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Con el propósito de analizar una obra de arte en la aplicación de La Semiótica Triádica de

Pierce, a saber: tratando la noción de Primeridad, Secunderidad y Terceridad, y cada una de las
partes de estos tres ejes; sean Rema, Icono, Cualisigno entre otros, abordaremos la pintura
titulada “El rostro de la guerra” (1940 - California) que tiene como autor a Salvador Dalí. Así,
dicha pieza artística será perfecto para este ejercicio estético-semiótico.

Al establecer Peirce aquellos tres elementos existentes en el análisis estético: Representamen,


Objeto e Interpretante trae consigo un revuelo en la significación incluso de la belleza misma, y
del significado del arte; pues aquel tercero que ocuparía el papel activo de “decodificar” la
obra ya no buscaría en esta un criterio de adecuación de la realidad en la obra, porque
guardaría más importancia la adecuación interna de la misma. Así, por ejemplo, no importaría
tanto en una pintura que aquella fuera más que Hiperrealista en su realización, digamos en
imitación de un perro (que corresponde a la realidad) sino que en su conjunto o totalidad cada
una de las cualidades guarden su adecuación interna. Y más aún, no importaría siquiera si el
perro que se representara existiera o no, ya que bien podría o haberse representado un fénix o
un minotauro (los cuales no guardan una relación directa de existencia con la realidad), y es
que lo importante en una obra sería que comunique inmediata y simplemente su totalidad en
la expresión del equilibrio. Pero¿de qué clase de equilibrio se estaría hablando? De un
equilibrio entre ideas y sentimientos, entre la racionalidad y la posibilidad.

Reconozcamos pues que aquello se visibiliza en su totalidad en la Obra que tratamos de Dalí, y
es que no hay duda de que busca expresar algo tan inteligible como el horror, la desesperanza
y la devastación; cuales son sentimientos complejos y abstractos y que sin embargo fueron
plasmados en óleo sobre lienzo. Es así como “El rostro de la Guerra” (como signo) nos
transporta un sentir, racionalizando lo que de otro modo parecía inaprensible hacia nosotros,
pues se enmarca lo que expresó Dalí, lo que experimentamos a través de la observación y
nuestra posterior interpretación, que no es sino inmediata.

Ya observamos pues que en la obra se figura un rostro raquítico de apariencia consumida, que
dentro de sus muy profundas cuencas (que parecieran mirar dentro de nosotros) guardan otros
símiles rostros, repitiéndose cual cadena que tiene principio, pero no se visibiliza si tuviera
algún fin, relacionándose uno con otros por demás de forma armoniosa presentando algo
nuevo, pues desde el fondo desolado hasta la expresión de un rostro dentro de otro nos
ofrecen algo más que cada una de sus partes: La obra se presenta como más que sus partes.

Sumándose su carácter remático al señalar que aquella masa lúgubre a la que se designa como
un rostro horrorizado se presenta como signo de posibilidad en tanto se ve pintada, y no se
queda solo como una porción de la realidad (el rostro); ya que adquiriría un nuevo valor de
verdad más allá que el de corresponderse con la realidad, el valor de la subjetividad. Y es que
cuando contemplamos “El rostro de la guerra” el objeto de este no requiere poseer realidad
porque lo que nos es transmitido del ícono es má

s que un objeto, es el acoplamiento de sus cualidades; siendo esto último la causa de que su
posibilidad se ubique en el mundo de la ficción artística (la mente): pues en efecto, con ese
rostro despavorido no nos encontramos en “el mundo sensible” sino en el interno.

Añadiéndose que, al no encontrarse el sentimiento de horror, de devastación y de


desesperanza como ideas puras y absolutas, por no ser posible el pintar una emoción, se
encuentran los mismos encarnados en su semejanza, y expresados en la pintura por aquel
“mohín” que posee el rostro y el contener otros tantos dentro de sus cuencas oculares. De ahí
en más sabemos o intuimos que dicho autor buscó expresar la devastación, imitando todo
aquel sentimiento que el suceso en la realidad le haya causado. Resultando que finalmente
termine por donde empezó: en una emoción.

He ahí el valor estético de su obra, motivada por una emoción y generando como momento
final en su apreciación la misma emoción. Emoción de la que se despendería cualquier tipo de
interpretación que se le pueda adjudicar a aquella pieza, de lo cual tenemos como para
ejemplo lo discutido: si es que fue producto de la sensación de la guerra o de la pérdida de
Federico García Lorca.

Y como fuera, al ser representantes emocionales no podemos mantenernos indiferentes a su


obra, pues nos inquieta a la comunidad interpretativa, y nos identifica en su emoción. De este
modo, la obra, aunque no retratara nuestro sentir particular, sino la emoción encarnada, y por
ende racionalizada, llama a las voces de la comunidad. Y es que, innegables es que alguno o
todos alguna vez sintiéramos al margen e la obra horror, o nos encontramos devastados por
algún otro suceso, de modo que todo ese conjunto de cosas por la que identificamos el horror
en nuestra experiencia y lo que tenemos por entendido cuando pensamos en el horror
participen.

La obra de Dalí por lo expuesto, resulta así novedosa, inteligible y original.

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