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M a r í a L u is a F e m e n ía s

compiladora

PERFILES
DEL FEMINISMO
IBEROAMERICANO

CATáLOGOS
Diseño de tapa: Alejandra Cortez
Diagramación: Oscenter

Primera edición argentina, diciembre de 2002


© 2002, Catálogos S.R.L.
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1225 - Buenos Aires - Argentina
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Queda hecho el depósito que marca la ley 11.723


Impreso en Argentina i Printed in Argentina
Presentación

Hace unos años, a instancias de Arleen Salles, Directora


de la Colección Phiíosophy in Latín America (VIBS-Rodopi)
comencé a trabajar en una compilación que habría de publicarse
en inglés, con trabajos de teóricas feministas de España y de
América Latina. U n poco más tarde y a los efectos de la edición
inglesa com enzó a colaborar conm igo Amy Oliver. La
recolección de los presentes artículos no fue sencilla y creo que
cabe consignar algunos de los inconvenientes que enfrentamos.
El primero se vincula con la dificultad de contar con datos
actualizados para localizar a potenciales autoras. Logrado esto,
los pedidos de trabajos superaban a muchas de las estudiosas,
que se vieron obligadas o bien a desistir o bien a solicitar prórroga
en la entrega del artículo en cuestión, lo que dilató más de lo
estimado en un principió la recepción final de los trabajos. A las
colaboradoras puntuales les ofrecemos nuestras disculpas.
Como con Arleen Salles creimos importante hacer una
convocatoria amplia que incluyera nombres consagrados y
nóbeles, esto resultó en un imprevisto filtro que tanto amedrentó
como desilusionó a algunas convocadas. Sobre la marcha el perfil
de la compilación se fue modificando. Otra dificultad de diversa
índole, pero no menor, fue la de las traducciones. Algunos
artículos, originariamente escritos en portugués o en inglés,
debieron traducirse. Incluso se debió homologar el vocabulario
técnico de los que fueron escritos en castellano y, a los efectos
de su mejor comprensión en nuestro medio, liberarlos de
regionalismos demasiado crípticos para el perfil de nuestro/as
potenciales lectores.
Si pensábamos que los mismos artículos a publicarse en
la compilación en inglés podrían serlo en castellano, pronto nos
dimos cuenta con Arleen y Amy que esto ofrecía algunas
dificultades: algunos datos relevantes a los lectores angloparlantes
muchas veces carecían de interés por harto sabidos para nosotros;
y viceversa, artículos muy centrados en la tradición anglófbna
eran irrelevantes en ese medio, pero no en el nuestro. Esto nos
llevó a tomar una decisión contraria a nuestro propósito inicial:
algunos artículos se publican en ambas compilaciones y otros
sólo en inglés o en castellano. Esta decisión generó un cierto
trabajo adicional, pues finalmente no se pudo mantener la misma
ordenación en ambas publicaciones. H ubo que modificar
también las referencias bibliográficas finales, los índices, etc. La
última dificultad para la compilación castellana, en la que no
ahondaré por archisabida, se sigue de los recientes hechos
económicos y políticos, que una vez más desplazaron el
cronograma originario. Por esto último pido disculpas a todas
las co-autoras, pero descuento su comprensión y su solidaridad.
Quiero agradecerles a todas ellas la generosidad de sus
aportes y el desinterés de sus colaboraciones. Asimismo, quiero
agradecer expresamente a Arleen Salles que confió en mí para
esta empresa. A la Facultad de Humanidades y Ciencias de la
Educación de la Universidad Nacional de La Plata, por su
constante apoyo y confianza. A la Facultad de Filosofía y Letras
de la Universidad de Buenos Aires y a mi equipo joven por su
espíritu crítico y laborioso. A colegas-amigos por haber leído
manuscritos y haberme ayudado con traducciones, regionalismos
y paciencia, tal el caso de Patricia Saconi, quien desinteresada­
mente ha colaborado en la traducción de algunos artículos.

María Luisa Femenías


Buenos Aires, mayo de 2002
Primera Parte
Memorias, Problemas y
Perspectivas Políticas
ECOS DEL PASADO,
VOCES DEL PRESENTE
(U n acercamiento a ideas y objetivos
feministas de las cubanas)
Norma Vasallo Barrueta
(Universidad de La Habana)

¿Por dónde comenzar? Esta es la primera pregunta que


me hago al tratar de abordar las condiciones de vida de las
cubanas a través de su historia que la llevaron de alguna mane­
ra a una cierta movilización hacia un cambio, que lamentable­
mente no siempre se produjo.
Las primeras cubanas, aquellas que habitaban la isla de
Cuba a la llegada de los conquistadores españoles fueron las
primeras en esta historia.
Según los relatos del padre Las Casas, los primeros po­
bladores españoles no trajeron a sus mujeres a América, bus­
caron entonces la compañía de las mujeres indígenas. Los pa­
dres de las indígenas, con costumbres y ritos de matrimonio
diferentes, creían que ellas eran/tomadas como legítimas es­
posas por los españoles, quienes en su mayoría, solo profesa­
ban desprecio hacia los indios porque, entre otras razones, no
creían en Cristo, así que las mujeres, tomadas por la fuerza o
no, eran consideradas y tratadas por ellos como sirvientas.
Lo anterior nos muestra la primera expresión de discri­
minación hacia la mujer en nuestro país; en este caso doble,
por su condición de indígena era utilizada como sirvienta y
por su condición de m ujer era utilizada como objeto sexual.
La violación y el maltrato a las mujeres constituyó una forma
de ultraje a las y los primeros habitantes de Cuba utilizado por
los conquistadores en su afán por colonizarnos. Mitos y le­
yendas que se han transmitido por la tradición oral, relatan
hechos de rebeldía de las cubanas ante el maltrato del con­
quistador español.
La destacada escritora Mirta ’V&ñez, al referirse a estas
mujeres señala: Recuérdese que en la danza del Aerito, nuestras
antepasadas indígenas llevaban la voz cantante y tenían el derecho a
discutir de igual a igual con los hombres de la tribu. No, la cubana no
era muy dada a aceptar el señorío del varón y por ende, supo también
manifestarse enforma activa contra la autoridad del varón}
Posteriormente, con la disminución de la población in­
dígena, aumenta la entrada de negros y negras africanas al país,
para ser utilizados como fuerza de trabajo esclava. Los negros
y negras se vieron obligados a trabajar largas jornadas diarias,
mal alimentados, maltratados físicamente y sin condiciones
para el descanso que les permitiera recuperarse del cansancio.
A esta situación, la mujer negra, una de nuestras raíces, suma­
ba que era utilizada por los blancos como objeto sexual, a la
fuerza o bajo amenaza, es decir, siempre con la presión psico­
lógica del miedo. Tampoco la mujer del colonizador, salvando
las diferencias, corrió mejor suerte. Ella, otra de nuestras raí­
ces, se encontraba bajo la fuerte presión de una cultura pa­
triarcal que la relegaba a la condición de esclava del hombre,
quien ejercía su poder opresor sobre ella.
A principios del Siglo XIX hay una importante influen­
cia del pensamiento Liberal en Cuba y la mujer no es ajena a
ella, un ejemplo de ello es Doña María de las Cuevas, de quien
el historiador José Antonio Portuondo dijera que marcó una

1Yañez, M. Cubanas a Capítulo, Santiago de Cuba, Oriente, 2000, p. 157.


tradición democrática y revolucionaria a la aristocracia criolla en una
época que proscribía la expresión pública de las opinionesfemeninas a
los problemas del país}
Pero no sólo eran proscritas para las mujeres sus opinio­
nes en público, veamos la concepción que en el siglo XIX pre­
valecía sobre el lugar y las funciones de la mujer en la sociedad
y que no solo eran parte de la subjetividad social, sino que
además se legitimaban a través de normativas de gobierno. En
1863 el Gobierno Superior de la Isla de Cuba establecía en la
Colonia que: La mujer debía conocer y realizar todos los quehaceres
domésticos por mucho que las favoreciera la fortuna y después de la
observancia de las reglas de la moral, debían ser éstas las ocupaciones
más imperiosas de la mujer.3
Con independencia de su dinero, así queda enfatizado,
no hay más reino para la mujer que el espacio privado y esto
llevaba el sello de las Reglas del Derecho y de la Moral. En
octubre 1368, Carlos Manuel de Céspedes se levanta en armas
contra la metrópoli española acompañado por sus esclavos a
quienes otorgó la libertad. Bullían las ideas independentistas
al lado de la naciente conciencia nacional. Seis meses después
cuando se celebraba la Asamblea constituyente en Armas, en
el poblado de Guaímaro se oyó la voz de una mujer, Ana
Betancourt, destacada luchadora por la independencia de Cuba,
y he aquí algunas de sus palabras: Ciudadanos: la mujer cubana
en el rincón oscuro y tranquilo del hogar espera paciente y resignada esta
hora sublime en que una revoluciónjusta rompe su yugo y le desata las
alas. Aquí todo era esclavo, la cuna, el color y el sexo. Vosotros queréis
destruir la esclavitud de la cuna peleando hasta morir. Habéis destruido
la esclavitud del color, emancipando al siervo. ¡Llegó el momento de
liberar a la mujer! 4
2 Portuondo, F. Curso de Historia de Cuba. La Habana, Obispo, 1947, p. 47.
3 Idemy p. 45.
4 Citado por Sarabia, N . 1968.
Eran los primeros planteamientos de este tipo que se
hacían en el continente; representaban lo más avanzado del
pensamiento de la intelectualidad femenina de la época, pero
no a la mujer común. Se corresponden estas ideas con las pri­
meras vindicaciones feministas, es decir, después que las eu­
ropeas, las cubanas hacen el reclamo por el reconocimiento de
la igualdad con independencia del sexo. Después de ésto algu­
nas mujeres no permanecieron ni tranquilas, ni resignadas,
aunque sin dudas ha resultado difícil desatarse las alas.
Pienso que el origen del pensamiento femenino cubano
debemos buscarlo en esta etapa y que desde su origen aparece
asociado a las luchas que en Cuba se libraron por la indepen­
dencia política y económica, primero de España y después de
EEUU. Muchas mujeres se destacaron en estas luchas, m u­
chas no fueron reconocidas durante años como lo que fueron,
luchadoras, heroínas y se presentaban como madres o esposas.
Mucho tenemos que hacer todavía porque ocupen el lugar
que les corresponde en nuestra historia.
Por solo citar un ejemplo, Mariana Grajales, la madre de
los Maceos, así todavía le llamamos; aunque ya hoy se le reco­
noce el papel preponderante que jugó en la formación de la
conciencia nacional de sus hijos y en sus ideas independentistas.
De ella dijo José Martí: Fáciles son los héroes con tales mujeres. Sin
embargo, mucho queda por visibilizar de esta personalidad que
tan importante*papel debió desempeñar en la formación ideo­
lógica de sus destacados hijos, más allá del tradicional rol de
madre. En 1898 se termina la guerra de independencia; pero
se produce la intervención yanqui y a partir de este momento
se dan los primeros acontecimientos que luego llevarían al sur­
gim iento del m ovim iento sufragista en C uba y que se
enmarcaron en los debates de la Convención Constituyente,
donde el Delegado Miguel Gener introdujo la iniciativa del
sufragio femenino. Sin embargo esta propuesta no se aprobó y
fue necesario esperar tres décadas y luchar intensamente, para
que esto sucediera. Para M.'Vañez, el año de 1898 debe ser toma­
do como punto de giro del discurso femenino en la mujer cubana en
clara alusión a la ruptura que se produce, en las letras, en el
modelo de mujer frágil que había impuesto el Romanticismo
del siglo XIX.5
El siglo XIX significó para las mujeres cubanas que re­
presentaban lo más avanzado del pensamiento femenino, el
reconocimiento de la situación de desigualdad en que se en­
contraban y el planteamiento de su transformación como ob­
jetivo a conquistar. Sin embargo, no podemos decir lo mismo
de la materialización de esas ideas. Por solo citar un ejemplo,
en 1899 la Liga General de los Trabajadores en su Declaración
de Principios expone la situación de explotación extrema en
que vivía ía mujer cubana especialmente las trabajadoias. De
manera que las ideas iban por un lado en el pensamiento de las
mujeres y su realidad, decidida por los hombres, iba por otro.
En 1902 se otorga formalmente la independencia a Cuba;
pero habíamos pasado del estatus de colonia al de neocolonia,
no éramos libres de ninguna manera. Se inicia en Cuba un
nuevo período político y las mujeres comienzan un discreto
movimiento de reclamo de cambios a su situación jurídica
caracterizada por la dependencia de una figura masculina que
la representara ante cualquier acción legal vinculada a sus pro­
piedades, el comercio o su protección jurídica en sentido ge­
neral. El padre primero y el marido después, decidían lo que
era mejor para sus vidas. 3STo fue sino hasta 1917 que se “a prue­
ba la Ley de la Patria Potestad, que vino a cambiar (en la letra
porque la realidad se mantuvo) esta situación. La influencia
del Feminismo de los Estados Unidos a principios del siglo
XX, llegado por la cercanía geográfica y el intercambio con ese

5Yañez, M. Ob. Cit. p 152.


país durante su ocupación a nuestro territorio y los efectos
del de la Primera Guerra Mundial en las vidas de las europeas
-convocadas a ocupar espacios tradicionalmente masculinos-
fueron sin dudas importantes elementos que contribuyeron al
fortalecimiento y ampliación de las incipientes ideas feminis­
tas en las cubanas de los albores del siglo XX.
En el siglo XX se suceden etapas diferentes de luchas
políticas y las mujeres no están al margen de todos los movi­
mientos sociales. A partir de 1912 comienza un fuerte movi­
miento sufragista con base de sustentación en organizaciones
femeninas que se fueron constituyendo a partir de ese mo­
mento y que terminarían fundiéndose entre 1913 y 1914 en el
Partido Nacional Sufragista. Resulta interesante que ya en esta
fecha esta organización reclamaba entre otras medidas, la Ley
del Divorcio, que fue promulgada en 1918. En ese mismo año
se crea el Club Femenino de Cuba, espacio en el que la discu­
sión sobre el Feminismo era uno de sus objetivos. Queda cla­
ro que se inicia con un interés intelectual, lo que da la medida
del pensamiento de las mujeres que se involucran en el mis­
mo y que por supuesto no son representativas de todos los
sectores de nuestra sociedad. Esta etapa se va superando para
dar lugar a un movimiento feminista de búsqueda de mejoras
para las cubanas, proceso que contribuyó a la celebración del I
y II Congreso de Mujeres en 1923 y 1925 respectivamente, y es la
razón por la que se considera a Cuba cuna del feminismo lati­
noamericano
La lucha por la igualdad jurídica, el derecho al voto y la
transformación de la situación de desigualdad de las mujeres,
caracterizan esta época. En 1934, las cubanas obtienen su
derecho al voto por medio de un decreto presidencial que
queda refrendado en la Constitución de 1940. Allí se recogía
que hombres y mujeres eran iguales. Fue una constitución de
avanzada para su época, al menos en la letra, porque la realidad
no respondía siempre a lo que ella establecía.
A pesar del retraso con que se da el inicio de las ideas y
del movimiento feminista en Cuba, la Segunda Ola tiene su
expresión casi inmediata en nuestras mujeres, como lo reflejan
sus luchas de las prim eras décadas del siglo XX y las
publicaciones que al respecto aún se conservan.6 Por solo citar
un ejemplo, Camila Henríquez Ureña, el 25 de julio de 1939,
pronuncia una conferencia en la Institución Hispano-Cubano
de Cultura con el título: “Feminismo”. En ella, hace un
recuento de la situación de la mujer desde cuatrocientos años
antes de Cristo hasta esa fecha. Me parece interesante citar
una reflexión de esta destacada intelectual dominicana que vivió
durante muchos años en Cuba y que expresa la condición de
la mujer que le era contemporánea y los obstáculos que debían
vencerse para su transformación:
Cuando la mujer haya logrado su emancipación económica
verdadera; cuando haya desaparecido por completo la situación que la
obliga a prostituirse en el matrimonio de interés o en la venta pública de
sus favores; cuando los prejuicios que pesan sobre su conducta sexual
hayan sido destruidos por la decisión de cada mujer de manejar su vida;
cuando las mujeres se hayan acostumbrado al ejercicio de la libertad y
los varones hayan mejorado su detestable educación sexual; cuando se
vivan días de nueva libertad y de paz, y a través de muchos tanteos se
halle manera de jijar las nuevas bases de unión entre el hombre y la
mujer, entonces se dirán palabras decisivas sobre esta compleja cuestión.
Pero nosotros no oiremos esas palabras. La época que nos ha tocado
vivires la de derribar barreras, defranquear obstáculos, de demolerpara
que se construya luego, en todos los aspectos, la vida de relación entre los
seres humanos?

6 Cf. Vasallo, N. “La evolución deí Tema Mujer en Cuba”. Revista Cubana de
Psicología.
7Cf. Henríquez Ureña, Camila Estudios y Conferencias, La Habana, Letras cubanas,
1982, p. 570.
Avizoraba Cam ila las dificultades para vencer los
obstáculos entonces ya identificados, y lo larga que sería la
lucha; pero lo que tal vez no imaginó Fue, que 60 años después,
sus palabras tendrían casi la misma frescura que al pronun­
ciarlas. La ley del divorcio y la despenalización del aborto fueron
conquistas de la primera mitad del siglo XX en Cuba, aunque
son temas de discusión todavía en muchas partes del mundo y
objetivos de las luchas de las mujeres en el presente siglo.
Todo este movimiento feminista no tuvo una consecuen­
te continuidad en Cuba. En primer lugar, porque aparente™
mente a través de la constitución de 1940, habíamos alcanzado
la igualdad de derechos y se necesitó un tiempo para tomar
conciencia de que en la práctica no la teníamos. En segundo
lugar, según la valoración de luchadoras de ese tiempo, fueron
tan duras las dictaduras en el gobierno durante años, que su­
bordinaron sus intereses feministas a la lucha contra el régi­
men imperante: se repetía la historia. ¿Qué significó, enton­
ces, la primera mitad del Siglo XX para la mujer cubana? D i­
gamos que desde el punto de vista jurídico, habíamos alcanza­
do las tres principales conquistas de este siglo: El derecho al
voto, el acceso a todos los niveles de educación y al mercado
laboral. Pero, en la práctica, a estos dos últimos no se accedió
de manera amplia. A lo anterior debemos añadir como otra
conquista la Ley del divorcio y la despenalización del aborto,
objetivo este último del movimiento feminista contemporá­
neo en muchas partes y controversial tema de discusión.
¿Cómo se expresaron estas conquistas en la práctica? En
1959, cuando comienza a construirse un Proyecto Social Re­
volucionario, a las mujeres como grupo poblacional las carac­
terizaban los altos índices de analfabetismo, la subescolari-
zación, la discriminación de clase, de raza y de género. Ade­
más, la carencia de una legislación que la amparara en todos
sus derechos y le propiciara su participación y acceso a la vida
pública, de la que se encontraba mayormente excluida. Baste
decir que en 1953 sólo un 17,1% de la fuerza laboral eran
mujeres: la mayor parte en la esfera de los servicios, una parte
importante como domésticas. La cubana de entonces se en­
contraba en situación de desventaja económica y educacio-
nal, lo que la hacia dependiente del hombre y ésto se expresa-
ba en cualquier clase social aunque por supuesto era mucho
más crítico en la mujer pobre y más aún en la negra.
El año 1959 significó para las mujeres cubanas el inicio
de un proceso gradual; pero sostenido, de grandes transfor­
maciones sociales, aquello que el movimiento feminista se
propuso después de tomar conciencia de que el derecho al
voto por sí solo no produciría las transformaciones necesarias
en la vida de las mujeres.8 En Cuba, a diferencia de otros paí­
ses, este proceso surge no como resultado directo de luchas
feministas, sino como consecuencia de un movimiento de
grandes transformaciones sociales, eje central del Proyecto
Social de la Revolución Cubana, en cuyo marco ideológico
quedaba claro la lucha contra todas las formas de discrimina­
ción y desigualdad entre las personas, no importaba su condi­
ción de clase, etnia o sexo.
El transformar la condición de subordinación a la que
estaba relegada la mujer y llevarla fuera del espacio doméstico,
al que estaba confinada históricamente, convirtiéndola no sólo
en objeto de las transformaciones sociales, sino también en
sujeto de ellas mismas, fue un importante objetivo del Pro­
yecto Social de la Revolución Cubana. Sin dudas una de las
campañas más importantes de los primero años fue la alfabeti­
zación, de la que se beneficiaron mujeres y varones, no im­
portaba su edad. Por su parte, para dar continuidad y sostener
los resultados de la misma, fue fundam ental la erradicación

8Cf. Valcárcel, A. “El techo de cristal. Los obstáculos para la participación de las
Mujeres en el Poder Político” Madrid, Instituo de la Mujer, 1994.
del analfabetismo: se extendieron los servicios educacionales
gratuitos a todos los lugares del país con igualdad de acceso
para niñas y niños y el establecimiento de la enseñanza obliga­
toria hasta el 9no Grado. Hoy el nivel educacional promedio
del país es 9no. Grado y no existen diferencias entre mujeres y
hombres al respecto. El acceso de las mujeres a los diferentes
niveles educaciones, la estimulación a través de los medios de
difusión a su mayor participación social y al desempeño de
roles tradicionalmente masculinos, influyó en la rápida y sos­
tenida incorporación de las mujeres a las universidades y a ca­
rreras no tradicionalmente femeninas.
Actualmente, 2:296.930 personas se encuentran vincu­
ladas a los diferentes niveles de la Educación y de ellos el 50%
son mujeres y niñas, cifra que nos es más favorable en la Ense-
ñanza Técnica y Profesional (76%) y en la Educación Supe­
rior (60,2%), de las cuales 66,4% se encuentran en las carreras
médicas, el 65% en las Ciencias Naturales y Matemáticas y el
63,9% en las Económicas, por solo citar algunos ejemplos.9
Todo esto permite explicar el lugar privilegiado de la mujer
cubana en la estructura ocupacional del país. Desde el punto
de vísta laboral, se demandó la presencia femenina en el m un­
do público, se promulgaron leyes que favorecieron el acceso
de la mujer al empleo y se perfeccionaron las regulaciones al
respecto. Las mujeres cubanas tienen derecho a acceder a cual­
quier puesto de trabajo para el que se encuentre calificada y
percibe por ello igual salario que los varones.
Otro aspecto que impacto profundamente la vida de las
mujeres fue el desarrollo del Sistema Nacional de Salud, con
acceso gratuito para ellas y que desde temprano desarrolló Pro­
gramas que la beneficiaron directamente. Su protagonismo en

9 Cf. Perfil Estadístico de la Mujer Cubana en el Umbral del Siglo XXI, O NE, 1999.
la planificación familiar y el derecho a tomar decisiones sobre
sus cuerpos han dado una importante independencia a las cu­
banas y han contribuido consecuentemente a la elevación de
su autoestima. A lo anterior, se une la promulgación del Códi-
go de la Familia que le brinda igualdad de derechos y deberes
a hombres mujeres en lo relativo a la familia y la vida domés­
tica- En nuestra constitución se expresa que la mujer tiene
derecho al acceso a todos los cargos y empleos del Estado, de
la Administración Pública y de la Producción y Prestación de
Servicios. La elaboración de leyes que contemplan los dere­
chos fundamentales de la mujer y propenden el ejercicio de la
igualdad facilitó la masiva incorporación de las mujeres al
ámbito público a través del empleo o de su acceso masivo a la
educación y la calificación laboral. Por solo citar un ejemplo,
entre 1965 y 1995 la participación de la mujer en la economía
nacional se incrementó de un 15% a un 42,3%. Su presencia
en esta fuerza de trabajo ha estado marcada por una movilidad
ascendiente en la estructura ocupacional que la ha llevado a
tener una presencia significativa en las categorías de técnico,
tanto de nivel medio como superior, y ello es el resultado del
acceso sostenido a los diferentes niveles de la educación del
país. Las mujeres cubanas han sido las mayores beneficiadas
con éste, uno de los logros más significativos del Proyecto
Social de la Revolución Cubana, ellas constituyen el 64% de la
fuerza de trabajo calificada del país y con su presencia en la
educación superior, contribuirá a sostener e incrementar su
participación en esa categoría.
En relación con la salud de las cubanas, debemos decir,
que el Ministerio de Salud Pública Cubano cuenta con im­
portantes Programas de Salud que privilegian la mujer como
el Programa Materno Infantil, con énfasis en la prevención
del cáncer de mama y el cérvico uterino, el Programa de Pre­
vención de Enfermedades Crónicas N o Transmisibles y el
Programa de Atención al Adulto Mayor. Especial atención tie­
ne la Salud Sexual, considerada como el bienestar derivado
del placer físico, sexual y emocional que se logra a través del
ejercicio de la autodeterminación en las relaciones sexuales
que se establecen.
Los temas de importancia en cuanto a la salud sexual y
reproductiva incluyen el derecho esencial de la mujer de asu­
mir el control y tomar decisiones en cuanto a su cuerpo y su
sexualidad y se reconoce este derecho como básico para su
desarrollo.
A partir del triunfo revolucionario se crean numerosas
instituciones culturales que promueven nuestra cultura y con­
tribuyen a la formación de nuevas generaciones de artistas. A
pesar de todo este rescate de la cultura nacional y la asimila­
ción de la \fonguardia de la cultura en el mundo, en la actua­
lidad la mujer no es predominante en el mundo de la cultura.
De los artistas reconocidos por la UNEAC, sólo la cuarta par­
te son mujeres.10Constituye éste un espacio más a conquistar.
Todo este proceso ha impactado la conciencia femenina
y ha hecho surgir cada vez nuevas necesidades que han reque­
rido cambios progresivos en la legislación cubana para hacer
realidad la igualdad de oportunidades para la mujer. Sin em ­
bargo, el acceso de las mujeres a puestos de toma de decisio­
nes no se corresponde con el desarrollo por ella alcanzado y a
su lugar en la estructura ocupacional del país. Después del
triunfo revolucionario, las mujeres dirigentes han llegado a
ser casi la tercera parte del total de los dirigentes del país; sin
embargo no son dirigentes de primer nivel en su mayor parte.
En los organismos de la administración central del Estado, solo
tres mujeres ocupan cargos de Ministras y las viceministras
han oscilado entre un 5% y un 9% en este período.11En secto­
10 Vilasís M. Conferencia en la Cátedra de la Mujer, La Habana, Universidad
de La Habana, 1997.
" Cf. Ob.dt.
res como la Educación y la Salud, mayoritariamente femeni­
nos en la fuerza de trabajo calificada, las mujeres en cargos de
dirección ascienden al 52% y 42% respectivamente, cifras sin
dudas altas; pero potencialmente mejorables. En la Adminis­
tración de Justicia, en cambio, nos encontramos que el 49%
de los jueces y el 61% de los fiscales, son mujeres. En las elec­
ciones generales de 1998, se produjo un incremento en el nú­
mero de mujeres Delegadas a las Asambleas Provinciales
(28,6%) así como en el Parlamento (27,6%). Guba se encuen­
tra en primer lugar en América Latina y entre los 12 primeros
países del m undo con mayor representatividad femenina en
su Parlamento.
A pesar de los avances y logros de las mujeres en estas
últimas cuatro décadas, se mantiene una importante contra­
dicción: ha avanzado considerablemente en la conquista del
ámbito público y en el ejercicio de derechos fundamentales,
pero sigue siendo la protagonista principal del ámbito priva­
do. Tiene aún la máxima responsabilidad en la reproducción
de la fuerza de trabajo y es aquí donde con más rigor se ha
sentido la crisis económica que nos afecta y que en Cuba se ha
dado en llamar Período Especial.12 Las mujeres han buscado
alternativas económicas que compensen su salario real, se ha
producido una movilidad hacia el sector emergente de la Eco­
nomía, de mejores condiciones de trabajo y mayor remunera­
ción económica. Han pasado, en este sector de la economía, a
desempeñar puestos de menor calificación del que ellas po­
seían; ven este paso como transitorio hasta tanto las condicio­
nes del país cambien, según estudios que hemos realizado. N o
están dispuestas a renunciar definitivamente a la satisfacción
personal que se deriva del ejercicio profesional para el cual se
calificaron.

12Se refiere ai bloqueo estadounidense.


Lo anterior indica desde mi punto de vista que el desa­
rrollo que como mujer han alcanzado desde el punto de vista
subjetivo, no se ha dañado con la crisis y probablemente re­
sulte ya irreversible. En estudios que hemos realizado acerca
del impacto de la crisis y las transformaciones económicas en
la subjetividad de la mujer, hemos constatado que no conside­
ran que la crisis haya tenido alguna influencia positiva sobre
ellas; pero que como resultado de la búsqueda de alternativas
para la solución de múltiples problemas de la vida cotidiana
que han enfrentado, ahora son más creativas, organizadas y
fuertes. Resulta interesante que las mujeres, no importa la ac­
tividad laboral que desempeñen actualmente, tienen una Re­
presentación Social de la mujer como capaz de hacer cual­
quier función en la sociedad, en dependencia del desarrollo
de sus capacidades. Esto habla a f^vor del desarrollo de su au­
toestima, proceso que habíamos constatado previamente y que
parece no haberse detenido como resultado de la crisis econó­
mica.13
La mujer cubana: aunque sufre la sobrecarga doméstica,
multiplicada por las condiciones en que debe desarrollar esas
tareas actualmente, se siente parte del ámbito público y no
quieren renunciar a él. Su autoestima no se ha dañado y es lo
que les ha permitido enfrentar la crisis, poder identificar m o­
mentos de crecimiento personal como consecuencia de ella y
construir proyectos personales de vida vinculados en prim er
lugar a su superación profesional y laboral.14

13 Cf. Vasallo, N. “Social Subjectivity o f women. A study o f cuban woraen in


Diferent Roles and o f diferent Generation” en Cuba in (he Speáal Period. EU, V.
Studies iti íhird World Societies, 1997.
HCf. Vasallo, N . “La Mujer cubana ante los cambios económicos; impactos en
su subjetividad”, en Hacia una mutación de lo social, Zaragoza, Egido, 1999.
El siglo XX sobre todo en su segunda mitad, significó
para las cubanas la adquisición de las conquistas esenciales que
las feministas habían alcanzado en el mundo, al menos, en el
discurso jurídico; pero que en nuestro caso se materializaron
en políticas y se instrumentaron para que llegara de forma
masiva a todas. Algo aún por alcanzarse en el resto del mundo.
Sin embargo aún queda contar con una mayor participación
en los espacios de poder, para lo cual es necesario lograr cam­
bios en el espacio privado, sobre todo en lo relativo a una dis­
tribución más justa y equitativa de los roles domésticos y po­
der traspasar el llamado “techo de cristal”, es decir los obstá­
culos no visibles que le impiden su acceso a puestos de toma
de decisiones.
Y por supuesto, nos queda seguir participando en la trans­
formación de la Cultura Patriarcal de la que las propias muje­
res también somos portadoras y reproductoras a través de la
educación y de lo que no siempre somos conscientes, consti­
tuyéndonos en freno de nuestro propio desarrollo.
DIÁLOGO CON ELVIRA LÓPEZ:
EDUCACIÓN DE LAS MUJERES,
U N CAMINO HACIA UNA
SOCIEDAD MÁS JUSTA
María C. Spadaro
(IIEGE, Universidad de Buenos Aires)

Hacia fines del siglo XIX hay en la clase dirigente argen­


tina una percepción de cambios producidos a partir de la in­
migración, sin lazos de solidaridad y sin una conciencia de
,pertenencia comunitaria. La Facultad de Filosofía y Letras de­
bía formar educadores e investigadores dentro de una orienta­
ción nacional, priorizando en sus estudios sociales, los fenó­
menos argentinos y convirtiéndose en el centro de produc­
ción del movimiento científico y cultural.
Por otro lado surge la necesidad en el ambiente intelec­
tual de establecer algún tipo de canon para los trabajos de in­
vestigación que garantice la seriedad, la profesionalidad y el
carácter científico de los mismos. En este marco y como res­
puesta a estos requerimientos se funda en 1896 la Facultad de
Filosofía y Letras, en el seno de la Universidad de Buenos Ai­
res.
En 1896, año de su creación, se matricularon en la Fa­
cultad 29 alumno/as. Entre ellos, Elvira V López, junto con su
hermana Ernestina. Formaron parte de la primera promoción
de este claustro académico. Ambas recibieron el título de Doc­
toras en Filosofía y Letras en 1901, apenas cinco años después. Si
bien su sola presencia en este claustro es bastante significativa,
lo es aún más el tema de investigación. Su tesis doctoral lleva
el título de El movimientofeminista y el de su hermana Ernestina,
¿Existe una literatura propiamente americana?
El padrino de la tesis de Elvira fue Rodolfo Rivarola, un
prestigioso penalista que a partir de 1904 estuvo totalmente a
cargo de las cátedras de Etica y Metafísica. En sus programas
destaca dos aspectos deí problema moral. Por un lado, aquél
que se informa de una máxima moral para juzgar las acciones
y, por otro, el que busca la regla moral en la observación de
hechos introduciendo a partir de ellos la síntesis de la conduc-
ta: la inducción y la deducción. Fue introductor de I. Kant en
nuestra Facultad y convirtió los problemas relacionados con la
ética en el motivo central de sus cursos.
La tesis doctoral de Elvira exige y merece un acercamien­
to cuidadoso, una lectura abierta, una actitud comprensiva y
el abandono de estereotipos. López reflexiona acerca de la si­
tuación de las mujeres, del carácter instrumental de la educa­
ción, del sentido de la historia, entre muchos otros temas vi­
gentes en su época (y en la nuestra). Es capaz de decirnos
muchas cosas sobre estos conceptos desde el punto de vísta de
1901, y así nos permite reflexionar sobre la comprensión ac­
tual de estos mismos fenómenos, con una perspectiva dife­
rente, causándonos asombro tanto por las diferencias como
por las similitudes entre nuestras respectivas miradas. Sus res­
puestas tienen un tono de tranquilidad y confianza, franca­
mente envidiable. Todo lo que aconteció entre ella y nosotros
ha alterado la significación de la mayoría de los conceptos,
enmarcándolos en una historia en absoluto distinta.
Leer a la Dra. Elvira López significa dialogar entre noso­
tras acerca de nuestra propia historia y con nuestra propia his­
toria. Esta práctica de diálogo público, como dice Nancy Fraser,
nos permite conformar nuestra propia voz, condición sine qua
non de la búsqueda de reconocimiento y la constitución de la
propia identidad como grupo.
El presente trabajo no pretende, en primera instancia,
ser una investigación sobre una mujer ilustre o excepcional,
ni sobre el feminismo a principios de siglo, ni tampoco sobre
la situación de la mujer en la Universidad. Es más bien una
reflexión sobre nosotras mismas, en tanto que intelectuales
del feminismo y que hacemos teoría de género. Pretende ser,
básicamente, una reflexión sobre la actividad teórica y, más
específicamente, académica que hemos estado llevando a cabo.
Luego de un primer acercamiento, fascinante, tanto a la
figura como al texto se produce, como dice Seyla Benhabib en
un trabajo sobre H. Arendt un diálogo a través del tiempo, lasgene­
raciones y las perspectivas.15 Retomando a Gadamer, Benhabib
nos habla de una "fusión de horizontes”, cuya práctica debe
guiarnos en el tratamiento de textos del pasado. En mi expe­
riencia con Elvira López, esta fusión de horizontes es un pro­
ceso lento, que no ha terminado, con distintas etapas, niveles
de acercamiento y temáticas diversas. Este “diálogo” amistoso
siempre descubre ángulos nuevos de ambas situaciones.
El ejercicio de esta práctica incluye una dimensión his­
tórica, que le da algo así como espesor a la experiencia que
llevamos adelante (sobre todo a la perspectiva filosófica que a
veces es demasiado etérea). Mary Nash nos propone pasar de
la invisibilidad a la presencia de la mujer en la historia. En este
sentido, el primer escollo con que nos encontramos es que
apenas hay constancia de la presencia femenina en el proceso
histórico; donde no figuran como agentes del cambio. Este es
sólo el primero de una larga lista de inconvenientes con que
nos topamos al querer recuperar la historia de las mujeres.

15 Benhabib, S. “La paria y su sombra: sobre ía invísibiiidad de las mujeres en la


filosofía de Hannah Arendt” RJFP, 1993,2.
Esta invisibilidad nos complica mucho en nuestro trabajo, hasta
tal punto las mujeres no figuran como agente del cambio his­
tórico: simplemente no figuran. Requiere un gran esfuerzo
encontrar datos personales, porque en primera instancia no
fueron registrados. A esto se suma un problema extendido de
nuestra sociedad, con su propia historia, algo así como un com­
plejo de Ave Fénix. Quizás nos guste pensar que renacemos
continuamente de nuestras cenizas aunque más bien parece
que solo conseguimos chamuscarnos seguido.
Las investigadoras dentro de la disciplina histórica desa™
rrollan continuamente nuevos marcos conceptuales, renue­
van metodologías, se orientan en la búsqueda de nuevas fuen­
tes y documentaciones que sin duda traerán el replanteamien­
to de las tesis históricas tradicionales a partir de esté nuevo
bagaje conceptual y metodológico.16
Con todas las limitaciones de este diálogo, Elvira López,
con su sola presencia nos está diciendo y demostrando que la
institución de los Estudios de la M ujer es tan antiguo como la
Facultad, que las mujeres hemos hecho filosofía desde un co™
mienzo en este marco académico. Y también da cuenta del
alto nivel que supo alcanzar desde el principio. Nuestras raí­
ces son profundas y firmes.
Al releer la tesis de Elvira López aparecen una cantidad
enorme de conexiones, muchas de las cuales nos acercan de
manera impensada, mientras que otras nos alejan dramática­
mente. Nos hemos enfrentado con problemas compartidos,
tanto históricos como conceptuales. Se pueden rastrear en ella
muchas de nuestras preguntas. Pero resulta envidiable del tono
de sus respuestas, su tranquilidad y su confianza en el futuro.
La tesis de Elvira López tiene, básicamente, un carácter
teórico, y de hecho se encuentra con las dificultades propias

16Idem, p. 11.
de un texto de ese tipo. La obra de López es una reflexión
teórica, que no dudaríamos en incluir en los Estudios de Teo­
ría de Género, con una marcada dimensión interdisciplinaria.
(No olvidemos que toda su reflexión se realiza todavía en una
época en que las disciplinas no estaban totalmente estructuradas
dentro del marco académico).
En cuanto a los temas que nos plantea, ya en la primera
página de la tesis de López nos aclara el panorama conflictivo
que rodea al feminismo (tanto alrededor del 1900 como del
2000).
No falta quien diga que elfeminismo pretende la igualdad de los
sexos, lo cual es absurdo si se piensa que igualdad en este caso significa
identidad, pero muy justo si se reconoce como expresión de equivalen-
d a f7Vemos que López ya registra el conflicto de sentidos en
que puede entenderse la igualdad, y cómo algunos de ellos
deben dejarse de lado de manera absoluta. Digamos con Legouvé
—agrega más adelante—: nadie pretende asimilar la mujer al hombre;
este sería el medio más seguro de esclavizarla, pues un ser colocadofuera
de su natural esfera es necesariamente inferior y por consiguiente está
avasallado. 18 López registró muy bien hace más de un siglo que
la problemática del feminismo gira en torno al concepto de
igualdad, pero, al modo de Lorraine Code, considera que la
igualdad entre los sexos, que plantea como una meta de una
sociedad más justa, sólo puede comprenderse de un modo
complejo, conservando algunos significados de la igualdad y
rechazando otros.19

17López, E.V. Eí movimientofeminista, Buenos Aires, Imprenta Mariano Moreno,


1901, p.15.
!8 ibidem.
19 Code, L. “Simple Equality is not enough” Atistraíasian Jottrnai of Phiíosophy,
Suplemento del vol. 64, 1986.
Precisamente el respeto por esa diferencia entre varones
y mujeres es el fundamento del reclamo moral que hace el
feminismo: Ese movimiento no pretende trastornar el mundo sino
introducir mayor equidad en las relaciones sociales y mejorar la suerte
de la mujer y el niño. Por eso se ha dicho con razón que elfeminsimo
envuelve un problema dejusticia y de humanidad.20Ella misma nos
dice, con palabras que parecen estar muy cerca de nuestra épo­
ca, que de lo que se trata es de realizar esta obra de justicia
distributiva, casi con cpnceptos rawlsianos.21 El feminismo es
una necesidad, un resultadofatal de la ley de la evolución y las crisis
económicas del siglo.22 Ella misma es testigo de muchos cambios,
que interpreta como pertenecientes a la dinámica de la histo­
ria misma, porque cuando habla de una sociedad más justa
remite a la sociedad del futuro: En el siglo que comienza la mujer
recorrerá seguramente las jornadas que lefaltan, porque la evolución
femenina es irresistible y se manifiesta ya en todas partes, aunque no del
mismo modo, ni ha llegado en todos los países a igual altura. López
busca mostrar los problemas que trae esta evolución del mo­
vimiento y de las reformas que se imponen para acompañarlo,
haciendo un análisis exhaustivo del estado de la cuestión (si­
guiendo e imponiendo a la vez las normas de elaboración de
una tesis académica, que en la Facultad se explicitan con pos­
terioridad). Plantea como necesario un análisis teórico serio
que permita hacer frente a las dificultades conceptuales que
ella detecta con mucha lucidez en ese proceso de evolución.
El camino está trazado; sólo hay que saber acompañarlo.
Aquí es donde aparece la educación como eje de la estrategia.
El tema de la educación ha sido encarado por la mayor parte
de las reflexiones de género, de un modo u otro. Las feminis­

20 Idem, p. 16.
21 Idem, p. 17.
22 Idem. p. 16.
tas han sostenido que ha sido la falta de acceso a la educación
formal la mayor causa de perpetuación de desigualdades; o tam­
bién que la educación recibida por las mujeres es la fuente de
esa perpetuación; o también que una nueva educación será lo
que pueda promover el cambio en esa situación de desigual­
dad.
Todavía hay mucho para decir sobre el tema, en tanto la
situación más que resolverse se ha desplazado. La desigualdad
en la educación se ha trasladado del problema del acceso a la
problemática de los contenidos y las metodologías. Lo cierto
es que la marcha del progreso se veía en todos los ámbitos. La
situación de las mujeres había sido muy desgraciada, pero, de
hecho, estaba cambiando positivamente, y nada ni nadie po­
dría frenar ese avance. Cierto es también que-eran años de
crisis. Pero la superación de la crisis trae una situación mejor.
No había por qué temer. La raza humana estaba mejorando,
sin lugar a dudas. Hasta en su dimensión física se observaban
en la época cambios positivos, como las leyes de la eugenesia
registraban,23
La educación había jugado el papel principal en este avan­
ce destruyendo la ignorancia y con ella la barbarie. Había lle­
vado a la humanidad hasta donde estaba y sería la educación la
que convertiría esta nueva crisis en el momento más positivo
de la historia. Pero las concepciones que habían servido como
marco conceptual hasta el momento, debían ser modificadas.
No alcanzan para los nuevos pasos que debía dar la humani­
dad. El espíritu intelectual de principios del siglo XX en Bue­
nos Aires ejercía su función crítica y sin duda la educación se
encontraba en el foco de sus reflexiones. Muchos de esos in­
telectuales, como Rodolfo Rivarola, estaban ya imaginando una

23 Se entiende por eugenesia la aplicación de las leyes de la herencia al perfec­


cionamiento de la especie humana.
amplia reforma educativa, dentro de un marco ético, que no
se haría esperar. La educación no podría estar atada a políticas
partidistas y, en consecuencia, circunstanciales. En todo caso,
había de seguir la dirección política de la Historia misma, más
allá de los vaivenes históricos. Precisamente los intelectuales,
desde su posición crítica, debían esclarecer los grandes linca­
mientos de la educación. Sólo ellos se consideraban capaces
de traducir en políticas educativas concretas la dirección que
había marcado, de modo irreversible, la historia. Es en este
marco de reformas con vistas a un mejoramiento de tipo ético
que los movimientos feministas buscan introducir mayor equi­
dad en las nuevas relaciones sociales establecidas:
El aumento de la población, los rigores de la lucha por la vida y
la crisis matrimonial que se produce en algunos países de Europa, obli­
gan a la mujer a buscarse nuevos horizontes y a no contar mas que con
sus propias fuerzas: de aquí ese movimiento <el feminismo > que
no pretende trastornar el mundo, sino introducir mayor equidad en las
relaciones sociales y mejorar la suerte de la mujer y del niño. Por eso se
ha dicho con razón que elfeminismo envuelve un problema dejusticia
y de humanidad./.../24Puesto que en el estado de la sociedad actual es
necesario que la mujer trabaje, hay que facilitarle la tarea abriéndole
nuevas vías en vez de ponerle trabas.25
Para Elvira López la educación es el instrumento más
importante de cambio que ha movido y mueve la historia. Res­
pecto de la situación de las mujeres y su historia, es además
imprescindible y urgente:
Si la mayor parte de las mujeres son ineptas, lo cual no es culpa
suya sino de la educación que recibieron, hay otras que son capaces de
desempeñar con honra y provecho una profesión viril.26

24 Ib ¡áem.
25Idem. p. 99.
26Idem, p. 98.
La primera y más importante función que cumple la edu­
cación es, entonces, moral: El secreto de muchas caídas esta ahí (en
lafalta de educación) F Y agrega:
La mujer es naturalmente débil, la instrucción es quien debe
darlefuerzas; el ejército de las pecadoras se recluta entre las mas igno­
rantes, pues en uno como en otro sexo, es muy raro que a una superior
cultura no vaya unida una moralidad también mayor28
Sin educación, la mujer se transforma en una “niña gran­
de” que tampoco resulta buena en sus roles tradicionales.de
esposa y madre, por los cambios sociales que se han operado.
Además, una mujer instruida contará con mayores rescursos
para enfrentar la miseria, que, por otra parte, desencadena tam­
bién debilidad moral:
La condición de esposa y madre es accidental /.../ Las jóvenes
necesitan recibir una educación tal que les permita revelar susfacultades
especiales, y a las que no son ricas, elegir una carrera para ponerse,
llegado el caso, al abrigo de la miseria.2*
Sólo la educación puede permitirle a la mujer la incor­
poración a lo que hoy llamaríamos “esfera pública”; sólo así el
hombre podría aceptarla como a una igual y no si se mantiene
en la “frivolidad” de la que nos habla Elvira López, segura­
mente refiriéndose a las mujeres de determinado estrato so­
cial alto, del que ella es particularmente muy crítica.
Hoy que todos aspiran a vivir como ciudadanos libres y que la
sociedad necesita de la cooperación de todas lasfuerzas sociales, la mujer
necesita también extender su esfera de acción. /.../ Como esposa y como

27Idem, p. 71.
28Idem, p. 73. N o olvidemos que a fines del siglo XIX es muy grande la preocu­
pación que hay en Buenos Aires en torno al tema de la prostitución, pues había
acarreado problemas en las relaciones internacionales. C£ Guy, D. El sexo peli­
groso, Buenos Aires, Sudamericana, 1991.
29Idem. p. 87.
hija la mujer tienen hoy influencia socialpero no tiene virtudes sociales
/.../Su acción y su influencia deben ir más allá. /.../ La mujer debe ser
educada de manera que pueda intervenir más eficazmente en beneficio
de la sociedad.20
En estos textos, la autora nos está planteando la necesi­
dad de preparar a las mujeres para su participación en esa esfe­
ra pública a la que había permanecido extraña. Las mujeres
habían influido en esta esfera (la famosa influencia detrás de
bambalinas de la que tanto nos ha hablado Celia Amorós), pero
de manera indirecta, por influencia sobre sus maridos, hijos,
hermanos o padres. Pero para intervenir desde dentro de la
esfera pública hay que seguir reglas diferentes, que ellas deben
aprender, a través de la educación. La educación va a permitir­
les formarse en la vitud pública propia de esa esfera pública.
(De hecho esta es una práctica que ella misma lleva adelante
dentro de los grupos feministas en los que participa activa­
mente, y en su inserción en el campo académico, con su doc­
torado y los numerosos artículos que publicó sobre ética en
prestigiosas revistas intelectuales de la época).
Para Elvira López es muy importnate el camino en la
educación de las mujeres, lo que la lleva a elaborar un esque­
ma de propuesta educativa. Tanto para su propio beneficio
como para el beneficio de la sociedad en su conjunto: La refor­
ma de la educaciónfemenina puede transformar, por la acción de las
mujeres, la sociedad.31
Pero, ¿cuáles son los cambios que Elvira López, en 1901,
pone como fundamentales? En primer lugar, cuando ella ha­
bla de educación se refiere a una educación generalizada y no
sólo para las mujeres de las clases privilegiadas. También debe
ser radical y abarcar todos los niveles educativos: La reforma
que se impone en la educación de las mujeres deberá empezar por las
30Idem. p. 80, 81 y 82.
31 Idem. p. 83.
escuelas primarias de niñas a donde todas concurren32 Pero ella nos
habla de “escuelas de niñas” particularmente porque los estu­
dios deben ser específicos para las mujeres, por lo menos en la
formación básica. Aquí ya está insinuado el hecho de que no
alcanza sólo el acceso a la educación sino que hay que revisar
los contenidos mismos, y establecer nuevas curricula, nos seña­
la López en su tesis. Aquí vuelve a aparecer la tensión “igual­
dad-diferencia”, que señalamos anteriormente, y que no pue­
de soslayarse: Seria conveniente que los programas se hiciesen más
femeninos.33 La educación debe responder a las posibilidades
y a las necesidades reales de las mujeres concretas. Debe in­
cluir, por ejemplo, pedagogía, el arte de educar, para formar el
carácter de sus hijos. También debe recibir conocimientos de
higiene “esa moral física”. Esto último tiene que ver, segura­
mente, con las políticas promovidas en la época por parte de
los que se conocen como médicos higienistas: Otros programas,
como el de historia, por ejemplo, deberán también tener ese sellofeme­
nino. La historia que se enseña no menciona para nada a la mujer.34
Este es otro problema que las historiadoras femenistas actua­
les también encaran, como puede verse en la aparición recien­
te de las Historia de las mujeres.
Además, Debe dárseles también nociones de derecho < por­
que > no conocen sus derechos35Este es un punto sobre el cual se
encuentran trabajando en la actualidad muchas organizacio­
nes gubernamentales y no gubernamentales. Educar a las mu­
jeres en estos conocimientos implica darles un instrumento
fundamental para que ellas mismas hagan valer sus derechos
en la sociedad. Caso contrario, los mismos pierden su verda­
dero objetivo.
32 Ibtdem.
33 Ibidem.
34 Idem. p. 81.
35Idem. p. 85.
El pensamiento que está expresando Elvira López es bas­
tante diferente a lo que conocemos como pensamiento “utó­
pico”. Ese futuro ideal iba a llegar sin lugar a dudas (repito:
por lo menos en el texto de su tesis) devendría real, y era deber
de la educación facilitar y acompañar su llegada. Vemos una
seguridad “casi” positivista en el progreso, que las crisis políti­
cas sólo podían confirmar. Respecto a la situación de las muje­
res Elvira López nos dice (repito): En él siglo que comienza, la
mujer recorrerá seguramente lasjornadas que lefaltan, por que la situa­
ciónfemenina es irresistible y se manifiesta ya en todas partes, aunque
no del mismo modo, ni ha llegado en todos los países a igual altura.
Hace un recorrido pormenorizado de la situación de las m u­
jeres en las diversas épocas históricas y en los diferentes paí­
ses: pueblos primitivos, antiguos egipcios, germanos, japone­
ses, chinos, musulmanes, etc. Luego en un segundo capítulo
analiza la época de los griegos, de los romanos, los primeros
siglos del cristianismo, la edad media y la moderna. Además
de establecer cierto espíritu enciclopedista, por otra parte ne­
cesario en una tesis de 1901, este recorrido histórico-geográfi­
co resulta el marco imprescindible de la seguridad que ella
muestra en la marcha de la humanidad. Su pensamiento está
comprendido, así, en el marco de cierta concepción de la His­
toria, una Filosofía de la Historia.
El pensamiento de Elvira López no se plantea como “utó­
pico”, si se entiende por “utópico” aquello que no está en nin­
gún lugar. Si “se llama utópico a todo ideal especialmente de
la sociedad humana que se supone máximamente deseable,
pero que muchas veces se considera inalcanzable” el pensa­
miento de Elvira López en su tesis El movimiento feminista es
menos utópico aún.36 En 1911, López escribe un artículo que

36 Según define el Diccionario de Filosofía de J, Ferrater Mora. Madrid, Alianza,


1981.
se publica en la Rei/ista Argentina de Ciencias Políticas. En él plantea
que: lajuventud actual debe proponerse ideales generosos y guardarles
fidelidad cueste lo que cueste. Hay que cultivar el ideal, no avergonzarse
de soñar.., 37 La crítica que se le hace a la utopía debe oponerse a
la Realpolitik o política realista. N o puede alcanzar a nuestra
pensadora porque ella está pensando precisamente en esa po­
lítica realista. Ella y otros muchos intelectuales de la época
buscan elaborar reformas absolutamente concretas y tangibles.
Trabajan sobre la constitución real de una sociedad y de un
país, para la que Ja Reforma Educativa es un eje central. No
están pensando en un modelo utópico, sino en un concreto
plan de reformas.
U n pensamiento utópico puede crear condiciones para
la reforma social y de ese modo se convierte en real, deja de
ser utópico. Ahora bien, si comparamos la reflexión de Elvira
López con el tono de la que hacemos hoy día, el camino pare­
ce más bien invertido: lo que era tan real para Elvira López ha
devenido utópico a los ojos de nuestra generación. López no
necesitaba de utopías. La reforma era suficiente. Hoy, a la teo­
ría de género no le alcanza la reforma, sino que necesita preci­
samente de utopías.
Luego de leer esta tesis, El movimientofeminista de Elvira
López, siento una profunda nostalgia de tanta certeza. Nostal­
gia por la “protección” de una historia contenedora, casi ma-
ternal. López podía plantearse una transformación social de
acuerdo al potencial implícito en su situación presente. Hoy
la historia es un orfanato, muchas veces gris, triste y lleno de
basura, sin fecha de salida. Aquí exactamente donde estamos
debem os intentar todo. N o hay un paraíso prom etido,
enraizado en esta realidad. Nuestro futuro no está “seguro”
como el de Elvira López, en su tesis de doctorado. (En reali­

37 López, E. “Cultivemos el ideal” Revista Argentina de Ciencias Políticas, 1911.


dad tampoco lo estaba el de ella, sólo que en. 1901 no lo sabía,
aunque en el artículo que mencionamos parece mostrarse ya
menos segura del futuro). Perdimos la garantía de ese andar
histórico, unitario, lineal, sólido que crecía como un árbol. El
mundo aparecía como un hogar amistoso, aunque no del todo
conocido. Hoy nuestra realidad ha perdido continuidad, uni­
dad y seguridad. Este hecho se registra a nivel teórico en la
temática recurrente de las posiciones consideradas posmo-
dernas. Nada nos dice hoy cómo será este hogar nuestro ma­
ñana.
Parece no haber ningún proceso objetivo, que se pre­
sente como necesario, que la educación deba acompañar, como
podía afirmar Elvira López respecto a la situación de las muje­
res. El avance imparable de la historia era, para ella, sostenido,
y aún impulsado por la educación. Hoy esa historia ya no exis­
te. Sin embargo, quizás no podamos renunciar totalmente a
las utopías. La denuncia de injusticia de una situación social
sólo puede hacerse mediante la constatación de un modelo,
proyecto o realidad diferente proyectado en el futuro.38 Quizá
la utopía no sea sólo aquello que no tiene lugar, sino aquello
que aún no se ve, pero que podemos hacer aparecer por nue­
vas resignificaciones, que puedan articularse prefigurando mo­
dos de amistad, solidaridad y buena vida, enfatizando el surgi­
miento de necesidades, relaciones sociales y modos de asocia­
ción nuevos, como dice Benhabib. Aquello que está escondi­
do en nuestro corazón, en nuestras ideas y en nuestras necesi­
dades, más que en modelos normativos.

38 Santa Cruz, M.I. “Actualidad del tema del hombre: los estudios de la mujer”
Revista Latinoamericana de Filosofía, vol. XX.2, 1994.
EL FEMINISMO COMPENSATORIO
DE CARLOS VAZ FERREIRA
Amy A. Oliver
(American University)

Cualquier discusión internacional del feminismo en


América Latina tiene como tarea combatir el argumento de
que el feminismo es una ideología extranjera en la región,
importada de Europa o de Estados Unidos de Norteamérica.
Cabe recalcar, sin embargo, que América Latina no carece de
teorías feministas autóctonas, y que ha habido muchas a. lo
largo de su historia* Estas, en parte, son las responsables del
hecho de que hoy en día el pensamiento feminista latinoame­
ricano tiene mucho que aportar tanto al discurso feminista
global como al de muchas otras regiones.
Si comenzamos por el siglo XVII, el pensamiento de Sor
Juana Inés de la Cruz (1651-1695) tiene cierta naturaleza que
hoy podríamos llamar feminista. En su famosa Repuesta a SorPilotea,
al defender de manera tan brillante y potente su derecho a saber y
a estudiar, nos defiende al mismo tiempo a todas nosotras. Asi­
mismo, podríamos mencionar a muchas destacadas feminis­
tas a lo largo de los siglos, desde Teresa de la Parra (1889-1936)
a Rosario Castellanos (1925-1974). Pero quizá sea de mayor
importancia señalar el hecho, menos conocido y tal vez más
sorprendente, de que el feminismo en América Latina es una
filosofía elaborada no sólo por mujeres sino también por va­
rones. En América Latina feminismo no es, por tanto, una mera
ideología nórdica importada sino un desarrollo autóctono.
En la primera mitad del siglo XX, por ejemplo, el filóso­
fo uruguayo Carlos Vaz Ferreira (1872-1958) emprendió un
serio estudio sobre el feminismo.39En Montevideo, entre 1914
y 1922, dio una serie de conferencias que más tarde, en 1933,
se publicaron bajo el título Sobre feminismo. Si la obra tardó
tanto en publicarse, se debió a que el servicio taquigráfico de
la Universidad había estado suspendido durante años, pero el
libro influyó notablemente en la segunda decada del siglo XX.
En Sobre elfeminismo, Vaz Ferreira analiza tres facetas del femi­
nismo: el antifeminismo, “el feminismo de la igualdad” y “el
feminismo de compensación”.
Vaz Ferreira examina los problemas, los obstáculos y los
dilemas de cada posición. Según Vaz Ferreira, el feminismo de
igualdad se equivoca al no tomar en cuenta las diferencias
materiales entre los sexos, paradigmáticamente, las biológicas.
Por eso es partidario de lo que denomina “feminismo de la
compensación” en la creencia que la sociedad debe reconocer
las diferencias biológicas y compensarle a la mujer “desventa­
jas” tales como el embarazo. Vaz Ferreira propone una teoría
feminista moderada desde nuestra perspectiva actual, pero fue
bastante radical para su época ya que apoyaba el derecho in­
condicional de las mujeres al divorcio y al voto, y fundamentó
varios cambios sociales de tipo feminista en Uruguay y otros
países. De hecho, las sufragistas uruguayas ganaron el voto
precisamente en 1933.4ÜEn Sobre elfeminismo, Vaz Ferreira co-

3Í>Carlos Vaz Ferreira, Sobrefeminismo, voJ. 9 de las-Obras de Carlos Vaz Ferreira,


Montevideo, Impresora Uruguaya, 1957. Salieron ediciones subsiguientes de
Sobre Feminismo en 1945, 1957 y 1963. Como era de esperar, los críticos de Vaz
Ferreira han prestado mucha más atención a los otros 18 tomos de sus Obras
como Lógica viva, Moral para intelectuales y Fertnentario.
40 Uruguay es el segundo país latinoamericano en otorgar el sufragio después
del Ecuador en 1929.
menta incluso el problema del aborto y la injusta costumbre
de que las mujeres deban agregar el “de5* con el apellido del
marido al casarse.
Las reflexiones feministas de V&z Ferreira, entre 1914 y
1922, tienen cierta importancia histórica, porque muestran que
el feminismo en América Latina cuenta con una filosofía que
lo sustenta desde hace por lo menos unos noventa años. Es
decir, en América Latina existen núcleos de pensamiento crí-
tico, agudo y progresista sobre el tema, no sólo en manos de
las mujeres, sino también de los varones. Podemos agregar tam-
bién que el pensamiento feminista de Carlos Vaz Ferreira no
tiene la difusión que se merece. En general, Sobre elfeminismo
sigue siendo una obra poco difundida y relativamente desco­
nocida en ciertos círculos militantes en los que, sin embargo,
priman análisis de origen norteamericano y noreuropeo, so­
bre la condición humana en general y sobre la de la mujer en
particular. Por ejemplo, La sujeción de la mujer (The Subjection of
Women, 1869) de John Stuart Mili es mucho más conocida
que Sobre elfeminismo.41 Con respecto al problema de la justi­
cia, la fecha temprana de Sobre elfeminismo también es signifi­
cativa, ya que las teorías anglosajonas generalmente han omi­
tido la situación de la mujer dentro de la familia, como un
problema propio de una teoría de justicia.42John Rawls, por
ejemplo, en su conocido libro A Theory ofjustice no incluye ese
problema.43 Las teorías de justicia que explícitamente se acer-
41 Cf. p.e Mili, J.S y Taylor, H. La igualdad de tos sexos, Madrid, Guadarrama,
1973; Camps, V. (comp.) Ensayos sobre la igualdad de los sexos de J. Stuart Mili y
H.Taylor MilU Madrid, Mínimo Tránsito, 20001
42 Cf., por ejemplo, Susan Moller Okin,Justke, Gender, and the Family, Basic
Books, 1992.
43 Rawls, J. A Theory ofjustice, Boston, Harvard University Press, 1971. Traduc­
ción castellana, Teoría deJusticia, México, F.C.E., 1979 y reeds. Cf. también, Agrá
Romero, M.X. J. Rawls: el sentido de ¡aJusticia en una sociedad democrática, Univer­
sidad de Santiago de Compostela, 1985.
can a la problemática familiar no se publican en los Estados
Unidos hasta mucho más tarde y son específicamente plan­
teadas por mujeres.
Sobre elfeminismo esmn análisis de la situación social de
las mujeres “de carne y hueso” frente a la problemática polé­
mica entre “feminismo” y “antifeminismo”. Vaz Ferreira ex­
plica que esos términos feminismo’ y *antifeminismo\ feminista’ y
<antifeministaf, hacen, en verdad, más mal que bien, y complican las
múltiples y a veces enormes dificultades reales de losproblemas: las com­
plican todavía con cuestiones de palabras y con confusiones derivadas de
ellas. Vaz Ferreira cree que esta falsa polarización proviene del
uso de los términos “feminismo” y “antifeminismo”, en la
medida en que hay quienes sostienen que los verdaderosfeminis­
tas somos nosotros, porque queremos conservar al sexofemenino y sus
caracteres bien diferenciados. Ustedes sostienen—quieren hacer de las
mujeres, hombres; el verdadero nombre que deberían usares *hoministas’
y no feministas\ Según el filósofo uruguayo, las cosas no deben
polarizarse tan fácilmente, porque ese tipo de resentimiento
impide el análisis serio de la verdadera situación agónica en la
que se encuentran las mujeres. N o obstante, considerando las
diversas connotaciones que tiene la palabra “feminismo”, aún
hoy quienes se definen como “feministas” corren cierto peli­
gro de ser tcatadas/os peyorativamente. Vaz Ferreira, que reco­
noce la importancia de aclarar el significado de los términos
tanto del lenguaje cotidiano como del técnico, trata de plan­
tear correctamente y sobre bases éticas toda la discusión sobre
el feminismo.
Según Vaz Ferreira, el mejor modo de plantear el pro­
blema de la situación social de las mujeres y enfrentarlo debe
cumplir dos pasos: 1) analizar las cuestiones de hecho, las cues­
tiones posibles sobre las similaridades y diferencias de los dos
sexos; 2) examinar los problemos normativos. Vaz Ferreira ya
había distinguido anteriormente los problemas explicativos de
los normativos en su Lógica viva de 1910. Los problemas expli­
cativos son los del conocimiento y la comprobación. Los pro­
blemas normativos son los de la acción, la preferencia y la elec­
ción. Estos últimos son los que nos interesan más en cuanto a
la condición de la mujer.
En efecto, entre las cuestiones de hecho sobre las simili­
tudes y diferencias entre los sexos, Vaz Ferreira distingue en­
tre los “indiscutidos” y los “discutidos”. El “hecho indiscuti-
do” más importante y más radical para la época es el siguiente:
Cuando un hombre y una mujer se unen, a la mujer se leforma un
hijo; al hombref no le sucede nada. Y más adelante agrega, “encon­
trar ese hecho muy satisfactorio es ser ‘antifeminista’”. Para
Vaz Ferreira, los “hechos indiscutidos” de su tiempo son de
tres clases: 1) biológicos, 2) fisiológicos, y 3) psicológicos,
disintiendo con reservas respecto de este último grupo.
Justamente hoy -com o en la época de Vaz Ferreira- uno
de los “hechos indiscutidos” más discutibles es ese de la inte­
ligencia comparada de los dos sexos, caso especial del proble­
ma más general de la psicología comparada. En su análisis so­
bre la inteligencia y aptitudes mentales de las mujeres, Vaz
Ferreira acepta la hipótesis de que la mujer sea rotundamente
menos inteligente que el hombre, y que esa hipótesis sea com­
probable sin tomar en cuenta suficientemente el problema de
la educación y de la necesidad de adaptación al medio social. A
mi juicio, esta parte es la menos satisfactoria de su obra. Me
parece, en efecto, que en su teoría psicológica, Vaz Ferreira no
tomó en cuenta que tanto el varón como la mujer sufren adap­
taciones al medio social vinculadas con las espectativas y los
mandatos sociales implícitos. Evidentemente, hablamos hoy
mucho más de la adaptación y de las espectativas al/del medio,
como factor explicativo de la posible diferencia en las aptitu­
des intelectuales de los sexos, que en la época en que Vaz
Ferreira escribió.
Sin embargo, mucho más convincente es su tratamien­
to de los problemas normativos en Sobre elfeminismo. Para Vaz
Ferreira, los problemas de tipo normativo que enfrentan las
mujeres son: 1) sus derechos políticos, 2) su actividad social
(acceso a cargos públicos, profesiones, carreras, educación en
general), 3) sus derechos civiles, 4) las relaciones de los sexos
y la organización de la familia.
En su análisis de estos problemas, la idea fundamental
es mantener la diferencia entre “feminismo de igualamiento”
y “feminismo de compensación”. El “feminismo de iguala­
miento” —en la versión de Viz Ferreira—se basa en la idea de
que deben abrirse empleos, carreras, entre otros, a la mujer
como al hombre, que debe dársele la misma capacidad civil
que al varón, la misma educación que al hombre, y que, en
general, deben igualarse los sexos para disminuir la diferencia
entre ellos y poner a la mujer en la situación del hombre, y
hacerla parecerse más al varón. Para Vaz Ferreira, que entien­
de la igualdad como homologación, el “feminismo del iguala»
miento” no se puede llevar a cabo por el mero hecho de que
las mujeres están biológicamente maltratadas ante la posibili­
dad de la gestación de un hijo tras su unión con un varón y,
por lo tanto, en esas condiciones nunca se puede hablar de
“igualamiento”.44El feminismo más aceptable para Vaz Ferreira
es, por tanto, el de “compensación”, que se basa en la idea de
que es necesario compensar la injusticia fisiológica que padecen
las mujeres puesto que nunca les será posible igualarse a los
varones. Más aún, sería contraproducente intentarlo. O sea,
para Vaz Ferreira, El antifeminismo toma comoguía aquel hecho (del
desfavorecimiento biológico de la mujer). El malfeminismo lo descono­
ce. El buenfeminismo hace cuanto puede para corregirlo y compensarlo.
Es decir, subyace en Vaz Ferreira la idea de que la mujer es ser
biológicamente inferior, que debe ser compensado por ello.

44 Nótese ante la misma objeción que de Beauvoir, la diferencia en el trata­


miento de la cuestión de la igualdad.
En cuanto a los derechos políticos y civiles, y la activi­
dad social de las mujeres, Vaz Ferreira ha tenido un impacto
importante en pro de la m ujer en la legislación uruguaya.
Como ya se señaló, Uruguay otorgó el sufragio a las mujeres
en 1933, después de los Estados Unidos (1920) y de Ecuador
(1929), pero antes que muchos países europeos.
Además, Vaz Ferreira propuso una Ley que, tal como la
concibió, fue adoptada por la legislación uruguaya: se trata de
la Ley del “divorcio unilateral” para dar a la mujer la facultad
de obtener el divorcio por su sóla voluntad, sin expresión de
causa, mientras que el hombre ha de necesitar causa justifica­
da. Esta Ley es consistente con su teoría de que el caso del
varón y el de la m ujer son diferentes y, naturalmente, cuando
se la sancionó, los antidivorcistas no la consideraron satisfac­
toria porque insistían en conservar la familia como célula base
de la sociedad. Pero tampoco los pro-divorcistas la considera­
ron buena porque ellos encaraban la cuestión como propia de la ‘igual­
dad*.
La posición de Vaz Ferreira quizá pueda ser criticada
como un caso de sexismo invertido en el cuál el varón no tie­
ne los mismos derechos que las mujeres. Creo, más bien, que
dentro del contexto de su teoría del “feminismo de compen­
sación”, Vaz Ferreira anticipa, y se acerca, a la posición de cier­
tos psicólogos y sociólogos que proponen reemplazar el
patriarcado por el matriarcado, para así corregir los males his­
tóricos que padecieron las mujeres. Hasta cierto punto, Vaz
Ferreira también cree que el matriarcado merece su oportuni­
dad para empezar el proceso de compensación. O tro modo de
entender la cuestión es encuadrándola dentro del marco polí­
tico de la “acción positiva” que transitoriamente favorecería a
las más desaventajadas.
Se ve, con todo, que el problema normativo de las rela­
ciones entre los sexos y de la organización de la familia es el
que más preocupa a Vaz Ferreira. Com o en el resto de la obra,
su tratamiento del matrimonio y del divorcio es una mezcla
bastante curiosa de algunas ideas conservadoras y otras suma­
mente avanzadas. Por una parte, sostiene que las cargas exte­
riores a la casa son para el varón y las domésticas son para la
mujer (aunque quiere que la mujer tenga igual acceso a la es­
fera pública). Al mismo tiejrnpo concede la posibilidad de que
las mujeres sean menos iriteligentes y creadoras porque los
grandes nombres de la cultura son varones (Platón, Beethoven,
Shakespeare, etc.), y que el “amor libre” es una fuerza destruc­
tiva para la sociedad. Pero, por otra parte, Vaz Ferreira anticipó
algunas ideas que cobraron importancia con el paso del tiem­
po. Por ejemplo, advierte que el matrimonio es un regulador
opresivo en la vida de las mujeres profesiones o empleadas,
aunque sostuvo a la vez el ideal del matrimonio monógamo.
Es decir, nunca critica el matrimonio monógamo como insti­
tución, sino su instrumentación. Cuestiona también el argu­
mento de los anti-divorcistas que razonan como si los dívorcistas
sostuvieran que el divorcio es bueno.
Vaz Ferreira se ocupa además de la injusticia que conlle­
va que la mujer agregue el apellido del marido cuando se casa
sin que se modifique en nada el de aquél: Bse ‘de’ que usan las
mujeres en su nombre de casadas /.../ ¿no será un resto de antiquísimos
regímenes sociales en que el marido era el dueño de la mujer, y ella le
estaba sometida? Según nuestro diccionario, esa preposición denota po­
sesión o pertenencia. Vaz Ferreira propone, en cambio, que en
lugar del ‘de% debería usarse el ‘con’; y que deberían usarlo
tanto la esposa como el marido. Incluso, el filósofo uruguayo
sostenía el derecho de las mujeres a quedarse solteras, sin que
su estado civil se viera socialmente como anormal: Pudiendo la
mujer vivir por sí misma —se trata del poder, de la capacidad, de la
posibilidad—no depende totalmente del matrimonio, como ha venido
ocurriendo en la sociedad establecida, de la cuál es ese hecho uno de los
más tristes y antipáticos aspectos. Y a continuación agrega: Pero lo
horrible es que la humanidad cuente con J...J que se organiza sobre la
base de hacer de la mujer que no se casa una especie de ser expiatorio.
La biografía de Carlos Vaz Ferreira ilumina el por qué
de la atención que dedica a los derechos de las solteras. En
efecto, además de tener dos hermanos, uno biólogo y otro abo­
gado, su hermana María Eugenia Vaz Ferreira (1880-1925) fue
una distinguida poeta. Y no escapó a la fina atención de Carlos
Vaz Ferreira la presión social que experimentó su hermana
cuando decidió quedar soltera, no casarse y, en consecuencia,
desafiar todas las expectativas sociales. A lo largo de su vida,
muchas veces el estado civil de María Eugenia recibió más aten­
ción que su obra literaria e, incfuso, los críticos de la época se
refirieron a ella como una “virgen otoñar". Su hermano, ade­
más de defender los derechos de las solteras, entendió tam­
bién la presión que padecían las mujeres casadas en matrimo­
nios opresivos, y por eso apoyó su derecho a divorciarse sin
mayores explicaciones.
Hasta ahora hemos perfilado las ideas de un pensador
progresista (con contradicciones) cuyo estudio del género fe­
menino y de la familia es tan actual en ciertos aspectos como
cuando dictó sus conferencias, a partir de 1917, en Montevi­
deo. Ahora bien, Vaz Ferreira examina también la brecha que
se abre entre la capacidad de las mujeres y el espacio que la
sociedad les otorga para sus actividades. Por eso, apoya su de­
recho a participar en todo lo que hace valiosa la vida para el ser
humano. Si bien el impacto del pensamiento de Vaz Ferreira
fue sumamente importante en el progreso de las mujeres uru­
guayas, es necesario señalar que no fue el único varón que
trabajó en aras de dicho progreso, y que muchas mujeres, por
supuesto, hacían lo propio. Los escritos de Vaz Ferreira perte­
necen a una época de alta actividad rioplatense en torno al me­
joramiento social y político de las mujeres. En todo caso, su
originalidad está dada por el encuadramiento filosófico de sus
argumentos.
En la esfera política, por ejemplo, los presidentes José
Batlle y Ordoñez y Baltasar Brum apoyaron también la causa
feminista- En 1918, ayudada por el clima batllista que propició
algunas de las leyes qure favorecieron a las mujeres, Paulina
Luisi (1875-1950), la primera médica uruguaya —sus herma­
nas Clotilde y Luisa fueron la primera abogada y una famosa
poeta- dictó una importante conferencia sobre el feminismo.
En dicha conferencia buscó redefmir el rol y modo de organi­
zación de la familia a fin de incorporar los derechos de las
mujeres. Asimismo, en sus escritos enfrentó la prostitución y
la trata de blancas como lo hizo en Argentina la socialista Ali­
cia Moreau (1885-1985), una de las primeras médicas y auto­
ra, entre otros, de La mujer en la democracia (1945). Luisi defen­
dió toda su vida los derechos civiles y políticos de las mujeres
y, junto con Alicia Moreau, fue líder activistas del movimien­
to feminista en el Cono Sur, en el que miles de mujeres de
todas las clases sociales participaron.
Volviendo a nuestro filósofo, su influencia feminista so­
bre el sexismo de la época, aun en el círculo intelectual su­
puestamente progresista que giraba en tomo a la Universidad
de la República, fue relativamente aceptada. Sin embargo, si
tales propuestas de Viz Ferreira sobre los derechos de las m u­
jeres en general, y dentro de la familia en particular, fueron
tenidas en cuenta, ello se debió más porque las formulaba un
varón que porque se reconocieran como legítimas.
En la primera mitad del siglo XX, el clima intelectual
del Cono Sur era propicio al desarrollo de una filosofía femi­
nista autóctona entre mujeres e incluso entre varones aliados
a la causa como Carlos Vaz Ferreira. A través de Sobre el femi­
nismo el filósofo montevideano realiza importantes aportes al
analisis del pensamiento feminista y parece haberse dado cuenta
de una realidad que ya en 1843 bien expresó Flora Tristán,
parafraseando a Fourier, Sin liberación de la mujer no habrá libera­
ción del hombre.
TRES ESCENAS DEL
FEMINISMO ARGENTINO
María Luisa Femenías
(Universidad Nacional de La Plata-
Universidad de Buenos Aires)

En su conferencia inaugural como Directora de los


Women Studies en la Arts Faculty (Universidad de Utrecht),
Rosi Braidotti presentó tres escenas de la historia de las muje-
res.45 La primera de ellas, en la Universidad de Cambridge, en
1920, a cuya biblioteca Virginia W oolf no pudo ingresar por el
simple hecho de ser mujer. La segunda, pinta el París de los
años treinta- Ahora, la protagonista es Simone de Beauvoir
quién tampoco pudo ingresar a la Sorbona, por el mismo
motivo. En contraste, Braidotti quiebra en su última escena la
tónica de las dos anteriores describiendo cómo las jóvenes
alumnas de su Universidad discuten vehementemente sobre
sus respectivas carreras.
¿Cuáles son nuestras tres escenas? Reconstruiré las tres
que juzgo más significativas, a la manera de una fotografía, y
sin intención de ser exhaustiva.
Desde luego, la primera surge, a mi entender, en el siglo
XVIII en el marco del feminismo ilustrado de raigambre li-

45 Cf. “The subject in Feminism” Hypatia VI. 2, 1991, pp. 155-172. Una prime­
ra versión de este trabajo (sustancialmente modificado) fue presentada en el
VII Congreso Nacional de Filosofía, Río Cuarto (Córdoba, Argentina).
beral encarnado, por ejemplo, en Juana Manso (1819-1875).46
La segunda reconoce un feminismo con conciencia de clase,
impulsada con vigor por las anarquistas hasta que la Ley de
Residencia expulsó a sus miembros más activos y desarticuló
el movimiento.47 Paralelamente, aunque sólo me ocuparé de
las anarquistas, el feminismo socialista tuvo una importante
presencia hasta el advenimiento de la revolución del año 1930,
cuando sus actividades fueron proscriptas, contribuyéndose
así a su desarticulación. En general, parte de sus intereses se
desviaron en la década siguiente en el complejo fenómeno del
movimiento peronista que, finalmente en 1947, concedió una
de las reivindicaciones más importantes por las que habían
luchado las mujeres de las décadas anteriores: el voto. Paradó­
jicamente, la mayoría no pudo ejercerlo sino hasta mucho más
tarde.
Así las cosas, hay que esperar hasta la década de los ‘60
para encontrar nuevamente una presencia fuerte de los movi­
mientos de mujeres. Aún así su posibilidad de participación
fue breve. Los golpes de E¿tado del año 1966 (Onganía) y lue­
go del año 1976 (Videla) volvieron a foja cero todos los recla­
mos políticos y civiles no sólo de las mujeres. En esos años se
consolidó desde el gobierno un discurso fuertemente persua-
sivo sobre la misión sacrificial de la mujer-madre, sus deberes
y sus capacidades naturales. Años más tarde, una nueva para­
doja permitió sentar en ese tipo de argumentos las bases para
la lucha de las Madres, transfiriendo desde su “lugar natural
privado” al espacio público sus reclamos.48

46 N o desconozco figuras como la de Juana Manuela Gorriti, pero me resulta


más señera la de Juana Manso.
47 Ley de Residencia n° 4144, de 1902.
48Cf. mi artículo “Igualdad y diferencia en democracia: una síntesis posiblenAnales
de la Cátedra Francisco Sttárez, 33. Universidad de Granada, 1999. Pp. 109-132.
Sólo recientemente, con el advenimiento de la demo­
cracia y su trabajosa consolidación, ha sido posible repensar
nuestra historia, nuestra herencia, nuestro futuro y nuestras
necesidades. Donde el “nuestras” y el “nosotras” no son pala­
bras triviales ni obvias, sino que constituyen el núcleo clave de
cualquier emprendimiento que nos propongamos.
Ubico —como dije—el primer daguerrotipo en el siglo
XIX, bajo la influencia de la ilustración en su vertiente libe­
ral.49Su figura principal es Juana Manso quien, hacia 1858, era
editora respondable de Album de Señorita?° y, un año más tar­
de, la primera directora de una escuela mixta en la que asistían
niños y niñas. Como es sabido, a lo largo del siglo XIX, en
América Latina, los proyectos de nación giraron en torno al
eje civilización / barbarie, pensando desde allí, el espacio utó­
pico de la identidad nacional. Ahora bien, muchas mujeres
sospecharon que estas categorías las excluían y, de manera más
bien intuitiva, descubrieron la necesidad de constituir un ter­
cer lugar en la dicotomía: el suyo propio. En efecto, siguiendo
los pasos propios de la dialéctica de la Ilustración / civilización
los varones quedaban asimilados a la cultura y a la civilización
y las mujeres a la naturaleza indómita que debía ser controla­
da.51 Los indicadores del racionalismo occidental, es decir, los
principios de libertad, de igualdad y de fraternidad, sirvieron

49 Cfr. Molina Petít, C Dialéctica feminista de la ilustración, Madrid-Barcelona,


Comunidad de Madrid-Anthropos, 1994. Introducción: “Ilustración y Libera­
lismo”, pág. 31.
50 Cfr. Masielo, F.(comp.) La mujer y el espacio público, Buenos Aires, Feminaria
Editora, 1994; Fletcher, L. (comp.) Mujeres y cultura en la Argentina del siglo XDC,
Buenos Aires, Feminaria Editora, 1994; Sosa de Newton, L. Las argentinas, Bue­
nos Aires, Zanetti, 1967; Auza, N . Periodismo y feminismo en la Argentina: 1830-
1930, Buenos Aires, Emecé, 1988.
51 Molina Petit, op.cit. n. 2.
en muchos casos como recurso de legitimación de las organi­
zaciones y de las instituciones políticas que se fueron constru­
yendo. Estos conceptos, como se ha señalado repetidamente,
adolecen de problemas intrínsecos que afloraron en la prácti­
ca: el carácter etnocéntrico del horizonte “universalista” con
su cláusula monocultural imprimió una matriz de contraseña
inconfundible: la lógica de la identidad y de la identificación, donde
en América Latina, los propios perfiles nacionales se constru­
yeron en clave de identificación con los modelos europeos.52
Respecto de las mujeres, se heredaron directamente las con­
tradicciones propias de la Revolución Francesa, deudora di­
recta de la Ilustración. En efecto, las mujeres, primero ciuda­
danas revolucionarias (piénsese en Juana Manuela Gorriti), se
consolidaron luego, poco a poco, en el imaginario de la “ma­
dre republicana” o “madre cívica”. Por tanto, mientras los va­
rones “creaban una nueva nación” poco a poco relegaron a las
mujeres la responsabilidad de criar y educar a los futuros ciu­
dadanos varones que más adelante dirigirían la sociedad. De
ese modo, les transfirieron las funciones extensivas de la ma­
ternidad: el magisterio y la beneficencia. Tras los primeros
momentos, la imagen de las mujeres tanto entre los “preclaros
varones de la patria”, cuanto entre los “caudillos” se reacomodó
según los moldes más tradicionales.
La nueva imagen de la mujer surgió, entonces, del seno
mismo de las contradicciones de los tres principios revolucio­
narios: igualdad, libertad, fraternidad. Mientras que los dos
primeros marcan los límites y posibilidades del espacio cívico/
público, el tercero sólo se sostiene si se mantiene como mo­
delo la metáfora de la familia, en el marco del espacio priva­

52 Marramao, G. “Paradojas del universalismo” Revista Internacional de Filosofía


Política, TJAM-UNED, 1 (1993), p. 7-8.
do.53 Este modelo familiar acorrala a las mujeres, por un lado,
en el ámbito privado y, por otro, las escluye, en virtud de su
lógica interna, de la categoría defráteres en el espacio publico.
Gomo consecuencia, las mujeres quedaron re-inscriptas o con­
fundidas en el nuevo modelo familiar donde la fraternidad (no
la sororidad) remitió al vínculo de sangre, que si bien requiere
de un cierto grado de igualdad y de libertad, prioriza la natura­
lidad de la relación en oposición de las relaciones marcadas por
un vínculo legal. Así, las mujeres “patricias” son las únicas que
se desmarcan de un colectivo más o menos indiferenciado, al
que no se presta demasiada atención.
Ahora bien, Juana Manso, a la que inscribo en el espacio
ganado en nuestro país, a la dicotomía civilización / barbarie,
está de algún modo ligada a la “mujer republicana liberal”,
pero guarda respecto de ella una cierta distancia. Su figura se
recorta del transfondo de la ilustración católica, pero como
m ujer real, de carne y hueso, no es un símbolo revoluciona­
rio; en ese sentido adquiere dimensión propia. Si bien se casa
y tiene un hijo, Juana Manso no se repliega en la maternidad
sino que entabla un diálogo fluido, con algunos varones
“fotjadores” de la patria y tercia en los debates sobre organiza­
ción y construcción de una praxis democrática.54 Desde ese
lugar de mujer “ilustrada” criticó tanto la enseñanza religiosa
tradicional de mujeres y de varones cuanto el discurso nacio­
nalista sectario, la hipocresía social y la falta de oportunidades.
Se opuso a las guerras fratricidas y defendió una educación y
una cultura autóctonas. Ante todo, Juana Manso es una trans-

53 Bozzacchi, L. Carriquiriborde, M. “Género, fraternidad y Revolución Fran­


cesa: Algunas perspectivas” IXo Congreso Nacional de Filosofía, La Plata, 1998; Agrá,
M a Xosé, “Fraternidad: un concepto a debate.” Revista Internacional de Filosofía
Política, UAM -UNED, 3, 1994, p. 143-166.
54 Masielo, Idem, p. 10.
gresora: se permitió invertir el triángulo femenino tradicional:
cuerpo, sexo y comida; es decir, el ideal de belleza femenina,
el servicio sexual para el goce del varón, y el aspecto nutricio-
asistencialista para los hijos, en particular, y para los demás en
general. Más aún, Manso violó el “mandato de silencio”, que
regía sobre las mujeres de su época y se apropió de un género
ajeno a la naturaleza femenina: la conferencia.
La conferencia, género laico que sigue el esquema del
sermón religioso, en Manso no sólo implicó su apropiación
del logos sino, además, su irrupción con mucha dificultad en
un espacio deliberadamente ajeno a la casa contra las reglas
tácitas y explícitas del “buen decir” de las mujeres. Por lo tan-
£o, no es de extrañar la virulencia que provoca esta maestra
que pretende poseer un saber “de varones” y, al mismo tiem­
po, defender un fin económico, reconocer una motivación po~
lítica y que, por añadidura, insta a la construcción de una “con­
ciencia de mujeres” para modificar el orden público, rompien­
do con los esquemas y estereotipos tradicionales.
En Albun de Señoritas señala: lodos mis esfuerzos serán con­
sagrados a la ilustración de mis compatriotas y tenderán a un único
propósito: emancipar de las preocupaciones torpes y añejas que les pro­
hibían hasta hoy hacer uso de su inteligencia, enagenando su libertad y
hasta su conciencia a autoridades arbitrarias /.../ quiero probar que la
inteligencia de la mujer, lejos de ser un absurdo, un defecto, un desatino
o un crimen, es su mejor “adorno”, su verdaderafuente de virtud...,55
Esta declaración de Manso incluye ia palabra “ilustra­
ción” y una serie de propósitos acordes con sus principios,
como la noción de “emancipar”. De este modo, Manso se ins­
cribe claramente en una posición feminista, aunque no men­

55Album de Señoritas, n° 8, pág. 1. 1858. En: Masielo, F. op.cií. El subrayado es


mío.
cione el término. Utiliza también la palabra “compatriotas”
que —se ha señalado56—goza de ambigüedad y, en principio, es
aplicable tanto a varones cuanto a mujeres. Pero, en el párrafo
siguiente (¿por qué no la educáis ilustrada <a la mujer >?) no
deja dudas de que reprocha a los varones no permitir a las
mujeres acceder a una educación que les permita constituirse
plenamente en personas. Es preciso que puedan alcanzar las
herramientas necesarias para moverse en el espacio político y
social, y Manso las invita a atravesar las fronteras de lo domés­
tico y a desprenderse del disfraz que se les impone para cum­
plir un rol que las oculta en lo que verdaderamente son.
A estos efectos, la estrategia de Manso es doble. Por un
lado, toma la palabra y la usa en toda su potencia. Por otro, a
veces, se resguarda en un segundo plano y habla, vicariamente,
en nombre de la voz de la razón: “no vengo a hablaros en mi
nombre, soy nada”; “tal vez no soy más que la repercusión de
un eco...”. Com o Sor Juana Inés de la Cruz en su Respuesta, se
muestra y se esconde, habla por sí y para las mujeres pero se
coloca en la voz de otro, tiene autoridad porque la pide presta­
da. Este juego de exhibiciones y ocultamientos refuerza su dis­
curso aún a sabiendas del fracaso de su empresa: La sociedad es
del hombre: él solo ha escrito las leyes de los pueblos, sus códigos, por
consiguiente, se ha reservado toda la supremacía para sí /.../; el círculo
que traza en derredor de la mujer es estrecho, inultrapasable, lo que en
ellas clasifica como crimen, en él lo atribuye a la debilidad humana /.../
<de modo que> segregada de todas las cuestiones vitales de la huma­
nidad por considerársela lafracción más débil, son con todo obligadas a
ser ellas lasfuertes y ellos, en él punto de la tentación, son lafragilidad
individualizada en el hombre.57

56 Meyer, C, art.cit.
57 Masielo, F. op.cit. p. 59.
Este pasaje es harto elocuente. Sin términos teóricos que
le permitan conceptualizar el problema pero también sin
ambajes detecta y denuncia el sesgo genérico de la sociedad
donde el hombre (= varón) ha construido las leyes “a su ima­
gen y semajanza”. Detecta también la falacia pcirs pro toto, el
varón es la mitad de la especie que se constituye en el univer­
sal. Nuevamente, con precisión como Sor Juana, detecta y
denuncia el uso del doble criterio: lo que en una es crimen, en
el otro es debilidad, con consecuencias éticas y antropológicas
que desembocan en la discriminación y la sanción pública de
las mujeres. Su denuncia es revolucionaria porque apunta no
sólo a un cambio radical que involucra al “universal mujeres”
sino también al de la estructura política de la sociedad en que
vivía. Como era de esperar, su actitud fue considerada un des­
propósito y un escándalo.
Vista desde la perspectiva actual, la lucha de Manso tuvo
sus límites. Provienen, en parte, de la fuente de la que abrevó:
la Ilustración. Se ha subrayado que cae en el error de juzgar a
la totalidad de las mujeres como de análoga estructura y pro­
yecciones intelectuales a las suyas propias, y considerar que,
como ella, se sentían capaces de defender los mismos dere­
chos en los que ella sueña, presuponiéndolos anhelados por
todas las demás.58 Dicho de otra manera, Manso cometió los
“errores” propios de un feminismo liberal: pretendió cambiar
el orden tradicional y su ideología predominante, secularizar
la educación de las mujeres, darles un sentido autónomo pero
no alcanzó a oír sus propias especificidades. Su razón
universalista empañó las diferencias y no pudo profundizar en
las causas de su fracaso. Su discurso, tal vez, fue percibido como
demasiado afín a una forma de conversión al ‘bárbaro* (dirigi­

58 Velazco y Arias, M. Juana Paula Manso: Vida y acción, Buenos Aires, Ed. de la
autora, 1937. En: Fletcher, L. op.cit. p. 108-120.
do a la mujer/naturaleza): una forma implícitamente proyec­
tada para neutralizar toda alteridad. Manso, la luchadora in­
cansable, quizá minimizó también la fuerza de la matriz cul­
tural en la que las mujeres a las que se dirigía se habían forma­
do y el grado de aceptación que alcanzaba en ellas. La lealtad
de clase y de cultura primó sobre la de sexo y su discurso fue
rechazado “por propios y ajenos”.
La segunda escena se ubica a fines del siglo XIX en los
alegatos de las escritoras anónimas del periódico anarquista La
voz de la mujer, y esta “voz” es diferente a la de los Salones
Literarios de Juana Manuela Gorriti o a la de las Conferencias
de Juana Manso.59 Su reivindicación de los derechos de las
mujeres viene con conciencia de clase de la mano de socialis­
tas y anarquistas, grupos que se vinculan directa o indirecta­
mente con la Gran Inmigración europea de fin de siglo. In­
fluidas fundamentalmente por el anarquismo italiano, las edi­
toras de La voz de la mujer (1896-1897) rechazaron la denomi­
nación burguesa de “feministas” y prefirieron mantener su
identidad como clase trabajadora, con necesidades e intereses
propios, diferenciándose así de sus potenciales patronas y de
las demás mujeres de clase media y alta.60
Las obreras de La voz de la mujer reconocieron su pecu­
liar situación con claridad y decidieron denunciar el sexismo
dentro del mismo movimiento anarquista, corriendo el riesgo
de ser tildadas de distractoras de los verdaderos problemas y ob~

59 La voz de la mujer, períoátco comunista-anarquista (1896) reedición coordinada


por Oscar Terán, Universidad Nacional de Quilmes, 1997; también La voz de la
mujer, en Masielo, F. (comp.) op.cit. p. 229. Todos los artículos pertenecen al
único año de aparición, 1896 en un total de ocho números, y están firmados
por “La Redacción” o con pseudónimos como “Pepita Guerra” o “Luisa Viole­
ta”. En adelante, citaré según el número de página de la compilación de Masielo.
60 Cf. Luttrell, W. “Socialist fem inism today: Beyond the politics o f
Victimization” Socialist Review, 73, 1984, 14.
jetivos políticos. Con decisión, se plantean preguntas de este
tipo, ¿cómo podemos las mujeres entender nuestra peculiar
situación sin extender la; estrechez de las categorías que
focalizan la opresión en el trabajo y en las relaciones económi­
cas y desconocen que la sexualidad, la reproducción y la fami­
lia son puntos centrales subyacentes de la economía?61Y, más
aún, ¿cómo reconocer como anarquistas cabales a quienes di­
rigen su prédica sólo a la mitad de la especie humana? Tras
identificar las necesidades y los intereses de las mujeres traba­
jadoras, no se limitaron a demandas vinculadas a los proble­
mas de la mera subsistencia. Exigieron no-sexismo, no-segre­
gación en el trabajo y autonomía económica. Su lema N i Dios,
N i Amo, N i Marido denunciaba, con otro lenguaje, la doble es­
clavitud de la que eran objeto: “...me dirijo á vosotras que sufrís
como yo la doble esclavitud del capital y del hombre”.62 De
esa manera, iluminaron la intersección sexo/clase que hasta
entonces había estado postergada.
Movidas por esos intereses, en 1895, comenzaron a pu­
blicar en Buenos Aires los primeros folletos dedicados a las
mujeres obreras “nuestras compañeras de trabajo y miseria”.
Se ocuparon de “todas las cuestiones que tienen relación di­
recta con la emancipación civil, económica, política y religiosa

61 Los reclam os fem inistas en los m ovim ien tos de izquierda fueron,
mayoritariamente, infructuosos porque siempre se los cortó con la excusa de
que distraían de la causa política de fondo. Cfr. Molina Petit, op.cit, p. 202. Para
un estudio más extenso al respecto, Hartmann, H. “The Unhappy Marriage o f
Marxism and Feminism” en: Women and Revolution, Boston, South End Press,
1981; Weinbaum, B. E l curioso noviazgo entrefeminismo y marxismo, Madrid, Siglo
XXI, 1984; de M iguel, A. Marxismo y Feminismo; Alejandra Kollontay , Madrid,
Comunidad de Madrid, 1993, entre otros.
62 Masielo, op.cit p. 240, donde la redacción escribe “hombre” debe leerse “varón”
pues no se reconoce aún la equivocidad del término.
de la mujer.”63El editorial del segundo número de La voz de la
mujer, firmado por “La Redacción”, anuncia: Apareció el primer
número de La voz de la mujer y claro ¡allífue Troya! Nosotras no
somos dignas de tanto, 7Cal no señor, ¿emanciparse la mujer? ¿para
qué? iqué emancipación femenina ni que ocho rábanos/ La nuestra,
venga la nuestra primero, y luego cuando nosotros seamos libres, allá
veremos /.../. Con tales humanitarias y libertadoras ideasfué recibida
nuestra iniciativa....64 El editorial no va dirigido ni a patrones ni
a capataces, sino a los propios compañeros anarquistas, tan bue­
nos representantes del doble criterio como cualquier otro varón.
El ejemplo más claro lo brinda la cuestión sexual donde
enfatizan: “el hombre es libre /.../ Ja mujer cae en falta” (el su­
brayado es nuestro). Sin un andamiaje teórico muy elaborado
pero con ideas claras, las mujeres anarquistas denuncian la ce­
guera genérica de sus compañeros a los que no dudan en deno­
minar pseudo-anarquistas. En efecto, lejos de la teorización y
del uso de categorías comprensivas como patriarcado o géne­
ro, en tanto que obreras denuncian (junto con los varones obre­
ros) su opresión laboral pero, en tanto que mujeres, plantean
(contra los varones, fueran obreros o no), que ellas están do­
blemente oprimidas: en la vida socio-laboral y en la privada.
Haciéndose cargo de sus propios reclamos sostienen: Ya tenía­
mos la seguridad de que si por nosotras mismas no tomábamos la ini­
ciativa de nuestra emancipación, ya podíamos tornarnos momias o algo
por el estilo, antes que el llamado Res de la Tierra (el hombre) lo hicie­
se.
En una sociedad en la que persistía una definición de
“lo femenino” propia de un modelo más tradicional, las muje­

63 Fueron editados por la Biblioteca de La Questione Sociale y se repartían en forma


gratuita, siendo costeados, según era la costumbre, por suscripción voluntaria.
Oír, Recalde, H. op.cit. p. 14-15.
64 Masielo, op.cit. p. 229. Cfr. también 241; 232-233.
res, como trabajadoras, compartían —contrariamente al ideal
femenino del modelo—los mismos esfuerzos, privaciones y ne­
cesidades que los varones. Pero, como mujeres, soportaban
además problemas específicos de su condición y, por primera
vez, se atreven a denunciarlos: los maltratos del marido acom­
pañados de indefensión legal; el acoso sexual en los lugares de
trabajo y el ejercicio del poder de los patrones y capataces (los
“patrones gomosos”), acompañados también de indefensión
legal; un salario inferior al de los obreros varones; la imposibi­
lidad de ejercer la maternidad como opción y no como obliga­
ción (“¿a do irás sin pan para tí ni leche para tu hijo...?”); la
carencia de asistencia médica y de legislación adecuada tam­
bién en este asunto.65
Para estos problemas, la religión y el “orden” social esta­
blecido sólo predicaban resignación. Por tanto, y en conso­
nancia con los principios anarquistas, rechazaron todos los roles
socialmente reconocidos y establecidos para las mujeres, de­
nunciando, no sólo los problemas vinculados a la prostitución
y la trata de blancas (como privilegio de sexo que ningún va­
rón estaba dispuesto a rescindir) sino también el matrimonio
como una forma más de prostitución, llamando a practicar el
amor libre y reconociéndose sujetos de amor y de deseo. Consi­

65 Los reclamos se cristalizaron en 1907 con la Ley 5291 que contempló cuatro
aspectos fundamentales: 1) edad mínima de admisión aí trabajo, 2) prohibición
de trabajo nocturno, 3) exclusión de las tareas calificadas com o insalubres o
peligrosas, y 4) medidas de protección a la maternidad. Entonces, las mujeres
tuvieron una jornada legal de trabajo de 8 horas, de la que los varones carecie­
ron hasta 1929 (en 1905 se había obtenido el descanso dominical no pago). La
protección de la Ley se fundaba explícitamente en cuestiones de orden higienista,
dada la incidencia negativa del trabajo sobre la salud de las embarazadas y las
puérperas y de sus hijos pequeños; implícitamente desviaba a las mujeres del
mercado de trabajo que con sus bajos sueldos deprecien el mercado.
deraron, en consecuencia, insuficientes los cambios de orden
público propuestos por sus compañeos y bregaron por modi­
ficar el orden privado. En estos folletos, se reconocen “al ser­
vicio del hom bre” y ante este hecho palmario reclaman la mis­
ma libertad, igualdad y dignidad que los obreros exigen para sí,
en una especie de intento de homologación de derechos. En esta
línea de pensamiento, concluían: “... queremos reivindicar para
nosotras una razonable igualdad delante del sexo masculino” y
desde esta perspectiva valorizaron su independencia econó­
mica.66Tal independencia económica haría de las mujeres per­
sonas autosuficientes, lo que les permitiría liberarse de la car­
ga del “orden doméstico” que según ellas, sólo beneficia a los
varones. Los artículos de La voz de la mujer abordan, por pri­
mera vez, el tema de la quiebra del orden familiar: <Varo~
nes> ... espreciso que sepáis de una vez, que esta máquina de vuestros
placeres, este lindo molde que vosotros corrompéis, ésta sufre dolores de
humanidad y ya está hastiada de ser un cero á vuestro lado, es preciso
¡oh!falsos anarquistas, que comprendáis una vez por todas que nuestra
misión no se reduce á criar á vuestros hijos y lavaros la roña, que noso­
tras también tenemos derecho á emanciparnos y ser libres de toda clase
de tutelaje ya sea social, económico o marital /.../ Para vosotros, ¿qué es
una mujerfea ó bonita, joven ó vieja?:¡una sierva, unafregona!67
Utilizando el mismo razonamiento analógico que Flora
Tristán, nuestras anarquistas denuncian que la mujer es sierva
del varón en el hogar como el varón es siervo del capital en su

66 El subrayado es nuestro. N o especifican qué entienden por “razonable igual­


dad” pero el contexto hace suponer que reclaman legislación ad hoc para emba­
razadas y puérperas.
67 Masielo, op.cit. pág. 230,
lugar de trabajo.68La analogía adquiere matices de victimización
femenina, pero el lenguaje retórico del pasaje aboga por la toma
de conciencia de la situación y la búsqueda de los medios para
revertiría. Para lograrlo, es preciso despojar a los varones de su
carácter de héroes: ¿No es verdad que es muy bonito tener una mu­
jer á la que le habléis de libertadde Anarquía, de igualdad, de revolu­
ción social, desangre, de muerte para que creyéndoos unos héroes/.../ os
echa al cuello los brazos para reteneros.69 La doble praxis de los va­
rones anarquistas según se trate del espacio público o del pri­
vado también es denunciada sin ambages: Ya lo sabéis, pues, vo­
sotros que habíais de Libertad y en el hogar quereis ser unos Czares, y
quereis conservar el derecho de vida y muerte sobre cuanto os rodea, ya
sabéis vosotros los que os creeis muy por encima de nuestra condición /
.../ que ya se acabó aquello de: *¡Anarquía y libertad, las mujeres a
fregar!’ Salud.70
Sin embargo, las anarquistas de La voz de la mujer no se
limitaron a señalar el papel poco revolucionario de sus cora-
pañeros en lo que a la libertad de ellas mismas, dentro del
espacio hogareño, se refiere. Denunciaron también la falacia
de hacer reivindicaciones “universalistas” para mujeres que no
tenían los mismos problemas de clase o de raza.71 En lo que
aparece como una clara anticipación de las nociones de en-
trecruzamiento mujer/clase/raza, denuncian cómo clase y raza
se potencian para mantener a las mujeres en su condición su­

fl8 Tristón, F. Unión obrera, M éxico, Fontamara, 1993, Introducción de Yoland?


Marco, p. 23. N o parece ser este el ünico punto en eí que la influencia de Flora
Tristán (1803-1844) hace mella.
69 ibidem.
70 ibidem.
75 Cf. el artículo anónimo sobre las matanzas de la Campaña civilizadora al D e­
sierto, en el número II.9, también, Masielo, op.cit, págs. 246-248.
bordinada. El exiguo lapso en que se publicó La voz de la mujer
(9 números) y la escasa repercusión de sus reclamos entre sus
propios compañeros, sumados a las dificultades internas y ex­
ternas al movimiento anarquista, dan cuenta de la solidez de la
trama social que las apresaba.
Nuestra tercera escena concierne a la historia reciente
del esfuerzo colectivo que ha significado, por un lado, la recu­
peración de la memoria, en especial la de las mujeres, tras las
fracturas que generaron las interrupciones a la continuidad
democrática. Por otro, el esfuerzo de aggiomamiento tras el blo­
queo teórico de las dictaduras y los éxodos de académicos.
Asimismo, imbricados con los anteriores, cabe destacar la in­
cipiente producción propia y original.
Numerosas publicaciones intentan suturar las fracturas
de nuestra memoria. Son buenos ejemplos, los números 5 y 6
de Travesías editada por Silvia Chejter, los índices de Feminaria
y los artículos de Mora, y las compilaciones que recogen la
realidad regional con sus especifidades, entre otras. Sin em­
bargo, el fenómeno más interesante que se produce desde
mediados y fines de los ’80 es la formación de numerosos Equi­
pos, Institutos y Posgrados en las Universidades Nacionales,
siempre reacias a las innovaciones. Buenos ejemplos son la
creación de la Cátedra Libre de la Mujer (UNLP); en 1987, el
Posgrado de Estudios de la M ujer (Facultad de Psicología,
UBA); el Area Interdisciplinaria de Estudios de la Mujer de la
Facultad de Filosofía y Letras (UBA) creada en 1992 que lue­
go, en 1997, se convierte en Instituto Interdisciplinario de Es­
tudios de Género. Muchas otras Universidades incorporaron
seminarios permanentes o programas, como la Universidad
Nacional de Misiones donde existe un Programa de Estudios
de la Mujer, la Universidad Nacional de La Pampa o la U ni­
versidad Nacional de Rosario que han instrumentado maes­
trías en Estudios de la Mujer, la Universidad Nacional de
Comahue que ofreció un Posgrado (a término) en Estudios
de la Mujer, o la Universidad Nacional de Salta que cuenta
con una muy activa Comisión de la Mujer.
Esta eclosión de los Estudios de la Mujer se vio enri­
quecida por un importante número de visitas de investigado­
ras reconocidas (C. Amorós, K. Warren, O. Schutte, R. Braidotti,
P. Di Cori, N. Fraser, A. Lavrin, M. Navarro, L. Nicholson,
entre otras), que dio inicio a un fluido debate e intercambio
de ideas, coronado en buena medida por las bianualesJornadas
de Historia de las Mujeres y Teoría de Género, cuya influencia se
consolida año a año, generando un piso teórico indiscutible.
® Los equipos con insersión académica que actualmente
se encuentran trabajando, salvo excepciones, no surgieron —
como en la experiencia europea y norteamericana" de des­
prendimientos del movimiento de estudiantes feministas y ac­
tivistas políticas que denunciaron su experiencia académica
como sexista, pués las curricula suelen, en general, regirse por
parám etros prim ariam ente androcéntricos (con bases
universalistas implícitamente fracturadas), que se hacen eco
de las dicotomías tradicionales (activo/pasiva, razón/emoción,
sujeto/objeto). Carecen tradicionalmente de actitud crítica a
las hiper o infra generalizaciones o, incluso, sobreespecifi-
cidades de las bibliografías que manejan y, en muchos casos,
añaden como un apéndice de relativa relevancia un apartado
vinculado a los “estudios de la m ujer”. Esto ha sido señalado
repetidamente, más como un efecto de los desarrollos de los
Estudios de Género, que como su origen y motivo. En térmi­
nos generales, la mayoría de nuestros estudiosos más paradig­
máticos (me refiero tanto a varones como a mujeres) no siente
aún la necesidad de informarse seriamente acerca de los con­
tenidos teóricos de los "Estudios de la M ujer”, y opinan al
respecto más o menos según el criterio del común de las gen­
tes: es decir, prejuiciosamente como ya señalara John Stuart
Mili en el siglo XDC.
Si el común denominador de los espacios académicos
ganados por los Estudios de la M ujer en los países anglopar-
lantes y europeos es que nacieron de la mano de los movi­
mientos de reivindicación feministas y, en gran medida, fue­
ron motivados por sus necesidades teóricas, en nuestro país,
por el contrario, estos espacios han resurgido más bien por la
influencia de la investigación teórica. En consecuencia, la arti­
culación con tales grupos y O N G s es débil y poco articulada
aunque los Encuentros y Jornadas de los últimos años han
contribuido fuertemente a suturar la fractura, que constituye
de por sí una dificultad, un inconveniente y a la vez un desafío
del que somos conscientes.
La incorporación del debate teórico significó, en buena
medida, el paso de la lucha reivindicativa al abandono de las
“listas de quejas y reclamaciones”, como sostiene Amorós, del
lugar de la victimización que denunciara Beauvoir hace más
de cincuenta años, y sustituirlo por una propuesta activa: el
estudio sistemático y crítico de los modos históricos de legiti­
mación (filosófica, científica, política, etc) de la discrimina­
ción de las mujeres. Mientras este recorrido se consolidaba en
el norte global (para utilizar la denominación de Alison Jaggar)*
en la década de los *70, en Argentina comenzamos a transitar
ese camino a mediados de la década de los ’80, con una tarea
prioritaria: reconstituir la memoria y el universo simbólico,
paradigmáticamente encarnado por la figura de las “madres”.
Si ya en 1973, el artículo que Albigail Rosenthal publicó
en The Monist muestra la necesidad de revertir la agenda de
conceder igualdades y beneficios ante los reclamos y los petitorios de
las mujeres y la necesidad de abocarse a la tarea de mostrar las
articulaciones teóricas de la discriminación, la legitimidad de los re­
clamos y los modos profundos en que nuestra subjetividad es
deudora de situaciones socio-históricas que hay que revertir,
este tipo de debates comenzó a proliferar en Argentina como
una autoafirmación de su papel de ciudadanas en la democra­
cia y de sus derechos, paradigmáticamente a la memoria, al
propio cuerpo, a la palabra.72 Si Rosenthal remite al silencio
tradicional de las mujeres respecto de sus derechos avasalla­
dos, en nuestro país, por el contrario, durante la dictadura prác­
ticamente la única voz audible fue de mujeres, simbolizadas
en la figura de “las madres”. Las madres hicieron uso político
de la función más privada y “esencial” que el discurso patriar­
cal designa a las mujeres, desbaratando de ese modo el imagi­
nario tradicional.
Es necesario teorizar nuestras diferencias para romper
con la implícita jerarquización que la palabra históricamente
connota: estamos iniciando la reconstrucción de nuestra pro­
pia historia, de nuestra identidad, de nuestro ethos. Hace falta
aún mucha autocrítica, que lejos de llevarnos a la parálisis debe
ser el motor, entre otro , de la revisión de nuestras contradic­
ciones y la articulación de nuestros objetivos. La extensa base
de datos que se está logrando favorecerá la construcción de ca­
tegorías comprensivas que den cuenta tanto del fenómeno del
“silencio” como del “protagonismo” reciente de las mujeres.
• /Uiora bien, la recepción de bibliografía y el intercambio
con centros académicos del norte globalizado, movió a la adop­
ción mayoritaria de la denominación de “Estudios de la mu­
jer”, como quedó indicado más arriba. En efecto, una revisión
sumaria muestra que, hacia la década de los ‘70, la denomina­
ción “Women’s Studies” ya se había afianzado en el mundo
angloparlante.73 Con ese nombre se la identifica hasta hoy por
lo menos en Estados Unidos, Gran Bretaña y Australia, aun­
que la denominación “Feminist Studies” no ha desaparecido
72 Cf. Rosenthal, A. “Feminist Without Contradictions” The Monist, 57,1973. 1.
73 M.I. Santa Cruz realiza un breve resumen de esta cuestión en: "Actualidad
del tema del hombre: Los estudios de la mujer” Revista Latinoamericana de Filo­
sofía, XX, 1994. 2; Schutte, O. "Latín American Feminism” en Jaggar, A. Young,
I. Companion to Feminist Phüosophy, N ew York, Routledge, 1998.
P e r f ile s d e l fe m in is m o ib e r o a m e r ic a n o
ii.

por completo, y algunas publicaciones de renombre lleven ese


título. Ahora bien, 1^. denominación “Women’s Studies” se tra­
duce al italiano como “Studi della donna”. En francés se con-
serva una doble d^pominación: “Etudes sur la femme” y
.t

“Etudes feministes”. Por su parte, en España se suele utilizar


la denominación “Estudios Feministas” o “Teoría Feminista”
en ámbitos más alejados de los contextos religiosos, que pre­
fieren referirse a “Estudios de la Mujer”. Esta última denomi­
nación, traducida m |s o menos literalmente de los “Women’s
Studies”, supone en castellano algunas dificultades, que ilus­
tran el adaggio: Tradujere traditore. Efectivamente, la traducción
habitual no recoge, <gn primer término, el plural del originaL
En efecto, en inglés ^ice “women” y no “woman”, “mujeres”
y no “mujer”. La tracfucción literal con la que Marysa Navarro
titutó una de sus corppilaciones no altera el hecho de que ha-
bítualmente se utiliza el singular, y su intento por desplazarlo
ha tenido poca aceptación.74 Esa leve diferencia morfológica
acarrea consecuencias filosóficamente relevantes. En princi- p
pió, “la mujer” evoci con facilidad un símbolo y remite, se
quiera o no, al esepcialismo denunciado por Simone de
Beauvoir. El imagin^po crea La Mujer, como diferente de las
mujeres concretas, eme inscriptas en el esencialismo quedan
reducidas al ámbito de la necesidad, cristalizadas en un cierto
modo de ser ideal, pniversalmente válido, que les sirve de
medida. Se trata de upa maniobra que pretende ser descriptiva
pero que en definitiv^ opera prescriptivamente. El esencialismo
niega también el transcurrir histórico, los intereses de clase o
de credo, y las legítirpas opciones individuales. Si se defiende
y promueve el esencialismo, se debería hacerlo de un modo
explícito, y no a costa de una negligente traducción: Defender
el esencialismo implica hacerse cargo de todas las consecuen­
cias filosóficas y prácticas que ello implica.
74 Navarro, M. ¿Qué son los estudios de ¡as mujeres? Buenos Aires, FCE, 1998.
El uso del plural “mujeres” a la vez que traduce correc­
tamente la denominación original libera dé la tentación de las
esencias. Aceptemos provisoriamente con Marysa Navarro la
denominación de “estudios de las mujeres”, que favorece la
identificación de las mujeres como colectivo, una clase o un
grupo.
Veamos una segunda dificultad. Repisemos las siguien­
tes construcciones análogas: “estudios de fas mujeres”, “estu­
dios de los peces”, “estudios de los planeps”, o cualesquiera
otra del mismo tipo. La'función de genitivo objetivo que cum­
ple la preposición “de” convierte en objeto de estudio tanto a
los peces cuanto a los planetas y a las mujeres. “Las mujeres”
' objetivadas se incorporan como un nuev^ objeto de estudio a
la larga lista de cósas que merecen ser estudiadas. Así las cosas,
es indistinto que el sujeto que estudia sea varón o mujer, pues
rige la homologación a un mismo modelo cognoscitivo tradi­
cional que adolece de-insensibilidad gefiéríca. Pero el “de”
puede entenderse también como un genitivo subjetivo. Así se
ve con claridad quién es el sujeto de la acc|ón: las mujeres, que
se constituyen en sujeto activo del conpcimiento. Sólo así,
“Estudios de la/s mujer/es” pueden entenderse desde un ángu­
lo feminista.
Casi al mismo tiempo, se incorporó la categoría de gé­
nero como herramienta conceptual de ^nálisis. Su adopción
permitió subrayar que lo peculiar de nuestra área de estudios
no es ni el objeto que se aborda ni el sexo del sujeto que lo
lleva a cabo sino, fundamentalmente, el método de abordaje y
la trama conceptual y categoría! que se aplica.75 El sistema pa­
triarcal, el carácter de construcción cultural del género feme­
nino y del masculino, la trama de significados que juegan a su

75 Santa Cruz, M.I et a¡ii. Mujeres y Filosofía, Buenos irires, CEAL, 1994. vol. 1, p.
47 ss. '
alrededor son otros tantos aspectos relevantes que se ponen
de manifiesto. Aunque las corrientes feministas más críticas
tiendan a prescindir de esa categoría (la consideren redundan­
te, e igualmente sesgada) que en las últimas décadas ha adqui­
rido un carácter más prescriptivo que descriptivo, nuestra pro­
ducción reciente la adoptado con resultados fructíferos. Usar­
la críticamente ha implicado, en buena medida, no olvidar el
carácter relacional, posicio nal e histórico desde el cual cada
sujeto se ubica para construir sus prácticas. Más aún, cuando
se la entrecruza con las categorías de clase, de etnia y de reli­
gión los análisis se enriquecen notablemente, como muestran
ciertos estudios históricos y antropológicos recientes.
En síntesis, si miramos en perspectiva los escasos veinte
años que llevamos de Estudios de Género institucionalizados
en las Universidades, el balance sólo puede ser positivo: no
tanto por lo realizado efectivamente, sino por el avance que se
ha producido desde los primeros pininos de la memoria a la
reconstrucción de la identidad desde la década de los ’80. Es­
tos años de democracia ininterrumpida que venimos transi­
tando no sin sobresaltos condensan importantes logros para la
historia, las ciencias y la teoría feminista. Estamos en tiempo
de trabajo, de análisis, de indagación, en todos los ámbitos; de
reformulación teórico-práctica de la función de las mujeres
en el complejo proceso de producción y reproducción social,
y en la formación de cultura, que lo acompaña. Tantó la tónica
del movimiento de mujeres como de la investigación acadé­
mica ha cambiado: se va de las prácticas a la teoría en busca de
' comprensión y legitimación para enriquecer nuevamente las
prácticas produciéndose un círculo virtuoso, que poco a poco
va dando sus frutos.
Como adelantamos, las bianualesJomadas de Historia de
las Mujeres y Congreso Latinoamericano de Estudios de las Mujeres y
Teoría de Género suponen un avance interesante y fructífero en
al menos tres frentes: en principio, el debate e intercambio de
la memoria regional, lo que facilita la recolección de los datos
necesarios para cualquier intento de categorización y elabora­
ción sistemática; en segundo lugar, los desarrollos teóricos que
han hecho un interesante recorrido no sólo de las teorías eu­
ropeas y norteamericanas, con importante insidencia de ías
corrientes de la diferencia de corte postmoderno, sino tam­
bién numerosos intentos de desarrollo y conceptualización
propios; y, por último, un refuerzo consistente de los argu­
mentos en defensa de la presencia de las mujeres en la esfera
pública, incluyendo elaboración y el reconocimiento de sus
derechos de ciudadanía, económicos y sociales en general. De
un tímido comienzo, en los últimos años estos Encuentros han
concentrado un número importante no sólo de académicas,
sino también de mujeres del movimiento y feministas en ge­
neral. La solidaria presencia de investigadoras extranjeras con­
tribuyó desde el inicio de la democracia a fomentar el inter­
cambio de ideas y la formación teórica de nuestras estudian­
tes, cuyos resultados se potencian de encuentro en encuen­
tro.76Por último, cabe destacar que un número incipiente pero
sostenido de investigadores varones se ha acercado primero
con curiosidad y ahora con creciente interés al tratamiento de
ios Estudios de Género, revisando los roles de la masculini-
dad.

76 LasJornadas de Historia de ¡as Mujeres y los estudios de género que se realizaron en el


año 2000 en Buenos Aires concentraron alrededor de 1500 mujeres; las Jomadas
de Salta convocan muchas mujeres de los países limítrofes, Boíivia, Perú y Chile,
por ejemplo. Los materiales de ías VIJornadas se editaron en un CD.Rom, y la
amplitud de las temáticas estudiadas da cuenta del desarrollo que los Estudios de
Género han tenido en ios últimos años.
EL MOVIMIENTO FEMINISTA EN
MÉXICO: DE LOS GRUPOS LOCALES
DE AUTOCONCIENCIA A LAS
REDES TRANSNACIONALES
Martha Zapata Galindo
(Universidad Libre de Berlín)

Una de las preocupaciones actuales del feminismo


internacional consiste en teorizar sobre la forma en que se
pueda lograr una alianza duradera entre el feminismo, los
movimientos sociales, las activistas dentro de las organizaciones
no gubernamentales, los partidos políticos, las instituciones
estatales y la universidad. Buscando darle una mayor fuerza y
representatividad democrática a nivel local, nacional y
transnacional, las diversas propuestas se plantean la transfor­
mación no sólo del orden patriarcal de los géneros, sino
también de las relaciones de producción y reproducción de la
vida que están a la base de la dominación masculina. En este
sentido, la reconstrucción de los últimos treinta años del-
movimiento feminista mexicano que presento a continuación,
intenta mostrar no sólo los diferentes caminos recorridos y las
múltiples estrategias y alianzas seguidas, sino también hacer
un análisis crítico de los conflictos que se han enfrentado y de
las formas históricas en que se ha intentado resolverlos.
Finalmente planteo una serie de puntos estratégicos que,
espero, permitan form ular nuevas perspectivas para las
disyuntivas en que se encuentran las diversas luchas hoy en
día, partiendo de la idea de un movimiento en el que tengan
espacio muchos feminismos.
a~ De íosgrupos de autoconáencia hasta ¡as coaliciones nacionales
A principios de los años setenta el movimiento feminista
está formado por mujeres académicas, profesionales y
militantes de partidos políticos de izquierda que se organizan
en grupos de autoconciencia.77 Los primeros círculos reúnen
a mujeres de la clase media que reflexionan en torno al tema
del cuerpo y de la sexualidad. Desde el comienzo aparece una
dualidad conceptual dentro del movimiento que, aunada a las
diferencias políticas, marcará su desarrollo a lo largo de su
, historia. Algunas feministas defenderán lo que se ha llamado
“el feminismo d§ la igualdad”, mientras que habrá otras que se
agruparán en torno al “feminismo de la diferencia”. Las
primeras se orientarán hacia una política de equidad entre los
sexos, en ia que fundamentalmente se luchará por imponer la
igualdad de las mujeres ante la ley y en todas las esferas de la
vida económica, social y política, mientras que las segundas
harán hincapié en la existencia de la diferencia sexual y en la
forma en que se convierte en fuente de desigualdad. A
diferencia de otros movimientos de mujeres feministas, que
en sus inicios le dieron una gran importancia al tema del trabajo
doméstico, en México el movimiento definirá sus demandas
centrales en combatir la violencia contra las mujeres y en luchar
por la legalización del aborto.78
77 El primero en fundarse es el de las Mujeres en acción solidaría (MAS) en 1971 y
el segundo el Movimiento Nacional de Mujeres (M NM ) en 1972. Un pequeño
grupo de mujeres se separa dei MAS en 1974 y funda eí Movimiento de la Liberación
de Mujeres (MLM). Otros grupos de esta primera fase son el Foro de la Mujer
(1972), el Colectivo Cine Mujer (1975) y el grupo La Revuelta (1975) que publicó
una revísta con temas como el aborto, violación, sexualidad y prostitución.
78 Consultar la bibliografía completa al final. Cf. Burkhard (1993), 19-35, Tuñón
(1997), 65; y Rascón (1988), 209.
El año internacional de la mujer de 1975 contribuyó a
fortalecer los esfuerzos de los grupos feministas por ocupar
espacios públicos para articular sus demandas, al mismo tiempo
que hizo patente el conflicto en tomo de la autonomía del
movimiento y de su relación con el Estado. El gobierno
mexicano trató de conseguir el apoyo de las feministas para
elaborar el Informe sobre la situación de las mujeres en México.
Algunas optaron por colaborar en forma de asesorías y
recolectar material de información, mientras que la mayoría
decidió no participar en esta empresa, y acordó organizar un
congreso alternativo, en donde se denunció el carácter
instrumentalizador del evento. Las organizadoras del congreso
alternativo rechazaron las metas propagadas por las Naciones
Unidas por haber sido planteadas desde un horizonte capitalista
y patriarcal que ignoraba el problema de la diferencia sexual79
El año internacional de la mujer tuvo además una serie
de efectos positivos para el feminismo: los proyectos asisten-
ciales de y para mujeres, así como sus organizaciones
comienzan én el contexto de la política de desarrollo a recibir
financiamiento, algo que con el tiempo llevará al movimiento
a descubrir nuevos campos de acción.80 El debate iniciado a
raíz de la organización de la conferencia de las Naciones Unidas
en torno a la relación del movimiento con el Estado condujo
a las feministas a reconocer la necesidad de fortalecer su
presencia en los espacios públicos y a reformular sus estrategias

79 Cf. Burkhard, p. 20, Lau Jaiven (1987), 88-89 y 111-115; y Lamas (1998),
113.
80 Un ejemplo de esto lo tenemos en la fundación de la organización no
gubernamental CAMVAC (Centro de Atención para Mujeres Violadas, A .C .) en 1976
y CIDHAL (Centro de Información y Desarrollo Humano en América Latina) en 1979.
Cf. De Barbieri (1986), 17.
$n relación a la adquisición de poder.81 Otra consecuencia
importante consistió en el establecimiento de alianzas de
grupos: En 1976 se funda la Coalición de Mujeres con la
finalidad de dar presencia a las demandas feministas en los
espacios públicos organizando campañas publicitarias,
simposios, conferencias y manifestaciones; se instituyeron
entonces las primeras oficinas con asesoría para mujeres y se
postuló como meta importante la elaboración de una iniciativa
de ley para legalizar el aborto y la de una reforma al código
penal en lo que tocaba delitos sexuales que introducía un
parágrafo dedicado al hostigamiento sexual. En 1979 se funda
la Federación Nacional para la Liberación y los Derechos de la
Mujer (FNALIDM), alianza que reunía no sólo a grupos
feministas, sino también a algunos partidos de izquierda como
el comunista (PjCM) y el trotskista (PRT), algunos sindicatos
y tres grupos de homosexuales y de lesbianas. Esta acción
aprovecha, por un lado, la coyuntura que había abierto la
reforma política del Presidente López Portillo (1976-1982)
legalizando a los partidos de izquierda y, por el otro, retoma
los esfuerzos de la Coalición en materia legal (aborto, violación,
hostigamiento sexual), al mismo tiempo que aspira a mejorar
la protección de las mujeres en la reglamentación laboral.
Paralelo a este desarrollo tenemos la presencia de mujeres
en diversos espacios sociales con demandas específicas que
surgen a principios de los años setenta y que se integran a las

81 En este contexto aparece una de las revistas más importantes, la revista fem
(1976) en la que se realizará ante todo un trabajo periodístico construyendo un
espacio para la discusión de los problemas y temas importantes del movimiento.
Dentro del campo universitario se organiza Grupo Autónomo de Mujeres
Universitarias (GAMU, 1979) y aparecen los primeros grupos de mujeres
lesbianas y homosexuales (Lesbos 1977, Lambda, 1978, O IKA BETH , 1978). En
1982 se funda La Red a partir de la iniciativa del grupo GAMU con la finalidad
de facilitar el intercambio de información.
distintas etapas de los movimientos sociales en México.82Aquí
encontramos luchas de carácter muy heterogéneo como las
sindicales, las campesinas, los movimientos de solidaridad
política y los movimientos urbano-populares. En todos estos
espacios se organizan comités femeniles que combaten junto
a los hombres, como lo es el caso de los trabajadores electricistas
entre 1972 y 1978, los campesinos que luchan por defender u
obtener tierra, el movimiento urbano popular que participa
en la organización de la contienda por el espacio urbano y el
caso del Comité Nacional Pro-Defensa de Presos, Perseguidos,
Desaparecidos y Exiliados Políticos presidido por Rosario Ibarra
de Piedra. Existen mujeres, por otra parte, que se organizan a
partir de su condición femenina y postulan demandas sociales,
como el caso de las mujeres de Villa de las Rosas, en Chiapas,
que lograron que el presidente municipal les construyera un
lugar adecuado para parir a sus hijos, o el de las prostitutas que
luchan por mejorar su situación laboral.83Lo significativo es el
hecho de que las mujeres empiezan a politizar la maternidad
para promover intereses prácticos de género, con lo que se
contraponen a la posición feminista que defiende la legalización
del aborto y la maternidad voluntaria.
En el campo político, que en el presente trabajo se divide
por razones de exposición en tres subcampos: el de los partidos
políticos, el de las instituciones estatales y el de las
organizaciones no gubernamentales (ONG), se observa una
actividad muy reducida.84 Dentro de los partidos políticos hay
muy pocas iniciativas de las mujeres, debido no a la falta de

82 Según Vivienne Bennett (1992 y 1993) los movimientos sociales entre 1968 y
1988 se articulan con mayor fuerza en tres distintas etapas: primero a principios
de los setenta; segundo entre 1979 y 1983 y tercero entre 1985 y 1988.
83 Acevedo. et a l (1988), 136-147.
84 Sobre la definición de campo véase Bourdieu, (1992), 124-146,
participación en el marco de la doble militancia en las luchas
políticas, sino a la carencia de espacios de mujeres conquistados
dentro de los partidos, y a la permanencia en las secciones
femeniles de los mismos.85Los partidos retoman en ocasiones
sus demandas sociales partiendo de cálculos estratégicos, pero
al mismo tiempo mantienen a las mujeres alejadas de los
puestos políticos. En lo que toca a la actividades de las institu­
ciones estatales se observa una implementación de políticas
públicas derivadas de las políticas internacionales sujetas a
acuerdos y convenios de las Naciones Unidas, pero que no
consideran las demandas del movimiento feminista.86En 1974
se modifica, a raíz del año internacional de la mujer, el artículo
4o de la constitución mexicana para que quede postulada
legalmente la igualdad entre mujeres y varones.
En el campo académico se inicia una discusión en torno
a la situación de la mujer, se buscan instrumentos de análisis
para entender mejor su papel en la sociedad y se empieza a
recolectar material empírico que permite sacar conclusiones y
conceptualizar los problemas de las mujeres. Los temas que
destacan en esta fase son el papel de la mujer en el marco de
las políticas de población, la fecundidad, la inserción en el
mercado de trabajo, la familia y el trabajo doméstico.87

85 Dentro de los partidos destacaban entonces entre otros el partido de estado


Partido Revolucionario Institucional (PRÍ), el Partido Acción Nacional (PAN), el Partido
Comanista'Mexicano (PCM) y el Partido Revolucionario de los Trabajadores (PRT).
86Ejemplos de estas políticas son: la introducción de la educación sexual en las
escuelas estatales a partir de 1970, la distribución gratuita de anticonceptivos y
la atención ginecológica a partir de 1972 en el contexto de planeación familiar.
Posteriormente se crean dos instituciones al servicio de la planeación familiar:
el Cornejo Nacional de Población (COÑAPO, 1974) y el Sistema Nacional para el
Desarrollo Integral de la Mujer (DIF, 1976). Cf. Rascón (1988) 210.
87 Algunos de los primeros trabajos que se publicaron entonces fueron: Arizpe
(1977), De Barbieri (1978), García y de Oliveira (1977).
La década de los ochenta está caracterizada por una gran
movilización social femenina determinada por tres factores: la
crisis económica, que marca el final de la política económica
del desarrollo estabilizador en México y que produce un
desempleo masivo, cuya consecuencia se traduce en el
desplazamiento de un gran número de mujeres al sector
informal de trabajo. Estas se convierten en las responsables de
la supervivencia familiar, manifestándose claramente la
feminización de la pobreza. A esto se suma la destrucción
masiva de vivienda y de plazas de trabajo ocurrida en el año de
1985 a consecuencia del terremoto y la consecuente orga­
nización solidaria de la población para resolver los problemas
que el Estado no podía solucionar.88 Finalmente tuvo lugar la
reacción al fraude electoral en 1988 que permitió a la coalición
de partidos de izquierda enfrentar al poder central y al partido
de Estado y hacer frente común con los movimientos sociales
reclamando la ausencia de democracia. En esta fase se observa
una fuerte institucionalización y una incipiente profesiona-
lización dentro de grupos de orientación y asistencia y en
especial de las feministas que trabajan con las mujeres de las
organizaciones urbano populares y los movimientos de base.
En el contexto de la implementación de las medidas
acordadas por las Naciones. Unidas aparecen organismos
internacionales que están dispuestos a financiar proyectos de

88 Lás organizaciones del Movimiento Urbano Popular (M UP) que aparecen


después del terremoto establecen contacto a través de sus comités femeniles
con los grupos feministas que las apoyarán ofreciéndoles cursos de educación y
alfabetización. La participación de las mujeres en las movilizaciones urbanas
esta cifrada entre 70 y 85% contando con un 27% de dirigencia femenina (Tuñón
1997, 55). Entre las organizaciones más importantes se encuentran La regional
de Mujeres de la Coordinadora Nacional del M U P y el Grupo de Mujeres de Asamblea
de Barrios.
educación, alfabetización y mejoramiento de la salud en el
marco de la integración de las mujeres al desarrollo y de la
planeación familiar. Algunos organismos internacionales
apoyan también a los grupos de investigación sobre la mujer y
a las asesorías que apoyan a las víctimas de violencia sexual.89A
raíz del terremoto de 1985 se crean O N G’s que dan orientación
legal y jurídica y ofrecen cursos de educación para trabajadoras
y apoyan al Sindicato Nacional de Costureras 19 de septiembre
en su fase de constitución y organización.90 Estas feministas
de las O N G ’s trabajan>,cón mujeres marginadas y establecen
una alianza con las activistas de los movimientos populares,
fundando la corriente del feminismo popular, convirtiéndose
en la fuerza principal de la institucionalización y profesiona-
*lización deí movimiento feminista.91
A pesar dé que los núcleos de mujeres de los sectores
populares logran imprimirle un perfil feminista a sus demandas
de clase, y que los grupos feministas vinculados a ellas
incorporan a su perspectiva la dimensión de la realidad social
y económica del país, se observa en el campo de la política un
retraimiento de la presencia del movimiento feminista en su
conjunto, ya que las mujeres de los movimientos populares
ocupan los espacios públicos con manifestaciones que tienen

89 Algunas de las nuevas O N G ’s son: eí Grupo de Educación con Mujeres (GEM,


1982) y Acción Popular de la Integración Social (APIS, 1982). En el contexto de la
violencia contra las mujeres se fundan Mujeres Trabajadoras Unidas A .C .
(MUTUAC, 1984) y el Colectivo de Lucha contra la Violencia contra las Mujeres,
A .C . COVAC, (1984); Lang (1999), 111-112.
90Equipo de Mujeres en Acción Solidaria (EMAS) y Mujeres en Acción Sindical (MAS).
91 Otras organizaciones que aparecen en esta fase son el Centro de Apoyo a la
Mujer Margarita Magón (CAM), el Grupo de Información en Reproducción Elegida
(GIRE); Salud Integral para Ja Mujer (SIPAM) y el Centro de Investigación y Lucha
contra la Violencia Doméstica.
lugar en las fechas que el movimiento feminista había logrado
institucionalizar para la protesta publica, logrando atraer a
trabajadoras y campesinas al movimiento.92 Se trata del 8 de
marzo (día internacional de la mujer), el 10 de mayo (día de la
madre en que se articulaba la demanda por la maternidad
voluntaria) y el 25 de noviembre (día para recordar a la violencia
que se ejerce en contra de las mujeres). Este retraimiento
explica por qué el feminismo autónomo está ausente al inicio
del proceso de democratización en México a fines de los
ochenta, mientras que las mujeres de las clases populares se
convierten en unas de sus principales protagonistas. Es
justamente después del fraude electoral en 1988, que las
feministas participan en la protesta contra la imposición del
presidente por parte del partido de Estado a través de la
Coordinadora Benita Galeana y Mujeres en Lucha por la
democracia.93
Dentro del campo académico y universitario se observa
una creciente preocupación por institucionalizar los estudios
de género, así como la reformulación de planteamientos en
base al trabajo científico y social que irá proporcionando
herramientas teóricas y metodológicas, así como resultados
empíricos que permitirán más adelante articular posiciones en
el campo de la política. Los temas sobre los que se investiga y
reflexiona son: la doble jornada, la doble militancia, la relación
entre lo privado y lo público, familia y reproducción, mujer y

92 Cf. Tuñón, 73-75, Lamas, 113-126.


93 En 1988 el partido de Estado impuso a Carlos Salinas de Gortari (1988-1994)
como presidente a pesar de ías protestas de la oposición por el fraude electoral.
El primer grupo fracasa al no poder mediar las diferencias entre las dos fracciones
principales (feministas populares y autónomas) y el segundo no logra formular
una concepción de la democracia desde la perspectiva de género.
participación política, identidad y sexualidad.94 Se introduce
la distinción conceptual entre sexo y género, que se desarrolla
con mayor intensidad en la década siguiente.93 Se inicia el
Programa Interdisciplinario de Estudios de la Mujer en El
Colegio de México (PIEM, 1983) y en la Universidad Nacional
Autónoma de México se organiza a fines de los ochenta el
Programa Universitario de Estudios sobre Género (PUEG).96
El movimiento feminista se orienta en la década de los
noventa hacia el campo. político interviniendo en sus tres
subcampos: partidos pdlíticos, instituciones estatales y O N G ’s,
como consecuencia de esto se puede constatar un distancia-
miento de los movimientos de base, que insertados en la
, dinámica del campo político también agudizan sus contradic­
ciones frente z\ feminismo autónomo. Se establecen por
primera vez alianzas con otros grupos del movimiento amplio
de mujeres (MAM) que luchan por la democracia y se funda
la Coordinadora Feminista del Distrito Federal en 1990, que
había sido propuesta ren el VIo Encuentro Nacional de Mujeres
(Chapingo 1989), en donde se había discutido la relación entre
feminismo y democracia.
94 Debido a que las publicaciones académicas sobre temas relacionados con la
rnujer se multiplican rápidamente, es difícil resumir la lista de los trabajos más
importantes. Sin embargo, se puede señalar algunos nombres de investigadoras
que han contribuido a la discusión feminista como Lourdes Arizpe, Teresita de
Barbieri, Brígida García, Graciela Hierro, Martha Lamas, Alejandra Massolo,
Estela Serret, Orlandina de Oliveira, Carmen Ramos y Elena Urrutia.
95A partir de 1987 aparece un Suplemento (DobleJomada) del periódico La Jornada
que permite tanto a activistas del movimiento como a académicas exponer sus ideas
e informar y discutir sobre acciones políticas. Serret (1989), 19, Lamas, 15-18.
96 La Universidad Autónoma Metropolitana también abre dos departamentos
de Estudios de !a Mujer. Poco a poco empiezan a establecerse en las Universidades
de Provincia los Estudios de Género, a mediados de los noventa se funda por
ejemplo el Centro de Estudios de Género de la Universidad de Guadalajara. C f
Blazquez Graf (1997), 196; Oliveira (1989), 15-17; Bastos Romero (1989), 127-
128, Urrutia (1986), 235-237.
En el subcampo de los partidos políticos, se organiza una
alianza de 61 diputadas de diferentes partidos para presentar
ante el Poder Legislativo un proyecto de reforma al código
penal en materia de delitos sexuales, que había sido elaborada
por el grupo plural que colaboraba con la Procuraduría de
Justicia y que estaba compuesto por feministas de distintas
vertientes, activistas de las ONG’s y diputadas de varios partidos
políticos.97 En 1991, se organiza la Convención Nacional de
Mujeres por la Democracia (CNM D) con la finalidad de
obligar a los partidos políticos a inlcuír a mujeres en sus listas
de candidatos a elección. Estos esfuerzos llevan a formular una
nueva posición frente al Estado y a los partidos políticos. Para
impulsar las políticas de género el Partido de la Revolución
Democrática (PRD) jugó un papel importante, ya que fue el
primero con perspectivas de ganar puestos de elección en las
cámaras representativas nacionales y locales, abriéndose no sólo
a las políticas de género, sino también incluyendo a mujeres
como candidatas en sus listas para las elecciones.98 Esto, sin
embargo, no impidió al PRD instrumentalizar las demandas
de género para ampliar su base de movilización, marcando con
esto los límites entre el proyecto feminista y la lógica de la
dominación masculina dentro de los partidos políticos.
En el subcampo político de las O N G ’s de mujeres, se
observa una creciente actividad feminista, por lo que se habla
de una ongeización del movimiento, fenómeno que también se
constata para toda Latinoamérica. Las líneas básicas de asistencia
y trabajo de las O N G ’s en México son: la formación de líderes,
capacitación y asesoría legal (26%), acciones ligadas a la sobre­

w De Barbieri (1990), 350-354.


98 En 1990 el Primer Congreso Nacional del PRD aprueba una cuota del 20%
para las mujeres en tocios los puestos directivos y de representación que será
aumentada al 30% en 1993. C£ Tuñón (1997), 84; Stevenson (1998), 201-212.
vivencia (22%), actividades académicas (18.6%), lucha contra
la violencia hacia mujeres (16%), defensa de derechos humanos
y sindicales (14%)." La importancia de la ongeización del
movimiento radica en que estas organizaciones no sólo
cuestionan el orden social establecido, sino que transforman
una serie de elementos culturales al hacer públicas cuestiones
de género que tradicionalmente eran consideradas como ajenas
a esta esfera.100Con esto se logra impulsar la democratización
de la esfera privada y lá.revitalización de la sociedad civil.
En el subcamp© de las instituciones estatales, las
feministas participan activamente en la implementación y
control de políticas estatales, en especial en lo que toca al
terreno de la violencia contra mujeres. Así trabajan, organizan
y dirigen las primeras Agencias Especializadas en Delitos
Sexuales (AEDSf, el Centro de Atención Integral a la Víctima
de Violencia Intrafamiliar (CAVI) y se integran directamente
a trabajar en la Procuraduría General de Justicia.101
En el marco de^ la reestructuración neoliberal de la
economía, las O N G ’é de mujeres ven su trabajo como un
puente entre las necesidades de las mujeres y iasjnstituciones
estatales o los partidos políticos, persiguiendo con esto conver­
tirse en empresas de servicios, cuya finalidad consiste en con~

99 A principios de los noventa se crean entre otros ía Asociación para el Desarrollo


Integral de Personas Violadas A. C . (ADIVAC), Comunicación e Información de la Mujer
A .C . (CIMAC), Mujeres por la Salud en Acción contra el SID A (MUSAS) y el
Colectivo de Hombres por Relaciones Igualitarias (CORIAC). Tuñón (1997), 58;
Alvarez (1997), 154.
100 Tarrés Barraza (1999), 219.
101 El trabajo más completo sobre la lucha del feminismo en México contra la
violencia lo acaba de realizar Miriam Lang (2001) en su tesis doctoral, en la que
no sólo resume el desarrollo de las instituciones estatales, O N G ’s y el
movimiento feminista en el terreno de la violencia de género, sino que hace un
análisis del discurso y las estrategias del movimiento feminista. Fem, febrero
20 01, 7-9.
vertir a las demandas sociales en medidas técnicas practi­
cables.102 Para poder lograr esto, las activistas requieren de un
capital social y cultural, que les permita no sólo realizar su
trabajo con eficacia, sino también conseguir fondos de
organismos bilaterales o multilaterales o de fundaciones
privadas. Determinadas por la cultura política del sistema
político mexicano las feministas hacen uso constante de su
capital social para establecer alianzas con otros actores sociales
y políticos, recurriendo a menudo a las estructuras clientelistas
y corporativistas establecidas, apoyándose en relaciones
recíprocas de lealtad.103 Estas aparecen como confiables pero
tienen la desventaja de sólo funcionar siempre y cuando los
políticos se mantengan en sus puestos, con lo que, por un lado,
la continuidad del trabajo en las organizaciones se ve amenazada
a raíz de los cambios políticos sexuales y, por el otro, las rela­
ciones horizontales e igualitarias con la base se ven traicio­
nadas.
En la década de los noventa, el Estado interviene creando
una serie de programas para las mujeres, obligando con esto a
muchas O N G ’s a reorientar sus actividades y conceptos para
poder legitimar su existencia. Con esta estrategia el Estado logra
desplazar de la esfera pública tanto a los movimientos populares
como al movimiento feminista, en la medida que se posesiona
de los rituales que el feminismo tradicionalmente reclamaba
para la movilización y que en la década de los ochenta habían
sido monopolizados por las mujeres de las clases populares. El
Estado introduce así sus programas para la mujer el 8 de marzo,
transformando manifestaciones de protesta en procesos de

102 Tarrés Barraza (1999), 247; Tuñón, 104.


103 Tarrés Barraza observa que en muchas O N G ’s las relaciones de lealtad son
confundidas “con la legitimidad de un dirigente o las reglas democráticas con
lo colectivo o lo comunitario” (1999, 231).
aclamación para políticas estatales, al mismo tiempo que logra
integrar y cooptar a muchas de las activistas feministas que
optan por la carrera política dentro de las instancias estatales.104
En el campo académico se afianzan las estructuras y se
inicia la profesionalización de los estudios de género. Ya rio se
producen trabajos de mero acopio empírico, ni tampoco se
elaboran las diferencias políticas e ideológicas con ayuda de la
recepción de la teoría de género, sino que se logra establecer
un vínculo estrecho entre la problemática de género, la
investigación científica y el feminismo. Gracias a esto se
investigan los momentos de ruptura en los procesos de
desarrollo para analizar las posibilidades de cambio eman-
cipador dentro de los procesos de modernización. Se reconoce
la necesidad de modificar las relaciones sociales y entre los
sexos para poder emancipar ya no sólo a las mujeres, sino a
toda la sociedad. En este contexto se empiezan también a
entender los estudios de género, en el marco de las teorías
constructivistas, co/no análisis de la cohstrucción de la
diversidad de identidades de género. Así queda claro, que una
integración equitativa de la mujer en la sociedad, en la cultura,

104 Este fenómeno se observa no sólo dentro de las instituciones estatales


nacionales y locales dominadas por el PRI, sino también en aquellas instancias
locales en las que gobierna la oposición (PRD) (Lang 2001, 99-115). Ejemplos
de la actividad estatal que cuenta con la colaboración de activistas del movimiento
feminista son: la Reunión Nacional sobre los Derechos Humanos de ía Mujer en 1993,
la elaboración del Programa Nacional de la Mujer (PRONAM) en 1995, la creación
en 1998 de la Comisión Nacional de la Mujer (CONMUJER) y la elaboración en
el m ism o año del Programa para la Participación Equitativa de la M ujer
(PROMUJER). Toda esta actividad culmina con la creación por parte del nuevo
gobierno mexicano de derecha (PAN) del Instituto Nacional de tas Mujeres (INM,
2001) en cuyos consejos participan destacadas feministas junto a integrantes de
los partidos políticos {fem febrero 2001, 32-35).
en el trabajo y en la política no basta para emancipar a la mujer,
sino que es también necesario un replanteamiento del papel
de los hombres en las relaciones sociales.105Se distingue además
con claridad la necesidad de diferenciar la problemática de las
mujeres en base a las categorías de clase y etnia, para no plantear
soluciones globales que no son practicables en ciertos ámbitos
sociales. Las diferenciaciones se vuelven cada vez más sutiles,
aún cuando existe una gran diversidad en los planteamientos
teóricos, metodológicos e ideológicos de las investigaciones
que se realizan.106 Los nuevos temas de la investigación femi­
nista son: democracia de género, ciudadanía, participación
política, cuotas en los partidos políticos y las instituciones del
Estado, O N G ’s, problemas de la intemacionalización, moder­
nización y género, globalización y género.107
Los esfuerzos por internacionalizar al movimiento
feminista en México han estado presentes a lo largo de toda su
historia. En la década de los setenta estos no eran muy intensos
porque la concepción de trabajo de los primeros grupos de
autoconciencía se dirigía a desarrollar un concepto fuerte de
autonomía, que les permitiera permanecer independientes de

!fl5 Lamas (1996), 327-366; Tarrés (1997), 34.


!06 En este contexto hay que mencionar a la revista Debate Feminista (1990) que
ha contribuido a dar a conocer diversas teorías de género discutidas dentro del
feminismo en los países Europeos y en ios Estados Unidos en México así como
a posibilitar la discusión entre las militantes de los partidos políticos y las activistas
feministas. Algunas de las autoras que destacan en el debate son: Marcela Lagarde,
María Luisa Tarrés, Marta Lamas, Margarita Baz, Esperanza Tuñón, Gloria
Careaga Pérez. La revista de estudios de género La Ventana del Centro de Estudios
de Género de la Universidad de Guadalajara también ha contribuido a enriquecer
el debate académico dentro del feminismo.
107Ver Arizpe (1990), Arizpey Velázquez (1994), Ramírez Saavedra (1992), Tarrés
(1997, y 1999); De Barbieri (1990), Aspe Bernal y Palomar Verea (2000).
la política y sus instituciones. La radicaíidad de esta concepción
se manifestó en la negación de la mayoría de las feministas a
participar en la preparación oficial del Año Internacional de la
mujer . Este rechazo no im pidió que se aceptaran los
fmanciamientos de proyectos de y para mujeres en el marco
de la ayuda para el desarrollo, lo que abrió las puertas al proceso
de institucionalización y profesionalización del movimiento
feminista, que en los setenta también fue acompañado por una
búsqueda de identidad. ,
Sonia Alvares ha Analizado cómo los Encuentros Feministas
Latinoamericanos y del Caribe a partir de 1981 no sólo ofrecieron
un espacio adecuado para la discusión colectiva de la identidad
, del movimiento de mujeres y el feminista en Latinoamérica,
sino también inauguraron un Foro en el que los conflictos y
las diferencias' de los grupos divergentes pudieron ser
enfrentados en un contexto internacional. Estos Encuentros
se realizaban prim ero en el marco de una lógica de la
solidaridad, permitiejndo a las identidades políticas locales
constituirse, a través de establecer relaciones solidarias con otras
identidades políticas que se enfrentaban a procesos de
marginación similares tanto locales como nacionales. En este
espacio discutían lesbianas, mujeres de los sindicatos, del
campo o de los movimientos urbanos, mujeres pertenecientes
a diversos grupos étnicos, a O N G ’s, académicas, guerrilleras y
militantes de los partidos políticos sobre sus luchas por
derechos sociales y políticos, acerca de sus concepciones de
justicia social y las metas de los distintos feminismos.108
En el contexto de la preparación de las conferencias
internacionales, las O N G ’s de mujeres fueron especializándose
en discursos e intervenciones de carácter internacional
adquiriendo cada vez mayor importancia y representatividad

108 Alvarez (2000).


ante todo en lo que toca a la elaboración e implementación de
proyectos y políticas de género. En este proceso fue
determinante la reestructuración de la relación con el Estado
y la política, abandonándose la postura de la independencia
absoluta para dar paso a una concepción de autonomía que
podía coexistir con la actividad dentro del campo político. A
partir de entonces, el trabajo en México tom ó varias
direcciones: algunos grupos defendieron su posición frente a
una autonomía radical, otros desarrollaron una estrategia más
pragmática frente a la política y trataron de mantener “un
equilibrio entre lo políticamente correcto (ética), y lo
políticamente posible (acción)”, y otra parte se consagró a las
prácticas de lobby y cabildeo para ejercer influencia sobre las
decisiones políticas en los ministerios, parlamentos y gobiernos
nacionales.109
Las O N G ’s de mujeres en Latinoamérica empiezan a
interesarse por una política transnacional en el contexto de las
conferencias internacionales organizadas por las Naciones
Unidas en la medida que participan con mayor interés en la
preparación de las conferencias y reorientan sus actividades
hacia la im plem entación de políticas transnacionales
intergubernamentales. El interés principal se dirige hacia la
ampliación de derechos formales y hacia la posibilidad de influir
en la política estatal. Todo esto fomentó el surgimiento de un
nuevo tipo de activista y la producción de nuevas alianzas entre
activistas transnacionales que trabajan en O N G ’s, en
organizaciones intergubernamentales y en instituciones
estatales. El proceso que se había gestado desde mediados de
los ochenta hasta principios de los noventa a nivel local y
nacional, se desarrolla a partir de mediados de los noventa a
nivel transnacional. La meta principal consiste en la imple-

109 Tarrés Rarraza (1999), 244.


mentación de políticas de género que han sido reconocidas
por los países miembros de las Naciones Unidas. Las organi­
zaciones feministas mexicanas consuman entonces -dentro de
este contexto^ su transición de una oposición general frente al
patriarcado y todas sus instituciones dentro del Estado y la
sociedad hacia una política de la representación de intereses
concretos a nivel local, nacional y transnacional.
A fines de la década de los noventa, se observa en México
una creciente imposición de las O N G ’s que cuentan con
mayores recursos culturales y sociales que les permiten
desarrollar estructuras organizacionales jerárquicas y de trabajo
que responden a las necesidades y requerimientos internacio­
nales de profesionalización. El precio que pagan estas O N G ’s
por los financia|nientos y por la consolidación de su trabajo
las lleva a renunciar a prácticas de autonomía, a experimentos
de organización, a ser selectivas en torno a la elección de los
aliados políticos para coaliciones de trabajo y a reformular sus
relaciones políticas y sociales con los movimientos de base.110
Políticamente rompen sus vínculos con los movimientos
sociales para rearticularse socialmente como prestadoras de
servicios para las mujeres de las clases populares y ya no como
asesoras políticas.111.Por otro lado, las organizaciones interna­
cionales que disponen sobre los fondos tienden a favorecer los
procesos de profesionalización apoyando a las expertas en
cuestiones de género, desplazando a las mujeres de los movi­
mientos de base que luchan por sus derechos políticos y sociales

110 Tarrés Barraza concluye en su investigación sobre las O N G ’s mexicanas que


sólo las organizaciones recién constituidas y con pocos recursos funcionan
horizontal e igualitariamente, mientras que el resto de las organizaciones con
buenos financia mientos se someten a una lógica que les permite alcanzar sus
metas (1999), 229. .
5n Tuñón (1997), 104.
o a aquellas que tienen metas y objetivos feministas críticos
frente a la dominación masculina. La consecuencia de este
desarrollo es la marginación de las mujeres de los movimientos
populares de los espacios públicos y su dependencia absoluta
de las profesionistas del feminismo, que no siempre atienden
o incorporan sus demandas.112
El papel que el Estado neoliberal le otorga a la sociedad
civil tiene varias implicaciones. Se celebra el aumento de la
participación de las organizaciones civiles en la solución de los
problemas sociales y se espera que la sociedad civil los resuelva
sola, ya que el Estado se retira y deja que el mercado regule los
conflictos no resueltos. Como las relaciones entre el Estado y
la sociedad civil no están reglamentadas por leyes, sino más
bien por las relaciones de mercado, el Estado instrumentaliza
entonces el trabajo de la sociedad civil para combatir a la
pobreza, al mismo tiempo que reduce o cancela sus propios
programas**13 De aquí surge el riesgo de que las O N G ’s se
conviertan en instituciones implementadoras de políticas
estatales, algo que también se observa en la relación de las
O N G ’s y las organizaciones internacionales que otorgan
fondos para el financiamiento de proyectos.514 Dentro de esta

112 La gran importancia que tiene la posesión de capital cultural, social y


económ ico para llegar a ocupar puestos en las O N G ’s, así como en las
organizaciones transnacionales se refleja en la estadística que presenta Tarrés
Barraza (1999: 237) acerca de las 97 O N G ’s de mujeres registradas en México
hasta 1999: el 81% de las mujeres que trabaja en estas organizaciones cuentan
con estudios de licenciatura, el 4% con estudios de maestría o doctorado y el
12% tiene educación media. Las mujeres que cuentan con una maestría o un
doctorado trabajan por regla en las instituciones estatales o en la política como
funcionarios públicos o representantes políticas en el senado o en la cámara de
diputados.
113 Braig (2001).
114Alvarez (1997), 158.
lógica ya no se puede esperar que las O N G ’s contribuyan al
desarrollo de la democracia y mucho menos a la democracia
de género. El abismo que se había abierto desde la década de
los ochenta entre las mujeres de las clases populares y el
movimiento feminista se vuelve más grande no sólo por la
profesionalización de las O N G ’s sino también por el
empobrecimiento de las mujeres y la disolución de las redes
de solidaridad familiares.115 Los programas para combatir a la
pobreza sólo llegan a mujeres que cuentan con ciertos recursos,
ya que las servicios de tas O N G ’s sólo se prestan a clientes que
son solventes.116
Las últimas tres décadas del movimiento feminista
, podemos agruparlas dentro de tres lógicas diferentes que han
caracterizado su§ estrategias y conceptos de lucha: en la primera
década ha dominado la lógica de la autoconciencia y la auto-
organización, que adquiere presencia en los espacios públicos
mediante la protesta; en la segunda la de la solidaridad y la
identidad, en la que st fundan grupos de solidaridad, dentro
de los cuales las feministas creen que pueden ayudar a las
mujeres de los movimientos de base a “entender y asumir su
condición femenina en el marco de la política”;117en la tercera
la de la negociación y los intereses, en la que se reformula la
relación del feminismo con la política. En esta fase se preguntan
las feministas acerca de las estrategias adecuadas para poder
influir en la organización social, en el sistema político y en el
orden'cultural.

1,5 Enríquez Rosas (2001), 57-59.


m Julio Boltvinik, investigador de El Colegio de México, señala que en el país
viven 75 millones de pobres, de los cuales 45 millones son indigentes en extrema
pobreza (LaJornada IB de agosto de 2000, 22).
117 Lamas (1988), 338.
El movimiento feminista que se articuló en los espacios
públicos a principios de los setenta, intentaba relacionar tanto
en la teoría como en la praxis al feminismo con el anticapita­
lismo. Se trataba entonces de encontrar un camino para
transformar desde la perspectiva feminista a las relaciones de
producción y reproducción de la vida. Las experiencias del
feminismo popular en los ochenta no lograron impactar a la
teoría feminista lo suficiente para avanzar en la discusión en
torno al problema de las condiciones de clase para desarrollar
un nuevo enfoque que enriqueciera ambas perspectivas: la de
clase y la de género. En lugar de esto, el feminismo se replegó
en planteamientos culturalistas -que sin dejar de ser legítimos,
son difícilmente universalizables- perdiendo de vista las
condiciones materiales de la vida, con lo que por un lado, no
se logró desarrollar una política de identidades abiertas y
plurales y, por el otro, se abandonó la necesidad de mediar la
situación de clase con la de género. La ongeización y la
transnacionalización del feminismo en los noventa ha
posibilitado el acceso privilegiado a recursos materiales,
políticos y simbólicos a una élite de mujeres.118 Sin embargo,
no ha podido hasta ahora implementar mecanismos que
democraticen el acceso al poder, o que posibiliten la reestruc­
turación de la relación entre las mujeres de la base y las élites
profesionales, así como el control de la articulación de
demandas que vienen de los ámbitos locales y regionales.119

118Este proceso fue discutido en el VIL Encuentro Feminista Latinoamericano y dei


Caribe en Cartagena, Chile (1996) en donde se cuestionó y defendió la tendencia
hacia la institucionalización y profesionalización del fem inism o en
Latinoamérica sin llegar a ningún acuerdo, o a la formulación de nuevas
estrategias para enfrentar los nuevos desafíos (Gargallo 1997, 343).
119 Este es un fenómeno qite se observa en todo el movimiento feminista
internacional. Para un análisis de éste en Latinoamérica véase Alvarez (1997) y
en torno al feminismo en Europa a Wichterich (2001).
El movimiento feminista mexicano nunca ha tenido una
base social de apoyo, ni ha logrado movilizar a las masas por
alguna de sus demandas de género, ya que surgió de la
organización de un grupo de mujeres de la clase media, cuya
posición en el espacio social, y el capital simbólico que se deriva
de esta, determinaron las demandas que se articularon como
intereses estratégicos de género. Desde sus inicios ha tenido
como meta establecerse como un movimiento autónomo e
independiente de toda tipo de interés práctico. Partiendo de
esta situación establece* alianzas con otros actores sociales y
políticos para compensar la ausencia de una base social amplia
y la débil presencia en los espacios públicos. Una vez que
,abandona la lógica de la autoconciencia amplía su estrategia de
alianzas al camp^ de la política y al académico, para preparar
su lucha por el póder, cuya finalidad última será transformar a
la sociedad patriarcal.
La falta de estructuras democráticas organizativas que
caracteriza las dos primeras fases del movimiento, así como la
imposibilidad de aplicar estrategias conformes a la existencia
de una pluralidad de intereses políticos e identidades políticas,
llevan a todas las coaliciones y alianzas de fines de los setenta y
principios de los ochenta al fracaso. La Federación Nacional para
la Liberación y los Derechos de la Mujer no puede articular una
política hegemónica porque los partidos de izquierda que la
conforman carecen de base social. Tampoco puede apoyar las
políticas de género con decisión porque los partidos las
rechazan. A partir de este momento se aprecia una cierta miopía
del movimiento al concentrar todas sus acciones preferente­
mente en la demanda del aborto -en una sociedad con fuerte
influencia conservadora por parte de la Iglesia Católica y con
estructuras de dominación masculina caracterizadas por una
hipermasculinidad hegemónica, que también es asumida,
reproducida y defendida por muchas mujeres, que predomina
en todos los ámbitos de la sociedad y que rechaza violentamente
los esfuerzos por transformar el orden de los géneros-
descuidando otros conflictos sociales importantes que también
afectan existencialmente a las mujeres. Partiendo de ahí se
puede explicar la ambivalencia frente al problema del trabajo
doméstico, que en México aún tiene fuertes rasgos de
servidumbre. Desde este momento queda establecido que el
tema del aborto nunca podrá contar con una aceptación social
amplia.120
El feminismo popular intenta mediar la categoría de
género con la de clase, los intereses prácticos con los estratégicos
de género. De este intento surge un nuevo tipo de activistas
que tratan de establecer relaciones entre el campo político y el
feminismo, entre el campo político y los movimientos sociales
y entre el feminismo y los movimientos populares.121 Gracias
al trabajo de esta nueva actora se instauran nuevas coaliciones
entre los actores de los diferentes campos que con el tiempo
pasarán a convertirse en representantes de intereses específicos
del movimiento de mujeres frente al Estado.
Las activistas de base aprendieron muy pronto que las
cuestiones de tipo material también eran cuestiones que se
articulaban como demandas de género y a partir de entonces
fueron desarrollando nuevas posiciones dentro del feminismo.
Las mujeres que venían del feminismo y que partían de una
perspectiva de clase diferente a la de las activistas de los
movimientos populares tuvieron dificultades para abrir sus

120 Esto, sin embargo, no ha impedidlo que gracias a la lucha del feminismo las
mujeres en México empiecen a reclamar el derecho a ía determinación sobre su
propio cuerpo y sobre su maternidad, aiín cuando en el marco de sus creencias
religiosas ía mayoría de ellas no puede aceptar la legalización del aborto.
121 Muchas de las activistas del Movimiento Popular Urbano (M UP) estaban
entonces afiliadas a diversos partidos políticos (PRI, PRD, PRT), algunas
feministas que intervienen en el M UP como coordinadoras de demandas o
como activistas dentro de las O N G ’s también militaban én los partidos.
ideas hacia otras concepciones y se restringieron a tratar de
reclutar una clientela para el movimiento feminista, sin lograr
desarrollar una posición teórica y política hegemónica que
pudiese integrar las luchas de los movimientos populares a la
lucha del feminismo. Este conflicto se presenta en toda
Latinoamérica y se discute en el IVo Encuentro Feminista
Latinoamericano y del Caribe que se realizó en Taxco en 1987. El
resultado del Encuentro muestra las dificultades que existían
para elaborar una política hegemónica que pudiese combinar
emancipación con autodeterminación en el contexto de la
pobreza y la falta de ^democracia en América Latina. En el
documento final dei Encuentro, que fue redactado por un
pequeño grupo de feministas, se constató la dificultad de
conciliar las múltiples diferencias entre los diversos grupos e
intereses y se af>eló a reconocer tales diferencias para poder
elaborar una línea en común. Se estableció la necesidad de
replantear la relación entre género, clase y etnia, así como la
de estructurar un pr9yecto feminista amplio que incluyera a
toda la sociedad.
En la década de los noventa el movimiento feminista
dirige sus estrategias a ampliar la comunicación con las mujeres
del campo político y del académico. Para esto se organizan
foros de discusión a los que asisten militantes de los partidos,
de las organizaciones populares y de las universidades.122 Se
organiza la Convención Nacional por la Democracia y se
reúnen las precandidatas a la Convención con mujeres del
campo académico para discutir sus estrategias en torno a la
lucha política. También se planea alcanzar un mayor grado de
profesionalidad para poder incidir en el campo político.
122 Los foros organizados por la revista Debate Feminista pretendían establecer
“un puente entre el trabajo académico y el político, que contribuya a la
investigación y la teoría feministas, dentro y fuera de las instituciones
académicas” C f Lamas (199), 1; T Uñón (1997), 63.
En el foro de discusión organizado por Debate Feminista
en junio de 1991, titulado ¿De quién, es ía política?, la crisis dé
representación de los intereses de las mujeres en la contienda
electoral está documentada en el intento por establecer alianzas
con las militantes de los partidos políticos y las mujeres de los
movimientos populares. Aquí se constata nuevamente la
necesidad de elaborar un proyecto orgánico de carácter
universal para salir de la esquina particularista y se señala la
necesidad de entender a la perspectiva feminista como un paite
de la totalidad del planteamiento; jas representantes de los
partidos políticos articulan perspectivas de carácter estratégico
y dem andan del feminismo un proyecto concreto con
perspectivas de implementación claras, así como la aptitud de
establecer alianzas con diversos actores sociales independien­
temente de compartir todas sus posiciones.123 Las represen­
tantes de los movimientos de base intentan encontrar una
solución al dilema de cómo hacer política con las mujeres de
las clases populares,-es decir, cómo articular las demandas del
feminismo en el marco de las necesidades económicas y sociales
de las mujeres de la base, pero no encuentran ningún eco en la
fracción de las feministas autónomas que insisten en poseer el
monopolio sobre la definición del feminismo. Partiendo de la
diferencia sexual pretenden elaborar un proyecto para “mejorar
la posición de las mujeres en el orden social y político exis­
tente” al mismo tiempo que aspiran a construir un orden social

123 Beatriz Paredes, que entonces era gobernadora del Estado de Tlaxcala por el
PRI considera que ía Convención Nacional de Mujeres fracasó en sus objetivos por
haber reducido la discusión a las divergencias cíe los grupos feministas y no a las
plataformas políticas de los partidos (1991,38). Cf. ¿De quién es la política? (1991),
12-15.
nuevo.124 La solución que se ofrece desde este feminismo
implica la elaboración de un “contrato social femenino” que
permitirá a las mujeres establecer lazos de confianza y reconocer
liderazgos en base a la profesionalidad y la competencia. Este
debate muestra los obstáculos que se enfrentan para poder
insertarse en el campo político y negociar alianzas con los
movimientos de base.125
Las posturas conceptuales en torno a la definición de la
diferencia sexual y del feminismo, la dificultad de desarrollar
posiciones críticas frente^a la cultura política masculina y de
abandonar los espacios cerrados de autoafirmación así como
la pluralidad de intereses de los grupos feministas y de los
partidos políticos que se contradicen, llevan durante la
Convención a establecer un consenso mínimo y a dejar de
lado la discusión én torno a la democracia de género y al
desarrollo de una plataforma política feminista.126 Así, el
feminismo autónomo se queda defendiendo propuestas
alejadas de la conflictiva social de las mayorías. Como no tiene
claridad sobre su propio papel como movimiento social, al
intentar dar el salto hacia convertirse en un movimiento
político no logra elaborar una posición Coherente y hegemó-

124 La diferencia sexual es entendida como el elemento estructurante de lo


psíquico que es independiente de los procesos sociales y es pensada en base a
un determinismo psíquico lacaniano. Esta concepción no permite pensar a lo
psíquico como social, cultural, histórico y por lo tanto transformable. El rechazar
al factor social como un factor determinante de lo psíquico (Lamas 1994, 18)
imposibilita el desarrollo teórico y conceptual de la relación entre el sexo, el
género y las clases y entre el sexo, la clase y lo simbólico. Idem, p. 64 y ss.
125N o es de extrañar entonces que justamente en el momento en que las feministas
se organizan en la Convención Nacional de Mujeres por la Democracia para participar
en las elecciones de la LV Legislatura en 1991 obtengan el peor resultado: sólo 6
mujeres ganan un puesto de los 598 por los que se compite, y de estas 6 sólo 3
mujeres participaron en la Convención. Cf. Lovera (1991), 245-253.
!2r>Lovera (1991), 257-258; Bedregal (1991), 259-260.
nica, por lo que su acción se focaliza en ciertos espacios y se
orienta cada vez más a la profesionalización y eficiencia dentro
de los espacios tradicionales de la política, alejándose de las
metas emancipadoras que originalmente había defendido.
Si hacemos un balance de los últimos treinta años del
movimiento feminista mexicano podemos constatar una serie
de avances positivos de gran significación y que son
comparables a los éxitos alcanzados por el movimiento
feminista a nivel internacional. El feminismo ha adquirido
presencia en los espacios públicos y ha podido con esto articular
discursivamente sus demandas de género a nivel local, nacional
e internacional. Gracias a sus intervenciones en el campo político,
a través de reformas legales, proyectos para implementar políticas
públicas y trabajo dentro de las O N G ’s ha logrado politizar las
cuestiones de género y darles con esto un alto grado de
legitimidad, al mismo tiempo que ha contribuido a institu­
cionalizar ciertas formas de autonomía frente al Estado, los
partidos políticos y otros actores sociales. También ha trans­
formado el discurso político y cultural alcanzando con esto una
aceptación social muy amplia para las políticas de género. A raíz
de impulsar el proceso de democratización en los últimos años,
ha logrado introducir a la agenda de la democracia la justicia de
género así como ampliar los derechos políticos, sociales y civiles
de las mujeres. La sociedad ha empezado a reconocer la discri­
minación de las mujeres en las distintas esferas del trabajo, la
política, la familia, la cultura y las relaciones entre los géneros
como un problema que ya no puede aplazar su solución. A través
de la institúcionalización y profesionalización-del movimiento,
el feminismo ha adquirido reconocimiento, fuerza y legitimidad
a nivel local, regional y transnacional adquiriendo así la capacidad
de conformar políticas nacionales y globales apoyándose en la
intemacionalización de ías políticas de género y en la institu-
cionalización de los Estudios de Género en las Universidades.
, Por otra parte, la trayectoria seguida por el movimiento
feminista en las últimas tres décadas ha generado una serie de
problemas que hay que enfrentar críticamente para poder
desarrollar perspectivas emancipadoras nuevas. La colaboración
de las activistas feministas con los partidos políticos, las
instituciones estatales, las O N G ’s y las organizaciones
intergubernamentales han repercutido negativamente en la
legitimidad de los grupos feministas autónomos, así como en
la representatividad del líjovimiento y en su relación con los
otros movimientos sociales. La profesionalización de los grupos
feministas militantes corrio resultado del {mandamiento de
las O N G ’s, la institucioiialización de los estudios de género y
la Consolidación en círculos políticos oficiales de activistas que
defienden las políticas de género, ha conducido a privilegiar
no sólo estrategias y espacios políticos de intervención, que se
abocan primordialmente a transformar discursos y representa­
ciones de género, sino también a producir una “tecnocracia de
género” que cada vez se especializa más en la implementación
de procesos dejando de ládo las estrategias y los espacios que
favorecen procesos de concientización, empoderamiento y
transformación social y económica.127
El movimiento feminista no ha logrado hasta ahora
establecer una mediación entre los intereses prácticos de género
de los movimientos sociales y los intereses estratégicos de
género que defienden las feministas autónomas. Por eso es
que la distancia entre las mujeres de los movimientos de base
y las profesionistas del feminismo se ha ido haciendo cada vez
más grande y sus conflictos se han vuelto inconciliables. Én
este contexto había que preguntar si realmente los intereses
prácticos excluyen a los de género o están contrapuestos como

,27 Aivarez (1997), 161; Fischer (2000), 271, Wichterich (2001).


afirman algunas defensoras del feminismo autónomo. A pesar
de los grandes logros del feminismo en México este no ha
llevado a las mujeres a ocupar puestos de dirigencia ni en los
partidos, ni en el Estado, ni en la academia.128 Sigue consta­
tándose una exclusión masiva de las mujeres del campo político
estatal a nivel local y nacional, así como una marginación de
los procesos de democratización al reducir la competencia
feminista a cuestiones exclusivas de género despolitizándolas
y convirtiéndolas en herramientas para resolver problemas
sociales. Esta tendencia de separar la democracia del género o
la política del género se observa cada vez más en las
organizaciones internacionales que otorgan fondos a las ONG’s
de mujeres o que pretenden apoyar los procesos de democra­
tización a nivel nacional.
El movimiento tendría entonces que recuperar el
significado de su autonomía y recrear el sentido del feminismo
como movimiento social. Esto implicaría constituirse como
un actor dentro de la sociedad civil, asumiendo un carácter
orgánico para movilizar a las bases y conformar los frentes de
protesta frente al Estado neoliberal y a la globalización. La
participación política tendría que evitar la marginación de las
mujeres de los movimientos populares, así como respetar las
formas de organización autónomas de ios diversos feminismos
y canalizar la diversidad de intereses hacia una propuesta de
género global, sin perder de vísta que tal propuesta, sólo puede
ser hegemónica, si esta abierta a una pluralidad de identidades
políticas. A nivel teórico y conceptual el feminismo necesita
pensar la relación de lo simbólico o cultural con el género pero

128 Aspe Bernal y Palomar Verea (2000), 241 muestran en su análisis sobre
representación política y género cómo el porcentaje de legisladoras en la Cámara
de Diputados en México sólo ha aumentado de 5.06% a 16.2% entre 1961 y
2000.
partiendo de las condiciones materiales de producción y
reproducción de la vida para poder plantear un proyecto crítico
de transformación de la sociedad que incluya tanto a las mujeres
marginadas como a las de las otras clases sociales.129

m Para una fundamentación filosófica de la relación entre el género, lo simbólico


y las condiciones materiales de producción y reproducción de la vida véase Butler
( 1998, 39- 40).
EL FEMINISMO MÚLTIPLE:
PRÁCTICAS E IDEAS FEMINISTAS
EN AMÉRICA LATINA
Francesca Gargallo
(Universidad Nacional Autónoma de México)

La historicidad de las ideas que rigen la actuación del


feminismo latinoamericano es de crucial importancia ahora,
cuando la aparente homogeneidad del feminismo como mo­
vimiento libertario que enfrentaba el sexismo disparador de la
subalternidad de ías mujeres (1970) y como movimiento so­
cial en construcción (1980) ha estallado en una multiplicidad
de posiciones políticas sobre la necesidad de un nuevo orden
civilizatorio bisexuado o sobre la interlocución de las mujeres
con los estados y con las instancias regionales e internaciona­
les.130

130 Durante el tercer coloquio nacional de Filosofía llevado a cabo en Puebla del
3 al 7 de diciembre de 1979, las filosofas mexicanas Eli Bartra y Adriana Valdés
afirmaron que elfeminismo es la lucha consciente y organizada de las mujeres contra el
sistema opresor y explotador que vivimos: subvierte todas las esferas posibles, públicas y
privadas, de este sistema que no solo es clasista, sino también sexista, racista, que explota y
oprime de múltiples maneras a todos los gruposfuera de las esferas de poder. En Graciela
Hierro (editora). La Naturaleza Femenina. Tercer Coloquio Nacional de Filosofía,
México, Universidad Nacional Autónoma de México, 1985, p. 129.
La actual diversidad de posiciones asumida abiertamen­
te desde 1993, en el VI Encuentro Feminista de América Latina y el
Caribe, no es, sin embargo, particularmente novedosa en Amé­
rica Latina. Por un lado, todas las corrientes que se explicitaron
en El Salvador, aunque enfrentadas en términos éticos y cul­
turales sobre las formas de hacer política de las mujeres, te­
nían la mira puesta en la actuación publica, relegando los ám­
bitos de los afectos, la sexualidad y la corporalidad, como es­
pacios sociales en transformación, a una nueva intimidad pro­
tegida, despolitizada. AUa vez, en las dos décadas anteriores
América Latina no había pensado su actuación feminista de
manera unívoca: en el Chile desvastado por la dictadura
pinochetista, Julieta Kirwood y Margarita Pisano, a mediados
de los ochenta, desarrollaron una visión política de la autono­
mía feminista que*se cuajó en el lema “Democracia en el país,
en la casa y en la cama”; aún antes, en los setenta, la práctica
feminista de la autoconsciencia que llevó a muchas latinoa­
mericanas a reflexionar sobre su identidad femenina, cuestio­
nando el condicionamiento al que fueron sometidas, y asu­
miendo lo colectivo, lo social y lo político implícitos en las
dimensiones personales, convivió con prácticas más “militan­
tes”, propias de mujeres de izquierda que nunca salieron de
sus partidos, y de progresistas que no pasaron por la
autoconsciencia, pero se reivindicaban autónomas con respecto
a las organizaciones políticas masculinas y privilegiaban el tra­
bajo con:mujeres de los sectores populares.
Como bien dijo la cubana Aralia López en el panel so­
bre “Feminismos y Filosofía”, durante el IX Congreso de la Aso­
ciación Filosófica de México, el feminismo no es un discurso
hegemónico, pues tiene tantas corrientes como las que pue­
den surgir de los cuerpos sexuados en la construcción de las
individualidades.151El feminismo es el reconocimiento de una
subjetividad en proceso, hecha de sis y nos, fluida, que impli­
ca la construcción de formas de socialización y nuevos pactos
culturales entre las mujeres. Aunque según la Dra. López, en
América latina, existe una separación entre la militancia femi­
nista y la académica ~lo cual no comparto debido a la relación
entre la elaboración de un pensamiento alternativo y las cons­
trucciones de los sujetos femeninos”, al hablar de las subjeti­
vidades que se construyen desde la totalidad de las concepcio­
nes filosóficas del propio ser mujer, estaba afirmando la histori­
cidad de las diferencias feministas en e continente.
Desde sus inicios, el feminismo latinoamericano estuvo
preocupado por definir límites indefinibles: ¿eran feministas
las mujeres de las organizaciones que se reunían al margen (o
en las orillas) del movimiento popular urbano, los sindicatos,
las agrupaciones campesinas? Acusaciones y retos mutuos fue­
ron lanzados por mujeres contra las mujeres que se negaron a
considerar feministas a las organizadas alrededor de los valo­
res familiares (pobladoras, madres de desaparecidos políticos,
etc.) y contra aquellas que las consideraron parte de un mo­
vimiento de las mujeres, invisibilizando la radicalidad femi­
nista.

131 Debido a la interlocución entre las feministas y algunos filósofos, éstos han
incorporado la teorización acerca de la liberación de las mujeres y io político
corporal a la filosofía de la liberación. El doctor Horacio Cerutti, entonces pre­
sidente de la Asociación Filosófica de México, en constante diálogo con femi­
nistas como Ofelia Schutte, Graciela Hierro, Aralia López, Margarita Pisano y
yo, organizó en el D i Congreso Nacional de Filosofía, G u anajuato 23-27 de. febrero
de 1998, la primera plenaria sobre los aspectos filosóficos de las diferentes co­
rrientes del feminismo latinoamericano. Así mismo organizó por primera vez
una plenaria sobre filosofías indígenas. La interlocución es un aspecto de las
prácticas filosóficas que debemos estudiar históricamente. Todos los filósofos
que han analizado positivamente, desde la antropología filosófica, dialogaban
con mujeres cultas, desde Poulain de la Barre con las preciosas, hasta Arturo
Andrés Roigy Horacio Cerutti con las feministas latinoamericanas.
Toda esta diatriba ha marcado a tal punto el origen del
feminismo latinoamericano contemporáneo, que sus ecos to­
davía permean las ideas acerca del papel de las mujeres en la
sociedad y se reviven en la separación reciente entre las femi­
nistas de lo posible, o institucionalizadas, y las feministas au­
tónomas, o utópicas.132 No es sólo por cierta fidelidad a las
ideas marxistas que las feministas latinoamericanas han tendi­
do al análisis de clases y al análisis antropológico, para definir
la desgarrada identidad de las mujeres conflictuadas por la per­
tenencia a clases, etnias y sistemas valóneos diferentes. La pro­
pia realidad y el inicial conflicto entre las feministas que a prin­
cipios de los setenta se encontraban en la búsqueda de sí mis­

m Desde 1993, la polarización de las diferencias sobre os aspectos éticos de la


politica de las mujeres (y de su ¿mandamiento) llevó a un debate sobre la “ver­
dadera” identidad feminista latinoamericana. En él salvador muchas de las fe­
ministas que laboraban en las ÜNGs fueron calificadas de “institucionaliza­
das”, mientras reivindicaban para sí un “feminismo de lo posible”. Las feminis­
tas radicales e independientes se autodenominaron “autónomas”, mientras las
demás las definían de “utópicas”. La agresiva editorial de Debate feminista. La
escritura de ¡a vida y el sueño de la Política, año 8, vol. 15, México, Abril de 1997,
pág. xi, afirmaba para descalificar las posiciones de las feministas autónomas
que la utopía es el recurso de los débiles que, cuando no sabe salir del paso,
recurren a ella. “El exceso del discurso utópico, agregaba la editorial, liquida la
posibilidad de amar lo posible, y sin algo de adhesión a lo posible, de búsqueda
de lo posible, no podemos hacer de la política una dimensión humana”. Poco.
antes, las autónomas habían expresado: “Se ha tratado de hacernos aparecer
descalificando a las mujeres que trabajan dentro del feminismo institucionali­
zado. Lo que sostenemos es que estos lugares se autoproclaman representantes
de las mujeres y del movimiento feminista y se constituyen en las expertas de
las políticas sobre mujeres. Sostenemos que estas instituciones no son neutras,
que pertenecen a un sistema y lo sostienen, y que el dinero pasa a ser entonces
un instrumento político” Permanencia Voluntaria en la Utopía. El Feminismo Autó­
nomo en el VII Encuentrofeminista Latinoamericano y del Caribe, Chile, 1996, Méxi­
co, La Correa Feminista, 1997, p. 56.
mas, han originado dicha tendencia. Estas han provocado tam­
bién que el interés de la ética haya sido central para la teoría
feminista latinoamericana: la idea de justicia social ha recorri­
do tanto la hermenéutica del derecho como la afirmación de
un modo de pensar y de pensarse desde la denuncia de la do­
ble moral sexo-social. Una indignación ética recorre el análi­
sis de cómo la hegemonía masculina proporciona la sanción
moral a la dominación masculina sobre las fuerzas físicas, eco­
nómicas e intelectuales, en los escritos de la filósofa mexicana
Graciela Hierro.133A la vez, una de las primeras manifestacio­
nes intelectuales de las feministas autónomas fue la organiza­
ción de un seminario sobre ética y feminismo para construir mi
estar en el mundo, mi personal libertad en su relación con la Liberta y
la buena vida de mis congéneres humanas.134
De hecho, el feminismo latinoamericano debe ser en­
tendido como proyecto político de las mujeres y como movi­
miento social, a la vez que como teoría capaz de encontrar el
sesgo sexista de toda teorización anterior o ajena a ella. Como
lo definía en 1987 Julieta Kirwood, Elfeminismo es tanto el desa­
rrollo de su teoría, como su práctica y deben interrela-cionarse. Es im­
posible concebir un cuerpo de conocimientos que sea estrictamente no-
práctico. El feminismo es, entonces, un conjunto de conocimientos (o
intentos) de y desde las mujeres y comprometido con estas, junto con ser
un cuerpo de entendimientos es acción transformadora del mundo.135

133 Hierro, G. Ética y Femiiiismo,México, Universidad Nacional Autónoma de


México, 1985; De la domesticación a ía educación de las mexicanas, México, Fuego
Nuevo, 1989; Ética déla Libertad, México, Fuego Nuevo, 1990.
134 Bedregal, X. (Comp.) Ética y Feminismo, México, La Correa feminista, 1994,
p. VIIL
135 Kirkwood, J. Feminarios, Santiago de Chile, Documentas, 1987, p.108.
La historia de las ideas feministas latinoamericanas está
Jigada al quehacer político de sus autoras: mujeres que han
transitado de la revolución mexicana a los nacionalismos, de
las dictaduras a las formas de gobierno validadas por eleccio­
nes, pero no democráticas en términos de participación en las
decisiones económicas y políticas, y sobre todo de la crítica al
liderazgo y las jerarquías de la tradición política masculina136a
la “importancia de la integración de las mujeres a la produc­
ción a través de programas de desarrollo para enmendar la po­
breza”137y a los “talleres, de formación de dirigentas”.138
En estos transcursos, la teoría feminista latinoamericana
ha creado significaciones distintas, y a veces opuestas, a las de
dominación masculina, manteniendo su autonomía de las ideo­
logías de los partidos políticos y de los estados, exigiendo igual­
dad de derecho ..a la expresión del propio ser entre mujeres y
hombres, plantéando el libre ejercicio de las sexualidades y la

136Queríamos todo nuevo, queríamos que las relaciones fueran nuevas, las for­
mas de trabajo, las formas de relacionamos, queríamos cambiarlo todo. En:
Gabiola, E., Largo, E. y Palestra, S. Una historia necesaria. Mujeres e>i Chiíe: 1973-
1990, Santiago de Chile, 1994, p. 135.
137Murguialday, C. y Vázquez, N. Sobre la escisión vital de algunasfeministas centro­
americanas (ni militantes obedientes ya, ni feministas declaradas todavía), Nicaragua,
Mimeo, abril 1992, p. 22. Se trata de dos feministas mexicanas que buscaban
abiertamente el liderazgo en Centroamérica a través de una política feminista
de lo “posible” dentro de la corriente mayoritaria en la región, el feminismo de
los sectores populares.
138Cf, Identidad y Liderazgo. Sistematización de una experiencia deformación de dirigentas.
México, Débora ediciones, 1992. El Taller Nacional de Formación de Dirigentas fue
organizado por seis organizaciones no gubernamentales, tres de las cuales se
definían feministas. Su propósito era ensayarformas de promover la superación per­
sonal y los procesos de organización de las mujeres que luchan por mejorar sus condiciones
de vida y las condiciones de ¡a sociedad en su conjunto. Cf. p.3.
crítica a la heterosexualidad normativa.139A la vez, ha sido do­
blemente influida por corrientes feministas y de liberación de
las mujeres europeas y estadounidenses, y por la transforma­
ción de estas en instrumentos aptos para explicarse la revisión
que estaban —y están- llevando a cabo de las morales sexofóbicas
y misóginas en latinoamericanas, mestizas y de los pueblos
indoamericanos contemporáneos, morales atravesadas por el
catolicismo y la maternidad solitaria, histórica, y actualmente,
por la resistencia a la dominación cultural, por la veneración
del padre ausente, por el lesbianismo satanizado y por la idea­
lización de valentías femeninas de cuño masculino (las gue­
rrilleras), No obstante, es imprescindible hacer notar que las
críticas a los conceptos y categorías feministas europeas y esta­
dounidense han acompañado toda la historia del pensamiento
en América Latina, porque es imposible recuperar universales
para interpretar sociedades donde no hay unidad política de
base. Cada tema que se enfrenta conceptualmente fragmenta
las categorías interpretativas por la complejidad de los proble­
mas concretos.
La convivencia en el ámbito latinoamericano de una
militancia feminista que ha transitado, y constantemente tran­
sita todos los sentidos de una lucha emancipatoria, a la afirma­

!39 Para una historia del discurso feminista en América latina, Cf. Fisher, A.
Feministas Latinoamericanas: las nuevas brujas y sus aquelarres. Tesis de Maestría en
Ciencias de la comunicación. México, Facultad de Ciencias Políticas, UNAM,
1995. Desde la perspectiva del feminismo de los sectores populares, que en los
noventa se convirtió en feminismo de lo “posible” de lo “público político”, cf.
el proyecto de investigación “Los nuevos derroteros de los feminismos latinoa­
mericanos en la década de los 90. Estrategias y discursos” de la dirigente perua­
na Virginia Vargas, Mimeo, Lima, 1998. Como todos los escritos de esa co­
rriente, el proyecto de Vargas subraya la unidad de las tendencias feministas
latinoamericanas, aunque reconoce algunas diferencias.
ción de una esencial diferencia positiva de las mujeres con res­
pecto al mundo de los hombres, a la “teoría de géneros”, con­
frontando tanto las experiencias políticas de la izquierda con
algunos de cuyos planteamientos económicos, ecológicos y la­
borales coincide, como los nuevos retos que las políticas in­
ternacionales de fmanciamiento presentan a su autonomía, y
de ideas filosóficas feministas que se nutren de los avatares del
movimiento, a la vez que de los planteamientos generados en
otras regiones del mundo, ha llevado al feminismo latinoame­
ricanos a la urgente^necesidad de buscar en su seno las dife­
rencias vitales que 1¿ componen, sin que ninguna de sus co­
rrientes haya sugerido jamás considerarse un “algo” distinto
del feminismo.
Cuando, en 1997, la filósofa española Celia Amorós plan­
teó que el feminismo debe entenderse como un proyecto
emancipatorió de las mujeres, como un tipo de pensamiento an­
tropológico, moral y político que tiene como su referente la idea raciona­
lista e ilustrada de igualdad entre los sexos, o no puede llamarse
feminista, sólo una Corriente estuvo de acuerdo con la prime­
ra afirmación, pero todas rechazaron la conclusión última.140
En América Latina, las mujeres que reivindican su derecho a
la igualdad, las que cuestionan el concepto de igualdad por no
aceptar el modelo sobre el que construirla, las lesbianas orga­
nizadas, las teólogas, y aún las políticas interesadas exclusiva­
mente en la mejora inmediata de las condicione^ de las muje­
res, todas se definen a sí mismas como feministas, aunque agre­
guen a ese calificativo general subcalificativos.

140 Amorós, C. Tiempo de feminismo. Sobre feminismo, proyecto ilustrado y


pos!modernidad. Madrid, Cátedra, 1997, p. 70.
' El nombre no está enjuego, pués. En la década de 1990,
las latinoamericanas que asumen una “perspectiva de género”
en sus estudios sin asumirse, a la vez, como feministas son
pocas y, en la mayoría de los casos, empleadas de agrupaciones
sociales ligadas a las iglesias* a los partidos políticos y a algunos
sindicatos. En las universidades así como en los colectivos y
grupos de mujeres, las feministas pueden o no asumir la cate­
goría “género” para estudiar la propia realidad, pero esta se
subsume respectivamente: en la aceptación de un mundo
binario ligado dramáticamente a lajerarquización de los sexos
en el imaginario y la realidad social, o en el rechazo a una cate**
goría que ata a las mujeres al poder ejercido por y desde el
colectivo masculino impidiendo una visión femenina de la
identidad humana desligada de la competencia o la comple-
mentariedad con la construcción masculina del mundo, con
los hombres.
Actualmente, ninguna corriente feminista latinoameri­
cana considera la “cuestión de género”, o la afirmación de la
“diferencia sexual”, o la “política de las mujeres”, o la “crítica a
la heterorealidad”, perspectivas ajenas a la teoría general de su
movimiento que puedan abarcarse desde fuera del análisis y la
defensa de la corporalidad y de la sexualidad; sin embargo, si
no coinciden con ellas, las combaten como herejías, como des­
viaciones de un canon que intentan precisar una y otra vez sin
lograrlo.
Temo que esta actitud no puede ser entendida fuera del
contexto económico actual de algunas organizaciones no gu­
bernamentales de mujeres ligadas a la lucha contra la violen­
cia, al derecho a la reproducción libre y escogida, y a la am­
pliación de los derechos humanos de las mujeres. Estos gru­
pos se han nucleado alrededor del pensamiento algunas inte­
lectuales feministas, sobre todo sociólogas, sícólogas y
antropólogas, que, según sus propias palabras, convirtieron
rápidamente la categoría género “en uno de los cimientos con­
ceptuales” conque construir sus argumentos políticos.141 Así
* lograron que las financiadoras internacionales no cuestiona­
sen su representatividad feminista, aunque trabajaran como
cualquier grupo asistencialista interesado en el sector femeni­
no de la población.
Sin embargo, tanto ellas como las feministas de los gru­
pos autónomos, que no consiguen grandes financiamientos y
que pretenden “cambiar la vida, transgrediendo el orden esta­
blecido por lo aberrante del mismo”,542 enuncian sus contra­
dicciones como un problema teórico, pero no intentan una
elaboración histórica de las influencias recibidas de su propio
transcurso y de las influencias externas, ni de las formas cómo
ciertas ideas son aceptadas -aunque provengan de corrientes
feministas ajenas a la realidad latinoamericana- para justificar
ideológicamente momentos muy circunstanciales. En otras pa­
labras, no analizan las contradicciones presentes en las ideas
rectoras de sus prácticas feministas porque tienden a reducir­
las a categorías “calificativas” de la corriente que las utiliza en
el discurso político y que rechazan vehementemente o se de­
fienden acráticamente.
En la década de los setenta, el feminismo latinoamerica­
no ya tenía historia. Quizás las organizaciones de mujeres en
México, en los años treinta, habían exigido del cardenismo el
derecho a voto y a la participación política activa; que en Co­
lombia, en 1912, se manifestaron a favor de los derechos civi­
les de la mujer casada; que en Ecuador, en 1928, demandaron

141 Lamas, M. (Comp.) El Género: la construcción cultural dé la diferencia sexua,.


México, Porrúa-Programa Universitario de Estudios de Género, 1996, p. 10.
542O p . Cf/., “Permanencia voluntaria en la utopía”, p. 27.
ante la Corte la aplicación de sus derechos políticos;143 que,
por 1880, en Brasil conformaron asociaciones de mujeres abo­
licionistas (de la esclavitud), publicaron un periódico franca­
mente feminista, A familia, y propusieron la reforma de su
modo de vestir;144 que en Chile, en los sesenta, lucharon por
la consecución de sus derechos, poniendo de manifiesto las
distintas formas de opresión jurídica, económica y política;143
no tuvieran una conciencia explícita de la necesidad de
desconceptualizar lo femenino como naturaleza en la dicoto­
mía mujer-hombre construida por las culturas patriarcales so­
bre y contra su cuerpo sexuado. Sin embargo, ya eran movi­
mientos feministas que reivindicaban transformaciones so­
ciales y políticas tendientes a revertir la opresión, la subordi­
nación y la explotación de las mujeres, con base en una idea
de justicia entendida como igualdad de derechos y en una
idea nacional que las llevaba a reivindicar personajes de cul­
turas prehispánicas, de la época colonial o de la lucha indepen-
dentista con quien identificar su importancia femenina. Es
interesante, que desde un aspecto no puritano, sino de abne­
gación patriótica, desde los finales del siglo XDÍ las mujeres
mexicanas planteaban su igualdad o superioridad ética con
respecto a los hombres y, por lo tanto, su derecho a participar
en el destino de la nación: en la invasión norteamericana del
1848, ellas eran las que habían dado a sus hijos a la patria, en la
invasión francesa, ellas eran las que no se casaban con los sol­

!43 Velazquez Toro, M. (Comp.). Las mujeres en la historia de Colombia, 3. Vol. -1,
Bogotá, Norma, 1995, pp. 183-228. Vol. 1, “Mujeres, Historia y política”.
144 Lavrín, A. (Comp.), Las mujeres latinoamericanas.Perspectivas históricas.México,
Fondo de Cultura Económica, 1985,. pp. 319-320.
145En 1952 había surgido la Unión de Mujeres de Chile y en 1953 María de la
Cruz fue elegida como diputada por Concepción, con el 51% de los votos, por
el Partido Femenino Chileno. Gabiola, E. et al. “Una historia necesaria. Muje­
res en Chile: 1973-1990”, Op. Cit, pp. 23-24.
dados de Maximiliano; ellas eran las que no bebían con el ene-
( migo, no bailaban con él, no imitaban sus costumbres, etc.146
La gran diferencia de las expresiones feministas anterio­
res y el feminismo que empieza a expresarse en la década del
1970 en América Latina es el descubrimiento de las mujeres
de su “mismidad”. A la construcción de la mujer como la otra
(naturaleza, regalo que intercambian entre sí los hombres,
castrada, impura), las mujeres responden encontrando los va­
lores de la humanidad en sí mismas y desenmascarando la cons­
trucción patriarcal dé la superioridad del hombre sobre la mujer
y la naturaleza. El fejninismo abandona las tácticas explicati­
vas y fomenta el encuentro entre las mujeres como sujetos,
sino de su historia total, sí de su rebelión presente, de su pro-
ceso de liberación.
En 1950,, a sólo dos años de El Segundo Sexo de Símone
de Beauvoir, aloque no conocía, la mexicana Rosario Castella­
nos presentó una tesis de licenciatura en filosofía titulada So­
bre Cultura Femenina, en la que se preguntaba si existen o no
mujeres que hacen cultura. Se contestaba de forma irónica,
con la ambigüedad propia de una mujer que sabe que va a ser
examinada por hombres y por una institución masculina, que
las mujeres son creativas en la maternidad o, de lo contrario,
hacen cultura. Para liberarse de este determinismo, proponía
que escribieran buceando cada vez más profundo en su ser; de

146 El patriotismo femenino no deja de estar inserto en una cultural patriarcal,


pero para muchas mujeres fue la primera manifestación de su conciencia polí­
tica. En México, la liberal más vehemente e “indigenista” fue Laureana Wright
González, que de 1887 a 1889 dirigió, Las Violetas del Anáhuac, en cuyas páginas
censuró la política de Porfirio Díaz y planteó el problema del sufragio femeni­
no, defendiendo la igualdad de ambos sexos. Así mismo hay que revisar los
artículos del Album de la 'Mujer, dirigido por la española Concepción Jimeno de
Flaquer, y que salió de 1883 a 1890 en la Ciudad de México; y del Correo De Las
Señoras, que, en 1875, dirigía el liberal Adrián M. Rico.
lo contrario no harían a un lado las imágenes que de ellas ha
construido el hombre, no podrían construirse una imagen pro­
pia. Dos décadas después, en Mujer que sabe latín... afirmaba
que la mujer rompe tos modelos que la sociedad le propone y le impone
para alcanzar su imagen auténtica y consumarse - y consumirse~ en
ella.147Aralia López ha insistido mucho en que Rosario Caste­
llanos pertenecía tanto al ámbito de lafilosofía como al de la litera­
tura, aunque públicamente trascendió más en esta última.148Esto im­
plica que ha sido mucho más leída y que ha influido a muchas
más mujeres como poeta y novelista que como pensadora. No
obstante, "el gran tema literario de Rosario Castellanos podría
designarse como género, etnia y nación.”149Esto es, su pensa­
miento filosófico de cuño feminista influyó en su obra narra­
tiva tanto como sus recuerdos y como su percepción política
del valor de la diferencia étnica en la conformación nacional
mexicana.
Poco después de su muerte, en 1975, se publicó El eterno
femenino, donde una de sus personajes afirmaba perentoria: “No
basta siquiera descubrir lo que somos. Hay que inventarnos”.130
Una parte importante del feminismo mexicano consideró que
esta frase condensaba sus anhelos: se trataba de la tarea de cons­
truir una nueva identidad femenina, diferente de la que había
sido edificada por la cultura patriarcal hegemónica. La meto­
dología grupal que utilizaron para inventarse, creando de paso
una nueva visión del mundo y del hacer política, fue la auto-
consciencia o proceso de significación de la conciencia feme­
nina.
147 Castellanos, R. Mujer que sabe latín...., México, SepSetentas,1973, p.19
148 López, A. “Rosario Castellanos: lo dado y lo creado en una ética de seres
humanos y libres”. En: Política y Cultura, N° 6, primavera 1996, México, Uni­
versidad Autónoma de Metropolitana, p. 78.
149Ibidem, p, 79,
tS() Castellanos, R. El eterno femenino. México, Fondo de Cultura Económica,
1975, p. 194.
En México, grupos de feministas de autonomía radical,
como La Revuelta, así como feministas incapaces de romper su
militancia en la izquierda (comunistas y trotzkístas, principal­
mente), y feministas cercanas a la academia, se empezaron a
reunir en pequeños grupos para hablan Nombraron sus cuer­
pos, los llenaron de significados a la luz del descubrimiento
del valor político de la experiencia vivida, expresaron sus de­
seos, politizaron la sexualidad y criticaron el lenguaje y sus
categorías conceptuales. En Chile, la victoria electoral del pro­
yecto socialista de Allende y el posterior golpe de estado, aleja­
ron a las mujeres de la cultura específicamente femenina, “pro­
pia de las mujeres”, que los grupos de autoconsciencia expre­
saban, explicitando la opresión femenina en todos los ámbitos
“mixtos”. La participación de numerosas mujeres en la Uni­
dad Popular y, después de 1973, en la resistencia al gobierno
militar, sin embargo, llevó a las feministas chilenas a plantear­
se una salida política de sd subordinación y a postularse como
“nuevos sujetos sociales”. Entre 1973 y 1976, grupos, colecti­
vos y organizaciones de mujeres dieron pie a un movimiento
de defensa de la vida, denuncia de la represión y sobrevivencia
física y moral.151 En Brasil, donde convivían feministas libera­
les, mujeres en la militancia de izquierda, decenas de grupos
populares de mujeres ligados a los sectores progresistas de la
Iglesia católica, un grupo de feministas radicales, blancas, ur­
banas y cultas, empezó a analizar y a hacer política entre ellas
partiendo de la que existe una frontera absoluta entre la iden­
tidad política feminista y las prácticas de las mujeres no femi­
nistas. En Argentina, la participación de muchas mujeres en la
guerrilla imposibilitó el surgimiento de un feminismo auto-

151 Gabiola, E. et al. Una Historia necesaria, Op. Cit., p. 63; Palestra, S. “Mujeres
en Movimiento. 1973-1979”. Documento de Trabajo. Serie de Estudios Sociales, n
14, Santiago de Chile, FLACSO, septiembre de 1991.
reflexivo, o lo margino por la definición que hicieron las mu­
jeres militantes de la liberación sexual como una contradic­
ción secundaria, una lucha pequeño burguesa, profundamen­
te anturevolucionaria. Sin embargo, la violencia de las tortu­
ras de características sexuales que desplegó la dictadura contra
las mujeres militantes llegó a romper la idea de una igualdad
entre los sexos en la lucha armada y obligó a muchas mujeres
a enfrentar la especificidad de su condición en la sociedad. En
Nicaragua, la presencia de un treinta por ciento de mujeres en
las filas del ejercito Sandinista de Liberación Nacional tam­
bién dificultó la existencia de otras formas de encuentro entre
mujeres, aunque después de la victoria sandinista sobre el ré­
gimen somocista, su historial revolucionario les ofreció una
rica experiencia de política emancipativa.152 En Perú, Costa
Rica, Colombia y Venezuela a pesar de enfrentar diversas si­
tuaciones políticas y económicas, el feminismo radical se ex­
presó en grupos de autoconsciencia, a la vez que importantes
sectores de mujeres se reunían para discutir las problemáticas
políticas de su país y manifestar su solidaridad con la lucha de
las mujeres en los países en guerra o con gobiernos militares.
Una categoría se generalizó para dilucidar el sexismo que
fundamenta la cultura dominante, para explicar quién y cómo
se había dividido la sociedad en un grupo superior masculino
con poder y grupos inferiores oprimidos, el patriarcado. Des­
de el IIo Encuentrofeminista de América Latina y el Caribe, qüe se
efectuó en Lima, Perú, en 1982, el patriarcado fue una catego­

152 Este porcentaje se ha mantenido invariable en todas las organizaciones


político-militares centroamericanas y, actualmente, en las filas del Ejército
Zapatista de Liberación Nacional, en Chiapas, México. Responde fundamen­
talmente a que las mujeres armadas se reclutan en su zona de residencia entre
aquellas que todavía no han ejercido la maternidad y aquellas que han superado
la etapa del maternazgo.
ría con que las feministas latinoamericanas explicaron la reali­
dad entera: éste era el responsable de la heterosexualidad
compulsiva, de la represión y la doble moral sexual, de la sub­
ordinación de las mujeres, de la violencia contra las mujeres,
de la prohibición del aborto y del maltrato de los niños, amén
que de la guerra y las formas de injusticia social, todas ellas
construidas sobre el modelo de dominación de los hombres
sobre el cuerpo y las voluntades de las mujeres. Con anteriori­
dad, la costarricense Sol Arguedas había presentado una po­
nencia en el Año Internacional de la Mujer, en 1975, en Méxi­
co, titulada “Origen histórico-económico de la servidumbre
femenina”, en la que planteaba que la ideología patriarcal se
sostuvo durante milenios por haber ejercido el poder de dictar
leyes y definir normas, vigilando su cumplimiento y estable­
ciendo las sanciones, sobre la base de una ética que reprimía a
las mujeres, a su sexualidad, a su economía y a las característi­
cas femeninas de la sociedad.
En los setenta, las feministas eran jóvenes mujeres de
veinte años que se alimentaban de sus experiencias en las
movilizaciones estudiantiles y de motivaciones autónomas, que
reivindicaban las relaciones de amistad y subrayaban la
centralidad de la libertad femenina, la solidaridad entre muje­
res y la sexualidad. En los noventa, las feministas tienen/tene­
mos cuarenta y más años. El feminismo latinoamericano fue
envejeciendo a la par que sus militantes, que a su vez accedie­
ron tardíamente a la maternidad, cuando se permitieron (o se
vieron orilladas a) una tregua en la cuestión de los roles en las
parejas heterosexuales.153
1S3 Se trata de una generalización. En Honduras y Boíivia las feministas son, en
su mayoría, mujeres de aproximadamente treinta años. Es probable que la inexis­
tencia de un feminismo durante las dictaduras y las represiones de los años
setenta, haya significado una entrada tardía de las mujeres a la autoconscíencia
o a las políticas reivind¿cativas.
La desantificación de la maternidad en América Latina,
convulsionada por las represiones militares y rescatada políti­
camente por las actuaciones de los Comités de Madres de Des­
aparecidas/os, nunca fue tan violenta como en Estados U ni­
dos, donde la maternidad era identificada con la familia pa­
triarcal, eje de la opresión femenina, ni como en las corrientes
feministas mamstas europeas para las que la familia era el pri­
mer peldaño de la doble construcción del capitalismo y del
patriarcado. No obstante, en los setenta, la maternidad y la
supuesta naturalidad de los valores maternales fueron cues­
tionados en América Latina. Muchas madres descubrieron en
la autoconsciencia que no habrían ejercido la maternidad de
saber que podían evitarla sin dejar de ser mujeres; las jóvenes
rechazaron su “destino” de futuras madres; se planteó la sepa­
ración de los conceptos de mujer y de madre y la mexicana
Marta Lamas definió las funciones de educadora, alimentadora,
cuidadora, o “maternazgo”, como un trabajo que mujeres y
hombres pueden asumir por igual; por ello, el estado debe
reconocer los derechos laborales de quien lo asuma. La mater­
nidad voluntaria fue uno de los ejes sobre el que giró el movi­
miento feminista. El derecho al aborto fue defendido como
un ejercicio de legítima defensa contra el feto devorador del
proyecto de vida individual, de la independencia femenina.
El cuerpo de la mujer se “desmaternizó”, la función
reproductiva y la salud individual se separaron, y los proyectos
de vidas se abrieron a una gama enorme de opciones laborales.
En 1972, en México, cien mujeres discutieron públicamente
al examinar la legislación relacionada con el aborto, los méto­
dos anticonceptivos y el concepto de control de la natalidad.
U n año después, el gobierno aceptó en la nueva Ley General
de Población que “toda persona tiene derecho de decidir de
manera libre, responsable, e informada sobre el número y
espaciamiento de sus hijos”. En 1976, el Movimiento Nacio­
nal de Mujeres -que con el Movimiento Feminista integraba
la Coalición de Mujeres Feministas—convocó a las Primeras
Jornadas de despenalización del aborto, donde se sostuvo que la
interrupción del embarazo era una decisión exclusiva de la
mujer y que debía ser libre y gratuita en todas las instituciones
de salud publica. En los años siguientes, las feministas
mexicanas utilizaron todos los medios simbólicos, por ejem­
plo manifestarse por la maternidad voluntaria el Día de la
Madre o vestirse de negro en señal de luto por todas las muje­
res muertas en abortos clandestinos, para defender la volun­
tad de las mujeres contra la imposición de la maternidad des­
de la perspectiva de la reproducción de los hombres y el
patriarcado.
Entonces la vida política fue sacudida por la irrupción
del ámbito privado e íntimo en las movilizaciones callejeras
para la liberación del aborto, mientras hoy la vida privada se
retrae por la tendencia feminista de insertar a las mujeres en la
comunidad política. La política de lo público ha pasado a tran­
quilizar los ámbitos privados, pues al conquistar la represen-
tatividad, a ganar cuotas y visibilidad política, las feministas
resguardaron su cotidianidad del análisis y recayeron en la fa­
milia como espacio de complementariedad y como refugio.
Las no-madres por definición libertaria se han refugiado en la
maternidad como último reducto de los afectos.
Desde la crisis de los valores colectivos, más que una
valoración de ia corporalidad femenina que incluye tanto la
reproductividad como la decisión de no reproducirse, hay una
tendencia a asumir la maternidad como un derecho a una for­
ma de vida válida para las mujeres, heterosexuales y, última­
mente también las lesbianas, que se inserta en sus quehaceres
políticos, filosóficos y de los tiempos de los afectos. Una ten­
dencia ambigua, mezcla de un sentimiento de cansancio hacia
el enfrentamiento con los patrones reproductivos de la sexua­
lidad y de una omnipotencia conservadora, la del poder crea­
dor de la gestación, se empezó a elaborar cuando, en la década
de 1982-1992, el conservadurismo político encontró en la
pandemia SIDA y en la crisis del sistema soviético sus mejores
aliados.154
La irrupción del miedo a la sexualidad entre las y los
jóvenes era algo totalmente desconocido a las feministas de
los setenta que enfrentaban morales sexuales tradicionales con
un desparpajo fecundo, irreverente, deconstructivo de las for­
mas de represión y violencia contra la sexualidad femenina,
que no pasaba por la posesión y el control masculino. Las prác-
ticas preventivas del Síndrome de Inmuno Deficiencia Ad­
quirida, el Sexo Seguro, implican un discurso sobre los ries­
gos de la sexualidad que es, a la vez, un discurso machacón,
repetitivo, castrante sobre la sexualidad, muchas veces emiti­
do por progenitores y maestros asustados. El placer que pro­
vocaba el estallido de la moral convencional en cada beso y
cada abrazo extraniarital ha desaparecido en la normalidad coital
de las relaciones entre adolescentes; se ha convertido en una
censura de la heterosexualidad experimental y múltiple, que
parte importante de las y los jóvenes rechaza.
Esta actitud ha orillado a la mayoría de las feministas
heterosexuales a la soledad y a una ruptura generacional con
las mujeres más jóvenes. Perdida la militancia como espacio

154 La influencia de la idea expresada por Riane Eisler de que los seres humanos,
mujeres y hombres, somos adictos al amor y dependemos para la armonía bio­
lógica de nuestro vivir, de la cooperación y la sensualidad, no de la competencia
y la lucha, ha llevado a muchas feministas a revalorizar la capacidad reproductiva,
amorosa, del vientre materno, de la "sabiduría de la madre”. A pesar de que su
texto más difundido: El Cáliz y la Espada, Santiago de Chile, Cuatro Vientos,
1990, plantea una posición ética de no-jerarqutzación sino de vinculación entre
los sexos, ha habido una lectura conservadora dei mismo, desde una óptica del
poder de las madres, hecha por distintos tipos de mujeres, que ha provocado
rechazo hacia la actitud antimaternal de aquellas que quieren vivir su sexuali­
dad de manera laica, no procreativa, libertaria. Este libro ha tenido una enorme
difusión en toda América Latina entre 1990 y 1995.
de interacción/creación entre amigas, enfrentan un vacío de
relaciones amorosas horizontales que la existencia de hijas o
hijos exacerba en lugar de paliar, como si el feminismo les
hubiese dado pocas oportunidades al cambio de las relaciones
sexo-afectivas. Asimismo, un sector del feminismo que du­
rante dos décadas criticó el consumismo por cercanía a la cul­
tura popular, por ideales políticos o por motivaciones
ecologistas, ha accedido hoy al mundo del consumo como for­
ma de desencanto y como rendición a la cultura dominante.
¿Por qué derroteros han pasado el pensamiento y la acción
feministas para llegar a esta crisis de las individualidades?
Los cambios de las actitudes feministas con respecto al
mundo político y social están muy ligados al rechazo que los
partidos políticos de izquierda manifestaron siempre hacia la
autonomía de las feministas y que, a finales de los setenta, em­
pezaron a ofrecer argumentos a un malestar difuso por la falta
de relación con las “otras” mujeres y de acción social. Según la
argentina Susana Vidales, el movimiento feminista no incidía
en la lucha de las mujeres ni en la sociedad porque la dinámica
era “todavía interna”.1^ Como ella, la peruana Virginia \&rgas
opinaba que para politizar el malestar de las mujeresfrente a situa­
ciones de vida subordinadas y a arreglos degéneros antidemocráticos, el
clima interno que subrayaba confuerza la identidadfeminista en los
setenta tuvo que reorientarse en los ochenta hacia la organiza­
ción de su propio espacio para lograr una visibilidad comofuerza
autónoma en la sociedad, para tíexigir ser oídas”.'*6

155Vidales, S. “N i madres abnegadas, ni Adelitas” en Críticas de la Economía Poli-


ticas. Edición latinoamericana.La mujer: trabajo y política, 14/15, México DF, Edicio­
nes El Caballito, abril-julio 1980, p. 267.
156Vargas, V. “Los nuevos derroteros de los feminismos latinoamericanos en la
década de los 90. Estrategias y discursos.” O p.Cít., p. 2.
Los núcleos temáticos sobre los que se articulaba el pen­
samiento feminista de los primeros años resultaron de repen­
te poco atractivos para mujeres que, cada vez más, deseaban
permear la cultura entera en su específico reclamo de igualdad
jurídica, económica y de oportunidades educativas y políticas.
La práctica de la autoconsciencia, como forma de relación en­
tre mujeres, empezó a derivarse en una necesidad de acción
social. Algunas feministas que habían definido lo político de
la construcción de la intimidad v la privacidad como espacios
ajenos al derecho público, centrándolo un conjunto de asun­
tos de interés exclusivamente femenino, y manifestándolo en
organizaciones feministas estrictamente autónomas, a princi­
pios de los ochenta empezaron a considerar a los partidos políti­
cos, a las leyes y al Estado como terrenos potencialmente viables para
promover cambios en la situación de la mujer.151
El resultado de esta tendencia se tradujo en la reorgani­
zación de los colectivos feministas en grupos de debate públi­
co, en organizaciones que recogían las demandas del movi­
miento de mujeres y que intentaban influenciar sus reivindi­
caciones, en activistas que se sumaron a las actividades a los
procesos electorales para presionar que se adoptasen políticas
a favor de las mujeres, y en organismos no gubernamentales
con un discurso específico sobre la violencia, la salud, los de­
rechos humanos, la legislación y la participación política de las
mujeres. Se tradujo, pues, en una confusión entre el espacio
de trabajo y la militancia que, lejos de enriquecer el movi­
miento, redujo la dinámica libertaria del feminismo a la pro­

157 Alvárez, S. “Los feminismos latinoamericanos se globalizan en los noventa:


retos para un nuevo m ilenio”, mimeo, 1998; la versión original de este artículo
está publicada en Inglés en: Cultures ofPoíittcs/Polh¡es of Culiures:Ret/isioning Latín
American Social Moventent. Boulder, Westview Press, 1997, p. 5.
ducción de conocimientos catalogables y homologables a las
moderadas propuestas políticas que la tendencia neoliberal de
la economía consideraba aptas para la democratización del
subcontinente.
En este contexto, las feministas latinoamericanas nece­
sitaron descartar las categorías interpretativas que evidencia-
ban la corporalidad de las propuestas éticas del feminismo,
que subrayaban el absurdo de un universalismo construido
sobre los hombres como centro del sistema, que denunciaban
la imposibilidad de una democracia que no respetara las dife­
rencias sexuales, étnicas y económicas, y que se pensaban des­
de la central feminidad del ser sexuado que las formulaba. La
grupalidad de los centros laborales dificultó la cohesión de las
integrantes, las aisló en una praxis poco reflexiva y marcó la
competitividad, en el marco de las búsquedas de financiamien-
to, entre mujeres organizadas.
Este proceso debe ser valorado por la relativa visibiliza-
ción y comprensión social de los fenómenos de opresión de
las mujeres. La apertura hacia formas de trabajo grupal entre
mujeres u sobre problemáticas exclusivamente femeninas, pero
con características “comunes” —horarios, jerarquías, salarios,
especializaciones, etc.™ facilitó la aceptación por parte de esta­
dos que querían deshacerse de sus responsabilidades sociales
que los centros laborales feministas atendieran a las víctimas
de violencia» las necesidades de educación sexual, los análisis
de la situación de los derechos humanos de las mujeres, e im­
pulsaran los cambios necesarios para su modernización en las
leyes y en las políticas públicas.
Cada grupo de trabajo abrió un escenario para el des­
pliegue de sus actividades, sin embargo para ocultar la falta de
un método de interpretación de la realidad, apeló a la razón, la
sensatez, la capacidad investigación de aquellas mujeres que
cuestionaban el sesgo patriarcal de la filosofía, las ciencias po­
líticas y la antropología. Una feminista marxista como Marta
Lamas, en 1989, pudo afirmar que si bien existía un “feminis­
mo a ultranza”, la sociedad debía dirigir su mirada hacia “otro
feminismo que ha logrado abrirse campo en las universidades,
en la política y en muchas otras partes”.158
La categoría con la que el feminismo latinoamericano
buscó su ingreso en el saber institucionalizado, para de ahí
justificar sus acciones sociales, provino del feminismo estado­
unidense.159Desde 1986, las antropólogas mexicanas empeza­
ron a difundir el texto clásico de Gayle Rubin sobre “Tráfico
de mujeres: notas sobre la economía política del sexo” y a plan­
tear la importancia de la categoría de “género”, transliteración
degender, para analizar las diferencias aprendidas socialmente
entre los sexos.160 Pronto las sociólogas defendieron la catego­
ría de género como una herramienta de análisis que permitía
un rigor científico mayor a la omniabarcativa y poco definida
categoría de patriarcado y la demasiado sexuada palabra “mu-
jeres”. El género les permitía entender la interacción hom­

Í5SGaleana de Valdés, ¡RSeminario sobre la Participación de la Mujer en la vida Nacio­


nal, México, Universidad Nacional Autónoma de México, 1989, p.3.
159 Hablo aquí de la academia, pero no quiero obviar que todo saber tiende a la
institucionalización, pues busca establecer una regla para su comprensión e in­
sertarse eñ un código sim bólico. La construcción de normas, aunque
contraculturales, es decir contrarias a las jerarquizaciones dominantes, llega a
institucionalizar el deseo, lo encauza, le da pautas para comportarse y por lo
tanto lo descorporalíza, buscando su legitimación frente a un saber institucio­
nal de minoría que se vuelve siempre más radical en su rechazo a las diferencias
con el pensamiento dominante, y también siempre más cerrado. En otras pala­
bras, aun la mirada del feminismo radical, cuando se asemeja demasiado a la
mirada del micropoder de la alternatividad, institucionaliza la rebeldía minori­
taria, construye la institucionalidad de la secta. Cf. Gargallo, F. Institución dentro
yfuera del cuerpo, mimeo, ponencia presentada en la Universidad Nacional, San
José de Costa Rica, 24 de junio de 1997.
Nueva Antropología, Revista de Ciencias Sociales, Voí. VIH, N° 30. “Estudios so­
bre la Mujer: problemas teóricos”, México, Noviembre de 1986.
bres-mujeres en la sociedad, volviendo a imponer la figura mas­
culina a los estudios feministas. Los estudios degénero tienen como
objetivo comprender y explicar las relaciones sociales a partir del hecho
de que los cuerpos humanos son desiguales y que la mujer tiene una
condición subordinada.16* Entre las filósofas, la descorporalización,
confundida con la simbolización, de lo sexuado a través de la
categoría de género adquirió rasgos metafísicos: trataré de carac­
terizar al cuerpo como ámbito de la diferencia sexual; al espíritu como
ámbito de la constitución del género.162
La “perspectiva de género” -aparentemente aceptada por
todas las feministas para analizar las formas de simbolización,
representación y organización de las relaciones sociales desiguales
entre las mujeres y los hombres—permitió que la cooperación
internacional impulsara la conformación de redes de grupos de
mujeres a nivel latinoamericano, en su afán de juntar propues­
tas acordes a sus ejes de financiamiento. “Género” empezó a
significar cada vez más “mujeres” y perspectiva de género se
utilizó como perspectiva femenina sobre un determinado tópi­
co. Las redes deslegitimaron, mediante el uso de esta única ca­
tegoría, las diferencias entre feministas y coparon los espacios
de reflexión sobre los temas formulados/impuestos por la co­
operación internacional. Asimismo, nuclearon el pasaje, a prin­
cipio de la década de 1990, del feminismo de acción social al
feminismo de políticas públicas dentro del ámbito de las insti­
tuciones nacionales e internacionales: luchas por las cuotas en
los partidos, cabildos de mujeres, participación en las activida­
des de las Naciones Unidas, obtención de Secretarías u oficinas
de la Mujer en la mayoría de los Estados latinoamericanos.

K>l de Barbieri, T. “Certezas y malos entendidos sobre la categoría de Género”,


en: IID H Serie Estudios de Derechos Humanos , Tomo IV, M éxico, 1996.
ir’2 Fort, L. “La liberación de lo sim bólico”. En Hierro, G. (comp.), Filosofía de la
Educación y Género, México, Facultad de Filosofía y Letras, U N A M , 1997, p 95.
Las críticas a la categoría de género provinieron de fe­
ministas radicales, autónomas o universitarias, que la utiliza-
ron por un corto tiempo. Sólo la filósofa mexicana Eli Bartra
se rebeló desde un principio contra el ocultamiento de la crea­
tividad de las mujeres que el térm ino propiciaba, y siempre se
negó a usarlo.163 En lo personal, desde principios de los no­
venta, consideré mucho menos controladora la categoría de
diferencia sexual, con su doble acepción de desigualdad pa­
triarcal entre los sexos y de construcción feminista de un m un­
do en que la identidad humana, y su representación simbóli­
ca, se afirman desde la libertad plurisexuada.164Para la peruana
Norm a Mogrovejo, la perspectiva de género centra el análisis
de la subordinación de la mujer en la construcción binaria va­
rón-m ujer y en la desigualdad social producto de las diferen­
cias entre los cuerpos femenino y masculino. Lo cual lleva al
pensamiento feminista a considerar a la figura masculina como
modelo de adecuación social y por lo tanto, Umita su análisis a los
ámbitos de la heterosexualidad.us

163 Con respecto al arte y al momento creador, para Eli Bartra existen tendencias
generales que diferencian lo hecho por hombres de lo realizado por mujeres. Cfr.
Bartra, E., Frida Kahío. Mujer, ideología y ¿irte.Barcelona, Icaria, 1994, y Bartra, E.
“Por las inmediaciones de la mujer y el retrato fotográfico: Natalia Baquedano y
Lucero Gonzáles”, en Política y Cultura. Cultura de las Mujeres, N° 6, Universidad
Autónoma Metropolítana-Xochimilco, México, primavera de 1996.
164 Para mi es también fundamental reconocer que en América latina el pensa­
miento feminista está en relación con los pensamientos del mestizaje y que la
diferencia sexual le permite la comprensión de las construcciones sexuadas de
las mujeres y los hombres en relación con las otras diferencias (culturales, étnicas,
de orientación sexual, etc.) y su ocultamiento por la cultura mestiza dominan­
te. Gargallo, F. “La diferencia sexual”, En: Cerutti, H. (coordinador), Dicciona­
rio dei Pensamiento filosófico latinoamericano, México, U N A M , (en prensa).
165 Mogrovejo, N . Un amor que se atrevió a decir su nombre. La lucha de las lesbianas
y su relación con los movimientos homosexual y feminista en América Latina. Tesis de
doctorado en estudios Latinoamericanos, Facultad de Filosofía y Letras, UNAM ,
México D.F., octubre, 1998.
No obstante, es en el pensamiento de la feminista chile­
na Margarita Pisano, figura central del pensamiento autóno­
mo que se explícito en 1993 en el Salvador, donde se encuen­
tra la crítica más importante a la categoría, desde la perspectiva
de la historia de las feministas. Para Pisano, que fue una de las
arquitectas más importantes de la Unidad Popular y que du­
rante los diecisiete años de dictadura pinochetista dirigió la
Casa de la M ujer La Morada en un barrio popular de Santiago
y abrió una radio feminista, Radio Tierra, el feminismo es una
propuesta civilizatoria que nace de la experiencia cíclica del
cuerpo sexuado femenino. La acción feminista es una acción
política y su teoría, una lógica política de las mujeres que per­
mite analizar cualquier situación del patriarcado y de los ám­
bitos de resistencia y de creación de las mujeres. Su preocupa­
ción permanente por la construcción del movimiento femi­
nista la ha llevado a buscar respuestas a las dificultades que el
feminismo latinoamericano va teniendo y que nacen del olvi­
do del cuerpo como “único instrumento con el que tocamos
la vida”.166Asimismo, en su pensamiento más reciente hay una
insistencia en la necesidad de explicitar todo tipo de diferencia
para poder llegar a un diálogo, diferencias políticas para poder
negociar, pero también diferencias sexuales asumidas como la
totalidad de las concepciones acerca del propio ser sexuado,
sin jerarquización, para poder existir.
Todavía en 1995, Margarita Pisano escribía acerca de la
importancia de la toma de conciencia de la opresión de género
para que cada m ujer se descubriera a sí misma y a las demás.
N o obstante, afirmaba que si las mujeres se quedaran en el
descubrimiento de sí, no alcanzarían a leerse en ia memoria

100 Pisano, M. “....Y todas las alimañas que serpean ia tierra. Derechos Huma­
nos: una construcción cultural”. En: Mujer, violencia y derechos humanos (reflexio­
nes, desafíos y utopías).
de las mujeres que las precedieron: invisibilizan a las mujeres que
congran inteligencia y responsabilidad, irreverencia e insolencia, se atre­
vieron a pensar y elaborar utopías, a organizarce y luchar por ellas.167
N o definía qué era la conciencia de género, pero claramente
prefería hablar de mujeres al analizar la capacidad de produc­
ción cultural y de ideas del feminismo. Un año después, pro­
bablemente influida por las críticas que a la categoría habían
levantado otras feministas radicales no insertas en redes de tra­
bajadoras ni en O N G s (Amalia Fischer, en Brasil; yo en Méxi­
co, Urania Ungo en Panamá, etc.) y por la lectura de la catala­
na María Milagros Rivera Carretas,568Pisano analizaba los avan­
ces que ha significado la instalación de los estudios de género
en la Academia, para concluir que han tenido el límite de hacer un
estudio sobre la mujer y no sobre el pensamiento crítico construido por
las mujeres.169

167 Pisano, M., Deseos (fe cambio o ¿el cambio de ios deseos?, Santiago de Chile, Sandra
Lidid Editora, 1995, pp 73-74.
!í’8 Sobre todo: María Milagros Rivera Garretas, Nombrar el Mundo en femenino.
Barcelona, Icaria, 1994, que ha tenido mucha difusión entre las feministas au­
tónomas latinoamericanas por la crítica que, desde su posición de académica,
ejerce sobre los ambientes intelectuales liberales académicos y sus mecanismos
de revisión y reforma de la subordinación sociosimbólica de las mujeres. Esta
historiadora catalana es además una de las académicas europeas que mayor­
mente toma en consideración la producción teórica del feminismo autónomo
latinoamericano, aunque difiera con él sobre ciertos tópicos, por ejemplo sobre
la muerte del patriarcado planteada en el Sottosopra Rosso de la librería de las
mujeres de Milán y que ha sido muy duramente criticado por Pisano.
!(WPisano, M. Un cierto desparpajo, Santiago de Chile, Sandra Lidid Editora, 1996,
p. 87.
IGUALES OPORTUNIDADES,
RECOMPENSAS INJUSTAS
(Constricciones sociales y estrategias de
género en estudiantes de Uruguay)
Adriana Marrero
(Universidad de ta República)

A finales del año 1996, en el marco de una investigación


sobre el bachillerato uruguayo, aplicamos, entre otros instru­
mentos de recolección de información, una encuesta a 339
estudiantes que estaban cursando el último año en este nivel.
El cuestionario, autoadm inistrado, estaba compuesto por
cuarenta preguntas cerradas, y por una pregunta abierta, que
cerraba el formulario invitando a los y las jóvenes a expresar
aquello que no hubieran podido hacer a través de los ítems
anteriores. N i la investigación, que tenía otros propósitos bien
diferentes, ni el análisis de la información pretendían conducir
a la formulación o a la contrastación de hipótesis fuertes sobre
cuestiones de género. Sin embargo, supusim os desde el
comienzo que la variable “sexo” podría explicar en parte o
ayudar a discriminar algunas diferencias de opiniones y proyec­
tos. Muy poco sacamos de allí, y abandonamos, muy pronto,
la idea de relacionar con el género la mayor parte de los
fenómenos que nos proponíamos explorar.
Pero algo muy diferente ocurrió al leer lo que los y las
estudiantes habían decidido escribir de su puño y letra al final
del cuestionario. Las diferencias que comenzamos a percibir
entre los temas que preferían tocar las mujeres y los varones, y
entre las formas que elegían para expresar sus ideas, nos
pusieron de nuevo tras una pista que ya no pensábamos seguir.
Lo interesante de estas diferencias era que se manifestaban,
además, en un momento en que las cuestiones de género no
eran objeto de reflexión ni de indagación. H ablando
simplemente sobre su futuro académico o laboral, sobre sus
planes, o sobre su vida cotidiana dentro del liceo, hombres y
mujeres mostraban diferencias notorias. Presentaremos aquí
estas diferencias, partiendo primero de una breve descripción
de la situación de la mujer en Uruguay y de las constricciones
y oportunidades estructurales que se le presentan.
Uruguay ocupa el lugar N ° 40 del mundo en el índice
de desarrollo humano del año 1999.170 Esto lo ubica entre los
países de alto desarrollo humano (45 en total), un sólo lugar
por debajo de Argentina y seis lugares por debajo de Chile, el
otro vecino del Cono Sur. En cuanto a género, las cosas parecen
estar todavía un poco mejor: Uruguay sube cuatro lugares,
hasta el 36, si atendemos, como lo hace el PN U D ~en su índice
de desarrollo relativo al género- a la esperanza de vida al nacer
(donde las mujeres superan en 7 años y medio a los hombres),
la tasa de alfabetización de adultos, y la tasa bruta de
matriculación a todos los niveles de la enseñanza, donde la
diferencia a favor de la m ujer supera los siete puntos
porcentuales.171 Además, según el censo estudiantil del año
1999, la m atrícula universitaria es predom inantem ente
femenina (63% del estudiantado en la Universidad de la
República son mujeres, contra el 37% de hombres), y el
promedio de años de escolarización es también más elevado
entre las mujeres. Sin embargo, los mismos índices del PN U D

170 Los datos pertenecen a 1997.


171 P N U D , “Informe sobre desarrollo humano, 1999” Madrid, Mundi Prensa,
1999, p. 138.
nos muestran otro aspecto, menos luminoso de la misma
realidad: Uruguay desciende al lugar 56 cuando se trata del
índice de potenciación de género: sólo el 13.7% de todos los
puestos gubernamentales, no importando su nivel, están
ocupados por mujeres, y el porcentaje baja a menos del 7% en
cuanto a escaños parlamentarios. El PBI real per cápita de las
mujeres alcanza sólo el 51% del de los hombres.
¿Por qué esa diferencia notoria entre el lugar que ocupa
Uruguay en cuanto a “desarrollo relativo al género” y en cuanto
a la “potenciación de género”? Los indicadores favorables sobre
la situación de género son ya históricos. Nos beneficia una
tradición relativamente larga de ejercicio de los derechos de
ciudadanía por parte de las mujeres, una temprana obliga­
toriedad de la escolarización y la gratuidad de la enseñanza
pública. Nos beneficia también —¿quién puede dudarlo?—la
laicidad de un Estado que ha querido modernizarse temprana­
mente, y que, al separar las cuestiones públicas de la vida
religiosa, ha contribuido a la erosión de las visiones tradicionales
de la mujer como esposa y madre, y ha favorecido su integración
al mundo de la escuela y del trabajo remunerado. Para dar
algunas fechas, el Estado uruguayo no tiene religión oficial
desde la Constitución de 1917, y ya desde antes, a partir de
1913, estaba en vigencia el divorcio por la sola voluntad de la
mujer. Pero este proceso, que tiene su máximo impulso en las
primeras décadas del siglo XX, se enlenteció primero, y ahora
parece estar prácticamente detenido. Las mujeres siguen, ahora
más que nunca, asaltando las aulas universitarias en busca de
mejor y mayor educación, y hacen todo por integrarse a la vida
laboral y profesional. Pero no obtienen ahora lo que sí lograron
hace casi un siglo: respuestas de las élites políticas en favor de
la igualdad. Sólo recientemente, y probablemente como efecto
de la difusión de indicadores de género a nivel mundial, ha
comenzado a surgir, tímidamente, y en sectores aislados y
minoritarios, la inquietud de favorecer la participación de las
mujeres en la vida política, aumentando voluntariamente su
número en las listas de candidatos a cargos públicos. La cuestión
de las cuotas no es siquiera tema de debate, como tampoco lo
es casi ninguna cuestión que concierna a la mujer* N o es
sorprendente: menos del 7% del parlamento nacional está
integrado por mujeres, y las uruguayas reciben sólo un tercio
de la riqueza que produce el país. Después de tantas décadas
de “igualdad de oportunidades”, la desigualdad de las recom­
pensas es más visible que nunca.
Según la Encuesta Continua de Hogares del año 1997,
la tasa de actividad femenina alcanzaba al 48.5%; la tasa de
actividad masculina era del 71.4%. El desempleo afectaba
entonces al 11.4% de la mano de obra activa: al 9% de los
trabajadores hombres y al 14.7% de las mujeres. En cuanto a
ingreso, en térm inos generales, las mujeres percibían el
equivalente al 63% del ingreso de los hombres. Examinemos
más de cerca esta diferencia, atendiendo a tres variables
principales: el nivel educativo de hombres y mujeres, la edad,
y la ocupación.
Dentro de un contexto general de alta discriminación
de ingresos, el nivel educativo no tiene prácticamente inci­
dencia alguna en la equiparación económica entre hombres y
mujeres. Por ejemplo, mientras que las mujeres sin instruc­
ción ganan casi el 53% de lo que perciben los hombres que
tampoco han recibido instrucción, ese porcentaje apenas va
subiendo poco a poco a medida que examinamos los siguien­
tes niveles de educación, hasta alcanzar el máximo del 57.2%
para un nivel de “secundaria completa”. Las universitarias per­
ciben el 56.4% de lo que perciben los hombres con su mismo
nivel educativo. Como resultado de la culminación de cada
una de las etapas de lo que podría considerarse como una tra­
yectoria educativa normal, las mujeres apenas logran superar
la mitad de lo que perciben los hombres con idéntico nivel
educativo.
Ahora bien. Si decíamos que en promedio ias mujeres
perciben el 63% del ingreso de los varones, entonces debe ha­
ber algún tipo de educación que, por brindar ingresos menos
inequitativos, logre compensar la diferencia porcentual entre
los números globales y la aún mayor discriminación que ob­
servamos en el párrafo anterior. La respuesta es interesante, en
la medida en que nos remite a dos tipos de educación muy
específicos y habilitantes a credenciales muy mal cotizadas en
el mercado de empleo: las titulaciones técnicas y las profesio­
nes docentes. Para estos dos tipos de educación, ias mujeres
obtienen ingresos relativamente menos desventajosos: el 60.2%
del ingreso masculino en el caso de los estudios técnicos, y el
67.9% del ingreso en profesiones docentes. Para apreciar me­
jor la dimensión de la desigualdad, agreguemos que los pro­
medios generales de ingresos de las personas que —sin impor­
tar su género- han realizado estudios técnicos o docentes, son
incluso inferiores a los que perciben los egresados del bachi­
llerato, y en paridad, o aún por debajo del primer ciclo de en­
señanza secundaría. Los casos en los que la discriminación
económica en perjuicio de la mujer es menor, son entonces,
además, aquellos en los cuales el adicionar años de educación
form al con posterioridad al bachillerato, en vez de ir
incrementando el ingreso, parece ir en desmedro del ingreso
esperado. En otras palabras, las mujeres tienen menos desven­
tajas en aquellas titulaciones con una tasa de retorno de signo
negativo.
'Va que estamos considerando las diferencias de ingresos
entre géneros, es oportuno echar una breve ojeada a lo que
ocurre durante el tránsito vital de los trabajadores. Si lo hace­
mos, es fácil percibir que la distancia de ingresos que separa a
hombres y a mujeres, describe una curva divergente, que los
va alejando poco a poco a medida que avanzan en edad. Tanto
para el caso de los varones como de las mujeres, el momento
en que reciben los mayores ingresos, es cuando tienen entre
40 y 49 años de edad. Allí, las mujeres reciben el 58% de lo
que perciben sus coetáneos varones. Pero esa diferencia de
ingresos varía significativamente con cada uno de los tramos.
En las edades más tempranas, en las cuales se realizan las acti­
vidades y se ocupan los puestos menos calificados, la diferen­
cia entre el salario masculino y el femenino no es tan grande.
Allí el efecto del género se conjuga con una vaga y generaliza­
da desvalorización de la juventud y con la descualificación de
los puestos de trabajo, para dar como resultado la relación más
equitativa entre sexos que será posible observar: entre los 20 y
los 24 años, las jóvenes mujeres perciben casi el 79% de lo que
reciben los varones. En el tramo anterior, de los 14 a los 19, el
porcentaje es algo menor (75%). Pero a partir de los 25 años, la
brecha de ingresos entre géneros se agranda paulatinamente;
entre los 30 y los 39 años, las mujeres reciben el 62.2% de lo
que perciben los hombres; entre los 40 y los 49, el 58%; entre
los 50 y 59, el 56%, y después de los 60, apenas superan el
50%. Quiere decir que la brecha se agranda precisamente a
medida que se van alcanzando las etapas vitales en las cuales
las personas esperan asumir puestos de elevada responsabili­
dad. ¿Será esta creciente brecha salarial una expresión num é­
rica del efecto del techo de cristal?172
Tal vez parte de la respuesta esté dada por la diferencia
de remuneraciones en aquellas ocupaciones que registran ma­
yores ingresos: las de los profesionales universitarios y altos
gerentes. Si recurrimos de nuevo a los datos de la Encuesta de
Hogares, y conservamos en mente el porcentaje global del in­
greso femenino, que es del 63% del masculino, podemos lle­
varnos una sorpresa al constatar la dimensión de las diferen­

172 Para este concepto, ver p.e. Nicolson, P. (comp.) El techo de cristal, Madrid,
Narcea.
cias de ingresos que rige en las ocupaciones más cotizadas: las
mujeres profesionales y gerentes perciben sólo el 49% del in­
greso masculino. Podrán llegar a obtener sus titulaciones y ejer­
cer sus profesiones e incluso, podrán ocupar cargos gerencia-
les, pero el precio será percibir menos de la mitad que sus
colegas varones.
Para tener un nuevo parámetro de comparación que nos
permita percibir los efectos que en términos de ingreso ten­
dría en Uruguay, el techo de cristal, basta remitirnos a los in­
gresos de hombres y mujeres en puestos inmediatamente in­
feriores a los de la gerencia: los puestos de oficina. Con esta
comparación no queremos sentar el supuesto -demasiado fuer­
te, y sin duda problemático- de que a todos los puestos de
gerencia o profesionales se acceda desde puestos de oficina de
menor jerarquía. Más bien, lo que deseamos es establecer una
comparación entre categorías ocupacionales que pueden ser
vistas como colindantes y, en una visión escalafonaria, podrían
también ser vistas como sucesivas. Hecha esta salvedad, ahora
sí: ocupando cargos administrativos y de oficina en general,
incluidos los cargos de jefatura, las mujeres 110 se encuentran
tan mal paradas: perciben casi el 72% de lo ganan sus colegas
hombres. Al dar el salto hacia arriba, es que pagan el precio. O
bien no lo alcanzan, o bien lo que perciben apenas si alcanza
para compensar el esfuerzo. En términos generales, la dife­
rencia de ingresos entre las mujeres que ocupan puestos de
oficina y aquellas que logran llegar a puestos profesionales o
de gerencia, es de apenas 31.1%. ¿Es lo bastante grande como
para compensar el esfuerzo adicional que requiere? Veamos lo
que ocurre en el caso de los hombres: la diferencia de ingresos
entre un oficinista y un profesional o gerente es del 91.6%:
una ganancia extra porcentualmente casi tres veces mayor que
la que obtienen las mujeres, y eso, partiendo ya de un nivel de
ingresos superior. En suma, no sólo les es más fácil llegar a
esos cargos -ya que es más frecuente que lo hagan- sino que el
beneficio económico que obtienen por lograrlo, es mucho
mayor.
Tal vez uno de los aspectos más llamativos del análisis
cuantitativo de los resultados de las encuestas que aplicamos,
es el hecho de que el “sexo” como variable, resultó muy poco
explicativo en términos estadísticos. Tanto las mujeres y los
varones provenían de hogares similares, tenían planes no muy
diferentes para cuando terminaran el bachillerato, y juzgaban
de un modo muy parecido las fortalezas y debilidades de la
educación que estaban recibiendo. Si bien en una primera lee»
tura de las tablas bivariadas se percibía que las mujeres que
estudiaban inglés superaban en más de 13 puntos porcentua»
les a los varones, la relación estadística entre ambas variables
no resultó lo suficientemente significativa como para que, por
sí sola, permitiera algún tipo de inferencia. En contraposición,
la práctica de deportes era más frecuente entre los varones que
entre sus compañeras mujeres. Yeso parecía ser todo. En de-
finitiva, eran tan débiles las relaciones que encontrábamos, tan
poco interesantes en térm inos inferenciales y tan poco
sustantivas desde el punto de vista sociológico, que casi aban­
donamos la idea de apoyarnos en las encuestas para encarar un
análisis basado en el género. De atenernos a esas respuestas,
no hubiera sido difícil afirmar que no hay diferencias signifi­
cativas entre la forma como los adolescentes varones y muje­
res perciben el m undo de la educación, del trabajo, y de pla­
near su futuro; los jóvenes uruguayos estarían siendo sociali­
zados de un modo impecablemente “neutro”.
Sin embargo, hubo una pregunta —y una sola- cuyas res­
puestas terminarían por mostrar una pequeña pero significati­
va grieta en la trama del aparente igualitarismo en los procesos
de socilización. Por ella se filtraba, finalmente, el peso de una
estructura social que presiona hacia diferentes destinos y abre
diferentes oportunidades. Y es que, hablando de estructura,
no es posible poner el énfasis sólo en sus efectos limitantes. Al
decir de Anthony Giddens, la estructura tiene un carácter dual:
constriñe, limitando el repertorio de cursos de acción posibles
en una situación dada, pero también señala senderos, oportu­
nidades, resquicios.173 N o sólo habilita los trillados caminos
de lo instituido, sino que deja también estrechos senderos que
explorar y espacios para la innovación. Por eso es posible el
cambio y la resistencia, como veremos. Posicionadas como
actoras que no se limitan a padecer la situación, sino que la
interpretan y se orientan diestramente en ella, las jóvenes en
particular, se muestran hábiles para detectar los pequeños pero
significativos espacios que la sociedad parece prometerles. Y
es desde la oportunidad de la “agencia”, —de la posibilidad de
innovar dentro de espacios estructurales cristalizados o aún
en contra de ellos—, y de la aceptación o rechazo de esta opor­
tunidad, que los y las jóvenes terminan por situarse en veredas
a veces distintas. Veamos la pregunta y veamos las respuestas.
Cuadro N ° 1
En el futuro, y si sólo dependiera de tu voluntad
¿Qué te gustaría ser?
(En porcentajes)
SEXO
LE GUSTARÍA SER VARONES MUJERES TOTAL
Profesional Universitario/a Liberal 24.4 47.5 39.0
Docente, Maestro/a, Profesor/a 0.8 5.4 3.7
Empíeado/a Público/a o Bancario/a 0.8 4.9 3.4
Dedicarse al cuidado del hogar y de 2.5 2.5 2.5
sus hiios
Artista, Deportista, Artesano/a í 7.6 7.4 11.1
Empresario/a, Alta Gerencia 53.8 32.4 40.2
TOTAL 36.8 63.2 100.0

173 Giddens, A. (1995) La constitución de la sociedad. Bases para una teoría de la


estructuración, Buenos Aires, Amorrortu.
La apelación a la simple y sola voluntad tenía como pro­
pósito el hacer olvidar, por un momento al menos, cualquiera
de los factores o elementos de carácter racional o estratégico
que pudieron haber pesado en el proceso de toma de decisio­
nes sobre el futuro laboral o profesional del propio estudiante.
La pregunta debía funcionar como una especie de “varita má­
gica” que convirtiera en respuestas a un frío cuestionario
autoadministrado, a los sueños y deseos de los chicos y chicas,
por más irrealizables que ellos pudieran ser. ¿Funcionó la varita?
Lo que presentamos en el cuadro N°1 es el resultado de
una recategorización de las posibles respuestas que podían dar
los jóvenes. Se intenta mostrar una distribución que reuniera
en seis categorías básicas, diferentes destinos, algunos más fá­
cilmente realizables que otros, y que pueden considerarse como
asociados a diferentes estilos de vida, valores y gustos. Para
una lectura adecuada, comparemos las filas, renglón a renglón
entre sí, a fin de percibir las diferentes respuestas de las muje­
res y los varones.
Según el cuadro, las mujeres superan a los varones en su
preferencia por las profesiones universitarias (23 puntos por­
centuales de diferencia), por las carreras docentes, tales como
el magisterio y los profesorados (sobre los que volveremos lue­
go), y, sorprendentemente, por los empleos de oficina. El men­
guado 5% de preferencias por un empleo de oficina, no debe
distraer nuestra atención sobre la naturaleza de la pregunta. Es
casi como si Cenicienta hubiera pedido a su hada madrina,
como único deseo, el envejecer bajo luces de neón en un em­
pleo de 9 a 5. Los varones, en cambio, aventajan a las mujeres
en su preferencia por las actividades empresariales, en parti­
cular las de manejar su propia empresa (más de 21 puntos por­
centuales de diferencia) y por las deportivas y artísticas (más
de 10 puntos de diferencia en relación con las mujeres). Sin
preocuparse por las expectativas tradicionales de género, va­
rones y mujeres emparejan porcentajes en cuanto a su deseo
de permanecer en casa, cuidando el hogar y ocupándose de los
niños. N o es un dato que carezca de interés.
Ahora bien ¿cómo deberíamos interpretar estas respues­
tas? A primera vista, se percibe el fenómeno tan largamente
diagnosticado en Uruguay, del realismo y pragmatismo de
nuestra juventud: la enorme mayoría elige ocupaciones y pro­
fesiones bastante usuales, poco disrruptivas en relación con
sus posibilidades reales y sus rutinas cotidianas.174 Si sólo de­
pendiera de su voluntad, (es decir, si no mediaran condiciona­
mientos o determinaciones de ninguna índole) ninguno/a de
ellos/as saldría a recorrer el mundo, ninguno/a sería astronau­
ta, ninguno/a aspira a convertirse en magnate de las finanzas,
nadie sueña con ganar un premio Nobel. La varita parece ha­
berse oxidado, tal vez por desuso.
Sin embargo, las diferencias entre géneros son notorias.
Los varones, más que las mujeres, tuvieron en mente el sim­
ple gusto por el disfrute y la diversión. Las actividades más
claramente lúdicas, recreativas o expresivas, como las artes y
los deportes, fueron preferidas por los varones más que por las
mujeres; así como también, dentro de las actividades labora­
les, aquellas que al menos en apariencia, ofrecen mayor liber­
tad. El 44% de los varones desea ser el propietario de su propia
empresa, tal vez por evitar cualquier relación de dependencia.
Esta, en cambio, no parece ser una preocupación de las muje­
res. Vistas las altas remuneraciones que logran los varones en
cargos gerenciales, y suponiendo que vean esa meta como algo,
además, posible, no es raro que también aspiren en mayor
medida que sus compañeras, a alcanzarlos. ¿Estarán las jóve­
nes mujeres renunciando de antemano a una meta que no sólo
les será esquiva, sino que tampoco les reportará ventajas eco­

174 Rama, G. y Filgueira, C. H. (1991) Losjóvenes uruguayos, esos desconocidos, Mon­


tevideo, Cepa!.
nómicas elevadas? En la misma dirección interpretativa de la
búsqueda de posiciones ventajosas y relativamente menos
esforzadas por parte de los varones, sería posible plantear la
hipótesis de que esos poquísimos jóvenes que optarían por
permanecer en el hogar, estén tal vez expresando el rechazo a
los rigores del mundo laboral remunerado, más visibles a sus
ojos, que los del trabajo doméstico. Sin negarnos, por ello, a
considerar la hipótesis de que, simplemente, deseen por fin,
cuidar de su hogar y de sus hijos. Por otra parte, son las tam­
bién poquísimas mujeres que se inclinan por el trabajo do­
méstico, las que, precisamente por su menguado número, con­
tribuyen a subrayar el ocaso —al menos dentro de ciertos estra­
tos socioeconómicos—del modelo tradicional de la mujer li­
mitado al rol de esposa y madre.
Las manifestaciones textuales de los estudiantes, espon­
táneas y no dirigidas, nos ayudarán a iluminar mejor estas cues­
tiones. Por ahora, nos bastará dejar planteada como hipótesis,
la posibilidad de que las profesiones, sean liberales o docentes,
y los empleos de oficina, en especial bancarios, a los que a
menudo se ingresa por concurso, sean vistas por las jóvenes
como los senderos meritocráticos que conducen al logro, den­
tro de una estructura social que constriñe fuertemente hacia
la adscripción y hacia la desigualdad entre hombres y mujeres.
Tal vez vagamente conscientes de las dificultades que enfren­
tarán en el mundo profesional, académico o laboral en gene­
ral, las jóvenes sueñan para sí reductos donde sean los propios
méritos, los propios esfuerzos y las propias capacidades, —más
que la espontaneidad, el disfrute o la libertad de acción que
parecen desear los varones- los que marquen las diferencias
de recom pensas sociales efectivam ente recibidas. La
formalización de la normativa profesional o burocrática, la
impersonalidad de los reglamentos y los procedimientos en
sistemas y organizaciones complejos, las titulaciones y los es­
calafones, podrían ser vistos —antes que como límites a las po­
sibilidades de expansión de las esferas de acción del sujeto-
más bien como mecanismos protectores ante la discrimina­
ción o la arbitrariedad y como aprovisionadores de dispositi­
vos de medición y premiación del propio mérito, por encima
de toda otra diferencia, incluidas lás de género. Tal vez ello
implique renunciar a la expresividad, la creatividad, o los más
altos ingresos, podrían decir ellas, pero puede asegurar resul­
tados concretos.
La alta formalización escalafonaria de algunos sistemas,
y la rigidez y parsimonia de sus normativas para el ascenso,
como las que rigen en la enseñanza primaria y secundaria, que
dicen preferir las mujeres, puede también ser visto como un
mecanismo protector frente a las tensiones -y frustraciones-
que caracterizan a otras carreras académicas y profesionales
altamente competitivas. Visto así, las mujeres renunciarían a
pelear por buenos lugares en profesiones más cotizadas y pres­
tigiosas, pero a cambio, renuncian también a la tensión deri­
vada de la inseguridad laboral, de la mayor discriminación sa­
larial y de la competencia permanente. Esto cobra mayor plau-
sibilidad si volvemos a los números que examinábamos antes;
recordemos que los empleos de oficina, y los docentes, aun­
que mal remunerados, eran los menos desigualitarios en cuanto
a ingresos.
Todo lo anterior no significa afirmar que las jóvenes per­
ciban en toda su cristalinidad las diferencias de remuneracio­
nes, de oportunidades ocupacionales, de recompensas socia­
les y las inequidades entre géneros que ya hemos descrito más
arriba; tampoco implica que sus respuestas reflejen necesaria­
mente la explicitación de largos procesos deliberativos que
tomen en cuenta estas cuestiones. M ucho menos significa que
esos espacios preferidos por las mujeres efectivamente fun­
cionen, en los hechos, como reductos protectores contra la
desigualdad. Más bien, creemos que si insistimos en conside­
rar -junto con Giddens, entre otros—a las personas como par­
ticipantes diestros de la sociedad y como capaces de realizar
interpretaciones válidas en contextos situados, no es improba­
ble que las jóvenes se encuentren en condiciones de percibir
la dimensión de las dificultades con las que se enfrentan otras
mujeres en situaciones similares, y se dispongan a prepararse
lo mejor posible para enfrentarlas; y ello, aunque no necesa­
riamente conozcan las raíces ni sepan explicar las causas de
dichas dificultades.
La información disponible no nos pennite contrastar em­
píricamente dicha hipótesis. Pero sí podemos explorar su plau-
sibilidad a través del análisis de las expresiones de las y los
jóvenes.
Si las jóvenes sostuvieran una ideología más marcada­
mente meritocrática y orientada al logro, y si además, busca­
ran compensar -~de un modo más o menos consciente—las
desventajas sociales y sicológicas derivadas de su condición de
mujeres en un espacio público todavía caracterizado por el pre­
dominio masculino, sería esperable encontrar en sus dichos,
más autoexigencia, mayor disposición al trabajo y una mejor
aceptación del esfuerzo. En otras palabras, si las jóvenes creen
que efectivamente se las juzgará y se las recompensará por el
esfuerzo que realicen, es más probable que se muestren dis­
puestas a realizar dicho esfuerzo. Y aún más: si creen realmen­
te en la vigencia de los mecanismos meritocráticos, se mostra­
rán también más exigentes con los demás. Explicitemos esto
un poco más.
En términos generales, y desde una perspectiva típico-
ideal, la creencia en el logro y en el mérito, empuja al logro y al
mérito; mientras que la creencia en la importancia de cualida­
des adscriptivas, tales como el linaje, la superioridad de géne­
ro o la desigualdad racial, invitan a la conformidad con la po­
sición asignada por el sistema de desigualdad vigente. Cuando
una estructura desigual basada en cualidades adscriptivas, como
el género, por ejemplo, se combina con una ideología mérito-
ciática orientada al logro, ios comportamientos probables son
más complejos. Es posible que los individuos o grupos bene­
ficiados por la estructura en base de sus cualidades adscriptivas,
tiendan a buscar las acreditaciones formales que les permitan
por un lado, competir con los demás grupos en un sistema
abierto y a la vez, legitimar el usufructo de las mayores recom­
pensas relativas que garantiza el sistema de desigualdad exis­
tente, Mientras tanto, es probable que los individuos o grupos
desfavorecidos —mujeres en nuestro caso—se aferren a los me­
canismos meritocráticos disponibles esperando obtener, no sólo
las acreditaciones formales, sino las herramientas que les per­
mitan superar con éxito las condicionantes estructurales ad­
versas. La complejidad del análisis aumentaría mucho si con­
sideráramos además otras fuentes de desigualdad como la cla­
se social o la procedencia étnica. Dado nuestro universo de
estudio, relativamente homogéneo por su procedencia, consi­
deraremos a estos factores como constantes o poco relevantes,
para centrarnos de lleno en la cuestión del género. Ahora sí,
procuremos dar a esta teorización un poco de carnadura em­
pírica. En suma ¿qué dicen las jóvenes cuando hablan? Y so­
bre todo ¿cómo io dicen?
Utilizaremos para ello las respuestas escritas por los es­
tudiantes a la última pregunta abierta del cuestionario aplica­
do, que rezaba: ¿Hay algo más que quieras decirnos sobre el
bachillerato o tus planes de futuro? De este modo, se invitaba
a que los y las jóvenes expresaran libremente y con sus propias
palabras, sus opiniones, inquietudes, deseos, y temores. El 49%
de los encuestados (167 en total) aceptó la invitación. Mostra­
remos las diferencias entre las manifestaciones de mujeres y
hombres sobre dos aspectos de su realidad: primero, en lo que
tiene que ver con sus juicios sobre la educación que están re­
cibiendo actualmente; en segundo término, sus proyectos y
planes de futuro.
Una de las características más notorias del discurso
femenino que recogimos en las aulas, es la insistencia en exigir
siem pre más: más nivel, más orden, más higiene, más
organización, más puntualidad y asiduidad por parte de los
profesores. Examinaremos a continuación ejemplos concretos.
Pero para poder interpretarlos correctamente, es preciso tomar
en cuenta que su valor no está dado tanto por la frecuencia —que
evidentemente tiene su importancia propia- sino por su perti­
nencia en el contexto global de las declaraciones. En este caso,
cada una de las piezas textuales cumple la misma función que
la de una pequeña pieza dentro de un gran puzzle: tom adapor
separado, expresa intereses, deseos o gustos individuales; pero
todas juntas, articuladas entre sí en el contexto general, forman
una composición diferente, una configuración de sentidos con
características propias y de otro nivel. Por ello la frecuencia no*
es necesariamente lo que más importa. Al igual que en un
puzzle, si de delinear una figura se trata, puede resultar más
vital una sola pieza, muy característica, que muchas otras, más
frecuentes y parecidas entre sí, que sirven de fondo. Ello no
habilita a lá arbitrariedad interpretativa. Las manifestaciones
textuales de los y las estudiantes, permiten objetivar el sentido
subjetivo de sus actos en el momento de aceptar la invitación
a hablar —o a escribir— sobre lo que desea-ran.175 Es esta
dimensión objetiva la que examinaremos a continuación: la
del lenguaje, la de las palabras que se eligieron, la de los modos
de expresión, la de los temas elegidos. Y, como contrapartida,
lo que no se dijo, lo que está ausente, lo que se omite.

175 Giddens, A .(1987) Las nuevas reglas del método sociológico, Buenos Aires,
Amorrortu.
A) Las mujeres, a diferencia de los varones, se muestran
desconformes con el nivel de la formación que reciben. Mos­
tramos a continuación algunos ejemplos de este fenómeno.
Los juicios adversos sobre el nivel de la educación provienen,
casi sin excepción, de labios femeninos. Y lo que llama la aten­
ción, además, es la forma terminante y clara de expresar su
disconformidad. O bien porque consideran que el bachillera­
to no prepara para el ingreso a la universidad, o bien porque se
lo considera “un simple pasaje”, es decir, una mera formali­
dad, por ser muy abarcativo, o por otras razones que las jóve­
nes explicitan con claridad, las mujeres expresan su deseo de
aprender más y mejor:176
“N o me parece un nivel suficiente para entrar a la facul­
tad la enseñanza que recibimos...” (p4farqu)
“El liceo ya no prepara para nada, lo que hace que los
años en que pasamos por él se transforme en eso, un simple
pasaje, cuando a mi ver debería ser algo más pues al salir del
liceo tenemos 12 años de estudios de los cuales obtenemos
apenas lo necesario (contando la primaria)” (pSfder)
“El bachillerato no tiene un nivel bueno...” (p4fder)
“ÜE1 bachillerato es un desastre, el nivel de enseñanza,
cada vez es peor!! Sobre mis planes de futuro: el campo labo­
ral cada vez es más limitado y es más difícil trabajar de lo que
nos gusta” (p4fder)

176 Cada uno de los textos producidos por los estudiantes están seguidos por un
código que brinda información sobre el tipo de liceo, sexo y opción curricular
que cursa. La primera letra designa el tipo de liceo: “p” público, HP” privado; el
número identifica los Liceos Públicos; cuando son privados se especifica si son
laicos (“1”) o confesionales (“c”); la tercera letra designa el género, femenino
(“f ”) o masculino (“m ”); el resto de las letras son la abreviatura de las opciones
curriculares: agronomía, arquitectura, derecho, economía, ingeniería, medici­
na.
“Tendrían que hacer una enseñanza más sólida, que desde
el comienzo te enseñen diferentes materias y continuar con
ellas hasta finalizar, de esa manera se terminaría de aprender
bien sobre cada materia, y no un poquito de cada cosa, que en
definitiva no se aprende mucho. El que mucho abarca poco
aprieta. (P4fder)
“Creo que la educación en bachillerato ha decaído (tan­
to en instituciones públicas como privadas) en pocos años;
hago este juicio porque tengo hermanos más grandes y mismo
con mis padres, comparamos y juntos sacamos esa conclusión.
Si bien las comparaciones no siempre son válidas, en el tema
“educación” creo que es importante, ya que nos estamos pre­
parando para manejar el mundo futuro. Y está en nuestras
manos (las de ios jóvenes) tratar de mejorar cada día” (Plfagro)
Comparemos ahora eí contenido y el tono de los dichos
de las mujeres, con estos otros, mucho más complacientes,
que pertenecen a dos jóvenes varones. El nivel se podría
mejorar, dicen, pero, en el fondo es bastante satisfactorio.
“Desde mi punto de vista, a pesar de todo, de las condi­
ciones que estudiamos, tenemos un buen nivel de enseñanza...
que se debe mejorar. La verdad todavía no se que voy a hacer”
(p4marqu)
“El bachillerato es una buena base de futuro aunque
podría mejorar el aspecto educativo, e inclusive integrar las
clases y otros liceos con actividades deportivas” (p4mder)
B. Las mujeres, más que los hombres, están más dis­
puestas a convertir su disconformidad en exigencias concretas
de mayor nivel. N o se trata de simples quejas. Las jóvenes
mujeres piden y demandan una educación más adecuada a sus
necesidades, y con mayores exigencias. Como veremos, las pro­
puestas no son una exclusividad femenina, pero los varones
que proponen una educación más exigente, son más escasos:
“Pienso que sería conveniente que se intensificaran al­
gunos cursos (como los idiomas) mediante una mayor carga
horaria y con mejores profesores. Este último aspecto debería
ser para todas las materias ya que en muy pocas hay buenos
profesores. También deberían agregarse cursos intensivos en
computación y otras materias que nos preparen para el futu­
ro.” (Pcfder)
“Me parece que hay materias que no van de acuerdo con
las diferentes orientaciones. Se debería profundizar más en las
otras materias...” (p4fder)
“Tendrían que dar más importancia a las materias que te
sirvan para estudios universitarios y agregar materias auxilia­
res como computación, contabilidad o dactilografía.” (P4fder)
Llama la atención el modo bien articulado como este
joven varón, estudiante de ingeniería, expresa sus propuestas
para mejorar la educación media:
“Tendríamos que tener computación. Una mejor biblio­
teca. Brindar clases de apoyo hacia las materias previas y con
dificultad. Tener la cantidad necesaria de materiales para reali­
zar las prácticas de acuerdo a nuestro nivel de estudio.”
(p3ming)
Otros varones también convierten en propuestas su dis­
conformidad con el bachillerato que están cursando. Pero los
énfasis son diferentes, y se alinean junto con los gustos y deseos
de los muchachos: el acceso a biblioteca, “el mejor confort” que
pide uno, los deportes y los talleres —voluntarios, claro—para
facilitar el tránsito hacia el mundo del trabajo, pasan a ocupar
el lugar que en el discurso de las mujeres ocupaban las mate­
rias auxiliares, la mayor carga horaria y los cursos intensivos.
“Tener acceso libre a la biblioteca sobre libros que se
usan en la facultad. Que en el liceo haya un mejor confort”
(p4marqu)
“Para mí en el bachillerato debería existir un taller, de
carácter voluntario, que nos oriente sobre como conseguir
trabajo...” ( plming)
“Deberían tener un plan deportivo enfocado a los ba­
chilleratos norteamericanos, con becas y todo” (p4marqu)
C. Las mujeres, y no los varones, reclaman una educa­
ción ligada a las necesidades de la vida cotidiana; pero ¿qué es
la vida cotidiana? La actualidad, la realidad de la vida, o sim­
plemente la “vida” es algo que no debería quedar al margen de
los contenidos curriculares de la educación media, dicen las
mujeres. Las manifestaciones que presentamos no son sólo
interesantes por la elección de las palabras que se utilizan “ S o ­
lamente la referencia a “la vida” podría dar mucho que decir™
sino sobre todo, por el sentido que dan las jóvenes a estas pa­
labras. U n modo de expresarse que a primera vista podría ser
rápidamente caracterizado como “tradicionalmente femeni­
no” e intimista, refiere realmente a cuestiones que pertenecen
a distintas esferas de actividad, eventualmente susceptibles de
ser articuladas a través de la educación.
Según el primero de los casos que veremos, preparar
para la “vida” es preparar para el mundo doméstico, pero antes
-al menos sintácticamente—para el mundo del trabajo y la pro­
fesión. Ambos mundos conforman, igualmente, el mundo de
lo cotidiano, de lo que es “de aplicación diaria”. Esta idea tal
vez aparece en forma más clara en la segundo de los textos que
citamos. “La realidad de la vida” no consiste, para ella, en nin­
gún misterio ligado a formas más o menos inefables de la ex­
periencia subjetiva. Bien al contrario, “la realidad de la vida”
refiere a algo tan público, objetivo y genérico, como “la pobla­
ción y el país”. Que ese es el sentido de sus dichos, lo confir­
ma los términos de comparación que utiliza: “la realidad de
la vida de la población” se contrapone luego a lo que no es
real, a los “personajes ficticios”, que parecen imaginar los
educadores. Es en el mundo adulto representado por la edu­
cación -que imagina seres irreales—, y no en el juvenil, donde
esta chica sitúa la fantasía y la ficción. El tercer ejemplo, muestra
el mismo tipo de preocupación: la educación debería incluir
“temas de actualidad”. Pero de nuevo, el énfasis no está en la
expresividad, sino en la objetividad que pretende para sí, lo
que ella explícitamente pide: información.
“Que hay materias con muchos temas innecesarios. Y
faltarían otras más necesarias para una buena preparación para
la vida, ya sea profesionalmente como para el hogar. Es decir
que lo que se enseña sea de aplicación diaria.” (Pcfecon)
“Las materias del liceo y bachillerato tendrían que estar
más adaptadas a la realidad de vida de la población y el país, las
personas que hacen los programas educativos no son ajusta­
dos a nosotros sino aparentemente a personajes ficticios, no
reales” (Pcfmed)
“Desde mi punto de vista tendrían que sacar algunas ma­
terias y poner materias sobre información de la actualidad”
(pSfder)
Como queda dicho, no creemos que sea plausible soste­
ner, a partir de esta preferencia por los asuntos de la “vida co­
tidiana”, ninguna hipótesis sobre la vigencia de los modelos
tradicionales de género. M uy al contrarío, la vida cotidiana
incluye tanto la vida doméstica, como la vida profesional y
pública, y en un m undo tan conectado, sin duda los temas de
actualidad comprenden tanto la realidad inmediata y nacional
como cuestiones regionales, internacionales o ambientales
globales. Si algo puede extraerse de aquí, es que ellas no piden
una educación más específicamente ligada a aspectos concre­
tos de la vida, sino genéricamente vinculada a aspectos y esfe­
ras distintas del accionar cotidiano.
D. Las mujeres exigen mayor organización y control en
las instituciones educativas. Los cuatro ejemplos que siguen,
pertenecientes a chicas de liceos públicos —donde el funciona­
miento institucional presenta más problemas—ilustran bien
las demandas hacia los profesores y el personal liceal. Las jó ­
venes expresan sus juicios adversos de un modo claro, con­
tundente, a veces incluso áspero. Conocen las normas y exi­
gen su cumplimiento; juzgan con severidad a aquellos adultos
—los profesores—que en vez de actuar como modelos de com­
portamiento, muestran falta de responsabilidad y de respeto;
tienen criterios formados sobre cómo debería funcionar un
liceo y no ocultan su desconformidad. Una vez más, desde el
punto de vista de las chicas, el m undo adulto y el juvenil pare-,
cen haber cambiado sus respectivos lugares. Los irresponsa­
bles, irrespetuosos, desorganizados, faltos de conocimientos y
capacidad, son, para ellas, los adultos.
“Quisiera que los docentes se tomaran con más seriedad
su asistencia y que se hagan cargo de sus horas desde el co­
mienzo de los cursos. Que se respete a los alumnos como no­
sotros a los profesores” (p4fmed)
“A mí me gustaría que no hubiera falta de profesores, y
mejor organización. Que hubiera deportes incluidos en todos
los años y que la enseñanza de los idiomas fuera con organiza­
ción y que sirva para tu futuro (no como ahora)” (p4fmed)
“Yo creo que hay una desorganización dentro los insti­
tutos de enseñanza. Tampoco estoy de acuerdo que los profe­
sores no sean egresados y que falten mucho. Los profesores
no tienen de repente nociones de pedagogía y no saben mane­
jarse con los alumnos” (p2fmg)
“La microexperiencia no me parece un buen sistema edu-
cativo. La organización del liceo no es buena. Si bien hay bue­
nos profesores, también existen otros que no están capacita­
dos para enseñar” (p2fder)
E. Las mujeres, más que los hombres, perciben y se
quejan de la falta de higiene en los locales liceales. ¿Condi­
cionadas por la socialización de género, o simplemente más
exigentes? N o podemos saberlo. Pero a juzgar por el contexto
de las demandas, este aspecto parece constituir uno más dentro
del panorama general de la actitud crítica y la exigencia, -hacia
sí mismas y hacia los demás—que observamos en los ítems
anteriores. El no limpiar, el no preocuparse por la higiene de
los establecimientos educativos, es también dejar de cumplir
con las responsabilidades propias que corresponden a quienes
son los encargados de conducir los institutos de enseñanza.
Una vez más, los adultos no están cumpliendo con su deber.
"...Tendría que haber más higiene en los lugares de es­
tudios” (p4fder)
“...Que el lugar de estudio sea más controlado en todos
los aspectos como la higiene y el cuidado general, como la
colocación de vidrios, etc.” (P4fder)
"...También tendría que haber mayor limpieza” (p4fder)
“Que limpien más el liceo” (p4fder)
“También en los lugares de enseñanza debe existir más
limpieza” (p4fder)
Mientras las estudiantes mujeres parecen describir un
mundo adulto “infantilizado”, —irresponsable, irrespetuoso, sin
formación suficiente, desordenado e indiferente a la limpie­
za- y se sitúan a sí mismas en el papel de evaluadoras y censoras
maduras, muy diferente es el caso de los varones. Ellos decla­
ran expresamente su inmadurez, se dicen “chicos”, inmaduros,
no preparados; muestran abiertamente sus temores ante la di­
ficultad, y subrayan lo costoso del esfuerzo que esperan hacer
en el futuro. Se muestran, como veremos, preocupados, des­
validos, desorientados. N o es, sin duda, el mismo tipo de dis­
curso que veíamos en el caso de las mujeres. Procuremos sis­
tematizar estas cuestiones.
A) Los varones, y sólo los varones, se sienten muy jóve­
nes o inmaduros. Como decíamos, los varones se perciben a sí
mismos como muy jóvenes, inmaduros, no preparados para
tomar decisiones o encarar el futuro. A continuación presen­
tamos tres ejemplos de tres varones: El primero se ve, simple­
mente, “muy chico”; el segundo habla de la inmadurez al
momento de elegir; el tercero, pide diálogo y compensión,
“teniendo en cuenta la edad”. Los tres corresponden a varones
de distintas orientaciones (uno cursaba arquitectura, el otro
derecho y el tercero medicina), pero todos provienen de cen­
tros privados. Aún en la hipótesis de que los alumnos de este
tipo de institutos estén habituados a sentirse más protegidos, y
por tanto se perciban a sí mismos como más necesitados de
orientación y cuidado, no perdamos de vista que ninguno de
estos ejemplos pertenecen a mujeres. La percepción de la in­
madurez estaría más ligada al género que al tipo de institución
o al tipo de familia de procedencia.
“Que cuando llega el momento de decidir tu futuro sos
muy chico y no conocés ni la mitad de opciones que tenés.
Veo que los jóvenes viven en la indecisión!!” Plmarq
“Sí, creo que se debería implementar un sistema para
que el joven tenga más tiempo y madurez para hacer su elec­
ción, con respecto al bachillerato que desea cursar” Plmder
“Pienso que se podría ayudar a los jóvenes en el bachi­
llerato, si se Ies comprendiera y conversara de acuerdo a la
realidad que vive el país, lo cual es bueno teniendo en cuenta
la edad y los problemas que se viven en la misma (...)”
(Plmmed)
Por último, reparemos en la aparente impersonalidad con
la cual los muchachos se refieren a sí mismos: excepto en las
primeras frases del primer caso, donde se lee textualmente “sos
muy chico”, “no conocés”, el resto de las referencias a la inma­
durez se realizan en términos impersonales y genéricos: “el
joven”, “los jóvenes”. N o cabe duda de que estos varones no
se están refiriendo a la totalidad de la juventud; se refieren a sí
mismos, porque hablan desde su propia experiencia. ¿Por qué
utilizan entonces esta forma de expresión? No podemos saberlo
con certeza. Aventuremos que quizás, a los propios varones,
ya mayores de edad y a punto de dejar para siempre las aulas
liceales, no les sea fácil confesar la propia inmadurez desde la
primera persona del singular.
B) Sólo los varones se refieren al esfuerzo. Decíamos
más arriba que en los análisis de este tipo, algunas veces es más
relevante la pertinencia del caso y su rendimiento heurístico,
que su frecuencia numérica. Este es uno de esos casos. No
encontramos dentro de esta categoría muchos ejemplos de
estudiantes que hablan específicamente del esfuerzo de sus
emprendimientos, pero los únicos dos que citaremos a conti­
nuación —de varones—son muy reveladores. Uno, porque cons­
tituye una pieza textual bastante extensa, en la cual el joven se
detiene a explicar, apelando a su rechazo al esfuerzo que exi­
gía, el emprendimiento, el proceso por el cual, primero eligió
y luego descartó una profesión. Finalmente, nos aporta una
justificación adicional: el desánimo ante la posible competen­
cia entre eventuales colegas. El segundo caso es interesante,
porque elige poner énfasis en el esfuerzo justamente cuando
expresa su intención de hacer lo que muchos de sus compañe­
ros y compañeras harán sin queja alguna: estudiar y trabajar al
mismo tiempo. Más significativo aún, es que se trata de estu­
dios no demasiado exigentes (una carrera técnica, de corta
duración, y no de las más difíciles) y de condiciones de trabajo
bastante favorables (el de bancario, relativamente bien pago,
con beneficios para estudiantes y con una jornada poco exten­
sa). ¿Será tanto, entonces, el esfuerzo? Leámoslos:
“En un principio me había inclinado por cursar la
facultad de medicina, era lo que más me atraía en ese momento.
Pero con el tiempo me fui desanimando en base a que me di
cuenta del esfuerzo que ello implicaba. Además del tiempo de
vida que requería (de 8 a 10 años). De todos modos la medicina
no me apasiona lo suficiente como para ocupar 10 años de mi
vida en su estudio. Cuenta también el tener conocimiento de
que existe actualmente una “superpoblación” de médicos, que
no a todos les va muy bien; yo creo que eso fue lo que me
desanimó bastante.” (Plmmed)
“Considero que el bachillerato lo debes terminar, ya sea
para conseguir un trabajito. Mis planes de futuro son entrar a
trabajar en un banco y haciendo un esfuerzo enorme recibirme,
de administrador de empresas” (pSmecon)
Para las mujeres, en cambio, el esfuerzo es un tema que
no existe como tal. ¿Acaso hay otro modo de hacer las cosas?,
parece decimos su silencio. Sólo a efectos comparativos, vea­
mos la soltura con la que esta joven expresa el deseo de lograr
sus ambiciosos ~y variados—propósitos; “Mi fin es ser Aboga­
da, penalista y poder llegar a juez. También me gustaría llegar
a ser Fisioterapeuta y una muy buena deportista” (p2fder)
Leeremos más declaraciones parecidas más adelante.
Prosigamos ahora con los varones.
C) Sólo los varones expresan profundo desaliento en re­
lación al futuro. Hay pocas manifestaciones de desorientación,
desaliento o desesperanza profundos, y todas pertenecen a los
varones. Se los lee desanimados, superados por un futuro in­
cierto, y por circunstancias que les parecen completamente
inmanejables. Prestemos atención, al segundo de los ejemplos:
el joven no duda en ligar sin más su suerte a la “situación
mundial” ¿quién podría manejar tal cosa? Su desaliento pro­
viene de su falta de fe en la educación, y en las posibilidades de
bienestar futuro que ella promete, pero también, probable-
mente, de esa percepción de desamparo ante un mundo adul­
to al que aún no se atreven a ingresar. Los dichos en sí, son
poco sustantivos; dicen poco sobre cuestiones concretas aun­
que expresan, en su propia vacuidad, una desorientación que
se manifiesta hasta en la forma de construcción de las frases,
como en el segundo caso.
“N o hay muchas posibilidades para lo que me gustaría
estudiar” (Pcming)
“Si la situación mundial sigue así, los estudios no nos
van a servir para nada. Tampoco creo que tengamos mucho
futuro si seguimos así” (Plmmed)
“Por más que estudie no voy a asegurar mi vida y mi
futuro con un título o un trabajo” (Pcmder)
Una vez más, y tomando en cuenta las hipótesis que
formulábamos antes, com parem os estas palabras con las
expresiones de una mujer sobre el mismo asunto: el futuro, la
educación y su actitud ante ellos. De nuevo, no hay mucha
información concreta, pero tanto el contenido, como la forma,
son bien diferentes a las de sus colegas varones:
“Pienso que lo básico está en el estudio y que sin este no
se llega a nada. Nada más” (Pcfder)
A esta altura del análisis parece pertinente plantear una
pregunta que, de recibir una respuesta positiva, puede llegar a
proyectar una nueva luz sobre los dichos de los estudiantes
liceales. ¿No representarán las dudas y el desánimo de los jó­
venes varones fruto de una representación más fiel de la reali­
dad que deberán enfrentar? ¿No será que tras la postura apa­
rentemente tan segura y adulta de las muchachas se esconde
una reflexión insuficiente sobre las dificultades, obstáculos e
injusticias que les tocará sufrir? ¿No habrá en ellas una espe­
cie de actitud de suficiencia y soberbia ante las condiciones de
un mundo adulto que desconocen y subestiman?
Con los datos de los que disponemos ahora mismo, ya
sabemos que, en lo referente a las ventajas de género que les
espera, los varones no tienen demasiadas razones para sentirse
desalentados. El desempleo los afecta menos, los ingresos los
beneficiarán más, y tendrán mayores probabilidades de alcan­
zar altos cargos. Aunque es posible que la situación del merca­
do de trabajo juvenil les proporcione suficientes razones para
encontrarse desanimados, no parece razonable interpretar
aquellas palabras como expresión de una visión más “realista”
que la de las mujeres. La diferencia, tal vez, no esté en el he­
cho de que la percepción sobre la realidad sea más o menos
ajustada a ella, sino en cómo se reacciona. Así que pasemos a
responder las siguientes preguntas, tal vez más interesantes, y
en relación con las cuales no hemos presentado hasta el mo­
mento elementos para la interpretación.
La lectura de los textos producidos por las mujeres no
permiten hablar de falta de reflexión sobre su futuro, sobre las
inequidades que subyacen en los distintos sistemas, o sobre
las dificultades de su inserción laboral. Es cierto —y a nuestros
efectos muy significativo- que, como veremos, la cuestión del
género, como instancia problemática, y generadora de desigual­
dad está ausente por completo de sus discursos. Pero otras fuen­
tes de injusticia, tales como las derivadas de la posición socio­
económica, o la procedencia familiar, o la disponibilidad o no
de redes sociales como facilitadores en el campo laboral, apa­
recen claramente explicitadas por las mujeres. Leamos algu­
nas de sus consideraciones:
“En el ítem 37, si bien creo que el bachillerato debe tener
materias de interés general, también se debe especificar y pro­
fundizar en las propias de cada bachillerato. Que es lamentable
que aunque estudies mucho, si no tenés o una buena posición
económica o conocidos dentro, no podes conseguir un buen
trabajo, fundamentalmente en el área donde pretendo trabajar,
relaciones internacionales o ciencias políticas” (Pcfder)
“Sí, que la Universidad debería ser más abierta a las po­
sibilidades económicas sin que hubiese pérdida de años por
problemas ajenos al alumno” (p4fmed)
“Espero que en la Universidad sean justos y que se nos
den las mismas oportunidades a todos”. (P3fecon)
“lodos deberían tener la posibilidad de tener liceo com­
pleto. Es importante que todos tengan conocimientos y roce
social” (plfing)
“Sí, me parece que la educación en Uruguay es muy
pobre y me parece que está mal que haya tanta diferencia en-
tre un liceo público y un liceo privado en cuanto al nivel”
(PIfarq)
“Sí, creo que existen demasiadas cosas por mejorar. El
estado debe otorgar más recursos a los Institutos de Educa­
ción ya que la educación es la que crea el resto de las profesio­
nes. Sin profesores ni maestros no existirían abogados, escrí­
banos, médicos, etc.” (Plfder)
Por supuesto que los varones no están ajenos a las
cuestiones de justicia social y a las preocupaciones sobre los
efectos sociales de los déficits educativos. Se expresan, y se
expresan con claridad. Sólo que lo que eligen para expresarse
son, más bien, consignas. Lejos del tono moderado, a veces
reflexivo, matizado, a veces simplemente esperanzado de las
chicas, los varones eligen para expresarse, aquellas palabras y
aquellas frases que bien podrían ser adecuadas para cerrar una
pieza oratoria en una asamblea estudiantil. N o me parece estar
exagerando, pero dejemos juzgar al lector.
“¡Menos reformas y más dinero para la educación!”
(plming)
“Q ue no se tiren abajo las materias que forman la cultura
general de un sujeto. Hay que defender la posibilidad de
acceder a una criticidad cada vez mayor. U n pueblo sin educa­
ción es un pueblo desarmado. N O a la reforma reaccionaria y
regresiva, que prefiere computan zara os, antes que enseñar a
pensar.” (P4mder)
¿Es mejor una forma de expresarse que ia otra? ¿Acaso
es superior, o mejor el modo más moderado, o matizado, de
decir cosas a veces similares? N o es éste el momento, ni la
disciplina desde la cual discutir esa cuestión. No pretendemos
hacerlo; sólo nos limitamos a mostrar una diferencia que tal
vez, sea significativa.
Vimos antes, la desorientación y el sentim iento de
indefensión y desconcierto que expresaban los varones; vimos
también que esos no son temas que toquen las mujeres. Si el
futuro es, en el mejor de los casos, incierto y hasta amenazante,
seria necesario tom ar recaudos para en fren tarlo con
probabilidades de éxito. Examinando las palabras de los y las
estudiantes, debería se;r posible encontrar, ju n to con la
expresión de deseos y de gustos, un conjunto de estrategias,
tal vez reductibles a unos pocos tipos, a través de las cuales
buscaran conciliar lo deseable con lo posible, y en general,
manejar el riesgo en situaciones de incertidum bre. Si los
varones se muestran más desvalidos, ¿serán entonces ellos los
que procuren prepararse mejor frente a un mundo posible-
mente hostil? ¿Buscarán compensar ia inseguridad e inmadurez
que perciben en sí mismos, con estrategias que les permitan
afrontar con mejores armas y mayor seguridad los riesgos
posibles?
Lo que encontramos, es justamente, lo contrario. Las
mujeres, y no los hombres, son las que tienen mejor delineadas
las trayectorias académicas, laborales y hasta personales, en
busca de la seguridad y el logro. La creencia en el logro,
decíamos más arriba, empuja hacia el tránsito por caminos
meritocráticos y hacia la búsqueda de la obtención de metas
valiosas concretas y medibles; la creencia en la adscripción,
facilita la aceptación de destinos prefijados sobre el supuesto
de la vigencia de un ordenamiento que puede ser visto como
más o menos “natural” y difícil de contradecir. Las mujeres,
hipotetizábamos antes, se encuentran más orientadas al logro.
Y efectivamente, como veremos ahora, eso tiene una expresión
concreta en la complejidad de las estrategias académicas y
laborales, que cubren diversas posibilidades: pluralidad de
carreras académicas, combinación de carreras de corta duración
y rendimiento inmediato con carreras de más largo aliento,
secuenciación de logros laborales, académicos y familiares,
conciliación de carie ras u ocupaciones con vistas al rendimiento
económico con actividades expresivas, o la resignación de las
propias preferencias en vista a objetivos más instrumentales.
Veamos algunas de esas estrategias.
A) Combinación de carreras cortas —que permiten un
ingreso rápido en el mercado laboral—para encarar luego estu­
dios universitarios. Dos ejemplos para ilustrar esta perspecti­
va. En ios dos casos, se trata de la planficación del futuro en
etapas sucesivas: primero, se encara una preparación de corta
duración y rápido rendimiento económico, para posteriormen­
te comenzar estudios universitarios. En el segundo de los ca­
sos, se manejan además diferentes alternativas, —aunque la chica
tiene claro el campo en el que desea especializarse—a la vez
que todo ello se conjuga con un proyecto vital que incluye
también la convivencia en pareja.
“Mis planes de futuro son ingresar al IPA (Prof. de Quí­
mica) y luego ingresar a la facultad de Química” (plfing).
“En el futuro me gustaría hacer una carrera corta para
empezar a trabajar y aportar plata. Una vez establecida, seguir
estudiando y meterme a la universidad a hacer veterinaria o
ciencias biológicas especializándome en zoología. Es decir tra­
bajar para ganar dinero e independizarme económicamente
de mi casa para poder irme a vivir con mi novio y seguir estu­
diando a la vez” (Plfmed).
B) Combinación de carreras de carácter más bien ins­
trumental y orientadas al mercado de trabajo, junto a otras
carreras o actividades de carácter más bien expresivo. Aquí se
percibe con mayor claridad la forma como las mujeres eva­
lúan sus futuras posibilidades laborales, a veces tratando de
combinar y otras veces sacrificando sus aspiraciones vocacio-
nales y expresivas en favor de las de carácter más instrumen­
tal. La forma verbal utilizada expresa mucho: una cosa es lo
que lajoven va a hacer y va a ser, es decir, el fin concreto que se
propone; otra bien distinta es lo que le gustaría. Lo primero se
antepone a lo segundo, que queda relegado.
Obsérvese, por ejemplo, el siguiente caso. Se trata de
una joven que en uno de los ítems de la encuesta responde
que cuando sea adulta y si sólo dependiera de su voluntad,
sería bailarina; al final del formulario, como comentario, agrega
que lo que también le gustaría sería ser profesora de historia,
aunque lo que sí va a ser, finalmente, es contadora. La distan­
cia entre lo deseado idealmente y lo efectivamente propuesto
no podría ser mayor: lo instrumental-racional prevalece sobre
lo expresivo y lo afectivo-vocacional, haciéndolo desaparecer
por completo del horizonte de posibilidades de la muchacha,
quien efectivamente, sigue la opción “Economía”.
“A mí, además de ser contadora que es lo que voy a ha­
cer, me gustaría ser profesora de Historia” (p3fecon)
El siguiente caso es tal vez más interesante. Muchos ele­
mentos aparecen aquí presentes, todos formando parte de un
proyecto vital donde la profesión como medio de vida se con­
juga con consideraciones morales hacia sí misma y hacia el
bienestar de los demás; y ello se armoniza además con el pro­
yecto de desplegar los aspectos expresivos de la personalidad.
Nada queda afuera, y cada cosa parece ocupar el lugar que le
corresponde: lo instrumental, lo valorativo, lo expresivo, apa­
recen en situación de paridad —prestemos atención a los su­
brayados que utiliza- en la vida proyectada por la muchacha.
“Aspiro a tener un buen trabajo (médico) que sea prove­
choso no sólo para mi bienestar económico y moral, sino tam­
bién que aporte a los demás; y algún tiempo para desarrollar
mi creatividad, ya sea en algún instituto o por mi propia cuen­
ta” (p4fmed)
Otras mujeres buscan combinar distintas ocupaciones y
trayectorias educativas a fin de dar satisfacción tanto a sus ne­
cesidades materiales como a sus gustos e inclinaciones:
“Vby a estudiar administración de empresas y me gusta­
ría estudiar teatro para ser una gran actriz” (Plfder)
“Mi fin es ser Abogada, penalista y poder llegar a juez.
También me gustaría llegar a ser Fisioterapeuta y una muy
buena deportista” (p2fder)
C) Los proyectos educativos de largo alcance. Tal vez
debido, en parte, al escaso o reciente desarrollo que tienen los
programas de posgrados en el país, o a la falta de conocimiento
de metas ulteriores en la carrera académica, faltan declaracio­
nes sobre este tipo de proyecto. Como hemos tenido oportu­
nidad de examinar en el marco de esta misma investigación, la
procedencia familiar condiciona en alto grado el acceso a los
diferentes circuitos de información que permiten descubrir
las verdaderas opciones que se abren a los y las jóvenes y los
condicionamientos que enfrentan. Los hijos y las hijas de per­
sonas alejadas de las profesiones académicas se representan poco
y mal la etapa posterior a la obtención ,del primer título. La
posibilidad de cursar posgrados y el recurso a las becas como
forma de apoyo, no aparece casi nunca en los proyectos de los
estudiantes. Hay sólo un caso, de una mujer, quien visualiza la
secuenciación de las diferentes formaciones que se propone,
en términos de la obtención de acreditaciones grado y de
posgrado. Pero por supuesto, a la hora de hablar de posgrados,
de nuevo dos.
“Mis planes sobre el futuro se basan en terminar con
una buena formación en mis estudios y poder conseguir una
beca para hacer un post-grado de literatura y arte dramático”
(Plfder)
D) Acumulación de distintas formaciones y carreras de
distinto tipo. Decididas a no conformarse con una sola titula­
ción u ocupación, algunas jóvenes simplemente expresan, de
un modo más o menos desordenado, las distintas actividades
que piensan desarrollar. N o hay aquí ni jerarquización, ni
secuenciación, ni resignación de una actividad a favor de otra.
Hay yuxtaposición y enumeración, y más que de estrategias
acabadas, cabría hablar de multiplicidad de proyectos. En el
primero de los casos, la muchacha dice que le “gustaría” ser
maestra, y además estudiar en una facultad que no existe; o
mejor una facultad que son dos: la de Humanidades, y la de
Ciencias Sociales. Tal vez no tenga claro adonde debe dirigirse
;^para realizar su inscripción en la Universidad, pero sí es posi­
ble tomar en cuenta su caso como un ejemplo de buena dis­
posición al esfuerzo.
El segundo de los casos es también muy interesante.
Obsérvese que todas las actividades y ocupaciones que
menciona, se encuadran perfectamente en las prescripciones
más tradicionales del rol femenino en nuestras sociedades. Pero
todas ellas implican algún tipo de logro. Si podemos interpretar
sus palabras como parte de un imaginario que se ha formado
principalmente a partir de la interiorización de papeles de
género, será posible descubrir el logro que implicaría para ella
el exitoso desempeño de las actividades que se propone.
Recordemos que la estructura, como decíamos antes, no sólo
constriñe, sino tam bién m uestra cuáles son los caminos
habilitados y las avenidas más seguras y transitadas por donde
avanzar hacia el logro de los fines individuales. Si ella ha
aprendido bien lo que la sociedad —léase su familia, la escuela
o el cine—le ha enseñado, ¿qué mejor modo de asegurarse el
éxito que tratar de acumular todas aquellas actividades que no
sólo le están permitidas, sino que le son aconsejadas? La
pregunta, así formulada, tiene una respuesta simple: lo será
todo: maestra, madre, esposa y además, “secretaria ejecutiva”.
“Me gustaría ser maestra y además estudiar en la Facul­
tad de Humanidades y Ciencias Sociales” (p2fder)
“Mis planes son: ser Maestra y ser Secretaria ejecutiva y
poder llegar a tener una cultura general bastante rica, como
para poder superarme cada vez más en la vida y por último
casarme y tener una familia” (p4fder)
Por último, un varón —el único que piensa desarrollar
una pluralidad de actividades—parece encuadrarse bastante bien
en la visión que delineábamos sobre las preocupaciones
masculinas. Su proyecto, también cabe decirlo, es bastante
innovador, y para algunos, puede resultar hasta envidiable.
Conjuga, igual que las muchachas, estudios de carácter más
instrumental junto con actividades de carácter expresivo; pero
admitamos que sus proyectos son bastante fragmentarios,
resignan poco y piden mucho: los estudios de computación e
inglés que suelen ser vistos como “auxiliares” o complemen­
tarios de estudios de más largo aliento, son los que menciona
en primer lugar. Quiere “seguir teatro” pero ¿quiere ser actor?
Sabemos el esfuerzo y la dificultad que implicaría, pero él no
manifiesta esa intención. Simplemente, quiere trabajar como
“animador de fiestas”; la veta lúdica es la que parece predo­
minar.
“Pienso hacer estudios como computación, terminar
inglés, seguir teatro y trabajar como animador de fiestas”
(Pcmder)
E) Los refugios: las carreras docentes y la apelación a la
vocación. Decíamos antes que las profesiones docentes, junto
con los trabajos de oficina, podían ser vistas como reductos
protectores desde dos puntos de vista: primero, como sende­
ros meritocráticos orientados a cierto tipo de logros, tales como
la obtención de titulaciones, grados y puestos que, aunque mal
remunerados, aseguran una inserción laboral estable y metas
claras. En segundo lugar, como refugios frente a las tensiones
y posibles frustraciones derivadas de las lógicas altamente com­
petitivas que rigen en otras profesiones.
De las manifestaciones de las estudiantes, no surge nin­
guna de estas dos visiones en su estado puro. Pero es posible
percibir una rara mezcla de ambas, donde lo que queda subra­
yado es, sin duda, el carácter de la profesión docente como
refugio y reducto relativamente apartado de las preocupacio­
nes y ansiedades del mundo. De atender a algunas de las chi­
cas, la esfera de lo docente pertenece a lo extracotidiano. U na
especie de aura de desinterés, de despreocupación por lo ma­
terial, de paz y de entrega total, rodea a la persona que es toca­
da por la “vocación” docente. Hay otras cosas más importan­
tes que las que nos preocupan a aquellos que sí estamos insta­
lados en el mundo; y a esas cosas, desean dedicar su vida estas
jóvenes “vocacionales”. De algún modo, se refugian del m un­
do, huyendo de él, y recluyéndose en las condiciones de vida
casi monacales a las que obligan los actuales sueldos y las con­
diciones de trabajo en las escuelas pobres. Para ello las jóvenes
deben, claro, reafirmar sus convicciones, explicitándolas: sa­
ben a lo que renuncian, pero no les importa, porque es su
vocación (el primer caso) o porque su verdadero trabajo no es
ser maestra sino servir a Dios (como en el segundo), o porque
no es posible encontrar en este mundo la pureza y la sinceri­
dad que sólo los niños pueden ofrecer. Veamos, entre muchos
otros, tres ejemplos que ilustran bien estas cuestiones:
“Y respecto a mi futuro quiero seguir magisterio y no
me importa que me paguen poco. Porque es mi vocación”
(p4fder);
“Mis planes futuros son poder hacer magisterio, reci­
birme, casarme, tener hijos y trabajar para Dios” (p2fder);
“Pienso ser una buena maestra de preescolares, amo los
niños ya que sin ellos para mí sería imposible sonreír. Sólo
ellos son sinceros y te demuestran cariño sin pedirte nada a
cambio” (pSfder).
De nuevo, a fin de contar con parám etros para la
comparación, contrastemos estas frases con lo que dice un
varón, en una anotación al margen del cuestionario. Igualmente
atraído por la carrera docente, no se muestra conforme con
tener que renunciar, por ella, a niveles norm ales de
remuneración:
“Quisiera ser docente, (profesor de Historia) y comer”
(p4mder)
Y los varones ¿qué piensan hacer?
En térm inos generales, parece confirmarse nuestra
impresión acerca de que los varones están menos preocupados
por encontrar cam inos que no sólo aseguren, sino que
reaseguren un cierto éxito, como era el caso de las mujeres.
Excepto el caso que ya analizamos del joven que esperaba
trabajar como animador de fiestas, no hay ningún otro caso de
ningún otro varón, que exprese su voluntad de seguir más de
una trayectoria educativa. Una carrera universitaria, un título
es lo más que ambicionan. Y, recordemos que según el contexto
de remuneraciones que revisábamos al inicio del capítulo, tal
vez sea todo lo que efectivamente necesiten para alcanzar los
más altos retornos económicos y sociales.
Ello no es suficiente para librar de las dudas e inse­
guridades a todos los varones. Ya vimos cómo algunos se expre­
saban de un modo que dejaba traslucir desánimo y desorien­
tación. Veremos aquí otro ejemplo de las dudas que asaltan a
los varones. Pero otros tienen una actitud distinta: en general,
y con menos armas de las que se empeñan en buscar y acumular
sus compañeras mujeres, ellos se muestran confiados frente al
futuro. U n título les será suficiente. Pero de nuevo, suficiente
¿para qué? ¿cuáles son los objetivos y expectativas vitales de
los varones? Los sistematizaremos y explicaremos brevemente.
A) Conseguir trabajo. N i más ni menos. La carrera
universitaria es un medio más adecuado para acceder al
mercado de empleo que otras preparaciones posibles. Lo
interesante del caso de este muchacho son los términos de
comparación que emplea: es más fácil trabajar siendo sicólogo
que estudiando, simplemente, inglés y computación* En el
proceso de deliberación, parte de objetivos poco ambiciosos —
conseguir trabajo-, para lo cual se fija primero en los requisitos
mínimos —bachillerato, inglés y computación—y los considera
no insuficientes, sino inadecuados al futuro mercado de
empleo; de allí llega a la conclusión de que es mejor seguir
una profesión universitaria. La acumulación de las credenciales
no es para él una opción:
“Me gustaría hacer sicología, no me importa hacerlo en
universidades públicas o privadas. Creo que siendo un profe-
sional tenés más posibilidades de trabajar, que conseguir tra-
bajo sin preparación universitaria. Veo que mucha gente hace
computación e inglés, en unos años, las plazas de trabajo, con
esa preparación, se agotarán” (pSmder)
B) Concretar deseos o actividades postergadas. N o sabe­
mos de qué tipo, aunque no es difícil proponer que se traten
de deseos o actividades que no pudieron ser realizadas por
limitaciones económicas. En todo caso, la carrera universitaria
serviría de pasaporte para la satisfacción de un conjunto
indeterminado, y para nosotros desconocido, de necesidades
personales.
“Me gustaría ser arquitecto alguna vez y hacer todo lo
que alguna vez no pude” (p4marqu)
C) Acceder al bienestar material. La profesión o una sim­
ple ocupación, como medio de vida y aún más, como un me­
dio para acceder a “todas las comodidades” o a “un buen nivel
económico”, es un propósito expresado por varones. Llama la
atención que las mujeres no ambicionen tanto; tal vez porque
saben que no dependerá sólo de ellas. Los dos ejemplos que
veremos a continuación muestran, al mismo tiempo que el
deseo de bienestar económico, una notoria falta de dudas so­
bre las posibilidades de su consecución. En el primero de los
casos, se agrega un elemento más. El varón, convencido de su
papel tradicional de “hom bre” y “futuro jefe de hogar” se con­
cibe a sí como el “proveedor” que suministra al hogar los me­
dios económicos para la subsistencia.
“Recibirme de ingeniero químico, vivir con todas las co­
modidades que se le puedan suministrar a un hogar y tener
disponibilidad económica” (plming)
“tener comodidades y un buen nivel económico susten­
tado por un buen trabajo y estable” (plming)
D) Tener una profesión y disfrutar del hogar. Otros jó ­
venes subrayan otro tipo de concordancia: la necesidad de ar­
monizar las metas de la vida pública -articuladas alrededor de
una profesión- y las gratificaciones de la vida privada que gira
en torno a la formación de la familia y el cuidado de los hijos.
La pieza textual que presenta este muchacho, de no más de 18
años, muestra esta actitud de un modo inmejorable: no sólo
desea formar una familia, y tener hijos, sino sobre todo, dis­
frutar “al máximo de ellos”.
“Recibirme como contador y poder formar una familia,
tener mis hijos y disfrutarlos al máximo” (p2mecon)
E) El poder ejercer la propia profesión. Este suele ser un
temor recurrente entre los jóvenes en general, en especial cuan­
do se enfrentan al inicio de sus estudios universitarios. Aquí
se presenta un caso que muestra el temor de no poder trabajar
en el campo de actividad profesional y que se expresa a través
del tan recurrido ejemplo (¿quién sabe si frecuente?) del ^pro­
fesional taxista”:
“En mis planes de futuro figura el de trabajar como in­
geniero y no como taxista” (plming)
F) Llegar alto. Esto es algo que los varones saben que
pueden hacer: llegar alto a través del ejercicio profesional. Dado
que las posiciones más prominentes en cada ámbito laboral o
académico se encuentran de hecho reservadas a los hombres,
el cuán alto se llegue dependerá más del grado de desarrollo
del campo laboral de la disciplina o profesión que ejerzan, que
del esfuerzo o los méritos propios de los varones. Esto no im­
plica desmerecer la capacidad de los varones que llegan alto;
pero sí queremos recordar que la competencia, a veces dura, a
la que deberán someterse, está acotada, en los hechos, por el
género. Los varones, a partir de cierta altura, sólo compiten
entre ellos; las mujeres con igual o mayor talento, ya habrán
quedado por el camino. Para estos varones que están seguros
de poder llegar alto, el alto desarrollo de su campo de trabajo,
es una ventaja adicional. Si se viaja en la cresta de la ola, lo que
importa es que ésta sea lo más alta posible. Com o dice un
muchacho: “Poder trabajar en lo que me gusta (ingeniería
química) y que ésta alcance un desarrollo máximo en el país”
(plming)
U no de los problemas más serios que enfrenta cualquier
sistema educativo, consiste en contrarrestar sus tendencias
inerciales hacia la reproducción de la estructura social. Y es
lógico que así sea. Al fin de cuentas, la escuela ha sido pensada
y diseñada para trasmitir los conocimientos, normas, valores y
principios que caracterizan a cada sociedad y la vuelven única.
La escuela es una institución, una más entre varias, que pre­
tende enseñar lo que es necesario para vivir en la sociedad; en
esta y no en otra, y por eso tiende a la reproducción. Visto en
una perspectiva macro, los sistemas sociales tienden hacia su
reproducción. Las fuerzas que empujan hacia la normaliza­
ción social, no importa de qué sociedad o grupo se trate, son
poderosas y operan a todos los niveles: en el seno de las fami­
lias, dentro de las escuelas si las hay, en la pequeña comunidad
aldeana o barrial, en los templos, en los lugares y momentos
de trabajo, en las calles y lugares públicos, dentro del grupo de
amigos y amigas. Allí y entonces, todos somos socializadores.
Como tales, trasmitimos, muchas veces sin querer o sin
percatarnos siquiera, los hechos, normas, y valores que hemos
venido aprendiendo desde siempre. Además, lo que como
socializadores nos empeñamos en trasmitir -p o r menos cons­
ciente que sea el proceso- no es tanto el modo como creemos
que la sociedad y las cosas “deben” ser, sino el modo como
creemos que “naturalmente” son. Siempre es posible contra­
decir la norma, pero nunca a la propia “naturaleza” de las co­
sas. Si de verdad la sociedad ha hecho bien sus tareas, las per­
sonas crecerán creyendo que la realidad social no es normativa
sino simplemente fáctica. Las diferentes prescripciones de ro­
les, una determinada división del trabajo, una forma de orga­
nización familiar, que no son más que productos sociales e
históricos, se reducen a hechos naturales, por lo tanto indis­
cutibles y se trasmiten como tales.
Así vista, la valoración desigual de los géneros es un ele­
mento más —aunque no un elemento cualquiera—de nuestro
universo simbólico, y se trasmite, de generación en genera­
ción, de idéntica manera. La superioridad masculina comien­
za revelándose como un “hecho” en el seno del hogar, y lo
sigue siendo, por supuesto, en las escuelas y más tarde, en los
lugares de trabajo. Mientras tanto, en nuestras sociedades, los
mass-media y demás agentes socializadores, hacen también su
parte del trabajo. Como culminación del proceso, las desigual­
dades de recompensas económicas, sociales y políticas, que
continuamente favorecen a los hombres, —y que sólo son la
expresión práctica de la diferente atribución de valor—ejercen
su “efecto demostración” ratificando y contribuyendo a re­
producir la valoración diferencial vigente. El valor diferencial
atribuido a cada uno de los géneros anticipa y legitima su suerte
en la sociedad.
Afortunadamente, las cosas no ocurren exactamente
como las hemos descrito. Si la socialización fuera siempre tan
perfecta, si las fuerzas estructurales fueran de verdad tan po­
derosas, nuestras sociedades hubieran cambiado muy, muy
poco a lo largo de la historia. La estructura aprieta, pero no
ahorca. Los sistemas tienden a reproducirse... hasta cierto pun­
to. Aún dentro de constricciones poderosas, la agencia es po­
sible. Siempre ha habido gente que ha sabido detectar fronte­
ras y desafiarlas, cambiando de ese modo, en alguna medida,
la estructura misma. Ello es posible, porque la estructura es
también, habilitante; permite encontrar caminos, buscar re­
fugios, transitar por rápidas avenidas y abrir nuevos senderos.
Los movimientos sociales han sabido hacer actuar esos res­
quicios, a su favor, descubriendo las pequeñas grietas abiertas
en la argamasa de la conformidad social y han actuado en ellas,
convirtiéndolas finalmente en caminos nuevos, socialmente
estatuidos y legitimados, ahora también abiertos a los grupos
minoritarios y desvalorizados. Una vez abiertos los caminos,
cualquiera puede transitar por ellos. Sólo que, una vez más, la
valorización social diferencial empujará a unos, y lastrará a
otros. Los lastres pueden ser menos perceptibles, pero no por
eso menos operantes.
El aparato escolar, decíamos, es parte de todo este meca­
nismo. Durante mucho tiempo la escuela ha formado, y lo
sigue haciendo todavía, sin percibir por completo la heteroge­
neidad de mensajes, muchas veces contradictorios, que se es­
conden tras ía intención de trasmitir a las nuevas generaciones
aquello que la sociedad considera lo mejor y los más valioso
de sí misma y de su historia. La distinción entre un “currículo
manifiesto” escrito en ios planes y programas, y un “currículo
oculto” que subyace a ellos a través de los sesgos en la selec­
ción, la omisión, y el silencio, ha ayudado mucho a esclarecer
el modo como operan los mecanismos de reproducción den­
tro de las aulas. Todo lo que “vale la pena saberse” se enseña,
en la escuela, en clave masculina: la historia, la política, las
expresiones artísticas y culturales y hasta las ciencias; pero tam­
bién los modales, las actitudes y los intereses que correspon­
den, “naturalmente”, a cada uno de los sexos y el valor relativo
de cada uno de ellos. M ientras tanto, los contenidos
curriculares referidos a la igualdad, la justicia y el mérito, vie­
nen a reforzar la creencia en la vigencia real de una igualdad
de oportunidades visiblemente expresada en la coeducación,
en la gratuidad de la enseñanza y en la obligatoriedad, pero
que no se traducirá luego en una igualdad de recompensas. El
sistema educativo, que se muestra a sí mismo como la mejor
expresión de la igualdad de oportunidades y de la premiación
del mérito, ayuda a confirmar tácitamente, a través de sus con­
tenidos y de sus métodos, la certeza de que unos, y no otras
merecen por nacimiento, apropiarse de las mejores recom­
pensas que la sociedad puede ofrecer.
Conscientes de las oportunidades que les abre la educa­
ción formal y de su derecho a utilizarlas, pero inseguras de sus
propias capacidades como resultado de una socialización de
género desvalorizados, las mujeres buscan aprovisionarse lo
mejor posible para tratar de competir en situación de igual­
dad. Por cierto que no asocian estas inseguridades a su condi­
ción de mujeres; si así fuera, tal vez sus estrategias cambiarían
y probablemente, optarían por incorporarse al movimiento
feminista. Nada de eso aparece en sus declaraciones. La socia­
lización ha dado resultado, y son ellas mismas, cada una indi­
vidualmente, las que creen que necesitan sobreeducarse para
entrar en una carrera cuyas verdaderas leyes, no conocen del
todo. Entonces buscan delinear estrategias complejas, acumu­
lar conocimientos, acreditaciones y títulos; miran a corto y
mediano plazo usando diferentes herramientas para enfrentar
tanto el futuro inmediato como el más lejano; buscan satisfa­
cer sus necesidades materiales y expresivas, y planean cómo
hacerlo. Buscan reaseguros y refugios, sin plantearse la pre­
gunta de por qué sus coetáneos varones no sienten necesitarlos.
A punto de entrar en la adultez, las chicas se hacen muchas
preguntas sobre las probabilidades de su éxito. Tal vez, sim­
plemente, no se hagan las preguntas apropiadas:
“Sí, hay algo que me preocupa. Yo pienso hacer más de
una carrera (a lo largo de mi vida), prepararme lo mejor posi­
ble y llegar al punto máximo de estudios en cada una. Pero
mucha gente hizo eso y terminó trabajando en cualquier cosa
que no era lo que quería. Si me llegara a pasar me frustraría
mucho porque entonces ¿prepararse sirve para algo?” (PLfder)
TRAS LAS HUELLAS DE GENERO
María Esther Pozo
(Universidad Mayor de San Simón)

Desde el análisis del neoliberalismo en América Latina


vemos que en la región (Bloque andino) se están produciendo
múltiples transformaciones estructurales, sobre todo en la eco­
nomía y es en este marco de democracia y de política que se
dieron estas transformaciones, las que paradójicamente pare­
ciera que restringen la libertad, por no ser necesariamente un
modelo libertario sino más bien un régimen de acumulación.
Por esta razón, creemos que es importante no olvidar que la
construcción del conocimiento se da en el horizonte de los
países del norte y sur, existiendo una contextualización del
poder; y es allí donde debemos desarrollar un pensamiento
crítico aprendiendo desde nuestras especiíidades, porque a
pesar de las características y condiciones comunes en muchas
situaciones, no existe una única estrategia de desarrollo del
pensamiento.
La perspectiva genérica en el estudio de las sociedades
representa también las transformaciones de la sociedad. Des­
de el género se considera el sujeto como constituyente y no
como producto cerrado y estático, permitiendo metodológi­
camente conocer las dinámicas constitutivas de los nuclea-
mientos colectivos que pueden ser reconocidos desde el gé­
nero.
En Bolivia, el tema de género es incorporado desde me­
diados de los ochenta por las Organizaciones no Guberna­
mentales (en el interior de ellas por mujeres feministas) a pe­
sar de que en gran parte de América Latina se introduce al
inicio del ‘75, con el año Internacional de la Mujer. Son los
estudios sobre la condición de las mujeres que comienzan a
surgir desde el trabajo de mujeres en las O N G ’s para luego
invadir espacios académicos a través de la investigación y la
elaboración de tesis de licenciatura. El concepto de género ce
trabajó desde las O N G ’s para la planificación de proyectos,
para el fortalecimiento de organizaciones, la capacitación, el
liderazgo y los proyectos productivos, aplicando y desarrollando
los conceptos instrumentales de planificación de género de
los estudios elaborados por Carolin Mosser.177 Desde las nue­
vas lecturas, se elaboraron e instrumentaron variables y tecno­
logías de género con el fin de planificar.
Dentro de la planificación, se utilizaron varias herra­
mientas de género para determinar las necesidades, y especial­
mente cobró importancia para determinar cuáles son las me­
tas y los proyectos de las mujeres. Ellas estaban referidas a la
condición y posición de las mujeres, a la naturaleza de la satis­
facción de sus necesidades. Entre las de índole fundamental­
mente práctica, se orientan a la condición cotidiana de las muje­
res y son verificables empíricamente. Se refieren al manteni­
miento de sus familias, así como al acceso al agua, la tierra, la
vivienda y el trabajo. Las necesidades estratégicas, por su par­
te, se dirigen a los aspectos estructurales que tienen que ver
con la posición, más allá de la clase social, a la que pertenecen.
En la sociedad, esta posición es desigual para las mujeres.
La categoría de género como herramienta de análisis puso
también al descubierto el triple rol de las mujeres, y muestra
cómo cumplen el rol reproductivo, productivo y el de gestión

177 Cf. Género eti eí Desarrollo.


comunal. Este último, debería tomarse en cuenta al momento
de planificar proyectos de desarrollo de políticas públicas y, en
la actualidad, de políticas municipales, donde es muy impor­
tante resignificar el rol de la gestión comunal. Así, se pueden
captar adecuadamente las actividades políticas de hombres y
mujeres más allá de ámbitos que no sean solamente los pro-
pios del espacio privado.
Tratar los problemas que surgieron cuando se pasó de la
planificación a la investigación de la realidad concreta, nos per­
mite ver cómo se desarrolló la utilización del concepto de gé­
nero y sus consecuencias no siempre positivas. En efecto,
muchos instrumentos diseñados para la planificación no ne­
cesariamente respondieron a la lectura de la realidad y en
muchos casos carecían de contenido. La realidad rebasaba las
categorías sociales utilizadas desde el género y la planificación.
Podemos añadir también un fuerte rechazo al concepto de
género por considerarlo una imposición de las organizaciones
financiadoras de los planes de desarrollo. Por eso fue califica­
do como: ajeno, extranjerizante y colonizador de nuestras rea­
lidades andinas que tienen lógicas diferentes a las realidades
occidentales expresadas por el género. Introducir esta catego­
ría teórica fue una tarea difícil que implicó el desafio de mos­
trar que la noción de género justamente se caracteriza por la
variabilidad, ya que toda vez que ser hombre o mujer es un
constructo cultural, sus definiciones por tanto varían de cul­
tura en cultura, e incluye una multiplicidad de elementos.
Existen otros factores que favorecen la aceptación de la cate­
goría de género: por ejemplo, no se trata solamente de un pro­
ducto de la imposición de las financiadoras sino que las muje­
res investigadoras fundamentan sus estudios en ella, ante la
insatisfacción de las ciencias sociales contemporáneas y sus
instrumentos tradicionales de aproximación a la realidad. Por
otro lado, la presencia de mujeres en diferentes ámbitos de la
sociedad tanto como en los procesos productivos, en los ám­
bitos de la educación y en la política, está exigiendo que sean
tratadas y tomadas en cuenta en las políticas publicas, las re­
formas legales y estatales. Entonces, no sólo son concesiones y
modas en las ciencias sociales.
En cuanto a las universidades, es muy difícil todavía en»
contrar en Bolivia un hilo conductor en los planteamientos
epistemológicos de género, ya sea porque existe aún poca re­
flexión filosófica, dentro de la teoría de género, ya sea porque
existen pocos trabajos desde el ámbito académico. N o obstan­
te, formularemos una descripción panorámica, para facilitar
una idea global de ellos. Partiendo de que el proceso en Boli­
via es parte del proceso que se vivió también en el resto de
América Latina, pero con las características específicas del pen­
samiento andino en nuestro caso.
La categoría de género y sobre todo el Estudio de las
Mujeres ha entrado recientemente a los ámbitos académicos,
políticos y de la investigación como una problemática especi­
fica. Anteriormente, la construcción del sujeto y su identidad
estaba referida sobre todo al sujeto masculino. La introduc­
ción del tema de género se realiza en primera instancia en los
cursos de postgrado de la Universidad, a través de algunas con»
frontaciones y de la sensibilización sobre el tema y la situación
de las mujeres. La primera institución que inicia el proceso de
introducción de la categoría de género en el ámbito académi-
co en Bolivia, en el año 1993, fue el Centro de Estudios Supe­
riores de la Universidad Mayor de San Simón (CESU —
UMSS). Originariamente, se trató de una oferta curricular de
un curso-crédito “Mujer, Género y Desarrollo”, con una orien­
tación sobre todo económica. Posteriormente, la Universidad
de San Andrés de La Paz, hizo lo propio con una orientación
en Cultura. El inico de la oferta curricular de los cursos de
género estaba dirigida, sobre todo, al trabajo con las O N G s, y
a mejorar los recursos humanos que ya estaban trabajando en
esas instituciones. Tan es así, que el contenido curricular se
basaba sobre todo en la visibilización de las mujeres en los
diferentes espacios de la sociedad, esjpecialmente en lo econó­
mico (procesos productivos) y en el diagnóstico y planifica­
ción de proyectos con mujeres. Dentro de la contextualización
del concepto de desarrollo, sus objetivos estaban orientados a
contribuir a la discusión y análisis del tema mujer y a analizar
el concepto de desarrollo. A partir del año 1995, con el inicio
de un Diplomado en “Género y Desarrollo”, se comienza a
analizar la construcción teórica de género y no sólo su aplica­
ción sino que este proceso se acompañó con el cuestionamiento
de su posible compatibilidad con el concepto de etnia y el de
identidad cultural, cruce que se convierte en una necesidad
mayor. En 1997, se inicia la Maestría “Género y Desarrollo”,
que tiene un carácter curricular más bien dirigido a la defini­
ción conceptual de género desde las Ciencias Sociales, vincu­
lándolo a las conceptualizaciones del poder, el espacio local, la
ciudadanía y la política.
Si bien la iniciación del proceso de expansión epistemo­
lógica del concepto de género no se dio en el ámbito académi­
co, forma parte, sin duda, del proceso de la Universidad y es
ésta la que justamente se preocupa por crear los instrumentos
de investigación. Reforzando la teoría desde las categorías con­
ceptuales, comienza no sólo a construir e interpretar sino, fun­
damentalmente, a transformar la realidad.
De esta manera, la heterogeneidad de los/as actores/as
sociales, las diferentes características de lo urbano y de lo ru­
ral, y entre las etnias existentes, generan la necesidad de bus­
car y crear los vínculos teóricos, sobre todo entrecruzando
género y etnia. Estos dos conceptos aprehenden la realidad,
desde la noción de oposición teórica que —se dice—enfrenta
estos conceptos. Se debe tomar en cuenta que el concepto de
género se construye simultáneamente en otras relaciones como
es la etnia, la clase y la edad, permitiendo a las formaciones de
grupos una continua reformulación del contenido y la natura­
leza de dichas relaciones. En esta coyuntura, la intersección de
género y del de etnia va mucho más allá que una mera preocu­
pación académica o un problema semántico, por lo menos no
en la medida en que se reconozca tal cruce como designando
una categoría social específica, que visibiliza un grupo huma­
no.
Hasta ahora “género” ha sido concebido en castellano
como designando “clase”, como categoría clasificatoria. Pero
no funciona así en la gramática andina, porque son más im­
portantes e influyentes las divisiones entre humano y no-hu-
mano y entre animado y no-animado que entre varón y mu­
jer, aunque algunas autoras, como Marcela Lagarde, sostienen
que “la primera conciencia es de género /.../ no tenemos una
visión del m undo en la que existan seres humanos y luego
hombres y mujeres”.178 En todo caso, la discusión no sólo ha
quedado reducida a la pertinencia del uso término “género” y
en lo extraño que significa en América Latina porque sus orí­
genes son otros. Sin embargo lo que podemos afirmar es que
el concepto de género más bien permitió entrar en un debate
que renovó el análisis del lugar de las mujeres, con el fin de
recuperar más realidades con otras dimensiones, como la iden­
tidad y lo cotidiano, y la necesidad de acción sobre el presente,
aunque los géneros sean grupos biosocioculturales construi­
dos históricamente. En cambio, el concepto de etnia remite
sobre todo a la continuidad histórica de un pueblo y a su dere­
cho de legitimar un futuro propio, esta diferencia en vez de
oponer estos conceptos los complementa.
La implementación del concepto de género también ha
implicado analizar los conceptos de identidad y de rol en las
Ciencias Sociales, destacándose principalmente los aportes pro­

178 Lagarde, M. “Identidad y Subjetividad Femenina”, en Identidades de Género:


Femeiiidad y Masadhitdad, Managua, UCA, 1992.
venientes de disciplinas como la economía, la sociología y la
psicología. Dicha conceptualización se abocó a la compren­
sión de procesos, tales como las actividades productivas, el de­
sarrollo personal, la integración y la influencia social y cultu­
ral, lo que le confiere interdisciplinariedad.
A partir de la consideración del género, como una cate­
goría de análisis y como elemento de visibilidad de las estruc­
turas subyacentes en ía organización familiar, se permitió un
mayor acercamiento a la realidad de la conformación de iden­
tidades. En este sentido, la necesidad de tratar la problemática
étnica impulsó el estudio de las identidades de las mujeres cam­
pesinas, el que se enmarca sobre todo en el feminismo de la
diferencia.179
O tro aspecto que surge de la confrontación y utilización
del concepto de género, es que permitió conceptualizar la in­
dividualización de las personas en las comunidades. La defini­
ción de sujeto, de espacio privado y de lo externo-publico, de
la mujer y del varón, en términos comunes, se daría dentro
del planteamiento dual entre individuo y sociedad y estaría
referido, para nuestro caso, a los intereses diferenciados y a los
intereses de la comunidad. Considerar los intereses diferen­
ciados significa considerar sujeto a la mujer no sólo funcio­
nalmente o en la planificación dentro la comunidad, sino en
su rol en la organización del poder en el interior de los con­
textos de la sociedad. N o hay que olvidar que la relación suje­
to-objeto cumple una función gnoseológica de apropiación de
lo que constituye el objeto mismo de conocimiento, visto desde
la dialéctica entre lo subjetivo(interior) y lo externo (realidad).
Finalmente, otro aspecto a ser tomado también en cuenta
es el desarrollo reciente del movimiento de mujeres, que po­

57yPozo, M. E. Género y Etnia. La Paz, PROMEC-UMSS-WAC, 1999.


dría ser descrito, en forma general, en dos tipos: el movimien­
to feminista en sí mismo y el conjunto del movimiento social
de mujeres.180 Por un lado, están las reivindicaciones feminis­
tas, basadas en el racionalismo ilustrado y en el desarrollo in­
dustrial, con un discurso determinado en tiempo y espacio
que ha permitido un desarrollo teórico de propuestas (que no
se transformó en un discurstí legítimo sobre todas las muje­
res), cuya reivindicación feminista académica estuvo mucho
más ligada a límites históricos y geográficos concretos, aun­
que se auto-reconoce como el discurso que representa a todas
las mujeres. Por otro lado, está el movimiento de mujeres po­
pulares ligado a los movimientos sociales generales, donde su
identidad está fuertemente mediatizada por la experiencia po­
lítica de los varones y la propia experiencia cotidiana de las
mujeres. La irrupción de las mujeres en las situaciones de cri­
sis del país no se da desde el “movimiento de mujeres”, ni
desde las académicas feministas, tampoco se da desde las rei­
vindicaciones de género. En todo caso, se hallan subordina­
das, más bien, como nación y en algunos casos como de clase.
Gracias a las reivindicaciones de género se toma conciencia de
las actividades y prácticas políticas de las mujeres, que recien­
temente desbordaron el marco político formal, aunque siguen
siendo una gran minoría.181A diferencia de lo ocurrido en otros
países, el inicio de los estudios feministas no resulta de los

180Virginia Vargas menciona, como referencia» el movimiento feminista que se


ha desarrollado en relación así mismo (como expresión del movimiento) y el
conjunto del movimiento social de mujeres. Cf. Vargas, V “Reflexiones Sobre
la construcción del Movimiento Social de Mujeres”, Boletín Americanista , 38,
1991.Barcelona.
lKi Cf. Ardaya, G. “Las Relaciones de Género en las organizaciones Políticas y
Sindicales”, en Mujeres y Relaciones de Género en la Antropología Latinoamericana .
México, 1993; Rapold, D. “Desarrollo, Clase Social y Movilizaciones Femeni­
nas”, en Texto y Pre-texto. Colegio de México, 1994.
movimientos populares de mujeres, con base en la comuni­
dad, sino, sobre todo, en el reflejo de lo que sucedía en los
países del norte.
Para la reflexión del movimiento de mujeres, es impor­
tante tomar en cuenta la IVo Conferencia Mundial sobre la Mujer
de Beijing, ya que buena parte de las representantes del movi­
miento amplio de mujeres impulsó su preparación. Estas m u­
jeres se dieron la tarea de formular políticas de igualdad desde
la perspectiva de género y potenciar la reformulación del mar­
co jurídico e institucional del Estado. Se conformó de esta
manera la Plataforma de Acción Mundial (PAM), que consis­
te en programas y proyectos concretos, los cuales, a pesar de
haber declarado reconocer las variables relativas a clase social,
la diversidad cultural, el racismo, la etnia, la contradicción ciu­
dad-campo, no lograron incluir a movimientos importantes
organizados por mujeres populares representativos del acon­
tecer nacional, como el movimiento de mujeres cocaleras.182
En el período que va desde 1995 a 1996, el tema central
que se discutía con mucha fuerza era el de ciudadanía, pero no
se incorporan las reivindicaciones del movimiento de mujeres
cocaleras, aún sosteniendo reivindicaciones y propuestas refe­
ridas al ejercicio de ciudadanía, como es el derecho a la sobre­
vivencia. Lo mismo ocurre con las mujeres organizadas en el
magisterio o las mujeres gremiales del comercio. Una de las
razones para que esto ocurra es que las acciones que propo­
nen, sus objetivos explícitos, y sus logros son evaluados según
grillas basadas en el PAM, organismo que no recogió las “de­
mandas específicas” de las mujeres de los sectores populares,
sobre todo de los medios rurales. Es decir, no se puede evaluar
lo que no se las ha tenido en cuenta. Tal vez esto sea así porque

182 Pozo, M.E., García, J. “Movimientos Sociales y Productores de Coca: Gé­


nero y Violencia en Bolivia” (2001).
reiteradamente sus reivindicaciones han sido vistas como idén­
ticas a las promovidas por la reflexión sobre el concepto de
identidad y de género, sin tomar en cuenta las diferencias. Se­
gún algunas autoras, este hecho se explica a partir de que las
demandas de las mujeres cocaleras, campesinas y relocaíizadas esta­
ban dirigidas a sectores económicos y políticos, sobre las cuales la
Susbsecretaria de Asuntos de Género por definición no podía inmis­
cuirse. Por tanto, no se interpeló a ese sector, mostrando que
no se organizaron las demandas de sectores muy representati­
vos. Este hecho, aparentemente, ha sido explicado a partir de
la identificación de los orígenes de las movilizaciones. En los
hechos muestran la existencia de una brecha abierta entre el
movimiento de mujeres, provenientes de las reivindicaciones^
feministas y de las mujeres que representan en mayor número
las reivindicaciones sociales. En lugar de propiciar un diálogo
entre estos dos sectores, se trabajó desde las O N G s, propi­
ciando una relación didáctica hacia los sectores populares, en
algunos casos desde el Estado. Se influyó así sobre cuáles de­
bían ser sus reivindicaciones, articulando demandas que res­
pondieran a estrategias diferentes sobre ciertos hechos socia­
les y la discriminación que sufren las mujeres, lo que visibilizó
estrategias de resistencia también diferentes.
Al otro extremo podemos encontrar a las feministas ac­
tuando con el “movimiento de mujeres” en al ámbito del Es­
tado, con reivindicaciones legales y poniendo énfasis en la dis­
cusión del discurso legitimador de la discriminación, donde la
resolución de sus demandas se da, sobre todo, dentro del mar­
co jurídico, aunque se sostiene también en la redistribución
económica dentro del principio de la igualdad.183

183 Barriga M. “De cóm o llegar a un puerto con el mapa equivocado”, en Las
Apuestas Inconclusas, El movimiento de Mujeres y la VI Conferencia Mundial de la
Mujer, Lima, Flora Tristán, 2000.
S¿ bien pre-Beijing significó una importante moviliza­
ción para visualizar a las mujeres, post-Beijing significó un
retroceso en la reflexión académica de la teoría de género. Al
no poderse realizar trabajos de investigación y de reflexión pro­
pios, la preocupación se centró sobre todo en temas “bajados”
por la Conferencia (que se garantizaban a su vez con fondos
internacionales), como la salud reproductiva y la difusión de
los Derechos Humanos, ninguno de los cuáles estuvo acom­
pañado de una reflexión filosófica. Esto me lleva a considerar
al concepto de género en su tratamiento actual como referido
a un conjunto de atributos de individuos, y no como un orde­
nador social para la construcción colectiva e histórica de una
identidad femenina diferenciada.
Segunda Parte
Lecturas de
Filosofía y Feminismo
REPENSANDO EL GÉNERO; TRÁFICO
DE TEORÍAS EN LAS AMÉRICAS
Claudia de Lima Costa
(Universidad Federal de Santa Catarina)

1. En las conformaciones post-coloniales, debido a la re-


configuración de los conocimientos y el contemporáneo nue­
vo trazado de toda clase de fronteras (geográficas, económicas,
políticas, culturales, libidinales etc.), la problemática de la tra­
ducción se ha convertido en una esfera importante —incluso
diría, novedosa—del argumento feminista. ¿A través de qué
vías (por ejemplo en América) viajan las teorías feministas y
sus conceptos fundacionales, y cómo se traducen luego en
contextos históricos y geográficos diferentes? ¿Qué mecanis­
mos y técnicas de control, ju n to con otros elem entos
contextúales, supervisan el pasaje de las teorías a través de las
fronteras geográficas? ¿Qué lecturas reciben las categorías ana­
líticas feministas cuando pasan de un contexto a otro? ¿Qué
lugar de la enunciación ocupan los temas feministas (en este
caso particular, los académicos) en medio del transito de teo­
rías en el eje Norte-Sur y viceversa? ¿De qué modo la ubica­
ción en determinado género, raza, sexualidad, clase social, ins­
tituciones, etc. condiciona qué teorías (y autores) se traducen
y cómo se los interpreta y/o se los hace propios? ¿Quién defi­
ne qué constituye una teoría en primer lugar?
Debo aclarar que utilizo de término “traducción” si­
guiendo el desarrollo del concepto realizado por Tejaswini
Niranjana’s (1992), es decir, no me refiero a las discusiones
sobre las estrategias internas: los procesos interlingüísticos e
intersemióticos dentro del área de estudios de traducción pro»
piamente dicha, sino a los debates sobre la traducción cultural
más frecuentes en escritos recientes sobre teoría y práctica
etnográficas (C f Talal Asad, 1986). Una traducción cultural,
como señala Niranjana, no supone que el contexto de ambas
lenguas es simétrico, en cambio tiene como premisa la noción
de que todo proceso descriptivo, interpretativo y de difusión
de ideas y formas de ver el mundo no puede sustraerse a las
relaciones de poder y a las asimetrías existentes entre lengua­
jes, regiones y pueblos.
Mucho se ha escrito sobre el paso de las teorías a través
de diferentes topografías y mediante itinerarios cada vez más
complejos.184 Sobre el tráfico de teorías, Mary John (1996)
enfatiza dos puntos a considerar. En primer lugar, las teorías
que más fácilmente viajan son aquellas articuladas en tan alto
nivel de abstracción que toda pregunta sobre el contexto se
torna irrelevante (por ejemplo, deconstrucción, postestructu-
ralismo, etc.). En segundo lugar señala que mientras las teo»
rías atraviesan los territorios, los lectores locales se apropian
de ellas continuamente y las transforman adquiriendo una es­
tructura más complicada que en su origen. Como explica John,
las teorías feministas pertenecen a esta categoría, pues se for­
jan en diferentes niveles de abstracción, es decir, utilizan si­
multáneamente varios registros.
Como resultado de estos pasajes, el vínculo entre teoría
y lugar -el que en muchos casos ha sido siempre un espacio
figurado (Grossberg, 1997)—comienza a fracturarse radical­
mente. En el escenario contemporáneo de las identidades frag­
mentadas, las “zonas de contacto” (Pratt, 1992) -en vez de cen­

184 Cf. Said, 1983; Radhakrishnan, 1996; Caren Kaplan, 1996; índerpal Grewal
and Kaplan, 1994. Los datos bibliográficos completos se consignan al final.
tro y periferias—y las epistemologías de frontera, son necesa­
rias para que la crítica feminista pueda examinar detalladamente
el proceso de traducción de las teorías y conceptos feministas
(por ej. género, experiencia, mujer) con el objeto de desarro­
llar lo que se denomina la habilidad geopolítica o transnacional de
leer y escribir aplicada a la articulación de “feminismos trans­
nacionales”.185 Esta tarea requiere la fijación geográfica de las
dislocaciones y translaciones continuas de conceptos/teorías
feministas, así como el examen de las restricciones que los
mecanismos y tecnologías de control, junto con otras fuerzas
contextúales, imponen en el tránsito de teorías a través de la
frontera. Ideas y conceptos —que nunca son totalmente “pu­
ros” o “nativos”—fluyen en lugares que están ya imbricados
con otros lugares y saturados por otras ideas, conceptos y suje­
tos de enunciación, por lo tanto hay que abrir rutas que se
relacionen estrechamente a una lógica rizomática: no existe
un punto de origen claro ni un destino inequívoco. James
Clifford (1992) ya ha señalado que aunque las teorías se en­
cuentran vinculadas con ciertos lugares, éstas deben concebir­
se como una intersección de varios itinerarios que son, a su
vez, el resultado de diferentes historias de pertenencia, inmi­
gración y exilio. En el caso específico de las teorías feministas,
John (1996) indica que esta tarea se vuelve cada vez más com­
pleja ya que las categorías analíticas feministas se producen no
solo en el (des)encuentro de form aciones fem inistas
heterogéneas, sino también como respuesta a diferencias de
raza, clase, orientación sexual, nacionalidad, lenguaje, tradi­
ción, entre otras.
En una aguda discusión sobre feminismo, experiencia y
representación, la crítica cultural chilena Nelly Richard (1996)
señala que en la división global del trabajo, el tráfico de teorías

!85 Cf. Inderpal Grewal y Carne Kaplan, 1994; Friedman, 1998; Spivak, 1992.
hacia y desde los centros metropolitanos y la periferia perma­
nece ligado a un intercambio desigual: mientras el centro aca­
démico teoriza, se espera que la periferia lo provea con estu­
dios de casos. En otras palabras, se limita la periferia al aspecto
práctico de la teoría (o considerando otra oposición binaria
perversa, se la limita al cuerpo concreto en oposición a la menté
abstracta del feminismo metropolitano). Trính M inh-ha cap­
tura vividamente la inscripción de las experiencias de las m u­
jeres del Tercer M undo en el repertorio feminista occidental
cuando, reflejando su propia condición de mujer, inmigrante
de color en EEU U , dice:
Ahora no solamente se me permite mostrarme y hablar, sino que
se me alienta a expresar mi diferencia. M i audiencia espera y demanda
eso; en caso contrario, la gente sentiría que ha sido defraudada: no he­
mos venido aquí a escuchara un miembro del Tercer Mundo que habla
sobre el Primer (?)Mundo. Vinimos a escuchar la voz de la diferencia
para que nos traiga de manera verosímil lo que no podemos tener y para
que nos saque de la monotonía de lo siempre igual.186
En este contexto de tránsito de teorías y conceptos, la
cuestión de la traducción cultural adquiere gran pertinencia
pues constituye un espacio único desde el cual encarar un aná­
lisis crítico de la representación, el poder y de las asimetrías
entre las lenguas, por un lado, así como para examinar y situar
las prácticas de la construcción del sujeto del feminismo, por
otro. En su lúcido estudio sobre la traducción en el contexto
de la construcción del sujeto colonial, Niranjana (1992) revela
enérgicamente hasta qué punto las prácticas de traducción,
enraizadas en suposiciones filosóficas occidentales autoritarias
acerca de la representación, la realidad y el conocimiento, cons­
piraron para encubrir la violencia presente en la construcción
de este sujeto. En el desarrollo de cierto tipo de representa­

18fl Citado por Bulbeck (1998), p. 207, el énfasis está en el original.


ción de la “otra”, estas prácticas de traducción reforzaron hege-
mónicamente concepciones de la “otra” (colonizada), consti­
tuyéndola —según las palabras de Said—como un objeto sin
historia, y de este modo, perdiendo de vista el hecho de que la
“otra” ha sido siempre un efecto histórico de tales prácticas
discursivas. Es interesante, como Niranjana señala, que la prác­
tica y la teoría de la traducción surgen de la necesidad de di­
vulgar los Evangelios: “traducir” en castellano significa tanto
“traducir” como “convertir”. En lenguajejudicial, curiosamen­
te, el significado de “traducción” es “apropiación indebida”.187
Para Niranjana, entonces, el término “traducción” no
puede limitarse simplemente al proceso lingüístico sino que
debe ser observado como una problemática situada entre los
actos de escribir e interpretar. Teorizar acerca del proceso de la
traducción cultural (traducir la traducción) requiere un análi­
sis de las diversas organizaciones económicas en cuyos terri­
torios circula la traducción. Según Spivak (1992), la crítica fe­
minista, para convertirse en traductora de una traducción, debe
ir más allá de la lectura profunda del texto que tiene en sus
manos y realizar una lectura del texto social, igualmente pro­
funda, prestando especial atención a las relaciones entre lógica
textual y retórica, por un lado, y lógica social y retórica, por
otro. Debido a que conceptos y valores migran junto con los
textos y las teorías, a menudo sucede que un concepto con
potencial suficiente como para realizar una ruptura política y
epistemológica en un determinado contexto, cuando se en­
cuentra en otro, resulta despolitizado. Miller (1996) dice que
esto sucede porque todo concepto conlleva una larga genealo­

187 Diccionario Portuguese/English, (Antonio Huaiss e Ismael Cardim), Sao


Paulo, Editora Record, 1999. En cambio, el Diccionario Etimológico de ¡a lengua
Castellana Coraminas vincula “traducción” con “tradición”. Madrid, Gredos,
1998. (N. de la T).
gía y una historia silenciosa que, transpuestas a otras topogra­
fías, pueden producir lecturas inesperadas. Sin embargo, la
apertura de la teoría a la traducción es el resultado de la natu­
raleza performativa, no cognitiva, del lenguaje. De acuerdo
con Miller, las teorías son formas de hacer cosas con palabras,
y una de ellas es la posibilidad de activar diferentes lecturas del
texto social. Cuando se introduce una teoría en un nuevo con­
texto, las maneras de interpretación que establecerá pueden
transformar radicalmente ese contexto. Entonces, toda traduc­
ción siempre provocará deformaciones: cuando una teoría viaja,
desfigura, deforma y transforma la cultura y/o la disciplina qué
la recibe. En ese sentido Spivak explica que un traductor, no
importa cuán traidor pueda ser, debe esforzarse en ser no sola­
mente un crítico sagaz del terreno del texto original, sino tam­
bién un excelente lector del texto social.
¿Cómo pueden las feministas, críticas sagaces del texto
original y excelentes lectoras del texto social, contribuir tanto
en el Norte como en el Sur a una práctica de traducción que
problematice las narrativas hegemónicas sobre el Otro, sobre
el género y sobre el feminismo mismo, haciendo visible las
relaciones asimétricas existentes entre las regiones, los lenguajes
y las instituciones? En otras palabras, ¿cómo podemos me­
diante el espacio de la traducción pensar y explicar las múlti­
ples fuerzas (raciales, sexuales, económicas) que condicionan
las prácticas de la traducción y sus estrategias de control?
Francine Masiello (1996), en su notable reflexión sobre
la traducción cultural como una entre las muchas tecnologías
de los estudios de género y de los juegos discursivos de la Aca­
demia, discute el rol de la crítica feminista como una media­
dora entre las narrativas de género que circulan a lo largo del
eje Norte-Sur. Existen testimonios y otras descripciones pro­
ducidas a partir del encuentro etnográfico entre el feminismo
académico y la mujer “nativa del Tercer M undo (América La­
tina)”. En su examen de algunas de estas mediadoras cultura-
Ies feministas, Masiello, de manera conmovedora, argumenta
que a pesar de sus declaradas buenas intenciones* estas críti­
cas, en sus respectivos trabajos, terminan o bien por reinscribir
un cuadro romántico y nostálgico de la valiente/heroica mujer
latinoamericana utilizando el repertorio teórico del Norte, o
bien por construir América Latina, según ya señalara Richard,
como el auténtico cuerpo de la mente abstracta del Norte.
Siguiendo el consejo de Richard de buscar las ranuras e
intersticios de la teoría metropolitana que podran ser aprovechadas para
torcer o desviar a sufavor el paradigma del Otro, Masiello hace una
positiva evaluación del trabajo que las mediadoras culturales
de Feminaria (Argentina) y de la Revista de Crítica Cultural (Chi­
le), por ejemplo, están realizando para interrumpir los modos
de representación que refuerzan las visiones hegemónicas del
Otro. Su artículo hace una contribución importante respecto
de cómo pensar la traducción como elemento perturbador. Yo
me encuentro en estos momentos desarrollando una investi­
gación sobre los modos en que las dos publicaciones académi­
cas feministas más influyentes en Brasil (Revista Estudos Femi­
nistas y Cadernos Pagu) realizan intervenciones/mediaciones en
el tráfico de teorías a lo largo de América.
Otra forma de ponderar las ganancias y/o pérdidas polí­
ticas del tráfico de teorías dentro del feminismo es observan­
do las migraciones irregulares de una de sus categorías
fundacionales: el género. En un trabajo anterior (1998) reflexio­
né sobre los pasajes de la categoría de “experiencia” desde el
contexto de la teoría feminista postestructuralista norteameri­
cana al contexto de las mujeres brasileñas sin hogar.
Según Mary Hawkesworth (1997), en la vasta literatura
de investigaciones sobre género que proliferaron a partir de
los años ’80, se puede encontrar múltiples significados y usos
del concepto que no siempre fueron claramente articulados.
Entonces, por ejemplo, “género” ha sido definido como un
atributo de los individuos, una relación interpersonal, un modo
de organización social, una estructura de la conciencia, una
psiquis triangular, una ideología internalizada. También se lo
ha caracterizado desde el punto de vista de la posición social,
los roles sexuales o los estereotipos sexuales; se lo vio como
un producto de la atribución, de la socialización y de las prác­
ticas disciplinarias; se lo describió como un efecto del lengua­
je, un modo de percepción y como un rasgo estructural del
trabajo, el poder, y la catexis.188
Porque las feministas (occidentales, blancas, hetero­
sexuales, de clase media, etc.) fueron instigadas por la asevera­
ción de Simone de Beauvoir de que la mujer no nace, sino
que llega a serlo, estoy haciendo explícito su lugar de enuncia­
ción con el objetivo de subrayar que cuando se evoca a Beauvoir
como la que marca una ruptüra epistemológica en las teorías
feministas, de hecho se despliega una narrativa feminista
eurocéntrica. Antes de Beauvoir, muchas feministas negras
(algunas ex esclavas) ya habían deconstruido en sus escritos y
conferencias la categoría “m ujer”.
En los años sesenta y setenta comenzó un acalorado de­
bate en contra de toda clase de determinismo biológico y a
favor del construccionism o social. Com o explícita Linda
Nicholson (1999), aí distinguirse entre cuerpos con sexo (as­
pecto biológico) y género (carácter, personalidad, conducta)
las feministas constructivistas, si bien aceptaron la premisa de
la diferencia biológica fundamental entre los sexos, afirmaban
que los diversos contextos sociales confieren distintos signifi­
cados a los “hechos” biológicos. En lo que se denominó la vi­
sión base/superestructura del género, este último concepto se
introdujo no para desplazar al sexo sino para completarlo. Para
Nicholson, el sexo siguió interpretando el papel clave en la

,ÍWiCf. Hawkesworth (1997), p. 650-1


elaboración del significado de género. En la celebrada formu­
lación de Gayle Rubín “sistema de sexo/género” la biología se
convirtió en la base para la construcción de significados socia­
les. En consecuencia, Rubín no cuestionó realmente las cate­
gorías binarias del pensamiento occidental. Para Nicholson,
lo mismo puede decirse sobre la idea de un cuerpo sexuado
sexualizado (y racializado) : se entendió el género como aque­
llo que las mujeres comparten (dado su sexo), donde los fac­
tores raciales y de clase, entre otros, eran indicativos de lo que
diferenciaba a una mujer de otra.
A mediados de los años ochenta el paradigma binario
sexo/género sufrió num erosos ataques de las feministas
lesbianas y de las mujeres de color, que cuestionaron tanto el
racismo como el elemento heterosexista implícito en la cate­
goría de género. Audre Lorde fue (junto con otras mujeres de
color del Tercer M undo que vivían en EEUU) una de las pri­
meras feministas negras que elaboró una visión multicultural
del género basada en la noción de “un sitio de la diferencia”.
Discutiendo acerca de los debates feministas sobre la di­
ferencia que tuvieron lugar en EEU U desde finales de los años
sesenta y hasta los noventa, Nancy Fraser (1996) identifica tres
transiciones teóricas esenciales: en primer lugar, la noción de
“diferencia” que se apoya exclusivamente en la “diferencia de
género” (que, por ejemplo, abre un hiato radical entre varones
y mujeres, y argumenta sobre la primacía de la dominación
del género); en los ochenta se pasa a una segunda visión de la
diferencia, más elaborada, en tanto que existe no solo entre
varones y mujeres sino incluso entre las mujeres mismas (por
ejemplo, el foco que emergió primeramente entre las lesbianas,
las mujeres de color, y las feministas del Tercer M undo en
EEUU, que reaccionaron contra la miopía ampliamente di­
fundida de la mayoría feminista blanca). El tercer foco indi­
vidualizado por Fraser, que tiene lugar actualmente y se cons­
truye a partir del anterior, enfatiza las “múltiples diferencias
cruzadas” de las mujeres entre sí.189 Uno de los principales
factores que contribuyeron a la conformación de esta tenden­
cia ha sido el reconocimiento de que el campo social está frac­
turado por múltiples estratos de subordinación (como la raza,
la etnia, la clase, la orientación sexual, la edad, la religión etc.)
de tal modo que no hay que limitarse a la sola opresión de
género. Estos niveles de subordinación o ejes de diferencia
están mutuamente imbricados, teniendo cada categoría efec­
tos articuladores en las otras en contextos históricos y geográ­
ficos específicos, y por lo tanto, abren posiciones para que los
sujetos las ocupen al tiempo que establecen agendas teóricas y
políticas. Esta tercera aproximación amplía significativamente
el concepto de género al concebirlo como parte de un conjun-
to heterogéneo de relaciones móviles, variables y en continua
transformación.
Coincidiendo con los discursos sobre la diferencia arti­
culados por sujetos ubicados en las periferias de la hegemonía
capitalista, patriarcal, racial y sexual, otras feministas, como
Judith Butler, Joan Scott, Jane Flax, Denise Riley (para citar
solamente unas pocas voces bien conocidas en los círculos aca­
démicos feministas de América Latina), en su intento de evi­
tar una concepción base/superestructura de género, han suge­
rido un lugar epistemológico alternativo desde el cual repen­
sar el género de manera más productiva. Trabajando desde el
postestructuralismo y su consideración teórica del lenguaje,
estas estudiosas argumentan que género es un saber o discur­
so que constituye el sexo y la diferencia sexual. En síntesis, la
visión de Butler explica que el género es una ficción reguladora
-o efecto Üngüístico-que establece una falsa unidad entre sexo,
género, sexualidad y deseo. Del mismo modo, construye opo­
siciones binarias entre masculino y femenino que resultan in­
compatibles con la gran diversidad humana. En consecuencia,
Cf. Praset (\996^. t>. 202.
el género femenino o masculino designa un lugar ontológico
inhabitable.
Joan Scott (1988), desde la misma perspectiva que Butler
(1990), sostiene que la categoría de género es útil porque per-
mite el análisis y la aprehensión de conexiones complejas en­
tre diversas formas de interacción humana. Más que señalar
una diferencia (construida) entre los sexos, el género es un
modo de representar relaciones de poder y hacer evidentes
procesos culturales complejos. Como tal, debe ser compren­
dido como un proceso activo que estructura los múltiples cam­
pos de la vida social cruzada por diferentes vectores de opre­
sión. Siguiendo las huellas del postestructuralismo, Scott sos­
tiene una definición de género como elemento mediador
crucial en la relación entre el texto y el contexto, lo simbólico
y lo material. Fuera de este marco, la categoría se vacía de todo
contenido teórico políticamente significativo.
El énfasis de la teoría feminista norteamericana en la di­
ferencia (una respuesta, en el terreno social, a las presiones
políticas de las mujeres de color y de las feministas lesbianas
de EEUU), junto con la deconstrucción de las categorías de
identidad (resultado en el terreno epistemológico del adveni­
miento del postestructuralismo), llevó a muchas académicas
feministas norteamericanas a proclamar la desintegración del
género a la luz de las fracturas de clase, raza, sexualidad, edad,
particularidades históricas y otras diferencias individuales que
forman parte de la heteroglosia postmoderna.190
Otras feministas, debatiendo sobre la dispersión tanto
de mujer como degenero, criticaron ampliamente lo que consi­
deraban una tendencia peligrosa en los años noventa: la apa­
rición de un “fem inism o sin m ujeres” 197 Hay incluso otras

m Cf. ía crítica de Susan Bordo (1990) contra esta posición teórica.


191 C£ Tania Modleski, (1991). También, Amorós (1997).
feministas que enfrentadas a un escenario desolador de cuer­
pos volátiles y categorías analíticas evasivas —en que todo se
reduce a representaciones paródicas—reafirman la necesidad
de luchar contra la atomización de las diferencias, sostenien­
do una identidad positiva para las mujeres mediante la articu­
lación de las diferencias entre las mujeres con las estructuras
de dominación que en primer lugar produjeron aquellas dife­
rencias directa o indirectamente (Seyla Benhabib, 1995).
Mientras en la Academia norteamericana se producían
estos debates teóricos, las agencias estatales e interguberna­
mentales de América Latina adoptaron ampliamente la cate­
goría de género tanto en sus políticas públicas como en sus
programas sociales dirigidos a promover de la “equidad de
género”. Cuando Sonia E. Alvarez (1998) analiza las incursio­
nes jfeministas en el Estado durante la apertura política al gé­
nero, argumenta, por ejemplo, que las críticas feministas de la
opresión y de la subordinación de las mujeres a menudo se
diluyen y se neutralizan en los discursos y en las prácticas de
esas instituciones. En palabras de Alvarez, < a> pesar del papel
innegable que tuvieron los lobbies feministas locales y globales en pro­
mover normas internacionales de género que indirectamente inspiran
los discursos estatales modernos “pro-género," la “incorporación de ia
mujer al desarrollo” no siempre se inspira en elfeminismo. La asidua
criticafeminista a la subordinación de las mujeres muchas veces se tra­
duce y tergiversa en las prácticas y discursos de Estado. Como me expli­
có una oficial de la Alcaldía de Cali: “ahora la cosa cambió, ya no es
aquel feminismo radical de los años setenta, ahora es perspectiva de
género.
Mientras las agencias estatales e intergubernamentales
acogían el género de manera desenvuelta, el Vaticano, durante
la preparación de la Conferencia sobre las Mujeres de 1995 en
Pekín, temiendo las consecuencias que el uso de ia palabra
género pudiera causar —así como la aceptación de la hom o­
sexualidad, la destrucción de la familia (patriarcal) y la disemi­
nación del feminismo—fue orquestando un obstinado ataque
al concepto de género, asociándolo a “una siniestra influencia
extraña” (Jean Franco, 1998). Su ejemplo es la advertencia del
obispo auxiliar de Buenos Aires sobre el uso de la palabra gé­
nero como una construcción puramente cultural separada de lo bioló­
gico /.../< que> nos convertiría en compañeros de viaje delfeminismo
radical.
¿Qué posición adoptar en un medio en que las palabras
que con más frecuencia se utilizan para referirse al género y la
mujer son, por un lado, desestabilización, dislocación y dis­
continuidad y, por el otro, siniestra influencia? ¿Cómo avan­
zar en el proyecto emancipador del feminismo a la luz de la
manipulación y la tergiversación de la categoría de género de
instituciones tales como el Vaticano y el Estado? En otras pala­
bras, como feminista comprometida en la lucha contra la opre­
sión y la exclusión (ya sea en los movimientos sociales o ense­
ñando lecturas anticanónicas de los textos canónicos en las
aulas), ¿cómo se puede hablar sobre diferencia sin indiferen­
cia? ¿Cómo traducir estos candentes interrogantes en otros
contextos?
Donna Haraway (1991), Teresa de Lauretis (1987), Amy
Kaminsky (1993) y Nlarta Lamas (1996), entre muchas otras,
han mostrado ya las dificultades que la palabra género enfren­
ta cuando en su viaje al Sur se ubica en el contexto de las len­
guas romances. A pesar de los múltiples significados de la pa­
labra género en pprtugués, su llegada a la Academia Brasileña
fue celebrada efusivamente en algunos sectores. No es mi in­
tención aquí dar una detallada cartografía de las rutas de “gé­
nero” en el contexto brasileño. Más bien, ofrezco algunas re­
flexiones sobre los usos y abusos producidos por la traducción
de “género” en el escenario brasileño, mostrando las conse­
cuencias políticas de estas prácticas de traducción.
U n beneficio importante que se origina en el uso de “gé­
nero” como categoría analítica, una vez asociado a los debates
de tendencia estructuralista y postestructuralista, fue el recha­
zo epistemológico de toda clase de esencialismo asociado a la
categoría “m ujer”. Debe notarse, sin embargo, que en el con­
texto de los movimientos de mujeres y de feministas, el reco­
nocimiento de la diferencia —a través del pasaje analítico de
M ujer a m ujer- ya se había producido. Decir que el concepto
de género introdujo el discurso sobre las diferencias en la teo­
ría feminista es caer en metalepsis. En otras palabras, conside­
rar el surgimiento de los discursos sobre la diferencia como el
resultado de la intervención de la teoría feminista en el texto
social, implica ignorar el nivel en el que de hecho se encontra­
ban los movimientos de mujeres y de feministas, la catálisis de
un nuevo modo de pensar sobre las mujeres y sobre las rela­
ciones de género, y no viceversa. La heteroglosia incipiente en
estos movimientos, que refleja sus diferencias internas, ha con­
tribuido desde hace tiempo al cuestionaminto de toda posi­
ción esencialista, especialmente respecto de las nociones vin­
culadas a la naturaleza humana, sea masculina o femenina. N o
obstante, el uso de “género” ciertamente permitió a las femi­
nistas comprender y explicar con mayor agudeza complejas y
fluidas relaciones y tecnologías de poder. N o obstante, se pro­
dujeron algunos excesos en la traducción y la adopción
indiscriminadas de “género”.
Si bien afirmar que el “género” es una “influencia si­
niestra” en América Latina es demasiado (todo lo contrario!)
no obstante como categoría analítica dejó espacio a movimien­
tos despolitizados.
Albertina Costa (1996), en una aguda evaluación del cam­
po de estudios de las mujeres en Brasil, argumenta que las
transformaciones sociales radicales que se produjeron bajo go­
biernos autoritarios en los años setenta tuvieron profundas
implicaciones en la situación social de las mujeres, y repercu­
tieron en las rígidas estructuras burocráticas del sistema aca-
démico.192 En tanto que un número cada vez mayor de estu­
diantes mujeres ingresó a las Ciencias Humanas y Sociales,
sus problemas se volvieron centrales a los intereses académi­
cos. Además, las reformas estructurales universitarias, la ex­
pansión de los cursos de graduados y los incentivos guberna­
mentales para la investigación científica (que promovieron la
creación de centros de investigación independientes, respal­
dados principalmente por fundaciones internacionales), todo
contribuyó de modo significativo a la aparición de proyectos
de investigación que daban prioridad a los temas de la mujer.
Sin embargo, Costa también explica que, en el contexto
más amplio de la modernización económica, la injusticia so­
cial y la represión —y de acuerdo con los entonces predomi­
nantes paradigmas de la teoría de la dependencia, versión lati­
noamericana del marxismo y de la teoría de la modernización-
las áreas de investigación privilegiadas fueron las de trabajo,
población y desarrollo, que rápidamente se convirtieron el ghetto
de las intervenciones feministas.193 De hecho, a la luz de la
creciente represión del régimen militar, los debates públicos
sobre la emancipación de las mujeres, incipientes en aquel
tiempo y que tenían lugar principalmente entre militantes iz­
quierdistas urbanas de clase media, debieron ser momentá­
neamente “pospuestos” y resurgieron en el contexto académi­
co adoptando la forma de interés erudito en los problemas de
las mujeres.
Esta particular constelación de factores económicos, po­
líticos e históricos ayudaron a conformar un tipo específico de
feminismo que, según las palabras de Anette Goldberg (1989),
fue “bueno para Brasil”. Como explica Costa (1996):
192 Me refiero a la migración, la urbanización, la expansión de los medios de
comunicación masiva, la modernización industrial, el mejoramiento de los
estándares y las oportunidades educativos, la disminución de ías tasas de fertili­
dad, entre otras.
193 Cf. Costa (1996), p. 39.
Durante esos años las prioridades de las campañasfueron tener
un efecto significativo en la orientación de la investigación que daba
prioridad a la diagnosis de inadecuadas condiciones de vida de las mu­
jeres pobres; por un lado, enfatizaban la explicación de la subordina­
ción femenina en tanto que estaba determinada por estructuras
socioeconómicas y, por otro, adquirían una connotación marcadamente
misionera. Que los Estudios de las Mujeres inicialmente marcaran la
tendencia a la intervención social significaba que no surgía una clara
separación entre los intereses que etifatizaban la estrategia pública y el
desarrollo y aquellas que tendían a la reflexión y el estudio” (p. 39-40).
El clarificador estudio de Goldberg sobre la historia del
feminismo en Brasil (1989) explica que el feminismo bem com­
portado fue una respuesta, entre otras cosas, al temor generali­
zado a la represión que forzó a ocultarse tanto a los grupos de
concienciación como a otros grupos políticos. El ensayo de
Goldberg es también una excelente fuente bibliográfica para
rastrear la trayectoria del feminismo académico brasileño.
En consecuencia, el interés de las investigaciones acadé­
micas en temas de mujeres no estaba comprometido por las
reflexiones que se revelaban en los grupos de concienciación,
ya que podían efectuar rupturas teóricas y metodológicas vita­
les. Por tanto, manteniendo separado lo público de lo privado
(aunque el régimen autoritario estaba permanentemente vio­
lando la fisura entre ambos), no cuestionar directamente la
opresión de los hombres sobre las mujeres y dando prioridad
a las luchas generales contra la desigualdad y la represión por
sobre las luchas específicas de las mujeres, las académicas fe­
ministas pueden haber contribuido sin darse cuenta a mante­
ner invisibles las relaciones de poder que impregnan todas las
áreas del tejido social. Además, enfrentaban las presiones de
sus propios colegas académicos y de las agencias de investiga­
ción para que adhirieran a los estándares científicos autori­
zados. Considerando todo esto, no es difícil comprender por
qué en sus momentos iniciales el feminismo académico de
Brasil no presentó un desafío más cabal al canon científico.
En los años ochenta, como explica Goldberg (1989), al­
gunos hechos conformarían fundamentalmente la trayectoria
del feminismo académico de Brasil. Durante el debilitamien­
to del autoritarismo, en una suerte de transición, se pudieron
articular nuevos movimientos sociales junto con la configura-
ción de nuevos sujetos e identidades políticas. La amnistía
política también permitió el retorno del exilio de feministas
que habían sido profundamente influenciadas por los movi­
mientos europeos de mujeres. Al retornar a suelo brasileño,
establecieron nuevos debates en la agenda feminista sobre las
relaciones entre sexo y género, la igualdad y la diferencia, lo
público y lo privado y sobre el pluralismo (en tanto valoriza­
ción de la diferencia). Como sugiere Costa (1988), la apari­
ción tardía de temas vinculados a la diferencia en los círculos
feministas brasileños se debió a los dilemas que la izquierda
tuvo que afrontar ante la dictadura militar.
La concertada oposición izquierdista al régimen, escribe
Costa, contribuyó grandemente a la disolución de las diferen­
cias y representó un obstáculo para la manifestación de dife­
rentes tendencias autónomas dentro del feminismo.
La autonomía, que encendió debates significativos en­
tre las feministas, contribuyó finalmente a la diversificación
de los grupos y de las perspectivas feministas. Durante este
período, los estudios de las mujeres, como campo, se expan­
dieron y diversificaron para incluir nuevos tópicos de investi­
gación (la sexualidad, el cuerpo, el estudio de la vida cotidiana,
los movimientos de mujeres, entre otros) y áreas disciplina­
rias (historia, antropología, literatura, políticas comunicacio-
nales, etc.)
Los años ochenta se caracterizaron también por el esta­
blecimiento de muchos núcleos universitarios de investiga­
ción sobre mujeres/género. A finales de los ochenta y bajo la
influencia de debates teóricos de feministas extranjeras, el gé­
nero, como categoría analítica, llegó a reemplazar a la catego­
ría “m ujer”. De acuerdó con Ana Al ice Costa y Cecilia
Sardenberg (1994), el desplazamiento de “mujer” por "géne­
ro” ha tenido efectos contradictorios. Por un lado, este cam­
bio conceptual, en principio, brinda a las feministas la oportu­
nidad de dejar el ghetto de estudio de las mujeres para conquistar
un nuevo espacio de reflexión a nivel mas amplio —uno que se cruzaría
con otras líneas de conocimiento como para incorporar no solo a mujeres
sino a la comunidad científica en su to ta lid a d Por otro lado, el
uso de la categoría género en muchas instancias introdujo sim­
plemente un cambio de designación y no de contenido: es decir,
los estudios continuaron conceptualizando a la mujer como
una esencia preexistente sin tomar en cuenta cómo la catego­
ría de género se construye tanto social como relacionalmente.
Además, más allá de que no lograron efectivamente derribar
los muros divisorios de las disciplinas tradicionales por medio
de prácticas más interdisciplinarias, los estudios de género
(como opuestos a los estudios de mujeres o feministas) tam-
bién marcaron una creciente despolitización del feminismo
académico que acentuó más la fractura entre “teoría” y “prác­
tica” y, consecuentemente, profundizaron la tensión entre fe­
ministas académicas y activistas. Se debe observar que, en Bra­
sil, debido a la inflexibilidad de la curricula de grado universi­
tario, los estudios de las mujeres se implementaron en la for­
ma “de arriba para abajo”: aparecieron inicialmente en cursos
de graduados y se ofrecieron ocasionalmente al nivel de grado
para crédito opcional (Costa, 1996).
Como escriben Costa y Sanderberg: “Lo/as académico/
as”, al incorporar el concepto de género, lo desperdiciaron en

194Idem, p. 394.
lugar de asimilarlo o de hacerlo más accesible a sectores signi­
ficativos del movimiento de mujeres. Inmediatamente, la ca­
tegoría de género comenzó a utilizarse en reemplazo del tér­
mino “m ujer” en todas las instancias del movimiento: Los sin­
dicatos incorporaron “demandas de género”; los movimien­
tos populares siguieron esta práctica e incluyeron los movi­
mientos de mujeres. Una vez más, las mujeres se volvieron
invisibles.
En la Academia, este estado de cosas no fue diferente.
Muchos de los así llamados estudios de género, no son más
que estudios de cuestiones de las mujeres. De igual modo,
varios núcleos universitarios y grupos de investigación de aso­
ciaciones profesionales —constituidos con el objetivo de estu­
diar las relaciones de género—permanecen bloqueados en el
ghetto de los “estudios de mujeres”: En Brasil /.../para la acade­
mia es masfácil asimilar “estudios de género” que ‘feminismo”, ya que
algunos sectores siempre lo identificaron con “defensa” y no con una
adecuada empresa científica. Por lo tanto, para un buen número de
académicas, los estudios de género eran más atractivos en el sentido de
que ellas continuaban Placiendo “estudios de las mujeres” sin correr el
riesgo de ser identificadas con el feminismo. Son lo que las activistas
feministas han denominado, de manera sarcástica, “lasgenéricas”.'9*
En efecto, la búsqueda de rigor científico y de excelen­
cia (según fue definida por los estándares científicos sociales
positivistas convencionales) y una orientación hacia los estu­
dios empíricos unidos a la rígida estructura de la Universidad
impidió el diálogo entre las eruditas feministas de diferentes
disciplinas, obstaculizando considerablemente no solo el de­
sarrollo de prácticas interdisciplinarias y discusiones teórico-
metodológicas, sino también, y de manera más importante, el

195Idem, p. 395-96.
cuestionamiento del canon científico -una de las facetas fun­
damentales de gran número de feministas eruditas. Según
Castro y Lavinas (1992), esta falta de diálogo en sentido
epistemológico amplio ha llevado a las feministas eruditas de
Brasil a lo que ellas mismas denominan “endogamia intelec­
tual”: sólo se citan entre ellas.
Para comprender esta aceptación contextual del género,
es importante darse cuenta que el feminismo académico bra­
sileño permanece suspendido en la encrucijada de dos corrien-
tes teóricas diferentes. U n camino nos lleva al estructuralismo
francés, con su énfasis en la complementariedad (junto con el
ideal de igualdad y la refutación de la diferencia), mientras
que el otro nos manda al postestructuralismo norteamerica­
no, con su énfasis en la alteridad y la politización de la diferen­
cia (Lia Machado, 1997). De acuerdo con Machado, el femi­
nismo francés y su puesta en primer plano de la diferencia a
través de la deconstrucción no permeó en Francia plenamente
el campo de la antropología, la sociología y la historia. Su lu­
gar institucional pelrmaneció en la literatura y los estudios
psicoanalíticos. Como señala Machado, en Francia las femi­
nistas que trabajan en el campo de la antropología, la sociolo­
gía y la historia no desafiaron el canon de esas disciplinas, sino
que introdujeron a través del feminismo, nuevos asuntos te­
máticos y aproximaciones analíticas. En el contexto de EEUU,
por el contrarío, las feministas intervinieron en la Academia
de forma mucho más radical, modificando el canon estableci­
do y creando nuevas epistemologías.
Uno de los resultados de esta particular combinación de
tendencias teóricas que tuvo lugar en el feminismo brasileño
en los años ochenta y principios de los noventa es que un gran
número de profesionales de las ciencias sociales (en contraste
con muchas, sino con la mayoría, de las feministas eruditas de
humanidades) abrazó el término “estudios de género” de ma­
nera más entusiasta que sus pares literatas, quienes todavía se
mantenían en el significado “mujer”. El primer grupo perci­
bía el género como un término científicamente más riguroso
que “estudios feministas” o “de mujeres”. “Estudios de las
mujeres” les parecía demasiado esenciaíista y “estudios femi­
nistas” les sonaba demasiado militante y, por lo tanto, ni obje­
tivo ni sistemático. Esta controversia captura muy bien el he­
cho de que para ponderar cuán satisfactoriamente viaja el gé­
nero, es necesario examinar exhaustivamente las restricciones
analíticas e históricas que residen en la articulación de la dife­
rencia (John, 1996). Otra limitación crucial, que analicé en un
artículo anterior, es el hecho de que las Universidades brasile­
ñas, se encuentran hasta el día de hoy, entre las instituciones
más elitistas y por consiguiente, más blancas.
Como Scott misma (1988) expresó, preocupada por la
facilidad con que el género había entrado en la Academia, gé­
nero parece ajustarse a la terminología científica de las ciencias sociales y
en consecuencia se disocia de las (supuestamente estridentes) políticas
delfeminismo. /.. ./N o conlleva una necesaria declaración sobre la des­
igualdad o el poder ni nombra la penosa (y hasta hoy) parte invisible
(P- 31)- _
Otra apropiación problemática de género no sólo en el
feminismo de Brasil sino también en el latinoamericano, con
efectos desfavorables para su campo de estudios -efectos que
ya estaban tomando forma en los años noventa- se debe ob­
servar en la excesiva proliferación de estudios sobre la mascu-
linidad. La lógica de la translación, en este caso, opera de la
siguiente forma. Dado que “género” es un concepto relacional,
se íes confió una pesada carga a las investigadoras aplicadas a
develar las perversas operaciones del sistema del. género: es
decir, que para estudiar a las mujeres tenían que estudiar tam­
bién a los varones. Actualmente esta tendencia en los estudios
de género está plenamente consolidada en la Academia brasi­
leña debido, en especial, a la contribución de agencias guber­
namentales y nacionales e instituciones filantrópicas interna-
dónales. De hecho, la focalización sobre los varones y la mas­
culinidad fue resultado de la necesidad de comprender mejor
la participación de los varones en la salud reproductiva de las
mujeres y surgió como agenda de investigación de las femi­
nistas en América Latina luego de las conferencias sobre salud
reproductiva y sobre violencia en El Cairo (1994), y de la dis­
cusión sobre violencia sexual contra las mujeres en la Confe­
rencia de Pekín (1995).196
Aunque no es en absoluto mi intención aquí condenar
en masa los estudids sobre masculinidad en Brasil, considero
preocupante, entre otras cosas, que en muchos casos, esos es­
tudios escapen a ía articulación de una perspectiva crítica fe­
minista. Solo para dar un ejemplo inquietante, en una confe­
rencia nacional de mi Universidad sobre estudios de género,
escuché una ponencia donde la propuesta de la autora era ana­
lizar 1a percepción de los hombres del aborto. Lo que encuen­
tro incómodo respecto de esta reciente y arrolladora preocu­
pación por los varones y la masculinidad, a pesar de las recien­
tes y agudas observaciones y de ios nuevos interrogantes que
aportaron el análisis feminista del género y la sexualidad, es
que en tanto carecemos de suficientes informes sobre la per­
cepción de las mujeres del aborto, parece un poco apresurado
abandonar las descripciones femeninas de esta experiencia, para
dedicamos nosotras mismas a la contemplación de las expe­
riencias de los varones. Como si no fuera suficiente que las
mujeres se volvieran género en los años ochenta, temo el he­
cho de que, a partir de los noventa, el género se esté volviendo
masculinidad y varones, y este sea otra vez el foco de la aten­
ción analítica. Parece como si hubiéramos terminado en el

196 C£ Teresa Valdes (2000) para el análisis del surgimiento de estudios sobre
masculinidad como una de las tres áreas de investigación de las feministas de la
región.
punto de partida, en lá prehistoria de los estudios feministas.
Como escribió una crítica en EEUU respecto del siempre
expansible saber sobre la masculinidad, demasiado a menudo
el estudio de la masculinidad parece alcanzarse a costa del es­
tudio de las mujeres, con ía desafortunada implicación de que
los problemas sobre las mujeres han perdido interés o son tan
familiares que ya no hay que cuestionarlos más. Además, cuan­
do la investigación presta mayor atención a las preocupacio­
nes del género y a la fragilidad de vínculos entre los varones,
tiende a ignorar los fuertes lazos entre masculinidad, poder
patriarcal y privilegio.197
Adriana Piscitelli (1998), expresa también algo pertur­
bador* Por un lado, la reciente explosión de estudios sobre mas-
culínidad y, por otro, la distancia creciente entre estudios fe­
ministas y estudios de género en el contexto de la Academia
brasileña, identifican un vínculo problemático entre la mas­
culinidad y los varones. Como ella escribe, estudiar las mas-
culinidades centrándolas en su asociación con los varones im­
pone limitaciones al análisis desde la perspectiva del género.
Pero no se trata solo de eso. Análisis concretos que examinan
las relaciones entre masculinidades hegemónicas y subalter­
nas han mostrado los matices de la masculinidad. Pero al mis­
mo tiempo han revelado la falta de un análisis de la compleji­
dad equivalente respecto de las femineidades. Y he aquí lo que
considero “perverso”. Consciente, desde una perspectiva
relacional, de los riesgos que podría implicar un énfasis en las
femineidades —riesgos que han sido exhaustivamente debati­
dos en los círculos feministas—no puedo menos que conside­
rar a ias “ciencias de la masculinidad” un retroceso.198

197 Cf. Adams (2000), p. 467-8.


m ldem. p.157.
Pero debo subrayar que ha habido otras apropiaciones
de género en el contexto brasileño, políticamente más progre­
sistas. Un buen ejemplo es el estudio de los viajes Norte-Sur
del concepto (Thayer, 1999). La autora muestra cómo la mi^-
gración discursiva de “género” y sus traducciones eclécticas y
contextualmente específicas fueron más radicales que las per­
mitidas por la mayoría de los modelos de transmisión Norte-
Sur del continente americano, y por lo tanto iluminaron la
diversidad de fuerzas , implicadas en tal dislocación geográfi­
ca.199 La autora hacé evidente cómo estos factores complican
infinitamente cualquier movimiento de conceptos y catego­
rías a través de fronteras geográficas, políticas y epistemológicas.
Su argumento es que en la instancia de las O N G ’s y las OSS,
la migración de género no terminó en traducciones / apropia­
ciones despolitizadas. En el contexto brasileño de las luchas
por la democratización, el colectivo de las corporaciones OSS
articuló discursivamente el género al concepto de ciudadanía,
convirtiéndose pop lo tanto en un instrumento crucial la de­
manda de derechos políticos, en un movimiento que fue des­
de los cuerpos generizados a los cuerpos politizados. Thayer
concluye que las barreras económicas y discursivas impiden
que las teorías feministas y los conceptos vayan en la dirección
opuesta (Sur-Norte). Es forzoso que un movimiento femi­
nista transnacional abra espacios que perm itan mayor
horizontalidad y simetría en el flujo global de las teorías, los
conceptos y las identidades.
¿Más allá del género? A pesar de que el género es una de
las propuestas más importantes de la teoría feminista (Flax,
1990), sigue siendo todavía -pienso- un terreno epistemológico
muy frágil; especialmente, dada su historia de traducciones

tw Por ejemplo, dada la financiación de instituciones internacionales, los dis­


cursos sobre ciudadanía y derechos.
inadecuadas, en parte condicionadas por factores históricamen­
te contextúales. Norma Alarcon (1990) ya ha criticado el uso
de “género” como concepto central. De acuerdo con ella, una
explicación de los mecanismos a través de los cuales una se
hace mujer debe incluir otros modos de constitución del suje­
to que vayan más allá de la oposición varón / mujer. Por ejem­
plo, en sociedades en las que las asimetrías de raza y clase son
principios fundamentales de organización, el hecho de llegar
a ser mujer debe también incluir relaciones de oposición con
otras mujeres. Esto significa que la categoría misma de mujer,
así como las formas en que se construye, debe ser igualmente
cuestionada y explicada, y no hay que considerarla sin más el
punto de partida del feminismo.
A la luz de las controversias sobre el género hasta aquí
presentadas, creo que ya es hora de que reconsideremos su
legado para apreciar hasta qué punto el concepto todavía per­
manece anclado en un proyecto feminista de transformación.
Con toda seguridad, tal reconsideración podría revelar confu­
siones conceptuales que han estorbado sus usos así como los
malentendidos sobre las operaciones de poder que lo apunta­
lan. Para atender a los respectivos consejos de Marilyn Strathern
(1988) y de Oyeronke Oyewumi (1998) es pertinente hacer
una última observación: a menudo, en las metanarrativas
eurocéntricas de género sucede que no se tiene en cuenta usual­
mente la evidencia de otros contextos culturales. Por eso, la
necesidad de que la crítica feminista sea constantemente re­
flexiva sobre su particular lugar de enunciación.
Para abordar las complejidades de la construccion.de los
sujetos hasta aquí presentadas, urge que vayamos más allá del
análisis del género, en dirección a, siguiendo la sugerencia de
Friedman (1998), una cartografía de identidades. Esto requie­
re dos cosas. Primero, conceptual izar la identidad como espa­
cios físicos y discursivos estructurados por operaciones de po­
der. Estos espacios nunca son fijos, consisten en campos en
movimiento. Segundo, abandonar toda visión binaria de la
identidad. La noción de una geografía (o cartografía) de las
identidades nos permite trazar mejor el mapa de los terrenos
geopolíticos constitutivos de las identidades, incluyendo las
zonas de contacto fronterizas habitadas por identidades
(contemporáneamente) híbridas.
Para concluir, de manera tentativa deseo sostener que
siguiendo la fluida perspectiva del género (y de la identidad)
hasta aquí sugerida, las cuestiones sobre los viajes de las teo­
rías y las traducciones históricas, —así como sobre las media­
ciones culturales—adquieren relevancia teórica y urgencia po­
lítica.
Traducción: Patricia Saconi
A VUELTAS CON EL PROBLEMA
DE LOS UNIVERSALES.
GUILLERMINAS, ROSCELINAS Y
ÁBELARDAS
Celia Amorós
(Universidad Nacional de Educación a Distancia)

El venerable y siempre nuevo problema filosófico de los


universales cobra, en relación con los debates teóricos en tor­
no al feminismo, nuevas dimensiones y relevancia.200 Como
cabría esperar, a ía hora de decidir cuál es el correlato semántico
y el estatuto ontológico y epistemológico -con sus implicacio­
nes éticas y valorativas correspondientes- de términos genéri­
cos tales como “lo femenino”, “lo masculino”, “masculinidad”,
“femineidad”, tienden a reproducirse las posiciones clásicas en
torno al problema. Esquematizando un tanto las cosas, se po­

200 Este trabajo en su versión original fue una contribución a una mesa sobre
Filosofía Feminista, publicado en las Actas del 2o Congreso Híspano-Mexicano
de Filosofía Moral y Política, México-Madrid-CSIC, 1987. Se trata de una
reelaboración feminista de un problema tradicional de la filosofía: el status
ontológico de los universales. La propuesta, moderadamente nominalista, abreva
en las fuentes clásicas. Por consiguiente, no dialoga con posiciones nominalistas
más recientes desarrolladas desde puntos de mira postmodernos, que merecen,
por cierto, un artículo aparte. Sobre la relación feminismo-postmodernidad, cf.
“Feminismo, ilustración y postmodernidad” En: Amorós, C. (Comp.) Historia
de la teoría fem inista , Madrid, Dirección Grai. de Ía Mujer-Universidad
Complutense de Madrid, 1994; Tiempo de feminismo, Madrid, Cátedra, 1997.
Cap. VII; Feminismo y Filosofía, Madrid, Síntesis, 2000.
dría asimilar la posición de la corriente que -podemos conve­
nir a estos efectos que la denominación es cómoda—suele lla­
marse “feminismo de la diferencia” con la que clásicamente
ha caracterizado al “realismo de los universales”, en el sentido
de que tiende a enfatizar ontológica, epistemológica y ética­
mente el referente extralingüístico de los términos genéricos
relacionados con “lo femenino”. O, dicho de otro modo, al
decir “lo femenino” o “la femineidad” nos referiríamos a una
entidad en sentido fuerte, dotada de una sustantividad, con un
peso que trascienda el mero denotar el conjunto de los indivi­
duos pertenecientes al sexo femenino -obviamente, de lo mas­
culino podría decirse otro tanto-. El “nominalismo” -o acti­
tud filosófica consistente en atribuir a la realidad individual
todo el peso ¿óntológico y a minimizar, o bien a reducir a un
mero expediente pragmático para proceder a la denominación
de un conjunto de individuos con algún rasgo en común, el
correlato extralingüístico de los términos universales, podría
asociarsegrosso modo —pues habría mucho que matizar- con las
tendencias del fem inism o llamado de la igualdad. El
nominalismo más radical —lo que vendría a ser un Roscelina de
Compiégnes en versión feminista- asumiría que decir “la femi­
nidad” o “lo masculino” no son sinoflatus pocis y que solamen­
te hay clases de individuos que se asemejan por su pertenencia
al mismo sexo, y eso es todo.
Claro está que, desde puntos de vista nofeministas e inclu­
so añtifeministas, se pueden mantener con respecto a la cues­
tión posiciones tanto realistas como nominalistas. Para los pri­
meros, femineidad y masculinidad son esencias, universales in
re o categorías ontológicas, y el sistema llamado de sexo-géne­
ro -basado en la atribución de características genéricas esen­
ciales al hecho de pertenecer a un sexo determinado- tiene así
su fundamento in re. Se valora positivamente que así sea y se
justifica el sistema jerárquico que así se constituye, sobre la
base de la hegemonía masculina, adobándolo con la ideología
de la complementariedad. Las posiciones feministas son aquí des­
calificadas por improcedentes, por atentar en la impotencia y el
ridículo contra estabilidades esenciales. Los nominalistas nofe­
ministas —pues antifeministas no suelen denominarse- man­
tienen, por su parte, que solamente hay individuos y que los
rasgos comunes que se derivan de la pertenencia a un deter­
minado sexo no tienen mayor relevancia ontológica -ni social
ni cultural, por tanto™. A ellos les es indiferente ~son así de
igualitarios™ que las cargas de responsabilidad, las posiciones
de prestigio de las que se desprende un reconocimiento social
las desempeñan hombres y mujeres: somos iguales ¿que más
da? Ergo, da igual que en el Gobierno y en el Parlamento no
haya prácticamente más que hombres y que ellos monopolicen
las pautas de la vida pública, social y cultural —es decir, los
espacios del reconocimiento, de los sujetos del contrato so­
cial—.201 Para estos nominalistas radicales las actitudes feminis­
tas son descalificadas no tanto por ser inadecuadas como por
superfinas: la sociedad de individuos la tenemos ya, por lo visto.
Sólo que da la casualidad de que unos parecen ser más indivi­
duos que otros: el sistema sexo-género parece flotar sobre la ca­
sualidad; no hay por qué reconocer la existencia de un sistema
de dominación cuyo estatuto ontológico no podría tener bases
esenciales, y en lugar de ser feminista se trataría de buscar el
atajo -siempre el espejismo de los atajos™ y de ser, simplemen­
te, persona.202

201Sobre la relación feminismo-contractualismo, cf. Pateman, C. El contrato sexual,


Barcelona, Anthropos, 1995.
2)2 Cf. Espacio de iguales, espacio de idénticas: notas sobre poder y principio de individua­
ción, Arbor, CXXV11I, 1987, y “Etica y feminismo”, en Guariglia, O. (ed.) Cues­
tiones morales. Enciclopedia Iberoamericana de Filosofía, vol.XIÍ, Madrid, Trotta, 1996.
De este modo, si se cruza el debate -moderno- sobre el
feminismo con el —antiguo- sobre el problema de los universa­
les, nos encontramos con que existen posiciones que podría­
mos llamar realistas -(obviamente, en el sentido técnico precisó
que tiene el término “realismo” en el contexto del venerable
problema de los universales)-feministas, realistas antifeministas (o
no feministas, al menos), por una parte; por otra, tendríamos
nominalistasfeministas. Pues bien, si se acepta modo este in­
tento de clasificación ¿en qué se diferencian las/los realistas fe­
ministas de las/los réalistas antifeministas? Y otro tanto nos po­
dríamos plantear con respecto a las/los nominalistas. Quizás a
la luz de este intento de clasificación, que intenta serlo a la vez
de clarificación, se pueda poner de manifiesto que es lo que im­
plica el feminismo desde el punto de vista filosófico y, más
específicamente, desde un punto de vista ético.
La polémica con los realistas antifeministas quizás no tiene en
este contexto demasiado interés. Pocos mantendrían en senti­
do fuerte una posidón cada vez más impresentable en socie­
dad y “en cultura” y a la que se suele contraargumentar en térmi­
nos históricos y sociológicos: la mutabilidad de los contenidos
de sus presuntas “esencias” de lo masculino y lo femenino, su
plasticidad, etc. etc. Sería tedioso repetirlos aquí. Pero -y no
digamos en lo que al feminismo concierne- hay gente para
todo, y, como lo han recordado en trabajos recientes Amelia
Valcárcel y Raquel Osborne —en su trabajo sobre Simmel-, la
fenomenología ha vuelto sobre versiones sofisticadas y ligera­
mente modernizadas a aderezar el eidos de “la mujer”, etc.203

203 Osborne R. “Símmel y la cultura femenina. (Las múltiples lecturas de unos


viejos textos)”. En: Osborne, R. Las mujeres en ¡a encrucijada de la sexualidad, Bar­
celona, LaSal, 1989. De Amelia Valcárcel pueden consultarse Sexo y Filosofía.
Sobre umujer” y “poder” Barcelona, Anthropos, 1991; La Política de las Mujeres,
Madrid, Cátedra, 1997.
Desde el punto de vista ético siempre se podría decir en todo
caso que, aun si estos presuntos eiáe tuvieran, efectivamente,
bastante que ver con la “natura” -pues en este punto la fenome­
nología, tan antinaturalista en sus orígenes husserlíanos, llega
a un curioso contubernio con el biologicismo más trivial-, la
razón práctica siempre puede permitirse decir aquello de “pues
peor para la natura” —y para las eide tan fenomenológicamente
depuradas, de paso-. Y el feminismo despacharía así tranquila­
mente el problema.
Por el contrario, la discusión con lo que hemos llamado
-a efectos del planteamiento que aquí hemos puesto™ el “fe­
minismo realista” o “realismo feminista” es más interesante,
por supuesto, y más compleja. Sin llamarle así, sino bajo la
denominación que se le da como una corriente -al menos,
para entendernos de entrada—en las polémicas teóricas internas
al movimiento: “feminismo de la diferencia”, nos hemos ocu­
pado de dialogar y discutir con esta posición, como también lo
ha hecho Amelia Valcárcel, en varias ocasiones y contextos. En
cierto modo, tienen en común con el antifeminismo tradicio­
nal el esencialismo, la asunción de características propias de lo
femenino, ora poniendo el énfasis en su enraizamiento bioló­
gico, ora en la configuración socio-cultural de una manera de
experimentar la relación con el mundo y con la vida que sería
específicamente femenina. Se distinguen, claro está, radicalmen­
te del realismo tradicional antifeminsita (pués feministas son,
y sólo se podría poner esto en duda desde posiciones sectarias)
en su valoración ética, positiva y magnificadora, de tales carac­
terísticas esenciales; de este modo se propone -en los casos
más combativos (hay feminismos estoicos, etc.)- un modelo
de sociedad alternativo al patriarcal sobre la base de tales valores
y se los canoniza en el ámbito del deber ser ; ora contando con
que los varones cambien sus estimaciones valorativas y reco­
nozcan -en pie de igualdad, pues el reconocimiento no puede
darse nunca sobre otras bases—las excelencias de nuestra dife-
(
renda para coexistir con ella en la complementariedad pero sin
oprimirla -complementariedad sin jerarquía-; ora propugnan­
do que los hombres se hagan cada vez más femeninos, algo así
como una feminización general de la sociedad y de la cultura
dándoles a los varones la oportunidad del reciclaje; ora
reinvindicando una era de implantación hegemónica de lo fe­
menino frente a y sobre un patriarcado decadente y en vías de
extinción, tomando el relevo de la gran crisis civilizatoria. Cabe
también acelerar poj vías expeditivas y metonímico-Iiterarias
el proceso de extinción del sexo-género hasta ahora hegemóni-
co mediante la liquidación física de los individuos a él perte­
necientes. Atrocidad, sin duda, pero teniendo en cuenta las
masacres, los genocidios y los programas habría que rasgarse las
vestiduras no píenos, desde luego, pero más quizás tampoco.
Sobre la propuesta de marcar ámbitos diferenciados en base
a una especie de acuerdo de “tanto monta, monta tanto” para
ambos colectivos (parece que de las últimas investigaciones
antropológicas se desprende que un equilibrio de este tipo debió
regular las sociedades paleolíticas de cazadores-recolectores204:
la tendencia rousseauniana a la promoción de los orígenes al
deseable deber ser es bastante típica en ciertos sectores ideoló­
gicos del movimiento) habría que hacer algunas observaciones.
En primer lugar, que ya no se dan las condiciones ni la necesi­
dad de una forma de división sexual del trabajo para la pro­
ducción de la vida material que pudiera sustentar este eventual
equilibrio (digo eventual equilibrio porque, en definitiva, in­
cluso en estas sociedades acéfalas, parece que el poder político
que, si no es el poder propiamente dicho, al menos se parece
bastante al analogado supremo en materia de poder, se reía-

204Al mito del matriarcado siguió el llamado “mito del cazador” y ahora parece
que le toca el turno al “equilibrio complementario de los orígenes”. Cf. F.
Héritier, 1978; N. Taúner y A. Zilhman, 1970, Testart, 1986.
ciona con el control de las armas, etc., lo tenían los varones).
La dependencia económica recíproca de la pareja paleolítica -en la
medida en que la había- estaba en función del sistema de pres­
taciones recíprocas entre ambos colectivos en cuanto tales, si­
tuación obviamente impensable en nuestras sociedades com­
plejas, en que la división deí trabajo social sigue otras pautas
mucho más variopintas, como es bien sabido, y no pasa por el
meridiano que separa los sexo-géneros. Lo que, sin embargo,
este meridiano sigue marcando en líneas generales es la sepa­
ración de los espacios de lo público y lo privado, espacios que,
como lo ha mostrado Cristina Molina, por mucho que sus
contenidos hayan podido variar históricamente, se correspon­
den en el del reconocimiento, el de la valoración social, el de
lo que.se ve y es expuesto a la luz pública -dicho de otro modo,
el espacio de los sujetos del contrato social- y el de lo que se
sustrae al reconocimiento público, lo in-significante o no-
significante, lo que no se ve, en suma, y no es valorado social-
mente.2íb (Algunos sospechan que en esta esfera se acumulan
dosis inmensas de poder paralelo, Hay en ello bastante exage­
ración: lo tienen pocas mujeres, sólo en ciertas etapas de su
vida, sólo si se pliegan a ciertas reglas del juego de los roles y
sólo en determinados círculos y clases sociales. Y, aún así, con
esas “especies” no se compra nada en la otra esfera si no se
traducen en la moneda de lo que se reconoce y se cotiza en el
espacio público, espacio que definen y controlan, en defi­
nitiva, los varones). Pues bien, hay una propuesta que viene a
decir algo así como “hagamos que lo privado sea reconocido del

21,5Cf. Amorós, C. (comp.) Feminismo e ilustración (1988-1992), Madrid, Institu­


to de Investigaciones Feministas-Universidad Complutense de Madrid, 1992;
Molina Petit, C. “El feminismo en la crisis del proyecto ilustrado” En: Sistema,
99,1990; y especialmente, Dialécticafeminista déla Ilustración, Madríd-Barcelona,
Comunidad de Madrid-Anthropos, 1994, entre otros.
mismo modo que se reconoce lo público”, reivindiquemos el
palor de lo privado y tratemos de imponer su re-conocimiento.
(El tema del salario del ama de casa, digamos aquí de pasada,
vendría a ser el trasunto de esta posición en el plano económi­
co). Cuando, justamente, quien está en el espacio privado ca­
rece de poder para implantar el reconocimiento de nada y, si la
iniciativa hubiera de provenir de los pobladores cuasi-mono-
polizadores del espacio de lo público, sería el primer caso, in­
sólito en la historia, en que el grupo que detenta los valores
dominantes se dejarn imponer el reconocimiento de los valo­
res asociados con las prácticas y los símbolos de los domina­
dos. Vendría a ser algo parecido a la típica hipocresía paternalista
de cierta derecha tradicional, que canta los ditirambios a las
excelencias d^l trabajo manual y lo considera “tan importante
y digno” conio el intelectual -aunque pondría el grito en el
cielo si lo pagaran igual, pues para eso tiene “él” estudios-, y
su “complementario”; hasta llega a reconocer gustosa que es la
condición de posibilidad de sus actividades y de su espacio, pero
por nada del mundo querría verse en el pellejo de la mucha­
cha de servicio ni del peón de albañil ni asumir una mínima
cuota de estas servidumbres para liberar a los otros si se les
diera la oportunidad). No nos engañemos: quien tiene el po­
der y puede elegir —¿cómo podría ser de otro modo?—elige la
mejor parte, y es en esa parte donde hemos de hacer presión
para que se nos ceda nuestro espacio en ella. Se dirá que quizás es
la mejor parte social y culturalmente hablando, pero no desde
el punto de vista ético, y que, por tanto, es indiferente -de nuevo
la adiaphora de los estoicos—el reivindicarla. Pero hay que su­
brayar que lo ético no está (tanto) en una calidad del contenido
de ese espacio en sí mismo (a lo mejor también, y quizás en
los espacios privilegiados de ia vida social y cultural sea más
fácil ser bueno agathos—. O ser malo, quizás, pero al menos
sería una opción, y siempre es bueno tener más opciones, aun­
que sea para ser maio). No se trata, pues, tanto del contenido
del espacio en sí como de laformalidad de que sea accesible a
todos. Se trata, en definitiva, de que la especie humana deje de
ser “ese club tan restringido”, como decía Sartre. Y el estatuto
pleno del ser humano ha sido siempre definido desde, por y
para el ámbito de lo público. El reino de los fines fue pensado
para el ágora, no para el gineceo -y no se cómo desde el gine-
ceo se podría proclamar sin trampa una ciudad de los fines
alternativa. Por lo pronto, no es ciudad ni reino.
Así, pues, de las tres posibles propuestas que se despren­
den del realismo feminista de los universales -por seguir la ter­
minología que hemos sugerido™, vale la pena discutir con se­
riedad la prim era variante: “igualdad en la diferencia,
complementariedad sin opresión” (Que cosmos no oprima a
caos, siendo así que la lógica misma de las connotaciones
axiológicas marca la jerarquización). No me parece ni política­
mente viable, ni éticamente deseable, ni culturalmente estimu­
lante, pero que puede mantenerse con algún argumento razo­
nable,, con alguna “buena razón”: “lo femenino”, sea cual fuere
la tematización ontológica que de ello pueda hacerse, ha de
habilitar para sí un lugar cultural digno, si es que las mujeres
no queremos perder todo punto de referencia acerca de nues­
tra identidad y ser integradas -en una sórdida homologación-
dentro de las pautas de ese mismo patriarcado que tan poco
nos entusiasma. N o es que a las que nos llamamos feministas
de la igualdad nos guste ser como los varones; simplemente
pensamos que seguir siendo mujeres, en la medida en que eso
es algo, es lo más fácil del mundo y, por ello precisamente, no
vale la pena echarle tensión ética a la cuestión.
En cuanto a la propuesta defeminización de la sociedad, ha­
bría que decir que, o bien lo femenino es un universal in re
-algo, por tanto, que desde el punto de vista extensional se solape
con el conjunto de los individuos del sexo femenino—,en cuyo
caso la conversión masculina no parece demasiado viable por
definición, o bien es un universal ante rem, pura constelación
connotativa que planea por encima de la extensión de ambos
conjuntos de individduos y es susceptible de “realización (en
sentido gnóstico) en diferente dosis y medida por los indivi­
duos cualesquiera de ellos indistintamente. (Algo así como la
función del Padre-metáfora significante de los lacanianos y la
función de Madre-metonímica, que luego resulta no tener nada
que ver con los hombres y las mujeres reales y concretas, aun­
que estadísticamente parece ser que los primeros suelen des­
empeñar la primera casi siempre -que es la buena, claro-). El
inconveniente del manejo explicativo y polémico de este uni­
versal ante rem es que lleva a conclusiones paradójicas, como la
de que la Thatcher no es, en realidad, una mujer -con lo que
jamás hay, por definición, contraejemplo posible para la hipóte­
sis de que lo femenino sea una esencia; por la misma regla de
tres, Bokassafio es un negro, un calzonazos, no es un hombre,
etc. Ciertamente, el uso del lenguaje ordinario en los marcos
ideológicos del sistema sexo-género (sus chistes, sus sarcas­
mos, sus comentarjos, etc.) propicia, como su ontología sub­
yacente, este realismo extremo de los universales, en el que
viene a resultar que el universal ante rem, el género y su evi­
dencia a priori se impone sobre y contradice la constatación
empírica de la pertenencia del individuo al conjunto que,
extensionálmente considerado, se supone que le serviría de
base. Mujer empírica y mujer simbólica se contraponen así tanto
para el lenguaje sexista tradicional como para el feminismo de
la diferencia en esta versión del realismo exagerado de los uni­
versales. Serían sus propugnadoras dignas discípulas de
Guillermo de Champeaux, con la paradoja de que la diferencia
ya no diferenciaría a las mujeres, sino que irradiaría y se difun­
diría sin distinción de sexo entre todos los seres humanos. Cu­
riosamente, pues, este realismo exagerado de los universales
referido a los supuestos contenidos esenciales del genérico fe­
menino, al proponer paradójicamente la universalización de la
diferencia valorada como “lo bueno” —en lugar de tomarla como
base de una equilibrada compíementarieáad o de una segregación
más o menos violenta del colectivo de los varones- viene a
converger con el nominalismo. Pues si es indiferente que sean
individuos de uno u otro sexó los que realicen las esencias, si
resulta que ni la feminidad es patrimonio de las mujeres ni la
masculinidad lo es de los hombres, cabe preguntarse á quoi bon
seguir hablando entonces de la parte femenina y de la parte
masculina de cada cual, cuando se acepta que los referentes se
diluyen.
Parece como si de aquí se pudiera concluir tranquila­
mente que el problema está liquidado, y vendríamos a encon­
trarnos con los nominalistas no feministas, para quienes esta­
mos ya en una sociedad de individuos (y, si no lo estamos del
todo, es porque no nos acabamos de liberar de lastres
ancestrales, pero todo es cuestión de dejar tiempo al tiempo).
Las nominalistasfeministas, sin embargo, amantes de los paisajes
desérticos quineanos, el sobrio telón desfondo de la igualdad,
despoblados de problemáticas y enojosas esencias, aceptamos,
por una parte, como nominalistas éticas, que sólo deben existir
los individuos y que el reino de los fines solamente puede ser
realizado en serio y sin trampa sobre la base de la separación
. del sistema de género-sexo. La ciudad de los fines se constru­
ye en precario sobre cimientos precívicos como la adjetividad
de los gineceos. A título de nominalistas ontológicas -pensamos
con Sartre que el nominalismo ético queda desguarnecido sin
el apoyo de una posición nominalista ontológica sui-generis,
que vamos a matizar enseguida- afirmamos, como Antístenes
frente a Platón, que vemos a Guillermina, a Roscelina, a Eloísa
y a Abe larda, pero no la feminidad. No obstante, afirmamos a
la vez que existe un sistema de dominación masculino-patriar-
cal, o androcéntrico si se prefiere, que éticamente debemos
luchar contra él porque es injusto y que carece de soporte
ontológico esencial. Se nos dirá que tampoco las clases socia­
les son categorías ontológicas —al menos desde posiciones no
lukacsianas—y, sin embargo, no cabe duda de que existen. Pero
tiene bases socioeconómicas conceptualizadas por el materia­
lismo histórico, bases que, en desacuerdo con las llamadas femi­
nistas materialistas, no creemos -la discusión se saldría de este
contexto™ que sean transplantables, ni aun con sus mutatis
mutandis, al llamado sistema sexo-género. Puestas así las cosas,
venimos a decir con respecto a las esencias aquello de “yo no
creo en las brujas, pero haberlas las hay”. Lo cual, en cierto modo,
es lo que, desde Abelardo, han dicho los conceptualistas o, si
se prefiere llamarlos así, los nominalistas moderados. En el caso
que aquí nos ocupa, hablaremos sin duda de constructos ideo­
lógicos, pero no somos tan ingenuas como para creer que un
sistema de dominación pueda descansar sólo sobre constructos
ideológicos,rpor potentes que éstos sean. U n sistema de do­
minación es un conjunto de practicas y de representaciones sim­
bólicas conscientes e inconscientes que tienen, ejercen y en el
que se insertan los individuos de tal manera que, siendo éstos
quienes lo nutren áe su sustancia y lo hacen ser —el sistema es
constituido-, es el sistema a su vez quien los troquela y confi­
gura de forma que reproduzcan in re unos universales en serie
-en el sentido sartreano de totalidades deshilacliadas que no
llegan a totalizarse en acto en ninguna parte... Apuntamos aquí
-sería imposible en esté espacio desarrollarla- a una teoría que
nos gustaría llamar nominalista del patriarcado, inspirada en bue­
na medida en las posiciones del segundo Sartre.206 Se trataría
de elaborar los distintos niveles de cohesión totalizadora -con su
precario efecto virtual de estabilización ontológica, constante­
mente intentada y nunca lograda—que tienen las prácticas rea­
les —pues el verdadero ens realissimus son las prácticas concretas
de individuos de carne y hueso—, prácticas que producen la

206 Cf. “Notas para una teoría nominalista del patriarcado” Asparkta,1992.1.
situación de inferiorización y subordinación en que se encuen­
tra el colectivo de las mujeres. Situación que estas últimas asu­
men en la complicidad y la superación a la vez... En buena me­
dida seguimos siendo objeto de pactos simbólicos, entre..varones,
pero estos pactos no suelen tener estatuto de práctica concertada,
grupo de fusión, se diría en la jerga de Sartre, sino raras veces
en que la hegemonía patriarcal se pone a la defensiva; sólo en
algunos casos se llega a ciertas formas de coagulación institucio­
nal -el control del aborto, por ejemplo, como forma de mono­
polio patriarcal de la instancia de reconocimiento, de la legiti­
mación de la vida frente al hecho de darla-; en la mayoría de los
casos se trata de prácticas dispersas reguladas por esquemas sim­
bólicos que brotan y son diseñados en el curso de las propias
prácticas a las que, a su vez, orientan y modulan. No se trata,
pues, de que carezca de entidad el patriarcado como sistema
de pactos de reconocimiento entre los varones con sus formas de
ejercicio del poder y de la hegemonía, su ideología y sus me­
canismos institucionales: sólo que no se trata de una esencia,
ni siquiera en diferentes grados de participación, sino de
condicionamientos en serie —reconocimientos en cadena de
una identidad especular cuyo núcleo esencial no está, sin embar­
go, localizado en ninguna parte-; de sistema de prácticas
objetivadas y grabadas en todos los niveles y las mediaciones so­
ciales y materiales. De este tipo de nominalismo no habría de
derivarse necesariamente un individualismo metodológico,
sino una concepción de los sistemas de dominación como algo
cuya textura ontológica, sólida y liviana a la vez, no inmuniza
contra la responsabilidad ética de todos los individuos, opreso­
res y oprimidos en distintos grados y formas, en él implicados.
Quizás este intento de establecer estas precisiones pue­
da salir al paso de situaciones muy curiosas y recurrentes en
los debates sobre el feminismo con participación de los varo­
nes. Cuando se enteran de que no vamos diretamente contra
ellos como personas sino que entramos, todas analíticas, en
una tematización del patriarcado como sistema de dominación,
ellos, claro está, también están en contra como el que más, son
colaboradores natos de nuestras filas y nadie se da por aludido.
Como, evidentemente, nadie es el patriarcado ni un sistema
de dominación -caeríamos en un error categorial en el senti­
do ryleano-, todo el mundo se queda tranquilo y parece aqué­
llo de “entre todos la matamos y ella sola se murió”.207 Y, en
cuanto a las mujeres, profesamos a veces —hay que ser
autocríticas- un feminismo un tanto barroco del horror vacui
en donde el expediente de la ontologización -la feminidad
como depositaría, de valores y pauta del deber ser—puede ser
una coartada para la imaginación ética que pide Victoria Camps.
La disolución de las categorías ontológicas se paga al precio de
tener que lüibilitar registros éticos en espacios antaño codifica­
dos... Los nominalismos, históricamente son solidarios de los
procesos que llama G. Deleuze de descodificación, de liberación
de flujos descodificados, La crisis de la sociedad estamental
trajo consigo el nominalismo del XIV y la emergencia del
protagonismo ético-ontológico del individuo, que se autoac»,
tualizada construyendo su ser y su norma desde lo que Duns
Scoto llamaba la ultima solitude. La descodificación del sistema
sexo-género es la más radical de las descodificaciones que ha
producido una historia en que la héxis, la tensión ética, se pre­
senta como la última figura del conatus y ocupa todos los espa­
cios problemáticos que Sartre llamaba de descompresión del ser.
Radicalizada la héxis, porque el reino de los fines exige una

21,7 Habría que decir: Ud. ciertamente no es el patriarcado. Pero admita que el
patriarcado tienen algo que ver con Ud., aunque no sea ni el arquetipo viril que
ha analizado Amparo Moreno, ni la quintaesencia del “machismo”, ni un mons­
truo de la misoginia. Cf. Moreno-Sarda, A. El arquetipo viril protagonista de la
historia, Barcelona, LaSai, 1986.
forma de reciprocidad en uno de cuyos polos no es tolerable
que se instale el ejemplar de un genérico percibido como mo­
dulación tan peculiar de lo humano que no es, en rigor, reco­
nocido como igual. Las diferencias y complementariedades han
de serlo de individuos, no de sexos-género. Los individuos son,
sin duda, un presupuesto de la ética. Derivar valores de esen­
cias genéricas es incurrir de nuevo en una forma de falacia na­
turalista. Pero mientras hay un sistema que otorga una hege­
monía a un conjunto de individuos sobre otro en función de
su sexo, se fabricarán -todo poder es paranoico- delirios esen­
ciales y definiciones de roles genéricos que bloquean el acceso
al estatuto pleno de individuo. Así, desde cierto punto de vis­
ta, puede decirse que el nominalismo es la etapa superior delfemi­
nismo si y sólo si el nominalismo reconoce al feminismo como
la mediación sine qua non, el trámite que no es posible abreviar
sin trampa para construir una sociedad de individuos. Desde
otro punto de vista, elfeminismo es la etapa superior del nominalismo
en cuanto que sólo el feminismo toma en serio la realización
de sus condiciones de posibilidad. Si no hay individuos, dice
Javier Muguerza, no hay ética. De acuerdo. Pero sin una ética
-y seguramente una ontología feministas—no hay individuos.
FILOSOFÍA FEMINISTA Y UTOPÍA:
UNA ALIANZA PODEROSA
María Isabel Santa Cruz, Margarita Roulet,
Ana María Bach
(Universidad de Buenos Aires)

Aunque hoy en nuestro país sería visto como excesiva­


mente reaccionario quien se negara a aceptar el lugar de los
estudios feministas en la universidad, la filosofía académica
dominante sigue considerando periférico, cuando no superfluo,
lo que da a veces en llamar “cuestiones sobre las mujeres”. La
institucionalización de este tipo de trabajo intelectual se pro­
duce tardíamente en la Argentina, favorecido por el clima cul­
tural e ideológico que se instala con la recuperación de la demo­
cracia, a partir de 1984. En nuestro caso, el trabajo filosófico,
que se ha ido afianzando en los últimos años, aparece más como
reflejo de los desarrollos teóricos llevados a cabo en los países
centrales que como resultado de las luchas políticas de los
movimientos de mujeres. Nuestros análisis dependen así en
enorme medida de los que se llevan a cabo en Estados Unidos y
en Europa y pretenden insertarse en el campo de los debates
feministas contemporáneos, a los que creemos poder contribuir.
Nuestra preocupación por plantear una dimensión utópica para
feminismo no es nueva. En efecto, en 1991 en un trabajo cola-
borativo en el que también participaron María Luisa Femenías
y Alicia Gianella planteábamos la necesidad de pensar en una
sociedad complejamente igualitaria como una estructura no
existente como real pero sí existente como posible, a partir de la
noción de objeto virtual de Lefebvre.208
Aunque desconfiamos de los localismos filosóficos, no es
casual nuestro sostenido interés por la cuestión de las utopías.
En nuestro continente la necesidad de cambios sociales
profundos es más acuciante que en los países desarrollados; en
consecuencia, como mujeres y como latinoamericanas no
podemos renunciar a los ideales políticos que el pensamiento
utópico posibilita. En ese sentido, este trabajo apunta en esa
dirección: no ofrecemos una forma específica de futuro,
proponer un modelo es otra historia.
Tradicionalmente se ha planteado un divorcio entre utopía
y filosofía debido a que no se ha considerado al pensamiento
utópico como filosófico. Sin embargo, cabría pensar si la
separación entre utopía y filosofía no responde, más bien, al
afán dicotómico que es frecuente en el pensamiento patriarcal y
que conduce, muchas veces, a falsos dilemas. Si esto fuera así,
valdría la pena examinar más atentamente la relación entre utopía
y filosofía con el fin de determinar si un componente utópico
puede ser fértil para la teoría feminista. En ese sentido, el objetivo
de este trabajo es mostrar que, efectivamente, el pensamiento
utópico tiene cabida y vigencia en la filosofía feminista. Creemos
que cierta dimensión utópica —a modo de idea reguladora- es
un componente necesario en este campo porque, en función de
lo que se considera una organización social mejor, es posible
tanto la interpretación del pasado y del presente como el impulso
de prácticas orientadas a su realización.
“Utopía” y “utopismo” son términos polisémicos; en
consecuencia, creemos que será de utilidad establecer algunas
distinciones en tomo a estos conceptos y a aquellos con los que
están vinculados para aclarar en qué sentido sostenemos la
dimensión utópica de la teoría feminista.
208Santa Cruz et a!ii, op.cit. Yol. 1.
A. El concepto de utopía es variado y extremadamente
complejo. Su complejidad proviene, en buena medida, de que
la utopía tiene una historia. Tipo de pensamiento que ha atraído
a poetas, filósofos, teóricos sociales, estadistas, arquitectos,
sociólogos, teólogos, novelistas, autores de ciencia ficción, sus
formas y funciones han variado considerablemente a lo largo
del tiempo. Para algunos pueden calificarse de utopías las dei
mundo antiguo como la de Hipódamo de Mileto, que Aristóteles
transmite en el libro II de la Política, y la República de Platón. Tal
vez también las Leyes y la narración de la Atlántida en el Tuneo y
en el Critias. Hay quienes van más atrás: utopías son la Edad de
Oro y el Paraíso. Pero en sentido estricto la utopía tiene una
fecha precisa de nacimiento, 1516, y un padre, Tomás Moro. El
descubrió la tierra de Utopía, fue el primero en denominarla y
describirla como un lugar más allá de los límites de lo real. An­
tes de la publicación de su obra no existía la palabra y, tal vez,
tampoco existiera el concepto, al menos tal como Moro lo forjó.
El esquema que introduce Moro se volverá clásico: el autor
cuenta lo que le ha narrado un viajero que conoció una tierra
inexplorada y le describe en detalle la estructura social de ese
país distante y aislado, inexistente e inventado.
“Utopía” significa “lugar que no existe”, “no lugar”. Es la
isla que no está en ninguna parte, el lugar que no existe en lugar
alguno real. Ya en algunos pocos versos preliminares, el poeta
de la Utopía de Moro señala la estrecha relación existente entre
“utopía” y “eutopía” que significa “el buen lugar”. En los siglos
que siguieron este doble aspecto ha estado presente en la
literatura utópica que ha hecho uso de lo imaginario para
proyectar lo ideal; se trata de vivir en un mundo que no puede
ser pero en el cual se desea fervientemente estar.2''9El título exacto
de la Utopía de Moro es Libellus vere aureus nec minus salutaris
qtiamfestivus de optimo reipublicae statu, deque nova ínsula Utopia.
209 Kumar, p.l.
Con el “de óptimo...” se ponía en correspondencia con una
fórmula de moda del Renacimiento. Pero ya no puede hablarse
del “mejor estado de la república” bajo las condiciones políticas
actuales. Nadie formularía hoy las propuestas de la política en
vistas a un óptimo.
En el sentido de la obra de Moro, utopía, “ningún lugar”,
es la pintura de una sociedad tan disímil de nuestra realidad
presente que se vuelve casi inimaginable. En algunas versiones
de esta tradición, la utopía es un sueño, un tipo de juego acerca
de cómo podríamos vernos a nosotros mismos, o tal vez una
inversión literaria de hábitos y roles que, como el ritual del
cambio de papeles un día en el año, refuerza el statu quo por el
resto del calendario.
En efecto, más allá del sentido de la obra de Moro, las
palabras “utopía” y “utopismo” han tenido diversos usos que
tienen en común la referencia a lo imaginario, a lo ideal o a
ambos. Sin embargo, algunas veces las palabras son usadas como
términos despectivos y/o vagos que les quita cualquier utilidad
genuina. Por ejemplo, una propuesta improbable o ímplausible
es condenada como “utópica” tenga o no un contenido idealista.
En otro uso relacionado con éste, “utópico” designa lo que es
inaceptable por diferente a lo acostumbrado o lo que contiene
demandas radicales. De modo similarar, los sueños, las fantasías,
las expresiones de ideales privados son llamados “utópicos” como
si deseo y utopía fueran sinónimos. En la entrada “Utopías and
Utopianism” de la Enciclopedia Edwards, George Kateb señala
que, hasta cuando se usan neutralmente, estas palabras tienen
un rango de cobertura muy amplio: casi cualquier clase de
idealismo -una perspectiva acerca de la buena vida, el enunciado
de principios fundamentales, la búsqueda de mayores reformas-
puede obtener el título de “utópico”. Más aún, toda descripción
literaria de sociedades imaginarias es calificada de “utópica” hasta
cuando representen horrores totalitarios o sean especulaciones
futuristas de posibilidades científicas y tecnológicas sin conexión
con idealismo alguno.
Según el mismo autor; la variedad de usos refleja mucha
experiencia histórica y es, a menudo, sintomática de las actitudes
predominantes acerca del cambio social en general. No obstante,
sugiere reservar “utopía” para la especulación de cualquier forma
literaria, concerniente a sociedades y formas de vida ideales, que
apunte a la perfección definida por posesiones comunes y no
por predilecciones personales. La perfección es concebida como
armonía, la armonía de cada hombre consigo mismo y con los
que lo rodean. La tradición del pensamiento utópico, en este
sentido restringido, está constituida, entonces, por ideas e
imágenes de armonía social.210
Con un planteo no muy diferente, Levitas afirma que la
utopía ha sido encarada en términos de uno, o más de uno, de
estos tres aspectos: forma, contenido y función.211 En el primer
y originario significado, lo que distingue a la utopía es, en efecto,
su forma literaria. Los enfoques que toman a la forma como
característica primaria de la utopía tienden a aceptar que esa
forma es la de la ficción literaria, casi “ciencia ficción” en el
sentido más amplio del término. Desde esta perspectiva, la utopía
es, ante todo una obra de ficción imaginativa en la que, a
diferencia de otras obras de ese tipo, el tema central es la sociedad
buena. Su rasgo característico es, pues, la elaboración del tema
sociopolítico idealizado en el dominio de la ficción narrativa.212
En tal sentido, la utopía no es ni un tratado teórico ni un plan de
acción. Su carácter distintivo es el de una forma literaria puesta
al servicio del análisis y de la crítica social, rasgo éste que la ha
llevado muchas veces a ser desacreditada por los teóricos sociales,

2,0 Kateb, p. 213.


211 Levitas, p. 4-5.
212 Bouchard, p. 38.
tal como antes se señaló- La utopía trata muchas de las mismas
cuestiones que la teoría social más convencional, pero en su
modo propio, modo que es muy efectivo en tanto enfoca
problemas familiares desde un ángulo no familiar y a una luz
diferente.
Tal vez el modo más corriente de aproximarse a las
construcciones utópicas es en términos de sus contenidos. De
lo que se trata, según esta perspectiva, es de determinar qué es
una utopía, esto es, de identificar cuáles son los componentes
temáticos que debe poseer un texto y a qué criterios debe re­
sponder para que se lo considere una utopía. Sí se apela al
contenido, se distingue la utopía de otras formas de sociedad
ideal, de otros tratamientos de la ciudad buena, como los mitos
de una Edad de Oro, las creencias en el milenio que vendrá o la
especulación filosófica sobre la ciudad ideal. Es indudable que
actúan elementos ficticios en esas modalidades, pero en ninguna
de ellas la forma definitoria es, como lo es en la utopía, la ficción
narrativa.
Aún cuando el rasgo primario de la utopía sea el de la
ficción imaginativa y haya una serie de ingredientes identificables
en los textos utópicos, la aproximación a la utopía en términos
de forma y/o de contenido es restrictiva. Debe reconocerse que
otros tipos de pensamiento también pertenecen al canon utópico
y es preferible entonces acercarse a la utopía en términos de
función.
B. Tal como antes señalamos, no puede definirse de modo
común a la utopía sólo por su forma literaria. Tampoco por el
contenido, porque diferentes utopías presentan contenidos muy
diversos y aun opuestos. A falta de unidad temática, debe buscarse
la unidad en su función, en su estructura funcional. Para hallar
la estructura funcional de la utopía es preciso ir más allá de los
contenidos específicos de utopías particulares. Sargisson, que
se inclina por un enfoque que privilegia la función, rechaza
enfoques del utopismo que ven la utopía como programa de
acción perfecto para el futuro y señala que esta caracterización
no es apropiada para el utopismo feminista contemporáneo.213
Argumenta en favor de un utopismo trangresor que prioriza el
proceso por sobre el producto e intenta conciliar el utopismo
con el postestructuralismo. Ahora bien, si enfocamos la utopía
en términos de función, podemos trazar una distinción entre la
utopía tal como tradicionalmente se la ha entendido y el
“pensamiento utópico” o “utopismo”. Se trata de ver sus rasgos
como una “estructura de pensamiento”.
Habitualmente se distingue a las diversas utopías, en tanto
formas del género literario, del pensamiento utópico o utopismo
entendido como pensamiento creativo y crítico que proyecta
mundos sociales alternativos que podrían realizar formas mejores
de ser basados en principios racionales y morales, o descripciones
de la naturaleza humana y su historia, o posibilidades tecno­
lógicas imaginadas. La capacidad imaginativa del pensamiento
utópico parte de la crítica de una realidad hostil y busv a proponer
la forma de cambiar esas condiciones de existencia como, por
ejemplo, la desigualdad social, la explotación económica o la
represión sexual.
Es difícil separar a la utopía del pensamiento utópico, ya
que, en cierto sentido, se implican mutuamente. Sargisson, por
ejemplo, los identifica al considerar que las utopías son formas
del pensamiento utópico, mientras que pensadores como Bloch
y Marcuse distinguen entre utopías abstractas y concretas de acuerdo
a cómo juegue en ellas el pensamiento utópico. Mientras las
abstractas son producto de sueños, las concretas son las que se
basan en una crítica social teórica. Otros autores se refieren a las
abstractas como “utopías” con una clara connotación peyorativa,
al tiempo que denominan “pensamiento utópico” a las concretas.

2,3 Sargisson, especialmente parte 3.


En las utopías, consideradas como género, se supone que
la naturaleza humana es maleable para lo mejor; así, en las utopías
clásicas ya mencionadas se conciben comunidades perfectas y
en estos casos suele hablarse de eutopías -eu-topos, el buen lugar,
el lugar de la felicidad- en el sentido de la obra de Moro que
señalamos antes. Pero hay utopías que, aunque compartan la
idea de la flexibilidad humana, exhiben una manipulación de
los seres humanos para lo peor, en cuyo caso se habla de distopías,
lugares de desorden.
El pensamiento utópico o utopismo es no sólo el que
inspira la producción de utopías sino que juega un papel genuino
en relación con el cambio futuro de las condiciones sociales
existentes, a partir de la crítica rigurosa de la realidad. Es preciso
aclarar que en esta acepción queda excluido el pensamiento de
los socialistas utópicos que representan un m om ento
precientífico de la sociología.
Aunque hay diversas relaciones entre ellas y difícilmente
se las pueda tratar en forma aislada, consideremos ahora las
características del pensamiento utópico:
—es crítico de la realidad social
—actúa como motivación para el cambio
—es intencional (intenciones relacionadas con la
convivencia social)
—tiene capacidad imaginativa
—sigue un método
-e s transgresor
En primer término, veamos cómo se entrelazan las dos
primeras características, las de crítica y de motivación. El
pensamiento utópico es una forma de crítica social que, al
proyectar mundos alternativos, ayuda a relativizar el presente y
que, al explorar alternativas concretas y posibilidades realizables,
puede conducir a cambios y a una mejor organización social.
Así el pensamiento utópico actúa como motivador, como mo­
tor de cambios, ya que al pensar en una mejoría posible del statu
quo al tiempo que da sentido al compromiso crítico, también
incita a lograr un cambio real en la acción política.
Respecto de la tercera característica mencionada, Fue
Horkheimer quien concibió a la intencionalidad como nota
distintiva del pensamiento utópico. Neussüs, que coincide en
la importancia de esta característica, señala que el rasgo
definí torio de la intención utópica consiste no en la determi­
nación positiva de lo que se quiere, sino en la negación de lo
que no se quiere, que viene dado como consecuencia de la crítica.
Distingue entre intención respecto de la forma e intención
respecto del contenido: “la intención utópica, en cuanto a su
contenido, se manifiesta en concepciones muy diversas sobre
un futuro mejor, y formalmente esas concepciones se expresan
de maneras muy diversas...” Las imágenes utópicas han cambiado
a lo largo de la historia de acuerdo con las necesidades de las
sociedades y de los individuos pero mantienen en común la
negación crítica de la época existente, con miras a un futuro
mejor. Algunos autores distinguen también la intención utópica
social de la que corresponde a las personas en tanto individuos.
Así entendido, el pensamiento utópico se define como estrategia
individual de supervivencia frente a cualquier situación inde­
seable que se plantea desde un medio hostil. Este es el recurso
que utiliza, por ejemplo, la protagonista de la película de Woody
Alien La rosapúrpura deí Cairo y que también se usa en la literatura.
Por su parte, otros autores, como, por ejemplo, Ruyer,
consideran que la nota que mejor define al pensamiento utópico
no es la intención sino el método utópico, estrechamente
relacionado con la imaginación. En efecto, la forma específica­
mente utópica es una experimentación mental de posibilidades
en la que interviene la capacidad imaginativa. El método utópico
pertenece al campo de la teoría y de la especulación; también,
aunque en un sentido no tradicional, consiste no en el cono-
cimiento de lo que existe sino en el ejercicio de un juego de las
posibles ampliaciones de la realidad. Ruyer afirma que el método
utópico está muy cerca de método hipóte tico-deductivo en lo
que hace tanto a la etapa de descubrimiento —aunque es más
audaz en la utilización de analogías—como a la forma de experi­
mento mental. Según Ruyer» a partir del método utópico, del
experimentar utópico, se alcanza la verdadera utopía cuando este
experimentar con posibilidades abre las puertas a un mundo
nuevo. Este mundo, aunque sea pequeño ha de ser completo.
La utopía alude siempre a una estructura total del mundo, al
menos a la totalidad de un mundo social y humano.214 Para este
autor, además, la utopía tiene a la vez una función de crítica y
una de construcción, y el método utópico permite conseguir el
punto de intersección de la dimensión crítica, la fantástica y la
científica o constructiva de la utopía. Sin embargo, nos parece
necesaria una aclaración: la obra de Ruyer LUtapie et les Utopies
es de 1950 y creemos que ese momento tiene que ver con su
intento de mostrar que el método utópico es científico y, por lo
tanto, lo presenta como una forma del hí p oté tico - ded u c tivo;
sin embargo, la suya no se adecúa a las interpretaciones canónicas
de este método para las que lo valioso es el contexto de justi­
ficación y no el de descubrimiento. No obstante, resulta intere­
sante postular el carácter metódico del pensamiento utópico ya
que permite diferenciarlo de un mero un juego caprichoso.
Volviendo a las características enumeradas, es a partir del
entrelazamiento de la crítica, la imaginación y el método, que
aparece la última nota riiencionada: la transgresión. Es ésta la
que diferencia al pensamiento utópico del discurso crítico teórico
tradicional, ya sea científico o filosófico. En el pensamiento
utópico la transgresión se plantea como norma, porque la com­
prensión profunda de la realidad social se logra por medio de
un distanciamiento y de una ruptura del statu quo como conse­
cuencia de la instancia crítica.
Ahora bien, según Marín la crítica utópica es ideológica
porque no se critica a sí misma. La relación entre utopía e
ideología tiene una larga tradición pero antes de abordar su
discusión creemos necesario plantear algunas cuestiones
adicionales respecto de la vinculación entre utopía y pensamiento
utópico.215
C. Cuando hablamos de utopía debemos distinguir en­
tre pensamiento utópico o utopismo y utopías como modelos.
El utopismo es una estructura de pensamiento y, en tal sentido,
es formal. Es un pensamiento que exige como condición de
posibilidad de la interpretación de la realidad presente y como
orientadora de prácticas, la presencia de una idea reguladora,
de un objeto virtual, no existente como real pero sí existente
como posible.
U topías com o m odelos son utopías provistas de
contenido, descripciones trazadas con mayor o menor detalle
de organizaciones, estructuras y relaciones sociales posibles.
Para caracterizar al pensamiento utópico, es posible
apoyarse en la idea central de “ningún lugar”, de “extraterrito­
rialidad”. Desde ese “ningún lugar” puede echarse una mirada
al exterior, a nuestra realidad, que súbitamente parece extraña,
que ya no puede darse por descontada. Así el campo de lo posible
queda abierto más allá de lo actual; es pues un campo de otras
maneras posibles de vivir. Este desarrollo de nuevas perspectivas
posibles define la función más importante de la utopía. Los
diversos modelos utópicos son los modos en los que repensamos
radicalmente la naturaleza de nuestra vida social.
Las utopías como modelos pueden dirigimos hacia formas
específicas del futuro. Pero el pensamiento utópico, como
estructura, es abierto, no fija cuál sea la naturaleza del futuro,
sino que marca una tendencia imaginativa hacia algo
radicalmente diferente* Eso tal vez no sea lo mejor ni siquiera
mejor que lo presente. Apunta a opciones nuevas, aún no explo­
radas.
Al hablar de pensamiento utópico como constitutivo de
la teoría filosófica de género, estamos tomando “utopía” no como
evasión, sino como crítica a la estructura social presente, armada
sobre relaciones de poder que comportan jerarquía y, por lo tanto,
discriminación, crítica hecha a la luz de una idea reguladora que
representa otra estructura. N o pensam os, pues, en la
construcción de una pintura de la mejor de las sociedades
posibles. En todo caso, parece si no imposible al menos
extremadamente difícil pensar que pueda existir un solo y único
mundo que sea el mejor para todos los seres humanos, dada la
inmensa complejidad de sus peculiaridades y de sus relaciones.
La idea de que hay una sociedad que es para todos la mejor en la
cual vivir suena increíble. Y la idea de que si hay una, sabemos
lo suficiente como para estar ahora en condiciones de describirla
es aún más increíble.
Al hablar de pensamiento utópico pensamos más bien en
la visión de sociedades posibles imaginables en los cuales fuera
deseable vivir. Y en las cuales se elegiría vivir, de preferencia a
cualquier otra sociedad imaginable. Al hacer esta caracterización
evitamos deliberadamente juicios de valor. No estamos diciendo
que una sociedad, por el hecho de que se prefiera vivir en ella,
sea necesariamente más buena que aquella otra en la cual no se
elegiría vivir. Sólo es más deseable. Podemos imaginar una
sociedad posible en la cual vivir, que no necesita contener a cada
uno de los que ahora viven en la sociedad real y puede contener
seres que nunca han vivido realmente. Podemos imaginar una
sociedad en la que las relaciones de género no sean relaciones
jerárquicas, marcadas por el poder. Pero debemos imaginar que
en ella quienes la habiten tendrán el derecho de imaginar
sociedades posibles y de elegir si prefieren quedarse en aquella
en la que atora viven óemigrar de ella.
Él pensamiento utópico no consiste en una específica
concepción de una sociedad posible sino en la posibilidad de
construir utopías, muchas comunidades diversas y divergentes
en las cuales las personas lleven diversas y divergentes formas
de relaciones sociales. El pensamiento utópico es un marco para
las utopías. Esto es, la estructura utópica es una suerte de forma
que puede llenarse con diferentes, coexistentes o sucesivos
contenidos, que se diseñarán sobre la base de la realidad existente,
pero no quedarán atrapados en ella. Como la realidad existente
es histórica y contingente, es preciso ensayar e ir corrigiendo los
modelos, teniendo siempre presente, como idea reguladora, una
sociedad posible, que sea preferible elegir. El pensamiento
utópico se caracteriza así por la provisionalidad que poseen sus
diversos modelos.216
Cabe aclarar que esto no nos compromete con una idea
de progreso. Porque el progreso implica que se avanza hacia
algo que es siempre mejor que lo anterior. Y, como ya señalamos,
no nos inclinamos por la idea del mejor de los mundos posibles.
Si supusiéramos que hay una única clase de realidad que es la
mejor para todos, tendríamos el problema de decidir cómo
sabemos que ella es la mejor. Se puede decidir que tal modelo
es el mejor y este modelo inmediatamente se enfrentará al
modelo que otro y otra postule como el mejor. Debería haber
un criterio exterior, un patrón de medida que permitiera decidir
cuál de ellos es el mejor, una suerte de paradigma platónico. Y,
además, supuesto que lo hubiera, deberíamos poder conocerlo.
Hay que abandonar, pues, el falso supuesto de que hay una sola
clase de sociedad que es la mejor para todos.
216 Nozik, p. 288-300.
Dada la enorme complejidad del hombre -dice Nozile­
sas muchos deseos, aspiraciones, impulsos, talentos, errores,
amores, tonterías, dado el espesor de sus niveles, facetas,
relaciones entretejidos e interconectados (compárese la delgadez
de la descripción del hombre que hace el científico social con la
de los novelistas) y dada la complejidad de instituciones y
relaciones interpersonales y la complejidad de coordinación de
las acciones de muchas personas, es enormemente improbable
que, aún si hubiera una sola pauta ideal para la sociedad, se
pudiera llegar a ella de esa forma a priori (en relación con el
conocimiento presente). Y aun suponiendo que algún gran genio
llegara con el plano completo, ¿quién tendría confianza en que
funcionaría bien?227
Cuando hablamos de utopía, entonces, distingamos en-
tre utopismo o pensamiento utópico y utopías propiamente
dichas, esto es, entre el marco y las comunidades particulares
dentro de ese marco. Vivimos en comunidades particulares. En
consecuencia, no es ocioso intentar una descripción particular
de una comunidad particular. El marco sirve precisamente para
permitimos diseñar comunidades particulares. Los diferentes
modelos -que no tienen que ser proyectos detallados de la
estructura y funcionamiento de una sociedad (los blueprínís contra
los que acometía Popper, como veremos más adelante)- son
interesantes y necesarios. Son los modos de dar cuerpo a la forma
utópica, necesaria a todo movimiento con intenciones transfor­
madoras.
Queremos insistir en que la deseabilidad, aunque fuera
compartida por todos los seres humanos, no garantiza por sí
sola que una sociedad sea moraimente buena. En todo caso
garantiza que todos tienen en ella las mismas posibilidades y
prerrogativas, que se da una igualdad real, condición de posibili-
dad de una sociedad moralmente buena, pero condición de
posibilidad también de que todos sus habitantes tengan —para
decirlo con la irónica paradoja de Amelia Valcárcel—idéntico
derecho al mal.218
La utopía, a diferencia de la ideología, se distingue particu­
larmente por ser un género declarado: en su autodescripción la
utopía se nombra utopía y se sabe utopía. Existen obras que se
llaman utopías, como la de Moro, pero ningún autor pretende
que lo que está haciendo es ideología. Ya Mannheim en 1929
ligó ideología y utopía. Para Ricoeur, Mannheim es el primero
en situar en un marco conceptual común ideología y utopía, a
las que describe como formas incongruentes, cada una a su
manera, en discrepancia con la realidad actual. Esto pone de
relieve su cualidad de representaciones. Pero mientras que la
ideología legitima el orden existente, la utopía lo demuele.
Ricoeur, como Mannheim, examina los conceptos de ideología
y utopía dentro de un solo marco conceptual. Su hipótesis de
trabajo es que “la conjunción de estas dos funciones opuestas o
complementarias tipifica lo que podría llamarse la imaginación
social y cultural”.
Ideología y utopía comparten un alto grado de ambigüe­
dad: ambas tienen un aspecto positivo y uno negativo, un papel
constructivo y uno destructivo, una dimensión constitutiva y
una dimensión patológica. Y en ambas el aspecto patológico
aparece antes que el constitutivo, lo cual exige trabajar desde la
superficie a la profundidad cuando se quiere desnudar sus
estructuras. Ricoeur sostiene que la polaridad entre esos dos
aspectos dentro de la utopía y dentro de la ideología puede
esclarecerse explorando la polaridad existente entre ideología y
utopía.

2,8 Valcárcel, pp. 169-184.


N o pretendemos entrar ahora en el fino análisis que hace
Ricoeur de la ideología. Sí interesa, en cambio, tomar algunos
puntos de su tratam iento del concepto de utopía que
consideramos útiles para esta ocasión, algunos de los cuales
coinciden con la caracterización del utopism o señalada
anteriormente.
Para Ricoeur hay que buscar los rasgos permanentes y
positivos de ideología y utopía. Así, distingue tres planos en los
que opera la utopía, al igual que la ideología. Primero, si la
ideología es deformación, la utopía es fantasía, lo completamente
irrealizable. Raya en la locura; es una evasión, ejemplificada por
la evasión a la literatura. Segundo, si la ideología es legitimación,
la utopía es una alternativa del poder existente. En un tercer
plano, así como la mejor función de la ideología es conservar la
identidad de una persona o grupo, la mejor función de la utopía
es explorar lo posible, las “posibilidades laterales de la realidad”.
Como la ideología, la utopía tiene, pues, en una primera
mirada, una connotación despectiva: no es sino una especie de
sueño social, que en buena medida representa un escapismo a
la lógica de la acción. En su nivel más superficial, la utopía es
fantasía, locura, evasión, algo completamente irrealizable. Aquí
la utopía elimina todas las cuestiones sobre el paso del presente
a un futuro; no ofrece ninguna ayuda para determinar cuál sea
la difícil senda de la acción o para obrar en esa senda. A menudo
se considera como una especie de actitud esquizofrénica frente
a la realidad, como modo de escapar a la lógica de la acción por
medio de una construcción realizada fuera de la historia. Este es
un aspecto patológico de la utopía.
Es posible, para Ricoeur, partir de este significado
patológico de la utopía y profundizar en ella para llegar a un
nivel en el que podamos hallar una función de la utopía compa­
rable a ía función integradora de la ideología. Si de este aspecto
superficial pasamos al segundo nivel, la utopía representa un
desafío a la autoridad actual. En tal sentido, la utopía intenta
afrontar el problema del poder mismo. Puede ofrecer una
alternativa a ese poder o una clase alternativa de poder. Y es la
cuestión del poder el punto de intersección de la utopía con la
ideología. La utopía constituye una “variación imaginativa sobre
el poder”, como sostiene Ricoeur, tanto las ideologías como las utopias
se refieren al poder; una ideología es siempre un intento de legitimar el
poder, en tanto que la utopía essiempre un intento de reemplazar el poder
existente por algo diferente. /.../La utopía se dirige a la realidad; trata de
alterar la realidad. La intención de la utopía es seguramente modificar las
cosas establecidas/.../ el impulso de la utopía tiende a modificarla realidad.
La utopía trabaja para exponer la brecha que se abre entre las
pretensiones de la autoridad y las creencias de la ciudadanía en
cualquier sistema de legitimidad.
El resultado de leer una utopía, afirma Ricoeur, es que
ella pone en tela de juicio lo que existe actualmente; hace que el
mundo real parezca extraño. Generalmente nos sentimos
tentados a declarar que no podemos vivir de manera diferente
de como lo hacemos ahora. Pero la utopía introduce ciertas dudas
que destruyen lo evidente.219
Según Kumar, la utopía no es sólo un sueño, porque es
un sueño que aspira a realizarse.220 Tiene, en consecuencia, un
pie en la realidad. Aún cuando la intención de la utopía es
demoler la realidad, criticarla, tiene también la intención de
mantener una cierta distancia respecto de toda realidad presente,
que se manifiesta en su orientación al futuro. Plantea un ideal
hacia el que nos vemos impulsados, pero que nunca alcanzamos
plenam ente. Esa función sana de la utopía se cum ple
precisamente en virtud de la noción de “ningún lugar”. Para
estar aquí se debe ser también capaz de estar en ningún lugar.221

21<>Ricoeur, p. 316.
220Kumar, pp. 1-2.
221 Ricoeur, p. 57.
Quizás una estructura fundamental de la reflexividad que
podemos aplicar a nuestros papeles sociales -dice Ricoeur—sea
la capacidad de concebir un lugar vacío desde el cual podamos
echar una mirada sobre nosotros mismos.222 La meta planteada
no es verdaderamente realizable pero tampoco imposible. Una
de las conclusiones generales de Ricoeur sobre las utopías que
nos parece interesante es que ellas presentan la ambigüedad de
pretender que son realizables, pero al mismo tiempo reconocen
que son producto de fantasía, algo imposible. La utopía tiene
un interesante potencial como instrumento de exploración del
posible cambio social. No acepta ni pretende describir las cosas
tal como son, sino que las ataca y propone paradigmas opuestos
a la realidad constituida. Es opositiva y propositiva, crítica y
visión. Opone al proponer. Puede oponerse porque propone.
En los horizontes visionarios no se halla solución a los problemas
actuales, pero sí al menos herramientas que permiten plantearlos
de manera más precisa. Y en tanto meta que atrae es fuente de
prácticas. Por un ejercicio de imaginación se produce un
apartamiento de la situación vigente insatisfactoria.223
La utopía describe un estado de perfección imposible que,
sin embargo y paradójicamente, en un sentido genuino no está
más allá del alcance de la humanidad. Está aquí, si bien no ahora.
El valor de la utopía radica no en su relación con la práctica
presente sino en su relación con un futuro posible y con las
prácticas tendientes a lograrlo. Su uso práctico es superar la
realidad inmediata para describir una condición cuya clara
deseabilidad nos atrae como un imán, si bien, como dijimos, la
deseabilidad no implica por sí misma que se trate de una
condición moralmente buena para todos.224 Que sea una utopía

222 Idem, p. 57-58.


223 Bouchard, p. 76-78.
224 Kumar, p, 3.
no quiere decir que sea necesariamente una eutopía, en el sentido
“de óptimo” en que estas nociones estaban relacionadas en la
obra de Moro.
La utopía ha estado de moda y ha dejado de estarlo a lo
largo de sus quinientos años de existencia. Pero ha tenido no­
table relevancia como forma y como modo de pensar. En nuestro
tiempo se han dado fuertes ataques a la utopía, sosteniendo, por
ejemplo, que por su modo de proceder y por sus supuestos
básicos sobre la naturaleza de la sociedad y de la humanidad
puede llevar a la tiranía y al totalitarismo. La utopía ha estado
ligada a la idea de progreso, felicidad creciente y fe en la razón,
ideas que parece han sido burladas por múltiples acontecimientos
del siglo XX. Lo que los antiutopistas creen no es que la utopía
sea irrealizable, sino precisamente lo contrario. Y lo que los
espanta es la invencible demencia de la humanidad. Así, Popper
dice que el utopismo sólo puede salvarse mediante tres
presupuestosda creencia platónica en un ideal absoluto e
inmutable, que existen métodos racionales para determinar para
siempre cuál es el ideal, y cuáles son los mejores medios para su
obtención. Sólo esos supuestos podrían revocar la afirmación
de que la metodología utópica es completamente estéril. Pero
aun Platón y sus más estrechos seguidores admitirían que el
primer supuesto no es válido y que no existe ningún método
racional para determinar el objetivo último, sino, a lo sumo,
alguna de imprecisa intuición. De este modo, la diferencia de
opinión entre los ingenieros utopistas, a falta de métodos
racionales deberá resolverse no a través de la razón sino de la
fuerza, es decir, de la violencia. El pensamiento utópico, añade
Popper, está relacionado con el esteticismo, con el deseo de
construir un universo mejor y más racional que el nuestro y
libre de su fealdad. Consideramos que el planteo de Popper es
coherente con su creencia en que el único método racional es el
método científico y que sólo interesa el contexto de justificación.
Desvaloriza, entonces, todo aquello que tenga que ver con el
contexto de descubrimiento -la “especie de imprecisa intuición”
a la que se refiere podría pertenecer a él, es decir, a la esfera de la
creatividad, hoy muy revalorizada—y extiende a las ciencias
sociales y a la política lo que es propio del estudio de las ciencias
naturales lo que, a su vez, lo lleva a rechazar otras formas de
pensar como irracionales y a sostener que, por consiguiente,
conducen a la violencia. Contrapone la sociedad utópica en tanto
cerrada y que conduce a la violencia, a la sociedad abierta, plura­
lista, únicamente basada en la argumentación racional que, al
parecer, para Popper puede darse en forma pura, sin contami­
nación con factores irracionales, y que progresa por cambios
graduales, nunca revolucionarios. Una actitud antiutópica como
la de Popper nació no sólo de una convicción filosófica, sino
también de la historia de nuestro siglo. Lo que Popper tiene en
mente es la utopía nazi. Pero una cosa es un razonable pesimismo
y otra es repudiar sobre esas bases la utopía.225
Otras voces y por otras razones proclaman la "muerte de
la utopía”. Sin embargo, la riqueza de sus recursos le da capacidad
para sobrevivir y para revivir. Las concepciones utópicas son in­
dispensables en la política que, sin ellas, puede caer en un vacío
sin alma, en un mero instrumentalismo sin propósito o visión.
Pero esto no significa que haya que tratarlas como programas de
acción.
Ricoeur, a diferencia de Popper, revaloriza la utopía porque
tiene capacidad "para irrumpir a través de la densidad de la
realidad” y redescribir la vida. Hay razones para urgir y esperar
una renovación de la utopía. En efecto, el pensamiento utópico
debe cuidarse de acabar en un cuadro pintado, rígido, después
del cual no hay historia, en la que el tiempo queda detenido y
todas las cosas deben responder al modelo; es en este sentido

22S Idem, pp. 90-91,


que decíamos que no deben pensarse como programas de acción.
Para Ricoeur, la muerte de la utopía significaría la muerte de la
sociedad. Una sociedad sin utopía estaría muerta, porque no
tendría ningún proyecto, ninguna meta en el futuro. “En una
época en que todas las cosas están bloqueadas por los sistemas
que han fallado pero que no pueden ser vencidos -tal es mi
apreciación pesimista de nuestra época—la utopía representa
nuestro recurso. Podrá ser una evasión pero es también el arma
de la crítica. Es posible que épocas particulares pidan utopías.
Me pregunto si nuestro período actual no será una de esas épocas,
pero no deseo profetizar; éste es otro asunto.”226
En este fin de siglo, como afirma Kumar, las formas más
vitales de utopismo han de hallarse dentro de los nuevos
movimientos sociales que han surgido en respuesta a los nuevos
problemas en la sociedad industrial tardía. Principal entre ellos
es el feminismo contemporáneo. La fase reciente del movimiento
feminista debe mucho de su fuerza conductora a la entrada de
las mujeres en el mundo del trabajo en cantidades sin precedente.
Han surgido nuevos problemas —relaciones entre hombres y
mujeres, crianza de los niños, ordenam iento de la labor
doméstica—que han dado lugar a un movimiento para interpretar
y ajustarse a los cambios. Las expresiones culturales del
movimiento han sido notables por su profundidad e intensi­
dad.227
Buena parte de las utopías feministas son también
ecotopías, utopías ecologistas, casi desde Heríand. La dominación
masculina se asocia a menudo en esas utopías a los usos
explotativos y destructivos de la ciencia y la tecnología. Es tal
vez inevitable que la teoría feminista, filosófica o no, se aferre
ala utopía. ¿Dónde serían libres e iguales las mujeres sino en un

226 Ricoeur, 316.


227 Kumar, p. 101-102.
lugar que es un no lugar? Ninguna sociedad conocida en la
historia les ha concedido igualdad material o simbólica con los
varones, como afirma Bouchard; aun la ciencia ficción y las
utopías masculinas han tratado la cuestión de la relación entre
los sexos de manera regresiva o conservadora. La gran mayoría
de los utopistas han ignorado simplemente la cuestión del papel
y posición de las mujeres; de ahí que, si la utopía tiene por fin
identificar y tratar de resolver los problemas sociales serios, la
posición social de las mujeres no constituía, para la mayoría de
los utopistas, un problema mayor, puesto que la inferioridad
femenina se había vuelto un truismo. Y cuando han abordado ía
cuestión, poco han contribuido al mejoramiento de la condición
de las mujeres.228
Así pues, al afirmar la necesaria dimensión utópica en la
filosofía fem inista, debem os excluir por com pleto un
componente que está presente en muchas utopías: el retorno, el
olvido de algo pasado y la necesidad de recuperar los orígenes o
un “paraíso perdido”. Bn su sentido crítico y transformador de
lo real, una utopía, actuando como polo de atracción genera
prácticas. Cuando de esto se trata parece que hay una elección
política fundamental en las utopías feministas, como observa
Marcelle Marini: ¿la acción y el pensamiento feministas son
transitorios en el sentido de camino para lograr una sociedad
realmente mixta no existente aún en nuestra historia real? ¿O
bien se trata de construir una sociedad y una cultura femeninas,
paralela a la sociedad y cultura masculinas, con sus reglas de
juego propias y pensada como sustituto de las existentes? Esto
genera dos actitudes diferentes. En el primer caso se concibe
la acción y las instituciones feministas como una mediación
necesaria para que algún día las mujeres tengan su papel de
actrices en la escena política y cultural. En el segundo, en cambio,
se da por meta el advenimiento de una sociedad en la que lo
femenino sea el solo modo de engendramiento, sociedad sexuada
separada o bien asexuada, andrógina, por reabsorción de las
diferencias. Esas dos utopías, más o menos claramente
formuladas, engendran estrategias diferentes en el presente.229
En efecto, la teoría feminista revaloriza el pensamiento
utópico, retoma características tradicionales de la utopía pero
rechaza las que considera que no coinciden con el estado actual
de la teoría o que están histórica y socialmente superadas. El
marco en el que se inscribe el concepto de utopía usado por las
feministas se deriva, en gran medida, de los estudios acerca de la
construcción del significado a través del lenguaje y la cons-
truccíón de la subjetividad que se produjeron a partir de los
movimientos post-estructuralistas y postmodernistas.
Si se comparan las notas características del utopismo con
las del pensamiento feminista puede observarse que comparten
el carácter transgresor y crítico, crítica que se dirige, en este caso,
a la sociedad patriarcal desafiando el sistema jerárquico y las
oposiciones bipolares. Ambos comparten también el acento en
el papel de la imaginación, es decir el que maneja construcciones
hipotéticas parecidas a las de la literatura y hasta a las de la
matemática; sin embargo, por ser explícitamente imaginativos,
el pensamiento utópico y el feminista así como la literatura, son
acusados de no desarrollar la argumentación lógica y racional y
quedan, por lo tanto, fuera de la filosofía.
Sin embargo, además de coincidencias hay diferencias
entre utopía y feminismo. Difieren, por ejemplo, en cuanto al
planteamiento de una sociedad perfecta y a la necesidad de la
concepción de un plan predeterminado -rasgos comunes a la
utopía—porque la idea de perfección y el establecimiento de
planes predeterminados son cerrados y tienden, por una parte, a
soluciones esencialistas y, por otra, no permiten cambios ni
contramarchas. Por el contrarío, hay pensadoras feministas ya
sean filósofas, sociólogas o psicólogas que, al criticar a través del
pensamiento utópico, abren nuevos espacios conceptuales que
posibilitan proyectos de emancipación. Estas autoras consideran
que el planteamiento de utopías puede usarse como otra manera
distinta, pero legítima, de hacer teoría. Sostienen, así, otro critero
de teorización dado que, este tipo de conceptualización,
abandona la estabilidad y la certeza de la búsqueda de conclu­
siones en favor de un enfoque abierto que permita continuas
reformulaciones.
La perspectiva feminista ve en la crítica utópica un análisis
del cambio social entendido como proceso y, en consecuencia,
no propone un plan cerrado, se opone al planteamiento de
oposiciones binarias que cae en falsos dilemas, pero retiene la
diferencia y la imperfección en una oposición más amplia.
Creemos que feminismo y utopismo son compatibles porque
el feminismo, al nacer como movimiento social, tiene un
potencial subversivo radical y, por esta razón, encuentra en el
utopismo una posición cómoda para la crítica.
Por su parte, la filosofía feminista también se compromete
con cambios sociales; en última instancia, su esfuerzo teórico
pretende contribuir a cambiar la situación desventajosa de las
mujeres; si es así, no puede carecer, tampoco, de una dimensión
utópica. En este contexto “utopía” no tiene el significado de un
sueño social que se sabe irrealizable, sino de crítica hecha a la
luz de un futuro posible que permite el diseño de prácticas.
Que la teoría filosófica de género deba ser un pensamiento
utópico surge directamente del hecho de que lo que pone en
cuestión es el lugar de los seres humanos y las relaciones entre
ellos. Este lugar, se lo defina como sea, está inmerso en la vida
social. Cambiar o transformar ese lugar supone cambios y trans-
formaciones profundos que tienen que ver con la identidad per­
sonal, elecciones sexuales, ordenam iento de la familia,
costumbres de crianza de los niños, patrones educativos. Ese
lugar cambiado es todavía un no lugar.
Sin embargo, cabe advertir que si bien la utopía como
marco, es decir el pensamiento utópico, es un componente
necesario y fértil de la teoría filosófica de género, muchos de los
modelos en los que se ha corporizado distan de ser atractivos y
presentan una pintura rígida de una presunta sociedad buena.
Una de las primeras utopías feministas, Hertand publicada en
1915 por Charlotte Perkins Gilman, una feminista norteame­
ricana socialista, pinta una amable sociedad matriarcal en la que
los hombres han sido eliminados en una época anterior y las
mujeres dan a luz en un acto ecstático de partenogénesis.
Sin llegar a tales extremos imaginativos, hay quienes
sostienen que si las mujeres pueden acceder a los puestos siempre
detentados por los varones, a una plena participación política
—y los hombres, a su vez, a la esfera de lo doméstico- la sociedad
cambiará para mejor. En este planteo está presente la convicción,
sostenida por algunas feministas actuales y parte de las feministas
americanas del movimiento de mujeres del siglo XIX, de que la
sociedad mejorará con el acceso de las mujeres a la esfera pública
en razón de ía inherente virtud de las mujeres, es decir, por su
superioridad moral intrínseca respecto de los varones. Es sabido
que para algunas autoras que celebran la diferencia, como, por
ejemplo, Monique Wittig, las mujeres son intrínsecamente
buenas y los varones intrínsecamente malos.
No compartimos esta perspectiva —ni, po supuesto, la que
subyace a la anterior utopía—porque oculta un nuevo esen-
cialismo biologista: encapsula la creencia de que las mujeres son
seres superiores a los hombres, en virtud de su identidad física
como mujeres. Por el contrario, hacemos nuestra la afirmación
de Hester Eisenstein: Con Nancy Chodorow, creo que las
mujeres, como los hombres, son seres socialmente producidos
y pueden cambian Y que con Jane Addams creo que las muje­
res son perfectamente capaces de ser corrompidas por el poder,
pero que hasta el presente momento histórico simplemente no
se les ha dado la oportunidad.230
POSTMODERNIDAD Y UTOPÍA:
EXIGIENDO BASES FEMINISTAS
PARA NUEVAS TIERRAS
Ofelia Schutte
(University of South Florida at Tampa)

Entre los observadores de la posmodernidad existe un


sentimiento ampliamente difundido de que la construcción
de utopías —utopías teóricas y políticas—es cosa del pasado. Tal
vez, la piedra angular del marco teórico antiutópico es el argu­
mento, ofrecido por Lyotard en La condición postmoderna, de
que las metanarrativas de emancipación proporcionadas por
el discurso de la modernidad (y los proyectos políticos que las
acompañaban, como la Revolución Francesa), ya no son más
creíbles.23' Ya que el discurso de la utopía comprende una
metanarrativa de emancipación, entonces, tal discurso tampo­
co es más creíble. Pero, como señalaré, que los discursos sean
o no creíbles tiene mucho que ver con las circunstancias y las
necesidades del caso (no precisamente con la tipología de un
discurso). Aunque un factor para determinar la credibilidad
tiene que ver con la racionalidad (por lo menos para aquellos
que usan la razón como prueba de la credibilidad), parece que
la racionalidad misma es un concepto diferente. Existe una

231 Jean~Fran$ois Lyotard, The Postmodem Condition: A Reporí on Knowledge ,


Minneapolis, University o f Minnesota Press, 1984. Hay varias traducciones en
castellano.
racionalidad instrumental, formal, pragmática, existencial, crí­
tica, dialéctica, feminista, no occidental, y muchas otras for­
mas de racionalidad para las cuales no hay pruebas de credibi­
lidad que cubran un espectro tan amplio. Existen también los
mecanismos de poder, incluyendo el poder institucional y pre­
siones análogas como los medios, la educación, la ley, el dis­
curso científico, las creencias grupales, el empleo de la apro­
bación o del ridículo, etc., en relación a los cuales es útil refor­
zar o cuestionar los parámetros de lo que es creíble y razona­
ble. Además, en situaciones límite hay incluso mecanismos
coercitivos, como por ejemplo, el uso de embargos económi­
cos y amenazas de guerra o reclusión, que pueden dirigirse
contra gobiernos o personas cuyo modo de pensar o de vivir
se considera que pone en peligro la estabilidad del sistema.
En verdad, la denuncia de que el discurso utópico ya no
es más creíble, o de que las metanarrativas de emancipación
han perdido su legitimidad ética y política (por lo menos del
modo en que se practicaron desde el siglo XVIII) es proble­
mática si se la emplea como aseveración general aplicable a la
totalidad de la especie humana y en todas partes del mundo.
Es cierto que para algunos sectores de la sociedad global la
incredulidad sobre la emancipación puede tener un sentido
cabal. Lyotard ha acertado al mostrar las consecuencias totali­
tarias de algunos de los discursos de emancipación del moder­
nismo. Admito que los discursos de emancipación pueden ser
sumamente peligrosos porque son sumamente seductores,
dado que invocan ideales e imágenes vinculados con podero­
sos deseos humanos de bienestar, libertad y justicia. A pesar
de esto, fomentar el descreimiento en todos los discursos dé
emancipación puede ser igualmente peligroso, en la medida
que la humanidad debe alcanzar muchas cosas con esfuerzo,
antes de que logre establecer una sociedad en que todos pue­
dan prosperar, y antes que consiga respetar la vida de las espe­
cies no humanas y el medio ambiente natural, sin explotarlo
ni derrocharlo. A pesar de su atracción y del peligro latente
que hay en ellos, los discursos de emancipación sirven para
señalar ideales abandonados y normas críticas cuyo objetivo
de renovar prácticas y valores establecidos puede resultar muy
importante.
En realidad, a pesar de los discursos optimistas de líderes
políticos, el hecho concreto es que en el mundo hay mucho
sufrimiento, falta de libertad, explotación y discriminación.
Por esta razón, no se les puede prohibir a ecologistas, feministas,
personas discriminadas por motivos étnicos o raciales y otros
que propongan proyectos de emancipación para cambiar los
modos de ser concretos de una sociedad y transformar así su
realidad generalizada. Algunas de estas propuestas son lo
suficientem ente radicales (es decir, lo suficientem ente
contrarias a las principales tendencias respecto de los modos
de ser y las sostenidas por las estructuras de poder) como para
ser consideradas “utópicas” tanto por los que las formulan
como por sus adversarios. La tarea racional no consiste en
desechar estas propuestas simplemente porque algunos las
denominan utópicas, sino más bien en examinar su contenido
de racionalidad y aplicabilidad. Hay una diferencia entre
responder mecánicamente ante a la calificación de “utópico” y
tratar de com prender los detalles específicos de formas
alternativas de razonar. Por la misma razón, no se mejora la
finalidad del conocimiento al reaccionar mecánicamente (en
sentido negativo) contra el térm ino “posm oderno”, y en
consecuencia, excluyendo toda buena observación aguda que
pueda resultar de esta perspectiva. En otras palabras, ¿puede
haber un diálogo entre racionalidades utópicas y posmodemas?
¿No existen racionalidades utópicas de la posmodernídad, así
como hubo racionalidades utópicas de la modernidad? Y si así
fuera, ¿cómo serían?
Expondré estas cuestiones en cuatro partes. Primero, re­
señaré brevemente lo que el pensamiento utópico ha signifi­
cado para Occidente, a partir de ia tradición recibida de ia mo­
dernidad. Luego, comentaré la resistencia de un núcleo de fi­
lósofos izquierdistas latinoamericanos a aceptar una perspec­
tiva posmoderna. A continuación, mencionaré algunas carac­
terísticas del posmodernismo en América Latina y considera­
ré la urgencia de una reflexión hecha en América Latina
posmoderna acerca de ia utopía. Finalmente, esbozaré lo que
esta reflexión podría significar para una ética y política femi­
nistas.
El deseo utópico
La noción de utopía comunica la representación imagi­
naria de una situación en la que se concilian la justicia y la
felicidad, y donde esta reconciliación se ubica más allá del pla­
no individual, en algún plano interactivo de la comunidad o la
vida social. Solo se puede representar la utopía haciendo refe­
rencia a la idea de felicidad, como una clase de situaciones
dadas, en que se concreta la promesa última de la felicidad.
¿No es esto lo que el cristianismo buscaba en parte mediante
su idea de la vida en el cielo después de la muerte? Sin embar­
go, el pensamiento occidental tradicionalmente ha unido la
felicidad a la justicia, cierta noción de acatamiento de lo que es
correcto. Por esto parece un poco contradictorio formular una
promesa de felicidad dentro de un orden social donde la feli­
cidad misma es arbitraria con quien la disfruta. En este senti­
do entonces, hablar de utopía es invocar una visión ética de
cómo deberían ser las cosas para asegurar o proporcionar una
feliz condición a los miembros de una sociedad o comunidad
utópica. Según el grado de religiosidad que se asocie a la vi­
sión, felicidad puede hacer referencia a la felicidad religiosa o
a una concepción secular de bienestar y realización personal.
En consecuencia, utopía puede también significar abun­
dancia o riqueza, ya sea que se la conciba en sentido espiritual
o material. Pensemos en aquellos sueños de El Dorado, de
encontrar la ciudad del oro, la fuente de la juventud. América,
para los conquistadores y colonizadores representaba a menu­
do la tierra prometida, la tierra en que los sueños de los euro­
peos se satisfarían. Fue ciertamente, desde el punto de vista de
la ecología, una tierra de extraordinaria abundancia para los
primitivos habitantes y migrantes al continente. Hoy, con la
brutal destrucción del medio ambiente, la superpoblación y el
recalentamiento del planeta, para no mencionar los inenarra­
bles niveles de pobreza y la creciente brecha entre ricos y po­
bres, es difícil, sino imposible, relacionar al continente con la
idea de abundancia natural.
Otra representación de la abundancia, de la abundancia
material, para ser compartida equitativamente por todos los
habitantes de la Tierra, parece ser parte de una creencia comu­
nista que, nuevamente, choca con fuerza contra la realidad
social. La misma cultura de la modernidad que proporcionaba
los ideales de libertad, igualdad y fraternidad nos ha dado un
mundo en que, como las desigualdades continúan aparecien-
do y materializándose, los espacios para la libertad y la “frater-
nidad” se encuentran irremediablemente fracturados. Ahora
las utopías del mercado neoliberal prometen abundancia ma-
terial solamente si todo el mundo apoya este mercado limi­
tándolo lo menos posible.232 Las utopias de mercado entonces,
compiten básicamente con el sueño socialista de igualdad y
justicia. Un tipo de posición de acuerdo (dependiendo de cómo
se lo vea) surge de los discursos sobre paz y desarrollo produ­
cidos por la O N U . El movimiento internacional de mujeres
(uia O N U ) ha proporcionado el triple ideal alternativo de
“igualdad, desarrollo [sostenible] y paz”. En ciertos aspectos
este objetivo también se presenta altamente utópico, porque

232 Hopenhayn, M. N i Apocalípticos ni Integrados: Aventuras de la Modernidad en


América Latina, México, FCE, 1994, p. 272.
en realidad el desarrollo (dado que toma la forma del deseo de
lucro siempre en aumento) no parece querer relacionarse con
la observación de procedirniéntos ecológicos. La igualdad, de­
bido a la misma forma de capitalismo que rige nuestras socie­
dades, es un concepto fantasma. La paz, dadas la escasez y la
competencia para sobrevivir, es difícil de encontrar, y en ulti­
ma instancia se sostiene solo por la fuerza.
A principios del siglo XXI, estamos tan lejos de la utopía
como yo puedo imaginar. Existe un desafío ético extraordina­
rio ante la humanidad, la que se encuentra en peligro al me­
nos por dos causas: el ávido impulso de continuar tomando de
los otros y del medio ambiente mucho más de lo que entrega
a ellos, y la necesidad absoluta de sobrevivir en un mundo en
que amplios sectores de la población viven en la pobreza y la
escasez. La naturaleza es uno de los elementos más vulnera­
bles de estas dos fuerzas reconocibles, porqué no puede de­
fenderse a sí misma de la incursión humana, el derroche, la
polución y la creciente destrucción de los habitats de la vida
salvaje. El mercado quiere la menor cantidad de regulaciones
posible. Todos quieren comprar productos sin pagar por el
costo ambiental de su fabricación, uso y descarte. Los indivi­
duos quieren prosperar sin tomar necesariamente la plena res­
ponsabilidad por las consecuencias sociales de sus acciones.
Sobrevivir o adquirir se volvieron fuerzas dominantes en nues­
tros códigos sociales.
Todavía existen algunas unidades de vida cooperativa,
como la familia, la amistad y asociaciones de poco peso. La
religión puede ser una fuerza cooperativa, pero parece que
donde ofrece los mejores resultados tiene poco poder, mien­
tras que cuando adquiere poder lo hace fomentando un com­
portamiento fanático y extremista. Los movimientos sociales,
como los de mujeres, de derechos humanos y movimientos
aborígenes, dan cierta esperanza, pero sus efectos pueden ser
transitorios y dispersos a menos que haya una fuerza política
mayor que empuje en conjunto muchos proyectos populares.
En resumen, la ganancia económica y la necesidad han llega­
do a condicionar la ética y el tipo de responsabilidades sociales
que acompañan el ejercicio de la libertad. ¿Qué es la utopía,
excepto tal vez el acto de invocar un ideal ético que sea lo
suficientemente fuerte como para contener la destrucción que
encontramos a nuestro alrededor en todos los niveles? Para
expresarlo en términos psicológicos, ¿qué es la utopía, sino el
tratar, en palabras de Freud, de contener el impulso de muerte
mediante el impulso amoroso o erótico? Y aún así, si tenemos
que llamar la atención sobre el uso ilícito del poder que ali­
menta la destrucción, no es suficiente hablar de amor versus
agresión. Necesitamos una crítica del patriarcado así como del
racismo y de la explotación de clases. Necesitamos una crítica
paralela del antropocentrismo y sus efectos devastadores so­
bre el medio ambiente. Desde este punto de vista podemos
mirar la posmodernidad y ver qué oportunidades y desafíos
nos ofrecen las condiciones actuales.
Resistencia a la vuelta del postmodernismo en lafilosofía izquierdista
latinoamericana
Parte del problem a para analizar la relación entre
posmodernidad y racionalidades utópicas en América Latina
consiste en que un núm ero de bien conocidos filósofos
izquierdistas y pensadores socialistas han adoptado una posición
anti-posmoderna, creyendo que la aceptación teórica de una
perspectiva posmoderna es incompatible con la construcción
de alternativas políticas de izquierda. En un trabajo recien­
temente publicado, el filósofo colombiano Santiago Castro-
Gómez hace referencia a este hecho, que considera perjudicial
para una evaluación más abierta de las relaciones entre filosofía,
América Latina y posmodernidad. Castro-Gómez señala que,
entre otros, Gabriel Vargas Lozano, Adolfo Sánchez Vázquez,
Franz Hinkelammert, Pablo Guadarrama y Arturo Andrés
Roig, equiparan posmodernismo con nihilismo (o peor).
Mientras que Enrique Dussel, aunque utilizando la palabra
“posmoderno” para referirse al concepto filosófico de la libe­
ración, no desecha la visión eurocétrica de la modernidad occi­
dental pues la reemplaza como un nuevo absoluto, problema
que lo encierra en una rama del discurso de la modernidad.233
Sea que el filósofo latinoamericano se ubique a sí mismo como
opositor del capitalismo, el neoliberalismo y el imperialismo
(a través del marxismo desde una perspectiva izquierdista
posthegeliana), o intente establecer un nuevo espacio de
discurso del oprimido no contaminado por una perspectiva
privilegiada, con un nuevo tema de discurso que insiste en el
aspecto del bien contra el mal, parece que de todos modos no
ha logrado comprender la complejidad del posmodernismo
en América Latina. Esta situación entraña, en grado consi»
derable, el hecho de que el posmodernismo, tai como se vive y
experimenta en América Latina, tiene sus propias caracterís­
ticas, y no se lo puede reducir al neoliberalismo aunque coexista
en el tiempo con políticas económicas neoliberales. Recién
cuando se es capaz de distinguir el neoliberalismo del posmo­
dernismo, se puede comenzar a formular el marco de la
cuestión utópica desde un contexto posmoderno.
Postmodernidad en América Latina
¿Pues bien, cuáles son algunas de las características dife-
renciales del posmodernismo que se pueden encontrar en
América Latina? Según Martín Hopenhayn, un especialista en
la materia, el blanco de las objeciones de Lyotard son las no­
ciones de sujeto hegeliano y kantiano, Hopenhayn señala que

233 Castro-Gómcz, S. Critica de ía Razón Latinoamericana, Barcelona, Puvíll Libros,


1996, pp. 17-22; 38-40. í
según la percepción de Lyotard las dos metanarrativas que lle­
gan a su fin son la del sujeto de conocimiento cuyo objetivo es
la totalización (Hegel), y el sujeto kantiano de la autonomía,
que se emancipa cuando alcanza sus propios objetivos (racio-
nales).234 Lo que sucede en un contexto posmoderno, conti­
núa Hopenhayn, es que el conocimiento ya no depende más
de un sujeto de conocimiento o de enunciación. El conoci­
miento, por su parte, se convierte en información que circula,
produciendo más variantes y configuraciones. El conocimiento
se vuelve externo al sujeto y se lo considera como algo que se
justifica performativamente a sí mismo, en el complejo con-
junto de relaciones que incluye los múltiples juegos del len-
guaje.235 Sin embargo, Lyotard critica enérgicamente el crite­
rio de performatividad en la producción y circulación dei co­
nocimiento.236 Quisiera señalar que es un hecho que una vez
que el criterio de performatividad se establece, tiende a absor­
ber las críticas que se le formulen y a reafirmarse en sus pro­
pios términos, subordinando al criticismo de tal modo que
intensifica la actuación operacional del sistema establecido. Así,:
desde una perspectiva descriptiva, estamos frente a un mundo:
donde el conocimiento circula como información destinada a
aumentar la actuación de un sistema dado. El sujeto de cono­
cimiento pierde fundamento como elemento legitimador,
mientras que la atención se centra en los efectos del conoci-
miento como instrumento de un sistema tendiente a la perfor-
ma tividad.
Si la descripción de Hopenhayn sobre la perdida de au­
toridad del sujeto de conocimiento es precisa y si el peso del
argumento se transfiere a los discursos que circulan y prolife-

234 Hopenhayn, p. 94-102.


235Ibidem, p. 102-111.
236 Lyotard, p. 47-67.
ran, tal vez, entonces, una forma de crear una intersección
“positiva” de la cultura latinoamericana con el posmodemismo
consiste en maximizar (optimizar) la diversidad presente en
América Latina, procurando al mismo tiempo preservar y di­
seminar performativamente las diferencias ya típicas de la re­
gión, mientras que la globalización capitalista introduce nue­
vos juegos de lenguaje y modelos de experiencia. Dado que
todavía hay una inestabilidad sistémica en cuanto a cómo asi­
milar las diversas culturas y economías de América Latina en
el sistema global, el pensamiento posmoderno ofrece una opor­
tunidad de entrar en contacto con elementos ambiguos o ines­
tables ya existentes, con el objeto de abrir, antes que cerrar,
espacios para la creatividad. Hay una lógica que respalda esta
estrategia, porque aunque la cultura posmoderna afirma las
diferencias, el modo en que algunas formas de pensar y de ser
tienden a dirigir el mercado conduce a lo opuesto de la dife­
rencia, es decir, a una mayor homogeneidad. El proyecto capi­
talista que aspira a mercados mayores, mejores y más eficien­
tes, y formas de producción más rápidas y baratas, y a más
procedimientos costo-efectivos de producción237, ejerce pre­
sión sobre el factor “diferencia” de la ideología posmoderna y,
en una irónica alteración de los valores, produce el efecto con­
trario: la homogeneidad. Los proyectos neoliberales de inte­
gración económica en una economía mundial capitalista con­
servarán el mandato de integrarse precisamente en esta moda­
lidad costo-efectiva. Mientras haya espacio para la inventiva y
la imaginación, se hará presión sobre una región capitalista
periférica para descartar todas las “racionalidades” regionales
que interfieran con las “racionalidades” de mercado globales e

237 La expresión procedimientos costo-efectivos se refiere en la terminonología eco-


nómico-empresaria a "obtener la mayor cantidad de beneficios realizando la
menor inversión posible” (N de la T).
integradoras. En respuesta a este tipo de presión, puede decir­
se que parte de lo que convierte a América Latina en terreno
comercial son sus diferencias. Es necesario que la “contrade­
manda” de la racionalidad de la integración no sea el separatis­
mo, sino una fuerte apropiación de las racionalidades
posmodernas con el objeto de promover y mejorar la diversi­
dad cultural de la región, incluyendo su herencia autóctona.
N o es fácil para nosotros, los latinoamericanistas, adoptar
esta estrategia, porque en el pasado la forma en que procuramos
afirmar nuestra diferencia fue a través del discurso de la
integración regional y continental. Muchos de esos discursos
se basaron en la premisa de que América Latina podría ocupar
una posición simbólica de “Tercer” en un mundo política­
mente desgarrado por la lucha entre “Occidente” y la ex-URSS
y sus aliados. Hoy América Latina tiene que defender sus
diferencias especificas de los países capitalistas avanzados, no
atendiendo a sus diferencias respecto de las dos superpotencias,
sino en términos de la suma total de sus diferencias internas.
En otras palabras, la filosofía latinoamericana necesita observar
las diferencias internas en la región y decir a Occidente, “quere­
mos que ustedes nos valoren de acuerdo con nuestra diversidad
cultural, y en consecuencia que no destruyan nuestros valores”.
Como para sustentar un caso, nuestra diversidad cultural debe
justificarse performativamente sobre criterios respecto de los
cuales tenemos poco que decir, en gran parte. El desafío utópico
que, entonces, tengo a la vista es cómo permitir al discurso de
la diferencia que nos lleve a alcanzar los mismos los fines para
los que antes invocábamos el discurso de la unidad. Dicho de
otro modo, debemos unirnos para afirmar nuestras diferencias
internas si no queremos ser devorados y asimilados por las
fuerzas de un mercado global, extraño e impuesto, que pro­
curan homogeneizar nuestra diversidad.
Si no me equivoco, entonces se puede ver que estrate­
gias centradas en la apropiación creativa se manifiestan en dis­
tintas formas del criticismo cultural contemporáneo. Uno de
los casos mejor conocidos es la noción de “híbrido” de Néstor
García-Candí 111. Se trata de la forma cultural de sensibilidad
que surge cuando en la modernidad incompleta de América
Latina, se aprende a vivir considerando la “hetorogeneidad
multi-temporal” que abarca el lapso de temporalidades preco­
lombina, colonial, moderna y postcolonial.238 He explicado en
otro trabajo que la yuxtaposición de diferentes sentidos de tiem-
po en la vida de los individuos y de los grupos sociales crea
una matriz para la comprensión del discurso de los otros radi­
calmente situados, que pueden encontrar dificultades para asi­
milarse a los protocolos discursivos de sectores culturales do­
minantes de un grupo dado de la sociedad.239
En contraste con la noción de heterogeneidad multi-tem-
poral explicada por García-Canclíni (cuya concepción, excep-
10 por la adaptación de las feministas para explicar asuntos qu^
nos conciernen, no tiene relación con el criticismo social fe­
minista), algunas feministas radicales mexicanas han apelado
a un sentido alterno del tiempo -otro tiempo, “el tiempo de
las mujeres”- para desafiar el concepto lineal del tiempo, que
rige las sociedades masculino-dominantes de Occidente.240Esta
corriente de feminismo radical en el movimiento latinoame­
ricano de mujeres define la libertad de las mujeres en térmi­
nos del tiempo, que se libera del intento de seguir con el paso
cada vez más veloz de la demanda capitalista de productividad
y la consiguiente asimilación de las mujeres al orden socio-
simbólico masculino. Por el contrario, la libertad implica el
tiempo para imaginar y crear una realidad diferente. Su con­
cepción de un “tiempo de mujeres” —un tiempo para la ale­
gría, la amistad y los seres amados, para las búsquedas creativas,
238García-Canclini, N . Hybrid Cultures: StrategiesforEntering andLeavingModernity,
(tra4. Christopher L. Chiappari y Silvia L. López), Minneapolis, University o í
Minnesota Press, 1995, pp. 46-47.
la práctica erótica femenina, la construcción de una sociedad
en torno a relaciones no opresivas—es distintivamente femi­
nista. Con todo, esta concepción está también enraizada en
experiencias distintivamente latinoamericanas de la diferen­
cia puesto que ellas proclaman los sueños de las mujeres para
quienes estos ideales constituyen un importante conjunto de
valores éticos y políticos explícitamente yuxtapuestos a los
valores “neoliberales” impuestos desde afuera.241 Vemos aquí
un tipo de racionalidad utópica que surge a partir del exa­
men crítico de la diferencia sexual y su potencial para cam­
biar nuestra visión ética de las relaciones humanas. Esta pers­
239Schutte, O. “Cultural Alterity: Cross-Cultural Communication and Feminist
Theory in North-South Contexts”, Hypatia, 13. 2, 1998, pp. 53-72.
240 Los lectores familiarizados con el ensayo de Julia Kristeva “Women’s Time”
pueden notar cierta afinidad entre algunas de las ideas que sigo y los temas que
Kristeva trabaja en su ensayo. Sin embargo la publicación de Ximena Bedregal
Sáez citada más abajo no menciona a Kristeva y, a diferencia de Kristeva “de
hecho evita una aproximación psicoanalítica a la subjetividad femenina”. Espe­
cíficamente Kristeva explicó en 1979, en Francia, que una nueva generación de
mujeres cuestionaría el contexto “sacrificial” del orden simbólico-cultural del
patriarcado, tratando al mismo tiempo de integrar en sus propias vidas, sin sa­
crificio, sus actividades productivas y materno-reproductivas. En la visión de
Kristeva, la demanda de una realización erótica estética, feliz, surge como una
característica notable de la comprensión del “tiempo de las mujeres” de la nue­
va generación. Bedregal Sáez es más específica en su criticismo socio-político,
al asociar el orden socio-simbólico con las demandas masculinas a largo plazo y
las demandas concretas del orden capitalista neoliberal, cuyos efectos combina­
dos hieren ía vida de las mujeres. En esta visión, “tiempo de las mujeres” se
convierte en expresión que sintetiza, por un lado, la necesidad de prestar aten­
ción a la diferencia sexual, a las relaciones asimétricas entre las vidas de las
mujeres y sus necesidades y los requerimientos del orden socio-simbólico, y
por otro, un tipo de resistencia ética y estética a estilos de vida y políticas asocia­
das con la homogeneidad del tiempo lineal. También pueden encontrarse aquí
algunas afinidades notables con el feminismo postestructuralista de Luce Irigaray.
241 Cf. Bedregal Sáez, X. “¿Hacia dónde va el Movimiento Feminista?”, La Co­
rrea Feminista 12, 1995, pp. 10-16. La Correa es una publicación mexicana alter­
nativa que defiende una perspectiva feminista utópica como un elemento de su
posición política radical.
pectiva se opone a la lógica ¡de la modernidad sin llamarse a sí
misma “posmoderna”, ya que puede oponerse a que la conno­
tación de “posmoderna” funcione como simple extensión uni­
forme del tiempo y con una lógica de reglas binarias, que mues­
tre afinidades evidentes con elementos de una perspectiva
posmoderna.
Pasando al terreno de la crítica literaria y refiriéndonos
nuevamente a las construcciones simbólicas de la cultura, Nelly
Richard, figura relevante del criticismo cultural posmoderno,
defendió una visión de la diferencia al parodiar la supuesta
relación de dependencia entre el original y la copia. Su trabajo
muestra que si América Latina puede deconstruir su (moder­
no) carácter de “copia” de Europa o EEUU, entonces, la copia
misma puede transformarse en elemento creativo y en un
movimiento a fin de superar al “original”.242 Hopenhayn ha
respaldado la noción de un mestizaje cultural como forma de
re-concebir la función utópica del criticismo en América Lati­
na. La tarea de esta aproximación cultural sería “la de negar la
negación del otro”.243Entendida de este modo, la tarea consis­
te tanto en aceptar las diferencias internas en América Latina
como en aceptamos a nosotros mismos en y a través de nues­
tras diferencias.
Castro-Gómez se refiere a algo parecido cuando sugiere
que nos dirijamos a un nuevo discurso utópico postmoderno
que presuponga un mundo “policéntrico”, desde el punto de
vista económico, y un mundo “pluralista”, desde un punto de
vista cultural.244En otras palabras, la naturaleza del pensamiento

242 Richard, N . “Cultural Perípheries: Latin America and Postmodernist


De-centering”, Beverley, J. Oviedo, J. y Aronna, M. (eds.), The Postmodern De­
bate in Latín America , Durham, Duke University Press, 1995, pp. 219-22.
243 Hopenhayn, pp. 280.
244 Castro-Gómez, pp. 44.
utópico "no puede reducirse a las narrativas unitarias de la
modernidad”.245Yo agregaría que necesitamos apropiarnos de
lemas posmodernos tales como la performatividad y la dife­
rencia, de tal modo que podamos hacer circular nuevamente
la información, transmitiendo nuestras identidades construi­
das críticamente a aquellos que observan América Latina des­
de otros continentes. N o es necesario que lleguemos hasta una
teoría completa de la identidad o de la liberación, porque éstas
tienden a ser reduccionistas en su moderna búsqueda de ele­
mentos que resuman la imagen de América Latina en la histo­
ria. Más exactamente, estar libres de tal necesidad marca nues­
tra condición posmoderna, y al mismo tiempo, no deseamos
quedar limitados a lo que Occidente piensa que es la posmo­
dernidad. Se trata de establecer las prioridades de nuestras di­
ferencias en el contexto de una resistencia contemporánea a
los efectos paralizantes de la homogeneización.
Para resumir, entonces, yo identificaría en América La­
tina por lo menos cinco características relacionadas con el
posmodemismo que fundamentan nuestra tradición de diver­
sidad y diferencia:
1) el mestizaje cultural (Hopenhayn)
2) el carácter multilingüe de la región (nótese que hay
que abandonar el concepto de una cultura española dominan­
te para aceptar la existencia de esta característica)
3) la “heterogeneidad multitemporal” (García Canclini)
4) la apropiación paródica y la inversión de los conceptos
del original y la copia (Richard)
5) una concepción no binaria de la diversidad cultural
abierta a la inclusión (mi propuesta).

245 Ibidem.
Bstos rasgos de la postmodernidad en América Latina se
cruzan con aspectos de capitalismo posmoderno global y sus
logros dado que el capitalismo busca nuevos mercados, diver­
sificación y diferencia. Sin embargo, la manera en que hemos
analizado nuestras diferencias desde una perspectiva latinoa­
mericana también subvierte los aspectos totalizadores del ca­
pitalismo y su indiferencia hacia alternativas políticas radica­
les. Porque el capitalismo global conlleva:
1) la homogeneidad de símbolos culturales dominantes,
información, costumbres, modas etc., hasta tal punto que tien­
das de compras, restaurantes, hoteles y otros centros de con­
sumo de los países de la periferia capitalista —como Costa Rica
y México- venden los mismos productos que podríamos en­
contrar en Miami o en New York.246
2) un lenguaje dominante, el inglés
3) un tiempo lineal, incluyendo demandas cada vez más
rápidas en la productividad y en la realización del trabajo
4) performatividad en sus propios términos (no referida
a ios factores de autonomía cultural sino de acuerdo con rela­
ciones de poder dirigidas por el mercado)
5) un concepto unilateral de la diferencia y la diversi­
dad, que tiende a provocar la exclusión antes que ia inclusión
de los que no pertenecen a los sectores privilegiados.

lA(> Cf. Camacho, L. “Consumption as a Topic for North-South Dialogue”,


Crocker, D. A. & Linden, T. Ethics of Consumption , Lanham, Rowman Se
Littiefield, 1998.
La visibilidad de diferentes condiciones económicas y sociales y la de­
manda de alternativas: horizontes utópicosfeministas
Parece que la postmodernidad nos muestra en las me­
trópolis periféricas de Occidente una cara de la realidad social
diferente de la que encontramos en Europa o EEUU. En Amé­
rica Latina, las condiciones del capitalismo global, impuestas
en países donde la brecha entre ricos y pobres es grande y con­
tinúa ampliándose, crea un conjunto de circunstancias econó-
micas diferente de las de los países capitalistas avanzados. Dado
que, si la mentalidad anti-utópica que hemos aprendido de
Occidente se caracteriza por poseer lo más que se pueda e in­
vertir en crecimiento para adquirir y acumular más, entonces,
esta mentalidad o “narrativa” de crecimiento no se adecúa a
las condiciones de aquellos lugares en que la gente tiene poco
o nada propio como para empezar. ¿Cómo se puede interesar
a una persona en programas que promueven la preservación y
el crecimiento de la propiedad individual, cuando ni siquiera
tiene propiedad ni forma de adquirirla? En circunstancias de
escasez y necesidad, el discurso sobre alternativas a las presen­
tes circunstancias, incluyendo el discurso sobre la negación de
aquellas circunstancias, es una opción antipática. Dicho de otro
modo, la pobreza y las opresiones percibidas y reales son los
factores concretos que demandan alternativas, y para ellos el
discurso utópico representa una alternativa radical.
Las dificultades reales que las mujeres experimentan con
respecto a sus necesidades básicas -sea materiales, intelectuales
o emocionales™ contrastan con la retórica pública de la autono­
mía personal la cual, supuestamente, es derecho de todos los
ciudadanos. La inconsistencia entre la retórica pública y la si­
tuación real de las mujeres respalda el interés feminista en las
racionalidades utópicas alternativas, que se tienden específica­
mente a finalizar con la opresión sexual y social. En este contex­
to, las experiencias de las mujeres y las demandas del movi­
miento feminista merecen especial atención. Como numero­
sas filósofas feministas y pensadoras sociales han observado,
las experiencias de las mujeres e incluso la naturaleza de las
actividades cotidianas concretas —incluidas las de cuidar a otros
y las actividades domésticas—tienen un efecto manifiesto en el
tipo y la calidad de las demandas políticas que las mujeres pue­
den organizar para lograr algo en tanto ciudadanas. De hecho,
el mismo concepto de ciudadanía se transforma cuando la voz
de las mujeres y sus necesidades adquieren prioridad. La
politización de las necesidades “privadas” de las mujeres o sus
asuntos “domésticos” pueden tener impacto en la noción de
justicia. Los temas de género relacionados con el hogar, el es­
pacio doméstico y la independencia de las decisiones que afec­
tan el empleo del tiempo libre de la persona, cuando pasan a
través de la conciencia social de las mujeres, pueden extender
un horizonte ético, utópico, para el discurso político. Por ejem­
plo, en tiempos de la represión militar, las Madres de Plaza de
Mayo, desafiando el poder ilegal del régimen militar, protes­
taban contra la desaparición de sus hijos apelando, como ma­
dres, a su papel de cuidadoras. Invocaban una norma ética,
que parecía utópica a la luz de las circunstancias, con el objeti­
vo de denunciar la ilegitimidad de un gobierno ilícito.247
Hoy las feministas latinoamericanas reconocen que la
propuesta de que las mujeres alcancen la igualdad ante la ley
requiere la postulación de alguna forma de visión utópica, tanto
con respecto al tratamiento igualitario para mujeres y varones
en la sociedad, como, especialmente, con respecto al tipo de
mundo que las mujeres, que se preocupan por la libertad y la
justicia, considerarían atractivo para habitar en un sentido cua­
litativo. En este último sentido las racionalidades utópicas déla
posmodernidad pueden resultar atractivas para la ética y po­
247Jelin, E. Women and Social Change in Latin America , (trad. J. Ann Zammit y
Marilyn Thom son), London & Geneva, Zed Books & U N R ISD , 1990, pp.
204-205.
lítica feminista. Es claro que, como señala Santa Cruz, dedi­
carse al problema de la subordinación de las mujeres ha sido
para la mayor parte de los teóricos modernos de la utopía, como
mínimo, un asunto carente de interés o poco afortunado.248
Cabe agregarse que solamente desde una perspectiva ya crítica
de la ciudadanía “universal” postulada por la modernidad se
puede considerar que un marco político utópico apele a las
mujeres. En otras palabras, solo cuando el juicio de la ciuda­
danía dirige su atención al “Otro concreto” -considerando que
ese otro concreto puede ser una mujer—filósofas como Seyla
Benhabib han tenido éxito al revitalizar la noción del hori­
zonte utópico del pensamiento ético y político, al asociar el
pensamiento utópico con prácticas políticas transformativas.249
Los intereses feministas con respecto a la condición social de
las mujeres constituyen una forma, no necesariamente res­
trictiva, de abrir el potencial discursivo para que surjan nuevas
racionalidades utópicas, dado que el pensar acerca de los otros
concretos dirige la atención a los estados vinculados de pobre­
za en la que vive gran número de mujeres, así como a otras
opresiones afines, raciales, étnicas etc.
Aunque sea fuera de consideraciones políticamente
moderadas o radicales, las racionalidades feministas conservan
el poder de comprometer nuestra atención ofreciendo modelos
alternativos para la acción y organización política. Dada la
naturaleza de las construcciones de transición del concepto de
ciudadanía, que fueron comúnmente ensayadas como parte
de los procesos de democratización en América Latina, las
visiones feministas alternativas de una sociedad democrática
seguirán desempeñando un papel en las discusiones normativas
acerca de la política social.
248 Santa Cruz, M.I. “Feminismo y Utopismo”, Hiparquia 9.1, 1997, p. 48,
249 Benhabib, S. Critique, Norm , and Utopia, N ew York, Columbia Universíty
Press, 1986, pp. 327-353.
Conclusiones
Para concluir, resumiría mis argumentos señalando que
no hemos terminado con las utopías, sino que hemos alcanza­
do una ruptura epistemológica con los discursos de la moder­
nidad que produjeron los viejos conceptos de utopía. Como
indica Castro-Gómez, las utopías que en conjunto serán su­
cesivamente abandonadas én América Latina son aquellas que
demandan una sociedad ideal basada en la unidad, donde las
diferencias desaparecerían, y donde se esperaba que la comu­
nicación entre las personal estuviera libre de relaciones de po­
der.250 Se puede reconocer que el discurso fundacional de una
utopía latinoamericana, a la que muchos pensadores apelaron
en el pasado, ha llevado ál desencanto, debido a su cualidad
totalizadora. Entre otros problemas, en un discurso tal, Amé­
rica Latina es percibida como el “otro absoluto” de la raciona­
lidad Europea, y como depositaría de la semilla de la futura
espiritualidad de la humanidad.251 Castro Gómez sugiere que
el récord de atrocidades cometidas en nombre de la justicia,
no solo en Europa sino en este continente, nos obliga a en­
frentar el hecho que la batalla contra la injusticia puede gene­
rar también nuevas formas de injusticia.252 En esta visión, el
discurso utópico debe desplazarse desde un discurso inclina­
do a la integración y el totalitarismo a un discurso culturalmente
pluralista articulado alrededor del postulado de un mundo eco­
nómicamente policéntrico.
La visión de Castro-Gómez se corresponde con la críti­
ca de Lyotard a las metanarrativas hegeliana y kantiana de la
emancipación y con las críticas feministas del discurso utópi­
co moderno. Como una feminista conocedora de las críticas

250 Castro-Gómez, p. 42.


251 Idem , p. 43.
252 Idem, p. 44.
posmodernas afirma, ‘ias soluciones permanentes y universa­
les a problemas diversos y precisos ya no [nos] seducen más”.253
Estas perspectivas posmodernas critican el sueño de un cono­
cimiento absoluto que se realiza a sí mismo en la historia, y el
sueño de una iluminada armonía de intereses cuyo objetivo
último es la paz perpetua. Cuando estos ideales se alejen, de­
sarrollaremos otros. En vez de celebrar (o de lamentar) el fin
de las utopías, es más productivo cuestionar cuáles son hoy los
límites de nuestras alternativas políticas. Si la lógica del perío­
do que estamos viviendo está cambiando de “moderna” a
“posmodema”, necesitamos aprender esta nueva lógica y este
nuevo juego del lenguaje de modo que podamos introducir
nuestro conocimiento y experiencia en los nuevos debates.
Traducción: Patricia Saconi

253 Rodríguez Bustamante, M. “Nostalgias de Utopía”, Hiparquia 9.1, 1997, p.


UNA MIRADA CRÍTICA SOBRE LA
HISTORIA DE LAS MUJERES
María Julia Palacios
(Universidad Nacional de Salta)

En 1984, Michélle Perrot se preguntaba “¿Es posible una


Historia de las mujeres?”254La pregunta resumía los varios interro­
gantes planteados por una nutrida producción historiográfica
-originada alrededor de veinte años atrás- sobre las mujeres,
sobre “su” historia, “su” cultura, su ausencia u opacada presen­
cia en la historia de la humanidad.
Hoy, a poco más de diez años de aquellas reflexiones y a
la luz de una producción incrementada de manera sorpren­
dente, lo que hace que ya nadie discuta la presencia de las m u­
jeres como co-agentes de la historia y se reconozca las diversas
maneras como ellas han contribuido al desarrollo social, la
pregunta cobra otro significado.255 De lo que se trata ahora, y
de hecho las historiadoras se lo han planteado recientemente,
es de analizar los orígenes de la empresa llevada a cabo, pero
más aún, de preguntar por los resultados obtenidos por la His­
toria de las mujeres, no meramente los de la información alcan-

254 Perrot, M. (comp.) ¿Es posible una historia de Ias mujeres? París, Rivages, 1984.
Hay traducción parcial en Lima, Centro de la Mujer Peruana “Flora Tristán”.
255 Cf. Anderson Zinsser y Duby-Perrot, Historia dé las mujeres.
zada y el conocimiento producido, sino, de manera particular,
cuál ha sido su incidencia en la historia general.236
En tanto filósofas, nuestro interés específico no es anali­
zar el origen histórico e ideológico de la.Historia de las mujeres —lo
cual no carece en absoluto de importancia y es algo que tam­
bién debe ser tenido en cuenta para explicar por qué hay Histo­
ria de las mujeres—sino, llevar a cabo una “reflexión de segundo
grado sobre las condiciones últimas de inteligibilidad de una
disciplina”, al decir de Paul Ricoeur.257 Esto es, indagar acerca
de la naturaleza de esta producción historiográfica, preguntar
por el estatuto epistemológico de esta historia ¿constituye una
renovación teórica?, ¿supone una renovación metodológica? ¿o
se trata, simplemente, de una renovación temática?
En cualquiera de los casos estas preguntas conducen ine­
vitablemente a otras. Porque, si se trata de una renovación teó­
rica, ¿cuáles son las innovaciones conceptuales, categoriales,
analíticas, introducidas en la Historia por la Historia de las mu­
jeres? Si se trata de lo segundo, ¿cuáles son los “nuevos” méto­
dos o los “nuevos” procedimientos, propios de esta historia?;
¿trabaja con “nuevas” fuentes o trabaja con otras categorías de
análisis las tradicionales fuentes de la historia?, ¿qué relacio­
nes mantiene con la historia general? Si lo tercero, ¿es sólo un
nuevo tema para la vieja historia o hay un “nuevo” objeto de la
historia? En síntesis, ¿qué clase de historia es la Historia de las
mujeres?, ¿es una historia “diferente”?, ¿es una “nueva” histo­
ria?, ¿es “otra” historia?

256 Cito sólo dos ejemplos: En Argentina, en las IVJomadas Nacionales de Historia
de las Mujeres e Historia de género se analizó y discutió los aspectos teóricos y
metaodológicos de la Historia de las Mujeres. En los cursos “Nuevos enfoques
teóricos y metodológicos I y II” del Programa de doctorado “Mujeres, Género
y poder” coordinados por Lola Luna, Mercedes Vilanova y Ma. Luisa del Río,
de la Universidad de Barcelona.
257 Cf. Ricoeur, P Historia y narración, (1987), p. 170.
Intentar responder a estas preguntas exige considerar la
obra producida, pero también tener en cuenta las perspectivas
que ofrece, esto es, el futuro de esta actividad en el terreno de
la investigación científica, cuestiones que intentamos abordar
aquí.
¿Cuál es el origen de la Historia de las mujeres? La pre­
gunta admite dos respuestas, si pensamos que por “origen”
podemos entender:
a, las circunstancias históricas que dan lugar a la Historia
de tas mujeres, lo que nos remite a cuestiones relativas a dónde,
cuándo, quiénes,
b. los aspectos teórico-metodológicos relacionados con
el desarrollo sufrido por la ciencia histórica, que han posibili­
tado la Historia de las mujeres.
En el primer sentido, la pregunta por el origen de la
Historia de las mujeres nos remite a los movimientos de mujeres
-de manera particular a los de la década del 60 en Europa y
EEUU™ y a sus reclamos. Son ya, para el feminismo, los tiem­
pos del reconocimiento de que la formulación de políticas de
cambio social que beneficiaran a las mujeres no era posible
desde la experiencia individual o colectiva del presente. Era
necesario conocer el pasado colectivo, conocer ejemplos his­
tóricos de la lucha de las mujeres, que abonaran la razón de
sus demandas.
Más importante aún fue el darse cuenta de que la histo­
ria recogía de manera muy opacada la vida y la acción de las
mujeres, lo que determinó la fuerte crítica del feminismo a los
presupuestos teóricos e ideológicos con los que se escribió la
historia, para la que tuvieron un nuevo calificativo: “andró-
céntrica” y la exigencia, entonces, de introducir una nueva
perspectiva en el análisis histórico.
Teniendo en cuenta esto que señalamos, Lidia Knecher
dice: “Hay un aspecto en la Historia de las mujeres que la dis­
tingue particularmente de las otras historias y es el hecho de
que, por lo general, ha estado ligada a un movimiento social,
es decir, ha sido escrita a partir de convicciones feministas y, si
bien es cierto que la mayor parte de la historiografía está
influenciada por el contexto político, pocas tuvieron tan es­
trecha relación con un programa de acción y de cambio como
el planteado por el movimiento feminista”.258
Esta exigencia de los movimientos de mujeres de nue­
vas perspectivas para la investigación histórica, se enlaza con
ese segundo sentido que atribuíamos a “origen”, es decir, el
estado de la disciplina histórica al momento de los reclamos
específicos de las mujeres.
En efecto, no puede desconocerse que también contribu­
yeron fuertemente al desarrollo de la Historia de ías mujeres los
cambios introducidos en la historiografía por la Historia Social.
El reconocimiento de nuevos objetos (el poder, el cuerpo), de
nuevos sujetos (sujetos colectivos: clases, movimientos); su pre­
ocupación por grupos sociales excluidos (negros, indígenas,
lúmpenes), o por expresiones culturales diferentes; la incorpo­
ración de nuevas perspectivas de análisis (lo económico y social,
no sólo lo político) y de esquemas interpretativos (ia pluralidad
de tiempos: larga y corta duración; procesos, estructuras); la re­
lación con otras disciplinas (sociología, antropología, demogra­
fía, lingüística); en fin, la pretensión de una historia total, signi­
ficaron una verdadera renovación de los marcos conceptuales y
teóricos, a la par que metodológicos, de la historiografía. En ese
marco era posible la inclusión de la problemática de la mujer.
En una palabra, la renovación historiográfica producida
por la Historia Social al coincidir con las nuevas exigencias de
los movimientos feministas, dio paso a la Historia de las mujeres.
Si no se tiene en cuenta esta doble fuente no es posible expli­
car su surgimiento.

258 Knecher, L. Respuesta a un cuestionario de investigación.


Pero esto que señalamos todavía no da cuenta de la clase
de trabajo histórico que la Historia de las mujeres supone. Lo que
se ofrece bajo ese rótulo es diverso y las teorizaciones en torno a
su constitución y a su naturaleza son escasas, por lo que no re­
sulta fácil responder a la pregunta ¿qué clase de historia es la
Historia de tas mujeres? En “La Historia de las mujeres y la renova­
ción de la historiografía”, Luna se pregunta precisamente, “¿de
qué estamos hablando, cuando utilizamos en historia el con­
cepto de género?, ¿de relaciones sociales de género, de una his­
toria de la diferencia sexual, del género femenino y la femini­
dad, o de otras orientaciones teóricas y metodológicas?”.259
Podría pensarse, a partir de lo dicho, que se trató sólo de
“poner” mujeres donde antes no había o de, simplemente, in­
corporar en la Historia otros temas —los referidos a las muje­
res™ cosa que buena parte de lo hecho no desmiente. Sin em­
bargo, y por el contrario, la pretensión fue mayor; el interés de
tener en cuenta el papel de las mujeres en la dinámica social se
fundaba en la necesidad de alcanzar explicaciones más
abarcativas, más completas, más esclarecedoras de los proce­
sos de construcción de las sociedades. Este tipo de explicacio­
nes exigía que se prestara atención a las mujeres, pero no tardó
en reconocerse que lo que importaba de plañera fundamental
era explicitar las diversas modalidades de relación entré los
sexos y los modos diferenciados como las diversas situaciones
sociales afectan a los individuos según su sexo, lo cual deman­
dó otros esfuerzos en el nivel teórico y metodológico.
Por lo tanto, la pregunta por la clase de historia que es la
Historia de las mujeres nos lleva al análisis de la producción que
se inscribe bajo ese rótulo sin olvidar el proceso y las transfor­
maciones que ésta ha sufrido desde su origen.

259Luna, L. "la Historia de las mujeres y la renovación de la historiografía” en Luna-


ViHarrea!, Historia, género y política, SIMS, Universidad de Barcelona, 1994, p. 22.
Me parece que un buen esquema para el análisis de la
Historia de las mujeres lo ofrece la obra de Le Goff y Nora, “Hacer
la historia”.260 Los compiladores reunieron allí trabajos en los
que diversos autores reflexionaban sobre la renovación teórico-
metodológica producida en la historiografía contemporánea en
las últimas décadas. Los trabajos fueron distribuidos en tres vo­
lúmenes bajo los siguientes títulos: Nuevos problemas (Vol.l),
Nuevos enfoques (Vol.2), Nuevos temas (VoL3). Usaré el esquema
organizativo de la temática abordada en esa obra -aunque no en
el mismo orden—para un análisis de la Historia de las mujeres orien­
tado a intentar responder las varias cuestiones que ella plantea,
como lo hemos señalado, pero particularmente, la pregunta de
fondo: ¿constituye una renovación historiográfica.
La atención prestada por la nueva historia, ía Historia
Social, a la vida cotidiana, a la vida privada, a las mentalidades,
permitió también la incorporación de temas surgidos de la pro­
testa y de la lucha de las mujeres por su reconocimiento como
agentes históricos. Lo primero fue la búsqueda de figuras ex­
traordinarias, que dio lugar a innumerables biografías y, al paso,
permitió la renovación de ese particular género historiográfico;
le siguió inmediatamente la preocupación por los “espacios”
de las mujeres (la familia, el matrimonio, los hijos, el hogar) y
las actividades, las prácticas, las tareas, los roles, los rituales de
mujeres (la crianza, la educación, el cuidado, la maternidad, la
prostitución). Luego, temas más complejos: el cuerpo y la
sexualidad femenina; las imágenes, la figura^femenina en los
textos literarios, en el arte; los modelos de feminidad, los có­
digos, las normas, las costumbres» la moral, el derecho. Por
último, la atención al binomio dominación/opresión en todas
las situaciones sociales y la contribución de la política, el dere­
cho, la religión, la ciencia, la filosofía, a la ancestral condición
de subordinación y dependencia de las mujeres.
260 Cf. Le Goff, P. Nora, R Hacer la Historia , (1985) 3 vol.
¿Hubo nuevos problemas en la Historia a partir de las
propuestas del feminismo? Me parece que no cabe más que
una respuesta afirmativa. ¿Qué son sino las discusiones acerca
de la pertinencia del uso de conceptos como “opresión”, “de­
pendencia”, “sometimiento”, “subordinación”, “ausencia”,
“invisibilidad”, para explicar la “situación” o la “condición”
(otro tema de controversia) no ya de individuos, grupos o ch^
ses sociales, sino del colectivo “mujeres”? ¿Y las discusiones
acerca de la “naturaleza” femenina o la “cultura” de las muje­
res, que enfrentaron a las feministas no sólo ideológica sino
teórica y metodológicamente respecto de la forma de abordar
y resolver temas de interés común?
¿No es, acaso, también una problemática nueva para la
historiografía, las relaciones de poder entre los sexos? Porque
no se trata sólo de detectar el tipo, las formas y la calidad, de
las relaciones entre los sexos (a lo que, por otra parte, se redu­
jo buena parte de la Historia de las mujeres) sino de analizar y
discutir su incidencia en los procesos sociales. Esto sí significó
una novedad, pues esa problemática estuvo ausente o simple­
mente velada tras esa idea de neutralidad histórica, amparada
en el genérico “hombre”, que signó el trabajo historiográfico
hasta la irrupción del feminismo.
Los binomios dominación-opresión, igualdad-desigual-
dád, salieron de su ya clásico ámbito de aplicación, las clases
sociales, para aplicarse a otras parejas de conceptos: varón/mu­
jer, “femenino-masculino”, pensados ahora en una dimensión
diferente: la de las relaciones de poder. Esto condujo obliga­
damente a una re lectura del pasado y a una nueva problema-
tización de los fenómenos sociales.
Por cierto se trata de una problemática que excede en
mucho a la Historiografía pues se da en todas las Ciencias So­
ciales, pero que, sin duda, en aquélla reviste un carácter muy
particular porque es la disciplina que puede aportar las eviden­
cias empíricas en las que se sostienen los nuevos problemas.
El enfoque inicial de las primeras investigaciones sobre
la situación de las mujeres en la historia, las mostró víctimas
de un sistema que las excluyó de la vida político-institucional
que, por otra parte, fue el ámbito de interés predominante de
la historia por tantos siglos. Ausentes de ese territorio donde
se “construía” la historia, las mujeres —la sociedad toda, en rea-
lidad-pensaron que no tenían historia. Las investigaciones pos­
teriores -en las que, junto con la crítica feminista, ia inciden­
cia de la Historia Social fue, como hemos dicho ya, decisiva—,
derrostraron que las mujeres están ausentes, o con una pre-
senda debilitada o ensombrecida, en el discurso historiográfico,
no en la historia vivida.
Desde esta nueva perspectiva, por lo tanto, se cuestionó
los análisis que se reducían a plantear la situación de las muje­
res como resultado de un sostenido proceso de victimización.
La propuesta en este caso, fue la de recoger datos de la partici­
pación de las mujeres —más allá de las exclusiones—y escribir
una historia que hiciera visibles a las mujeres, que las recono­
ciera como co-protagonistas y valorara su contribución al pro­
ceso histórico. Mary Nash denomina a esta historia, Historia
“contributiva”.261
De ese modo, mucho de lo producido inicialmente bajo
el nombre de Historia de las mujeres se enroló en el género “bio­
grafía”. N o hubo, en esa instancia, verdadero cuestionamien-
to a los fundamentos teóricos de una historia que omitió a las
mujeres o que, sencillamente, opacó su participación. Esta his­
toria se ocupó de mujeres destacadas, miembros de las élites,
que no podían ser representativas de la experiencia colectiva
de las mujeres, pero además, tampoco ahondó en la proble­
mática que el feminismo planteó a las disciplinas sociales, ni
aportó elementos que permitieran explicar la situación parti­

261 Nash, M. Presencia y protagonismo, (1984).


cular de esas mujeres, por qué sobresalieron, cómo pudieron
escapar de los condicionamientos sociales restrictivos para su
género.
En esos trabajos no se abordaron las relaciones de géne­
ro ni, menos aún, el significado de esas relaciones y su peso en
la dinámica social* En esta línea se ubican los trabajos que,
aunque consideren a colectivos de mujeres, lo hacen desde la
idea de que, de lo que se trata, es de “completar” la historia.
Susana Bianchi señala además, que está Historia de las mujeres
recurrió a las mismas fuentes de información y trabajó con las
mismas herramientas conceptuales y metodológicas de la his­
toria que se cuestionaba. “Continúa manteniendo, como la
historia tradicional, un marcado carácter institucionalista: si­
gue centrándose, como áreas de su análisis, en los aparatos del
Estado, en los partidos políticos, en los sindicatos, en las cues­
tiones públicas, etc.”.262
El verdadero cambio sobrevino a partir de los nuevos
interrogantes provinientes de diversas corrientes teóricas en
las que se expresó el feminismo (marxismo, estructuralismo,
post-estructuralismo, psicoanálisis, teoría crítica) y de la críti­
ca dirigida a los presupuestos teóricos e ideológicos de la his­
toria androcéntrica, que llevó, no sólo a plantear la necesidad
de incorporar otras categorías de análisis en la investigación
histórica, sino a mostrar la necesidad de una renovación en las
prácticas historiográficas, lo que dio lugar a que se hable de
una “nueva Historia de las mujeres”,263 Luna dice a este respecto:

262 Bianchi, S. “Historia de las mujeres o mujeres en la historia” En: Reynoso,


N . y otros (1992) p. 26.
263 Amparo Moreno planteó con gran agudeza el problema de los presupuestos
teóricos e ideológicos de la historia en El arquetipo viril protagonista de la historia,
Barcelona, (1986).
De rescatara las mujeres de las sombras, se ha llegado a proponer nue­
vas herramientas teóricas para la explicación, no sólo de su participa­
ción en la historia, sino también de la desigualdad y del cambio social,
desde la perspectiva de la diferencia entre los géneros,264
La nueva Historia de las mujeres se presentó como un es­
fuerzo tendiente a superar la visión androcéntrica, hegémonica
en la tradición historiográfica. Su primera preocupación fue
abarcar la experiencia colectiva de las mujeres y escapar del
viejo esquema que llevaba al rescate de las mujeres excepcio­
nales. Se propuso explicitar los mecanismos de reproducción
del patriarcado y ofrecer explicaciones de la situación del co­
lectivo de las mujeres. En un primer momento se apeló a los
conceptos de opresión y dominación, pero ante un uso esque­
mático, esto es, acrítico y no contextualizado de este esquema,
surgió la crítica. Se señaló las dificultades que en esas condi­
ciones ese modelo ofrecía para una explicación satisfactoria de
ios complejos procesos de la historia, ya que así no era posible
explicar las diferencias existentes en las relaciones entre varo­
nes y mujeres según contextos diferentes (condiciones socio­
económicas, de clase, de culturas, de edades, de etnias, etc.),
ni detectar las diferentes situaciones de las mujeres en rela­
ción con ello, ni reconocer las “complicidades” de las mujeres
en la construcción del patriarcado. Porque, como dice Gisela
Bock “...las mujeres no tienen todas la misma historia”.265
Los nuevos temas y los nuevos problemas introducidos
en la historiografía contemporánea por la Historia de las mujeres
pusieron al descubierto la insuficiencia de los instrumentos
conceptuales con que las Ciencias Sociales —y, por lo tanto,

264 Cf. Luna, L. Ob cit.p. 24.


2Í,SCf, Bock, G. “Historia de las mujeres, historia de! género” en Historia Social,
9, Valencia, 1994, p. 57.
también la Historia—contaban para describir y explicar los pro­
cesos sociales cuando se trataba de no ignorar la intervención
de las mujeres. Ello condujo a la elaboración de nuevos con­
ceptos que hicieran posible ese nuevo enfoque que la nueva
situación demandaba. Así, “género” surgió como una herra­
mienta útil para el análisis de la diversidad problemática que
los estudios sobre mujeres presentaban.
Más allá de las indudables dificultades teóricas y empí­
ricas que esta noción ofrece —de la que nos hemos ocupado en
otro artículo-, no puede discutirse la importancia de gran par­
te de las investigaciones llevadas a cabo por las científicas so­
ciales que usaron este concepto para el análisis de la realidad
social, como tampoco puede discutirse el valor de muchos de
los resultados obtenidos.266
La Historia incorporó la noción, la usó muchas veces en
sentido descriptivo, pero también hay ejemplos importantes
de un uso analítico de “género”, que permitió interesantes ex­
plicaciones de fenómenos históricos.267 La defensa de “géne­
ro” como “categoría útil para el análisis histórico”, la formuló
con toda claridad Joan Scott en un conocido artículo 268
Esto tiene que ver con la importante evolución sufrida
por el concepto (de una suerte de casi identificación con “m u­
jer”, pasó a significar las relaciones entre los sexos) y el reco­
nocimiento generalizado de la necesidad de entrecruzamien-
to de esta noción con otras categorías y nociones valiosas para

266 Cf. Palacios, M J. “El género en la encrucijada” en Palacios, M J. (comp.)


¿Historia de las mujeres o historia no-atidrocéntrica? (1997).
267Varios de los artículos incluidos en los volúmenes de Historia de las mujeres de
Duby-Perrot o de Anderson-Zinsser, o la compilación ya citada de M. Nash,
son buenos ejemplos.
268Scott, J. “El género una categoría útil para el análisis histórico” en Cangiano-
Dubois (comps.), De mujer a género (1994).
el análisis de la sociedad; clase, situación socio-económica, raza
o etnia, nacionalidad, edad, opción sexual, profesión, etc.
La noción de género llevó a repensar antiguas nociones
relativas a las relaciones sociales: igualdad, desigualdad, liber­
tad, dependencia, sometimiento, opresión, cultura, naturale­
za, poder. Pero significó, fundamentalmente, una nueva ma­
nera de enfocar las relaciones sociales y, en consecuencia, abrió
la posibilidad para nuevas explicaciones de la sociedad y de la
historia.
Nuevos objetos, nuevos problemas, nuevos enfoques,
¿suponen nuevos métodos? Resulta un tanto difícil responder
a esta pregunta en la medida que “método” no tiene un signi­
ficado unívoco. Si por método entendemos una “lógica de la
investigación”, habría que responder negativamente, pues, a
pesar de algunos planteos de cierto feminismo, no parece que
pudiera sostenerse seriamente la tesis de un modo “femeni­
no” de construir el conocimiento científico.
Si, en todo caso, nos referimos a procedimientos, técni­
cas y perspectivas particulares para acceder al conocimiento
de determinados objetos, la cuestión exige otro análisis.
¿La Historia de las mujeres ha elaborado nuevas y diferen­
tes formas de investigación? Por lo pronto, es posible afirmar
que ha trabajado de otra manera, desde otra perspectiva, las
tradicionales fuentes de la historia; que las técnicas de la histo­
ria cuantitativa (las de la demografía, particularmente) y los
análisis cualitativos (de los discursos —en especial los normati­
vos—y de las representaciones), han producido otros resulta­
dos cuando se incorporó la noción de género para responder a
los interrogantes que el feminismo planteó a la historia, pero
¿esto es suficiente para afirmar que la Historia de las mujeres
supone una renovación metodológica?
En un interesante artículo, Arlette Farge sostiene que el
problema teórico que plantea a la Historia de las mujeres la nece­
sidad de reintroducir la dimensión política en la reflexión sobre lo
masculino/femenino (con lo que) se privilegia la noción de público, en
la medida que esta noción implica una reflexión sobre lo civil, lo econó­
mico y lo político mismo, sin excluir por eso la importancia de lo priva­
do, es ya una propuesta metodológica.269
En esa misma línea, Lola Luna recalca el interés particu­
lar que reviste la dimensión política del género para una nue­
va Historia de las mujeres?70Escribir una historia que salga de la
reiteración de las dicotomías dominación masculina/opresión
femenina, mundo público/mundo privado, que llevaron a ofre­
cer interpretaciones pendulares de la participación de las m u­
jeres en la historia: entre la acción protagónica y la posición de
víctima, exige, según Luna, una consideración de lo histórico
desde una concepción de las relaciones de género como rela­
ciones de poder.
Las más recientes investigaciones se orientan precisa­
mente a la consideración del aspecto político de género, como
un elemento que permite comprender otras variables sociales
que deben tenerse en cuenta y con las que debe entrecruzarse
la noción de género (clase, etnia, “cultura de las mujeres”, pro­
fesión, ocupación, opción sexual), para explicar la situación de
las mujeres y la naturaleza de las relaciones entre los géne­
ros.271
Para Lola Luna “... el género en tanto elemento de las
relaciones de poder es lo que une las diferencias de clase,
culturales y étnicas que hay entre todas nosotras.”272La dimen­

269 Farge, A. “La Historia de las mujeres. Cultura y poder de las mujeres: ensayo de
historiografía” en Historia Social, 9, 1991, p. 98.
270 Cf. Luna, L. Art.cit. y en “A propósito del género” en Luna, L.-Vilanova
(comps.). Desde tas orillas de la política.
271 Com o en los últimos trabajos de Farge, Scott, Luna.
272 Cf. Luna, art.cit.
sión política del género se presenta hoy como el rasgo más
rico para el análisis historiográfico, porque, como sostiene Joan
Scott: “..fel género es un campo primario en el cual o a través
del cual se articula el poder. El género no es simplemente un
campo, sino que pareceVhaber sido una manera recurrente y
persistente de expresar el poder en occidente, en las tradicio­
nes judeo-cristianas e islámicas.w273
No obstante, no queda claro cuáles serían los procedi­
mientos a seguir, de qué manera esa articulación haría posible
una lectura diferente del pasado, porque tampoco hay unani­
midad respecto de lo que debería ser la Historia de las mujeres.
Mientras algunas parecen aceptar que ésta sea una historia “pa­
ralela”, como se. desprende de esta frase de Gisela Bock: “El
hecho de que la Historia de las mujeres tenga un carácter au­
tónomo y sea distinta de la de los hombres, no quiere decir
que sea menos importante ni que plantee simplemente un
problema ‘especiar o ‘específicamente femenino’.”274 Signifi­
ca, más bien, que debemos reconocer que la historia general
ha Sido hasta el momento específica del varón y la Historia de
las mujeres debe considerarse tan general como la del otro
sexo. Otras, como S. Bianchi, cuestionan qué ese sea el “lu­
gar” de la Historia de las mujeres y señalan precisamente como
una falencia que no haya logrado modificar la historia gene­
ral.275
La opiríión más generalizada entre las investigadoras
parece ser la de que no se trata de una historia “especial”; tam­
poco que deba ser un apéndice o mero complemento de la
historia general, ni una historia “paralela” ni, menos aún, que
debería pretender sustituir a la historia general. Una impor­

273 Cf. Scott, art.cit., p. 37.


274 Cf. Bock, ob.cit. p. 57.
275 C f Farge, Luna, Pastor, Bianchi, entre otras.
tante y calificada mayoría de investigadoras se inclinan por una
forma de hacer Historia de las mujeres inscripta en la Historia
Social. Hacer Historia de las mujeres sería hacer Historia Social
con perspectiva de género.276Visto de otro ángulo, la Historia
Social se ha visto renovada con la incorporación de ios enfo­
ques, de ios conceptos, de nuevas fuentes y nuevas técnicas de
análisis, aportados por el feminismo, lo cual debería incorpo­
rarse definitivamente en la práctica historiográfica.
Hasta ahí -no más- la renovación de la historiografía
producida por la Historia de las mujeres, pues el problema teóri­
co y metodológico que supone la superación de esquemas tra­
dicionales y la elaboración de nuevos modelos de explicación
histórica que tengan en cuenta la inserción de las mujeres en
la sociedad y su participación en los procesos por los que ésta
se construye es una cuestión todavía no resuelta.
Al inicio de este artículo nos preguntábamos si la Histo­
ria de las mujeres constituía una renovación de la historiografía.
Mostramos en su desarrollo cómo algunos de los temas de los
que se ocupa son nuevos para la historia, lo que significó “nue­
vos campos de investigación con estimulantes progresos”;
cómo ciertos problemas, que suscitaron discusiones y contro­
versias importantes, fueron introducidos por ella, y cómo la
noción de género incorporada al análisis histórico, puede dar
lugar a explicaciones más abarcativas del fenómeno histórico.
Estamos, pues, en condiciones de preguntarnos ahora si la in­
corporación de nuevos temas, la existencia de nuevos proble­
mas, y el nuevo enfoque que supone el uso analítico de “géne­
ro”, bastan para hacer de la Historia de las mujeres “otra” historia
o, más aún, si ello puede ser suficiente para hacer de la historia
general una “nueva historia”.

276 Entrevista a R. Pastor.


Hablar de renovación historiográfica puede tener dos
sentidos, uno lato, otro restringido. El primero supone pensar
en un cambio im portante en el nivel teórico y a nivel
metodológico de la historia en su conjunto, tal como lo fue la
Historia Social en su momento, que representó una profunda
transformación de la historiografía. No parece que pudiéra­
mos afirmar hoy que la Historia de ías mujeres signifique tal cosa
para la historia general. Por el contrario, los esfuerzos iniciales
por superar la historia androcéntrica no alcanzaron el éxito
esperado y según Susana Bianchi, La Historia de las mujeres y la
historia "general" son dos historias que marchan por caminos paralelos,
sin tocarse, sin cruzarse, sin interrogarse, sin debatir ni plantear conflic­
tos, sin poner en tela dejuicio, conceptos ni categorías de análisis.277
En el segundo sentido, es dable pensar que más que el
hecho de la incorporación de nuevos temas o de nuevos pro­
blemas, es el nuevo enfoque propuesto por la Historia de las
mujeres, que origina el uso de nuevas fuentes y cierto manejo
diferente de fuentes tradicionales —impensable sin ese enfo­
que- lo que sí constituye un cambio importante en la histo­
riografía. Se trata, sin embargo de una renovación restringida
porque no obstante la importante producción lograda, los pro­
gresos no han sido tales que permitan pensar en una real inci­
dencia de la Historia de las mujeres en la historia general.
En 1994, a diez años de la pregunta de Michélie Perrot
acerca de la posibilidad de una Historia de las mujeres, Lola Luna
señalaba claramente esta situación: ..Japroducción histórica sobre
las mujeres sigue estando lejos de las preocupaciones y debates que hoy
día animan la historiografía masculina, porque después de dos décadas
de historiografíafeminista en Francia, Inglaterra y EE.UU. y una
década en España y América

277 Bianchi, ob.cit, p. 27-8.


Latina, poco se la tiene en cuenta y cuando se hacen referencias a ella,
suelen ser marginales....278
Podría decirse tal vez que ésta es una dificultad en cierto
sentido no atribuíble a la Historia de las mujeres per se; que, en
todo caso, podría atribuirse a la resistencia a estos cambios ori­
ginada en la tradición androcéntrica que hegemonizó la pro­
ducción de conocimiento. Sin embargó, las dificultades más
serias provienen realmente de la propia Historia de las mujeres
que no ha logrado superar —Jo cual resulta preocupante- cier­
tas “debilidades”, al decir de Arlette Farge, quien, con mucha
claridad, las resume así:
* wla siempre sensible predilección por el estudio del
cuerpo, de la sexualidad, de la maternidad, de la sicología fe­
menina y de las profesiones próximas a una 'naturaleza feme­
nina’”.
• “la dialéctica siempre utilizada de la dominación y
la opresión que apenas si pasa del enunciado tautológico des­
de el momento en que no intenta analizar por qué mediacio­
nes específicas, en el tiempo y en el espacio, se ejerce esa do­
minación”.279
Refiriéndose a esta cuestión Reyna Pastor hablaba de
“banalización” señalando sus riesgos.280En efecto, la aplicación
indiscriminada, sin matices, de esta pareja de conceptos, impide
el reconocimiento y la captación de la complejidad que ofrecen
las relaciones entre los géneros, descuida la intervención de otros
factores, constituye un reduccíonismo y no contribuye a brin­
dar explicaciones satisfactorias. En el mismo sentido, Bianchi
apunta al hecho de los planteos “poco innovadores y escasa­
mente problemáticos” que ofrece la Historia de las mujeres hoy.28t
278 Cf. Luna, L. ob.cit. p. 21.
279 Cf. Farge, art.cit. p. 80.
28° £ pastor en entrevista.
281 Respuesta a cuestionario.
“una inflación del estudio de los discursos nor­
mativos que apenas tiene en cuenta las prácticas sociales y los
modos de resistencia a esos discursos, y que induce a veces a
una especie de autofascinación por el sufrimiento.”
A esto habría que agregar esa creciente preferencia y
mayor preocupación —excesivas, en mi opinión—por el análi­
sis de los discursos y por el estudio de las representaciones
que se observa en la actualidad. En las IVoJornadas Nacionales
de Historia de las Mujeres y Estudios de Género, las ultimas realiza­
das en la Universidad Nacional de Tucumán, Argentina, casi
el 50% de las 130 ponencias presentadas se ocuparon de análi­
sis del discurso o de las representaciones.
En mi concepto esta tendencia termina, en algún senti­
do, desplazando el interés originario del feminismo por las
condiciones reales de existencia de las mujeres -algo que ha­
bía sido posible también gracias a los enfoques de la Historia
Social- constituyendo un serio riesgo. Digo esto porque en la
base de los intereses intelectuales estaban ios intereses políti­
cos: cambiar las reglas de juego de la sociedad para revertir la
situación ancestral de dependencia de las mujeres. N o parece
que esto pudiera lograrse si los análisis se quedan en el ámbito
del discurso.
• “una ignorancia de la historia del feminismo y de
su articulación con la historia política y social”.
• “una falta de reflexión metodológica y sobre todo
teórica”.
Este último punto me parece uno de los más importan­
tes y a él me referiré más adelante. Como se ve, la cuestión
que está en la base de toda discusión acerca de la Historia de las
mujeres y sobre la que es necesario ahondar para alcanzar ma­
yores precisiones, es la de su estatuto epistemológico. Sin em­
bargo, preguntas como: ¿la Historia de las mujeres se define por
el objeto?, ¿se distingue por sus problemáticas?, ¿se diferencia
por su metodología?, ¿cómo se relaciona con la historia glo­
bal?, ¿es un capítulo de la historia global?, ¿es una historia “di­
ferente”? ¿en qué consiste, en tal caso, esa diferencia?, ¿qué
clase de Historia de las mujeres debería escribirse?, que deberían
ser objeto de investigación y de debate, no constituyen todavía
un núcleo problemático de interés sustancial para teóricas/os
y epistemólogas/os. Frente a esto, A. Farge reclama la necesi­
dad de “ser críticos respecto de las formulaciones mismas de
la historiografía de las mujeres .-A282
De todos modos, es posible afirmar que el gran mérito
de los estudios llevados a cabo hasta el momento es el de ha­
ber demostrado las insuficiencias de la historia androcéntrica
y la consiguiente necesidad de trabajar con nociones como la
de género, que permite visualizar las relaciones entre varones
y mujeres como un elemento fundamental de la dinámica so-^
cial, insoslayable en la explicación del proceso histórico. Como
dice Hebe Clementi, La clave delgénero, precisamente por esta cua­
lidad universal, parece ser una excelente develadora de la maraña histó­
rica que ha envuelto esapresencia importante e indispensable de la mujer
en un silencio y una oscuridad que la omisión acentúa.. Está comen­
zando a descubrirse ese tejido espeso que devela la construcción de cada
sociedad y el papel de la mujer en cada una de ellas.283 .
Los estudios realizados en el marco de la Historia de las
mujeres han enriquecido problemática y metodológicamente
la historiografía contemporánea: han aportado conceptos y
perspectivas de análisis tendientes a lograr una mayor com­
prensión y mejor explicación de las complejas interrelaciones
entre varones y mujeres; han permitido tener en cuenta y han
contribuido a explicitar las formas específicas de relación en-

232 Farge, art.cit., p. 82.


2S3 Clementi, H. Migración y discriminación en ¡a construcción social, Leviatán, 1995,
pp. 124-5.
tre género y política» y, lo que me parece indiscutible, han lle­
vado al reconocimiento de que la explicación del proceso so­
cial exige la consideración de todos los sujetos implicados en
él.
Si, como lo señalaba Farge, la Historia de tas mujeres mues­
tra “debilidades” y, según lo expresan muchas, la producción
historiográfica sobre las mujeres sigue siendo marginal y —lo
que es más preocupante aún- ofrece peligrosos signos de
“banalización” y se muestra poco problematizadora, no pode­
mos sino preguntar por su futuro.
La falta de unanimidad respecto de qué sea la Historia de
las mujeres tiene su correlato en las diferencias manifiestas de
opinión sobre su futuro. Así, mientras Susana Bianchi opina
que la Historia de las mujeres está en “un callejón sin salida” y ve
“negro” el futuro de esta historia, Dora Barrancos lo ve “con
mucha salud”.284 ¿En qué pueden basarse opiniones tan con­
trapuestas? Seguramente en la expectativa puesta en la clase
de historia que debería escribirse y en una evaluación diferen­
te de las posibilidades que se le reconocen a la Historia de las
mujeres para superar sus dificultades.
Por cierto, es incuestionable para la historiografía con­
temporánea que “el objeto de la historia no es el individuo
sino el 'hecho social en su totalidad’, en todas sus dimensio­
nes humanas, económica, social, política, cultural, espiritual,
etc.”285 Esto hace que resulte incomprensible -com o lo ha,
mostrado el feminismo- que se pueda considerar satisfacto­
rias las explicaciones que dejan fuera a las mujeres o en las que
se las incorpora de forma tangencial. Pero la pregunta es cómo
abordar este problema sin caer en la elaboración de una histo­
ria “paralela”, cómo se incorpora en la historiografía esa pers-

284 Respuesta a cuestionario.


285 Cf. Ricoeur, op.cit.
pectiva teórica y metodológica que haga posible un análisis
diferente de los fenómenos históricos, en pos de esa “historia
total”.
Tal vez por eso Bianchi se pregunta “¿Será que en reali­
dad no existe una Historia de las mujeres?”,286 Apunta, en ese
caso, a la Historia de las mujeres como historia “paralela”, y a la
pretensión de una historia “diferente” que termina siendo una
“parcela” de la historia. En esto parecen coincidir muchas e
importantes investigadoras* Si de lo que se trata es de superar
el enfoque androcéntrico, esa superación sólo es posible por
un enfoque más abarcativo, más extensivo y de mayor profun­
didad de la problemática histórica. N o hay superación si sólo
se trata de hacer una historia “paralela”.
Ahora bien, una perspectiva teórica superadora deman­
da nuevos procedimientos, nuevas técnicas y produce resulta­
dos diferentes en la aplicación de técnicas ya probadas, por lo
que parte del camino a recorrer tiene que ver con un intenso
trabajo de elucidación teórica para el logro de precisiones con­
ceptuales y la elaboración de rigurosas categorías de análisis
que permitan identificar los problemas significativos y formular
con claridad hipótesis de investigación. Es impensable, pues,
un desarrollo de la teoría sin un desarrollo simultáneo de la
metodología adecuada para cumplir con los propósitos enun­
ciados de la Historia de las mujeres: superar el enfoque
androcéntrico y escribir una historia “total”.
Por eso, muy agudamente Farge apuntaba como una de­
bilidad de la Historia de las mujeres la falta de reflexión teórica y
metodológica. Y aunque la pérdida de interés por las preocu­
paciones metodológicas no es exclusiva de la Historia de las
mujeres (hace tiempo que esa actitud aparece en gran parte de
la comunidad científica, tal vez como una reacción contra el

286 Respueta a cuestionario.


cientificismo) en ella constituye un verdadero obstáculo para
el logro de sus objetivos. Por ese motivo resulta preocupante
cierta actitud de algunas historiadoras, reacias a la teorización
o simplemente desinteresadas, como lo pudimos constatar en
el trasncurso de nuestra investigación.
A esto se suma una preocupante tendencia de la histo­
riografía contemporánea a ocuparse del detalle, una “vuelta al
acontecimiento” que supone un viraje en sentido inverso al
camino emprendido por la Historia Social —a lo cual no escapa
la Historia de ías mujeres- y que conspira fuertemente contra ese
ideal de historia total.
Por todo lo dicho, resulta pertinente para la Historia de
las mujeres la advertencia que Liliana de Ríz hacía —hace unos
veinte años ya- a las investigaciones sobre América Latina:
Tenemos la convicción de que en la actualidad se impone restablecer una
aspiración de rigor que no consiste en la simple determinación empírica
de un conjunto de relaciones a partir del uso de técnicas de investigación
más o menos sofisticadas. Esá aspiración al rigor implica una reflexión
en el campo mismo de la teoría, una actitud de ‘vigilancia epistemológica’
que permita despejar el camino de los equívocos metodológicos que im­
piden el avance en la producción de conocimiento sobre la realidad so­
cial287
Esa “vigilancia epistemológica” se presenta como una
exigencia de la Historia dé las mujeres si quiere alcanzar la evolu­
ción y el desarrollo teórico y metodológico necesarios para el
logro de una transformación de la historiografía, según una
nunca desmentida pretensión. De otra manera, ¿cómo se en­
tenderían expresiones acerca de lo que se considera un objeti­

287 Cf. de Ríz, L. “Algunos problemas teórico-metodológicos en el análisis so­


ciológico y político de América Latina” en Pereyra, C. y otros, Ideología y Cien­
cias Sociales, UNAM , 1978, p. 77.
vo de la Historia de las mujeres, como las que siguen?: “superar
la visión androcéntrica”, “explicitar los mecanismos de repro­
ducción del patriarcado”, “abarcar la experiencia colectiva de
las mujeres” (Nash); “cuestionar una historiografía que des­
conoce la centralidad de los sujetos en los procesos históricos”
(Bianchi); “negar el carácter fijo y permanente de la oposición
binaria”, “historizar los términos de la diferencia sexual”, “pres­
tar atención a los sistemas de significados, a los modos de re­
presentación del género en las sociedades, a ía articulación de
reglas de ias relaciones sociales y la constitución de significa­
dos de la experiencia” (Scott); “no estudiar la vida de las muje­
res de manera aislada, relacionarla con otros temas históricos
como el poder de las ¿deas o las fuerzas que gobiernan los cam­
bios culturales”, “trabajar con ciertas perspectivas que permi­
tan mostrar cómo los resultados de lo analizado contribuyen a
la explicación de problemas generales”; “elaborar esquemas
interpretativos que permitan dar cuenta de la complejidad de
las relaciones entre los sexos, de las modificaciones en el sta­
tus de las mujeres, de los avances y retrocesos de la historia”
(Knecher); “propuesta abierta que condena la reificación y el
esencíalismo” (Barrancos).
Buena parte de las investigadoras muestran actualmen­
te una fuerte preocupación por el riesgo que suponen las in­
terpretaciones esquematizadas y “banales” de la Historia de las
mujeres; también coinciden en advertir que el camino más pro­
ductivo para la recuperación de las mujeres en la historia no es
el de una historia “paralela”, sino aquel que posibilite una nueva
lectura racional del pasado, desde una perspectiva que permita
una mirada más abarcativa e integradora sobre el conjunto de
la sociedad, sus problemas y sus conflictos. Esto quiere decir,
una historia “no androcéntrica” o, como lo expresaba Reyna
Pastor, una Historia Social que incluya la perspectiva de géne­
ro.
Tal vez entonces no haya necesidad de una Historia de las
mujeres, no al menos en el sentido al que responde mucha de la
producción actual. Sí, e indiscutiblemente gracias a la Historia
de las mujeresyla de escribir una historia ¿ron las mujeres.
FILOSOFÍA, POLÍTICA Y
SEXUALIDAD
Alicia H . Puleo
(Universidad de Vhlladolid)

1. Las diversas conceptualizaciones de la sexualidad en el


pensamiento filosófico occidental no son ajenas a los cambios
sociales y políticos producidos en su ámbito. Esta afirmación
no tiene nada de nuevo ni de sorprendente desde el punto de
vista de una general interrelación entre fenómenos económi­
cos, políticos y culturales, sea cual sea el sentido que se otorgue
a la causalidad enjuego entre ellos.
Considero, sin embargo, que sólo desde categorías forja­
das por el feminismo puede alumbrarse uno de los aspectos fun­
damentales de la relación anteriormente señalada puesto que la
conceptualización de la sexualidad se halla en estrecha relación
con la dinámica conflictiva de los colectivos de sexo en las so­
ciedades patriarcales (y, si nos atenemos a los datos de la antro­
pología, no parece haber existido otro tipo de organización so­
cial). El feminismo fue pionero en considerar la sexualidad como
una política. Antes de que un pensador tan famoso como Michel
Foucault fuera considerado como el principal teórico del carác­
ter construido, histórico y cultural de la sexualidad, las pensa­
doras feministas habían comenzado a indagar por esa vía y lo
habían hecho desde una perspectiva que apenas si merece la
atención de Foucault: la dominación patriarcal. Y sin embargo,
varios años antes que La voíonté de savoir (1976) (primer volu­
men de la Histoire de la sexualité), Sexual Politics (1969) de Kate
Millet sostenía la tesis de la construcción política de la sexuali­
dad. U n análisis de textos literarios contemporáneos le permitía
denunciar el funcionamiento de una interesada fusión de Eros y
Thanatos como práctica de poder.
Los discursos sobre la sexualidad que vamos a analizar
aquí forman parte de los procesos modernos de constitución de
varones y mujeres y de sus mutuas relaciones. Como podremos
constatar, la mayoría incluye prácticas de autodesignación (el
filósofo habla como hombre a otros hombres, definiendo la mas­
culinidad compartida) y de heterodesignación (define a las mu­
jeres, reforzando el vínculo entre los pares a través de la compli­
cidad masculina y la determinación del Otro).288
2. Si bien Descartes no había tratado en particular el tema
del estatus ontológico de las mujeres, su dualismo y la excelen­
cia que atribuía al intelecto permitían suponer que este último,
al ser independiente del cuerpo, era igual en hombres y muje­
res. El sexo era sólo una particularidad contingente que no re­
vestía un carácter fundante, no era un destino ontológico. El
dualismo res cogitans-res extensa permitirá el primer despliegue
teórico totalmente coherente del feminismo en la obra del car­
tesiano Poulain de la Barre que inicia en el siglo XVII una línea
reivindicativa continúa eñ el siglo siguiente con figuras tales
como Madame Lambert, Olympe de Gouges o el marqués de
Condorcet, entre otras. Este impulso emancípatorio de la Ilus­
tración estará representado un poco más tarde en España por el
fraile benedictino Jerónimo Feijoo que en su Defensa de las mu­
jeres {Teatro crítico universal; Tomo I, Discurso XVI) utiliza argu­
mentos similares a los de Poulain de la Barre, afirmando la ígual-

288 Para una discusión del tratamiento de autodesignación y heterodesignación


como formas constitutivas de la dominación de género dentro de una teoría
nominalista del patriarcado, Cf. Amorós, C. “Notas para una teoría nominalista
del patriarcado” Asparkía. Investigado feminista, 1, 1992. Pp. 41-58.
dad de las facultades intelectuales de ambos sexos, y por Josefa
Amar y Borbón en su Discurso sobre la educacvónfisica y moral de las
mujeres (1790), tratado que, en su defensa de la necesidad de
instruir a las mujeres, coincide en las apreciaciones morales de
la marquesa de Lambert,
Junto a esta línea de la Ilustración que insiste en la impor­
tancia de las leyes y de la educación en la construcción de lo que
hoy llamaríamos “género”, aparece otra, de carácter esencialista
y biologicista, que se inicia con el éxito de la obra del médico
Pierre Roussel, a mediados del XVIII. El pensamiento ilustrado
no podía dejar de interesarse por las relaciones de causalidad
que enlazan los estados físicos con los mentales. El materialis­
mo de La Mettrie escandalizó y fue rechazado, pero el desarro­
llo de las ciencias naturales se hará sentir en la reflexión filosó­
fica que, en lo referente al tema de la diferencia de los sexos,
pasará del dualismo cartesiano al monismo materialista. Así,
dentro de la misma Ilustración, encontramos dos tendencias
opuestas: crítica a los estereotipos de género y fundamentación
de estos mismos estereotipos en la Naturaleza (previa
remodelación para adaptarlos al modelo burgués emergente).
Los nuevos conocimientos sobre la Naturaleza legitimarán la
antigua asimetría de poder entre los sexos con argumentos re­
novados, elaborados no ya en el lenguaje de la religión sino en
el de la “ciencia”. A partir de la Medicina, se desarrolla así un
nuevo discurso que sostiene que el género traduce la sexuali­
dad. Esta es concebida como una fuerza misteriosa que rige la
conducta de los individuos y, en especial -como era de prever­
la vida de las mujeres.
Sin embargo, si exceptuamos el caso del marqués de Sade
cuya influencia se hará sentir más tarde, en el siglo XX, cuando
es descubierto por los surrealistas, en el terreno de la Filosofía
habrá que esperar el advenimiento de la crisis de la razón para
que la sexualidad pase a ocupar un lugar privilegiado en la me­
tafísica. Arthur Schopenhauer inaugura esta nueva era cuando
encuentra en la sexualidad la manifestación “pura y sin mezcla”
de la \faluntad de Vivir constitutiva del fundamento ontológico.
Profundamente influenciados por el desarrollo de las ciencias
naturales, el autor de El mundo como Vólüriiátíy corriórepresentación
así como Edward von Hartmann, continuador en lo esencial de
sus teorías, ven en la mujer a la trampa que la especie le pone al
individuo para reproducirse a sí misma, más allá de los intereses
y conveniencias racionales del ego masculino que, engañado
por la belleza, no alcanza a ver a la futura madre agazapada en
cada joven atractiva. Ambos filósofos son fíeles a las teorías mé­
dicas de la época que consideraban a la mujer como un ser de­
terminado por el útero y por su destino de madre. La histeri-
zación del cuerpo de las mujeres, su reducción al útero, es, como
destacó Foucault, parte de un “dispositivo de sexualidad” por el
que las ciencias toman el relevo de la religión y construyen la
identidad de los individuos haciendo más eficiente y sutil el
control social.
Unos mínimos conocimientos biográficos prueban que
Schopenhauer reacciona violentamente contra las pretensiones
intelectuales de las mujeres, experimentadas en la figura de su
misma madre que presidía un salón literario y escribía obras
que en su momento tuvieron mayor repercusión que las del
hijo. No es la ausencia de referentes femeninos que destaquen
por el intelecto lo que genera tales discursos sino justamente su
presencia, percibida como amenaza que se cierne sobre el futu­
ro.
La inmemorial identificación de mujer y sexualidad se
viste con una nueva terminología: Eva y la serpiente, tantas ve­
ces representada con voluptuosas curvas femeninas, reciben aho­
ra el nombre de Voluntad de Vivir. Esta es una fuerza ciega que
ocupa el lugar del noúmeno kantiano, es energía universal subya­
cente al mundo fenoménico. Sin embargo, como representante
directa de la Voluntad de Vivir, la mujer es considerada menos
culpable que el hombre ya que su desarrollo cerebral es menor
y predomina en ella el sistema “ganglionar”. Puede interponer,
por lo tanto, menos mediaciones a la ley natural. Su responsabi­
lidad moral en la continuación de la cadena de dolor de los seres
vivos no es tan grande como la del hombre.
La homosexualidad masculina es interpretada por
Schopenhauer como un signo de la menor dependencia del va­
rón respecto al instinto. Se trataría de un error en la elección de
objeto que probaría la debilidad de los dictados naturales en el
sexo caracterizado por la actividad racional. Toda referencia al
lesbianismo es omitida a pesar de ser un tema frecuente de la
literatura y pintura eróticas del siglo anterior. Por otro lado, el
ascetismo que preconiza frente al horror de la Naturaleza y su
eterno ciclo de nacimiento, dolor y muerte no le impide justifi­
car la moral de la doble norma. Así, afirma que la capacidad del
hombre de fertilizar a muchas mujeres explica su natural poliga­
mia mientras que el adulterio femenino es inaceptable. La vio­
lación también ha de ser interpretada como estrategia de la Vo­
luntad inconsciente para conseguir sus fines reproductivos.
La extraordinaria popularidad que adquirieran finalmen­
te las teorías de Schopenhauer se debe en gran parte al lugar
central que otorgaba a la sexualidad en la metafísica y al funda­
mento filosófico concedido a la misoginia. El modelo burgués
de mujer-madre encerrada en el hogar y hombre-sostén de la
familia adquiría así el rango de Naturaleza: una Naturaleza opre­
sora que limitaba la libertad individual masculina. Si, en el siglo
anterior, al hilo de las necesidades demográficas, las mujeres
habían sido criticadas por no responder suficientemente al mo­
delo de madre289 y se les había exhortado a oir las voces de la
Naturaleza, el pesimismo schopenhaueriano y su público entu­
siasta las desprecia por ser pura Naturaleza. El concepto de double

289 Cf. Badinter, E. Latnour en plus, Histoire de Vamour maíernel (XVJI-XX). París,
Flammarion, 1980.
bind desarrollado por la escuela de Palo Alto parece presidir a
menudo la dinámica patriarcal.
Me gustaría señalar que la recepción española de las ideas
de Schopenhauer y Kierkegaard en Miguel de Unamuno care­
ce de la misoginia de estos autores. La Mujer es la Madre pero
encarna el ágape, no el eros. En Del sentimiento trágico de la vida
(1913) su rasgo fundamental es la compasión. La Doña Inés de
su DonJuan es, como destaca en el prólogo el mismo Unamuno,
“maternal y virginal”, hermana y madre, redentora. Esta dife­
rencia puede ser debida a múltiples causas, desde personales a
filosóficas, pero entre las más relevantes a efectos de nuestro
análisis podríamos destacar la influencia del culto católico a la
Virgen-Madre como figura mediadora fundamental y la menor
fuerza de las reivindicaciones feministas en el sur de Europa a
finales del sigloXDCy primera parte del XX, Si el discurso filo­
sófico contemporáneo que identifica mujer y sexualidad surgió
como fenómeno reactivo frente a las pretensiones de algunas
mujeres ilustradas de universalizar los derechos civiles y políti­
cos y alcanzar el estatuto de individuo autónomo propio de las
democracias modernas, es lógico que haya mostrado menor vi­
rulencia donde estas pretensiones eran más débiles.
Quizás la tradición de identificación de la mujer con el
sexo alcance su mayor elaboración metafísica con Schopenhauer
pero con Otto Weininger logra su expresión intelectual más cru­
da y la adhesión de innumerables lectores desde la publicación,
a comienzos de nuestro siglo, del célebre libro Sexo y carácter
(1902). En él, se continúa afirmando que la sexualidad es sólo
un “apéndice” de la vida del hombre. Por ello, éste puede objeti­
varla, hacerla consciente. Muy distinto es el caso de la mujer:
“el hombre conoce su sexualidad, la mujer, en cambio, no es cons­
ciente de ella, y de buena fe puede ponerla en duda, porque la
mujer no es otra cosa que sexualidad\ porque es la sexualidad misma. La
mujer por ser sólo sexual no nota su sexualidad, pues para hacer
cualquier observación es necesaria la dualidad, Cosa que es posi­
ble para el hombre, tanto desde el punto de vista psicológico como
desde el anatómico, ya que no es únicamente sexual: puede, si así
quiere, ponerle límites o dejarla en amplia libertad, es decir,
negarla o aceptarla, ser un Don Juan o ser un asceta”.290 Para
Weininger, como para la mayoría de los hombres de su época,
existían dos tipos de mujer: la madre y la prostituta. Mientras
que el objetivo de la primera es tener un hijo y responde a la
caracterización general de las mujeres que hacía Schopenhauer,
la segunda persigue únicamente el falo. Pero, en el fondo de
toda madre, sostiene nuestro autor, siempre hay algo de prosti­
tuta, mientras que la “prostituta absoluta” es un tipo más puro.
Entre ambos extremos encontramos la totalidad de las mujeres
en diversos grados de combinación de estos elementos. Obser­
vemos la similitud con la teoría de Freud de la búsqueda del
pene a través del nacimiento del hijo varón» Apoyándose en
Platón, Weininger opone amor a sexualidad. El amor perfecto
prescinde de la unión carnal, el acceso sexual a una mujer la
degrada a los ojos del hombre. El ascetismo agustiniano dicta su
afirmación de que la sexualidad pertenece al “reino de lo in­
mundo”.
Dada la caracterización de las mujeres como mera sexua­
lidad, explica el movimiento feminista como un fenómeno bio­
lógico de intersexualidad. Algunas mujeres con rasgos masculi­
nos —y, por lo tanto, con aspiraciones superiores a las demás-
arrastran en determinados períodos históricos a otras que las
imitan. El mismo punto de vista sostiene Henry James en la
novela The Bostonians. Es evidente el aire de familia que tiene
esta explicación con el “complejo de masculinidad” con el que
Freud interpretaba las conductas de mujeres que desafiaban los
límites de su género. El interés médico de fin de siglo por los
estados intersexuales tiene estrecha relación con la fuerza del

290 Cf. Weininger, O. Sexo y Carácter, Barcelona, Península, p. 99.


;ufragismo en esa época. Así, por ejemplo, el prestigioso
rndocrinólogo español Gregorio Marañón apoyó la teoría de la
«sexualidad originaria de todo ser humano. Hombre absoluto
r mujer absoluta serían tipos inexistentes en la realidad. De
nanera similar a la teoría de la bisexualidad freudiana, esta dua-
idad le permite explicar por la biología la aparición de rasgos y
onductas que no corresponden con los modelos de género,
lesactivando así su fuerza deslegitimadora del modelo dorm­
íante. La dualidad Eva-María de la religión o madre-prostituta
le-Weininger permanecen latentes en la oposición que estable-
e entre “voluptuosidad y maternidad” como energías que se
teutralizan mutuamente. Para Marañón, la voluptuosidad es
una energía de sentido viriloide y, por tanto, antagónica de la
nergía específicamente femenina, que es la aspiración y la fuñ­
ió n maternales”.291 Como para Unamuno, el eterno femenino
s esencialmente madre. Afirmará que ni la sensual Carmen ni
i intelectual Madame de Warens son propiamente femeninas.
Sexualidad y cultura siguen siendo espacios de la libertad mas-
ulina.
3. Cuando, más tarde, la sexualidad ya no sea considerada
adena que ata el individuo a la especie sino liberación frente al
•rden represivo burgués, la figura de la mujer mediadora ad~
[uiere nuevos significados sobre la base de la antigua identi-
icación de la mujer a la Naturaleza y a la sexualidad. Resulta
mposible en estas breves líneas hacer referencia a todos los as­
uetos e implicaciones de tales teorías que he examinado con
profundidad en trabajos más extensos 292Me limitaré a diferen-
iar dos vertientes principales de esta conceptualización contes­

1Marañón, G. La evolución de la sexttalidad y los estados intersexttales, Madrid, 1930,


.246.
2 Cf. Puleo, A. Dialéctica de la sexualidad. Género y sexo en la filosofía contemporá-
ea, Madrid, Cátedra, 1992.
tataria de la sexualidad. Por un lado, el surrealismo (en la línea
de André Bretón) y la izquierda freudiana con una figura posi­
tiva de la mujer como facilitadora de la revolución gnoseológica
y/o social, por otro, el erotismo transgresivo de Georges Bataille
que eleva la prostituta a mediadora hacia el Mal concebido como
experiencia de soberanía liberadora. Ambas vertientes se mue­
ven dentro de un pensamiento esencialistá de la sexualidad pero
poseen importantes diferencias que no son ajenas a sus respec­
tivas opciones políticas. Reich, en la tradición rousseauniana del
hombre natural propone el retorno al paraíso perdido, relacio­
nando liberación sexual y liberación política. Algunas pintadas
de los estudiantes en las calles de París durante los aconteci­
mientos de mayo del 68 recogerán esta propuesta. Así, por ejem­
plo, se podía leer en los muros de la Sorbona: “Cuanto más
hago el amor más ganas tengo de hacer la revolución. Cuanto
más hago la revolución, más ganas tengo de hacer el amor”.293
Según Reich, la represión sexual crea las condiciones necesarias
para la dominación política. En el principio era el matriarcado,
el comunismo primitivo de libertad y felicidad. Desde la
antipsiquiatría, David Cooper propone la política del orgasmo
para minar la conciencia normal burguesa.294 Lo pulsional es lo
auténtico y el yo es una máscara que ha de ser destruida por la
potencia orgásmica. El objetivo era crear un hombre nuevo.
A diferencia de Reich, Marcuse prefiere situar el matriar­
cado al final de la Historia, cuando la sexualidad polimorfa haya
vencido a la tiranía genital o astucia de los poderes establecidos.

293 La revista Partísatis, cuyo ejemplar de octubre-noviembre de 1966 se dedica a


Reich, se titula “Sexualité et répression” (32-33, Paris, Masbut) también,
“Sexualité et répression II”, July-october, 1972.
204 “La poíitique de í’orgasme” en Verdiglione, A. (comp.) Sexualité et polifique.
Documente du Congrés International de psychanalyse, Milán, 25-28 de noviembre,
1975, 10-18 Feltrinelli Ed. 1975.
Acorde con las reflexiones de Adorno y Horkheimer, Marcuse
ve en la mujer al sujeto revolucionario pulsional que puede des­
empeñar el papel abandonado por el proletariado /.../ a condi­
ción de que no se contamine ocupando posiciones de poder
masculinas como pretendía el feminismo liberal del momen­
to.295En virtud de su exclusión de la civilización, la Mujer, vin­
culada históricamente á la Naturaleza es la única capaz de re­
conciliar al Hombre con ésta y dotar nuevamente al mundo de
sentido. En su particular versión de la teoría hegeliana del pro­
greso de la humanidad, el patriarcado y la represión de la sexua­
lidad son el necesario momento de la negación que precede a
un futuro lúdico de sublimación no represiva y libertad. Como
para el jefe de filas del surrealismo, el futuro es femenino y en él
se producirá “el retorno de lo reprimido”.
Desde un enfoque muy distinto, Georges Bataille coinci­
de en reconocer cualidades liberadoras a la sexualidad. Pero, ene­
migo de una revolución sexual que terminará con el pudor y las
prohibiciones, apuesta por él erotismo transgresivo. Como es
evidente, sólo puede haber transgresión cuando hay límites an­
teriormente fijados. El pudor femenino es así la imprescindible
barrera que preserva la existencia del placer. Esta oposición del
teórico de la transgresión a toda revolución sexual debería ha­
cernos reconsiderar algunas críticas demasiado absolutas a esta
última realizadas desde el feminismo. Que la “revolución sexual”
se caracterice por su androceñtrismo y signifique, probablemen­
te, una adaptación del siempre metaestable patriarcado no sig­
nifica que las transformaciones sociales que produjo muestren
un saldo total y absolutamente negativo para las mujeres. En
todo caso, no podemos idealizar las condiciones anteriores.296
Bataille compara la relación heterosexual con un sacrifi­
cio. El erotismo se caracterizaría por su componente tanático
295 Marcuse, H. “Marxismo y fem inism o” en Caías de nuestro tiempo, Barcelona,
Icaria, 1976.
gratuito, irreductible a la razón burguesa administradora de lo
útil: [la violencia] es deseada como la acción de aquel que desnuda a su
víctima, a la que desed y quiere penetrar. El amante produce la disgrega­
ción de la mujer amada como el sacrijicador sangriento realiza la del
hombre o animal inmolado. En tas manos del que la asalta, la mujer es
desposeída de su ser.Junto con su pudor, pierde esafirme barrera que la
separaba de los demás y la hacía impenetrable. Bruscamente, se abre a la
violencia deljuego sexual desencadenado en los órganos de la reproduc­
ción, se abre a la violencia impersonal que la desborda desde afuera.297
Considera Bataille que la democracia moderna, respetuosa de
los derechos de todos los individuos, termina por anular la so­
beranía de todos y cada uno. N i la mujer que trabaja ni la esposa
pueden ser el verdadero objeto femenino de deseo ya que per­
tenecen al mundo de la razón instrumental en el que los sexos
comienzan a confundirse. Sólo puede serlo la prostituta, figura
imprescindible de la sociedad.298Como destaca Habermas, mien­
tras que para Horkheimer y Adorno la parte oprimida de la
naturaleza subjetiva esconde la posibilidad de una “felicidad

296 El significado de las transformaciones sociales de las últimas décadas en


toriio a las prácticas sexuales ha sido objeto de una larga y conocida polémica
dentro del feminismo. En los seminarios del Instituto de Investigaciones Femi­
nistas de la Universidad Complutense de Madrid hemos tenido ocasión de
dialogar con K. Barry y C. Vanee. En España la polémica pro-sexo y anti-
pornógrafas no ha tenido ía misma virulencia. Sus temas han sido tratados por
Raquel Osborne en La construcción sexual de la realidad, Madrid, Cátedra, 1993.
En cuanto a la idealización de las sociedades tradicionales, que nos han pasado
por la “revolución sexual”, he expresado mis reservas en un análisis de Sexo y
destino de Germaine Greer, en Puleo, A. “De Marcuse a la sociobiología: la de­
riva de un feminismo no-ilustrado” en Isegoría 6 , 1992. Número coordinado
por Amorós, C. Feminismo y ética, Consejo Superior de In /estigaciones Cientí-
ficas-Instituto de Filosofía, Madrid.
297 Bataille, G. UErotisme, Paris, Ed. du Minuit, 1957, pp. 100-10Í.
298 Bataille, G. Histoire de Veroiisme. Oeuvres completes, Vil , Paris, Gallimard, pp.
122-123.
sin poder”, para Bataille esta naturaleza alcanza su plenitud en
la violencia.299De manerafundamentalf la pulsión del hombre sobera­
no hace de él un asesino.300 Por ello, el erotismo, animalidad sagra­
da cuyo núcleo oculto descubriera el marqués de Sade, tendrá
un papel fundamental en su propuesta de socialismo libertario
como superación de la sociedad burguesa y del comunismo
cosificantes. De otra manera, la energía excedente del organis­
mo vivo y de la sociedad se consumiría en la guerra. Nueva­
mente encontramos la mujer en el papel de mediadora, esta vez,
como encamación del erotismo, salva a la sociedad de su des­
trucción en un acto de sacrificio sustitutorio. Según Bataille, los
espíritus “solidarios” que protestan contra las miserias de la pros­
titución no comprenden que la prostituta es una figura clave de
la civilización en tanto receptora de la agresividad, del odio
ontológico encerrado en el erotismo. Esta idea no es totalmente
nueva, ya el marqués de Sade había afirmado en La phüosophie
dans le boudoir que la única forma de neutralizar adecuadamente
el despotismo que late en el corazón del hombre es canalizarlo
a través de la prostitución para que no perturbe el orden políti­
co.
Para Bataille, el hombre es sed de infinito, negación de
todos los límites, incluso de aquellos puestos por él mismo, como
los tabúes que afectan a la sexualidad. Fascinado, aunque críti­
co, ante el fenómeno del nazismo, preocupado por la debilidad
del tejido social atomizado en las democracias europeas -pro­
blema que califica de decadencia de la virilidad, como lo de­
muestra su artículo “El aprendiz de brujo” en el que los térmi­
nos “virilidad” y “viril” se repiten en numerosas ocasiones—exalta
la función unificadora de los ritos y los mitos. Su teoría del erotis­
mo transgresivo es, indudablemente, una variante moderna

299 Habermas, J. El discursofilosófico de la modernidad, Madrid, Taurus, 1989.


300 Bataille, G. Annexes. Oeuvres completes, VIII, p. 515.
de los mitos regeneradores del pacto entre varones. La difusión
y entusiasta aceptación acrítica en medios intelectuales progre-
sistas de esta teoría del erotismo transgresivo se debe probable­
mente a su exaltación del vínculo intragenérico masculino en
un momento en que asistimos al acceso de las mujeres al ante­
riormente vedado espacio público del trabajo asalariado, la cul­
tura y la política. ¿Anticipación filosófica de las fantasías porno­
gráficas de la industria audiovisual actual?
4. Naturaleza, sexualidad y mujer son conceptos que he­
mos encontrado estrechamente enlazados en el pensamiento
filosófico examinado. Alternativamente valoradas como Mal y
como Bien, estas tres categorías configuran una reelaboración
simbólica de las relaciones entre los sexos en un momento en el
que éstas se hallan en proceso de cambio en la sociedad, impug­
nadas por las reivindicaciones de igualdad.
En el mejor de los casos, incluso el discurso revoluciona­
rio -por ejemplo en W. Reich—se vale de categorías que son el
producto de un proceso de reiflcación por el que los sexos son
definidos sin tener en cuenta el sistema de relaciones sociales
que los constituyen. Las mujeres son pensadas como lo Otro
ajeno a la razón instrumental dominadora. Y Marcuse se apre­
sura a pedir la conservación de esta pureza salvadora que ya no
es castidad sino liberación de las pulsiones en un contracultural
olvido de ese yo burgués autónomo de la Modernidad que las
recién llegadas al mundo de lo público —auténticas parvenúes-
reclaman como un derecho. Para decirlo con conceptos de Celia
Amorós, nuevamente las mujeres son “las idénticas” pero ahora
con misión soteriológica 301
301 Las mujeres siempre han sido “las idénticas” ~a diferencia de los varones que siempre
han constituí-ido entre ellos un "espacio de iguales” en el sentido, no exactamente de ámbitos
igualitarios, sino de pares en tanto que varones, en tanto que miembros del genérico que, a
título de tal, tiene el poder y en el que, por tanto, se vuelve importante discernir quien es
quien. Cf. Amorós, C. Tiempo defeminismo, Madrid, Cátedra, 1997, p. 211.
Mediadoras para el Bien o para el Mal, eslabón de la cade­
na que ata a la especie, redentoras compasivas, Naturaleza ori­
ginaria pura y liberadora o “Naturaleza maldita” que con su sa­
crificio impide la mutua destrucción de los hombres, el ser de
las mujeres sigue, en estas conceptualizaciones de la sexualidad,
siendo heterodesignado como correlato de la autodesignación
masculina. Esta función subsidiaría alcanza su máxima expre­
sión en la teoría de Bataille que es presentada por su autor como
proyecto de paz para la sociedad democrática de los iguales.
Hoy, el ascetismo schopenhaueriano despierta poco en­
tusiasmo y las perspectivas utópicas de la izquierda freudiana
tampoco consiguen demasiados adeptos. En cambio, el erotis­
mo transgresivo de Bataille parece inspirar las representaciones
hegemónicas de la sexualidad, lo cual no significa que efectiva­
mente en cada caso las influencie sino que el filósofo supo cap­
tar (y contribuyó a proyectar), en sus grandes líneas, el rumbo
de la construcción de la sexualidad en las modernas sociedades
de masas. Este rumbo no es el único pero es el dominante. Sólo
el pensamiento feminista puede mostrar el componente políti­
co de este discurso de la transgresión que está vinculado a la
gran transformación de las relaciones entre los sexos en las de­
mocracias modernas.
ÉTICA DEL PLACER
Graciela Hierro
(Universidad Nacional Autónoma de México)

quien controla tu placer te controla a ti


Lezek Kolakowski

1. En este trabajo deseo emprender la reflexión filosófi­


ca sobre aspectos relevantes de la moral vigente en su versión
latinoamericana, utilizando la perspectiva de género, para cri­
ticarla, con base en una ética sexual hedonista, útil para orien­
tar las decisiones morales en el logro del desarrollo personal;
entablar relaciones eróticas más placenteras con los demás y
contribuir al bienestar social.302
Para iniciar el análisis comienzo por aclarar la perspecti­
va de género que orienta la reflexión, para enseguida referir­
me a la teoría ética que prefiero, y al tipo de lógica de los ar­
gumentos morales que, a mi juicio, constituyen las herra-
mientas teóricas apropiadas para criticar la moralidad, en su
versión de la doble moral sexual enfocada en los problemas del
amor libre, el divorcio, la homosexualidad, la contracepción, y
otros similares. Debo advertir que no ofreceré, en cada caso, mi

302 Q tra versión de este artículo ha sido publicado en: García, M.C. Las nuevas
identidades, México, Benemérita Universidad Autónoma de Puebla, 2002, pp,
59-68.
visión moral de estos problemas; me limitaré a presentar ejem­
plos de crítica, con base en los criterios racionales, para ser
utilizados por los agentes morales.
Finalmente deseo comentar la ética hedonista con su
consideración central de placer como propuesta de vida. Don­
de me muevo en tres niveles del placer sexual, caracterizados
como sexualidad, erotismo y placer.
2. No nacemos mujeres ni hombres, la sociedad nos convierte en
mujeres u hombres.
Los sistemas sexo-género son los conjuntos de prácti­
cas, símbolos, representaciones, normas y valores sociales que
las sociedades elaboran a partir de la diferencia sexual anátomo-
fisiológica y que dan sentido a la satisfacción de los impulsos
sexuales, a la reproducción de la especie humana, y en gene­
ral, a todas las formas de relación social entre las personas.303
El género que se nos adjudica al nacer, confiere un lugar
en la jerarquía social a los seres sexuados. Este lugar da razón
de la subordinación del género femenino al masculino, en to­
das las organizaciones sociales conocidas. El género es el sexo
socialmente construido. La perspectiva de género esta funda­
mentada en la observación de las diferencias entre ambos gé­
neros, que inciden en la teoría y en la practica, produciendo
contradicciones evidentes al escrutinio racional.
3. La ética es, en verdad, la másfácil de todas las ciencias; cosas
muy natural, puesto que cada uno tiene la obligación de construirla por
sí mismo, de sacar por sí solo, del principio supremo que radica en su
corazón, la regla aplicable a cada caso que ocurra... señala
Schopenhauer en Los dos problemasfundamentales de la Etica.
La ética constituye la reflexión filosófica sobre la moral
vivida; es un procedimiento racional que analiza el significado
de los conceptos y determina la validez de las decisiones mo­
rales, es decir, da legitimidad a los juicios con base a la lógica
del razonamiento moral. En suma, la Etica es el estudio de la
moralidad como la psicología es eí estudio de la conducta in­
dividual y la Sociología de la conducta social o grupal huma­
na.
La Etica Filosofía moral constituye la ciencia de la for­

mación de la conciencia moral, el fundamento del “arte de


vivir”. La conciencia moral nace cuando por primera se expe­
rimenta el valor de las personas y durante el resto de la vida se
está en proceso de formación. Se cuestiona acerca de cuáles
acciones respetan ese valor de las personas y cuáles acciones lo
vejan. El valor de la persona es su dignidad. Se dice que una es
persona “de conciencia” si trata de actuar en una forma acorde
con la dignidad propia, y de las demás que se ven afectadas por
sus propias decisiones. Las decisiones éticas son personales e
intransferibles y nadie puede escapar de elaborar su propia éti­
ca, con menor o mayor conciencia moral y destreza intelec­
tual, para lograr el desarrollo personal y la solidaridad social,
tal como afirma Schopenhauer en la cita que inicia este apar­
tado.
4. En la experiencia humana hay un sentido básico de
que las cosas no son como debieran ser. Dado que los seres
humanos tenemos conciencia moral, podemos reflexionar so­
bre lo que nos sucede y también imaginar mejores alternativas
de vida.
En relación con el mundo natural y con el mundo so­
cial, nos damos cuenta de lo que nos falta y necesitamos, y de
lo que carecemos y nos gustaría tener. Por ejemplo: es mejor
no tener frío, hambre, estar en peligro de daño, accidentes y
de muerte, sufrir temblores y enfermedades. Por parte de los
seres humanos, es mejor estar a salvo de la agresividad y el
ataque de otras personas; fuera de los pleitos con la familia o
los vecinos. Las dos categorías de bien y mal resultan de la
generalización de la experiencia humana, de lo que se consi­
dera agradable o desagradable. Son el resultado de generalizar
las experiencias negativas y positivas como se han vivido a tra­
vés de los tiempos. Se pueden decir que surgen de la memoria
de la especie humana , de lo que se considera deseable evitar y
de lo que se considera deseable repartir, y como se apuntó más
arriba, se formulan en máximas de vida, prescripciones, nor­
mas y leyes para dirigir en sentido general la conducta. Estas
son las ideas acerca del bien y el mal en cada país y situación
geográfica, varían con las épocas históricas y con los ciclos de
vida, al cambiar las situaciones y los conocimientos de las per­
sonas. Nuestras ideas y creencias acerca del bien y del mal se
expresan en la ética.
5. La moral o moralidad consiste en todas las formas de
comportamiento de conducta que son enseñadas a cada uno
de los miembros de una comunidad, con el propósito expreso
de que sean cumplidas. Es una institución social en sus oríge™
nes, en sus sanciones, y en sus funciones. Se forma en la vida
comunitaria de los seres humanos, en el trato cotidiano surge
la necesidad de decidir sobre qué conductas y cuáles evitar, y
así, se prescriben las máximas de acción y reglamentos que se
aprueban y se sancionan por el grupo. Las normas varían de
tiempo a tiempo y de lugar a lugar y constituyen la suma de
experiencias de la humanidad. La moralidad cambia de acuer­
do con las localizaciones geográficas, las épocas históricas, las
clases sociales, el género y los ciclos de vida. Se ve afectada por
la ideología de la época, el clima de opinión y el escenario en
que se desarrolla.304
6. La religión Judeo-Cristiana que es la más familiar en
nuestra cultura, sostiene la idea de un legislador divino que
propone reglas morales. Puede pensarse que las reglas mora­
les deben ser cumplidas para agradar a la divinidad, sin embar­
go, en la visión común de la de la moral cristiana, el legislador
divino toma en cuenta el bienestar de sus creaturas. Sin duda
la moralidad occidental ha sido influida por la moral judeo-
cristiana, pero a su vez la m oralidad cristiana ha sido
influenciada por las moralidades de todos los pueblos que abra­
zaron la cristiandad. No hay fundamento en decir que sin el
cristianismo o la religión la moralidad es imposible. Todas las
sociedades históricas tienen una moralidad en el sentido de
un conjunto de perspectivas de cómo sus miembros deben o
no comportarse, tampoco puede suponerse que la moralidad
sin religión se deja flotando, sin soporte. También la religión
necesita apoyo racional. Sin embargo, es cierto que si declinan
las creencias religiosas, se afecta, no la existencia de la morali­
dad, sino el contenido de los códigos morales.
7* El fundamento de la moral sexual es el llamado man­
damiento de la moral sexual de occidente. Es el punto de par­
tida del deber ser en las sociedades cristianas o postcristianas.
Este mandato se expresa afirmando que las relaciones sexuales
deben ser exclusivamente heterosexuales, y no debe realizarse
ninguna actividad sexual fuera de las monogámicas, que por
lo menos en la intención, son para toda la vida y buscan la
finalidad de procrear. Si fallece uno de los cónyuges, el otro
puede volver a casarse. Los esposos no deben ser parientes
consanguíneos cercanos. Los matrimonios de padres-madres,
hijos-hijas son completamente prohibidos. También hay va­
riaciones en las actitudes acerca del divorcio, aunque se consi­
dera siempre la necesidad de que exista alguna “ofensa” «que
legitime la separación, tal como el adulterio, el abandono, la
crueldad física y mental y otros afines. La norma moral exclur
ye la unión libre, las relaciones homosexuales, el uso de
anticonceptivos, el aborto voluntario y la inseminación artifi­
cial. Al considerar la norma anterior, de inmediato, salta a la
vista que ha sido ampliamente transgredida, no sólo en lo que
se refiere al comportamiento sexual, sino que también ha sido
cuestionada en principio, por la existencia de una doble moral
sexual.
8. La moral sexual parece como una y la misma para to­
dos, hombres y mujeres, niños, jóvenes y viejos. Sin embargo,
de hecho las normas no se aplican de la misma manera, si se
trata, por ejemplo de la conducta de los hombres y mujeres en
casos similares; es por ello que se denomina “doble moral”
sexual a la consideración asimétrica de las prohibiciones y re­
comendaciones morales. Se trata de una normatividad dife­
rente, más laxa para hombres y más estricta para las mujeres,
en las sociedades patriarcales. Dado este doble criterio, por
ejemplo, la continencia premarital se refuerza sólo para las
mujeres “decentes”, y la prostitución femenina es aceptada,
para las “otras”, como medida de prudencia para “salvar” a las
que serán madres.
Se ha pretendido justificar la normatividad asimétrica
aduciendo que es “lo natural”, dada la diferencia entre los sexos-
géneros masculino y femenino, en cuanto a la consideración
del deseo sexual.305
9. La humanidad ha avanzado en forma espectacular en
el camino del control y la superación de los llamados “estados
naturales”. Los ha configurado y adaptado a los fines humanos
creando así el “hábitat” cultural humano. Sin embargo existen
campos de la experiencia humana donde “lo natural” se erige
como criterio supremo. Específicamente en el campo de la
moralidad sexual “lo natural” se postula como criterio deter­
minante y así se afirma que las normas morales aparecen como
surgiendo en forma originaria de “la naturaleza humana”. Se
dice que el deseo sexual masculino es incontrolable, “por na­
turaleza”, y que el deseo sexual femenino es más débil, y por
tanto puede ser pospuesto. Sin embargo lo aprobado moral­
mente depende de la interpretación que se levanta de las funcio­
nes biológicas de los sexos, las cuales se erigen como la base de
la consideración de “lo natural”. La función reproductiva de la
especie hum ana se eleva a marco de referencia para la
prescriptividad moral sexual, obviamente por la importancia
que reviste para la perpetuación de la especie. En última ins­
tancia, la normatividad moral dependerá del papel que se ad­
judique históricamente respecto de la procreación a cada uno
de los géneros que forman la pareja. La historia nos muestra
como lo que se considera conducta buena o valorada para los
hombres, en general no lo es para las mujeres, como ya lo
advertimos antes. Nunca ha sido el comportamiento moral
permitido, idéntico para ambos géneros. Esto se legitima en el
hecho de que no cumplen ambos la misma función dentro de
la procreación. Esta consideración, generalizada a la conducta
no genital, hace que en todas las épocas, con matices diversos,
aparezca el doble nivel moral que no es únicamente sexual,
sino que permea todo el ámbito de la conducta sancionada
morálmente. El rasgo principal que distingue la moralidad
sexual positiva masculina de la femenina es precisamente la
consideración asimétrica del placer orgásmico. Se acepta mo­
ralmente que los hombres ejerciten su sexualidad para obte­
ner placer, no así en el caso de las mujeres. Para estas se da una
reglamentación estricta en lo que respecta a la obtención de la
gratificación sexual. La explicación inmediata de este hecho,
se debe que el placer sexual masculino no trae consigo conse­
cuencias objetivas. El hombre no concibe, en su cuerpo no
aparecen muestras visibles de que se ha iniciado el ejercicio de
la sexualidad genital. En el cuerpo femenino se ofrecen, de
inmediato pruebas objetivas; la pérdida del himen puede cons­
tituir una muestra visible de que se ha iniciado la relación ge­
nital, la cual se convierte en prueba irrefutable en el embara­
zo, cuyo producto es de enorme repercusión social, el nuevo
ser: de allí que el poder patriarcal reglamenté el placer feme­
nino de acuerdo con los intereses hegemónicos que son siem­
pre los masculinos. Lo “natural” para el hombre es gozar de su
sexualidad; lo “natural” para la mujer es procrear. La repro­
ducción humana, de interés social, debe ser vigilada y regla­
mentada por la comunidad entera, controlando el placer fe­
menino. La sexualidad masculina puede ser otyeto de elec­
ción personal. Consumándose así la sexualización del poder.306
10. Tal como afirman los estudios llevados a cabo por
Michel Foucault (1984)*, la moralidad, a partir del Siglo XDC,
está centrada sobre la conducta sexual; paulatinamente se vive
la sexualización de la moralidad, es decir, se considera que lo
moral se centra en el ámbito de lo sexual y se formula una
normatividad estricta para cada género.
En nuestro país, se piensa en general, que para las muje­
res se considera moral la mínima actividad sexual fuera del
matrimonio. Para los hombres la máxima actividad sexual,
antes, durante y después del matrimonio.
Como advertimos antes, la doble moral sexual confor­
ma los “ideales” de vida por género. Para las mujeres jóvenes
el ideal, sentido de vida y trabajo exclusivo, es el matrimonio.
El objetivo primario del matrimonio no es el amor o la com­
pañía de la pareja sino la procreación dentro de una familia. La
tarea femenina más valiosa es su dedicación al hogar y ser
madresposa.307
En este sentido, el valor personal máximo de la mujer,
en tanto joven, se centra en la conservación de la virginidad,
por lo menos en apariencia, para aumentar las posibilidades de
un buen matrimonio. La joven soltera que hace el amor inde­
pendientemente deí matrimonio, sin perspectiva inmediata de

306 Hierro, G. 1998.


107Hierro, (1990) p. 195.
éste, puede perder seriamente la oportunidad de casarse o
por lo menos reduce su viabilidad de acceder a un “buen”
matrimonio. Por “buen” matrimonio para la joven se entien­
de la unión con un buen proveedor. El “buen” matrimonio
para el joven es la unión con una mujer atractiva, sumisa, bue­
na ama de casa y que desee procrear para formar una familia.
El valor masculino -dentro de la moral sexual- más impor­
tante, no es alcanzar el amor, sino demostrar su virilidad, con­
siderada ésta como su capacidad libidinal. Es por ello que la
moral masculina considera de suma importancia aprovechar
cualquier oportunidad para demostrar la masculinidad. En caso
contrario se puede interpretar la conducta en forma negativa,
conducente a dudar de su virilidad, y lo que resulta peor, la
posibilidad de ser considerado como homosexual.
11. El género (masculino y femenino) constituye el fac­
tor de mayor peso dentro de los elementos que condicionan y
conforman la doble moralidad sexual. Las normas se entien­
den en el sentido corriente como las disposiciones que deter­
minan una conducta a seguir calificada de buena o de mala, en'
el caso de las normas morales. Generalmente, las normas son
del tipo “medio” y “fin”, es decir teleológicas. Eljure, es decir,
la formulación expresa de la norma al parecer es la misma para
ambos géneros, sin embargo, de facto existe una prescripción
no explícita que rige la conducta real “enmascarada”, es decir,
lo que de hecho llevan a cabo las personas. La doble moral
sexual se produce porque no existe igualdad política entre los
géneros femenino y masculino. Se considera al género feme­
nino como diferente y la diferencia se registra como inferiori­
dad, específicamente en todos los espacios que suponen jerar­
quías. Esto se ve como lo “natural”, lo moral, lo prudente, lo
conveniente y lo justo, en el ámbito de la familia, de lo laboral,
de lo social, lo político y lo religioso. Esta circunstancia es con­
secuencia de las organizaciones patriarcales, modelo de casi
todas las instituciones humanas actuales, independientemen­
te del régimen político y económico que presenten en los paí­
ses contemporáneos. La forma de superar la doble moral sexual
se alcanza paulatinamente en la medida en que las mujeres
luchan por la igualdad ética y política del género. Esto sucede
cuando ellas toman conciencia de que la diferencia no signifi­
ca inferioridad y acceden a una educación que favorece la vi­
sión igualitaria, que permite la consideración personal más allá
de los papeles biológicos tradicionales de madresposa. El acceso
a la cultura, por parte de las mujeres, así como el prestigio
personal, permite superar la actitud moral asimétrica. El pro­
blema más grave para las mujeres en su lucha por la igualdad,
para alcanzar la superación de la doble moral sexual, es la con­
ciliación de su deseo de maternidad, con el anhelo de desarro­
llo personal y contribución social, puesto que, al acceder las
mujeres al mundo del trabajo, siguen siendo responsables -
casi exclusivas—del cuidado infantil, el trabajo doméstico y los
rituales familiares, lo cual le acarrea doble y triple tarea.308
12. El viejo puritano reprimía el sexo y era apasionado, nosotros
los nuevos puritanos, liberamos el sexo y reprimimos el amor. (M.
Foucault, Historia de la sexualidad, T.l)
La sexualidad y su diversidad de elección no es el único
tópico de la moralidad, sin embargo es una cuestión que a to­
dos nos atañe de manera muy profunda, y creo que por enci­
ma de todas las demás cuestiones de la conducta, nos permite
expresar en la práctica nuestras convicciones morales más pro­
fundas. Porque los individuos como tales, tenemos muy poca
influencia sobre lo que sucede en el mundo, sobre todo en
materias tan importantes para la salvaguarda de la humanidad,
como por ejemplo, la amenaza de guerra nuclear, los desastres
ecológicos, los conflictos de generaciones, de géneros, clases y
razas, las enfermedades como el cólera y la amenaza del SIDA.
Sin embargo, nos toca hacer decisiones acerca de nuestra con­
308Hierro, G. (1990).
ducta sexual en nuestra vida personal, y si somos maestras o
maestros, médicas o médicos, políticas o políticos, también
hemos de decidir en nuestra vida pública en todos los casos
haciendo uso de nuestra conciencia moral. En este último apar­
tado comentaremos la perspectiva de ia ética sexual hedonista,
que a mi juicio me permite orientar las decisiones morales en
el logro del desarrollo personal, para entablar relaciones eróti­
cas y contribuir al bienestar social.
13. En su Etica, Spinoza sostuvo que No llamamos a algo
bueno porque lo sea sino porque lo deseamos. El objetivo del pre­
sente apartado es identificar el hedonismo con la ética como
su lugar, su discurso y propósito. Bajo esta perspectiva el pla­
cer se considera el bien y el mal el displacer, que debe ser dis­
tinguido del sufrimiento. El sufrimiento es materia de la en­
fermedad psíquica y física aliviable por el arte terapéutico (me­
dicina, psicoanálisis, psiquiatría). El mal es el intento fallido
de alcanzar el bien y por tanto produce remordimiento. Es el
desconocimiento del camino apropiado para alcanzar el pro­
pio placer básicamente por desoír la voz del cuerpo, a que con­
duce el método del cuidado de sí que recomienda Foucault
como se apuntó arriba. El cuerpo es el yo profundo, la auto-
intuición: la dimensión ética del “dentro” que da lugar a lá paz
consigo mismo/a. La ética del “fuera” es la conciliación con
los otros. Más estrecha con los queridos, más sueltas con los
ajenos. Salvando la falacia de la omnipotencia que supone ia
capacidad del yo para resolver, cambiar el ser y el hacer de los
otros. El deber se centra en alcanzar el placer, el placer es
sobrevivencia, vitalidad, autenticidad, risa, alegría, sociabili­
dad, erotismo y amor, en suma, todo lo que constituye el
bienvivir. El ciclo de vida condiciona ia percepción del placer,
es por ello que esta visión ética no propone reglas, sino crite­
rios para orientar nuestras decisiones morales. Como son: la
prudencia, la solidaridad, la justicia y la equidad. Todos éstos
permeados por la responsabilidad de sí y de las y los otros. Las
reglas sólo son útiles en momentos apurados, cuando no se
tiene tiempo para pensar y se actúa obedeciendo a las máximas
de conductas que todos poseemos, por ese conocimiento mo­
ral que se nos ha inculcado desde temprana edad.
14. Si analizamos la conducta sexual vemos que la sexua­
lidad,. el erotismo y el amor no son sinónimos. Entrañan ex­
periencias distintas y cumplen funciones diversos.
La sexualidad alcanza la consumación y puede terminar
en la saciedad. Parece que las actividades puramente genitales
no requieren de los afectos, del misterio o de la seducción,
más bien de la gimnasia y del éxito de la empresa, que se con­
centra en descubrir a la presa, —sujeto del deseo—instrumentar
la estrategia necesaria y liquidar a la víctima. La propaganda —
de la hazaña—es parte importante de la sexualidad así concebi­
da.
15. Conviene en primer término separarlo de “porno­
gráfico”. (La pornografía busca producir excitación sexual, uti­
lizando cualquier medio; etimológicamente se relaciona con
la prostitución). Alguhos de los elementos sexuales pertene­
cen al erotismo y otros a la pornografía. La pornografía es la
descripción de la mecánica corporal del encuentro amoroso.
El erotismo es la dirección al sentido estético de tales sensa­
ciones. Está íntimamente unido al placer y requiere de la se­
ducción y de misterio. Se finca en el discurrir lento del deseo,
que paulatinamente va encontrando su satisfacción, no nece­
sariamente en la consumación genital. La finalidad del erotis­
mo no es la saciedad, sino la conservación de la emoción. Y
abarca infinidad de manifestaciones afectivas y estéticas. En la
novela erótica, por ejemplo, pueden no suceder escenas sexua­
les, es el clima erótico el que caracteriza el ambiente. El erotis­
mo es vitalidad, es la liberación de la libido. La integración a la
totalidad, el descubrimiento de la belleza, la armonía, el equi­
librio y la pasión de la entrega.
El displacer es el fracaso del placer, que supone la falla
del erotismo, y en esta perspectiva ética, el sufrimiento no tie­
ne sentido purificatorio. Sólo se justifica como condición de
posibilidad del placer, es decir, lo que se considera “dolor ne­
cesario”, por ejemplo, en el caso de sufrir una operación para
alcanzar la salud perdida. Paradigmáticamente el placer mayor
es el erotismo y lo estético -en ía relación- se interpreta en su
comprensión plena de la sensación más la belleza, con el pre­
dominio de la sensualidad.
16. Nada mejor, para hablar del amor, que comenzar con
una cita de Ovidio el maestro del Arte de Amar, del siglo I de
nuestra era. Va dirigida al romano, pero sin duda es útil tam­
bién para la y el mexicano, dice: “...el romano que ignore el
arte de amar, lea mis versos y, aleccionado con tal lectura, ame”.
Al final de las lecciones dirigidas primero a los hombres y lue­
go a las mujeres, ruega que, en agradecimiento por el placer
conseguido, ambos afirmen esta sentencia: “Ovidio fue mi pre­
ceptor”. Porque el amar se aprende, y nuestros grandes maes­
tros y maestras han sido, Ovidio, Platón, Diótima, Shakespeare,
en tiempos pasados; Erich Fromm, Erica Jung, Colette, y otras/
otros ampliamente conocidas/dos por la literatura amorosa, que
es la maestra de la vida.
El Amor supone el ejercicio del erotismo, tal como apun­
tamos antes, más el contenido supremo de la afectividad, la
preocupación por la/el otra/otro, y el olvido de sí en la entrega
mutua. Es sumamente difícil alcanzar, y requiere de afecto,
cuidado, responsabilidad, entrega y erotismo. Cuando se vive,
constituye el supremo sentido de la existencia. Cuando se pier­
de, se experimenta el duelo más doloroso. El auto-amor guía
las decisiones éticas, con prudencia, solidaridad, justicia y equi­
dad. Lo anterior se expresa en la máxima de San Agustín: “Ama
y haz lo que quieras”, porque no puedes errar.
17. Hemos recorrido el camino señalado ai inicio del
trabajo. Nos referimos a la moralidad vigente, en el ámbito de
lo sexual, todo lo que constituye la “doble moral sexual”. Uti­
lizamos la perspectiva de género que permite elevar la crítica
de lá versión asimétrica de la moralidad para los géneros. Ofre­
cimos una visión “a vuelo de pájaro” de la ética, como la filo­
sofía moral para legitimar la moralidad vivida. Y finalmente
expresamos algunas ideas acerca de la sexualidad, el erotismo
y el amor, fundamento de una Etica sexual hedonista, a nues­
tro juicio, acertada para guiar nuestra conducta sexual. No ofre­
cimos reglas, juicios de valor, prescripciones acerca de la con­
ducta sexual debida, puesto que pensamos que es materia de
decisión personal, libremente asumida por las/los sujetos mo­
rales, dado que lo que nos construye como humanos es preci­
samente ser constitutivamente morales. Esto significa que so­
mos seres libres y dignos: Libres, puesto que nos toca actuar y
hemos de evaluar nuestra conducta y legitimarla racionalmente,
al basar nuestras decisiones en los valores libremente elegi­
dos, apoyados por nuestro conocimiento de la realidad y nues­
tros ideales de vida. Todo lo cual va conformando nuestra pro­
pia dignidad.
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-Yañez, M. Cubanas a Capítulo, Santiago de Cuba, Oriente, 2000.
Noticias biográficas sobre las autoras
- C élia Am orós. España. Doctora en Filosofía. Catedrática en la UNED. Es­
pecializada en existencialismo, filosofía política y feminismo. Sus títulos más
importantes son Hada una crítica de ía razón patriarcal, Soren Kierkegaard o ¡a subje­
tividad del caballero', Participación, Cultura Política y Estado;Jean-Paul Sarire: Verdad y
Existencia; Tiempo de Feminismo; Dtáspora y Apocalipsis (Estudios sobre el nominalismo
deJ.P. Sarire). Sus compilaciones más significativas son: Actas del Seminario per­
manente de Feminismo e Ilustración (1988-1992); Feminismo y Etica, (En: Isegoría,
6), Historia de la Teoría Feminista; ÍOpalabras clave sobre Mujer; Feminismo y Filoso­
fía. Co^/undadora del Instituto de Investigaciones Feministas de la Universidad
Complutense de Madrid (UCM ).
- Ana M aría Bach. Argentina. Docente en la Facultad de Ciencias Económi­
cas. Doctorando. Ha publicado: Filosofía: Fuentes y actividades, Mujeres y Filosofía
(ambos en colaboración) y artículos sobre educación, metodología y género.
Destacamos, “Sujeto sin género: La conceptualización del sujeto en Teresa de
Lauretís” y los realizados en colaboración con M.I.Santa Cruz y M.Roulet. Es
co~fundadora de la Asociación Argentina de Mujeres en Filosofía y miembro dei
Comité de Redacción de Hiparquia.
- M aría Luisa Fem enías. Argentina. Doctora en Filosofía. Profesora e Inves­
tigadora de la Universidad Nacional de La Plata y de la Universidad dt Buenos
Aires. Coordina el Taller permanente de lecturas críticas de género (IIEGe, UBA). Ha
trabajado en filosofía aristotélica y Teoría de género. Sus publicaciones más re­
levantes son: Mujeres y Filosofía (en colaboración), Cómo leer a Aristóteles, Inferio­
ridad y Exclusión, Sobre sujeto y género y artículos en revistas nacionales e interna­
cionales. Co-fundadora de la Asociación Argentina de Mujeres en Filosofía y miem­
bro del comité editorial de Mora: Revista del IIEGe (UBA).
- Francesca GargaHo. Italia. Radicada en México. Novelista, historiadora y
doctora en Estudios Latinoamericanos. Participa del seminario permanente de
filosofía Horizontes de la Democracia en América latina: espacio público y subjetividad,
del Centro Coordinador y Difusor de Estudios Latinoamericanos de la
Universidad Nacional Autónoma de México. Tiene numerosas publicaciones
sobre el área entre las que destacamos, “El feo encuentro de la necesidad”,
“InstitLtción dentro y fuera del cuerpo” y “La diferencia sexual”.
- G raciela H ierro. México. Doctora en Filosofía. Directora de! Programa
Universitario de Estudios de Género (UNAM ); titular de la cátedra de Etica (UNAM ).
Autora de numerosas publicaciones: Etica y Feminismo, Naturaleza y fines de la
Educación Superior, De la domesticación a h educación de las mexicanas. También compiló,
entre otros, Perspectivasfeministas, La naturaleza femenina, Diálogos sobre filosofía y
género>Estudios de Género. Es miembro de la Sociedad de Mujeres para la Filosofía
capítulo México, de la SIN y de CIEES. Actualmente participa del Grupo-Reinas,
de reflexión e investigación sobre el envejecer de las mujeres.
- Claudia de Lima Costa. Brasil. Doctora por el Departamento de Speech
Communication (University o f Illinois at Urbana-Ch ampa ign) Enseña Teoría
literaria, Teoría feminista y Estudios Culturales en la Universidad Federal de
Santa Catarina (Florianópolis). Es co-editora de la revista Estndos Feministas,
primera publicación feminista de Brasil. Estudió Teoría de la Comunicación en
la Michigan State University. Tiene numerosas publicaciones sobre Estudios
Culturales, Feminismo en América Latina, Teoría de Género y etnografía feminista,
entre otros. Actualmente está trabajando sobre el feminismo y la traducción de
las teorías en las Américas, centrándose especialmente en el caso de! feminismo
académico brasilero. Sus investigaciones cuentan con el apoyo parcial de Consejo
Brasilero de Investigaciones y su proyecto “Theories in the Latin/a Américas and
the Transnational Politics o f Translation” está radicado en el Latín American and
Latino Studies Department y el Chicano/Latino Research Center en UC~Santa Cruz.
- Adriana Marrero. Uruguay. Socióloga. Magister en Educación. Doctora en
Sociología de la Educación por la Universidad de Salamanca. Directora del
Departamento de Sociología e investigadora de la Facultad de Ciencias Sociales
de la Universidad de la República. Miembro del Grupo de Montevideo. Ha
publicado numerosos trabajos sobre sociología de la educación, educación
universitaria y educación y democracia. Los títulos más significativos son: “La
sociología comprensiva de Max Weber”, “A favor del usuario: algunas reflexiones
sobre la libertad de elección en materia educativa”, “La descentralización
educativa en Colombia: claroscuros de una reforma necesaria.”
- Am y Oliver. EEUU. Ph.D. Profesora de la American University. Directora
de los Departamentos de Filosofía y Religión y de Women’s Studies (Washington,
DC). Enseña Estudios Latinoamericanos. Ha sido Presidenta de la SILAT (Society
for Iberian and Latín American Thonght) e integra varios comités de la American
Philosophical Association. Fue editora de la sección latinoamericana de la Routledge
Encyclopedia ofPhilosophy y de la Concise Routledge Encyclopedia qfPhilosophy y de ía
Routledge Encyclopedia of Philosophy On-Line. Es autora de numerosos artículos
sobre mujer, historia de las ideas, y literatura latinoamericana.
- M aría Julia Palacios. Argentina. Profesora de Filosofía. Ex Decana de la
Facultad de Filosofía y Humanidades de la Universidad Nacional de Salta.
Responsable de la Comisión de la Mujer. Ha publicado numerosas compilaciones
y artículos sobre derechos de la mujer, fundamentos filosóficos de la igualdad
de derechos y filosofía de la historia. Entre otros, ¿Historia de las mujeres o historia
no-androcéntfica?, Defender los derechos humanos, Reflexionesfeministas deJin de siglo,
Encuentros históricos (en colaboración). También es autora de “Beijin... ¿y
después?”, “Libertad de la mujer y derecho a la vida: ¿derechos irrecon~
cialiables?”, “La mujer y la política.”
- M aría E sther P o zo Vallejo. Bolivia. Socióloga. Master en Educación
Superior. Doctoranda en la Universitat de Barcelona (España). Docente de la
Universidad Mayor de San Simón. Directora del Area de Humanidades de
Género del Centro de Estudios Superiores Universitarios de la UMSS. Oficial Mayor
de Desarrollo Humano y Cultura de la Honorable Alcaldía Municipal de
Cochabamba. Muchos de sus artículos versan sobre la situación de las mujeres
indígenas bolivianas y las mujeres cocaleras. Es autora de Género y étnia,
- A licia P u leo García. Argentina, Radicada en España. Doctora en Filosofía.
Profesora de Etica y Filosofía Política de la Universidad de Valladolid. Miembro
del Instituto de Investigaciones Feministas de l«i Universidad Complutense de
Madrid. Entre sus numerosas publicaciones destacamos: Dialéctica de la sexualidad
en lafilosofía contemporánea, La ilustración olvidada, Conceptualizaciones de la sexualidad
e identidad femenina, Filosofía, género y pensamiento crítico. Ha trabajado también
sobre filosofía del siglo XIX y publicado Como leerá Schopenahuer. Ha colaborado
en numerosas compilaciones y revistas especializadas. Ha preparado materiales
no-androcéntricos para la enseñaza secundaria convocada por el Ministerio de
Educación y Ciencia de España.
- M argarita R oulet. Argentina. Docente e investigadora de la Facultad de
Filosofía y Letras de la UBA. Ha sido Secretaria del Departamento de Filosofía
(UBA). Entre sus publicaciones se destacan Mujeres y Filosojía (en colaboración) y
numerosos artículos sobre filosofía de género. En colaboración con M. I. Santa
Cruz, destacamos “Los estudios feministas: algunas cuestiones teóricas”,
“Experiencia e identidad de género” ( con A. Bach); “Teorías y prácticas de genero”.
Trabaja también sobre filosofía de la mente. Es co-fundadora de la Asociación
Argentina de Mujeres en Filosofía y miembro del Comité de Redacción de Hiparquia.
M aría Isabel Santa Cruz. Argentina. Doctora en Filosofía. Profesora e
investigadora en Filosofía Antigua y Teoría de género. Directora del Area de
Filosofía Antigua (UBA). Es autora de Lagenése du monde sensible dans la Philosophie
de Plotin y numerosas ediciones y traducciones de textos clásicos. Asimismo ha
publicado Mujeres y Filosofía (en colaboración) y artículos sobre problemas de
género, entre los que destacamos “Sobre el concepto de igualdad: algunas
observaciones”, “Actualidad del tema del hombre: Los estudios de la mujer”,
“Feminismo y utopismo”. Muchos otros los ha escrito en colaboración con
A.M.Bach y M.Roulet. Es co-fundadora de la Asociación Argentina de Mujeres en
Filosofía y su presidenta desde 1989. Es miembro del Comité de Redacción de
Hiparquia.
- O felia Schutte. Cuba. Residente en EEUU. Ph.D en Filosofía. Full Professor
en filosofía y Dirctora del Women’s Studies en la Universidad de South Florida
en lampa. Ha publicado, Más allá del nihilismo: Nietzsche sin máscaras, ( 2000);
(traducción del inglés) y Cultural Identity and Social Liberation in Latín American
Thought (1993) y numerosos artículos sobre feminismo, filosofía latinoameri­
cana, y filosofía continental europea. Ha participado en Conferencias y Con­
gresos principalmente en Cuba, Argentina y México. Entre sus artículos sobre
feminismo destacamos los referidos a multiculturalismo y género y la concep­
ción de sujeto en Luce Irigaray.
- María Cristina Spadaro. Argentina. Profesora de Filosofía. Miembro del
Instituto Interdisicplinario de Género (UBA). Ha participado en numerosos
equipos de investigación sobre Enseñanza de la Filosofía, Teoría de Género y
Filosofía Política, en especial sobre T. Hobbes. Ha escrito numerosos artículos
y ponencias, entre los que rescatamos, “Feminismo y posmodernismo: una ‘di­
fícil alianza’ según Seyla Benhabib”, “Elvira López: el movimiento feminista
argentino”, “Hobbes, el mago: una lectura desde el lugar de las mujeres”.
- N orm a Vasallo Barrueta. Cuba. Doctora en Psicología y Directora de la
Cátedra de ia Mujer de la Universidad de La Habana. Ha trabajado sobre el
tema de la subjetividad de las mujeres y publicado numerosos artículos al res­
pecto tanto en Cuba como EEUU y España. Entre ellos recatamos “La evolu­
ción del tema Mujer en Cuba”, “Social Subjectivity o f women. A study of cuban
women: Diferent roles and different generation in Cuba in the Special Period”
y “La mujer cubana ante los cambios económicos; impactos en su subjetivi­
dad”.
- Martha Zapata G alindo. México. Radicada en Alemania. Doctora en Filo­
sofía. También ha estudiado Sociología en la Universidad de Guadalajara. Do­
cente en el Instituto Latinoamericano de la Universidad Libre de Berlín, tiene
publicaciones en el área de filosofía política y social, metodología constructivista,
nuevos movimientos sociales, teoría del discurso y teoría feminista. Es autora
de Triumphdes WilletisznrMachí. ZnrNietzsche-Rezeption ¡m NS-Staat. (El triunfo
de la voluntad de poder. Acerca de la recepción de lafilosofía de Ntetzsche en el Estado
nazi). Entre sus artículos destacamos “Filosofía de la liberación y liberación de
la mujer”; “Más allá del machismo. La construcción de maseuUnidades”;
“Mánnerphantasien inder Phiíosophie. Eine feministische Annaherungan Peter
Sloterdijks Denken” (Fantasías masculinas en la filosofía. Un acercamiento fe­
minista al pensamiento de Peter Síoterdij) y “Condítion Féminine”.
Presentación.......................................................................... 7
Primera Parte:
Memorias, Problemas y Perspectivas Políticas
Vasallo Barrueta, N.
Ecos del pasado, voces del presente (un acercamiento a
ideas y objetivosfeministas de las cubanas)............................... 11
Spadaro, M. C.
Diálogo con Elvira López: educación para las mujeres,
un camino hacia una sociedad másjusta.................................. 27
Oliver, A.
El feminismo compensatorio de Carlos Vaz Ferreira................ 41
Femenías, M. L.
Tres escenas delfeminismo argentino........................................ 51
Zapata Galindo, M.
El movimientofeminista en México: de los grupos
locales de autoconciencia a las redes transnacionales.................. 73
Gargallo, F.
Elfeminismo múltiple: prácticas e ideasfeministas
en América Latina................................................................... 103
Marrero, A.
Iguales oportunidades, recompensas injustas............................. 131
Pozo, M. E.
Tras las huellas de género......................................................... 175
Segunda Parte:
Lecturas de Filosofía y Feminismo
Lima Costa, C. de
Despensando el género: Tráfico de teorías en las Américas......... 189
Amorós, C.
A vueltas con el problema de los universales,
Guillerminas, Roscelinas y Abelardas...................................... 215
Santa Cruz, M. I; Roulet, M; Bach, A. M.
Filosofiafeminista y utopía: una alianza poderosa................... 231
Schutte, O.
Postmodernidad y utopía: exigiendo basesfeministas
para nuevas tierras................................................................... 257
Palacios, J.
Una mirada crítica sobre la historia de las mujeres.............. 279
Puleo, A. H.
Filosofia, política y sexualidad................................................. 303
Hierro, G.
Ética del Placer............................................... ................ ....... 317
Bibliografía citada............................................ ................... 331
Noticias biográficas sobre las autoras............................... 343

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