Está en la página 1de 4

Todavía hay esperanza para nosotros!

Los santos, como bien sabemos, no eran perfectos. Cometieron errores


durante su vida y, a menudo, llevaron vidas públicas de depravación antes
de que sus corazones se convirtieran.
Buena noticia.
Porque nos da esperanzas de que incluso nuestros fríos
corazones, tan distantes de Dios, pueden volverse hacia Él y
recibir una nueva vida.
Los santos siempre nos parecen “demasiado santos” como para
que los imitemos, pero en realidad se parecían más a nosotros
de lo que creemos.
Luchaban por superar las mismas adicciones, caían en los mismos
pecados y malos hábitos que hoy mismo nos pesan tanto.
Así que alegrémonos porque estos hombres y mujeres santos, que no
fueron siempre así, pudieran superar por la gracia de Dios los grandes
obstáculos de su vida para convertirse en deslumbrantes ejemplos de
virtud.
(Para más historias de santos que eran pecadores, recomiendo el libro de
Thomas Craughwell, Saints Behaving Badly: The Cutthroats, Crooks,
Trollops, Con Men, and Devil-Worshippers Who Became Saints [Santos
con mal comportamiento: criminales, bandidos, fulanas, estafadores y
adoradores del diablo que se convirtieron en santos].

San Mateo

Nadie disfruta especialmente pagando impuestos y en el antiguo Israel no


era diferente. Durante el primer siglo, los romanos subcontrataban
individuos particulares para la tarea de recaudar los impuestos y
estos recaudadores aprovechaban la oportunidad para extorsionar a las
personas y sacar cuanto dinero pudieran. Todos les odiaban y su codicia
era bien sabida.
Por eso, cuando Jesús pidió a Mateo que “lo siguiera”, muchos se
quedaron pasmados y escandalizados. ¿Cómo podía Jesús compartir su
comida con “recaudadores de impuestos y pecadores”?
Mateo era un hombre nuevo, seguía de cerca a Jesús y escribió lo que
ahora conocemos como Evangelio de San Mateo.
Poco se conoce del “Buen Ladrón” que fue crucificado junto a Jesús, pero
sí sabemos que el crimen de Dimas se pagaba con la cruz.
Según un erudito de la Biblia, “dos de los [tipos de criminales
condenados con crucifixión] más comunes eran criminales de bajos
fondos y enemigos del Estado…
Entre estos criminales de los bajos fondos se incluirían, por ejemplo,
esclavos que huyeron de sus maestros y que cometieron un crimen. Si
era apresado, el esclavo podía ser crucificado.
Existían dos razones por las que eran sujetos a una muerte tan
retorcida, lenta y humillante.
Con la crucifixión recibían el castigo ‘definitivo’ por su crimen y,
posiblemente lo más importante, servían como espectáculo para
advertir a los otros esclavos que estuvieran pensando en escapar o
cometer algún crimen, de lo que podría pasarles a *ellos*”.
En el último momento, Dimas comprendió la gravedad de sus crímenes y
defendió desde la cruz a Jesús por la burla del “mal ladrón”: “¿No tienes
temor de Dios, tú que estás bajo el mismo castigo? Nosotros estamos
sufriendo con toda razón, porque estamos pagando el justo castigo de lo
que hemos hecho; pero este hombre no hizo nada malo” (Lucas 23, 40-
41).
Jesús reconoció la sinceridad de su arrepentimiento y proclamó: “Te
aseguro que hoy estarás conmigo en el paraíso”. Después de una
vida de pecado, Dimas mereció el perdón poco antes de su muerte.

San Agustín
Aunque fue educado por una madre cristiana, san Agustín seguía la práctica de muchos
estudiantes de su tiempo y llevaba una vida de maniqueísmo pagano.
Durante este periodo, tenía una relación con una concubina, con la que tenía un hijo.
Estuvieron juntos muchos años, pero nunca se casaron y, con el tiempo, ella terminó la
relación.

El mejor ejemplo que nos da Agustín de la crudeza de su vida de pecado es


el famoso episodio del “robo de las peras”. Narra esta escena en su
obra Confesiones.
“Quise robar y robé. No lo hice obligado por la necesidad, sino por carecer
de espíritu de justicia y por un exceso de maldad. Porque robé
precisamente aquello que yo tenía en abundancia y aún de mejor calidad.
Ni siquiera pretendía disfrutar de lo robado, sino del robo en sí mismo,
del pecado de robo”.
Después de experimentar una conversión en su corazón, Agustín se
bautizó, se hizo sacerdote, luego obispo y, tras su muerte, “Doctor de la
Iglesia”.
Pelagia era una actriz famosa y un tanto libertina del siglo V. San Juan Crisóstomo dijo de
ella: “No había nada más vil que ella cuando estaba en el escenario”.
Craughwell también describe la naturaleza de sus pecados: “Los hombres que tomaba como
amantes quedaban embriagados de ella. Por Pelagia hubo padres que abandonaron a sus
hijos, hombres adinerados que despilfarraron sus bienes. Incluso llegó a seducir al hermano
de la emperatriz. En su intento de describir el poder de Pelagia sobre los hombres, san Juan
barajaba la posibilidad de que los drogara y llegó a especular que tal vez usara la brujería”.
No se sabe mucho sobre su conversión, excepto que posiblemente escuchó una homilía
por boca de un obispo sobre la misericordia de Dios e inmediatamente después le
pidió ser instruida en la fe y luego bautizada.
Se cree que luego se hizo monja y pasó el resto de sus días rezando.

Santa María de Egipto


Siendo aún joven, María huyó de su hogar y pasó diecisiete años como prostituta en la
glamourosa ciudad de Alejandría, durante el siglo IV.
Pero no cobraba por sus servicios, porque disfrutaba del reto de seducir a hombres jóvenes.
Le fascinaban las “aventuras sexuales” y se dejaba llevar pos sus pasiones.
Más tarde, María confesaba: “No hay depravación nombrable o innombrable de la que yo
no sea maestra”.
Buscando nuevas experiencias, se sumó a un grupo de peregrinos camino de Jerusalén, se
embarcó con ellos a la mar y sedujo a todos en el barco antes de llegar a su destino.
Sin embargo, tras un tiempo en le Ciudad Santa, María se arrepintió de sus pecados y se
reconcilió con la Iglesia.
Pasó el resto de su vida como ermitaña en el desierto y había de luchar continuamente
contra la tentación de volver a su vida depravada, hasta que Dios le concedió paz a su alma.

También podría gustarte