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En vista de lo que es tal vez su temática más frecuente -la actividad mental racional y
consciente de quienes son más autoconscientes y racionales en cualquier sociedad- podría
asumirse que, en un cierto nivel explicativo, la historia intelectual debería ser una cuestión
relativamente directa. A excepción tal vez de poetas y místicos, la pregunta en torno de lo que
el hombre dice -en especial el científico- no debería ser tan difícil de responder.
Desdichadamente, hay muchas razones por las que esto no es así. Una de las más obvias la
constituyen las barreras que separan al historiador de las ideas y los contenidos del
pensamiento de un hombre: problemas de lenguaje, de competencia técnica, de contexto
cultural y de perspectiva temporal. Además de estas barreras entre lector y significado, un
conjunto de factores propios del pensamiento de un hombre obstaculiza la explicación:
contradicción, confusión, oscuridad así como su desarrollo en el tiempo. Pero más allá de estas
dificultades, existe otra que sugiere una analogía entre pensamiento individual y los procesos y
patrones de la cultura misma: no puede siempre asumirse que el contenido y la dirección
históricamente significativos del pensamiento de un hombre hayan sido plenamente
conscientes para él.
No es simplemente que las preguntas que él se formuló no sean nuestras propias
preguntas ni que ya no podamos recordar las alternativas que él procuró excluir en sus
respuestas. La “transformación-con-preservación paradójica” planteada por el Profesor
Levenson puede haber operado en su propio pensamiento, de modo que sus interrogantes,
alternativas y respuestas pueden haberse modificado con el tiempo sin haber sido él consciente
de ello. Más aun, de este proceso pueden haber surgido -si se trata de alguien cercano a nuestro
tiempo- los supuestos que son hoy nuestros supuestos, sin que él tomara conciencia de este
cambio.
En el caso de Franz Boas, todo esto se complica aun más debido a dos características
adicionales de su pensamiento en general. De un lado está su método de composición, por el
cual unía trozos de materiales publicados previamente, reestructurándolos, añadiéndoles,
Alemania. Tampoco pretendo sugerir que las raíces del determinismo cultural y del relativismo
cultural deben sólo buscarse en la obra de Boas. Más allá de manifestaciones más tempranas,
basta con destacar que en ese tiempo la determinación cultural y social del comportamiento
individual era materia de preocupación entre pensadores de toda la gama de las ciencias
sociales, independientemente de la terminología empleada. De manera similar, el relativismo
era un problema para numerosas mentes de pensadores, con frecuencia en un nivel de mucha
mayor sofisticación filosófica que el de Boas. Pero concediendo que el desarrollo que he de
abordar debiera ser pensado en términos de “germinación y crecimiento” de ciertas tendencias
generales dentro de la mente individual, sostengo empero que Boas contribuyó mucho más a
su desarrollo que lo que ha sido reconocido hasta el momento tanto por los historiadores como
por los historiadores de las ideas.
He agregado un número significativo de materiales nuevos a la versión previamente
publicada Aun así, no ha sido posible abordar aquí todos los aspectos del pensamiento de Boas
sobre la cultura o todos los modos en que tal pensamiento impactó hacia atrás sobre los
supuestos raciales. Queda mucho por decir sobre el pensamiento de Boas en torno de los
problemas del proceso cultural. Más aun, al enfatizar en la obra de Boas sobre el folklore y su
crítica del determinismo racial, he dejado de lado otras áreas de su trabajo vinculadas a la
cultura. En sus variados escritos sobre el lenguaje y el arte primitivo, Boas sugirió también
algunas ideas sobre patrones inconscientes en la conformación de los fenómenos culturales y
sobre el origen y el carácter de los sistemas de clasificación cultural. Pero, dado
que he tratado en otro lado algunos aspectos de la significación del pensamiento lingüístico
boasiano y dado también los límites de este ensayo, considero justificado el énfasis actual.3
Los conceptos fundamentales... en cualquiera de las disciplinas de la ciencia quedan
siempre indeterminados en un comienzo y sólo se explican entonces por referencia a un
mundo de fenómenos del cual se derivan; sólo através del progreso del análisis del
material de observación es que pueden aclararse y puede hallarse su significado
consistente.
Sigmund Freud
... esta vinculación con nombres heredados aparece más fuerte tan pronto tomamos en
consideración realidades de un orden menos material.
Esto es a causa de que en tales casos la transformación ocurre demasiado lentamente
como para ser perceptible por los hombres que resultan afectados por ellas. No sienten la
necesidad de modificar su denominación (label), porque se les escapa el cambio del
contenido.
Marc Bloch
grados de la “cultura”; mientras que para la antropológica todos los hombres están igualmente
dotados de “cultura”.
Llevando los usos de la analogía un poco más lejos aún para retornar a los dos proceso
alternativos de definición, podría sugerirse que la “cultura” humanista pone énfasis en el
científico creador, innovador, mientras que la “cultura” antropológica centra en “los nombres
heredados que condicionan el ordenamiento de la experiencia”. Como la mayor parte de las
antítesis planteadas, ésta revela sus límites toda vez que se pone a prueba. En términos
históricos, la “cultura humanista no ha sido tan indiferenciada como se la plantea en este
artículo, en especial en los últimos años, y los antropólogos han abordado la creatividad
humana en términos acumulativos. Sin embargo, es la concepción de los nombres heredados
más que la de la creatividad de individuos la que está en la base de la afirmación de un
prestigioso antropólogo de que la esencia de la idea de cultura es que “el comportamiento
aprendido, socialmente trasmitido y cumulativo a través del tiempo, es fundamental en tanto
determinante del comportamiento humano”.
Sin embargo, al escribir su propia historia, los antropólogos no han sostenido siempre
una postura típicamente antropológica. Por ejemplo, la definición en términos de la
intervención de innovadores creativos es el eje que estructura la revisión de Kroeber y
Kluckhohn acerca del desarrollo del concepto de cultura en antropología. De acuerdo con esta
revisión, el antropólogo inglés E. B. Tylor estableció “deliberadamente” una ciencia “al definir
su objeto” en dos volúmenes publicados como Primitive Culture en 1871, aunque cabe señalar
que el trabajo de clarificación del concepto de cultura a través del “análisis progresivo del
material de observación” se retrasó por más de una generación. Aquí la noción de “nombres
heredados” ingresa en el proceso de la definición fundamentalmente como explicación parcial
de este retraso cultural y como oportunidad para la crítica de la ausencia en los diccionarios de
un uso diferente del humanista durante más de medio siglo.
Yendo más allá de los términos de la famosa definición de Tylor, hemos visto que su
noción de cultura carece de ciertos elementos cruciales en el uso moderno del concepto:
historicidad, pluralidad, integración, determinación de los comportamientos y relatividad. En
este contexto, el retraso de los últimos años del siglo XIX en la clarificación del concepto de
cultura sería no tanto un enigma sino más bien un anacronismo. Kroeber y Kluckhohn no
encontraron ninguna otra definición después de Tylor hasta el año 1903. Pero la idea
antropológica moderna no había surgido aún, entonces el problema del retraso en su
elaboración desaparece. Si buscamos más allá de Tylor entre quienes en esa época podrían
haber aportado a su elaboración, es posible encontrar una evidencia al menos presuntia de la
validez general de esta presuposición. Es en la tradición intelectual germánica que las raíces de
la idea de cultura mezclan de manera inextricable las formas tanto humanistas como
antropológicas. Pero es de hecho en esta tradición en que se encuentra la distinción entre
Kulturvölker y Naturvölker, esto es, la distinción entre pueblos con cultura y pueblos sin
cultura. Y, más aun, fue el destacado antropólogo alemán Rudolf Virchow quien caracterizó la
lucha de Bismarck contra la Iglesia católica como Kulturkampf -una lucha por la cultura- que
para éste significaba lucha de los principios liberales y racionales contra el peso muerto del
tradicionalismo medieval, el oscurantismo y el autoritarismo. La situación de la antropología
de fines del siglo XIX en otras partes fue satisfactoriamente caracterizado por Kroeber y
Kluckhohn como:
“...la perspectiva de la escuela evolucionista, cuya producción se inicia sólo diez años antes de 1871, y de
la cual el mismo Tylor formaba parte… se centraba en los orígenes, los estadios, el progreso y las
supervivencias y en las operaciones espontáneas o racionales de la mente humana. En resumen, los
supuestos tanto como los hallazgos de los “evolucionistas” eran esquemáticos y de allí el desinterés por la
cultura como concepto...”
Aun cuando sería necesario una mayor investigación al respecto sobre la base de la
evidencia disponible, es posible sugerir que el argumento planteado para Tylor puede
generalizarse. Antes de 1900, la “cultura” no había adquirido aún sus connotaciones
antropológicas modernas ni en la tradición germánica ni en la anglo-americana. Ya sea en su
sentido humanista, ya en el evolucionista, se asociaba a la acumulación progresiva de las
manifestaciones características de la creatividad humana: arte, ciencia, conocimientos,
refinamientos -de todo aquello que liberaba al hombre del control por parte de la naturaleza, el
medio, el reflejo, el instinto, el hábito o la costumbre. La “cultura” no se asociaba a tradición -
como limitante, homeostática, como determinante de los comportamientos. En general, estas
connotaciones le fueron asignadas a las ideas de costumbre, instinto o temperamento,
asociadas mayormente a un menor status en la evolución, y argumentadas con frecuencia en
términos raciales. El representante arquetípico de este punto de vista es, como es obvio,
Herbert Spencer, de quien podríamos extraer un sinnúmero de testimonios retratando al
salvaje (seguramente también negro) como imprevisor, impulsivo, incapaz de abstracción,
gobernado por la fijeza del hábito el cual emerge de manera imperceptible a través del tiempo
como instinto racial.
Con estos antecedentes, podemos retornar a Franz Boas. En función de su preocupación
en torno del imaginado retraso cultural, Kroeber y Kluckhohn convirtieron a Boas en una de
sus causas: “contribuyó escasamente de manera directa al esfuerzo de Tylor por aislar y
clarificar el concepto de cultura”; “indirectamente obstaculizó su progreso al desviar la
atención a otros problemas”. La tesis del presente ensayo es que, lejos de obstaculizar el
desarrollo del concepto antropológico de cultura, Boas jugó un rol crucial en su surgimiento.
Diversas cuestiones han oscurecido este rol, entre ellas tal vez el hecho de que Boas no
formulara una definición de cultura para publicación hasta 1930. Pero la razón de más peso
tiene que ver con su status de figura transicional en el desarrollo de un concepto que sólo
gradualmente pudo emerger del condicionamiento de “nombres heredados”, y en el intento
por imponer en esta transición el modelo de desarrollo planteado por Freud en el epígrafe.
controversia con Powell y Mason sobre los principios de ordenamiento de museos. Entonces
Boas defendió la viabilidad de un enfoque empatético holístico de los grupos tribales contra el
comparativismo fragmentario de los evolucionistas, y criticó la “clasificación prematura” de
fenómenos superficialmente similares cuando de hecho podían ser el producto de procesos
históricos bastante diferentes. Como lo sugería el título que daba comienzo al ataque de Boas,
el tema específico subyacente al debate era la explicación de “La ocurrencia de invenciones
similares en áreas muy apartadas”. Como muchos evolucionistas, Mason había ofrecido tres
alternativas. Dos de ellas –la migración de pueblos y la migración de ideas- eran en efecto,
formas de “difusión”. La elección entre éstas y la “invención independiente” era un tema
empírica y teóricamente central para el punto de vista evolucionista. Como ya hemos notado,
los evolucionistas de ningún modo excluían a la difusión de sus teorizaciones. Junto con la raza
servía para explicar los alejamientos de la secuencia evolutiva normal. Pero la invención
independiente era mucho más central a sus propósitos nomotéticos. Prima facie, la ocurrencia
regular, independiente, de la misma idea en circunstancias similares parecía ofrecer una
evidencia directa de que el desarrollo de la razón humana era gobernado por leyes naturales.
Prima facie, la difusión de ideas de una sola fuente ofrecía, en el mejor de los casos, una
evidencia indirecta de tal regularidad, y era mucho más consistente con los tradicionales
relatos bíblicos del desarrollo humano. Sea como fuere, la preocupación de los evolucionistas
con respecto al tema es evidencia de su centralidad teórica, y los evolucionistas tardíos como
Powell y Brinton fueron en ocasiones defensores casi dogmáticos de la invención
independiente. En contraste, Boas, tanto por sus vínculos con la geografía como por su enfoque
histórico, estaba predispuesto a favor de la alternativa difusionista, y su desilusión con el
determinismo geográfico simplemente acentuó esta tendencia: para él, las “circunstancias
similares” elicitadas por la “invención independiente” de los evolucionistas era simple
determinismo geográfico disfrazado.
El problema fue más tajantemente planteado por Boas tras su primer trabajo de campo
en la costa noroccidental. Un año más tarde recordaba que “el problema que tenía en vista... era
estudiar las razones por las cuales tribus de diferentes troncos lingüísticos participaban en una
cultura común. Mi método es investigar las peculiaridades de las tribus individuales, que se
obtienen a través de la comparación del lenguaje, las costumbres y el folklore.” Boas incluía en
esto la finalidad etnológica más tradicional de delinear las relaciones entre varios grupos
tribales. A pesar de este testimonio posterior, su diario de campo del otoño precedente sugería
sin embargo que Boas aún tendía a considerar a estos grupos en términos tradicionales como
comunidades de raza, lengua y cultura. Su meta era clasificatoria en algún sentido, pero era
una clasificación histórica o genética. Boas tenía, sin embargo, un tipo de hipótesis
metodológica que aparentemente había desarrollado en el curso de su trabajo con Bastian: que
la mitología (vista en términos de similitudes de sustancia tanto como repositorio de datos
históricos) podía ser “una herramienta útil para diferenciar y juzgar las relaciones entre tribus”.
Aunque la “confusión de dialectos y lenguas” amenazó con “superarlo” durante los primeros
días, Boas recolectó intensamente mitos y cuentos y en un tiempo muy corto sintió que “esta
masa de historias está comenzando gradualmente a dar frutos porque ahora puedo descubrir
ciertos rasgos característicos de los distintos grupos de gentes”. Sin embargo, la hipótesis de
Boas no estaba completamente preparada para dar cuenta de los resultados que iba a
encontrar. Estaba bastante sorprendido por el hecho de que tribus que eran lingüísticamente
distintas compartieran “tan grande similitud en mitos y creencias” y que tribus con la misma
lengua tuvieran mitologías distintas. De a poco modificó su suposición inicial acerca de la
uniformidad de la cultura del área y llegó a la conclusión de que ella se había desarrollado
desde varios centros diferentes. Todo esto simplemente confirmaba su creencia de que la
“evolución de la cultura de estas tribus” era un problema histórico en el sentido que debía
distinguirse para cada grupo lo que era original y lo que era prestado, tanto en lo que atañe al
folklore y las costumbres como a la lengua.
En su segundo viaje a la Columbia Británica en 1888, Boas procuró limitar su trabajo al
estudio cuidadoso de varias tribus, para considerar su relación en detalle. Pero su amplitud
estaba definida de hecho por los intereses del Comité de la Asociación Británica para el Avance
de la Ciencia, tal como eran interpretados por su agente jefe americano, Horatio Hale, quien
estaba directamente a cargo del trabajo de Boas. Hale empujó a Boas a la investigación
etnográfica general y hacia la antropología física y el estudio de la organización social. El
énfasis en la última reflejaba los intereses teóricos de ese momento de E.B.Tylor, el espíritu
conductor del comité de la Asociación Británica, quien en esa época estaba trabajando en un
artículo “Sobre un método para investigar el desarrollo de instituciones aplicado a las leyes del
matrimonio y descendencia”. En este gran esfuerzo teórico de sus últimos años, Tylor publicó
los resultados de la tabulación de datos del sistema de parentesco de unos 350 grupos.
Notando las “adhesiones” –o la más que casual tendencia de los agregados de costumbres a
ocurrir conjuntamente- Tylor interpretó sus resultados como la prueba de la secuencia
evolucionista uniforme de las formas de matrimonio matrilineal a las formas patrilineales.
Poco después de su retorno de la Columbia Británica en 1888, Boas recibió de Tylor un
resumen de este artículo, que lo impactó fuertemente. De hecho, Tylor había sido estimulado
en parte por la concepción de Bastian acerca de la Gedankenstatistik –un estudio estadístico de
las ideas folk. Boas estaba por supuesto familiarizado con esta noción y también había sido
influenciado por la concepción de Bastian de la “provincia geográfica” como el área de
diferenciación de la Volkergedanken. En este contexto, Boas pensó inmediatamente en aplicar
el método de Tylor a sus propios estudios de folklore, los que hasta este momento habían sido
realizados en términos de un enfoque más bien impresionista respecto de la similitud de los
elementos de los relatos. Tylor proponía un método mucho más rigurosos para abordar el
problema de las relaciones históricas de difusión. El escrito de Tylor debió ejercer un gran
atractivo para un hombre cuyo historicismo holístico coexistía con un comparativismo
elementarista heredado de las ciencias naturales. Por un tiempo, Boas creyó que “todo podría
resolverse por los métodos” implícitos en el artículo de Tylor 20.
Pero si Tylor abrió nuevas perspectivas etnológicas para Boas, éstas eran bastante
diferentes de las que Tylor vio desde su sillón de Oxford. No era sólo que Boas se interesara en
la difusión histórica. Como le indicó a Tylor en una carta de comienzos de 1889, también le
interesaba el problema psicológico de cómo “material foráneo tomado por un grupo (es)
modificado por ideas y costumbres preexistentes”. Al notar que la cuestión traía consigo el
tema de la invención independiente, Boas concluyó con la sugerencia de que “es el signo más
característico de la diversidad de nuestros métodos actuales en la ciencia física y la psicológica
el que en base a los primeros nos inclinemos a derivar formas similares de una fuente original,
mientras que en la ciencia psicológica nos inclinamos a creer que una idea puede desarrollarse
independientemente en diferentes comunidades o individuos.” Boas parece entender por
físicas a las ciencias naturales en general y específicamente a la biología evolucionista; por
psicología, a la etnología evolucionista. De hecho, había puesto el dedo en una discrepancia
fundamental entre los dos. Tal vez por deferencia de Boas hacia el evolucionismo de Tylor,
Boas borró la última frase de la versión final de su carta. Sin embargo, estaba señalando
claramente a las raíces mismas de la etnología evolucionista.
Boas elaboró su nuevo enfoque en varios estudios sobre mito y folklore publicados
entre 1891 y 1896. El problema de la invención independiente y la difusión era particularmente
agudo entre folkloristas. Como antídoto para los ambiciosos esfuerzos de viejos autores
relativos a “trazar las migraciones y afinidades de naciones por semejanzas” de los mitos,
Daniel Brinton –el mayor estudioso de la mitología india americana- había impulsado la teoría
de que estas similitudes eran casi invariablemente el resultado de la tendencia de los salvajes a
inventar explicaciones independientes pero semejantes entre sí acerca de los fenómenos
naturales. El difusionismo, sin embargo, era aún un punto de vista respetable entre los
estudiosos del folklore europeo y estos hombres jugaban un importante papel en la
recientemente formada American Folklore Society, la audiencia a la que Boas dirigió sus más
importantes afirmaciones sobre el tema.
Basado en la tabulación de elementos recortados de los cuentos folklóricos por tribu en
una sola región geográfica, la versión de Boas del método de “adhesiones” de Tylor estableció
dos grandes criterios para determinar cuándo las semejanzas en folklore eran el resultado de la
diseminación más que de la invención. Por una parte, “dondequiera que se encuentre en dos
regiones una historia que consiste en la misma combinación de varios elementos, debemos
concluir que su ocurrencia en ambas se debe a difusión” y cuanto más compleja la historia, más
vigorosamente se aplicaba esta conclusión. Por otra parte, “siempre que encontramos un relato
disperso en un área continua, debemos asumir que se dispersó sobre el territorio desde un solo
centro.” En un artículo posterior, Boas planteó los siguientes corolarios: una disminución
gradual de elementos a través de una región geográfica era “clara e indudable” evidencia de
diseminación, y cuanto mayor el “número de incidentes comunes” era “más intima la relación
de dos tribus”. Aplicando estos criterios a relatos como los del cuervo, la mujer-perro y la bruja
caníbal, Boas argumentó que cada grupo de relatos tenía su “provincia peculiar”; que muchos
mitos llamados “naturales” o “de creación” eran de hecho complejas derivaciones históricas
que combinaban elementos de diversas fuentes; que había habido una extremadamente amplia
difusión de relatos en América del Norte y, además, que “es siempre más probable que las
semejanzas de cultura en nuestro continente se deban a la difusión más que a la invención
independiente”.
Durante esos mismos años, el trabajo de Boas en la costa noroccidental lo había llevado
a conclusiones antievolucionistas similares en relación con otros aspectos de la cultura. Así, su
trabajo sobre arte primitivo lo llevó a concluir que los diseños geométricos se originaban en
otros medios distintos de la convencionalización de formas naturales. De modo semejante, en
el área de la organización social, Boas halló en el Noroeste una complejidad que, a la vez que lo
llevó a una confusión en la interpretación que ha sido tema de reciente crítica, no encajaba en el
panorama evolucionista del desarrollo de tótems, clanes y formas matrimoniales. En especial,
Boas encontró que la mezcla particular de regulaciones de parentesco entre los Kwakiutl era el
resultado de la adaptación por préstamo de “leyes maternas por parte de una tribu que se
encontraba en un estadio paterno” – una conclusión que contradecía directamente la secuencia
evolutiva tradicional de formas maternas a paternas, que Boas mismo había defendido en 1824.
En 1896, Boas unió los hilos de su crítica al evolucionismo en un artículo que leyó para
la American Association for the Advancement of Science en la que Brinton como presidente
había establecido el año anterior una postura extremadamente dogmática a favor de la
invención independiente. Pero si Brinton había provisto un adecuado objetivo polémico, el
análisis de Boas de “Las limitaciones del método comparativo en Antropología” fue de hecho
un ataque a los presupuestos metodológicos de la antropología “moderna” –o evolucionista- en
general.
Concentrándose en las semejanzas de la cultura humana que implicaban la existencia de
leyes del desarrollo humano, la moderna antropología había capturado el interés del público
de un modo que la antigua etnología descriptiva e histórica no había logrado jamás. Hasta
aquí, todo bien. Pero la antropología moderna había ido mucho más lejos. Había asumido que
estas semejanzas eran los productos de las mismas causas psíquicas subyacentes, que eran las
respuestas independientes recurrentes de la mente humana a ambientes similares. Sobre esta
base, se había embarcado en “el esquema más ambicioso de descubrir las leyes y la historia de
la evolución de la sociedad humana” y había continuado hasta sumir a la historia en “un gran
esquema” del desarrollo humano. Sin embargo, si los mismos fenómenos no eran siempre
debidos a la misma causa, entonces la base lógica de todo el enfoque quedaba amputada.
Ofreciendo ejemplos de su propio trabajo, Boas argumentaba que de hecho fenómenos
aparentemente similares podían ser los resultados finales de factores históricos, ambientales y
psicológicos tan complejos y variados que no podía seguir asumiéndose la similitud de sus
causas.
En este contexto, la derivación comparativa de leyes del desarrollo humano permanecía
como meta de la antropología, pero desplazándola a un futuro indefinido. Primero era
necesario realizar “un estudio detallado de las costumbres en sus relaciones con la cultura total
de la tribu” y “en el marco de una investigación de su distribución geográfica entre tribus
vecinas” a los efectos de determinar las “condiciones ambientales”, los “factores psicológicos”
y las “conexiones históricas” que les habían dado forma. Este enfoque no era otro que “el tan
ridiculizado método histórico”. No era, sin embargo, el “viejo” método histórico que hizo
“indiscriminado uso de las similitudes en las culturas para probar la conexión histórica”. Era
un “nuevo” método histórico que, como aquel de sus propios estudios folklóricos, se basaría en
“el estudio cuidadoso y morosamente detallado de los fenómenos locales”, en una “área
geográfica pequeña y bien definida”, con comparaciones limitadas al “área cultural que forma
la base del estudio”. De este estudio surgirían “historias de las culturas de diversas tribus”.
Sólo comparando estas historias individuales de crecimiento se podrían descubrir las “leyes
generales” del desarrollo humano.
Si el trabajo posterior de Boas y sus alumnos no produjo tales “leyes generales del
desarrollo humano”, no hay duda de que la extensión de su crítica a la antropología
evolucionista hizo mucho para dejar su impronta en el siguiente medio siglo de la antropología
americana con una fuerte tendencia antievolucionista. La misma crítica que Boas hizo del
evolucionismo fue objeto de crítica por parte de autores para quienes sus ideas existen no como
historia sino como un tema de disputa teórica recurrente. Se ha sugerido que su “cruzada
antievolucionista” tuvo efectos “excesivamente desafortunados” para la antropología. Sin
aventurar una opinión sobre el tema, vale la pena notar que muchas de estas críticas pierden el
punto de vista histórico. Así, se ha sugerido que Boas no apreció la diferencia entre la “historia
cultural de los pueblos” y la general “evolución de la cultura”. De hecho, la crítica de Boas fue
realizada precisamente sobre esta distinción. Si el punto es que Boas no hizo justicia al
evolucionismo como punto de vista teórico, entonces debería simplemente notarse que él no
estaba atacando al evolucionismo como una abstracción atemporal sino como una abstracción
derivada de un punto particular en el tiempo. El evolucionismo en 1896 ya no era un
innovador y fresco punto de vista, sino que se había endurecido a lo largo de un cuarto de
siglo, prácticamente volviéndose en ocasiones una elaboración rococó. Lo que estaba realmente
en juego no era simplemente la evolución general de la cultura sino la extrapolación de
estadios evolutivos en cualquier área de la vida cultural –las presuntas secuencias de formas de
artes, formas de matrimonio, estadios del desarrollo del mito, religión, etc. Si Boas atacaba un
estereotipo, éste era el producto de un desarrollo histórico tanto como lo era su propio análisis
polémico. Aun Tylor –un evolucionista pero nunca uno dogmático- sintió que el trabajo de
Boas señalaba “una muy necesaria reformulación” en antropología, que requería un “ajuste” en
su “tuerca lógica”.
Por otra parte, se ha dicho que el propio enfoque de Boas no era realmente histórico, ya
que no proporcionó las bases para la reconstrucción de las secuencias reales del desarrollo
histórico. En efecto, esto era difícil de lograr, a menos que se formularan más suposiciones que
las que la propia perspectiva de Boas permite plantear. Todo lo que se podría hacerse es sugerir
la existencia de ciertas relaciones históricas. De todos modos, es cierto que el enfoque de Boas
focalizó la atención en la fundamental historicidad de los fenómenos culturales –en el hecho de
que éstos eran resultado de procesos históricos específicos y complejos- tanto como en los
procesos históricos que los condicionaban. En este aspecto se ubicó en marcado contraste con
los evolucionistas. Algunos autores han notado la ocurrencia del término “aculturación” en
1895 como evidencia del moderno pensamiento antropológico. Pero para W.J.McGee, el punto
crucial era distinguir cuatro estadios de aculturación –marcial, marital, comercial y educacional
correspondientes con los estadios evolutivos generales de salvajismo, barbarie, civilización e
ilustración, y evidenciando el progreso general de la humanidad. Para Boas, la aculturación
tenía que ver con el proceso de diseminación de elementos culturales, con las condiciones que
gobernaban “la selección de material extraño encarnado en la cultura del pueblo, y la
transformación mutua de la antigua cultura y el material recientemente adquirido”. No es
necesario decir que es en el último aspecto, no en el primero, que se desarrollaron los
modernos estudios de aculturación.
Pero todo esto no basta para indicar el punto más importante. Leslie White ha sugerido
que Boas estaba tan “obsesionado con los particulares” que “no podía ver las líneas o formas
generales”. White encuentra la clave del trabajo y el pensamiento de Boas en la última
sugerencia de que, una vez que “el orden simple y hermoso” de la etnología evolucionista fue
quebrantado, “el estudioso (quedó) ante la multitud y complejidad de hechos que desmentían
la simetría del edificio que habían erigido laboriosamente“. En esta situación, de acuerdo con
White, Boas se quedó con poco más que el “caos de costumbres y creencias” que encontró en
los datos de sus trabajos de campo. Sin embargo, afirmar esto es descuidar el residuo positivo
de la crítica de Boas al método y la teoría evolucionistas. Es verdad que una vez que el “gran
sistema de evolución de la cultura válido para toda la humanidad” hubo perdido su
plausibilidad, resultaba difícil “reunir en un sistema” la “multiplicidad de líneas convergentes
y divergentes” que se revelaban en su lugar. Pero fue precisamente en el proceso de desviar la
atención hacia estas líneas divergentes, de focalizar no en “las características comunes a todo el
pensamiento humano” sino en sus “diferencias”, de reconocer que “antes de buscar lo que es
común a toda la cultura, debemos analizar cada cultura”, fue entonces que la “cultura”
individual de los evolucionistas devino en el plural “culturas” del moderno antropólogo.
Más aun, esta pluralidad cultural históricamente condicionada tuvo importantes
consecuencias en lo relativo al problema de la capacidad racial. Aun cuando los últimos
progresos del pensamiento de Boas sobre el tema serán tratados más adelante, vale la pena
destacar aquí algunas puntos que Boas esbozó hacia 1894, en el contexto del desarrollo de su
crítica al evolucionismo. Debido a la extendida difusión de los elementos culturales, ninguna
de las tempranas civilizaciones de la humanidad podía ser considerada “el producto del genio
de un solo pueblo”. ”Innumerables pruebas han aparecido mostrando que las ideas se han
diseminado a medida que la gente se ponía en contacto entre sí y ni la raza, ni la lengua, ni la
distancia limitan su difusión.” El factor crucial eran las condiciones específicas para el contacto
cultural: los negros africanos habían tomado mucho de los árabes en la Edad Media y muy
poco de la cultura de la Europa moderna. En síntesis, Boas señalaba que la civilización europea
había interrumpido los promisorios comienzos de civilización en otras áreas y creía que el más
temprano logro de la civilización en Europa, visto en una perspectiva milenaria, no era más
que una ocurrencia histórica azarosa. “Brevemente, los eventos históricos parecen haber sido
mucho más potentes que las facultades en llevar a las razas a la civilización, y se sigue de ello
que los logros de las razas no nos permiten asumir que una raza esté mejor dotada que otra”.
Hasta aquí hemos trazado el desarrollo de la crítica de Boas al evolucionismo y
señalamos que – además de sus consecuencias para el pensamiento racial- esta crítica dejó
como residuo positivo un concepto de pluralidad de culturas históricamente condicionadas en
lugar de una sola secuencia de estadios evolutivos. En este punto es necesario afrontar una de
las antinomias subyacentes al pensamiento de Boas. En un sentido, esta pluralidad siempre
había estado allí para el cosmógrafo romántico que podía percibir la unidad subjetiva de cada
grupo tribal. Pero si la crítica de Boas al evolucionismo estaba condicionada por la percepción
del todo del cosmógrafo, paradójicamente su formulación la efectuaba desde el punto de vista
de un científico natural, mediante la aplicación de criterios lógicos y empíricos a la
comparación de los elementos. Boas siguió aproximándose a la cultura en términos de sus
elementos constitutivos. Él simplemente propuso otro método para el estudio de esos
elementos –un método que conduciría a la visión fragmentaria de la cultura que caracterizó a
una importante corriente del pensamiento antropológico norteamericano hasta alrededor de
1930. Pero el hecho de que la noción de pluralidad cultural hubiera sido elaborada mayormente
en el curso del estudio de la difusión histórica de los elementos culturales individuales no
debería oscurecer la continua dualidad en el pensamiento de Boas acerca de la cultura, el cual
es evidente en observaciones que realizó acerca de mitologías tribales en 1898: ”Las mitologías
de las variadas tribus tal como las encontramos hoy no son desarrollos orgánicos, sino que han
aumentado gradualmente y han obtenido su forma presente por adición de material foráneo”.
Pero aunque fuera siempre adoptado a medida, este material foráneo era “adaptado y
cambiado en su forma de acuerdo con el genio del pueblo que lo tomó prestado”. Por una
parte, la cultura era simplemente una aglomeración accidental de elementos individuales. Por
la otra, la cultura era a la vez una totalidad espiritualmente integrada que de algún modo
condicionaba la forma de sus elementos. Este último interés en las culturas como todos y sus
sentidos psicológicos –en los “genios de los pueblos”- habría de tener también importantes
significación de la diferencia de dos onzas en el peso de los cerebros de negros y blancos debía
verse en el contexto de un rango de variación de veinticinco onzas al interior de cada raza.
Luego ofrecía una explicación alternativa en términos culturales para cada diferencia
presumiblemente “racial”. Así, diferencias en los umbrales de dolor podían reflejar una
diferencia en la “concepción del dolor” más que en el “sentido del dolor”. Concluía
argumentando acerca del rol de los factores accidentales o históricos en el desarrollo de la
civilización. Woodworth había realizado su entrenamiento en antropometría y estadística con
Franz Boas, obteniendo de él “algún aprecio por el valor de la antropología para el psicólogo”.
Al año siguiente, 1911, Boas publicó The Mind of Primitive Man, incorporando gran
parte de su discurso de 1894 sobre la capacidad mental racial. Aunque dispersos a lo largo del
libro bajo las variadas categorías de una discusión muy elaborada, se reproducen sin
modificación extensos párrafos del texto de 1894. Su postura básica, escéptica, agnóstica, era
esencialmente la misma, atacando supuestos raciales tradicionales y planteando explicaciones
culturales alternativas. Pero es bastante claro que en el lapso de esos años había cambiado su
estimación en torno de las probabilidades relativas. En parte esto pudo haberse debido a una
acumulación de evidencia negativa. Boas incluía la conclusión de Franklin Mall de que no
había evidencia de diferencia racial en la estructura cerebral “que resistiera una crítica seria”.
También el “elaborado intento” de Karl Pearson de investigar la relación entre inteligencia y
forma de la cabeza había llevado a éste a concluir que “la búsqueda de la prueba” debería
ahora “dejarse a aquellos que a priori consideran tal asociación como probable”. Se incluía
también el argumento del amigo de Boas, Donaldson, pero desde un punto de vista
enteramente diferente. Y, en pro de la evidencia anticipada del testeo psicológico, Boas citaba a
Rivers y Woodworth, para sugerir que “al día de hoy los resultados son, en general, no muy
favorables a la teoría de la ocurrencia de diferencias fundamentales entre las diferentes razas”.
Pero el cambio en la estimación de probabilidades de Boas no fue debido sólo al carácter
negativo de la evidencia reciente. Al contrario, el hecho de que la evidencia fuera negativa se
debía mayormente a que había sido objeto del mismo tipo de crítica escéptica que Boas había
empleado en 1894. El cambio tuvo lugar especialmente porque Boas había elaborado en los
años subsiguientes la explicación alternativa de las diferencias mentales en términos de
determinismo cultural.
Ya en 1894 Boas había atacado las generalizaciones de Spencer acerca de la mentalidad
primitiva sobre la base de su propia experiencia en el campo. ¿No es que Spencer adjudica al
salvaje desatención y lo documenta con un diario de viajes? Boas ofrece, en cambio, su propia
experiencia de campo con la misma tribu: los kwakiutl de la Isla de Vancouver. Para un
kwakiutl, la mayoría de las preguntas realizadas por viajeros informales le parecían “triviales”
y pronto se cansaba de la conversación que se realizaba en un idioma foráneo. Pero una vez
despierto su interés, era Boas quien siempre estaba “cansado primero”. La prueba suprema era
por supuesto el potlach, en el cual el kwakiutl, “con gran visión y constante aplicación” y “sin
diversidad de las culturas que proveen el material con el cual la mente opera” más que el
reflejo de una “diferencia fundamental en la organización mental”.
En su argumento contra las diferencias mentales debidas a la raza, el punto de partida
de Boas era que la mente de los primitivos de piel oscura compartía con la de los europeos de
piel blanca todos los poderes mentales característicos: abstracción, inhibición y elección. Pero
esto su vez se vinculaba a la demostración de que estos poderes estaban determinados en todas
las etapas del desarrollo cultural por el cuerpo de costumbres y materiales tradicionales
transmitidos de una generación a la siguiente. El efecto general del argumento de Boas fue
mostrar que la conducta de todos los hombres, sin distinción de raza o estadio cultural, estaba
determinada por un cuerpo tradicional de patrones de conducta trasmitidos a través de lo que
llamaríamos hoy el proceso endoculturativo y sostenido por racionalizaciónes secundarias
teñidas éticamente –en otras palabras, por las culturas particulares en las que éstos vivían.
Este mismo problema puede analizarse considerando las ideas boasianas de “cultura”
tanto desde el punto de vista de su contenido como de su dinámica. Había ciertas
ambigüedades en la concepción boasiana inicial sobre el “contenido de la cultura”. Se ha
destacado que en su trabajo etnográfico se reflejaba una definición “muy estricta” de la cultura
ya que “ni registraba ni hacía registrar los comportamientos informales, distinguiendo a éstos
de los asuntos formales, públicos, los mitos, las historias familiares y otros materiales
culturales”. Históricamente, esta “severidad” refleja sin duda el hecho de que la idea de cultura
que Boas tenía entonces estaba aún bastante próxima a sus raíces humanistas. Por otra parte, en
sus primeros trabajos, su idea de cultura compartía con el uso evolucionista de Tylor y la
psicología folk alemana una inclusividad más amplia que la de la tradición humanista, a pesar
de que esta inclusividad aún tendía a ser presentada en términos jerárquicos de desarrollo. De
este modo, buscaba los gérmenes del desarrollo de la cultura entre los primitivos y les hallaba
en la lengua, el conocimiento, el arte, las habilidades, las costumbres, los relatos folk y la
mitología. Todos estos aspectos son desde el comienzo y por principio incluidos en la “cultura”
de los grupos primitivos. Al mismo tiempo, no todos tenían igual peso en su pensamiento o
práctica antropológica. Aunque Boas registró para la British Association detalles de la vida
económica, la organización social y las costumbres relativas al nacimiento, el matrimonio y la
muerte, “su interés primordial era claramente la mitología y el folklore” –los que a los efectos
de la presente discusión pueden ser igualados.
Había una cantidad de razones para el énfasis de Boas en el folklore. Para sus
tempranos intereses geográficos era una fuente de datos de migraciones. Al aproximarse a la
etnología histórica, su importancia aumentó. El folklore era una fuente de información
fácilmente recolectable y fructífera durante “visitas breves” a distintas tribus: revelaba
“costumbres que fácilmente se escapan a la observación, o están extinguidas”, y era “el mejor
medio para trazar la historia de las tribus”. Al mismo tiempo, el énfasis era también una clara
herencia de Bastian, quien desde el principio influyó en la etnología boasiana. La concepción de
variedad de causas históricas que subyacían a las manifestaciones efectivas del totemismo. Así,
Boas subordinaba a la ciencia al mismo proceso que condicionaba el pensamiento primitivo. De
modo más general, la visión de Boas sobre el folklore implicó una visión más amplia de la
creatividad humana, tradicionalmente asociada con la idea de cultura. Para los evolucionistas,
la creatividad cultural estaba expresada en la invención independiente. Para Boas, el hombre
era esencialmente no inventivo, pero su creatividad se expresaba en la manipulación
imaginaria y en la reinterpretación de los elementos que le eran dados por la tradición cultural,
o que tomaba prestados de otras tradiciones culturales.
Una vez más, la significación del pensamiento de Boas en torno del folklore sólo puede
apreciarse cabalmente a la luz de su pensamiento acerca de las diferencias mentales raciales.
Aunque opinaba que los hombres civilizados estaban menos atados a la tradición que los
primitivos, sostuvo, sin embargo, que “remodelar alguna de las líneas fundamentales de
pensamiento y acción que están determinadas por nuestra educación temprana y que forman la
base subconsciente de todas nuestras actividades, no puede hacerse sin mediar un fuerte
compromiso emocional”. Esta tiranía de la costumbre se manifestaba en “la actitud de las
comunidades civilizadas” hacia el arte, la política y la religión, y se extendía incluso a “los
conceptos fundamentales de la ciencia”. La historia del progreso científico ofrecía “ejemplo tras
ejemplo del poder de resistencia” de las ideas antiguas, “aun después de que el conocimiento
del mundo hubiese minado las bases de su formulación”. Además, su “derrocamiento” sólo
podía producirse con el surgimiento de una nueva generación de científicos “para quienes lo
viejo ya querido ni cercano”. Más allá de la ciencia, están “los miles de actividades y modos de
pensar que constituyen nuestra vida cotidiana”. Estas actividades y modos ni siquiera asoman
a nuestra conciencia hasta que no nos “ponemos en contacto con otros modos de vida o se nos
impide actuar según la costumbre”. Tampoco pueden reclamarse para ellos una mayor
racionalidad que modos alternativos de comportarse y pensar. Y aun así, nos adherimos a ellos.
Aprendidos “menos por instrucción que por imitación”, estas costumbres “difícilmente”
resultaban “menos numerosas en la cultura civilizada que en la primitiva”, y con razón:
“porque ellas constituyen el conjunto global de los hábitos afianzados, de acuerdo con los
cuales se llevan a cabo las acciones necesarias para la vida diaria”. En este contexto, el cuerpo
del folklore que era casi todo lo que se le asignaba a los indígenas en términos de la cultura
según el estilo humanista tradicional, servía por analogía para definir el aspecto crucial de la
cultura en todos los niveles del desarrollo humano y en todas sus manifestaciones. Fue en este
contexto que la idea de cultura, que alguna vez connotó todo aquello que liberaba al hombre
del peso ciego de la tradición, se identificaba ahora con esa misma carga, y esa carga pasaba a
ser vista como funcional para la continuidad de la existencia diaria de los individuos en
cualquier cultura y en cualquier nivel de civilización.
Resumiendo hasta aquí, hemos visto cómo la crítica de Boas al evolucionismo puso en
primer plano su visión subyacente de la pluralidad históricamente condicionada de las culturas
Podría también objetarse que el determinismo cultural que he discutido podía existir
aun sin estar asociado con la palabra cultura (o que la idea de pluralidad cultural podría
haberse desarrollado antes de que el término mismo adquiriera su plural). En cierto sentido
esto es cierto. La idea de que el comportamiento humano está condicionado por la tradición
histórica de la que surge, difícilmente puede presentarse como una innovación respecto de
fines del siglo diecinueve. Tampoco era sólo la antropología la que planteaba que el
comportamiento humano esta sometido a un orden determinista. Pero aun asumiéndolo, sigue
siendo verdad que la vinculación específica de la idea de determinismo de los
comportamientos con la idea de cultura (al igual que el reconocimiento de la pluralidad
cultural) no sólo simbolizó sino también facilitó un gran cambio en nuestro modo de pensar la
humanidad. Que pensadores de otras áreas estuvieran implicados en este proceso simplemente
destaca su magnitud. Concentrándonos sólo en aquellos aspectos del cambio que tienen que
ver específicamente con la idea de cultura, se podría decir que implicó el rechazo de modelos
simplistas de determinación biológica o racial, el rechazo de estándares etnocéntricos de
valoración cultural y una nueva apreciación del rol de los procesos sociales inconscientes en la
determinación del comportamiento humano. Implicó una concepción del hombre no tanto
como ser racional sino como racionalizador. Tomando un poco laxamente el lenguaje de
Thomas Kuhn, podría decirse que este cambio, tomado como un todo, fue una parte crucial de
la emergencia del “paradigma” científico social moderno para el estudio de la humanidad. La
idea de cultura, con un sentido radicalmente distinto, es el elemento central de este paradigma,
y además gran parte de la ciencia social del siglo veinte puede ser considerada como la
elaboración más detallada de la idea de cultura. Aun cuando la idea antropológica de cultura
lleva consigo el elemento de creatividad humana que es parte de la herencia de su nombre, el
contexto de esta creatividad nunca volverá a ser el mismo que era para E. B. Tylor.
Habiendo mencionado a Kuhn, quisiera ahora introducir una cita de su Structure of
Scientific Revolutions; podría haber servido como tercer epígrafe para este ensayo, pero puede
en vez servir como el texto para su peroración. Creo que provee un marco que puede
acompañar los epígrafes de Freud y Bloch, introduciendo tanto el elemento de creatividad
humana como el de condicionamiento por la tradición cultural:
“Las definiciones verbales como la de Boyle (de un “elemento”) tienen poco contenido
científico cuando se consideran en sí mismas... Los conceptos científicos a los que apuntan
adquieren su significación plena sólo cuando se relacionan, en un texto u otra presentación
sistemática, con otros conceptos científicos... Se sigue de ello que conceptos como el del
elemento puede escasamente ser inventado independientemente del contexto. Más aun, dado
el contexto, rara vez requieren ser inventados porque ya están a mano.”
¿Cuál fue, pues, la función histórica de Boyle en lo que atañe a la parte de su trabajo que
incluye la famosa “definición”? El lideraba una revolución científica que, al cambiar la relación
del “elemento” con la manipulación y la teoría químicas, transformó la noción en una