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Fiestas de la Virgen
En los planes del Padre Eterno, Nuestro Señor Jesucristo debía iniciar una
obra que El mismo no debía culminar, por estar esto reservado al Espíritu Santo.
Por eso Nuestro Señor prometió solemnemente a sus Apóstoles el envío de ese
Espíritu, de ese Abogado, de ese Consolador, a quien correspondería aplicar a las
almas los frutos de la redención que Nuestro Señor mereció en el Calvario, y
animar a la Iglesia católica, al igual que el alma informa y vivifica el cuerpo.
El Espíritu Santo, pues, recibe de Cristo la misión de recordar a la Iglesia todo
lo que El había enseñado, de mostrarle las cosas venideras, y de comunicarle todo
lo que es de Cristo, sin salirse nunca de El: «El no hablará de Sí mismo, sino que
recibirá de lo mío y os lo recordará». Cabe entonces preguntarse: ¿Cuáles han
sido las principales manifestaciones de esta asistencia y vivificación de la Iglesia
por el Espíritu Santo?
• La primera ha sido la de asistir a la Iglesia con un Magisterio infalible, para que
la Iglesia transmita a los fieles la verdad enseñada por Nuestro Señor, sin ningún
riesgo de error, sin ninguna falla humana. Cuando el Papa define en materia de fe y
costumbres, está asistido por el Espíritu Santo. En esas definiciones, el Espíritu Santo
no hace más que recordar lo enseñado por Cristo.
• La segunda ha sido la de dar virtud y eficacia a los Sacramentos instituidos por
Nuestro Señor, y la de elaborar cuidadosamente la liturgia con que la Iglesia católica
da culto a Nuestro Señor, especialmente la liturgia romana.
• La tercera ha sido la de glorificar a Cristo suscitando en la Iglesia, en todas las
épocas, las Ordenes religiosas, todas ellas amoldadas a necesidades concretas de la
Iglesia y de las almas. La Iglesia, bajo la acción del Espíritu Santo, aparece así como
ese grano de mostaza que crece y saca ramas, hasta el punto de que las aves del
cielo van a anidar en ellas.
• Una cuarta manifestación del Espíritu Santo en la Iglesia ha sido la de hacer cris-
talizar todas las obras de misericordia en instituciones cristianas permanentes: el
enseñar al que no sabe ha suscitado las Ordenes enseñantes y la universidad; el en-
terrar a los muertos, el cementerio; el visitar a los enfermos, los hospitales y las Or-
denes hospitalarias.
Pues bien, dentro de estas manifestaciones, todas ellas nacidas de Nuestro
Señor Jesucristo, hay una que procede de los planes más secretos de Dios, y de
Hojitas de Fe nº 508 –2– FIESTAS DE LA VIRGEN
sea para confortar –como la venida de la Virgen en carne mortal al Apóstol San-
tiago en Zaragoza–, sea por otras razones. En todo caso, todas estas apariciones
que, para seguridad del pueblo fiel, la Iglesia ha abonado con su autoridad, mues-
tran a la Santísima Virgen como la Dispensadora universal de los dones y gracias
de Dios, y como nuestra celestial Abogada ante su divino Hijo.
Conclusión.
Tengamos en cuenta esta acción del Espíritu Santo también en nuestras almas.
Así como a lo largo de los siglos despertó en las almas de los fieles la devoción a
la Virgen María, así también quiere hacerlo en la nuestra. Aprovechemos, pues,
el mes de mayo para cultivar esta devoción. Leamos algo sobre la Virgen, para
acrecentar nuestro conocimiento y nuestro amor a Ella. Honrémosla con alguna
práctica regular durante este mes, sobre todo con el rezo del Santo Rosario. Quie-
nes estamos consagrados a Ella, reavivemos esta consagración, que sufre la usura
del tiempo, y va quedando como olvidada y apagada, como la brasa bajo las ceni-
zas. Intentemos vivir un poquito más según las disposiciones con que prometimos
honrar a la Virgen, veamos cuáles son los derechos de María que prometimos ob-
servar y no estamos respetando. El mes de mayo será entonces para nosotros la
ocasión de entrar en ese plan de Dios, en esas disposiciones interiores de Cristo,
en esa docilidad al Espíritu Santo, que nos lleva a aumentar y a intensificar nues-
tro amor y nuestra devoción a la Santísima Virgen María.1