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Feminismo hegemónico

El feminismo hegemónico, también conocido como feminismo blanco o feminismo de la


segunda ola, es considerado el feminismo «tradicional». Se centra en las mujeres blancas,
urbanas, de clase media o alta, principalmente de los EE. UU. y Europa, como molde único de
mujer donde las otras deben encajar.
El prototipo de mujer para esta corriente del feminismo es el de la ama de casa
estadounidense aburrida con su vida doméstica, descrito en la Mística de la Femineidad de
Betty Friedan, una de las obras claves de esta corriente del feminismo. Este centra su apuesta
política y reivindicativa exclusivamente en el concepto de género, ligado a la diferencia entre
hombres y mujeres, a las que define como un grupo homogéneo, con intereses comunes y una
misma fuente de opresión. 
Así pues, el feminismo hegemónico busca acoger a todas las mujeres bajo una identidad
compartida e impuesta (europeo-norteamericana y, además, blanca, urbana, de clase media o
alta). De esta forma, desconoce, ignora o critica a aquellas identidades que se encuentran
fuera de este modelo hegemónico.  Aunque esta corriente del feminismo tuvo un carácter
innovador y marcó profundamente la historia del movimiento feminista de Occidente, se basó
en mecanismos de exclusión que perpetúan relaciones de poder sobre la mayoría de las
mujeres del mundo

Este feminismo hegemónico pivotaba en torno al concepto de “género”, vinculándolo con una base
aparentemente simple y real, la diferencia entre mujeres y varones. Según dicha concepción, las
mujeres aparecían siempre como un grupo homogéneo y compacto, con intereses comunes y definido
básicamente en base a la opresión que sufrían. Sin embargo, no tenía en cuenta que las circunstancias
concretas de cada grupo de mujeres influyen directamente en cómo la femineidad se construye en
relación con la masculinidad: poco tiene que ver la experiencia de una mujer negra de clase baja en un
suburbio de una ciudad de Texas con la de una abogada blanca de la élite neoyorkina. Sus relaciones
laborales, sociales y personales con los hombres difícilmente vendrán marcadas por los mismos
condicionantes, y ello es algo que el feminismo hegemónico, al no considerar diferencias de perfiles más
allá de su prototipo, no podía tener en cuenta.

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