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“Los obreros, tal como siempre se ha definido a nuestros hombres de trabajo, aquellos que desde
hace años han sostenido y sostienen sus organizaciones gremiales y sus luchas contra el capital;
los que sienten la dignidad de las funciones que cumplen y, a tono con ellas, en sus distintas
ideologías, como ciudadanos trabajan por el mejoramiento de las condiciones sociales y políticas
del país, no estaban allí. Esta es una verdad incuestionable y pública que no puede ser
desmentida: si cesaron en su trabajo el día miércoles y jueves no fue por autodeterminación, sino
“El proletariado que desencadenó la huelga general revolucionaria de los días 17 y 18 de octubre
de 1945 actuó movido por dos imperativos, aparentemente antagónicos entre sí, provenientes de
su propia naturaleza de clase, es decir que no le fueron impuestos por ninguna fuerza externa a él
ninguna orden de arriba –ni siquiera de Perón, que se había despedido de los obreros
recomendándoles: ‘De casa al trabajo y del trabajo a casa’– y al obligar a los dirigentes de la CGT
y de los sindicatos a plegarse al paro. Sin embargo, esa espontaneidad no era arbitraria, ni
proletario, también despertó en los huelguistas la autoconciencia de que ellos, y solamente ellos,
podían evitar la pérdida de sus conquistas. De ahí que vivieran una jornada desenajenante, en la
cual la gravedad de la lucha aparecía cubierta por el desborde dionisíaco de las pasiones
vehículos que habían tomado alegremente por asalto y cuyos costados repetían hasta el hartazgo
el nombre de Perón en tiza, cal y carbón. A medida que avanzaban, las cortinas de los negocios
bajaron abruptamente con tableteo de ametralladoras. Venían de las zonas industriales aledañas a