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Con Reina Rumba vacilando allá en el manglar. Apuntes para la imagen del
gozo salsero”1
Juan Carlos Quintero‐Herencia
A la memoria de Marvette Pérez‐García
“Cuando despierten”
Trata de guardarlas, poeta,
por más que sean pocas aquellas que se detienen.
Las visiones de tu amor.
Ponlas, medio ocultas, entre tus frases.
Trata de retenerlas, poeta,
cuando despierten en tu mente
en la noche o en el fulgor del mediodía.
Constantino Kavafis.
Kavafis íntegro. Miguel Castillo Didier (Ed.) Santiago: Tajamar Editores, 2007, 427.
Hoy comparto unas notas muy preliminares sobre lo que denomino por
ahora imagen salsera. Que esta imagen se adjetive salsera no significa que sea
excepcional, única o exclusiva del género. Tampoco pretendo con el enunciado,
imagen salsera, negar que esta posea avatares literarios, pictóricos e incluso
filosóficos. De la imagen salsera me interesa sobre todo su condición imaginaria, su
presentarse en tanto imagen menos que su predicado gentilicio sea este
puertorriqueño, newyorican, cubano, barrial, global, diaspórico o mulato. Me
interesa su condición estética, sin que lo estético se entienda como una práctica sin
consecuencias políticas. En otras palabras, lo salsero de esta imagen no es un mero
1 Leído la mañana del 19 de febrero de 2015, en el Anfiteatro del departamento de Música
en el foro “De divas y sones”. El foro fue parte de IV Jornada Humanidades es Arte y Cultura:
Sonido, Imagen, Letra y fue coordinado por la Red de Proyectos Interdisciplinarios.
Universidad de Puerto Rico, Río Piedras.
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contenido que condiciona sin remedio la imagen. La imagen no es contenido,
tampoco la mera descripción o retrato de algo que ella no es o que existe con más
realidad fuera de ella. Pienso la imagen salsera como una inscripción con efectos de
sentido múltiples, la propongo como signo con efectos sensoriales específicos. Esta
imagen irrumpiría en los versos cantados o no, en la foto, en la portada, en la
exclamación del soner@, incluso en la performance del músico o la orquesta. Esta
imagen en particular, la salsera, es antes que nada el despliegue de las condiciones
sensoriales y de sentido que prepararían la experiencia estética y subjetiva llamada
sabor. Esta imagen no es el resultado verificable de algún desarrollo, proceso o
tramitación disciplinaria. No intento tampoco rastrear y catalogar una sola imagen a
través del cancionero salsero o hacer el inventario definitivo de las mismas. Trabajo
la imagen como carga subjetiva, como acometida sensorial. La imagen salsera
emerge para señalar pero también para arrollar, para agitar; surge para acentuar
pero también se presenta para abastecernos, para darnos de comer. Esta es
detectable en los labios de Adalberto Santiago, cuando en la “Descarga Fania” de la
fundacional presentación de la Fania en el Club Cheetah, invita a Ray Barreto en
medio de un debate con Orestes Vilató, a un “Come Ray, come Ray”, o cuando al ir
acercándose al final de la misma canción la escuchamos en la voz del adolescente
Ismael Miranda en su rapidísimo “Mira que rico, Mami”. Movilizada cual abertura o
emisión, la imagen salsera permite relacionarnos con el género salsero como una
experiencia del lenguaje.
La imagen, entonces, como contacto, como irrupción no sería el acopio de
detalles o referentes, sino una entrega brumosa, difícil sino irrealizable para
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cualquier lengua descriptiva, verosímil o meramente adjetival. La imagen como
instante poético de la performance salsera, abre un tiempo para el paladeo de sus
especificidades, una entrega que como el oleaje concede la cercanía para alejarla;
ilumina para dar paso a la indistinción, dice para hacer silencio o meter ruido. En fin,
efectúa su modo de aparecer a veces cual ranura, otras veces cual azote. Siempre
dispone una resquicio para ese sentido que falta o para ese cuerpo que ya sale. Esta
suerte de parpadeo perceptivo es también el espejeo, o si quieren el repiqueteo
corporal, donde se mesturan contextos e historicidades, su disfrute en fin.
Esta imagen es sobre todo la consecuencia del desate de efectos y
resonancias sensoriales movilizada por la experiencia de difícil nominación que
llamamos sabor. Pensar el sabor demanda que despejemos el espacio donde un
cuerpo pueda exhibir el sentido y sentimiento que lo ha producido como emblema
sabroso, en el caso de la salsa, con el sentido y el espacio que lo ha cocinado. Este
tiempo performativo no es el tiempo de los calendarios o los relojes. La imagen
incursiona por los sentidos y los sentimientos de eso otro que agita, en este caso, el
corpus salsero ante su público. Se trata de un momento perceptivo incitado por la
inscripción de la letra, la voz o la performance donde algún sujeto imagina el gozo
propio o del otro en medio del trance sabroso. La imagen, por lo tanto, advierte o
refrenda las descargas y emanaciones del sabor. En efecto, al decirles imagen salsera
también deseo subrayar la singularidad de lo que sin duda es una multiplicidad de
imágenes y de emergencias imaginarias. La imagen salsera se pasea en la re‐
escenificación del rumbón de esquina, del salón de baile, del ruido callejero o
inmediato que recogen tantas canciones. También es el registro de conciertos
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emblemáticos, descargas y solos puntuales, los gritos de guerra de algunos soneros,
Azúcar, Jecua Jey, O‐fi‐cial, Familia, Ha(goza)lsa, Ah cará, las coreografías del Gran
Combo, los trombones de Willie Colón, Barry Rogers o Eddie Palmieri, el bestiario de
Marvin Santiago y otros intérpretes, los arreglos de Luis Perico Ortiz o Bobby
Valentín, para mencionar sólo dos, el avance de la centenaria y portentosa mulata
por la encendida calle antillana, mutada ahora en sonero, orquesta, los soneos, el
montuno, las carátulas de los discos, las modulaciones en la voz, el fraseo, algunos
títulos o nombres, en fin, algunos poemas.
En particular quisiera admitir mi predilección por las, exclamaciones, actos
del habla, intercambios entre la voz sonera y el coro, la orquesta, el público en
medio de canciones paradigmáticas. Hinca por ahí, Ah( )ve María, Se han soltado los
caballos, Salsa pa gozar, Cuidao que por ahí vienen los anormales, Ay dios mío pero
que lío, Para gozar y bailar, Sacude que te enfangas, Como decía Karl Wallenda: qué
duro está el cemento Ponce, y las eternamente obscenas No lo saques de ahí o
Ahínamá, entre otras. En estos actos de habla muchas veces coinciden la estimación
que la voz sonera le otorga a su propio desempeño, la celebración del talento de
algún salsero u orquesta o de algún momento en la interpretación salsera con el
instante del estallido, el golpe o la estampida con la que insisten los salseros en
figurar su gozo en el escenario. Estos enunciados son miniaturas densas, pequeños
alephs, dispositivos orales donde vibra el sabor salsero como un modo de alertar
sobre lo que ocurre en la puesta en escena de la canción. En estas miniaturas
verbales se agita el paroxismo que atraviesa el cuerpo en performance del salsero o
la salsera.
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Estas imágenes no son momentos que suceden fuera de la historia,
ocurrencias abstractas divorciadas de alguna historicidad. Estas imágenes parecen
haber funcionado como anzuelos para la empatía de no pocos investigadores, esa
querencia ñoña que rápido monta lógicas de identificación (celebración) entre su
objeto de estudio (la salsa o lo salsero) y su escritura o texto. Quizás estas imágenes
no han merecido una lectura detenida por considerárselas ocurrencias
intrascendentes, chistes, boberías o fresquerías del momento, o porque no se sabe
qué hacer con las mismas, o porque despiertan no pocas molestias y resistencias.
Para una lectura identitaria, por ejemplo, la imagen es casi siempre parte de una
sanana concepción mimética de la representación como enlace de equivalencias
ente objeto representado e historia, imagen y contexto, imagen y realidad. Sin
embargo, la imagen de la que hablo nos invita a saborear los retos e imposibilidades
de este tipo de empatía y la trucosa viscosidad que yace en las identificaciones con
lo salsero Con la imagen salsera podríamos repensar la relación misma entre
historicidad e imagen más allá de las plantillas consabidas del pensamiento político
convencional. No me interesa reprimir éticamente estas imágenes, incluso sumarme
a los que las ignoran, reduciéndolas a una suerte de espacio ornamental donde se
acostumbra levantar una tarima de verosimilitudes donde mi discurso exhiba mi
indiscutible solidaridad como lector@ o escucha con el sujeto que produce,
conforma o consume la imagen salsera. En otra dirección, quisiera regresar a lo que
en otro momento propuse como el trabajo de lo negativo en la máquina salsera.
Pensar la imagen salsera como una eficacia saturada que horada lo sensible (las
expectativas de sentido ante el objeto salsero) y daña cualquier afán disciplinario
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(esas voluntades de orden y filiación de los significados sociales, históricos y
políticas de la salsa).
Dicho esto, las carátulas y el calendario salseros señalan que Celia Cruz e
Ismael Rivera cantaron por primera vez en el año de 1975. Los acompañó la
poderosa Fania All Stars y la canción que los reunió fue “Cúcala”. Celia y Johnny
Pacheco ese mismo año encabezarían el álbum, Tremendo Caché con “Cúcala”.
Grabada por la Fania ese mismo año es también el primer número del disco Fania
All Stars Live lanzado tres años más tarde. “Cúcala” es uno de los éxitos del Combo
de Cortijo, incluido en el disco de 1959 Rafael Cortijo y su Combo en Nueva York. Una
lectura comparada de la canción original del Combo y la versión de la Fania de
inmediato revela las diferencias en la orquestación y en el arreglo de ambas, sobre
todo el exhibicionismo estremecedor de la versión de Pacheco, Celia y la Fania. Sin
embargo, la interpretación de Celia no se toma muchas libertades pues apenas se
aleja de la letra e incluso de algunas improvisaciones de Maelo en la versión original.
Un cambio decisivo es el temprano uso de la primera persona por parte de Celia
para referirse a ella misma como el personaje monumental que debe ser cucado.
Además la versión de la Fania escenifica un intercambio “verdadero” y no la versión
unilateral que exhibe la original. La voz sonera en el “Cúcala” del Combo de Cortijo
se dirige a un “caballero”, a quien entre el mandato y la joda, se le invita a cucar a esa
figura femenina que se hace y sabe de todo. Lo espectacular de la versión en vivo en
es la triangulación de los soneros, la orquesta y el público en una suerte de
crescendo monstruoso y ondulante, donde los soneros ponen a reverberar y a
repercutir entre aceleraciones el vocablo “Cúcala”. Incluso, en medio de ese
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voluptuoso mandato esdrújulo, Maelo abrirá un paréntesis para recordarle a Celia
que el día de su cumpleaños, el 21 de octubre, coincide con la fiesta del Cristo Negro
de Portobello, Panamá.
Muchísimas, sino la mayoría, de las canciones festivas para ser lloradas del
Caribe desgranan en su proceder sonoro algún infortunio o desgracia como
requerimiento discursivo para allegarse y allegarnos al sabor. La canción caribe
para entregar lo que podría denominarse su impronta sensible gusta de consumir
alguna contrariedad o fatalidad ética. “Cúcala”, por su parte, es la representación de
un deseo por hacer bailar, por hacer que salga ese personaje femenino sin nombre
que sabe de todo y es un monumento. Ambas versiones sostienen que esa negrita
“está moderna” y “se hace y sale a gozar”. De existir alguna adversidad en esta
canción se trataría, ya de la resistencia de esa que se hace y sabe bailar, o la
posibilidad de quedarse con las ganas, de no poder vacilar con la monumental sabia.
Y claro, cucar o cucarla es provocarla, aguijonearla, retarla para que salga al ruedo y
demuestre lo que ese cuerpo sabe hacer. “Cúcala” es una canción sobre el deseo que
la canción misma busca orquestar y la ansiedad corporal que la estructura. Toda la
canción sería entonces una ansiosa provocación para que ella nos haga partícipes de
su gozo. Reunidos en el escenario, no se sabe si del Coliseo Roberto Clemente o del
Madison Square Garden, Celia y Maelo harán de la provocación, caricia y homenaje,
sobre todo al cancionero del Sonero Mayor. Los soneos de Celia son un recorrido,
por algunas de las canciones‐firma de la carrera de Maelo hasta ese momento. Celia
no cede al citar algunos de los éxitos emblemáticos de Maelo. Celia acepta de
inmediato las cucasmonas del sonero y confirma, “cuando tú quieras vamoasalsear”.
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Por su parte, Ismael Rivera no menciona los éxitos de Celia pero esta canción parece
ser el acto de coronación de la Guarachera de Cuba y su ascenso a la categoría de
Reina Rumba. Se me antoja decir hoy que la “Cúcala” de la Fania ante el público de
esa noche es la versión salsera del legendario bautismo que Benny Moré descargara
sobre Maelo declarándolo Sonero Mayor. Allí sus voces se abrazarán en una espiral
percusiva donde Celia exclamara, “Vaya Puertoro este es tu sonero, no lo para nadie
(ya él lo dijo) mientras Maelo establece, “Oye Cuba, con Reina Rumba, no te para
nadie”. Allí sólo una estrella de la Fania, Héctor Lavoe, se atreverá a señalar hacia la
lejana meseta donde estos titanes prodigiosos dirigían sus performances: “¡Andá! la
ponen en China”. De eso trata la imagen salsera, de proclamar una y otra vez la
localidad compleja del sabor, de señalar hacia ese espacio o hacia ese cuerpo que
protagoniza alguna barbaridad, algún exceso inclasificable. La imagen como la
ejecución de un sentido y un afecto complejos, por igual contundente como lejano,
poderoso como extraño. Las caricias del mayor de los soneros transforman los dotes
monumentales, el saber de esa negrita, en las joyas de su corona, y desde entonces
todo el mundo sabrá que la reina de la salsa se llama Celia Cruz. Pues “la Reina
Rumba es un monumento/ cuando esa negrita inspira siempre lo hace al tiempo”.
Ahora bien, ¿dónde se encuentra el reino de la salsa? ¿Dónde pasea su señorío la
diosa del ritmo? Cerca del minuto 3:33 se le escucha a Maelo el sitio donde cucarla
ha surtido su efecto, el espacio donde vacila y expone su saber del sabor Reina
Rumba: “Con Reina Rumba vacilando allá en el manglar”. En medio del escenario,
Ismael Rivera abre su entre‐visión, ese algo entrevisto o presentido versado por
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Palés Matos, que signa y nimba a la Reina de la salsa: el manglar. Quizás nuestro
mejor historiador sonea ahora:
La mentalidad urbana concibe el manglar como un sitio insalubre. Pero para el que
vive extramuros, es amparo de libertad y fuente de vida. Es zona de peligro y de
insubordinación, pero es también fuente de abastos. El hacendado del siglo 19 saca allí leña
para sus trapiches. Al manglar huye el esclavo fugitivo, el soldado desertor y el forajido,
pero a él acuden también el carbonero, el pescador y el cazador en busca de sus fuentes de
ingresos. La yola que merodea los caños tanteando las ramas colgantes del manglar puede
atraer a la autoridad punitiva, pero también llevar los cangrejos y las tortugas, gallinazos y
el pescado que requiere el mercado de San Juan.
El ron cañita y la vivienda del que “se las busca” caracterizan al mangle suburbano
en el siglo 20. (Fernando Picó, Historia general del Puerto Rico 20‐21)
La singularidad de la imagen salsera se resiste a las explicaciones del día de
logros de las aplicaciones disciplinarias, esa tumba y quema de complejidades que
precede el inventario ideológico de tanto estudio cultural. La imagen salsera como
estrujamiento arrastra un espacio oscuro, un cuerpo viscoso que sin embargo
palpita y es perceptible en cada escucha. Sólo así puede arrastrarnos, temporal y
sensorialmente, a un espacio imaginario, mítico inclusive, asociado a escapes y fugas
raras veces multitudinarias, difícilmente idealizables ante el que podríamos ensayar
una suerte de docta ignorancia o silencio. El manglar como el espacio donde se
recoge el real del sabor, el manglar donde Reina Rumba es ícono de lejanía y
abastecimiento que no necesita ser salvado por algún redentorismo camuflado de
pensamiento materialista. Allí en el manglar, la imagen salsera es la inscripción
histórica regalada por el Sonero Mayor para el sabor de la mejor sonera que haya
pisado la tierra. Fijada y perdida en la canción, inmediata y alejada en la historia, la
imagen salsera no necesita de alguna nomenclatura desarrollista de la superación
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dialéctica, quizás ese vacilón en el manglar reclama una dialéctica averiada, rota,
estremecida, una dialéctica sin final, que entregue de golpe el espacio inverificable
donde goza fuera del tiempo, el cuerpo sin nombre, de un portento que un día se
hizo y salió a gozar.
“Cúcala”
https://www.youtube.com/watch?v=sKO50uAcgjw
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