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Presentación Laura Lee Downs

Biografía

Laura Lee Downs es una historia norteamericana que investiga sobre Europa, específicamente
Inglaterra y Francia. Profesora de historia en el Instituto Universitario Europeo, autora de obras
como “Desigualdad en la fábrica: división de género en la industria metalúrgica de Francia e
Inglaterra, 1914-1939 (1995)”, que ganó el Premio Pinckney al mejor libro de Historia de Francia
escrito por un norteamericano; “Infancia en la tierra prometida: movimientos obreros y colonias
de vacaciones en Francia, 1880-1960 (2002)”; “Writing Gender History (2ª edición, revisada y
ampliada, Bloomsbury, 2010); Historia de colonias de vacaciones desde 1880 hasta nuestros días
(París, 2009); y, con Stéphane Gerson, “¿Por qué Francia? Los historiadores estadounidenses
reflexionan sobre su fascinación duradera (2006)”.

Objetivos y tesis del texto

El texto que presento en esta oportunidad se puede traducir como “De la Historia de las Mujeres a
la Historia de Género”, publicado en el libro Writing History editado por Stefan Berger, Heiko
Felner y Kevin Passmore. El artículo de Downs se centra en la evolución de la escritura histórica
sobre las mujeres desde mediados de la década de los 80, problematizando la manera en que las
historiadoras feministas han desplegado el concepto de género para abrir nuevos dominios de
investigación. Para ello reconstruye los principales hitos de la historiografía sobre mujer y género,
deteniéndose en el análisis de dos obras específicas: por un lado el trabajo de Leonore Davidoff y
Catherine Hall, que se puede traducir como “Fortunas familiares. Hombres y mujeres de clase
media inglesa, 1780-1850”; y el trabajo de Lynda Roper titulado “Edipo y el Diablo. Brujería,
Sexualidad y Religión en los inicios de la Europa Moderna”.

En términos generales, Downs plantea que la incorporación de la categoría de género en el campo


de la historiografía, apuntalada en el giro posestructuralista, ha marcado una reconfiguración de
los métodos de investigación y objetos de estudio que habían predominado en la producción
feminista de los años setenta, lo que se ha traducido en un distanciamiento de la historiográfica
respecto a una serie de puntos interconectados: 1) un distanciamiento respecto a la experiencia
de la mujer en el ámbito del trabajo (los trabajos de los 70 se habían interesado por visibilizar la
participación de la muer en el mundo del trabajo) 2) un distanciamiento respecto a la
problemática de clase y de la conexión entre capitalismo y patriarcado (nociones como “sistema
dual” “doble explotación”, “modos de producción doméstica” “división sexual del trabajo” 3) un
distanciamiento respecto a la historia de las propias mujeres como sujeto.

Desarrollo crítico

La reconstrucción que hace Downs permite advertir entonces un desplazamiento de las categorías
de análisis propias de la nueva historia social, en especial de la noción de experiencia, siendo
sustituida por el planteo posestructuralista sobre el discurso, vehiculizando así toda una maniobra
epistemológica orientada a sacar de escena a las mujeres, a su experiencia concreta y la manera
en que la opresión es vivida a través de sus cuerpos, volviendo a relegarlas a la invisibilidad que
habían mantenido en la historiografía patriarcal tradicional.
En ese sentido, comparto la conclusión de Lee Downs de que dicha maniobra significa un
abandono del proyecto político feminista. El posestructuralismo es intrínsecamente antifeminista,
en tanto no se plantea como horizonte la emancipación de la mujer, sino el cuestionamiento de la
modernidad y la crítica a cualquier tipo de identidad pues para el posestructuralismo, son las
identidades y los esencialismos las expresiones a través de las cuales se despliega el poder y la
dominación, pues se asume que toda identidad entraña una forma de determinismo, una
normatividad que recae sobre las posibilidades de un sujeto abstracto que no se puede identificar
ni localizar.

En el fondo, para el posestructuralismo el patriarcado es una realidad discursiva, pero sin rostro,
sin sustancia, sin un sujeto histórico que lo encarne. Por eso su horizonte no es la lucha contra la
opresión de la mujer sino la deconstrucción del género y los binarismos, un acto “performativo”
dirán, pero un acto que tiene un carácter nominalista, pues sostiene la creencia de que
modificando la manera de nombrar el mundo se está cambiando el mundo propiamente tal. Por
un lado, el feminismo requiere un posicionamiento político que asuma la lucha contra el
patriarcado sobre la base de apropiarse del ser mujer desde la experiencia de las propias mujeres,
es un afirmarse desde la identidad, mientras que el giro posestructuralista, por el contrario, lo que
plantea es subvertir cualquier forma de identidad, liberarse de la opresión de las categorías más
que de la opresión que ejercen determinados seres humanos sobre otros.

Como nos muestra Lee Downs, en lugar de incorporar la categoría de género como herramienta
que permita inscribir las experiencias de las mujeres en un contexto más amplio de relaciones
sociales, que permita comprender las vivencias concretas de opresión en base a los significados
socialmente construidos sobre la feminidad y la masculinidad, que era una tarea que ya se habían
propuesto las feministas de los años 70, la entrada del giro posestructuralista en la historiografía y
el abandono de la categoría de experiencia ha significado la pérdida de la subjetividad, de la
agencia y del carácter relacional y conflictivo de la vida social de las mujeres. Una cosa es asumir
que la categoría de género es una construcción social, y otra cosa es ir más allá y decir que el
género es una realidad meramente discursiva, es decir, reducir la complejidad de lo social y su
naturaleza dialéctica al puro nominalismo del lenguaje. Todo ello incluso ha redundado en un
problema más grave, y es que a partir de esta lectura posestructuralista no se pueda explicar el
cambio histórico, que es el problema que siempre busca abordar la historiografía.

Me parece que con los trabajos de Davidoff y Hall y el de Lynda Roper lo que quiere mostrar Lee
Downs es la manera en que estas autoras trataron de resolver estos problemas y restituir el
carácter concreto de la experiencia y la subjetividad de las mujeres. En la primera relacionando las
dinámicas de formación de clases con la división sexual del trabajo y la separación del espacio
público y privado como fórmula de reproducción del capital y como construcción social de la
diferencia sexual; mientras que el trabajo de Roper aborda la relación entre la construcción social
de los géneros y sus modos de anclaje en el campo de la sexualidad, el cuerpo y el psiquismo
femenino.

El desafío que se abre a partir de la lectura de Lee Downs es de qué manera recuperar la
experiencia de las mujeres y todo lo que se perdió con el desplazamiento de la historia social y que
al mismo tiempo responder a los dilemas que quedaron planteados tras la irrupción del giro
lingüístico ¿Cómo abordar, por ejemplo, la noción de género en tanto construcción social, de
manera que no naturalice la noción de mujer o de hombre pero que al mismo tiempo permita
articular identidades colectivas desde las cuales encarar la lucha política, es decir, construir una
política de las identidades? Lo segundo atañe al problema de repensar la relación entre
capitalismo y patriarcado, discutiendo las teorías que se desarrollaron en los años 70, como modo
de producción doméstica, sistema dual, etc., a la luz de las transformaciones del capitalismo actual
y sus formas de reproducción social. Y por último, el desafío de reconocer la dimensión discursiva
de las prácticas sociales desde una perspectiva no estructuralista ni posestructuralista. En el
esquema clásico se solía operar con la dimensión material y lo representacional, la realidad y la
manera en que se representa esa realidad, las relaciones de producción y la ideología. La
dimensión discursiva tiene una existencia distinta, que no es propiamente material ni solamente
representacional, es un ejercicio de disputa por la hegemonía, uno de los modos que asume la
práctica social, es un modo de hacer política aunque no sea el único ¿Cómo poder reconocer
entonces la dimensión discursiva de las prácticas sociales sin desatender la manera en que dichos
discursos son reproducidos, actualizados, modificados y apropiados por los sujetos en contextos
interaccionales concretos?

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