “En una economía altamente
regulada y no competitiva, como la que prevaleció en los años 70, la
idea de que los gobiernos podían aplicar la receta keynesiana e imprimir
dinero durante una recesión para aliviar el pesar quedó desacreditada.
El resultado siempre fue una inflación más alta y el aumento en el ín-
dice del desempleo. El efecto fue la estanflación, o sea, la inflación y el
desempleo creciendo a la par”. Pero al haber aniquilado la inflación a ni-
vel estructural, prosiguen, estas políticas hoy por hoy funcionan. Ambos
pensadores aseguran que pueden ser sustantivamente mejoradas, “pero
la evidencia es clarísima en cuanto a que, en las economías competitivas,
desreguladas y desarrolladas, el hecho de imprimir dinero para evitar las
recesiones no implica costos en términos de inflación”.

15. Impuestos anticuados

En opinión de nuestros pensadores, una política pública inteligente


debe contar con tres rasgos. En primer lugar, ha de marcar una gran
diferencia con lo existente. Luego, tiene que ser fácilmente explicable
y comprensible. Y, finalmente, debe atravesar de manera transversal las
líneas partidistas tradicionales, de modo que obtenga y preserve sus-
tento a lo largo de diferentes ciclos electorales. “Si dispone de estas tres
características, el movimiento puede dar paso a una serie de políticas
que calmen la indignación, simplemente porque funciona, es vendible
y no hay razón para oponerse a él”.

Enseguida, los investigadores se detienen en otros tres asuntos, esta vez


los que sería necesario reparar. Para ello, proponen como prerrequi-
sitos el control de la inflación y una fuerte regulación del sector ban-
cario. “Sin inflación podemos imprimir dinero para evitar la recesión,
Angrynomics 337

pero con tasas de interés cercanas a cero y niveles de deuda tan altos
los bancos centrales necesitan de herramientas nuevas para acometer
el trabajo la próxima vez que sea necesario hacerlo, y con certeza habrá
una próxima vez”.

Blyth y Lonergan estiman que lo anterior se puede lograr sin depender


de un alza de impuestos, “ni perseguir tiros largos como la coope-
ración internacional en torno a la riqueza escondida de los oligarcas
o nuevos impuestos a la riqueza, como lo que propusieron los eco-
nomistas cercanos a la exprecandidata demócrata Elizabeth Warren”.
Ambos aclaran que la idea de usar los tributos les parece “anticuada”,
pues no calza con dos de los tres puntos de una política inteligente
expuestos al principio: si bien la medida funciona, existe una tremenda
oposición política al alza de impuestos y, además, el capital es hoy en
día global, es decir, “demasiado difícil de atrapar”. En último lugar,
informan, “queremos financiar un boom en la inversión sustentable que
realmente dé por iniciado el esfuerzo por descarbonizar nuestras eco-
nomías. Podemos utilizar todas estas políticas para mitigar los factores
microestresantes que provocan la rabia privada y para empoderar a los
individuos”, aseguran, convencidos.

16. Herencia nacional

En la mayoría de los países desarrollados, el 20 por ciento de la pobla-


ción con mayores ingresos es dueño de más del 80 por ciento de los
bienes. En otras palabras, el 20 por ciento más pobre no hereda ni posee
prácticamente nada. La primera propuesta de los autores apunta a la
creación de fondos de riqueza nacional (NWF, por sus siglas en inglés).
“Sabemos que implementar un NWF es posible porque ya existen los
fondos soberanos de inversión (FSI)”. Países como Singapur, Noruega y
varios Estados del Golfo Pérsico, “lugares que no son precisamente en-
claves marxistas”, disponen de estas herramientas. Los FSI son grandes
holdings de activos –bonos, acciones, infraestructura y propiedad– que el
Estado posee y administra por su cuenta o a través de terceros. “Aquí es
importante recalcar que el Estado no pretende dirigir estos activos, pues
no se trata de una nacionalización como las de la vieja escuela”. Los bie-
nes de los FSI se comercian en bolsas de todo el mundo y, en general, los
FSI son titulares minoritarios pasivos de los recursos. En suma, los FSI
338 Mark Blyth | Eric Lonergan

compran bienes en nombre de su público para generar ahorros y riqueza


a partir de las ganancias que estos acumulan.

La idea expuesta tiene dos características singulares. “La primera”, ex-


plican los investigadores, “es que estamos explotando un rasgo único
del mundo de nuestros días: las tasas de interés negativas. Es absurdo
que los gobiernos no saquen ventaja de tal situación”. La única ra-
zón por la que un fondo de riqueza nacional de grandes proporciones
puede crearse rápidamente, añaden, es porque el costo de la deuda
para el gobierno es demasiado bajo. “Esto es parte de la solución al
estancamiento secular”, afirman, aludiendo a la condición que ocurre
cuando una economía basada en el mercado presenta un crecimiento
insignificante o nulo. El segundo rasgo de lo que Blyth y Lonergan pro-
ponen guarda relación con distribuir la propiedad entre aquellos que
no poseen bienes: “Queremos crear una herencia nacional que vaya
más allá de la seguridad social”.

Al parecer, argumentan, “hemos identificado un atributo del capita-


lismo 3.0 que nos permite tratar de forma seria uno de los motivos de
queja de la angrynomics –la extrema desigualdad de riqueza–, un rasgo
que genera el sistema por sí mismo, sin aumentar los impuestos. Y tal
vez podamos crear hasta un 20 por ciento del producto interno bruto
en riqueza cada quince años para quienes en nuestra sociedad no po-
seen bienes”. Como se sabe, prosiguen, la propiedad de activos es una
forma de seguro. Si alguien dispone de un conjunto de bienes al cual
echar mano para resolver asuntos de salud, educación y entrenamiento
profesional, ese alguien cuenta con protección para cumplir con las ne-
cesidades más onerosas e importantes que enfrenta cada hogar. “Visto
de este modo”, agregan, “un fondo de riqueza nacional abordaría parte
de la ira legítima contra la desigualdad de ingresos que produce la
angrynomics, al tiempo que mitigaría los factores estresantes privados
de la incertidumbre relacionada con la salud, la educación y la vivien-
da. ¿Quién podría oponerse a esto?”.

17. Demasiado bueno para ser cierto

Mark Blyth va más allá en su entusiasmo y plantea que esta solución


podría llevarse a cabo en sólo cuestión de meses: “Aunque el gobierno
Angrynomics 339

está emitiendo deuda, su deuda neta, que es la diferencia entre sus ac-
tivos y pasivos, permanece inalterada porque no emite deuda para ser
gastada en consumo. Está comprando bienes reales con ella. Y sólo se
distribuiría un excedente después de que la deuda haya sido pagada en
diez o quince años, dependiendo del éxito de las inversiones”. Por lo
demás, los retornos generados por los fondos soberanos de inversión
ya existentes sugieren una probabilidad de éxito elevada.

A pesar del optimismo demostrado, los autores no dejan de enumerar


las dudas y preocupaciones típicas que este tipo de operaciones susci-
tan: “Primero, esto suena riesgoso: emitir deuda y comprar acciones.
Segundo: ¿acaso el gobierno no carga ya con demasiadas deudas? Ter-
cero: ¿por qué el gobierno es capaz de hacer esto? Suena demasiado
bueno para ser cierto. ¿Si las tasas de interés suben, será aún posible
implementar este sistema?”. Dicho esto, abordan entre los dos, debida
y detalladamente, cada uno de estos temores, y concluyen que la op-
ción sigue siendo viable y sumamente conveniente.

Y para demostrarlo presentan un ejemplo fácil de seguir: “Imagina que


tu banco ofrece pagarte por pedir un crédito hipotecario. En vez de
cobrarte intereses, te paga el 1 por ciento. Entonces sacas el préstamo,
compras una propiedad y la arriendas, digamos que a un rendimiento
del 6 por ciento. Así las cosas, cada año obtienes un retorno del 7 por
ciento (6 por ciento de ingresos de alquiler y el 1 por ciento que te da el
banco) y esto se acumula con el correr del tiempo. En diez años puedes
pagar el crédito y ser completamente dueño de la propiedad que arren-
dabas”. Estas son las consecuencias, continúan los autores, del interés
compuesto y del costo del capital del gobierno. “Dado que este es el
caso”, concluyen, “habría que preguntarse por qué el sector privado
está dispuesto a prestarle dinero al gobierno a un retorno real de suma
cero o negativo, pero el primer punto a destacar, sin lugar a dudas, es
que, dado el costo real actual de la deuda del gobierno, cualquier inver-
sión que él haga con un retorno positivo real crea valor para el Estado”.

18. No me importa la privacidad

El ingreso básico universal, que consiste en una suma de dinero que el


Estado les paga a todos los ciudadanos, es una idea que últimamente ha
340 Mark Blyth | Eric Lonergan

ganado adeptos en todo el mundo. No obstante, las principales reticencias


para adoptar este sistema apuntan a que podría socavar los recursos dispo-
nibles para la seguridad social y, por otro lado, a si es correcto recibir plata
por no hacer nada. Blyth y Lonergan le dan un giro al asunto y proponen
una solución que denominan dividendo de datos. “Lo que sugerimos es que
debiese pagársenos por algo que ya es nuestro. Queremos concederles a
las compañías del sector privado el derecho a acceder a nuestros datos,
pero con una tarifa, la cual podría en parte costear un ingreso mínimo”.

Eric Lonergan declara no tener inconvenientes en que las empresas tec-


nológicas y financieras gocen de acceso a sus datos: “Veo grandes bene-
ficios en esto, desde los diagnósticos médicos que utilizan la inteligencia
artificial hasta Amazon ofreciéndome lo que quiero antes de que yo lo
sepa. Quiero acceder a estas ganancias de productividad y no me impor-
ta el tema de la privacidad”, argumenta. Aun así, el autor se da cuenta
perfectamente de que hay economías de escala en muchos de estos ne-
gocios y, por lo tanto, algunos de ellos pueden tender hacia el mono-
polio. Ciertamente, afirma, Google, Facebook, Amazon y Apple tienen
características monopólicas y, por lo general, los monopolios son propie-
dad del Estado o están regulados por este, pues, de otro modo, su poder
de mercado queda dispuesto al abuso en detrimento del consumidor.

Debido a que las firmas tecnológicas dominantes recién mencionadas


se valen de nuestros datos colectivos para obtener utilidades, es posible
plantear un trato. A cambio de nuestra información, prosigue el eco-
nomista, “podríamos pedirles que pagaran un royalty, un pago único, o
podríamos otorgarles una licencia por treinta o cuarenta años del mismo
modo que el espectro digital fue rematado a las compañías de teléfonos
móviles. Esto podría hacerse a nivel nacional”. Una posibilidad sería
invertir la recaudación de esta licencia o royalty en acciones de estas
mismas empresas y repartir un dividendo igual a cada persona que les
haya permitido acceso a sus datos. “La operación refleja un derecho de
propiedad”, concluye Lonergan, “y sin dudas sería un buen comienzo”.

19. Timos irrelevantes

Según estos expertos, el comportamiento de las grandes compañías tec-


nológicas está bastante mal entendido. Algunas de ellas, como Amazon y
Angrynomics 341

Facebook, compiten agresivamente con otras firmas, y al así actuar pro-


veen servicios gratis a los consumidores, como en el caso de Facebook,
o a precios cada vez más bajos, como en el de Amazon. “No queremos
que dejen de hacerlo; queremos estimularlos a que sigan así, pero com-
partiendo sus ganancias de manera más amplia”, aseveran. Apple, por
ejemplo, tiene enormes márgenes de ganancias y vende teléfonos a pre-
cios premium, “por lo que, en cierto sentido, tima a medio mundo. Pero
si tenemos participación en su propiedad, eso no nos altera. Apple paga
grandes dividendos a sus accionistas –y eso podríamos ser todos nosotros
en un fondo de riqueza nacional– y, en consecuencia, también podríamos
obtener algún ingreso de los dividendos de los datos”.

Por otro lado, añaden, el hecho de que Amazon se valiera de nuestra


información para atacar a una industria tras otra tampoco debiera qui-
tarnos el sueño, “pues haremos grandes ganancias de capital a medida
que crece. Y si Amazon se convirtiera en un tremendo monopolio que
produjera altísimos dividendos, seríamos tanto dueños como recepto-
res de aquellas utilidades. Y si eventualmente intentara engañarnos en
calidad de monopolista, sería mucho más fácil regular algo en lo que
posees una contundente participación accionaria”. Esta es la razón por
la que el dividendo de datos podría resultar mucho más atractivo que
un simple ingreso básico universal, concluyen.

20. Legisladores al banquillo

Si se tratara de hacer una jerarquía de los pecados que hasta ahora


ha revelado la angrynomics, el de producir recesiones figuraría en pri-
merísimo lugar. Mark Blyth estima que la eurocrisis es la fuente de
ira pública más legítima que puede imaginar, “la innecesaria y pro-
funda destrucción de buena parte de las economías de Italia, España,
Portugal y Grecia”. No es casualidad, agrega, que las voces de la
angrynomics sean más febriles en Europa. “La debacle financiera allá
fue reprensible. De hecho, creo que hay genuinos argumentos para
poner a los legisladores en el banquillo y juzgarlos en un tribunal de
derechos humanos. Lo que se les hizo a Grecia, Portugal, España e
Italia es imperdonable. Y el sufrimiento humano causado sin nece-
sidad es sumamente destructivo. Transcurridos incluso diez años, la
recuperación aún no se ha completado”.
342 Mark Blyth | Eric Lonergan

En las últimas páginas del libro, los especialistas recapitulan sobre todo
lo dicho y señalan que han propuesto algunas políticas radicales para
eliminar las recesiones, redistribuir significativamente el ingreso y la
riqueza, asegurar a la gente ante los peligros y los cambios económi-
cos, y estimular la toma de riesgos en una sociedad más justa. “Ahora
necesitamos ver que los países implementen estas políticas, y cuando
funcionen otros las copiarán. La clase política copia; rara vez piensa”.

Los políticos de centro como Emmanuel Macron, sentencian, “sólo


ganan elecciones porque nadie va a votar. Les lanzamos el guante a la
izquierda y a la derecha, pues hemos demostrado que las mejoras se
pueden llevar a cabo sin reventar a todos con impuestos y sin dejar al
Estado en bancarrota”. Y a modo de despedida enrabiada, tomando la
voz de una inmensa mayoría, Blyth y Lonergan dictaminan que no se-
rán tolerables las recesiones ni el desempleo cuando no haya inflación.
“Esto es una falencia mental”, aseguran. “El pensamiento convencio-
nal es una premisa inadmisible para rechazar reformas convincentes en
políticas fiscales y monetarias que acarrearían gigantescas mejoras en
las vidas de las personas”.

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