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TOMADO DE: Johanna Broda y Catharine Good (coords.

), Historia y vida
ceremonial en las comunidades mesoamericanas: los ritos agrícolas, México, INAH-
UNAM, 2004.

CAPITULO 8
EL CICLO AGRÍCOLA Y EL CULTO A LOS MUERTOS ENTRE LOS NAHUAS
DE LA HUASTECA VERACRUZANA.
Arturo Gómez Martínez
División de Posgrado, ENAH
Instituto Quintanarroense de la Cultura

Los ritos agrarios y mortuorios tienen una característica común por festejarse cíclicamente
durante el año, en la mayoría de las veces las fechas coinciden y en otras se aproximan;
algunas fiestas movibles están dedicadas tanto a los difuntos como a las diferentes etapas
del crecimiento y cultivo del maíz. Estas características del ciclo ritual de los muertos y de
la agricultura en las actuales sociedades indígenas, devienen de la época prehispánica como
parte del legado cultural y de la continuidad del pensamiento mesoamericano.
En este trabajo se describen los ritos mortuorios y agrarios, sus relaciones entre sí y
la importancia de los difuntos para el crecimiento de las plantas comestibles,
principalmente del maíz. Se hace una reflexión acerca de las practicas rituales
prehispánicas con estas características; debido a la insuficiencia de fuentes locales y
regionales no es posible hacer una reconstrucción detallada de ellas.
La escasa información de la Colonia señala que los ritos dedicados a la actividad
agraria tienen relación con la de los difuntos. Francisco de Sorita, evangelizador pionero de
Chicontepec y de gran parte de la Huasteca costeña, proporciona las primeras noticias en un
documento fechado en 1548, donde indica que:

“Los indios imaginan que los difuntos se convierten en cultivadores y cuidadores de


la planta del maíz y otras plantas, cuyos frutos son comestibles. Cuando llevan la
mortaja los acompañantes llevan consigo unas cañas verdes de maíz, que luego son
plantadas en las tumbas, a fin de que no le falten los alimentos” (Sorita 1548: 18).

El maíz ha sido el vegetal cuyo fruto sirvió como alimentó para las sociedades
prehispánicas, actualmente este cereal sigue siendo básico en la alimentación de los
mexicanos, principalmente los indígenas, quienes además de cultivarlo, todavía forma parte
dentro de sus creencias y prácticas religiosas. El fraile antes mencionado notó que los ritos
públicos eran celebrados dentro de un ciclo, los cuales estaban relacionados con las
diferentes etapas del crecimiento del maíz, incluyendo la siembra y la cosecha.
Paralelamente a estos festejos se rendía culto a los muertos, en donde como ofrenda
primordial destacaba el maíz, ya sea en granos frescos o secos, o bien procesado en
tortillas, tamales y atoles. También fueron objeto de ofrenda las plantas (matas pequeñas,
cañas y espigas), así como manojos de mazorcas. Aunque no proporciona las fechas exactas
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de los ritos, menciona que en la temporada de sequías subían a los cerros más altos e
imploraban a las deidades del agua, ofreciendo papeles, codornices y guisos. Las ofrendas
de igual forma eran para los difuntos, a quienes pedían que intercedieran ante el dios
Apanchantecuhtli a fin de que enviara las lluvias para iniciar con la siembra del maíz.
Imaginaban que las almas de los difuntos pequeños viajaban por los cielos como aves e
insectos y podían llevar mensajes de los hombres ante los dioses que ahí habitaban; pedían
que los auxiliaran para que las plantas crecieran sin ningún problema de plagas y para que
tampoco las perjudicaran los vientos (Sorita 1548: 19-23).
Cien años mas tarde, en 1645, el cura de Chicontepec Juan Ramiro Morales, se
queja de las supersticiones y ritos de los indios, señalando que las ofrendas en los cerros
son para los tutelares de las aguas y de los difuntos. Ponían papeles abultados y recortados
que representaban los niños muertos, estos habitaban en el cielo como nubes y neblinas;
cuando se les rezaba y convidaba viandas en los cerros, así como en fuentes de agua, éstos
difuntos bajaban como aires, torbellinos, pájaros y moscos, para socorrer a los indios con
lluvias que fertilizaban la tierra y propiciaban el buen crecimiento del maíz. El religioso
acudió al cerro Tochtepetl, cerca del pueblo de Puchoco, ahí encontró unas ofrendas que
habían dejado, eran ídolos de papel abultado, sangre, mazorcas y guisos (MS, Informes,
Foja 13v-l4).
En 1647, Jancinto de la Serna informa que en el pueblo de Huejutla (actualmente
ubicado en la Huasteca hidalguense), un indio murió por mordedura de la serpiente
maguaquite y fue enterrado boca abajo, debido a su asociación con el agua, por el contrario
las divinidades los hubiesen castigado con inundaciones en el pueblo (De la Serna, 1953:
111). Los muertos por picadura de serpiente eran considerados mensajeros de la lluvia y
colaboradores de la actividad agraria.
La Relación Geográfica de Huexutla (Huejutla, Hidalgo), fechada en 1577, señala
que cuando el agua escaseaba, los indios acudían a un cerro para celebrar rituales a los
dioses y ofrecerles a un joven que era sacrificado por degollamiento, luego el cadáver se
depositaba en una concavidad (Relación de Huexutla: 250)
Fray Juan de la Anunciación, en 1624 alude que los huastecos de la provincia de
Panuco hacían rituales donde cargan un cantarillo decorado con plumas y flores, bailan con
él al compás de la música interpretado por tambores y sonajas, todos en honor a la Paya,
deidad lunar y de las cosechas (AGN, Inquisición, Vol. 303, Exp. 38). En 1767, Carlos de
Tapia Zenteno confirma que los huastecos sacaban a bailar el Teen que los mexicanos
llaman Xochiquetzal, también al Paya que es una figura de ánfora adornada con flores y
plumas, esto con el fin rendir culto a las deidades agrarias (1985: 105-106)1.
En otras regiones también se asociaba a los difuntos con el agua y el cultivo del
maíz, Mendieta (1945: I, 105) apunta que en el valle de Tlaxcala, tenían la creencia que:

“Las almas de los señores y principales se volvían nieblas y nubes y pájaros de


plumería rica y de diversas maneras, y en piedras preciosas de rico valor. Las almas
de la gente común se volvían en comadrejas, y escarabajos hediondos y
animalejos...”

1
Esta tradición aún subsiste en los rituales de petición de lluvias, los nahuas colocan en una olla la imagen de
la deidad del agua, luego lo adornan con flores, listones, velas y comestibles, posteriormente bailan con ella.
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Torquemada refiere que los niños muertos y sacrificados se convertían en servidores


del dios Tlaloc, sus ocupaciones eran enviar las lluvias tan necesarias para la agricultura
(Torquemada 1986: II, 151).
Los difuntos pequeños, convertidos en nubes, Tlaloques truenos y rayos, también
tenían la capacidad de provocar enfermedades sobre los humanos, Ponce (1953: 375) señala
que las enfermedades de los niños eran atribuidas a los vientos y a las nubes, y decían que
“se enojan los vientos se enojan los dueños del agua”.
En el mes Tepeilhuitl los mexicas hacían con masa de bledos las imágenes de las
montañas sagradas, aquellas que atraen las lluvias; estas figuras también eran en honor de
los que habían muerto por causas acuáticas o por rayos (Sahagún 1992: 138). A estas
estatuillas se les ponía en unos altares donde les ofrecían tamales, pulque, oraciones y
cantares (op. cit: 89). Los dioses del agua provocaban la muerte de los humanos, a fin de
que fungieran como sus ayudantes en calidad de Tlaloques. Esta idea permitía que cuando
las espesas nubes hacían su aparición en las cimas de las sierras, creyeran que están los
Tlaloques, quienes traían las lluvias para regar los sembradíos de maíz (Ibid: 436).
Broda (2000: 53) señala que las ofrendas a los cerros y a los difuntos caían a fines
del mes de octubre, justo cuando se aproximaban las cosechas. La asociación de estos ritos
le permite concluir que el culto a los cerros como generadores de la vida se identificaba con
el culto a los muertos que regresaban al seno de la tierra, en donde se guardaba también el
maíz.
Los escasos datos consignados por los cronistas de la región de Chicontepec, así
como del altiplano central, tienen eco y continuidad ritual en las comunidades nahuas de
Chicontepec, en la Huasteca veracruzana, región cultural ubicada en la costa del golfo,
entre las cuencas y afluentes de los ríos Pantepec y Calabozo. La continuidad del
pensamiento mesoamericano se expresa en la insistencia en la actividad agraria como
determinante de la vida económica, esta preocupación se refleja en las practicas religiosas,
donde también cobra importancia el culto a los muertos. Los rituales agrarios y de los
difuntos ocupan el eje central de los festejos durante todo el año; están determinados por el
ciclo del cultivo del maíz. De acuerdo a las creencias de los nahuas el tonalli (alma, fuerza,
vigor) de los difuntos es relevante para el buen crecimiento de las plantas del maíz. Los
antiguos ritos mantienen vigencia en cuanto a la esencia del significado, con esto no se
pretende aludir a la continuidad no interrumpida de las prácticas; los procesos históricos
por las que han pasado, han sido igualmente significativos, transformándolos
superficialmente desde el punto de vista material (con la incorporación de nuevos
elementos).
La información sobre el destino de las almas de los difuntos para los nahuas de la
Huasteca, en la época prehispánica y colonial es nula, pero los datos etnográficos consignan
que tuvo similitud con las concepciones del altiplano central. Los mexicas pensaban que el
universo se conformaba por capas o cielos, donde la tierra servía como separador del nivel
celestial con relación al inframundo. Una serie de dioses habitaban y gobernaban los
diferentes estratos. El destino de las almas de los difuntos dependía de la forma en que
fallecían, bastaba con saber la causa de la muerte para determinar la ubicación de su
morada y con qué Dios continuarían su vida en ultratumba. Existían varios espacios
celestes y terrestres sagrados, por lo que se pensaba que las mujeres muertas en el parto, en
tanto que lucharon con la vida y la muerte, constituían divinidades guerreras y sus almas
orientaban su destino con el Dios del sol y de la guerra hacia un lugar llamado
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Cihuatlampa, a donde moraban aquéllas con el nombre de Cihuateteo (Sahagún 1992:


207).
El Tlalocan era un sitio en el que se encontraban otros muertos; ahí vivía el Dios del
agua y se le consideraba un lugar muy especial, en el que abundaban muchas cosas; era un
espacio maravilloso, las almas que se encontraban en él habían muerto a causa del agua o
por enfermedades provocadas por ésta, como sucedía con los ahogados y los bubosos (op.
cit: 207); junto a este sitio se encontraba el Chichihualcuauhco, donde moraban las almas
de los pequeños y que era un árbol nodriza del cual se alimentaban los difuntos recién
nacidos (De la Garza 1991: 100); el sitio más grande que habitaba la mayor parte de los
muertos se llamaba Mictlán, en el reinaba el dios Mictlantecuhtli, que fue representado por
los nahuas y por la mayoría de las culturas prehispánicas como una figura descarnada. En el
Mictlán moraban las almas que no llegaban con algún Dios en especial, debido que la causa
de su defunción fue natural (Sahagún 1992: 105).
En la plástica de la Huasteca es evidente el principio dual de los dioses y de la
cosmovisión, varias esculturas pétreas tienen doble vista, en el anverso representan
personajes vivos y en el reverso seres muertos. El monolito de Cuilotitla, junto con el de
Amatlán son algunos ejemplos, el primero es custodiado por el museo de Xalapa y el otro
se encuentra en la localidad.
La división dual del calendario ha sido advertida por Broda (1991: 478, 2000: 50) al
indicar que el calendario festivo se deriva de los ciclos estacionales y agrícolas, separando
la época de secas y de lluvias; el culto a los dioses del agua, del maíz y de la tierra
constituían el eje central del ciclo calendárico básico, los muertos por causas acuáticas eran
determinantes para la petición de lluvias.
Los nahuas de Chicontepec imaginan que el cosmos, la actividad agraria y la vida se
rigen bajo un principio dual, que se vuelve cíclico y regenerativo. En este sentido la vida
terrenal constituye solo una etapa, la que continúa después de la muerte para volver a
resurgir. El maíz se manifiesta de igual manera, es plantado para multiplicarse,
cultivándose en dos grandes temporadas (xopanmilli y tonalmilli); para que las plantas
lleguen a la madurez, las almas de los difuntos participan activamente dotándoles de agua, a
cambio solicitan ofrendas y se convierten en los hombres transformados como insectos.
Las causas de la muerte siguen siendo determinantes para el lugar de residencia de
los difuntos, los que murieron por causa natural habitan en el inframundo, las que mueren
en el parto se van con el sol; los accidentados, asesinados y suicidas se marchan con
Tlacatecolotl; mientras tanto los niños de leche, ahogados y fulminados por rayos gozan del
privilegio de ir con las deidades acuáticas, habitan en los cerros, en manantiales, en las
nubes, y junto al árbol de la vida que esta dotado de alimentos, animales y muchas especies
de vegetales.
Las actividades agrarias se determinan por la temporada de secas y lluvias, los
nahuas de Chicontepec los identifican con tlahuaquiliztli (sequía) y xopantla (lluvias). El
mes de mayo marca el fin de la sequía y comienzan los preparativos para la siembra del
maíz temporal que será plantada en junio. En los días calurosos de mayo comienza el
tlaixhuitekiliztli, la limpia del terreno para la milpa, se tumban los montes y después se hace
la quema o tlachichinolli. El 3 de mayo, es el Día de la Santa Cruz de acuerdo con la
liturgia cristiana; este día cortan las guías florales de la orquídea “flor de mayo” (oncidum
shacelatum), las depositan en los altares de la casa como ofrenda a los difuntos y a las
deidades del agua; disponen alimentos de pan, café, guisos de gallina, tamales de frijol,
velas y copal. Rezan para que comiencen las lluvias y se pueda sembrar el maíz, piden a los
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difuntos que intercedan ante los santos y deidades autóctonas para que envíen las lluvias
benéficas. Afuera, frente a la casa colocan una cruz adornada con las mismas flores, ahí
encienden una vela y ponen algunos alimentos destinados a las almas de los difuntos
ancestros, aquellos que ya no tienen familiares vivos, que se han perdido en la historia,
ellos son muy importantes, pues se les imagina como unos ancianos, son los rayos y los
truenos que provocan las lluvias. Los curanderos y parteras manufacturan otra cruz
decorada con las mismas orquídeas, esta se lleva al manantial que surte del vital líquido a
los pobladores, junto a la cruz colocan ofrendas de papeles ceremoniales con la imagen de
los difuntos y de los tutelares de las aguas; les ofrecen café, refrescos, pan, velas y copal.
Todos los habitantes de las localidades colaboran con las ofrendas y ofrecen una vela. Todo
esto sucede a muy temprana hora, porque al medio día acuden a los cementerios con iguales
flores, comidas, velas y copal que se depositan en las tumbas.
Del 3 de mayo al 24 de junio se efectúan los ritos en los cerros y las peregrinaciones
al santuario de la montaña Postectli; estos ritos petitorios de lluvia son espectaculares, pues
duran hasta una semana y en ellos se hacen varios actos ceremoniales que comienzan en los
templos xochicalli y culminan en los cerros. Estos rituales del agua reciben el nombre
atlatlacualtiliztli que significa “comida a la lluvia”, los ritos giran en torno al culto del
maíz, la lluvia, la tierra y los ancestros (totatahua o antihuatl), de manera secundaria se
rinde culto a los aires, al viento, al fuego y a Tlacatecolotl (hombre búho). El tutelar del
maíz Chicomexochitl recibe particular atención, las imágenes son hechas con papel cortado
y guardadas en un cajón, que es puesto sobre la mesa del altar. Las ancianas y las niñas se
ocupan en asearlas y vestirlas con ropas nuevas, mientras que los músicos les tocan los
sones ceremoniales y los ritualistas rezan y cantan. Apanchaneh (dueña del agua) y los
achaneh (administradores del agua) comparten espacio y actos rituales con el tutelar del
maíz. Los difuntos infantes aparecen en las oraciones, les encomiendan que hablen con las
deidades del agua y conduzcan las nubes hasta sus poblados para que llueva. En su honor
les entregan una gallina blanca que es enterrada viva, junto con textiles de algodón blanco,
flores y comidas; a los ancestros se les implora en las cavidades rocosas de los cerros, ahí
les piden llevar mensajes y ofrendas, destinadas a los relámpagos y los truenos a fin de que
llueva. (fig.1) La ofrenda se integra básicamente por alimentos hechos con maíz: tamales,
atoles, tortillas y galletas, así como mazorcas. Como parte de la ofrenda para la deidad del
maíz y del agua llevan un tamal grande hecho con una gallina entera o con la cabeza del
cochino; esta pieza semeja una mortaja, puesta sobre una bandeja de madera y decorada
con flores. Cuando es servida, los ritualistas dicen “que la coman los dueños del agua, los
dueños del cerro, el tutelar del maíz, la madre tierra y los difuntos”.
Durante los meses de mayo y junio, después de las primeras lluvias se siembra el
maíz y se realiza un ritual para la tierra y bendición de las semillas llamado
xinachtlacualtiliztli (comida para la semilla). Es conducido por las personas mayores,
colocan las semillas al pie del altar doméstico, encienden velas, sahúman; ofrecen café con
pan, refrescos y aguardiente. (fig.2) Después, las semillas con todas sus ofrendas son
trasladadas al sitio donde se va sembrar, en medio del terreno instalan una cruz de chacah
(palo mulato) decorada con guirnaldas y flores de sempoalxochitl. (fig.3) Junto, disponen
las simientes y ofrendas, ahí rezan a la tierra y a las deidades protectoras de las plantas; en
las cuatro esquinas riegan porciones de alimentos y bebidas, las personas que sembrarán
consumen el resto de las ofrendas.
El 15 de mayo, día de San Isidro Labrador, en el altar de los hogares disponen flores
de la temporada, ofrecen café, pan, velas y copal para las deidades del agua, principalmente
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para Apanchaneh (dueña de la lluvia), los ritualistas ponen en sus altares unos vestidos
pequeños de algodón (conetlaquemitl), éstos son ofrecidos a los difuntos infantes que no
probaron maíz, a estos se les imagina que habitan en las nubes como aves exóticas o como
mariposas que atraen las lluvias; se les reza y suplica que envíen el agua para el crecimiento
del “niño maíz”.
El 13 de junio día de San Antonio de Padua, los ritualistas llevan a los cerros una
ofrenda de comida integrada por flores de sempoalxochitl, velas y copal para las deidades
del agua. Se les pide a los difuntos pequeños y adolescentes que reciban parte de la ofrenda,
a cambio se les solicita que envíen lluvias para que crezcan las plantas del maíz, que “lloran
como niño” reclamando el agua con el que se alimentan. En estas fechas abundan unos
insectos voladores que llaman apipialotl, dicen que son los difuntos infantes que bajan para
recibir los comestibles y recorren los campos de cultivos para ver dónde es necesario el
agua.
El 24 de junio, día de San Juan Bautista se baña a todos los niños con agua
macerada con plantas, con el fin de atraer las lluvias. Las parteras ofrecen en sus altares
flores, copal y comestibles para las deidades de la lluvia y para Tonantzi la deidad madre y
de la tierra, se le pide que con el agua permita que crezcan las plantas del maíz. También se
reza a los difuntos que murieron ahogados para que envíen agua del lugar paradisíaco
donde se ubica el xochicuahuitl o árbol de la vida.
El 25 de julio, día de San Santiago, se prenden velas y disponen comestibles en los
altares de la casa, piden a Chicomexochitl (patrono de las cosechas) que proteja las plantas
del maíz. También este día recogen las plagas de las plantas (gusano gallina ciega), las
ponen en un recipiente con agua bendita y las llevan a los altares de la casa, ahí les rezan y
piden a los difuntos que intercedan para eliminarlos.
Durante los meses de junio y julio se efectúan rituales en las milpas llamados
miltlacualtiliztli (comida a la milpa). Las pequeñas y medianas plantas son bendecidas para
protegerlas contra las plagas, los huracanes, las inundaciones y las sequías. Es conducido
por el huehuetlacatl o bien por cualquier persona que tenga conocimiento del rito. En el
centro del sembradío erigen un altar compuesto por un cuatlapechtli (tarima) y un arco
decorado con flores y hojas de coyol. Sobre la tarima instalan papeles ceremoniales con la
imagen de Chicomexochitl y los guardianes, les ofrecen sangre de aves, guisos,
aguardiente, velas y copal. En el suelo disponen los “vientos nefastos” a quienes entregan
comestibles y bebidas, más tarde se les conjura para que no dañen la milpa. En las cuatro
esquinas ponen atados de papel ceremonial, inciensan y rezan a los guardianes para que
protejan las plantas. Para concluir, las velas usadas en el rito son encendidas en el altar
doméstico y ofrecen algunos comestibles.
Para el 30 de agosto, día de Santa Rosa de Lima, colocan una ofrenda en el altar de
la casa, compuesta de flores de sempoalxochitl, café, pan y guisos; sahúman y piden a Santa
Rosa (reina de la sabiduría, canabís índica) que actué contra los huracanes y los
torrenciales para que crezcan en buen estado las matas de maíz. En esta fecha o antes,
ofrecen espigas de maíz en los altares y se hace el miahuatlacualtiliztli (comida a la
espiga), las personas acuden a la milpa para cortar los primeros elotes y traer una ramo de
miahuatl (espigas) que posteriormente es colocado en el altar doméstico. Con los elotes se
hacen xamitl (tamales) y se ofrenda en el altar junto con café, pan, aguardiente y refrescos.
Rezan a las divinidades para que el fruto se asegure y no le afecte los vientos o el sol,
finalmente vierten sobre las espigas porciones de bebidas y comestibles.
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Durante todo el mes de septiembre y parte de octubre se hace el rito elotlamanaliztli


(ofrenda al maíz tierno) para agradecer a las divinidades por haberles otorgado el fruto que
muy pronto se secará. Hacen una recepción en el hogar para “presentarlos” ante la sociedad
y ofrecerlos en el altar, junto a unos atados de “maíz viejo”, los padres que los germinaron.
Esta fiesta la realizan los que poseen mayores excedentes y dinero para solventar los gastos;
es dirigida por el ritualista huehuetlacatl, frente al altar adornado con arcos florales bailan
13 niños que personifican el maíz, también danzan los ancianos. De la milpa traen cañas
frescas de maíz y muchos cestos de elotes, en el patio erigen un arco forrado con flores,
tienden un petate para recibir a las personas que conducen las mazorcas y las cañas, los
sahúman con humo de copal, y les arrojan pétalos de sempoalxochitl, por su parte los
músicos tocan sones rituales. El ritualista, y los caseros bailan ante las cargas de maíz
tierno, les ponen collares de flores y después conducen a los cosechadores al interior de la
casa para que pongan los elotes frente al altar. Dos manojos de elotes, de cuatro cada uno,
son vestidos con diminutas ropas tejidas con algodón, representan al niño maíz y a los
difuntos pequeños que lo ayudaron a crecer, y madurar. En el altar ofrecen guisos de
gallina, refrescos, pan, chocolate; atole y tamales de elote.
Bailan con las cañas de maíz, acto que recibe el nombre de xihuiyoihtotilli (baile
con las cañas de los elotes). Los jóvenes acuden ante el altar para tomar un atado de cañas
con sus respectivos elotes, las señoritas les entregan una guirnalda y luego al ritmo de la
música ritual bailan en el patio, alineados en dos filas. En medio de la danza entran tres
personajes, uno disfrazado de mapache y otro de cazador con su perro; el mapache imita
cortar los elotes, mientras que el cazador lo persigue y mata. El cazador se aproxima y su
perro lo olfatea, para concluir este teatro, acude el ritualista, lo inciensa y reza para que los
animales no destruyan la milpa. Los actores se retiran y la danza de los jóvenes continúa,
las señoritas cortan los elotes y se quedan con ellos, mientras los jóvenes regresan las cañas
de donde las tomaron.
El 29 de septiembre, día de San Miguel, inicia la espera de los muertos; los altares
en casa son adornados con algunas flores de sempoalxochitl, tulipanes y rosas, encienden
una o dos velas, sahuman con copal y ponen ofrendas de comida como tamales de frijol y
de carne, café, pan, refrescos y atole. Parte de la ofrenda se hace con elote, manufacturan
tortas y un tamal grande de masa de maíz tierno, este es colocado en el altar y luego se
reparte en pequeñas porciones entre los familiares; creen que este tamal simboliza un niño
muerto, es ofrendado a Chicomexochitl para que proteja el fruto contra los roedores.
La espera de los muertos continúa el 18 de octubre, los altares en casa son
iluminados por una o más velas de cera amarilla, son sahumados con copal y se instala una
ofrenda de alimentos que consta de tamales, café, pan, atole, refrescos, dulces y, en algunos
casos, mole, así como de ramos de sempoalxochitl que la complementan. Para esta fecha las
mazorcas ya están macizas, cogen algunos para elaborar los tamales que servirán como
ofrenda. Encomiendan a los difuntos la protección de las mazorcas contra los roedores y los
gorgojos.
Del 30 de octubre al 2 de noviembre es la fiesta mayor de los difuntos, se llama
Mihcailhuitl y Xantolo2. El término más usual para designar a las celebraciones de los
2
El término Xantolo posiblemente deriva del latín Sanctorum, aunque también puede estar compuesto por dos
palabras españolas que han sido incorporadas y luego adaptadas a los sonidos propios del náhuatl: una, que es
Santo, transformada en Xanto; y otra Todos, que se convierte en Tolo. Como en lengua náhuatl no existe el
fonema "d", éste se convierte en "l" y la palabra queda como Xantolo. En el calendario del Codex Mexicanus
(Galarza 1988:36) encontramos un ejemplo de semejante transformación léxica, en la que aparece
118

muertos es Mihcailhuitl que significa fiesta o ceremonia de los muertos. Los preparativos
de este festejo se realizan con un mes de anticipación, por lo menos; los varones se
encargan de acumular suficiente dinero para realizar las compras, mientras que a las
mujeres se les encomienda la preparación de algunas cosas que son utilizadas para la
ocasión, como el bordado de manteles, la manufactura de ollas y la preparación de velas.
Las compras para la fiesta se realizan en el mercado de la cabecera municipal, un
domingo antes; la denominan hueyi dominco (domingo grande) o hueyi tiankistli (mercado
grande), en ellos se observa la circulación de mercancías traídas de distancias largas, así
como el intercambio mercantil interétnico nahua, tepehua, otomí, totonaca y huasteca El
30 de octubre se realiza otro mercado llamado xochinamaquistla (venta de flores) como su
nombre lo indica es una venta de flores en la que se pueden conseguir los ornamentos para
los arcos y algunas cosas que serán utilizadas en la preparación de alimentos, por ejemplo:
gallinas, chile, cacao, frijol, cilantro y hojas para tamales.
En la noche del 30 de octubre se instala en el altar de la casa un arco forrado con
flores de sempoalxochitl y mano de león. Sobre él cuelgan frutas y muñecos de pan que
representan los difuntos infantes.
El último día de octubre llegan los difuntos infantes conocidos como conetzitzih,
quienes dejan su paraíso para visitar a sus familiares vivos. Pueden llegar a cualquier hora,
pero de preferencia lo hacen a mediodía. Se les va a encontrar en el camino con pétalos de
sempoalxochitl, agua bendita y humo de copal, acto que recibe el nombre de
tlanamiquilistli. Las ofrendas consisten en refrescos, pan, atole, chocolate y el guiso
patzcalli (hecho con frijoles y ajonjolí).
Ese día se ponen dos altares en casa: uno adentro, que es el principal, y otro afuera,
muy cerca de la puerta, para el ánima sola; el segundo altar consta de una cruz de madera
de chaca (palo mulato) adornada con flores de sempoalxochitl, cuapelechxochitl (mano de
león) y chiaxochitl o flor blanca local; la ofrenda es mínima, incluye tamales, guisos y
chocolate, y se enciende una sola vela de cera amarilla, con el fin de que las ánimas
consuman sus respectivas viandas afuera. En el altar principal prenden muchas velas en un
tronco de plátano denominado cuaxiloteshuatl; la cantidad de velas la determinan el
número de difuntos cercanos que la familia tiene. El cuaxiloteshuatl se pone al pie del altar,
en la mesa de éste se colocan otras dos velas o más, en candeleros con figuras de aves,
burros y caballos. Después de ordenar las ofrendas, la familia se instala en torno a una
mesa puesta junto al altar principal para consumir los alimentos. Durante los días más
importantes que se dedican a los muertos, se hacen estallar cohetes de dinamita y
palomillas a cada rato.
El resto del 31 de octubre, una vez que se hicieron las ofrendas para los “chiquitos”,
las actividades continúan a fin de preparar las que corresponden al día siguiente: se
sacrifican gallinas, guajolotes y cochinos; a las aves, antes de quitarles la vida, se les rocía
agua bendita y se les sahuma; además se prepara la carne, el chile, la masa y las hojas para
los tamales; los hombres colaboran acarreando agua y amarrando los tamales.
El primero de noviembre, por la mañana, se ofrenda tamales, chocolate, pan, atole y
refrescos, y vuelven a encender las velas del día anterior; esta tradición es considerada
como el desayuno de los difuntos pequeños, y este mismo día colocan la ropa de los
difuntos recientes, acompañado de una vela sin encender, y se les reza en lengua náhuatl.
representada de manera fonética la palabra Todos Santos, compuesta en tres partes: xante, tototl y metl
(ladrillo, pájaro y maguey). Los fonemas "xan" y"to" generaron la palabra Santo y el término Todos fue
formado por el plural náhuatl "meh"; unidos los fonemas se lee xantomeh.
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Luego de realizada la ofrenda las labores continúan para recibir más tarde a los difuntos
huehueyih (los grandes); las mujeres preparan tortillas, mole y chocolate, mientras que los
varones que no hicieron la cruz en el altar de afuera, ahora la elaboran.
A las doce del día se espera a los difuntos adultos, en el altar principal se les da la
bienvenida encendiéndoles velas de cera amarilla, se colocan las respectivas ofrendas en el
altar, mientras que afuera encienden una sola vela a la que se considera el altar del ánima
sola. La ofrenda principal de este día se compone de mole de gallina, cochino o guajolote,
pan, chocolate, refrescos, cervezas, aguardiente, tabaco, dulces tradicionales y otros
comestibles que los difuntos disfrutaban; en la mesa del ara nunca falta un vaso con agua
como ofrenda permanente. Tras acomodar las ofrendas, la familia consume los alimentos en
una mesa colocada junto al altar; en cuanto ésta termina de comer vuelven a sahumar, y la
gente adulta agradece y reza a los muertos por haberlos acompañado en ese momento y por
haber permitido la obtención de una buena cosecha de maíz. Inmediatamente después de la
comida, los varones se dirigen a otro sagrario colocado en la entrada de la comunidad, por
el camino que conduce a los cementerios; en dicho altar se encuentra un árbol de palo
mulato que anteriormente fue una cruz y en él acondicionan un tlapechtli, en el cual ponen
tacos de carne o platos con guisos, pan, tamales y otros bienes en menor cantidad; este
altar se instala para las ánimas que no tienen familiares vivos, ellos son principalmente lo
ancestros que participan como rayos y truenos en para la obtención de lluvias.
El resto de la tarde se utiliza para organizar las ofrendas del día siguiente; al igual
que en el anterior, se prepara carne, masa, chile y hojas para los tamales grandes, con
gallinas enteras, a las que se llama hueyi chichikili o nemaxtic. El 2 de noviembre por la
mañana ponen las respectivas ofrendas en las aras, las cuales se componen de tamales
pequeños elaborados el día anterior, chocolate, pan, refrescos, camotes y dulces, entre otros
comestibles, y de nuevo se encienden las velas. A la ofrenda se le considera el desayuno de
los difuntos adultos e infantes. El 2 de noviembre se conoce como tlachichiquilhuilistli, día
de ofrenda, especialmente dedicado a visitar a los familiares vivos y a convivir con sus
difuntos. Después del desayuno los adultos preparan una canasta o morral, en el que
colocan un tamal grande (imagen del bulto mortuorio), refrescos, aguardiente y frutas; la
canasta o morral se cubre con un mantelito y se adorna con unos pétalos de sempoalxochitl
como señal de visita. Las ofrendas son trasladadas a donde se encuentran los familiares
más cercanos como padrinos, tíos y abuelos, con la finalidad de visitar, saludar y platicar de
sus muertos. En señal de que portan consigo a los difuntos durante su traslado, los
visitantes llevan una planta de caña de azúcar considerada como cuatopil (bastón de
muerto). En agradecimiento la persona visitada otorga presentes como ropa, dinero, o
algunas aves de corral como gallinas y guajolotes.
El 3 de noviembre despiden a los difuntos (tlamacahualiztli) con música ceremonial
y comidas sobre sus tumbas, llevan también como parte de la ofrenda una maceta con
plantas pequeñas de maíz. El 9 de noviembre despiden a los difuntos por segunda ocasión,
acto que recibe el nombre de tlachicontilistli (siete días). Visitan los cementerios para ir a
dejar las almas de los muertos, a los que se conmemora tanto en dicho lugar como en casa;
la ofrenda consta de tamales de fríjol con ajonjolí y de mole con carne, que se elaboran la
noche anterior, además se les convida pan, chocolate, refrescos, aguardiente y dulces tra-
dicionales. Se les rinde culto primero en casa, afuera y adentro, de donde se quitan todas las
ofrendas colgadas en el arco y se retira el altar exterior; aquéllas se trasladan al cementerio,
mientras que en casa las velas son puestas y encendidas en línea, simulando que las almas
se van; hasta que las flamas las consumen totalmente.
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En el panteón, las ofrendas se instalan encima de las tumbas, puestas en un mantel


bordado; en la cabecera del sepulcro se acostumbra clavar una cruz de madera de palo
mulato, adornada con flores; junto a ésta se entierra una planta de caña como símbolo del
mando de los difuntos, aunque algunas personas lo representan mediante un pequeño arco
semicircular. En cada sepulcro un grupo de personas especializadas reza en lengua náhuatl
o en castellano. Posteriormente, las ofrendas son consumidas por los rezanderos y por cada
familia. Para despedirse de los muertos hacen estallar algunos cohetes y se retiran
ofreciendo consejos y peticiones para que los ayuden en sus actividades agrarias.
El 30 de noviembre despiden por tercera ocasión a los muertos; la ofrenda se
acomoda en el altar de la casa y se compone de tamales hechos el día anterior, café,
chocolate y frutas. Se ilumina con una o más velas, se prende copal y pronuncian algunos
rezos. Con esta comida culminan los festejos dedicados a los muertos y las labores cotidia-
nas vuelven a la normalidad.
En el mes de noviembre comienzan las cosechas del maíz de temporal (xopanmilli),
tanto el maíz como los difuntos han cumplido un ciclo de festejos. El ciclo del maíz cierra
con la ofrenda en las trojes, llamado cintlacualtiliztli, ofrecen caldo de gallina, refrescos,
pan, velas, flores y copal. (fig.4) Estas ofrendas son colocadas tanto en el altar doméstico
como encima de las mazorcas apiladas. Los familiares agradecen a las divinidades por el
fruto obtenido y les ruegan para que no los desamparen. Las ofrendas son consumidas
posteriormente por todos.
El miércoles de ceniza, que antecede el carnaval y la cuaresma, según el
cristianismo, los indígenas rinden culto a los difuntos que murieron trágicamente; en el altar
de la casa ofrecen flores, pan, tamales, velas y copal; también visitan las tumbas donde
colocan parte de la ofrenda. A estos difuntos se les encomienda las plantas de maíz del no
temporal, llamado tonalmilli (milpa de sol) que se siembra en diciembre y se cosecha en
abril o mayo.
Cómo puede observarse en párrafos anteriores, de acuerdo al pensamiento religioso
de los nahuas de Chicontepec, los difuntos tienen una función específica dentro de la
actividad agraria, ayudan al crecimiento favorable de las plantas de maíz con la finalidad de
obtener abundancia de cosechas. Las creencias se expresan mediante un conjunto de ritos
que siguen los ciclos de cultivo.

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