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En el año 2001 el director británico Marc Isaacs decidió llevar a cabo un pequeño
experimento: armado únicamente con su cámara, se instalaría en el ascensor de la torre
E1 de Denning Point, Londres, donde pasaría dos meses encerrado diez horas al día con
la intención de retratar la rutina de sus residentes. Al principio la interacción es escasa y
distante, pero poco a poco los residentes empiezan a abrirse y familiarizarse con el
chalado encerrado en su ascensor. Y sea conversando o callando, los residentes revelan
lentamente partes de sí mismos, de sus pasados, sus dudas y aspiraciones. Traen comida
y estampas de la virgen, bromean y se enfadan, y cuando llega el final, nos damos
cuenta de que ha sucedido algo extraordinario: hemos establecido un vínculo. A través
de fugaces interacciones, de meras viñetas en la vida de los vecinos, hemos conectado
con estas personas. Personas como Lilly, la pintoresca anciana judía que coquetea con
Marc. Peter, el rechoncho escocés que sale cada noche a probar suerte con las mujeres,
para siempre volver solo y algo ebrio. John, el joven de mirada triste y afligido por la
esquizofrenia que ha perdido a sus padres.
Han pasado quince años desde que se rodó el documental. La torre ha sido demolida,
Lilly ha fallecido, Peter es ahora alcohólico y John se quitó la vida. Lift no debería
funcionar. Debería ser aburrida y pretenciosa, pero en lugar de eso, en apenas veinte
minutos de duración, se convierte en un discreto, fascinante y conmovedor estudio
sobre la capacidad humana para la empatía.