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Teatro del siglo XIX: teatro realista y 

naturalista

La segunda mitad del siglo XIX está dominada por dos tendencias literarias que tienen
su reflejo también en la literatura dramática y en la forma de representación teatral: el
Realismo y el Naturalismo.

El Realismo en teatro presenta un lenguaje cotidiano y familiar y sus personajes no


sólo hablan en forma natural, sino que poseen una psicología de seres comunes; sus
acciones se asemejan todo cuanto se pueda a las acciones de la gente real.
Representadas sobre el escenario tienen que convencer al público de que la acción
que desarrollan podría darse en la vida. Teatralmente, las obras realistas tienen dos
funciones importantes; una es alcanzar la elevación de espíritu y expresión, y otra
conseguir el efecto dramático sin perder la sensación de naturalidad. Los vestuarios y
escenografías, rigurosos y fieles a la realidad, y el escenario a la italiana tenderían
precisamente a proporcionar esta sensación ilusoria de estar contemplando algo que
sucede realmente.

El Naturalismo, como tendencia literaria, implica otros principios más complicados,


basados en teoría científicas que aparecen en aquella época, y afecta más a los temas
y al tratamiento de personajes y acciones. Considera que los seres humanos están
gobernados por leyes naturales y por influencia del medio; de un modo inexorable
están condicionados sin excepción. Sin libertad y sometidos a leyes naturales, ningún
ser humano puede alcanzar la felicidad. Tanto en narrativa como en teatro, la obra
naturalista no es sino el intento de presentar una parte de la realidad, observada con
frialdad y distancia y transmitida fielmente. Las obras naturalistas critican socialmente
a la burguesía y al idealismo romántico.

Las bases del teatro contemporáneo se cimentaron en las últimas décadas del S.XIX,
comenzó entonces una nueva sensibilidad, más cercana al naturalismo de Emile Zola
(escritor francés). Por la misma época, en Noruega, nace uno de los más grandes
dramaturgos de esta segunda mitad del siglo XIX, Henrik Ibsen, al que se considera el
gran innovador y el creador del teatro realista moderno. La obra maestra de Ibsen es
“Casa de muñecas”, que es un alegato a favor de la liberación de la mujer, lo que creó
un gran escándalo y revuelo social. Sin la obra dramática de Ibsen sería inconcebible
el desarrollo posterior del teatro en el siglo XX. Frente al realismo de Ibsen
encontramos el desgarrado y atormentado naturalismo de August Strindberg,
dramaturgo sueco. Tuvo una vida turbulenta, con repetidos divorcios e intentos de
suicidio. De sus obras, la que sigue completamente viva en el repertorio de los teatros
internacionales es “La señorita Julia”, estrenada en 1888.

En Francia, el Naturalismo amplia la afición al teatro; el local donde los naturalistas


estrenaron sus obras fue el Teatro Libre de André Antoine, que era una sala pequeña
en la que se estrenaban obras de nuevos autores, lo que llevó a la ruina a su
fundador, pero tuvo grandes repercusiones en la renovación del teatro. El Teatro Libre
de Antoine era el verdadero escaparate del Realismo y fundó el modelo de teatro
experimental que luego se seguiría en el resto de Europa y en Estados Unidos.
Supuso una renovación en la forma de interpretar, pues hizo que los actores hablaran
y se movieran como seres humanos reales, eliminando algunas convenciones
estereotipadas, como la norma de no dar la espalda al público. Utilizaba decorados
realistas, con muebles reales de la época, sin usar bambalinas ni telones. Por
desgracia su trabajo resultó un fracaso económico, aunque un gran triunfo del teatro,
pues su proyecto logró encontrar una forma realista de representar, humanizó la
actuación, estimuló la creación de nuevos dramaturgos y creó la idea de los conjuntos
actorales, en contra de la figura individual del gran actor rodeado de mediocridades sin
coordinación.

En Rusia, el Realismo inicia con la obra de Antón Chejov, cuyo éxito es inseparable de
la fundación del Teatro del Arte de Moscú por Stanislawsky y Dachenko. El fundador,
Constantin Stanislavski, nació en una familia acomodada y en su juventud fue
fundador de la Sociedad de Literatura y Arte. De su encuentro con Vladimir Nemirovich
Dachenko nace la idea de la fundación del Teatro del Arte de Moscú, que formado en
principio por estudiantes de teatro y aficionados, llegó a constituirse como uno de los
grandes conjuntos de actores del mundo. El Teatro del Arte de Moscú, consigue que
Antón Chejov, que había fracasado anteriormente con su obra “La gaviota”, se
convenciera de seguir escribiendo para el teatro, y así surgieron obras maestras del
drama como “El tío Vania”, “Las tres hermanas” o “El jardín de los cerezos”. En sus
obras no se produce el conflicto de héroes o heroínas, sino que la historia parte ya de
un conflicto en el que esos héroes y heroínas han sido ya derrotados; no luchan, sino
que se abandonan a un destino ya cumplido; la obra desarrolla esa derrota vital de los
personajes.

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