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El pecado como objeto de reflexión teológica puede llegar a ser vasto si se toma en cuenta en
la medida en que lo hace la antropología teológica que le reviste el tema de una connotación
elevada en tanto que es un aspecto que afecta de forma neurálgica al hombre creado por Dios.
No obstante, el planteamiento que hace nuestro autor, Marciano Vidal, parte desde el diálogo
franco con el mundo transido por el pecado desde su origen y que de cierta manera no es capaz
de reconocerse tocado por este hecho por el hecho de considerarlo un mero acontecimiento
religioso que sólo afecta a los hombres de fe. Este planteamiento pastoral parte de la Revelación
ya que sólo desde ella podemos contemplar las especificidades del pecado y cómo éste afecta al
hombre, aunque Vidal no se detiene en los conceptos ni en los aspectos sistemáticos del tema.
Lo primero que apunta el autor es la presencia del pecado en el Antiguo Testamento sin hacer,
si quiera, mención de los acontecimientos del libro del Génesis (Cfr. cc. 2-3); y, aunque en la
primera clase quedó claro que la expresión “pecado” no aparece propiamente dicha en este
tiempo, sí se entiende éste como equivocación, ruptura o perversión de la relación del hombre
con la Alianza con Dios. A diferencia de Ruiz de La Peña y Ladaria, Marciano Vidal no propone
un esquema para explicar la participación protagónica de Adán como inaugurador de esta
condición del hombre, pero sí ofrece una categorización partiendo de una tríada de dimensiones:
religiosa, intrahistórica y comunitaria; las cuales pudiéramos correlacionar perfectamente con los
aspectos que ya hemos estudiado. A saber, esta correlación sería:
como lo mencionaron los profetas en el AT. Finalmente la literatura jóanica singulariza el pecado
como una acción puramente diabólica en cuanto a su contraposición con la vida de gracia de la
justicia original por la cual el hombre fue creado en santidad y justicia.