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Ahí tienes a tu Madre 4.

Fiestas de la Virgen

En los planes del Padre Eterno, Nuestro Señor Jesucristo debía iniciar una
obra que El mismo no debía culminar, por estar esto reservado al Espíritu Santo.
Por eso Nuestro Señor prometió solemnemente a sus Apóstoles el envío de ese
Espíritu, de ese Abogado, de ese Consolador, a quien correspondería aplicar a las
almas los frutos de la redención que Nuestro Señor mereció en el Calvario, y
animar a la Iglesia católica, al igual que el alma informa y vivifica el cuerpo.
El Espíritu Santo, pues, recibe de Cristo la misión de recordar a la Iglesia todo
lo que El había enseñado, de mostrarle las cosas venideras, y de comunicarle todo
lo que es de Cristo, sin salirse nunca de El: «El no hablará de Sí mismo, sino que
recibirá de lo mío y os lo recordará». Cabe entonces preguntarse: ¿Cuáles han
sido las principales manifestaciones de esta asistencia y vivificación de la Iglesia
por el Espíritu Santo?
• La primera ha sido la de asistir a la Iglesia con un Magisterio infalible, para que
la Iglesia transmita a los fieles la verdad enseñada por Nuestro Señor, sin ningún
riesgo de error, sin ninguna falla humana. Cuando el Papa define en materia de fe y
costumbres, está asistido por el Espíritu Santo. En esas definiciones, el Espíritu Santo
no hace más que recordar lo enseñado por Cristo.
• La segunda ha sido la de dar virtud y eficacia a los Sacramentos instituidos por
Nuestro Señor, y la de elaborar cuidadosamente la liturgia con que la Iglesia católica
da culto a Nuestro Señor, especialmente la liturgia romana.
• La tercera ha sido la de glorificar a Cristo suscitando en la Iglesia, en todas las
épocas, las Ordenes religiosas, todas ellas amoldadas a necesidades concretas de la
Iglesia y de las almas. La Iglesia, bajo la acción del Espíritu Santo, aparece así como
ese grano de mostaza que crece y saca ramas, hasta el punto de que las aves del
cielo van a anidar en ellas.
• Una cuarta manifestación del Espíritu Santo en la Iglesia ha sido la de hacer cris-
talizar todas las obras de misericordia en instituciones cristianas permanentes: el
enseñar al que no sabe ha suscitado las Ordenes enseñantes y la universidad; el en-
terrar a los muertos, el cementerio; el visitar a los enfermos, los hospitales y las Or-
denes hospitalarias.
Pues bien, dentro de estas manifestaciones, todas ellas nacidas de Nuestro
Señor Jesucristo, hay una que procede de los planes más secretos de Dios, y de
Hojitas de Fe nº 508 –2– FIESTAS DE LA VIRGEN

las profundidades del Corazón de Jesús: y es la devoción a la Santísima Virgen,


que el Espíritu Santo ha suscitado continuamente en la Iglesia, y a la cual la Igle-
sia dedica el mes de mayo.

1º Principales modos como el Espíritu Santo suscita


la devoción a la Virgen María en la Iglesia.
Podemos repasar algunas de las maneras como el Espíritu Santo conduce en
la Iglesia a las almas a honrar tan fervorosa y filialmente a la Santísima Virgen.
1º El Espíritu Santo, así como en el Antiguo Testamento hizo hablar a los Pro-
fetas, ha hecho que en el Nuevo Testamento los Padres y Doctores de la Iglesia
hablaran de la Santísima Virgen. Todos ellos, ya desde el comienzo, empezaron
a enunciar al pueblo cristiano los grandes privilegios de Nuestra Señora, todas las
verdades que nosotros creemos sobre Ella, de modo que no hay ninguna prerro-
gativa de la Virgen que ellos no hayan sostenido, inculcado, alabado y ensalzado:
su Inmaculada Concepción, su Maternidad divina, su Virginidad perpetua, su
Asunción a los Cielos, su Corredención, su Mediación universal.
2º Es también el Espíritu Santo el que, por medio de los Sumos Pontífices,
ha definido dogmáticamente todos estos privilegios de María enseñados por los
Santos Padres. Algunos han sido definidos de manera solemne: la Maternidad di-
vina contra Arrio en el Concilio de Efeso; su Virginidad perpetua contra varios
herejes que la impugnaban –como hacen hoy los protestantes–; su Inmaculada
Concepción, su Asunción a los Cielos. Otros, que todavía no han sido definidos
solemnemente, han sido constantemente proclamados por el Magisterio de los
Papas, y confirmados por ley de la fe que es la liturgia –lex orandi, lex credendi–,
tales como la Mediación universal de María, su Corredención, su Maternidad
espiritual, su Realeza.
3º Es también el Espíritu Santo el que ha dispuesto, en el transcurso de los
siglos, que toda la Cristiandad se viera salpicada de santuarios en honor de la
Virgen. Todos estos santuarios no se erigieron por voluntad privada. Así como
los Patriarcas –Abraham, Isaac, Jacob– iban levantando templos o altares, no
donde se les ocurría, sino donde el Señor se les había aparecido, así también la
Iglesia, guiada por el Espíritu Santo, edificó santuarios en los lugares elegidos
por Nuestra Señora a través de alguna manifestación particular, de una interven-
ción especial, de un milagro, de una imagen a la cual quiso privilegiar por sobre
las demás; lugares y santuarios que rápidamente se convirtieron en centros de
culto y de peregrinación, a los que el pueblo fiel acude, bajo la sanción y apro-
bación de la Iglesia, para pedirle favores y gracias a Nuestra Señora.
4º Finalmente, otra acción del Espíritu Santo en la Iglesia es haber querido a
lo largo de los siglos tantas y tan diversas apariciones de Nuestra Señora, sea
para instruir al pueblo fiel –como las apariciones de Lourdes, La Salette y Fáti-
ma–, sea para pedir tal o cual Orden –como la de los Mercedarios, fundada justa-
mente por pedido expreso de la Santísima Virgen a San Raimundo de Peñafort–,
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sea para confortar –como la venida de la Virgen en carne mortal al Apóstol San-
tiago en Zaragoza–, sea por otras razones. En todo caso, todas estas apariciones
que, para seguridad del pueblo fiel, la Iglesia ha abonado con su autoridad, mues-
tran a la Santísima Virgen como la Dispensadora universal de los dones y gracias
de Dios, y como nuestra celestial Abogada ante su divino Hijo.

2º Motivos por los que el Espíritu Santo


suscita en la Iglesia la devoción a la Santísima Virgen.
¿Cuál será la razón última de esta actitud del Espíritu Santo, de infundir en la
Iglesia estos sentimientos filiales hacia la Santísima Virgen, y de hacer que real-
mente la Iglesia católica se distinga por la devoción a Nuestra Señora? Podría-
mos decir que es una doble razón dogmática.
1º La primera razón que nos han enseñado los Santos, en particular San Luis
María Grignion de Montfort, es la actitud que las tres Personas divinas han te-
nido en la Encarnación, y que muestran los modos de obrar de Dios, que no cam-
bian. «Dios no se muda», y la manera como El realizó la obra de la Encarnación,
manifiesta la manera como El seguirá actuando en el resto de la historia, en la
obra de la santificación de las almas. Ahora bien, la Encarnación quiso realizarla
a través de la Virgen María.
• «Dios Padre –dice San Luis María– creó un depósito de todas las aguas, y lo llamó
mar; creó un depósito de todas las gracias, y lo llamó María. El Dios omnipotente po-
see un tesoro o almacén riquísimo en el que ha encerrado lo más hermoso, refulgen-
te, raro y precioso que tiene, incluido su propio Hijo. Este inmenso tesoro es María,
a quien los santos llaman Tesoro del Señor, y de cuya plenitud se enriquecen todos
los hombres».
• «Dios Hijo –sigue diciendo el mismo Santo– comunicó a su Madre cuanto adquirió
mediante su vida y muerte, sus méritos infinitos y virtudes admirables, y la constituyó
Tesorera de todo cuanto el Padre le dio en herencia. Por medio de Ella aplica sus
méritos a sus miembros, les comunica sus virtudes y les distribuye sus gracias. María
constituye su Canal misterioso, su Acueducto, por el cual hace pasar suave y abun-
dantemente sus misericordias».
• «Dios Espíritu Santo –concluye San Luis María– comunicó a su fiel Esposa María
sus dones inefables, y la escogió por Dispensadora de todo cuanto posee; de manera
que Ella distribuye a quien quiere, cuanto quiere, como quiere y cuando quiere, to-
dos sus dones de gracias y no se concede a los hombres ningún don celestial que no
pase por sus manos virginales; porque tal es la voluntad de Dios, que quiere que to-
do lo tengamos por María, y porque así será enriquecida, ensalzada y honrada por
el Altísimo, la que durante su vida se empobreció, humilló y ocultó hasta el fondo de
la nada por su humildad».
Y acaba diciendo San Luis María: «Estos son los sentimientos de la Iglesia y
de los Santos Padres». Por eso, al dar culto a Nuestra Señora, no hacemos más
que imitar la actitud de las tres Divinas Personas hacia la Virgen Santísima; y en
eso no puede haber ningún tipo de error.
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2º La segunda razón es que el Espíritu Santo no habla de Sí mismo, sino que


«El recibirá de lo mío –dice Nuestro Señor– y os lo dará a conocer». ¿Y qué re-
cibe? Recibe la propia piedad filial de Cristo hacia su Madre, su amor a la Vir-
gen, y ese amor El lo transmite a la Iglesia, a la que El vivifica. Sí, el amor que las
almas tienen a la Virgen no es más que una prolongación del amor que Nuestro
Señor le tiene, y que el Espíritu Santo está encargado de mantener en la Iglesia,
que, siendo el Cuerpo Místico de Nuestro Señor, no puede vivir de otros senti-
mientos que los que tenía la Cabeza. Muy hermosamente explica esta verdad el
Padre Emilio Neuberg, haciendo hablar a Nuestro Señor, en su hermoso libro
«Mi ideal Jesús, Hijo de María»:
«Yo vivo en la Iglesia, mi Cuerpo místico, dirigida por mi Espíritu. Lo que hace mi Igle-
sia, soy Yo mismo quien lo hace. Lo que la Iglesia hace por mi Madre, soy Yo quien lo
hace por Ella. Medita cuánta veneración y amor le ha manifestado la Iglesia en defensa
y proclamación de sus privilegios, en la institución de sus fiestas y devociones en su
honor, en la aprobación de cofradías y asociaciones religiosas destinadas a servirla.
Contempla la piedad de sus hijos, los Santos, todos ellos tan devotos de mi Madre; de
las almas fervorosas, impulsadas cada vez más a tributarle un culto especialísimo; has-
ta de los simples fieles, tan celosos por el honor de María, tan perspicaces, a veces más
aún que los sabios, para reconocer sus privilegios, tan entusiastas cuando se trata de
darle pruebas de particular afecto. ¿Qué es todo esto sino una manifestación grandiosa
y, con todo, muy débil aún, de mi incomparable amor filial hacia mi Madre?»
Así pues, la devoción a la Virgen no puede tener fundamentos más sólidos, y
se hace necesaria a todo cristiano, porque lo distingue de todas las falsas creen-
cias cristianas que intentan pasar por tales.

Conclusión.
Tengamos en cuenta esta acción del Espíritu Santo también en nuestras almas.
Así como a lo largo de los siglos despertó en las almas de los fieles la devoción a
la Virgen María, así también quiere hacerlo en la nuestra. Aprovechemos, pues,
el mes de mayo para cultivar esta devoción. Leamos algo sobre la Virgen, para
acrecentar nuestro conocimiento y nuestro amor a Ella. Honrémosla con alguna
práctica regular durante este mes, sobre todo con el rezo del Santo Rosario. Quie-
nes estamos consagrados a Ella, reavivemos esta consagración, que sufre la usura
del tiempo, y va quedando como olvidada y apagada, como la brasa bajo las ceni-
zas. Intentemos vivir un poquito más según las disposiciones con que prometimos
honrar a la Virgen, veamos cuáles son los derechos de María que prometimos ob-
servar y no estamos respetando. El mes de mayo será entonces para nosotros la
ocasión de entrar en ese plan de Dios, en esas disposiciones interiores de Cristo,
en esa docilidad al Espíritu Santo, que nos lleva a aumentar y a intensificar nues-
tro amor y nuestra devoción a la Santísima Virgen María.1

© Fundación San Pío X – Casa San José


Carretera M-404, km. 4,2 – 28607 El Alamo (Madrid)
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