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Decisiones

A mí siempre me pareció perfecta, un poco intensa, pero perfecta. Se llamaba Marieta. Era

hermosa, pero no tenía de esa hermosura que tienen las mujeres hermosas, sino más bien de

la que tienen las interesantes; era simpática, tenía muy buen gusto, era amante de la

literatura y de la buena música. No era raro encontrarla por ahí leyendo algún buen libro

que ayudara a cultivar aún más su intelecto. Desde muy joven daba visos de que era muy

ordenada. Cuando niña, no dejaba sus juguetes tirados, sabía dónde estaba su ropa,

arreglaba sola su morral para llevar al colegio y no había que rogarle para que tendiera su

cama; pero con el paso del tiempo fui entendiendo que más que ordenada era un poco

psicorrígida, cosa esta ya difícil para lidiar ella sola ¿cómo sería con compañía?

Una de las cosas que más resaltaba en ella era su admiración y cuidado por el medio

ambiente. Eso se notaba no solo porque desde muy joven se volvió vegana, sino que

además era la principal promotora del reciclaje en la casa y practicaba deportes que

tuviesen algún contacto con la naturaleza. También se notaba en el cariño y cuidados que

demostraba con “Rayita”, nuestra gata, una siamés tabby point de pocos mimos y hermoso

pelaje. Pero un día supe, así de repente, que tanto esmero era en serio y hasta un poco

extremo, cuando se me ocurrió preguntarle por qué se demoraba tanto en el baño y me

contó, sin ningún tapujo, cómo esperaba frente al lavamanos, antes de cepillarse los dientes,

que las hormigas furtivas que estaban por allí se retiraran y no hacerles daño al abrir la

llave del agua. Me explicó que las veía como unas osadas exploradoras que venían al fondo
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del pozo en busca de algunas gotas de agua para su subsistencia, y que hasta pensaba en el

pesar de sus familias si alguna de ellas desaparecía en el intento y no volvía a casa. Me

contó además de su admiración por la descomunal fuerza que tenían, pues cuando por

descuido abría la llave sin cerciorase antes y había alguna ahí debajo, veía como esa

hormiguita tan ínfima resistía el chorro tan potente, que si fuese un humano moriría al

instante, así que luego ella tomaba rápidamente y con cierta angustia un trozo de seda

dental y lo lanzaba, cual rescatista de montaña en una riesgosa misión, para que esta

sobreviviente pudiese escapar de la amenaza. Me contó cómo, para evitar tal situación,

había descubierto un método y era que antes de abrir la llave, golpeaba con el mango del

cepillo de dientes en repetidas ocasiones el borde del lavamanos, pues esa vibración que

producía las alejaba del peligro.

A estas alturas ya era una profesional de éxito y llevaba un buen tiempo ejerciendo su

carrera de ingeniería. Durante sus años de universidad se destacó en todas sus materias y

era tan dedicada que al graduarse recibió muchos honores, pero durante toda su carrera

nunca tuvo novio, pretendientes sí, pero nunca un novio. Cuando ella escogió esa profesión,

yo pensaba que no era la mejor y sabía, como si fuera un presagio, que eso no ayudaría a

resolver nada; por el contrario incrementaba el problema, pues le daba una cierta

independencia y un aire de superioridad que para las notas del semestre era muy bueno,

pero para los posibles pretendientes irónicamente era una barrera. Aunque para mí siempre

fue perfecta, para ellos, que también reconocían sus múltiples virtudes, siempre tuvo un “no

sé qué” “no sé dónde” que le quitaba lo “perfecta” y le agregaba algo que en lugar de

sumarle le restaba. Nunca supe qué era, es probable que fuera la suma de muchas cosas, es

probable que ni siquiera fuera un ‘algo’ sino más bien un ‘qué’... igual da. No supe lo que
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era, pero sí lo que causaba: una desazón con ella misma y una cierta repelencia de sus

admiradores, lo cual los convertía de “buen partido” a “un amigo más” en menos de un

instante. Y le dejaba siempre a ella esa sensación de ¿qué estaré haciendo mal?, ¿por qué

soy exitosa en todo lo que quiero menos en el “te quiero”?

No supe si, para el día que tomó esa decisión, ella ya habría iniciado su vida sexual; en esas

cosas yo nunca me metí y ella mucho menos me iba a contar pues era demasiado reservada.

Tampoco vi que con sus fugaces citas hubiese podido pasar algo. Lo que sí sé es que un día

se mostró bastante impactada porque había leído en la Biblia un pasaje que hablaba de una

chica que debía morir en un sacrificio, pero que ella no lloraba porque iba a morir, sino

porque aún no había conocido varón y no quería morir virgen. Me causó algo de curiosidad

su inquietud por el tema, pues siempre pensé que era algo muy ajeno para ella.

Yo creo que el maldito espejo tuvo algo que ver, pues en silencio lo acusa a uno, y siento

que a ella la acosaba por su edad, ya que la mayoría de sus compañeras y amigas, a esas

alturas, habían conformado una familia o al menos tenían pareja. Para mí ella estaba en una

edad perfecta, con algo de experiencia por lo poco vivido y aún a tiempo para emprender

camino en busca de cualquier destino; pero para ella, y sobre todo cuando estaba frente al

espejo, pareciera que la edad cobraba otro nivel de importancia. Ese día fue especial. Nunca

la había visto tan decidida. Ni tampoco había imaginado lo que una mujer en una situación

de esas es capaz de hacer. No se puso su mejor traje, pero sí uno especial, uno suelto,

vaporoso, que le gustaba mucho y que solía usar de vez en cuando, sobre todo cuando

quería impactar. Al verla salir sentí que algo extraño iba a hacer...
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El almacén quedaba en uno de los peores barrios de la ciudad. En el letrero de la entrada

decía: “Se venden esposos, maridos y amantes”. Ella, entró desprevenidamente y buscó el

estante de las ofertas, de esas que suelen tener precios rebajadísimos, pues son sobrantes de

mala calidad que nadie quiere obtener; el dependiente se acercó y ella le pidió que le

vendiera el más barato que tuviera. -¿Esposo, marido o amante?-, preguntó este. -No

importa-, respondió ella, -lo que importa es no seguir sola-; sin pensar siquiera que es mil

veces mejor estar solo que mal acompañado. -¿Se lo empaco, o se lo lleva puesto?-. -Me lo

llevo puesto, tengo afán- dijo ella; sin darse cuenta que junto con la envoltura, el

dependiente, arrojaba también a la basura las instrucciones mínimas de manejo que ella

luego tanto añoraría...

- malasico -

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