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Mercosur: el sueño librecambista de la izquierda (...)


PERIÓDICO MENSUAL
mayo de 2023, por Luis Alberto Reygada
DE INFORMACIÓN
Y ANÁLISIS
INTERNACIONAL

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Historia secreta de la inteligencia artificial

Guerra Fría 2.0 Mayo de 2023


¿Quién ganará la batalla mundial de los algoritmos y las máquinas
“discentes”? ¿Estados Unidos o China? Tras estas preguntas se
oculta una realidad más pragmática. Para numerosas empresas
de Silicon Valley, es una buena ocasión para hacerse con miles de
millones de dólares en subvenciones públicas a costa de añadir
dramatismo al pulso entre Washington y Pekín. Entre cabildeo
intensivo y reminiscencias de la oposición entre bloques de
antaño, la geopolítica de la inteligencia artificial también es un
asunto de bolsillos llenos a rebosar.

por Evgeny Morozov, mayo de 2023

“La Guerra Fría ha acabado”, rezaba en 1988 el folleto publicitario de un curioso


video­juego venido del otro lado del telón de acero. En la parte de abajo del
anuncio, un añadido: “… o casi”. En una invitación a enfrentarse al “desafío
soviético”, el documento anunciaba: “Justo cuando las tensiones entre el Este y
el Oeste empezaban a calmarse, los soviéticos acaban de marcar un tanto
directo a Estados Unidos”. Sobre un fondo rojo intenso, encima de un dibujo de
la catedral de San Basilio rodeada de figuras geométricas, aparecía en grandes Artículo anterior Artículo siguiente
La vergüenza y el La brutalización del
caracteres amarillos la palabra “Тетрис”, con el símbolo de la hoz y el martillo
hambre orden manifestante
haciendo las veces de la letra final. Trasliterado al alfabeto latino daba “Tetris”.
EN ESTE NÚMERO
El folleto, en la actualidad expuesto en el Museo Nacional de Historia
Americana de Washington, era obra de Spectrum HoloByte, el distribuidor del Y en medio discurre el río Mekong
juego en Estados Unidos. Este desarrollador de videojuegos de Silicon Valley – Louis Raymond

propiedad del magnate británico de los medios de comunicación Robert


Los genios malvados de la estadística
Maxwell– ya reparó por entonces en que el tema de la Guerra Fría podía dar
Michel Husson
más de sí, y supo explotarlo en todos los códigos –de la música rusa tradicional
a las imágenes de cosmonautas soviéticos– para hacer del Tetris un éxito Mercosur: el sueño librecambista de la
fabuloso en el Estados Unidos de Ronald Reagan (1). izquierda latinoamericana
Luis Alberto Reygada
El por entonces presidente de Spectrum HoloByte, Gilman Louie, se convertiría
con el tiempo en una figura central de lo que algunos denominan en En tiempos de los consejos obreros
Washington la “Guerra Fría 2.0”: la batalla actualmente en curso entre China y Jean-Numa Ducange

Estados Unidos por el control de la economía mundial. Solo que este conflicto,
La City de Londres, un poder parasitario
que ahora se extiende al frente tecnológico e incluso al militar, ya no gira
Frédéric Lemaire
alrededor del Tetris, sino de la inteligencia artificial.

La carrera de Gilman Louie es el arquetipo de una trayectoria a la El no alineamiento al servicio de la paz


Christophe Ventura
estadounidense. A principios de la década de 1980 se hizo un nombre en el
mundillo de )
los juegos por sus simuladores de vuelo, que llegaron a ser tan ¿Quién fabrica el derecho internacional?
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Anne-Thida Norodom y Catherine Kessedjian 
populares que hasta la Fuerza Aérea estadounidense se interesó por él. Más
adelante, una de sus empresas apareció en el radar de Robert Maxwell, que la
Dos pueblos espalda contra espalda en
adquirió de inmediato. Entre una cosa y otra, Louie acabó a finales de los años Kosovo
noventa a la cabeza de In-Q-Tel, el fondo de capital riesgo de la Agencia Central Ana Otaševic y Philippe Descamps
de Inteligencia (CIA). Entre los principales hechos de armas de la entidad, sin
ánimo de lucro, estuvo el de apostar por la tecnología que sustenta ­Google La odisea fatal de los ferrocarriles griegos
Élisa Perrigueur
Earth. Y cuando la Administración de Trump se puso a deplorar el retraso
estadounidense en la carrera tecnológica contra China, Louie reapareció como
Putin, los jueces y la bomba
miembro de la Comisión de Seguridad Nacional sobre Inteligencia Artificial Mathias Delori
(NSCAI, por sus siglas en inglés), una prestigiosa instancia consultiva presidida
TODO EL SUMARIO
por Eric Schmidt, antiguo director ejecutivo y más tarde presidente de Google.

En solo unos años, la relación entre Louie y Schmidt evolucionó hacia una INFORMACIÓN POR EMAIL
colaboración mucho más estrecha. El primero tomó las riendas de un fondo Reciba por correo electrónico los sumarios de le
apadrinado por el segundo, America’s Frontier Fund (AFF), una estructura sin Monde diplomatique en español y de los Atlas.

ánimo de lucro concebida a partir del modelo de In-Q-Tel y cuyo propósito es


su email aquí
ayudar a Washington a “ganar la competición tecnológica mundial del siglo
XXI”. El AFF aspira a ser la solución a muchos otros problemas, ya que promete
Suscribirme a la lista
“redinamizar la industria, generar puestos de trabajo, estimular las economías
regionales y liberar el corazón de Estados Unidos”.

La creación del AFF es una respuesta a la creciente influencia de China en lo


que suele llamarse “tecnología disruptiva” o “de vanguardia”, como la
inteligencia artificial o la informática cuántica. “Las tecnologías de vanguardia
no se crean en un garaje”, afirma la página web del fondo, yendo a
contracorriente de un mito muy querido en Silicon Valley: el del emprendedor
individual tocado por la genialidad. Entre las novelas de Ayn Rand –vate del
capitalismo individualista– y las subvenciones públicas, el AFF se queda con las
segundas.

No deja de ser gracioso que Louie, tras haber usado la Guerra Fría 1.0 para
hacer la publicidad del Tetris, recurra ahora a la Guerra Fría 2.0 para hacer la de
la inteligencia artificial. ¿O será que está usando la inteligencia artificial para
promocionar la nueva guerra fría? En el Estados Unidos de hoy, ambas
operaciones retóricas son apenas imposibles de distinguir. Lo único de lo que
podemos estar seguros es de que toda esta publicidad se traducirá en dinero
contante y sonante.

Para adaptarse a la era de la inteligencia artificial, el eslogan del Tetris debería


parafrasearse en “La nueva guerra fría ha empezado… o casi”: un mensaje que
suena a gloria a muchos estadounidenses, desde las empresas tecnológicas a los
contratistas de defensa, pasando por los think tanks belicistas.

El nuevo “consenso de Washington”

Las voces que recientemente han dado la alarma sobre el retraso de Estados
Unidos en la carrera de la inteligencia artificial parecen haber despertado a sus
élites políticas, que permanecían apaciblemente dormidas en el país de las
maravillas del libre mercado. Al oírlas ahora, a uno le da por creer que han
abandonado los dogmas del Consenso de Washington, e incluso, a veces, que
han optado más bien por sumarse al “consenso de Pekín”.

En un artículo del que Eric Schmidt es coautor y publicado en Foreign Affairs (2)


–la biblia del poder establecido en cuanto a política exterior estadounidense– se
percibe un entusiasmo por la idea de un Estado fuerte en condiciones de
estimular el )
desarrollo de la inteligencia artificial. A ello se añade una crítica de
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los errores políticos del pasado: no contentos con denunciar una fascinación
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por la “globalización” que, supuestamente, habría alejado a Estados Unidos de
sus “consideraciones estratégicas”, los autores atacan al sector del capital riesgo
por lo miope de sus decisiones. Según afirman los autores del artículo, la
solución para que Washington logre sus objetivos tecnológicos a largo plazo se
resume en pocas palabras: “Subvenciones, préstamos garantizados por el Estado
y compromisos de compra”. Ni que decir tiene que, probablemente, las
subvenciones serían distribuidas a través de entidades como el AFF, el cual,
contrariamente a las empresas de capital riesgo convencionales, sabría
concederlos con la mirada puesta en el porvenir.

Momentos hay en que Eric Schmidt se queda a un pelo de requerir una política
industrial de gran aliento, aunque nunca llega a dar el paso, ya que el término
está todavía “demasiado connotado”. El nuevo consenso de Washington se
limita de momento a reclamar un aumento de las ayudas públicas para el sector
privado, esgrimiendo a modo de justificación el peligro de que Estados Unidos
pierda la próxima guerra fría.

Lo que algunos han tomado erróneamente por la emergencia de un


“posliberalismo” presenta, de hecho, todos los atributos del keynesianismo
militar de antaño, según el cual el aumento de los presupuestos de Defensa
debía asegurar la victoria contra la Unión Soviética y garantizar la prosperidad
económica de Estados Unidos.

Es innegable que los lazos entre el Pentágono y Silicon Valley se han reforzado.
Para empezar, el Departamento de Defensa ha creado el cargo de jefe de
tecnología digital e inteligencia artificial, que ha puesto en ­manos de Craig
Martell, antiguo responsable de aprendizaje automático en Lyft, la plataforma
de vehículos de transporte con conductor (VTC).

JAUME PLENSA. – Spiegel I and II (‘Espejo I y II’), 2010

Además, y digan lo que digan sus empleados –que se cuestionan la moralidad


de dichos vínculos–, las empresas tecnológicas siguen teniendo un considerable
peso en el presupuesto de abastecimiento del Ejército. Puede que Alphabet se
haya negado a colaborar con el Pentágono en el proyecto Maven –un sistema
de vigilancia que había suscitado protestas entre sus propios ingenieros–, pero
eso no le impidió crear poco después Google Public Service, una entidad que,
tras su inocente nombre, provee )al Ejército de servicios de computación en la
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nube (cloud).
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No se trata de un ejemplo aislado. El saber hacer de Silicon Valley es


indispensable para la cúpula militar si lo que quiere es hacer realidad su visión
de un sistema que integre el conjunto de datos transmitidos por los detectores
de las diversas fuerzas armadas. Analizados con la ayuda de la inteligencia
artificial, esa información ­permitiría elaborar una respuesta coordinada eficaz a
la mayor rapidez. A finales de 2022, el Pentágono adjudicó a cuatro gigantes
tecnológicos –Oracle, Microsoft, Google y Amazon– un jugoso contrato de
9000 millones de dólares para desarrollar la infraestructura de este ambicioso
proyecto (3).

Pero ya no estamos en tiempos de la primera Guerra Fría, y resulta difícil saber


en qué medida tanta generosidad pública puede “gotear” a la manera
keynesiana hasta llegar al ciudadano medio. En el sector de la inteligencia
artificial, el grueso de los costes de mano de obra corresponde a los sueldos de
los ingenieros de postín –que no se cuentan por millones, sino por unos pocos
centenares– y a los innumerables trabajadores subcontratados que por muy
poco dinero trabajan de lo lindo para entrenar a los algoritmos. En su mayor
parte, estos últimos ni siquiera se localizan en Estados Unidos. Así, empresas
keniatas permiten a OpenAI evitar que ChatGPT, su popular chatbot, no
sugiera contenidos obscenos.

“Neoliberalismo militar”

El rendimiento económico de la computación en la nube también está por


demostrarse. Construir clústers de servidores (data centers) es increíblemente
caro y se traduce principalmente en un alza brusca de los precios en el sector
inmobiliario. En cuanto a los costes medioambientales de todas estas
tecnologías, están lejos de ser insignificantes. En otras palabras: el efecto
multiplicador de esta lluvia de dólares puede que solo sea una ilusión.

Lo que señalará la Guerra Fría 2.0 no será tanto el regreso del keynesianismo
militar como, tal vez, el advenimiento del “neoliberalismo militar”: un extraño
régimen en el cual el continuo aumento del gasto público dedicado a la
inteligencia artificial y a la computación en la nube ahondará las desigualdades
y enriquecerá a los accionistas de los mastodontes del sector tecnológico.

En estas condiciones, nada tiene de extraño que tantos de ellos se sientan


deseosos de recomenzar la guerra fría. Y nadie se ha afanado más en ­definir el
nuevo consenso que Eric Schmidt (4). El antiguo patrón de ­Google, con sus
cerca de 20.000 millones de dólares de patrimonio, no ha vuelto a dejar los
cenáculos de Washington desde su campaña por ­Barack Obama en 2008. Entre
2016 y 2020 se puso a la cabeza de un comité del Pentágono, el Consejo de
Innovación de Defensa (BID, por sus siglas en inglés), un cargo que le ha
llevado a visitar un centenar de bases ­militares estadounidenses por todo el
mundo antes de ocupar, sin solución de continuidad, la presidencia de la
NSCAI. Desde hace poco, también pertenece a la Comisión de Seguridad
Nacional ­sobre las Nuevas Biotecnologías (NSCEB, por sus siglas en inglés).

Son tantas las teclas que toca Eric Schmidt que uno acaba por perder la cuenta.
Tiene, por ejemplo, su fondo de capital riesgo Innovation Endeavors, que
brinda una generosa financiación a empresas de nueva creación especializadas
en inteligencia artificial militar, como Rebellion (5). Dicho de otro modo:
mientras él y sus socios invertían más de 2000 millones de dólares en empresas
de inteligencia artificial, Schmidt) dirigía los trabajos de una comisión
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gubernamental que recomendaba entregar más dinero público a esas mismas
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empresas. Algo que ayuda a entender lo que se oculta tras sus alegatos
públicos.

De hecho, la senadora estadounidense Elizabeth Warren, fiel a su ­papel de


agitadora, ha pedido al Pentágono que proporcione aclaraciones sobre la
naturaleza de las relaciones de Schmidt con el Gobierno de Estados Unidos,
dando a entender que el Departamento de Defensa tal vez hubiera “faltado a la
protección del interés público” al otorgarle una influencia hasta tal punto
desproporcionada. Su entrada en la comisión sobre biotecnologías mientras
invertía en ese mismo sector –a través de otro fondo de capital riesgo– también
hizo que se enarcara más de una ceja (6).

Por si fuera poco, está Schmidt Futures, una fundación filantrópica que, cuando
se mira más de cerca, ­resulta ser en realidad una empresa con ánimo de lucro.
Recientemente dio que hablar cuando se descubrió que financiaba los sueldos
de más de una veintena de trabajadores del Gobierno estadounidense, incluidos
los de cargos vinculados a la definición de ­estrategias sobre inteligencia
artificial y la regulación del sector tecnológico (7). Eric Schmidt (e
indirectamente Schmidt Futures) llegaron incluso a ayudar a Craig Martell a
convertirse en el señor IA del Pentágono.

Nuestro nuevo Voltaire

¿Cómo es que una empresa privada puede pagar los sueldos de funcionarios
gubernamentales? Gracias a un agujero legal: están autorizadas a hacerlo
algunas organizaciones sin ánimo de lucro que, en cuanto tales, pueden recibir
dinero procedente de empresas privadas. En el caso que nos ocupa, la entidad
intermediaria es la Federación de Científicos Estadounidenses, un laboratorio
de ideas bien conocido cuyos orígenes se remontan al proyecto Manhattan. Su
actual presidente es un tal Gilman Louie, el hombre que llevó el Tetris a la
gloria.

La jugada más astuta de Eric Schmidt en su operación de comunicación en


favor de la guerra fría ha sido unir a su causa a Henry Kissinger, una
personalidad de la que se conoce su escasa inclinación a rehuir la compañía de
los millonarios. Puede que se deba a la influencia schmidtiana, pero el caso es
que Kissinger, hoy centenario, se expresa sobre la inteligencia artificial como
un chaval de 19 años describiría su primer viaje lisérgico: “Creo que las
empresas tecnológicas han abierto el camino a una nueva era de la conciencia
humana –declaró recientemente en una entrevista, antes de establecer un
paralelo histórico–: [es como] lo que hicieron las generaciones del Siglo de las
Luces cuando abandonaron la religión por la razón” (8). Habrá que concluir, por
tanto, que Eric Schmidt es nuestro nuevo Voltaire.

En 2021, Schmidt y Kissinger publicaron, con la ayuda de una tercera pluma, un


libro-manifiesto dedicado a la nueva era (9). En él escriben que las situaciones
“profundamente desestabilizadores” que puede generar la guerra de la
inteligencia artificial son comparables a las “creadas por las armas nucleares”.
“¿Debemos esperar a que unos terroristas ultimen ataques usando la
inteligencia artificial? ¿Serán capaces de hacer creer que surgen de Estados o de
otros actores?”. Los autores no responden a estas preguntas, limitándose a
reiterar los manidos argumentos sobre lo inevitable de un “ciber-11 de
septiembre”: el grito de guerra del que tantos contratistas de defensa se han
valido paraLibrería
recabarDesconectarse* )
fondos públicos. Un discurso alarmista que los llevaba a una
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conclusión lógica: el mundo necesita un “control de armas aplicado a la
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inteligencia artificial”. Y eso es todo. El libro no entra en mayores detalles,
prefiriendo las generalidades al análisis.

Eric Schmidt está tan resuelto a sacar provecho de lo que queda de la


reputación del antiguo secretario de Estado que, ese mismo año, fundó el
Special Competitive Studies Project (SCSP), un laboratorio de ideas dedicado a
la inteligencia artificial calcado de una iniciativa puesta en marcha por
Kissinger a finales de la década de 1950, en lo más enconado de la Guerra Fría.
Por aquel entonces, Kissinger estaba lejos de abogar por clase alguna de control
de armas, sino que más bien consideraba que un conflicto nuclear limitado con
la Unión ­Soviética era prácticamente ineluctable… y que probablemente sería
bueno para Estados Unidos.

Pese al lugar que ocupa la idea del “control de armas” en el libro de Schmidt y
Kissinger, el SCSP ha tomado una dirección diametralmente opuesta, cosa que
ilustra su promoción de una estrategia vendida bajo el subyugante nombre de
Offset-X.

Durante la primera Guerra Fría, las llamadas estrategias defensivas de


“compensación” (offset) consistieron en apoyarse sobre las últimas tecnologías
disponibles por entonces ­–armas nucleares tácticas con sensores
aerotransportados– para compensar la ­inferioridad numérica estadounidense
frente a los carros de combate, aviones y soldados soviéticos. Desde mediados
de la década de 1940 se ­definieron tres estrategias, cada una de las cuales se
apoyaba en postulados distintos.

El que sustenta a Offset-X consiste en que, en caso de guerra entre ­China y


Estados Unidos, el Ejército Popular de Liberación (EPL) chino arremetería
contra las redes estadounidenses, de modo que el país debe estar preparado
para algo así. Un reciente informe del SCSP precisa que “el resultado de una
supuesta guerra contra el EPL dependerá más que nunca de la superioridad y la
resiliencia de nuestros sensores, redes, ­programas informáticos, interfaces
humano-máquina, nuestra logística y, por encima de todo, de los sistemas que
los conectan o los hacen funcionar todos juntos” (10). Lo menos que puede
decirse es que no se parece gran cosa a un control de armas.

Para los no iniciados, semejante perspectiva puede parecer aterradora, pero


estas líneas habrían hecho bostezar de aburrimiento a cualquiera que haya
participado en las decisiones del Pentágono durante la última década, ya que lo
único que hacen es retomar las líneas maestras de la tercera estrategia Offset,
desplegada entre 2014 y 2018 y dirigida principalmente por el secretario
adjunto de Defensa de entonces, Robert Work, quien no por casualidad ha
vuelto a asomar cabeza en el Consejo Consultivo del SCSP.

Los informes del SCSP no están dirigidos a los militares, sino al gran público. Es
a él a quien hay que convencer de la necesidad de incrementar los fondos que
Defensa dedica a la inteligencia artificial. Para ello, hay que demostrarle, por un
lado, que China está ganando la carrera por la supremacía en esta tecnología
punta, y por otro, que esa victoria supondría una derrota militar para Estados
Unidos. De momento, la segunda hipótesis pertenece a la ciencia ficción, pero
¿es siquiera exacto afirmar que China está tan cerca de ganar la susodicho
carrera? Antes al contrario, todo parece indicar que está todavía a leguas de
lograrlo (11), a juzgar por su incapacidad para ultimar un competidor creíble a
ChatGPT: a la catastrófica presentación que hizo Baidu de su Ernie Bot le siguió
un desplome de la cotización de sus acciones.
)
Estrangulamiento del rival chino
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El liderazgo de Silicon Valley en los grandes modelos de lenguaje (large
language models), es decir, las técnicas de aprendizaje profundo usadas por
ChatGPT, deriva en parte de la hegemonía cultural de Estados Unidos. Si
OpenAI domina hasta tal punto la competición es sobre todo porque puede
entrenar su modelo a partir de un gigantesco corpus de textos en ­inglés, de los
que internet rebosa. En mandarín, se encuentran muchos menos contenidos.

A quien ya le alarmaba el imperialismo cultural estadounidense, ChatGPT le da


nuevos motivos para preocuparse, ya que bien puede imponerse como el
recurso por defecto para responder a todas las preguntas del mundo, para
colmo dando las respuestas más insípidas y más políticamente correctas que
existen. ­Todos corremos el peligro de convertirnos en prisioneros de las guerras
culturales de Estados Unidos.

Al margen del factor concreto de los modelos de lenguaje, podría no obstante


pensarse que el progreso tecnológico de China avanza a buen paso. Según un
estudio publicado por un importante laboratorio de ideas australiano, el país
asiático estaría a la cabeza en 37 de 44 tecnologías esenciales, una lista que
incluye sectores tan variados como la defensa, el espacio, la robótica, la energía,
el medioambiente, las biotecnologías, la inteligencia artificial, los materiales
avanzados y las tecnologías cuánticas clave (12).

El problema de las evaluaciones de este tipo es que se basan a menudo –y de


manera excesiva– en criterios como los rendimientos relativos de las
instituciones universitarias, la cantidad de publicaciones o el número de
investigadores titulados. Todo ello puede servir de indicador para identificar
una posición dominante en un sector dado, pero todos esos trabajos de
investigación de nada valen sin la facultad de poner en práctica sus
conclusiones.

Y es ahí donde dan sus frutos los esfuerzos de Washington para atajar el
ascenso de China, ya se trate de acabar con el dominio de Huawei sobre la
tecnología 5G o de impedir que Pekín llegue a ser autosuficiente en la
fabricación de microchips avanzados.

En este punto no siempre están de acuerdo las empresas tecnológicas y los


contratistas del Ejército. La mayor parte de las primeras desea conservar su
acceso al mercado civil chino, aunque solo sea por su volumen, y en
consecuencia se oponen ferozmente a una guerra fría total. Los segundos no
experimentan estas ataduras, ya que por lo general no están ligados por
contratos civiles y colaborar con el Ejército chino es pensar en lo excusado, por
lo que supone de romper su asociación con el Pentágono. Ellos sí quieren la
Guerra Fría 2.0, y la quieren ahora. Por lo demás, algunos no tendrían
inconveniente en que se transformara en una guerra caliente.

La política de la Administración de Biden, basada en un paciente pero fructífero


estrangulamiento del rival chino, refleja el difícil compromiso entre ambos
bandos. Washington trata de convencer a aliados como los Países Bajos, Corea
del Sur y Japón para que dejen de vender sus tecnologías esenciales a China.
También recurre a herramientas jurídicas heredadas de la Guerra Fría, como la
llamada Foreign Direct Product Rule, que permite prohibir a empresas
extranjeras que exporten a China productos fabricados por medio de una
tecnología estadounidense.
La idea consiste )
en engrosar el costo del desarrollo de la inteligencia artificial,
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pero sin volverlo prohibitivo, de modo que las aspiraciones de China a la
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autonomía tecnológica puedan traducirse en beneficios para las firmas
estadounidenses. Además, al ralentizar los avances de Pekín, las medidas de
Biden permiten que Estados Unidos gane tiempo para solventar sus propios
problemas en cuanto a la inteligencia artificial (en su mayor parte relacionados
con el hecho de que tienen demasiados huevos metidos en la cesta de los
microchips taiwaneses). En Washington, al menos, ya nadie oculta que el
objetivo declarado es mantener a China en una situación de dependencia y
aprovecharse de ello, una actitud que en su día denunciaron teóricos de la
dependencia como André Gunder Frank o Ruy Mauro Marini.

Lo que se desconoce sigue siendo la capacidad de Pekín para ponerse a la


cabeza de una coalición internacional –de la forma que sea– con el fin de
promover sus intereses. Y es que Washington, por su parte, no actúa solo:
explota o dirige varias iniciativas internacionales como la Global Partnership
for Artificial Intelligence (Alianza Global sobre ­Inteligencia ­Artificial, GPAI). El
AFF de Eric Schmidt anunció recientemente la creación de un fondo conjunto
con India, Japón y Australia bajo los auspicios del Quadrilateral Security
Dialogue (Diálogo de Seguridad Cuadrilateral, QUAD), una agrupación de
defensa de los tres países referidos junto con Washington dirigido a contener
los afanes chinos.

La mayor parte de estas operaciones se realizan bajo la bandera de la


democracia y la paz en el mundo, por más que sea al precio de inflar los
presupuestos militares y de un creciente enriquecimiento de las empresas
tecnológicas y sus accionistas.

En medio de toda esta agitación, Europa brilla por su ausencia. La razón es


obvia: en lo militar, va a rebufo de Estados Unidos. Cuando se producen
cambios, su alcance es, por regla general, mínimo. Como cuando la
Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN) anunció la elección de
los Países Bajos para que acogieran la sociedad de gestión de su nuevo fondo de
innovación, dotado de 1000 millones de euros: mera calderilla, dada la escala de
lo que está en juego. Aunque la guerra en Ucrania ha llevado a los países
europeos a aumentar sus gastos militares, hay razones para apostar que serán
empresas estadounidenses como Palantir, dirigida por Peter Thiel, las que se
llevarán la parte del león de este nuevo maná de la inteligencia artificial.

En el punto en que nos encontramos, el hecho de que los gigantes


estadounidenses todavía no hayan pisado a fondo el acelerador se debe mucho
más a las leyes europeas sobre la ­protección de la vida privada que a ­políticas
públicas activas. Aunque ChatGPT haya sido prohibido en Italia y un tribunal
alemán haya juzgado inconstitucional que la Policía use el programa de análisis
de datos de Palantir para evitar los crímenes antes de que se cometan, nadie
sabe cuánto tiempo aguantarán estos diques.

Si hemos de dar crédito a recientes declaraciones ampliamente reproducidas


por la prensa, la retórica de Washington sobre la Guerra Fría 2.0 está
encontrando un eco favorable entre algunos miembros de la Comisión Europea.
Cabe suponer que ello conllevará una degradación de las relaciones entre la
Unión Europea y China, a la vez que empujará aún más a la primera a los
brazos de la industria tecnológica estadounidense. Aunque es evidente que
Bruselas daría pruebas de mayor sensatez si en esta competición jugara a dos
bandas, como trató de hacer en el pasado a propósito de otros asuntos.
En 2014, laLibrería
politóloga Linda Weiss ) afirmó que el liderazgo tecnológico de
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Estados Unidos debía más a los esfuerzos de la industria de defensa que a los de
  
Silicon Valley (13). La autora apuntaba que, privado del rival de la Guerra Fría,
el Pentágono había perdido su capacidad para producir innovaciones
revolucionarias, e incluso se preguntaba “por qué China no se había convertido
todavía en un motor de innovación que le hiciera la competencia, al modo de la
Unión Soviética o Japón”. Era solo cuestión de tiempo.

En aquel entonces, Weiss consideraba que, si quería seguir estando a la cabeza


de la carrera tecnológica, Estados Unidos debía superar su ­obsesión por lo que
ella llamaba “financierismo”: dejar a un lado los intereses de Wall Street y
concentrarse en la reconstrucción de su industria. Naturalmente, la obsesión
por las finanzas nunca ha disminuido, pero ha surgido un fenómeno mucho
más ­extraño. Pese a que, efectivamente, asistimos a un comienzo de
relocalización de la producción de microchips, aún es imposible saber si
Estados Unidos se reencarnará en ­líder mundial del sector.

Contra todo pronóstico, acaso no haya sido tanto el paso a un segundo plano de
Wall Street como el ascenso de un Silicon Valley decidido a capitalizar la ola de
la inteligencia artificial lo que ha arrancado a Estados Unidos de su
somnolencia, erigiendo al mismo tiempo a China a rival estratégico, como
antaño lo fuera la Unión Soviética.

¿Y si todo esto hubiera empezado con el Tetris? Comienza la nueva Guerra Fría.
O casi.

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(1) La inverosímil historia de este juego se cuenta en Tetris, una película de


AppleTV+ (2023). The Tetris Effect, de Dan Ackerman (Public Affairs, Nueva
York, 2016), sigue siendo un libro indispensable sobre el tema.

(2) Eric Schmidt e Yll Bajraktari, “America could lose the tech contest with
China”, Foreign Affairs, Nueva York, 8 de septiembre de 2022. Yll Bajraktari
es el presidente y director ejecutivo de SCSP, el laboratorio de ideas de Eric
Schmidt dedicado a la inteligencia artificial.

(3) Mark Pomerleau, “Pentagon awards AWS, Google, Microsoft and Oracle


spots on $9B joint warfighting cloud capability solicitation”, DefenseScoop,
7 de diciembre de 2022, https://defensescoop.com

(4) Cf. Kate Kaye, “Inside Eric Schmidt’s push to profit from an AI cold war with
China”, Protocol, 31 de octubre de 2022, www.protocol.com

(5) Jonathan Guyer, “Inside the chaos at Washington’s most connected military


tech startup”, Vox, 14 de diciembre de 2022, www.vox.com

(6) CNBC.com, 13 de diciembre de 2022.

(7) Véase Alex Thompson, “Ex-Google boss helps fund dozens of jobs in Biden’s
administration”, Politico, 22 de diciembre de 2022, www.politico.com

(8) Time, Nueva York, 5 de noviembre de 2021.

(9) Henry A. Kissinger, Eric Schmidt y Daniel Huttenlocher, The Age of AI And


Our ­Human Future, Little, Brown and Company, Nueva York, 2021.
(10) “The Future of Conflict and) the New Requirements of Defense. Interim
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Panel Report”, Special Competitive Studies Project, octubre de 2022,   
www.scsp.ai

(11) Véase Gabrielle Chou, “¿Está perdiendo China la batalla de la inteligencia


artificial?”, Le Monde diplomatique en español, abril de 2023.

(12) Jamie Gaida, Jennifer Wong Leung, Stephan Robin y Danielle Cave, “ASPI’s
Critical Technology Tracker: The global race for future power”, Australian
Strategic Policy Institute, 2 de marzo de 2023, https://www.aspi.org.au

(13) Linda Weiss, America Inc.? Innovation and Enterprise in the National


Security State, Cornell University Press, Ithaca, 2014.

Evgeny Morozov
Fundador y editor del portal de Internet The
Syllabus (https://the-syllabus.com), plataforma
de contenidos sin fines lucrativos. The
Santiago Boys, su podcast sobre el legado
tecnológico de Salvador Allende estará
disponiblen en el verano de 2023. Autor de La
locura del solucionismo tecnológico, Katz-Clave
intelectual, 2015.

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