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REFLEXIÓN
Las lecturas del IV Domingo de Cuaresma ponen el acento en el sentido de la vista, no
sólo porque al contemplar la luz del Señor en la que vivimos somos capaces de vencer
las tinieblas, como dice Pablo a los efesios, sino porque sólo desde la mirada de Dios,
Samuel fue capaz de poner su atención en el joven David, elegido para ser rey del
pueblo consagrado de Dios. Sin embargo, en este rato de adoración meditaremos el
prefacio de este domingo en el que hallaremos mucha riqueza para alimentar nuestro
espíritu y acrecentar el esfuerzo por vivir esta Cuaresma.
(Una pausa)
“A los que nacieron esclavos del pecado”. Por Adán reinaba el pecado y la muerte, y
nosotros vivíamos recibiendo esa maldita herencia. Pero Cristo rompe la maldición, nos
salva del pecado como nuevo Adán para que, donde abundó el delito, se desborde su
misericordia.
- ¿Le hablo a Dios de mi vida y mi pecado? ¿Cuánta confianza tengo en su
misericordia?
PLEGARIA
Queremos, Señor, terminar este rato de oración y de adoración suplicándote que nos
enseñes con tus ejemplos para que te imitemos con nuestras obras. Por eso te decimos:
ENSÉÑANOS, SEÑOR, A IMITARTE.
- Señor, enséñanos a amarte en los pobres.
- Señor, enséñanos a orar.
- Señor, enséñanos tus parábolas.
- Señor, enséñanos tus manos que hicieron el bien.
- Señor, enséñanos a perdonar siempre al que nos ha ofendido. Señor, enséñanos a
comer el Pan del cielo.
- Señor, enséñanos a vivir el gozo de la resurrección.
- Señor, enséñanos a vivir en la paz y concordia entre los hermanos. Señor,
enséñanos a ser Iglesia santa.
- Señor, enséñanos a crecer en la voluntad del Padre.
Permitamos que la luz de la gracia de Dios nos invada repitiendo la oración que nos
enseñó Jesús: Padre nuestro… Tantum ergo…