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EXAMEN DE LENGUA CASTELLANA Y LITERATURA. 2º BACHILLERATO. IES MARIANO JOSÉ DE LARRA.

CONVOCATORIA FINAL

Opción A
LA INCREDULIDAD. Por: Antonio Muñoz Molina

Lo que las personas más o menos normales somos capaces de llegar a creer es tan asombroso como lo que
podemos empeñarnos en no creer o en no aceptar, aunque la evidencia más irrefutable nos salte delante de los
ojos. Cuanto más racional es una idea, más posibilidades hay de que resulte inverosímil, o de que cueste siglos
y sufrimientos enormes su aceptación. Que una cosa sea absurda no suele ser obstáculo para que se convierta
en una verdad establecida. Durante siglos se creyó que las mujeres tenían menos dientes que los hombres, y no
parece que nadie se molestara en la simple refutación de ese disparate, ya que procedía de la autoridad de
Aristóteles. A principios del siglo XX científicos de mucha solvencia aceptaban la patraña de que las inclinaciones
criminales de una persona podían deducirse de ciertas peculiaridades en la curvatura de su cráneo, y otros
demostraban irrebatiblemente que un artefacto más pesado que el aire nunca podría volar. A los primeros
cirujanos que defendieron que había una relación directa entre la limpieza de los instrumentos quirúrgicos y la
supervivencia de los enfermos operados se les tomaba por idiotas o excéntricos, por aquella manía de lavarse las
manos antes de una operación, hervir los bisturís o ponerse mandiles no manchados de sangre.

Por algún motivo, por alguna ley física o psicológica que nadie ha descubierto todavía, las tonterías se difunden
con mayor eficacia y rapidez que las ideas sensatas, quizá porque el cerebro humano no es un buen conductor
de la inteligencia, en el mismo sentido en que la madera o la porcelana no son buenos conductores de la
electricidad. En el reverso de la página del periódico en la que se cuenta algún avance espléndido de la ciencia
vienen anuncios de consultorios de quiromancia o de tarot, y no muy lejos de la sección de meteorología puede
encontrarse la de astrología: en menos de un minuto, y con la misma comodidad, se informa uno de las
predicciones sobre el calor o la lluvia basadas en los datos de un satélite de tecnología prodigiosa y sobre el
porvenir sentimental que las estrellas le reservan a su signo del zodiaco. [...]

Retrospectivamente, lo más increíble es la misma credulidad, la cabezonería obtusa de no querer ver lo que al
cabo del tiempo parece tan claro como para que cualquiera lo hubiese advertido. ¿Cómo es posible que hasta el
principio de los años ochenta no se creyera oficialmente en España que los hombres y las mujeres son iguales
ante la ley, o que durante siglos se creyera que el color un poco más oscuro de la piel de un ser humano
autorizaba a esclavizarlo? Decía Buñuel que después de muerto le gustaría salir de vez en cuando de la tumba
para echarles una ojeada a los periódicos. Quién sabe cuánto durarán todavía algunas creencias bárbaras que
siguen asolando el mundo, que se repiten como verdades indiscutibles en los titulares.

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1. Haga un comentario de texto del fragmento que se propone contestando a las preguntas siguientes: a) enuncie el
tema del texto (0,5 puntos); b) detalle sus características lingüísticas y estilísticas más sobresalientes (1,25 puntos);
c) indique qué tipo de texto es (0,25 puntos).

2. Redacte un resumen del contenido del texto. (1 punto)

3. Elabore un texto argumentativo a favor o en contra de la aportación de conocimiento a que contribuyen las nuevas
tecnlogías. (1,5 puntos).

4. a) Analice sintácticamente: ''Durante siglos se creyó que las mujeres tenían menos dientes que los hombres'. (1,5
puntos)

b) Indique a qué categoría gramatical o clase de palabra pertenece 'cabezonería', analice su estructura morfológica
y señale a qué procedimiento de formación de palabras responde (1 punto).

5. a) La novela española a partir de 1975. Tendencias, autores y obras principales. (2 puntos)

b) Comente los aspectos más relevantes de la obra anterior a 1936 que haya leído en relación con su contexto
histórico y literario. (1 punto)
EXAMEN DE LENGUA CASTELLANA Y LITERATURA. 2º BACHILLERATO. IES MARIANO JOSÉ DE LARRA.

CONVOCATORIA FINAL

Opción B
El País, 20 de enero de 2007

Las palabras

Julio LLamazares

Las palabras las carga el diablo, como las armas. Por eso, desde siempre, el hombre las ha usado con cuidado,
no fueran a explotarle entre las manos. O entre los labios, para ser precisos. Nunca hasta ahora, no obstante,
el miedo a las palabras ha sido tan evidente ni tan exagerado el tacto con el que se utilizan; no sólo entre los
personajes públicos, sino también entre la gente anónima, arrastrada por aquéllos a un lenguaje que no sólo no
es el suyo, sino que muchas veces ni entiende. Lo que provoca situaciones que en ocasiones rozan lo
histriónico, cuando no entran directamente en la condición de humor.

Influenciados por los políticos o contagiados por la estupidez del ambiente, los españoles en general nos hemos
dedicado últimamente a reinventar la lengua de nuestros antepasados, en orden a hacerla presuntamente más
agradable. Así, para no ofender a los diferentes, como se les dice ahora a las minorías, ya sean éstas religiosas
o raciales, hablamos de magrebíes, ciudadanos de color, del Este, subsaharianos (¿los blancos lo son también?) y
hasta de individuos de etnia gitana (así dicen los periódicos, al menos), cuando los así llamados se llaman a sí
mismos normalmente de otra forma, mucho más conocida y natural. Y lo mismo sucede con los maricas, que
ahora se les dice gays, rebajando al parecer de esa manera la presunta carga homófoba social, con los
indocumentados (ahora simplemente sin papeles), los vagabundos (ahora sin techo), los viejos (ahora mayores,
también la tercera edad) y hasta las personas solas (ahora singles, en inglés). Por supuesto, los ciegos son
invidentes, los cojos son minusválidos, los subnormales disminuidos psíquicos, los mongólicos síndromes de Down y
así sucesivamente, en un intento de suavizar sus males por la vía de modificar sus nombres. Noble empeño que
se extiende, sin embargo, a situaciones nada anormales, tales como profesiones (los barrenderos son ahora
empleados de la limpieza, los enfermeros ATS, los vendedores a domicilio comerciales, los policías agentes del
orden público, etcétera) o actividades tan naturales como orinar (hacer pis) o joder (hacer el amor). Como si
nuestros paladares ya no admitieran determinadas palabras fuertes, igual que nuestros estómagos, acostumbrados a
la leche desnatada, ya no digieren la leche pura.

En resumidas cuentas, y tal como están las cosas, lo mejor es no hablar en público y, si uno se ve en la
obligación de hacerlo, utilizar las palabras como hacen todos (y todas, añado al punto): como peligrosas armas
de las que la sociedad sospecha y no como convenciones de un instrumento inocuo y maravilloso, el lenguaje,
que sirve para comunicarnos. O servía, por lo menos, cuando la gente tomaba la leche entera y vivíamos sin
tantos complejos como ahora.

1. Haga un comentario de texto del fragmento que se propone contestando a las preguntas siguientes: a) enuncie el
tema del texto (0,5 puntos); b) detalle sus características lingüísticas y estilísticas más sobresalientes (1,25 puntos);
c) indique qué tipo de texto es (0,25 puntos).
2. Redacte un resumen del contenido del texto. (1 punto)

3. Elabore un texto argumentativo a favor o en contra del lenguaje políticamente correcto. (1,5 puntos).

4. a) Analice sintácticamente: 'Los españoles en general nos hemos dedicado últimamente a reinventar la lengua de
nuestros antepasados, en orden a hacerla presuntamente más agradable'. (1,5 puntos)

b) Indique a qué categoría gramatical o clase de palabra pertenece 'subsaharianos', analice su estructura
morfológica y señale a qué procedimiento de formación de palabras responde (1 punto).

5. a) La lírica española hasta 1936. Tendencias, autores y obras principales. (2 puntos)

b) Comente los aspectos más relevantes de la obra de posguerra que haya leído en relación con su contexto
histórico y literario. (1 punto)

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