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Dirección general
Oscar Botero Giraldo
El Poncherazo del Museo Víztaz
Coordinación general
Paula Andrea Ramírez Salazar
F
otoagüita, cámara minutera, lambe-lambe, chasiretes, cámara
Diseño y diagramación
Johan Andrés Muñoz Cano de cajón, fotógrafo de pajarito, fotógrafo de plaza, fotógrafo de
calle, fotógrafo de manga, cámara de parque, retratos al estilo
Textos
Juan José Hoyos “Las últimas fotos de amor de Guayaquil” antiguo, fotos como las de antes, máquina de solemnizar… Esos
Jaime Aguilar Maya “La calle de los fotógrafos” son algunos de los nombres que recibe ese tipo de fotografía “de
Oscar Botero “El ‘poncherazo’ y su historia”
Mauricio López Rueda “El cuento de El Poncherazo” antes”, una técnica que precedió a la imagen digital, tan común
Felipe Sosa Vargas ahora en todo el mundo.
Fotógrafos
Jaime Aguilar, páginas: 17, 18, 19, 20, 21, 22, 23, 25, 30, 35. Preservar esa tradición fue, precisamente, uno de objetivos para crear
Digar, página: 26. Archivo Biblioteca Pública Piloto. El Poncherazo, una de las salas itinerantes del Museo Víztaz. Esta
León Ruiz, página: 12. Archivo viztaz.org
Verónica Úsuga, Jacobo Alzate, Johan Muñoz, páginas: 2, 3, 4, 5, 16, 24, 42, 43, 44, 45,
sala congrega un espectáculo didáctico, interactivo, histórico y, sobre
46. Archivo viztaz.org todo, divertido. Su propósito es mantener vivo el oficio de tomar fotos
Los fotógrafos de los poncherazos antiguos son anónimos, por razón de este tipo de fotografía. a la usanza antigua y conservar tecnologías de nuestro pasado.
Agradecimiento especial a Juan José Hoyos y Jaime Aguilar por permitirnos publicar en esta
recopilación sus cuentos: Las últimas fotos de amor de Guayaquil y La calle de los fotógrafos.
Bibliografía
Los textos sobre la historia de El Poncherazo son el resultado de la investigación que sobre
este tema viene adelantando el Museo Víztaz desde 2010, en la cual hemos revisado
literatura y sobre todo sostenido conversaciones con viejos practicantes de este oficio en la
ciudad de Popayán, Santuario de las Lajas - Pasto, Sopetrán, Medellín y Cuenca – Ecuador.
https://books.google.com.co/books?id=kd8DAAAAMBAJ&pg=RA1-PA120&dq=man-
del+camara+free+book&hl=es&sa=X&ved=0ahUKEwjK7qnmpt3XAhVCneAKHczhCdc-
Q6AEIMzAC#v=onepage&q=mandel%20camara%20free%20book&f=false
http://hemeroteca.abc.es/nav/Navigate.exe/hemeroteca/madrid/abc/1913/10/17/019.html
Oscar Botero
Parque Educativo. Girardota - Antioquia, 2017.
Museo Víztaz
Hacienda El Paraíso. El Cerrito - Valle del Cauca, 2017. María Alejandra Cadena, Yesica Paola Céspedes y Luisa Fernanda Velásquez.
S
e tiene como fecha del nacimiento de la fotografía 1839. Ese
año, el gobierno francés compró a Daguerre su procedimiento
para fijar imágenes, y la intención era que todo el mundo pu-
diera usarlo libremente. Pero Daguerre no era el único que estaba
en este intento. Por muchos años y por diferentes procesos, con más
o menos éxito y en diferentes partes del mundo, varios investigado-
res habían tratado de fijar la imagen que se formaba en la cámara
oscura, por esto no se conoce exactamente cuándo fue el inicio de
la fotografía.
El ‘poncherazo’ y su historia 6 7
riales (papel y revelador) necesarios para el ferrotipo, reformaron la
cámara, gracias a sus conocimientos de la técnica fotográfica, y la
adaptaron para utilizarla con el proceso de fotografía convencional
de la época; es decir, empezaron a utilizar el papel fotográfico que
conseguían en el mercado local. De esa manera habría nacido la
cámara y el proceso del ‘poncherazo’.
El ‘poncherazo’ y su historia 8 9
La que producía negativo en papel que se debía fotografiar con la
misma cámara para obtener el positivo que se entregaría al cliente.
El ‘poncherazo’ y su historia 10 11
El cuento de El Poncherazo
Mauricio López
S
i hoy se le pregunta a la gente qué significa un “poncherazo”,
van a dar los más diversos significados, pensando en ese re-
cipiente ancho y aplanado que en Antioquia llamamos “pon-
chera”: no faltará para quien el “poncherazo” se refiera a la recogida
de plata para algún asunto; otros hablarán de los baños que debían
darse con agua recogida en esos anchos recipientes, y otros más
dirán que un “poncherazo” es cuando te dan un golpe en la cabeza
con una ponchera. Muy pocos recordarán, con esta palabra, esas
fotos viejas para las que era necesario posar durante varios minutos,
sin mover ni un músculo y, sobre todo, sin parpadear. Tan solo a uno
que otro que sobrepase de largo el medio siglo se le ocurre hablar
de los fotógrafos ambulantes que hace más de 40 años recorrían
las plazas y los parques de Medellín, con una especie de cofre de
madera al hombro. Una caja con trípode, a la manera de un calamar
domesticado por la muerte.
El cuento de El Poncherazo 12 13
a la imagen nítida y en colores vivos. El fin había llegado para los
ambulantes de pantalón de paño y sudor en la frente.
“Fue muy duro el cambio, pero era pasarse o morirse de hambre, pues
la gente prefería lo rápido y económico, y con razón”, expresa el viejo,
y añade con fina ironía: “Vea usted, ese cajón de madera que tanto
queríamos se convirtió en el ataúd de la fotografía antigua”.
El cuento de El Poncherazo 14 15
La calle de los fotógrafos
Jaime Aguilar
H
asta hace algunos años el barrio Guayaquil, esa “ciudad dentro
de otra”, era el corazón de Medellín, sus calles pululaban de gen-
te. En sus bares se reunían los campesinos que llegaban de los
pueblos, en ellos Gardel era el dios y allí estaban levantados sus altares.
Retiro forzoso
Cuando se retiró, Rivillas era uno de los fotógrafos más antiguos de Gua-
yaquil; trabajó en la esquina de la calle Amador con Carabobo durante
más de 40 años. Desde hace dos meses guardó su cámara, está enfer-
A
fuera, junto a la puerta, hay una jaula colgada de un parasol
de lata. Tres pájaros saltan nerviosos; el sol levanta nuevos
colores en sus plumas verdes, azules, amarillas, y en sus co-
litas rojas. Junto a ellos está un hombre de sombrero que pasa todo
el día sí, parado, junto a un estante de vidrio con cajas de dulces
y turrones, galletas envueltas en papel celofán, chicles de todos los
sabores, cigarrillos, chotos. En la jaula, un letrero: “Se vende”.
Dos hombres se abren paso entre la gente que camina por la calle
Amador, para poder entrar a la cafetería. Uno de ellos lleva una lora
entre un costal de fique. El animal aletea inútilmente y lloriquea, y
luego llena con sus gritos el local. Los hombres encuentran, por fin,
una mesa libre y se sientan a tomarse un par de cervezas frías, para
calmar la sed.
“Nosotros inventamos la `Polaroid´ en los años cuarenta”, agrega Medellín 1957. Ana Elvia Herrera y José Lotero.
Rivillas. “Yo hice una de las primeras cámaras y la bauticé `La Foto Fotógrafo: Por identificar.
Ya´, porque ahí no trabajábamos como en las fotos de tiempo. La Propietario: Gildardo Lotero H. Archivo: viztaz.org.
puse así porque venía un tipo a tomarse una foto y yo le decía: `No
se vaya que ya está… ya´ y a los diez minutos le entregaba lista una “Pero ahora”, agrega Rivillas, con el sabor del aguardiente todavía
foto que no se borra ni se mancha y que el cliente la puede guardar, en la boca, “ahora, Ave María Purísima… Ahora ya no quedamos
si le da la gana, hasta un siglo…” en esta calle sino cinco fotógrafos y eso porque algunos le revuelven
al oficio la venta de mercancías o la barbería o la electricidad. Y a
Rivillas pide otro aguardiente, golpeando su copa de vidrio contra la duras penas, en el día, sacamos la platica justa para pagar la noche
mesa, y se toma el trago de una vez. Luego dice: en la pensión y pagar la comida y el aguardientico, que tampoco
puede faltar… Segismundo, por ejemplo, trabaja en la barbería y
“Pero `eso´ eran otros tiempos… Cuando eso, no se habían incen- en zapatería. Jesús vende mercancías dos o tres días a la semana,
diado ni la plaza de mercado ni la farmacia Pasteur ni se habían cuando la cosa se pone muy mala. Víctor es electricista graduado.
llevado de aquí la estación del Ferrocarril de Antioquia ni los pro- Yo soy el único que me he quedado aquí, solo, dándole la cara a
La secretaría se va sin decir una palabra. Un minuto después entra Rionegro 1939. María Mercedes Quintero Vergara. Fotógrafo: Por identificar.
un amigo de Rivillas, con los ojos colorados y, apenas lo ve, se acer- Propietaria: Marta Montoya Vásquez. Archivo: viztaz.org
ca a la mesa.
“Pobre Borracho”, repite Rivillas. Y después se toma otro aguardiente
“Hermano, ¿sabés la última?”. para seguir contando por qué la vida lo volvió un fotógrafo callejero.
“¿Qué?”.
“Mataron a El Borracho”. “Mi hermano estaba muy bravo conmigo, pero a los dos o tres días
“No me digás. Qué pesar, hombre. ¿Cuándo fue la vaina?” llegó y me dijo: `Ahí le conseguí otro trabajo. Yo creo que ese si le
“Antenoche”. va a gustar…´. Yo le contesté: `A ver, qué hay que hacer´. Y él me
dijo: `Se me va ya para la fotografía de don Pedro Nel Guevara, que
Rivillas se pone triste. Luego cuenta que El Borracho era un niño de queda enseguida de la cacharrería La Campana, y le dice a él que va
diez años que se pasaba todo el día y toda la noche merodeando por de parte mía”.
los bares de Guayaquil, pidiendo aguardiente en todas las mesas,
hasta que se dormía de la borrachera. Si no le daban, el muchacho “Don Pedro Nel me miró y me colocó ahí mismo. Me pusieron a mos-
cogía cualquier copa de la mesa, que estuviera llena, y se la tomaba. trar las fotos, a dar los precios, a decirle a la gente que pasaba `Siga,
Después salía corriendo. por favor´ y a entregar las fotos. Yo empecé a hacer eso, pero me
fijaba en todo, hasta que un día los dos hermanos se fueron a ver una
“Lo mató un borracho que se puso bravo, en un bar de aquí, de Bo- corrida de toros y me dejaron solo en la fotografía, después de darme
lívar… -agrega el amigo- Le dio un botellazo en la cabeza…” estas instrucciones: `Si alguien llega a hacerse retratar, usted hace
“Pobre Borracho”, dice Rivillas, poniéndose triste. El amigo se va sin que le toma la foto, ósea que le quita la tapa al lente y le hunde a la
tomarse un trago, sacudido todavía por la historia. Está buscando a cámara este botoncito y después le hace el recibo al cliente y le pide
todos los amigos para contarles. la mitad y se la descuenta del total y le pide que madrugue al otro
Iré volando en busca de tu amor (esta paloma lleva una cadenita en Si me falta tu amor, quiero una tumba (se ve una tumba con una
el pico, con un corazón: una carta secreta tal vez). corona de espinas). Siempre te esperaré.
Mi corazón te ama y está herido con tu amor. Rivillas dice que todas esas frases de amor, que están escritas alre-
dedor de un corazón, donde va la foto del cliente que la solicite, se
No hagas a un lado a tu amigo viejo, que el amigo nuevo no vale
las inventó una vez que se estaba muriendo en el hospital de san
más que el viejo.
Vicente de Paúl, víctima de un infarto, una enfermedad que no le da
Si necesitas para amar dos vidas, yo te doy la mitad de mi corazón, a los pobres sino cuando tienen “un buen corazón”.
la otra mitad no me la pidas, la necesito para amarte yo. (Yo no sé
“Vámonos”, dice Rivillas, guardándose en el saco las cartulinas de
de donde saqué eso. Yo no leo nada. Eso lo saque de una mujer que
sus fotos de amor. “Estas son las últimas fotos de amor que se están
yo quería mucho y le dio una enfermedad y se murió).
tomando en Guayaquil. Aprovechen…”.
Amo la vida porque te amo a ti.
Dos minutos después está en la esquina de Amador con Alhambra,
Si no me amas dímelo. Mi felicidad eres tú amor mío. No podrás junto a su cámara de cajón, olvidado ya el guayabo, ya armado
olvidarme. de lapicero, tijeras, sobres, toallas, pisapapeles, baldes, tinta roja y
hasta un tablero verde “para decorar el fondo”.
En seguida, Rivillas prepara la cámara, mete la cabeza en el cajón, En la penumbra, los cuadros están llenos de tigres, culebras, leones
enfoca la muchacha usando un cristal esmerilado, mueve una vari- y caimanes y selvas: parecen llamas.
lla, dispara el obturador y… dos minutos después ocurre el milagro:
“Mírelos”, dice Rivillas. “Tienen veinticinco años de pintados. No los
La foto comienza a aparecer en sus manos en un papel bañado de hemos dejado tocar. Los pintó ‘El Difunto’ ya se murió. Por eso se
productos químicos que parecen mágicos y que él guarda en el vien- van a quedar ahí, por lo menos hasta que esto cambie de dueño…”.
tre de la cámara de cajón. Mientras tanto, la secretaria, diligente, le
presta ayuda en todas las operaciones. Pero él ya no necesita ayuda La Cueva es un bar donde uno puede estar tranquilo en medio de
porque ya no está enguayabado. La muchacha recibe la foto y se pone ese puerto sin mar y sin río, y ya abandonado, que es Guayaquil, un
muy feliz. Después Rivillas dice: barrio lleno de gente buena como Rivillas y “El Loco” y lleno también
de hampones y atracadores. Un oasis de paz donde el dueño del bar
“Vámonos para La Cueva”. cuida a los clientes y uno puede oír, si quiere, todo el día, “El hijo
sin consuelo”, una canción compuesta por Luis Eduardo Echavarría,
La Cueva es una cantina situada en Carabobo, a media cuadra de un cantante triste que vivía en el barrio Aranjuez y que también se
donde Rivillas se pasa todo el día tomando fotos, bajo el sol. El lo- murió ya, como “El Difunto”.
cal está empotrado al final de un zaguán oscuro, sórdido. Todas las
paredes del negocio, incluido el orinal, están decoradas con cuadros “Enguayabado no soy capaz ni de cortar una foto con tijeras”, vuel-
pintados con pintura fosforescente. Por la noche, las figuras y los ve a decir Rivillas, sabiéndose el cierre del pantalón, después de
paisajes de los cuadros brillan con un brillo extraño bajo la luz de las regresar del orinal. “Por eso estoy prendido otra vez. Y estando pren-
lámparas de luz negra que prende con paciente amor, después de dido, las fotos me quedan mejor…”
las seis de la tarde, el administrador del bar, Gilberto Zapata.
Mientras Rivillas habla, un hombre con la mirada extraviada, parado
Zapata es llamado “El Loco” por sus amigos y es un minero de An- junto al piano, está pintando el bar del Ruzo así, con zeta) en un
gelópolis que se pasó media vida metido en las minas de carbón del papel que sostiene en una mano. Un borracho se le acerca por la
Suroeste de Antioquia. El hombre llegó a Medellín a administrar el espalda, mira el papel por encima del hombro y luego le dice:
negocio desde hace ya 25 años.
“Te quedo muy bonito”.
“A mí me gusta venir donde ‘El Loco’ porque él es un alma caritativa
con los enguayabados y yo ya estoy enguayabado otra vez. Además Cuando Rivillas por fin se despide, en la rocola sigue sonando “El hijo
‘El Loco’ me fía”, dice Rivillas. sin consuelo” y en las paredes brillan las pinturas, los tigres, los cai-
manes, las selvas, los ríos y los leones de los cuadros de “El Difunto”.
El local permanece sumido en una penumbra amarilla que no deja Brillan a pesar de que apenas son las dos y media de la tarde.
adivinar qué hora es. Buena parte de la iluminación proviene de los
Medellín, septiembre de 1988. Revista Credencial
Sandra Posada.
Poncherazo tomado en la Fiesta del Libro de Medellín, 2012. Archivo: viztaz.org
Carmenza Gómez.
Poncherazo tomado en la Feria del Libro de Cali, 2016. Archivo: viztaz.org